Marx y los sindicatos (y IX): Los pseudomarxistas y los críticos de Marx

9. Los pseudomarxistas y los críticos de Marx

«¿Qué es lo que distingue esencialmente al marxismo de todas las demás teorías pre-marxistas y pseudo-marxistas? ¿Cuál es la línea divisoria principal entre el marxismo y el pseudo-marxismo? Esta línea de demarcación, esta diferencia, fue definida por Lenin en su célebre trabajo El Estado y la Revolución, donde declara:

“Es marxista únicamente el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al de la dictadura del proletariado. En esto consiste la profunda diferencia entre el marxista y el pequeño burgués (y el grande) adocenado. Esta es la piedra de toque para comprobar si la concepción y el reconocimiento del marxismo son realmente efectivos”.Continue Reading

La revolución de Barcelona (J. Comaposada, 1909)

La revolución de Barcelona, José Comaposada (1909). Edición de Etcétera.

PRELIMINARES

Para describir los sucesos ocurridos en la capital de Cataluña durante la semana del 20 al 31 de julio último sería preciso, no un relato sintético como el que nos proponemos hacer, sino un abultado tomo de algunos centenares de páginas, en las que se acompañase en todo momento, a la clara explicación de los hechos, el correspondiente comentario.

Más como, dados los límites que nos hemos impuesto, es esto imposible, haremos cuanto nos sea dable para concretar y resumir, con el exclusivo fin de que el lector tenga de los mentados sucesos una idea aproximada, tan imparcial como exacta, desprovista de las exageraciones tan torpes como ridículas transmitidas a todas partes por periodistas y escritores a sueldo de la burguesía reaccionaria, con el propósito de dar cumplida satisfacción a la ruindad de sus bajas pasiones.Continue Reading

Los sucesos de mayo de 1937 y sus consecuencias (A. Bueso)

Capítulo 16 de los Recuerdos de un cenetista. El autor, Adolfo Bueso, escribe en tercera persona sus memorias, adoptando el nombre de Alfredo Bosch.

LOS SUCESOS DE MAYO DE 1937 Y SUS CONSECUENCIAS

Pero antes de tratar de los sucesos de mayo, bueno será apercibir sus antecedentes, ya que aquellos sucesos, en sí, no fueron más que la culminación de todo un plan comunista, empezado a desarrollar desde tiempo anterior y llevado a la práctica muy metódicamente, con la frialdad jesuítica de que el fin justifica los medios. Se trataba de echar por la borda a Largo Caballero y con él a cuantos no obedecían ciega­mente a Moscú, es decir, socialistas sanos, anarquistas y poumistas.

Cuando en Moscú se percataron de que Largo Caballero no se prestaba al juego, empezó una dura campaña contra él, y el «Lenin es­pañol», se convierte en un «burócrata», un «cacique», un «saboteador de la unidad».

Largo Caballero se enfada, y como sabe de dónde salen las órde­nes, manda al embajador ruso a tomar el aire; es decir, envía, oficial­mente, una nota a Moscú en la cual indicaba que, como Rosemberg estaba enfermo, le sería muy conveniente cambiar de aires. El 27 de febrero de 1937, Rosemberg sale para Moscú y es reemplazado por un tal León Gaikin, agudizándose simultáneamente la campaña anti-caballerista.Continue Reading

Marx y los sindicatos (VIII): Marx y el movimiento huelguístico

8. Marx y el movimiento huelguístico

Luchando contra la subestimación y la sobreestimación de la lucha económica y de los sindicatos, Marx y Engels atribuyeron mucha importancia a las huelgas y a la lucha económica del proletariado. Tanto Marx como Engels juzgaban las huelgas como un arma potente en la lucha por los objetivos inmediatos y finales de la clase obrera. La transformación de los obreros dispersos en una clase, que se realiza en el curso de una áspera lucha, está expuesta de una manera clásica en el Manifiesto Comunista, vivo e inalterable documento del comunismo mundial. El Manifiesto Comunista pinta con vivos colores el nacimiento de la burguesía y de su sepulturero, la clase de los obreros modernos que no viven más que a condición de encontrar trabajo y que no lo encuentran más que sí su trabajo aumenta el capital.

He aquí lo que encontramos en el Manifiesto Comunista respecto a las vías «de la organización del proletariado en clase»:

«El proletariado pasa por diferentes etapas de evolución, pero su lucha contra la burguesía comenzó así que nació.Continue Reading

Marx y los sindicatos (VII): Marx y las reivindicaciones de la clase obrera

7. Marx y las reivindicaciones de la clase obrera

¿Es útil luchar por la disminución de la jornada de trabajo, por el aumento de salarios, etc.? Esta es la cuestión teórica y política puesta en el centro de la lucha científica y política librada por Marx en el curso de largas décadas. Esta forma de plantear la cuestión, nos parece hoy extraña y hasta indigna de merecer nuestra atención. Pero es porque Marx realizó un enorme trabajo científico y político en este sentido. Hemos visto a Marx en lucha con Proudhon, Lassalle y Weston, es decir, con todos los representantes del socialismo pequeñoburgués, inglés y alemán, a propósito de la utilidad de los sindicatos en las huelgas, de la definición de los salarios, del problema del precio, ganancia, etc. Tanto Proudhon como Lassalle y Weston se habían inspirado en los economistas burgueses ingleses, que trataban de demostrar, invocando a Dios y a la ciencia, que la lucha de los sindicatos por el mejoramiento de la situación de los obreros es estéril, en el mejor de los casos, y altera todas las leyes divinas y humanas. En el primer tomo de El Capital, Marx reunió un rico manojo de razonamientos «científicos» anti-obreros de Adam Smith, John Stuart Mill, Mac Culloch, Ure, Bastiat, Say, James Sterling, Cairus, Walker, etc.

En resumen, el sentido de todas esas «doctas» rebuscadas tesis se reduce a lo siguiente:

«Los sindicatos y las huelgas no pueden traer provecho a la clase de los trabajadores asalariados.» (Walker).

«La ciencia no conoce beneficios patronales de ninguna especie.» (Schulze Delitsch).

Toda la significación política de estas teorías, fue formulada por Marx brevemente en su intervención contra Weston:

«Por consiguiente, si los obreros se esfuerzan por lograr una elevación pasajera de los salarios, obrarán tan neciamente como los capitalistas que procuren una pasajera disminución.»

Marx veía todo lo que había de peligroso en tales teorías para el movimiento obrero, por eso abrió fuego cerrado contra los economistas burgueses y sus discípulos socialistas, poniendo en ello toda la fuerza de su inteligencia y de su pasión. El primer tomo de El Capital constituye un golpe mortal contra las autoridades burguesas de la ciencia económica. Marx demostró todo lo falso de la teoría «del fondo de los salarios», descubrió los «misterios» de la plusvalía y de la acumulación primitiva; demostró, sobre la base de una enorme documentación irrefutable, cómo se determina el salario, cómo se crea el valor y la plusvalía, cuál es la diferencia entre el trabajo y la fuerza del trabajo, etc. La disputa teórica se desarrolló alrededor de la cuestión. ¿Qué es lo que vende el obrero? ¿Su trabajo o su fuerza de trabajo? Y, ¿qué diferencia existe entre trabajo y fuerza de trabajo?

«El trabajo es la sustancia y la medida inmanente de los valores, pero él mismo carece de valor», dice Marx.

Partiendo de esta definición. Marx descubre los místerios del salario y de la plusvalía, «piedra angular de todo el sistema económico de Carlos Marx» (Lenin).

“La historia -escribe Marx- ha necesitado tiempo para descifrar el secreto del salario.”

Agreguemos que incluso después de haberse descifrado el secreto, la lucha alrededor de esta cuestión no cesó ni un instante, porque la tesis de Marx, «la plusvalía es el objetivo inmediato y el motivo determinante de la producción capitalista», afecta a intereses de clase. Y es conocida la vieja máxima «si los axiomas geométricos afectaran los intereses de los hombres, seguramente se habría tratado de refutarlos» (Lenin).

Una prueba de las pasiones que desencadena la cuestión de la plusvalía la tenemos en el hecho de que no hay un solo profesor, por mediocre que sea, que no intente refutar a Marx, provocando, unos consciente y otros inconscientemente, una completa confusión. A los confusionistas inconscientes pertenecen gentes de ciencia como Sydney y Beatrice Webb, que afirman que Marx y Lassalle reivindicaban el derecho al producto íntegro del trabajo. Esta desfiguración del punto de vista de Marx indignó al traductor ruso, que hizo la siguiente objeción: «Los autores comprenden falsamente a Marx, el cual se opuso resueltamente a la doctrina del derecho del obrero al producto integro de su trabajo. Véase la Critica al programa de Gotha.»

Esta observación pertenece a Lenin, que hallándose confinado en Siberia, en la aldea Chucheraskoe, tradujo en colaboración con N. S. Krupskaya los dos volúmenes de la obra de los Webb.

Al enarbolar Marx la bandera de la insurrección contra la ciencia económica burguesa, sabía que se trataba de grandes y serias cuestiones. ¿Es que la clase obrera seguirá, teórica, y por lo tanto, también políticamente, sobre el terreno de la economía política y de la política burguesa, o forjará su propia arma teórica para la lucha contra la ideología y la política de la clase capitalista?

La cuestión de la teoría abstracta, se transformaba como vemos, en una cuestión esencialmente práctica: ¿Hay que crear sindicatos? ¿Vale la pena luchar por la disminución de la jornada de trabajo? ¿Cuál es el valor de la legislación fabril para la clase obrera? En una palabra, se trataba de la significación de las reivindicaciones parciales en la lucha general de clase del proletariado. En esta materia, además de la teoría, ha sido decisiva la experiencia de la lucha de las masas. Por eso Marx en El Capital invoca constantemente la viva experiencia de la lucha. Y escribe:

«Los obreros fabriles ingleses fueron los campeones, no solamente de la clase obrera inglesa, sino de toda la clase obrera contemporánea, así como también sus teóricos fueron los primeros en lanzar el guante a la teoría de El Capital

La política sindical de clase debe tener su punto de partida en la lucha por una reducida jornada de trabajo, por altos salarios, por la defensa del trabajo femenino e infantil, por una amplia legislación fabril, etcétera; pero para desplegar la lucha por estas reivindicaciones parciales, se impone comprender su papel y significado en la lucha general de clase del proletariado, se necesita estudiar las causas de la formación de la legislación social. La actividad de Marx, en este sentido, fue admirable. Fue él quien analizó una enorme cantidad de informes de inspectores de fábricas inglesas, y toda la legislación fabril, etc. Basta tomar la obra fundamental de Marx, el primer tomo de El Capital, y se verá en ella que la cuestión de la compra y venta de la fuerza del trabajo, del valor de la fuerza del trabajo, de las formas y el grado de explotación de la misma, ocupa el lugar central. Pero Marx no se limitó a consagrar una gran parte del primer tomo de El Capital a la lucha teórica contra los economistas burgueses. En el mismo tomo da una respuesta política al problema de la actitud que deben adoptar los obreros en la lucha por las reivindicaciones inmediatas.

«Contra su voluntad, por la presión de las masas, el parlamento inglés renunció a la ley contra las huelgas y las trade-unions, después de que durante cinco siglos este mismo parlamento ocupó con su egoísmo desvergonzado la posición de una organización permanente de los capitalistas contra los obreros.»

Marx no solamente comprobó las aspiraciones de los capitalistas en lo que concierne a la explotación de los obreros, la prohibición de las coaliciones y de las huelgas, etc., sino que desde los primeros días de su aparición en la arena política, emprendió la lucha por la libertad de los sindicatos y de las huelgas, por la legislación sobre la jornada de trabajo. Toda su actividad literaria y política, todos sus folletos, discursos y libros, aun antes de la organización de la Asociación Internacional de Trabajadores, antes de la publicación del primer tomo de El Capital, lo testimonian. La proclama inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores, escrita por Marx, comienza de la siguiente manera:

«Un hecho muy significativo es que desde 1848 hasta 1864, la miseria de la clase obrera no ha disminuido…»

A continuación. Marx escribe lo siguiente sobre las condiciones de la conquista y la importancia de la legislación obrera:

«Después de una lucha de treinta años, sostenida con la mayor perseverancia, la clase obrera inglesa, aprovechándose de una disidencia momentánea entre los señores de la tierra y los señores del capital, consiguió arrancar el bill de las diez horas.

«Las inmensas ventajas físicas, morales e intelectuales que resultaron para los obreros de las manufacturas han sido anotadas en las Memorias bianuales de los inspectores de las fábricas, y en todas partes se complacen ahora en reconocerlas. La mayor parte de los Gobiernos continentales fueron obligados a aceptar la ley inglesa sobre las manufacturas, bajo una forma más o menos modificada, y el mismo Parlamento inglés se ve obligado cada año a extender el círculo de su acción.

«El bill de las diez horas no fue tan sólo un triunfo práctico, fue también el triunfo de un principio: por primera vez la economía política de la burguesía había sido derrotada por la economía política de la clase obrera.”

Vemos la importancia que Marx atribuía a la lucha tenaz de los obreros por la disminución de la jornada de trabajo y las demás conquistas en este sentido. No es que sobrestimase la legislación obrera, sino que juzgaba indispensable combatir la subestimación de la lucha de las masas obreras por sus reivindicaciones inmediatas.

Así, el Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores, formuló, a propuesta de Marx, el 21 de julio de 1865, el siguiente orden del día para el Congreso de Ginebra:

1) Unificación, con el concurso de la AIT, de las acciones que se realizan en las luchas entre el capital y el trabajo en los diversos países.
2) Los sindicatos, su pasado, su presente y su porvenir.
3) Trabajo cooperativo.
4) Impuestos directos e indirectos.
5) Reducción de las horas de trabajo.
6) Trabajo femenino e infantil.
7) La invasión moscovita en Europa y el restablecimiento de una Polonia independiente e integral.
8) Los ejércitos permanentes, su influencia sobre los intereses de la clase obrera.

Vemos que la mayor parte de los puntos del orden del día están dedicados a las cuestiones de la situación política y económica de la clase obrera. ¿Cuál es la causa de esta actitud? La siguiente:

«La situación de la clase obrera -escribió Engels- es la verdadera base y el punto de partida de todos los movimientos sociales de la historia contemporánea.»

En la Asamblea siguiente del Consejo General. Marx recomienda en nombre de una comisión especial, proponer al Congreso de Ginebra que organice el estudio de la situación de la clase obrera, según el siguiente esquema:

1) Oficio. 2) Edad y sexo de los obreros. 3) Número de los ocupados. 4) Las condiciones de contratación y salarios: a) aprendices; b) salarios por tiempo, a destajo o si el pago se realiza según el rendimiento del obrero medio; c) promedio semanal y anual del salario. 5) Las horas de trabajo: a) en la fábrica; b) en los pequeños talleres y en el trabajo a domicilio; trabajo diurno y trabajo nocturno. 6) Intervalo para la comida. Actitud del patrono con los obreros. 7) Estado de los locales de trabajo, aglomeración, ventiladores, insuficiencia de luz natural, alumbrado de gas, higiene, etcétera. 8) Carácter de las ocupaciones. 9) Influencia del trabajo en el estado físico. 10) Condiciones morales. Instrucción, situación de la industria en la rama dada. Sí el trabajo es estacional o se distribuye de una forma más o menos regular durante todo el año. Si se observan fluctuaciones sensibles. Si la producción está destinada al consumo interior o a la exportación.

Es también muy interesante el programa de reivindicaciones parciales elaborado por Marx para el Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores de Ginebra. Este programa termina con el capítulo «El pasado, el presente y el porvenir de los sindicatos» (consultar el capítulo Los sindicatos y la lucha de clases del proletariado) y abarca, además de la cuestión de la estructura orgánica de la Asociación Internacional de Trabajadores, los siguientes problemas: Formación de sociedades mutualistas, encuesta estadística sobre la situación de la clase obrera en todos los países efectuada por los obreros mismos, repertorio detallado de las cuestiones para la recopilación del material estadístico; el problema de la jornada de trabajo reducida y la implantación de la jornada de trabajo de ocho horas, la prohibición del trabajo nocturno para las mujeres, el trabajo infantil limitado a dos, cuatro y seis horas, de acuerdo con la edad de los niños. La educación escolar de los niños, comprendiendo la educación intelectual, física y tecnológica y la combinación del trabajo productivo y de la educación intelectual para los niños, etc.

Este mismo informe dedica un capítulo especial a la formación de cooperativas. Señala que el objetivo de la Asociación Internacional de Trabajadores es combatir las maniobras de los capitalistas siempre dispuestos, en caso de huelgas o lock-out, a aprovechar a los obreros extranjeros como instrumento destinado a sofocar las justas reivindicaciones de los obreros locales; combinar, generalizar y dar mayor uniformidad a los esfuerzos todavía dispersos que se hacen en los diversos países para la emancipación de la clase obrera, desarrollar entre los obreros de los diferentes países, no solamente los sentimientos de fraternidad, sino también su manifestación efectiva, y unificarlos para la formación del ejército emancipador.

Además, el informe contiene un capítulo especial sobre los impuestos directos e indirectos, sobre la necesidad de suprimir la influencia rusa en Europa para realizar el derecho de los pueblos a disponer libremente de sí mismos, sobre el restablecimiento de Polonia sobre una base democrática y social, sobre la influencia funesta de los ejércitos permanentes.

Contiene, en fin, la famosa consigna «el que no trabaja no come». Esto nos da una idea del carácter de este documento, que sirvió de punto de partida para la elaboración de programas de reivindicaciones concretas en todos los países capitalistas.

¿Por qué juzgó necesario Marx elaborar para el Congreso de Ginebra un plan detallado? ¿Por qué colocó en el vértice del ángulo las reivindicaciones económicas del proletariado? El mismo lo explica en la carta a Kugelmann del 9 de octubre de 1866:

«Lo he limitado (el programa) intencionadamente a los puntos que permiten a los obreros un acuerdo inmediato y una acción de conjunto, que responden a las necesidades de la lucha de clases y a la organización de los obreros como clase y las estimulan.»

Vemos aquí de nuevo a Marx como político y como táctico. Trata de obtener la colaboración de los obreros para acciones conjuntas, viendo en esto justamente la premisa «de la organización de los obreros como clase». Aquí aparece con especial relieve como táctico que sabe a qué eslabón hay que prenderse en el momento dado y en la situación concreta, para vivificar las masas y conducirlas a la batalla. Nuestros Partidos Comunistas y sindicales revolucionarios deben aprender de Marx este brillante arte táctico.

El Congreso de Ginebra de la Asociación Internacional de Trabajadores resolvió lo siguiente: «Declaramos que la limitación de la jornada de trabajo es la condición previa sin la cual todas las demás aspiraciones de emancipación sufrirán inevitablemente un fracaso… Proponemos que la jornada de ocho horas sea reconocida como límite legal de la jornada de trabajo.»

Queremos mencionar que en los Congresos de la Internacional Comunista y de la Internacional Sindical Roja, hubo comunistas que se manifestaron contra la jornada de siete horas, basándose en que la jornada de trabajo en algunos países, en algunas industrias, alcanzaba en realidad a 9 y 10 horas.

Marx atribuía una gran importancia a la disminución legal de la jornada de trabajo y a la legislación obrera, luchando contra los bakuninistas que intentaban demostrar lo contrario.

¡Qué lejos está este punto de vista de Marx sobre la legislación obrera, de la declamación altisonante (Marx diría «trascendental») de los bakuninistas sobre la inutilidad de la legislación obrera!

«La fijación de una jornada de trabajo normal – escribe Marx- es el resultado de una guerra civil prolongada y más o menos encubierta, entre la clase capitalista y la clase obrera.

«Para defenderse de la serpiente de sus sufrimientos (Heine) los obreros deben unificarse como clase y atrancar una ley que, potente barrera social, les impida venderse libremente al capital y condenarse, ellos y sus descendientes, a la esclavitud y a la muerte.»

La lucha de los comunistas por las reivindicaciones parciales, así como su programa después de la toma del poder, sirvió a los anarquistas de pretexto para acusar a Marx ya los marxistas de «estrechez burguesa» y de renuncia a la revolución. Confundían deliberadamente a los críticos de Marx con Marx mismo, haciendo pasar el revisionismo por marxismo. Los anarquistas ponían como punto central del debate la cuestión del Estado, y desde ese punto de vista juzgaban y condenaban a Marx y al marxismo. A este respecto, es muy característica la «crítica» hecha por el anarquista Cherkesov a los diez puntos del Manifiesto Comunista, que el proletariado deberá aplicar (según Marx y Engels) después de la revolución obrera, en cuanto se transforme en clase dominante.

Marx y Engels

1) Expropiación de la propiedad de la tierra y utilización de la renta del suelo a los gastos públicos.
3) Confiscación de los bienes de los emigrados y de los rebeldes.
8) Trabajo obligatorio para todos.

Cherkesov

1) ¡Toda la tierra al Estado! En Turquía la tierra es propiedad del Estado, del Sultán, que cede una parte de ella a sus fieles.
3) Vieja infamia, que practican todos los déspotas y opresores.
8) Cosa indignante, tomada de los jesuitas paraguayos.

Me abstengo de citar las demás profundas observaciones «críticas» de Cherkesov, que trata de demostrar que el Manifiesto Comunista no es más que un plagio literario. Esto basta para comprender el grado de «revolucionarismo» de las lumbreras del anarquismo ruso, que consideran la confiscación de la propiedad de los emigrados y contrarrevolucionarios como una «infamia». Para completar el cuadro, es necesario señalar, además, que este mismo Cherkesov lanza rayos y truenos contra las reivindicaciones parciales, tratando de demostrar que reivindicaciones como la de la jornada de ocho horas, la prohibición del pago de salarios en mercaderías, el establecimiento de la responsabilidad del patrono por la pérdida completa o parcial de la capacidad de trabajo del obrero, etc., no es más que legislación obrera del Estado burgués, sin ninguna relación con el verdadero socialismo.

Esta diferente actitud frente a la lucha por las reivindicaciones inmediatas, imprimió su sello en el trabajo científico-práctico de Marx y de sus adversarios proudhonianos y bakuninistas. Marx recopilaba con una enorme perseverancia los materiales y construía todas sus conclusiones sobre la base sólida de los hechos. Marx estudiaba ante todo las circunstancias y los hechos, y solamente después sacaba las conclusiones, cosa que los teóricos anarco­sindicalistas ignoran completamente.

La gran importancia que Marx atribuía a la dilucidación de la situación de la clase obrera, se demuestra en el cuestionario que preparó en 1880 para los obreros, publicado con su introducción en la revista socialista del 2 de abril de 1880. Marx fundamenta esta encuesta de la siguiente manera:

«Ningún gobierno (monárquico o republicano burgués) se ha atrevido a emprender una seria encuesta sobre la situación de la clase obrera francesa. Pero, en cambio, ¡qué de encuestas sobre las crisis agrícolas, financieras, industriales, comerciales, políticas!

«Las infamias de la explotación capitalista reveladas por la encuesta oficial del gobierno inglés; las consecuencias legislativas que dichas revelaciones han conllevado (reducción por ley de la jornada a diez horas, leyes sobre el trabajo de las mujeres y de los niños, etc.), han obligado a la burguesía francesa a temer aún los peligros que podría reportar una encuesta imparcial y sistemática.

«En la esperanza de poder impulsar al gobierno republicano a imitar al gobierno monárquico de Inglaterra y abrir una vasta encuesta sobre los hechos y los defectos graves y nefastos de la explotación capitalista, intentaremos con los débiles medios de que disponemos emprender una encuesta semejante. Esperamos obtener el apoyo para nuestra obra de todos los obreros de las ciudades y del campo que comprendan que sólo ellos mismos pueden describir con todo conocimiento de causa los males que les aquejan; que sólo ellos mismos y no sus salvadores redentores providenciales, pueden aplicar enérgicamente los remedios a los males sociales que padecen; contamos también con que los socialistas de todas las escuelas que desean una reforma social, deben también desear un conocimiento preciso y positivo de las condiciones en que trabaja y se mueve la clase obrera, la clase a la que pertenece el porvenir.

«Estos cuadernos de trabajo son la obra primordial que debe imponerse la democracia socialista para preparar la renovación social.»

La encuesta misma es en sí un documento minucioso, ampliamente elaborado, que merece la más cuidadosa atención. Su base reposa en las cuestiones que Marx planteó ya en los años 1865-66. Pero como se proponía hacer comprender, a los obreros y a los mismos socialistas franceses, la ligazón orgánica que existe entre la política y la economía -lo que fue y sigue siendo el punto más débil del movimiento revolucionario en Francia-, amplió considerablemente la encuesta, introduciendo también una serie de preguntas para precisar todavía más el tema. Las cien preguntas de la encuesta abarcan las formas de salario, la duración de la jornada de trabajo, la protección del trabajo, el coste de la vida, las formas de solución de los conflictos, las formas cómo el patrón ejerce influencia sobre los obreros, la cuestión de la ayuda mutua, las formas de intervención de los órganos del Estado en las luchas entre el capital y el trabajo, las variedades y formas de las sociedades de ayuda mutua, voluntarias y forzosas, el número y carácter de las sociedades de resistencia, el carácter y la duración de las huelgas, etcétera.

Marx y los sindicatos (VI): Marx al otro lado del Atlántico

6. Marx al otro lado del Atlántico

«Si quisiéramos construir, partiendo de las necesidades del sistema económico capitalista, el ideal de un país para el desenvolvimiento capitalista, no se diferenciaría en nada de los Estados Unidos, por sus particularidades y su extensión.»

Así define Werner Sombart esta tierra prometida del capital monopolista.

En la época en que apareció Marx en la arena política, los Estados Unidos del Norte absorbían enormes masas de emigrantes de Europa. Este amplio torrente de inmigración se dispersaba rápidamente por el inmenso país, pero no cesaba, crecía continuamente con nuevas capas nacionales y sociales: artesanos arruinados por la introducción de la maquinaria, desocupados de la joven industria, campesinos empobrecidos y proletarizados y numerosos elementos de la pequeña burguesía urbana. La corriente de la emigración alcanzó enormes proporciones después de la derrota de la revolución en Alemania, Francia y Austria, en el año 1848. De 1770 a 1845, entraron en los Estados Unidos un millón de personas, mientras que durante los años 1845 a 1855 entraron tres millones, la inmensa mayoría de los cuales llegó en los años que siguieron a 1848.Continue Reading

Marx y los sindicatos (V): Marx y el movimiento obrero francés

5. Marx y el movimiento obrero francés

Una de las fuentes del marxismo es, como es sabido, el socialismo francés. ¿Qué es lo que Marx ha tomado del socialismo francés, y qué es lo que le dio?

Al estudiar las revoluciones burguesas de Francia, Marx demostró en sus obras, con la fuerza que le caracteriza, cómo la burguesía hace de los obreros su carne de cañón y cómo después de la revolución toma contra la clase obrera todas las fuerzas, tanto del viejo como del nuevo Poder del Estado. Marx se dio cuenta del carácter utópico del programa de Babeuf, Saint Simón, Charles Fourier y Cabet, pero los apreciaba altamente como precursores del socialismo científico. Marx sabía distinguir entre el sincero socialismo utópico y la politiquería socialista pequeñoburguesa de Louis Blanc y compañía. Marx creó el socialismo científico mediante la negación dialéctica del socialismo utópico y la viva elaboración de la impetuosa historia de la obra revolucionaria de las masas trabajadoras de Francia. La experiencia revolucionaria de las masas es precisamente la principal y fundamental fuente francesa del marxismo.

La conspiración de los Iguales, fue la respuesta de las masas, desilusionadas ante la Gran Revolución, al triunfo de la reacción termidoriana. Los «babeufistas», como se sabe, expusieron sus concepciones en cuatro documentos: 1) Manifiesto de los Iguales; 2) Análisis de la doctrina; 3) El acto de insurrección; 4) Los decretos.

Los «babeufistas» se propusieron organizar la insurrección de los pobres contra los ricos; y dándose cuenta exacta de que la raíz de todo el mal consistía en la propiedad, luchaban por el establecimiento de la igualdad económica. El Manifiesto de los Iguales proclama que: «La Revolución Francesa es solamente la precursora de otra revolución más grande, más imponente, que será la última.»Continue Reading

Los Wobblies

Documental The Wobblies (1979), dirigido por Stewart Bird y Deborah Shaffer, subtitulado al castellano. Se puede descargar desde el blog del Ateneo Proletario de Vallecas, o ver en Youtube.

 

 

Preámbulo a los Estatutos de la IWW

La clase obrera y la clase patronal no tienen nada en común. No puede haber paz cuando millones de trabajadores pasan hambre y necesidad mientras unos pocos, la clase patronal, disfrutan de la buena vida.

La lucha entre estas dos clases debe proseguir hasta que los trabajadores del mundo nos organicemos como clase, nos adueñemos de los medios de producción, abolamos el trabajo asalariado y vivamos en armonía con la Tierra.

Vemos cómo la concentración industrial cada vez en menos manos hace que los sindicatos de oficio se vean incapaces de hacer frente al creciente poder de la patronal. Los sindicatos de oficio promueven un estado de cosas que permite que un grupo de trabajadores se enfrente con otro grupo de la misma industria, saliendo ambos derrotados en la guerra por el salario. Es más, los sindicatos de oficio ayudan a la clase patronal a confundir a los trabajadores, haciéndoles creer que la clase obrera tiene algo en común con sus patrones.

Esto puede cambiar, haciendo que los intereses de la clase obrera sean defendidos por una organización formada de tal modo que todos sus miembros, de cualquier industria, o de todas las industrias si fuese necesario, dejen de trabajar cuando se produzca una huelga o un lock-out en cualquier sector de las mismas, haciendo así que un ataque a uno se convierta en un ataque a todos.

En lugar del eslogan conservador “Un salario digno por una jornada digna”, debemos inscribir en nuestra bandera la consigna revolucionaria “Abolición del sistema de trabajo asalariado”.

La misión histórica de la clase obrera es acabar con el capitalismo. El ejército de productores debe organizarse, no sólo para su lucha cotidiana contra los capitalistas, sino también para hacerse cargo de la producción cuando el capitalismo haya sido derrocado. Al organizarnos en las industrias estamos dando forma a la estructura de la nueva sociedad en el seno de la vieja.

Qué son las Alianzas Obreras (G. Munis, 1934)

Qué son las Alianzas Obreras, Grandizo Munis (septiembre de 1934).

La gran tendencia intuitiva hacia la unidad de combate de la clase trabajadora, desarrollada a impulso del triun­fo fascista en Alemania y Austria, nos induce a escribir este folleto con el propósito de esclarecer las ideas de frente único, rodeadas hoy, tanto en España como en otros países, de una atmósfera confusa que empaña los resultados efectivos de la forma más contundente de lu­cha revolucionaria.

Nada aparece tan claro en el momento presente como el espíritu de unidad, que invade los sectores todos del movimiento obrero; sin embargo, juiciosamente, debemos reconocer los escasos resultados prácticos de las acciones colectivas, lo que, sin duda, no es culpa de la política de combate unificado. Los errores, equívocos, deformaciones u omisiones en la idea que cada organización sustenta respecto al frente único, son la causa del estado embrio­nario en que ésta se encuentra. No tratamos de respon­sabilizar por ello a una sola organización, porque esto equivaldría a reconocer justas las posiciones de las res­tantes, cosa que dista bastante de la verdad; pero estamos persuadidos de que una labor eficiente y ordenada, puesta en práctica desde y por las Alianzas Obreras, reco­rrería pronto casi todo el camino de la unificación revo­lucionaria, contra cuyo bloque la reacción saltaría des­pedazada.Continue Reading

La larga marcha del movimiento obrero español hacia su autonomia

Julio Sanz Oller, Horizonte español (1972).

Aunque la lucha obrera nunca desapareció completamente en nuestro país, desde la derrota de 1939, se puede decir que el movimiento obrero, como movimiento organizado, generalizado y permanente, ha recomenzado su existencia a partir del nacimiento de las Comisiones obreras.

Si aún es pronto para intentar una historia del nacimiento y desarrollo de las Comisiones obreras y de la agitación obrera de estos últimos años, no lo es para valorar algunos de sus aspectos más importantes. No sólo no es pronto para eso, sino que ya es tiempo de hacerlo. Los escasos análisis que existen hasta la fecha —dispersos en publicaciones clandestinas o en revistas extranjeras— han sido elaborados casi sin excepción por personas ajenas a la lucha obrera, por los profesionales del análisis, los «pensantes». Y eso, desde una perspectiva leninista, según el clásico esquema prefabri­cado en el que sólo hay que ir rellenando los espacios dejados en blanco. Para esta gente, el fenómeno autonomista que se ha iniciado ya en España no es más que un brote «anarcosindicalista», que encaja muy bien en sus esquemas, para combatirlo, claro.

Los que hemos vivido el nacimiento del movimiento autonomista en Barcelona, por participar activamente en él, no creemos que la cosa sea tan simple como para darle el pasaporte estampillándole una rimbombante etiqueta. Demasiado fácil.

Yo no intentaré hacer ahora el análisis de lo sucedido estos años. Me limitaré simplemente a publicar unas rápidas notas sobre el nacimiento del movimiento autonomista en España, poco conocido porque unos no tienen ganas de que se conozca, y otros no tienen tiempo, capacidad o medios para hacerlo conocer. Al ser reciente, estar muy disperso y sin coordinar, las notas son parciales e incompletas, pues el autor sólo conoce bien lo que ha vivido; anima desde aquí, a los demás grupos dispersos por el país a hacer lo mismo, enviando sus reflexiones a Cuadernos de Ruedo ibérico, mientras no dispongamos de un portavoz común, editado por nosotros sobre el terreno.

Hay que romper la barrera del silencio a la que nos quieren reducir las dos censuras: la oficial y la otra.

1. Todos respetan la autonomía…

La oposición pensante, por una vez, se ha puesto de acuerdo: la organización de los trabajadores debe ser autónoma. He leído docenas de revistas de todos los grupos que han existido en España desde 1964, y no he podido encontrar la rara perla de algún grupo al que se le escapase decir que ellos existían para dirigir la organización de clase de los trabajadores. Todos son «la vanguardia política», eso sí, pero que se sitúa a otro nivel, no interfiriendo por tanto directamente en la específica organización de los trabajadores. Esta, en la ocasión las Comisiones obreras, debe tener su propia dinámica, afirman todos, y decidir por sí misma las moda­lidades y características de acción y organización que los trabajadores estimen convenientes.

Esta es la teoría.

… pero todos quieren dirigir…

En la práctica, si las Comisiones obreras están hoy descuartizadas entre diversas tendencias políticas que las dominan y dirigen, es porque los grupos se han lanzado como hienas sobre el cuerpo del recién nacido, sin darle tiempo a que creciera. No voy ahora a escan­dalizarme ingenuamente de la hipocresía de quien dice una cosa y hace otra. La táctica, en la politiquilla como en la política de altura, obliga a menudo a decir lo contrario de lo que se piensa, a desmentir la evidencia, a contradecirse, sosteniendo imperturbablemente que se está diciendo lo mismo de siempre.

No es eso lo importante. Más interesa averiguar por qué todo el mundo se cree en la obligación de afirmar que apoya la autonomía de la organización de clase. O conocer las restricciones mentales que los teóricos de la dialéctica del disimulo ponen en juego cada vez que pronuncian la palabra «autonomía». Tal vez así nos hiciéramos una idea del tipo de autonomía que los grupos políticos están dispuestos a permitir a los trabajadores que quieren construir una organización de clase.

2. En el principio estaba el leni­nismo…

Se puede decir que cuando nacen las Comisiones obre­ras, entre 1962 y 1965, como una expresión de la lucha cada vez más dura y organizada de los trabajadores, sólo existe el Partido Comunista como fuerza organizada y coherente a nivel nacional. ASO, USO, UGT, CNT, son débiles, cuando no locales o puramente nominales. Los retoños que se van desprendiendo regularmente de la rama madre (M-L, PC [i], etc.) no abandonan su origen marxista leninista. Quedan FLP, ESBA, FOC, en Castilla, País vasco y Cataluña, respectivamente, que empezaron siendo castristas para acabar alineándose en los esque­mas teórico-organizativos clásicos. También existe en Madrid y Navarra la AST (luego ORT), que ni dios sabía lo que era, pero que el Partido Comunista se encargaba de írselo diciendo. Es decir, la casi totalidad de lo que existía organizado políticamente en España por aquel entonces, seguía fielmente los principios del leninismo. Tener esto presente es fundamental para la comprensión de lo que luego ocurrió en las Comisiones obreras.

… claro, sencillo y atrayente…

El esquema de Lenin, expuesto fundamentalmente en su ¿Qué hacer?, es claro, sencillo y atrayente. Lenin parte del principio de que el enfrentamiento contra el capita­lismo debe ser preparado cuidadosamente por la gente más consciente. Pero como la conciencia socialista sólo puede surgir sobre la base de conocimientos científicos profundos y no de la lucha de clases, Lenin concluye diciendo que como el proletariado no posee esa ciencia, depende de quienes la poseen y deben trasmitírsela, es decir, los intelectuales burgueses. Si la lucha obrera no puede por sí sola sobrepasar el estadio de la reivindicación económica, se establece un corte entre el proletariado y su lucha por un lado, y la lucha por el socialismo por el otro. Los trabajadores se organi­zan en sindicatos para conseguir sus reivindicaciones económicas, mientras que la vanguardia política que lucha por el socialismo —porque posee la ciencia y la conciencia socialista— se organiza en el partido político. La subordinación de los sindicatos al partido, en esas condiciones, no deja lugar a dudas, y el partido bolchevi­que intentará por todos los medios dirigir los sindicatos y los soviets, antes de la revolución. Después, acabará incluso con la apariencia de representación autónoma de los trabajadores.

… que divide la lucha en dos cam­pos y dos organizaciones, bajo una sola dirección política…

Así pues, el leninismo distingue y separa la organización de masas y el partido político. Aquella tiene competencia para las cuestiones meramente económicas, y es incapaz de ir más allá. Es en este reducido margen de actividad que Lenin y los leninistas conceden autonomía al movi­miento de masas. La lucha por el socialismo es asunto de la restringida élite, compuesta principalmente por intelectuales y universitarios. Su misión es conducir a las masas obreras hacia la toma del poder.

Naturalmente, las masas obreras no seguirán a la vanguardia espontáneamente, sino que la seguirán en la medida en que sea capaz de convencer a los trabajado­res, gracias a sus planteamientos «justos». ¿Cómo conseguirlo? No disponiendo de la TV, ni de la radio, ni de la prensa, para poder contrarrestar la ideología de la clase dominante, los militantes del partido deben fundirse en la masa, estar presentes en las fábricas, en los barrios obreros, en las organizaciones de clase, para repetir incansablemente las consignas del partido, lograr adeptos, extender su área de influencia y conseguir que el proletariado adhiera a los principios del partido, que podrá así movilizar a amplias capas de la población, cuando y como lo crea necesario.

…que debe imponerse como sea…

Es evidente que el hombre de partido que realiza su trabajo entre las masas no se contenta con una simple labor de propaganda y de captación. Si se limitase a extender su mercancía, junto a la de los otros represen­tantes de las casas políticas de la competencia, esperando que la clientela obrera eligiese, se podría decir que respetaba la autonomía del movimiento de masas. En efecto, esa misma autonomía implica que cada uno piense como quiera y exprese sus opiniones con plena libertad. Pero ese proceder no es eficaz, porque la competencia es grande, ya que las «vanguardias» proliferan y se multiplican. Por otra parte, los pobres trabajadores, tan ignorantes y alienados ellos, no saben lo que les con­viene, y son remisos a seguir las consignas.

… porque la vanguardia siempre va delante…

Lo mejor es que la vanguardia les dirija, incluso en sus organiza­ciones de clase. Así, es más fácil subordinar las reivindi­caciones económicas a las exigencias políticas del programa del partido, que debe basarse en la organización de los obreros para la unificación y desarrollo de la lucha de clases contra el régimen capitalista. Además, quien se siente élite acepta difícilmente no jugar su papel —del que está fuertemente imbuido—, en todas las ocasiones posibles. ¿Y por qué no ponerse de acuer­do entre varios del mismo partido para dirigir más eficazmente a los pobres, ignorantes y alienados obreros, en su propia organización? Al fin y al cabo, es por su bien, pues se trata de acelerar la toma del poder por el prole­tariado. La única pega, una vez más, es la competencia. Muchos grupúsculos —revisionistas, reaccionarios, iz­quierdistas, provocadores, etc.— intentan lo mismo. No se puede permitir que engañen a los trabajadores; hay que desenmascararlos; hay que ser más hábiles y más fuertes que ellos, para marginarlos. Una vez conseguido esto, los trabajadores aceptarán sin rechistar que cope­mos los organismos de dirección. Al fin y al cabo, es por su bien… y como somos la vanguardia…

… aunque las masas la precedan…

Es bajo esta óptica como hay que comprender la noción de autonomía capaz de caber en la mente de un leninista, muy seguro de su capacidad y de su partido, confiando muy poco en la capacidad creadora de las masas. Y cuando las masas se ponen en movimiento, sin avisar a nadie, ni siquiera a la «vanguardia», corren a sacar octavillas y periódicos publicando noticias de la acción, como si hubiese sido dirigida por ellos, intentando relanzarla una segunda vez, para que quede bien patente su intervención, que es lo que interesa. A eso se le llama «recuperar orgánicamente» la inadmisible espontaneidad de las masas.

3. Pequeña historia del naci­miento…

Con lo dicho, creo que ya estamos en condiciones de comprender el hilo conductor de la historia de las Comisiones obreras, desde su nacimiento hasta su des­membración entre los diferentes grupos leninistas. No se puede decir que su contenido inicial fuera el de una crítica radical al capitalismo, pero nacieron como un desafío a las instituciones del Estado, concretamente a la CNS, sindicato de control y represión, respetado desde siempre por el PC, que aceptaba sus reglas de juego y se limitaba a hacer de oposición legal.

… de un movimiento espontáneo revolucionario…

En efecto, las Comisiones obreras, en sus inicios, no son más que una repulsa a la CNS, a sus jurados vendidos e inamovibles, a sus secretas deliberaciones en inaccesi­bles recámaras. Pero en el contexto español de los años 60, esta ruptura con los cauces legales es total­mente revolucionaria. Así lo entiende el gobierno, hacien­do encarcelar a los comisionados. Y así lo entiende el PC, cuya trasnochada estrategia del «aprovechamiento de los cauces legales» es puesta en entredicho, y no por grupos izquierdistas, sino por los sectores más avan­zados del proletariado español. El PC decide pues movi­lizar sus fuerzas a escala nacional. Sus líderes saltan a la palestra. Hay que tomar la cabeza del movimiento. Los católicos, organizados en sus sindicatos clandestinos no serán un estorbo, y muy pronto dejarán el campo libre. Los «felipes» están curando sus heridas.

… y de su recuperación por el Partido Comunista…

La «operación Comisiones obreras» empieza a finales de 1964. Su puesta en práctica varía según los lugares. En un primer tiempo, se trata de enterrar el cadáver de la «Oposición Sindical Obrera» (sindicato clandestino creado por el PC, que nunca llegó a tener más adherentes que los propios militantes del partido), para sustituirlo por las flamantes Comisiones obreras.

Un ejemplo gráfico de cómo se llevó a cabo esta susti­tución nos lo ofrece el boletín Asturias[1] del PC asturiano. Cauteloso, mantiene simultáneamente las dos posibili­dades, por si acaso. Ingenuo, no se preocupa de enmas­carar el cambio, y el boletín aparece simultáneamente en sus dos versiones. Disciplinado, trata en ambos los mismos problemas, y de la misma manera, con el mismo estilo.

En Barcelona, donde los grupos sindicalistas compuestos casi exclusivamente por militantes católicos, ASO, SOC, tienen una cierta fuerza, se trata de integrarlos en el movimiento. La audiencia así adquirida servirá para acreditar a los principales líderes, que serán lanzados a la acción con desprecio total del peligro, sin miedo a «quemarse», esa obsesión en la mayoría de sindicalistas católicos, que no pueden seguir el ritmo impuesto por el PC. Cuando ASO y SOC se marginan, el movimiento ya está lanzado, y algunos jóvenes no organizados de la JOC permanecen en las Comisiones obreras, consti­tuyendo una de las principales canteras del FOC. Se suscitan nuevos luchadores, reviven o se crean más grupos. Pero el PC ya lleva varias vueltas de ventaja y está decidido a conservarlas.

En Madrid se establece una extraña Santa Alianza entre los falangistas de izquierda (corriente Maeztu), la socialdemocracia en su versión tiernogalvanista (cuyo líder obrero es Hernando), los demócratas cristianos (representados por Martínez Conde), los católicos de AST y el PC. Esta amalgama, que dura casi dos años, consigue importantes movilizaciones y se constituye en el centro ideológico del movimiento. En 1966 publican los dos documentos más conocidos sobre las Comisiones obre­ras: «Ante el futuro del sindicalismo», considerado luego demasiado izquierdoso, por lo que se olvidará; la «Declaración de las Comisiones obreras de Madrid», en cambio, será profusamente distribuido.

larga marcha 1

Madrid cuenta también con el portavoz más destacado, el líder más conocido: Marcelino Camacho. Antiguo militante de UGT, cuenta 54 años de edad. Estuvo un año en la cárcel, al terminar la guerra, y 14 en el exilio. En 1957 ingresó en la Perkins donde llegó a alcanzar el puesto de jefe de taller, siendo elegido jurado de empresa. Rechonchete, simpático, de palabra y sonrisa fáciles, es el líder y public relations en una pieza. Se pasea por España dando mítines, recibe a sindicalistas extranjeros, escribe en Cuadernos para el Diálogo, multi­plica las declaraciones a los periodistas, contacta perso­nalidades, es siempre el más escuchado, el que dice la última palabra. Ejerce ya las funciones de secretario sindical.

La primera etapa de la operación constituye un éxito sin precedentes en Madrid. Al conjuro de las Comisiones obreras se ha conseguido la unión de los antifranquistas, se logra hacer salir a los trabajadores a la calle y se «colocan» algunos líderes. En Barcelona no puede decirse lo mismo. A causa de una prematura y certera represión, seguida —por otras causas— del abandono de ASO, USO y SOC, desaparece el movimiento, hasta el verano de 1966. En Bilbao, USO y PC juntos logran algunos éxitos. En Asturias y Guipúzcoa habrán de espe­rar a que el nombre de Comisiones obreras se popularice en toda España, aunque la práctica existe en las empre­sas y las minas.

Pero se da la orden para que empiece la segunda etapa. Se trata de aprovechar el aparato que se ha montado, y la influencia de los líderes, para conseguir copar el mayor número posible de puestos en la CNS, que ha convocado elecciones para septiembre de 1966. El sueño dorado del PC a punto de hacerse realidad. Los militantes de Madrid se preparan febrilmente desde hace meses. Los líderes se dejan ver a menudo por el sindicato, aprovechan todas las ocasiones para tomar la palabra, oponiéndose a los jerarcas. Se hacen populares, y son elegidos.

En Barcelona, la consigna de preparar las candidaturas de Comisiones obreras ha sido lanzada muy tarde (un mes antes de las elecciones); pero tiene la virtud de servir de aglutinante. Las Comisiones obreras se vuelven a poner en marcha. Al amparo del referéndum, la policía tolera las reuniones, y antes de que la represión comience de nuevo, el esqueleto organizativo ya está en pie. Los resultados de las elecciones no son muy brillantes para las Comisiones obreras, pero han servido para lanzar­las.

En Vizcaya, la alianza del PC con el USO, que en el norte tiene cierta fuerza, produce buenos resultados. En cambio en Asturias, cuna de las verdaderas comisiones, el porcentaje de votantes es de los más bajos de España. Las Comisiones obreras son ya sobradamente conocidas y prestigiadas. Se puede pasar a la tercera etapa, la de su utilización política. En las mesas redondas con «fuerzas» de la oposición, en los contactos secretos con personalidades «evolucionistas», en su estrategia gene­ral, el PC necesita aparecer como el árbitro indiscutible del Movimiento obrero. A su toque de silbato, las masas se ponen en movimiento y marcan goles al capitalismo. Pero como buen árbitro, el PC obligará al movimiento obrero a observar el reglamento. Ni violencias ni revolucionarismos. No se ataca a la Iglesia, ni al ejército, ni a los capitalistas no monopolistas. Pero en esta etapa empieza a complicársele las cosas al PC. El leninismo ha hecho más pequeños, que han crecido deprisa y reclaman ya su parte de herencia. El FOC en Barcelona, los M-L en Madrid, ESBA en el País vasco, el PC [i]. Afortunadamente, AST-ORT no tiene todavía pretensiones dirigistas y los M-L son relegados a los barrios, puesto que no se hallan implantados en las fábricas. Así que, en Madrid, se salva el liderazgo. No se puede decir lo mismo en las demás localidades. En Vizcaya el USO abandona las Comisiones obreras por incompatibilidad con el PC. La represión se ceba en los dirigentes, dema­siado conocidos, y el nacionalismo vasco se encarga del resto. La huelga de «Laminación de Bandas», al margen de cualquier dirección exterior a los propios trabaja­dores, que evitan titularse «comisión», para evitar con­fusiones, es un ejemplo del tipo de lucha autónoma en el País vasco. En Guipúzcoa las Comisiones obreras nunca han sido muy fuertes, porque ETA, que polariza la lucha política no se ocupa de esos menesteres, ni el PNV tampoco, ni la STV. Se crean en cambio, pluralistas, los «comités de fábrica», que logran una momentánea difusión. Pero la brutal represión que se ejerce ininte­rrumpidamente sobre los trabajadores vascos, con más saña aún que en el resto del país, a causa de las actividades de la ETA, dificulta mucho más la coordina­ción.

En Asturias, la UGT recobra una cierta audiencia. Apare­cen en Gijón las CRAS (Comunas Revolucionarias de Acción Socialista), de tendencias consejistas. Los mine­ros siguen actuando a su guisa.

…y por el FOC…

En Sevilla, el líder Saborido mantenía una cierta agita­ción sin problemas (represión aparte), hasta la llegada del PC [i]. En Barcelona, el FOC, que renace de sus cenizas, demuestra ser menos dócil que la AST, y con las ideas bastante más claras. En 1968, se hace con el control de la Coordinadora Local. El PC se anquilosa, sus viejos dirigentes obreros no encuentran relevo, y cuando la represión se abate sobre ellos, los «felipes» llenan los huecos. La batalla entre los primos hermanos leninistas conduce en 1969 a la división de las Comisiones obreras en dos coordinadoras diferentes. La Coordina­dora Local, burocratizada y esclerotizada, queda en manos del PC, que se encuentra solo, aislado. Las Zonas geo­gráficas, con participación de estudiantes, son dirigidas por el FOC. Pero no iban a durar mucho.

4. La reacción antidirigista del ¿Qué hacer?

Cuando el doble control burocrático de las Comisiones obreras estaba en todo su apogeo (marzo de 1969), surge en Barcelona una revista que expresa la tendencia de los militantes independientes, sin partido, de dicha ciudad. Esta revista, ¿Qué hacer?, arremete contra los reformistas (PC y su Local), y contra los verbalistas (FOC y otros grupitos de menor importancia). Ataca el politiqueo en las Comisiones obreras, la «inevitable burocratización de los partidos», el dirigismo político en las Comisiones obreras.

La nueva tendencia aglutina rápidamente a casi todos los militantes de las Comisiones obreras no encuadrados políticamente, provoca la disolución de las Zonas, el aislamiento del PC en la Local, y precipita la crisis del FOC, que acabará por desaparecer antes de finalizar el año.

… da la señal de alarma…

La importancia de ¿Qué hacer? puede medirse ahora, con tres años de perspectiva. Y sus fallos también. Fue el primer ataque serio al burocratismo de las Comisiones obreras; despertó la conciencia de que la autonomía de la organización de clase era no sólo necesaria sino posible; devolvió la palabra a los trabajadores (aunque bien pocos la usaron) y estuvo en el origen de la revolución autonomista que no ha cesado de desarrollarse desde entonces. Su influencia excedió los límites locales. En Madrid, grupos de trabajadores reproducían los números de la revista, para difundirlos. De Valencia y Sagunto se desplazaron obreros para dialogar con «los de qué hacer»; las CRAS de Asturias se relacionaron con ellos, pues descubrieron varios puntos comunes.

…pero se queda corta…

Pero ¿Qué hacer?, como es lógico, se quedó corto, pues sus militantes más destacados acusaban aún la ideología en la que se habían bañado hasta entonces. Si bien la tendencia ataca sin descanso las nefastas consecuencias de la actuación de los partidos políticos en las Comisio­nes obreras, no se atreve a sacar las conclusiones más radicales que se imponen lógicamente. ¿Qué hacer? sigue distinguiendo entre sindicatos y partidos, entre sindicalismo y política. «La revolución se iniciará en su día por el impulso de una pequeña vanguardia organi­zada». Una de las condiciones para que sea posible la revolución es «la existencia de un partido obrero revolu­cionario en el que la clase confíe». En las Comisiones obreras se hace la toma de conciencia sindical; la minoría política pasa a engrosar las filas de los partidos políticos, que siguen siendo necesarios. Ahora bien, estos partidos deben ser buenos chicos y no atentar a la autonomía de las Comisiones obreras. Como se ve, ¿Qué hacer? cree aún en los Reyes Magos.

larga marcha 2

Para defenderse de los ataques de «antipartidismo» y «anarcosindicalismo» que les lanzan sus enemigos, ¿Qué hacer? se cree en la obligación de publicar solemnes declaraciones de fe en los partidos políticos, multiplicando, encuadradas, las frases de Lenin. El leninismo salió intacto, incluso ennoblecido, de las páginas de la revista. Era pronto para atacar de frente a los dogmas, pero la simiente estaba echada, y eso era peligroso. Así lo comprendieron los burócratas de todo pelo, que contemplaban el insólito fenómeno con no poca aprensión. El PC intentó descargar la bomba, y en el n.° 6 de Unidad, año XIII, saludan la aparición del n.° 1 de ¿Qué hacer?, afirmando que el PC siempre ha sido partidario de la autonomía del Movimiento Obrero, como lo demuestran los hechos… PC [i], M-L (tendencia El Comunista), PCR y otros intentaron introducirse disimu­ladamente en la tendencia, para deshacerla. Pero quien más se desmelenó en sus ataques, no vacilando en llegar hasta la calumnia personal, fue el FOC, el más perjudi­cado en el asunto, pues todo empezó en su seno. No hay piedad para los desertores.

Cuando ¿Qué hacer? consideró terminada su labor de denuncia y de aglutinamiento, tuvo que pasar a una etapa más concreta de organización, presentando una alternativa en el terreno de las Comisiones obreras. Optó por disolverse para dar paso a las «Plataformas», que coordinaban por sectores geográficos a las comisiones de empresa, sin distinción de ramos. Empezaron a publi­car Nuestra Clase. Al mismo tiempo, se crearon los «Círculos de formación de cuadros», para todos los trabajadores que sentían la necesidad de una formación teórica, con la que poder apoyar y desarrollar su práctica en la empresa, dándole una dimensión universalista. Estos «Círculos», sin ideología previa, intentarían enseñar el método dialéctico a los militantes, para que estuviesen armados ante cada situación concreta y fuesen capaces de analizarla por sí mismos, sin tener que depender del teórico de turno.

larga marcha 3

Como ¿Qué hacer? no había profundizado hasta el análisis último del leninismo, la crítica sólo había alcanzado a los grupos entonces existentes. Así, las «Plataformas» y los «Círculos» no tuvieron inconve­niente en admitir la ayuda de los Bandera Roja, leninis­tas universitarios con «apariencia honrada», como dijo alguien, en mal de base obrera. Con más habilidad, porque con menos fuerza, intentaron repetir la experien­cia del PC y del FOC; es decir, quisieron tomar la dirección, primero ideológica y luego orgánica, de las «Plataformas» y de los «Círculos». Otra desgraciada experiencia más con un grupo leninista. Algunos circulistas empezaron a plantearse la cuestión de fondo. Mientras, las «Plataformas» conocían su primera esci­sión, provocada por los Bandera Roja, que se hicieron fuertes en un barrio de Barcelona, que empezó a funcio­nar como sector aparte, para no contaminar a sus ovejas de la peste anarcosindicalista que, según los pastores, empezaba a causar estragos.

… y fracasan.

Por otra parte, surgió el problema de la formación. Falta­ban cuadros con capacidad para formar a nuevos cua­dros. Tras muchas vacilaciones, decidieron llamar a los intelectuales. Pero, ¿qué perspectiva podía ofrecer el obrerismo de los «Círculos» a un intelectual, como no fuese la de ayudar sin pedir nada a cambio? Pero también lo de Blancanieves es un cuento. Los «Círcu­los» se ahogaban en su propia incapacidad teórica. A juicio de algunos, tardaban ya demasiado en definirse y estructurarse. ¿Qué eran los «Círculos» en el movi­miento obrero? ¿Qué eran las «Plataformas»? ¿Qué relación debían guardar unos y otras? ¿Qué es un movimiento de masas? ¿Qué es una vanguardia? ¿Cómo surge o cómo se construye? Cansados de su incapacidad para resolver estos problemas, los «Círcu­los» se dividieron entre los partidarios de una organiza­ción más estricta, leninista vergonzante, y los irreduc­tibles de la autonomía, dispuestos a seguir la experiencia hasta sus últimas consecuencias. Unos y otros, eso sí, partidarios de la total independencia de la organización de clase. Algo es algo.

Ante la desorientación y división de sus más firmes pro­motores, «Plataformas» fue investida por buen número de minigrupúsculos leninistoides, que esperaban con impaciencia su turno para dirigirlas. Lo malo es que nadie sabía hacia dónde. Empezaron a navegar a la deriva.

5. Pero la simiente autonomista ha echado raíces…

Los agoreros estalinistas no se habían equivocado. La crítica al dirigismo acabó engendrando la crítica a los sistemas organizativos autoritarios. Empezaron a surgir cantidad de grupos autónomos. Sin conexión entre sí, sin objetivos claros, sin capacidad para explicar teóricamente su postura, la práctica cotidiana de la lucha en las empresas y en los barrios creaba núcleos de obreros unidos por el mismo rechazo a las formas clásicas de organización. La huelga de Harry-Walker y la agitación de Santa Coloma, al poner de relieve la inadecuación de los partidos a la lucha que surge de la base, al desen­mascarar públicamente sus deseos dirigistas y recupera­dores, colmó el vaso de la desconfianza. Surgieron grupos autónomos en Santa Coloma, en Barcelona, en el Vallés, en el Bajo Llobregat.

larga marcha 4

Se intentó la unificación, pero sin éxito. Estos grupos, si bien consiguieron eliminar el fenómeno burocrático y descentralizador, si bien consiguieron marginar a los estudiantes e intelectuales de la dirección de la lucha obrera, no supieron terminar con el liderismo, ni con las diferencias personales del pasado. Cada líder estaba celoso de su autoridad sobre los miembros de su tribu, y no quería arriesgar su liderazgo en uniones más amplias.

El obrerismo, la dedicación total al trabajo de base cons­tituyen la fuerza y la debilidad de estos grupos. Su fuerza, porque son grupos auténticamente obreros, dedi­cados de lleno a la labor de agitación en empresas y barrios, desbancando en sus sectores la escasa influen­cia que podían haber adquirido tal o cual partido. Los trabajadores se sienten más atraídos por las ideas auto­nomistas que por las dirigistas. Pero al mismo tiempo, esta dedicación exclusiva a la labor de base les hacía caer en el activismo total, en el inmediatismo, en la ausencia de teorización, en el desprecio por los análisis y la reflexión, en la incapacidad de formarse histórica y políticamente. Los grupos autónomos de Barcelona inten­taron algo en este sentido, publicando numerosos traba­jos, unos originales, de tipo práctico: «Lucha contra la represión», «Cómo luchar contra los cronometrajes», «La lucha contra la explotación en la empresa», y otros más teóricos, traducidos del francés: Notas para un análisis de la revolución rusa, textos de Cardan y Pannekoek, La Europa salvaje. Pero finalmente, la frac­ción activista y demagógica se impuso, y el grupo se preocupa hoy más de estructurarse como tal grupo (prospección, organización, etc.) que de ser un centro impulsador del movimiento autonomista, irradiando ideas, reflexiones y realizaciones ejemplares; un centro que ejerciese una crítica constante a formas caducas de organización, facilitando la puesta en marcha de más grupos autónomos. Faltaron militantes con experiencia y capacidad, y optaron por la solución más fácil, per­diendo su originalidad y razón de ser. Hoy son un grupo más.

… y se desarrolla,

En Madrid, con dos años de retraso respecto a Barce­lona, se iniciaba en 1971 un proceso semejante al del ¿Qué hacer? La unidad de la ORT estaba fundada en su ambigüedad, en su no definición. Cuando la sempi­terna e inamovible dirección, influenciada por elementos M-L quiso ir preparando paulatinamente a la base para orientarse hacia formas abiertamente centralizadoras, de acuerdo con los postulados M-L, las células más cons­cientes se opusieron. Se inició la clásica batalla interna de comunicados y contracomunicados, expulsiones y contraexpulsiones, que terminó de una manera no menos clásica, con la división en cuatro fracciones. Actualmente, la división grupuscular supera en Madrid a la que existía en Barcelona en 1968, pero sin un apoyo en las empresas, por mínimo que sea, pues las comisiones que existían acusan hoy los mismos efectos de la represión a la que han sido expuestas a causa de la equivocada política del Partido Comunista, que pudo desarrollarse en Madrid sin oposición. Son contadas las empresas en las que existe un grupo organizado de trabajadores. Contra este estado de cosas, se ha levantado un grupo en Getafe, que ha publicado un manifiesto en el que toma postura contra las antiguas Comisiones obreras dirigidas burocrática­mente por cuatro bonzos, y que se han constituido en Comisiones obreras autónomas. Es pronto para decir si la tentativa va a prosperar, pero la situación general no es favorable a la repercusión de la iniciativa.

Mientras, el campo de actuación de los numerosos grupitos es, como siempre, los barrios, utilizados como plataformas para propagar las respectivas líneas políticas, y como base de reclutamiento. Este Primero de Mayo, en Madrid, ha sido el más débil desde 1965.

… a pesar de sus errores.

Las perspectivas inmediatas del movimiento autónomo que empieza a desarrollarse por todas partes, no pueden, sin embargo, sobrevalorarse. Formado por hombres de base, más acostumbrados a la lucha en la empresa que a la reflexión teórica —a consecuencia de la nefasta distinción entre pensantes y ejecutantes, mantenida por todos los burócratas—, la tarea a la que se enfrentan es superior a sus fuerzas. Boicoteados y atacados por todos los partidos, que reconocen en ellos al enemigo común, tienen que llevar la lucha en un doble frente. Abandonados por los intelectuales y estudiantes, cuyo tradicional papel de dirección pensante y organizadora no tiene razón de ser en estos grupos, se encuentran con un vacío que se hace sentir, especialmente en materia de formación, montaje de servicios auxiliares, etc. No acostumbrados, hasta ahora, a pensar su propia acción, no aprenderán a hacerlo en cuatro días. Por otra parte, ya lo he dicho pero lo repito, el liderismo es un peligro real que acecha especialmente a estos grupos, pues hunde sus raíces en lo más profundo de la psicología humana. Ante la ausencia de una dirección centralizada, fuerte y securizadora, se busca amparo en torno al individuo más capaz, que acaba sustituyendo, él solo, al comité central y ejecutivo juntos.

Pero la importancia del movimiento autonomista no debe medirse por sus perspectivas inmediatas, sino por el hecho de que se ha iniciado ya con carácter irreversible, de que la oposición al dirigismo monopolista de partido existe como otra opción posible, de que por fin se ha abierto el proceso de crítica al dogmatismo imperante.

6. La clase obrera no espera a las vanguardias…

Si echamos una mirada retrospectiva al panorama político de estos últimos años, vemos cómo aparecen y desapare­cen cantidad de grupos que parecían tener «grandes» posibilidades. Han pasado ya las modas M-L, FLP, ORT, PC [i]. Ahora tocan las modas BR, LCR, Federación de Comunistas… El leninismo es prolífico.

Y mientras este ballet de «vanguardias» prosigue, ¿qué ocurre con el objeto de sus desvelos?

… para luchar…

Pues el objeto, que en realidad es el sujeto de la verdadera his­toria, sigue luchando en las fábricas y en la calle. ¿Sin vanguardia organizada? ¡Cómo es posible! Huelgas ejemplares como las de «Laminación de Bandas», ya citada, y la de Altos Hornos, en Vizcaya; Blansol, AEG, Maquinista, Harry-Walker, Seat y Roca en Cataluña; Orbegozo en Guipúzcoa; la construcción en Granada; Superser, Potasas de Navarra, Eaton Ibérica, en Pam­plona; Michelin, en Vitoria; Bazán en Ferrol, por citar sólo las más conocidas, son la expresión de conflictos largos y enfrentamientos sangrientos que ningún grupo político puede adjudicarse, ni presentar otros que se le parezcan. Más de uno tendría que pararse a reflexionar sobre este hecho incuestionable, que demuestra sin dejar lugar a dudas que la clase obrera española supera con su lucha las previsiones más optimistas de los falsos profetas, ridiculizando a los teóricos del «partido diri­gente», a los eternos creadores de líderes prefabricados y soluciones milagrosas a base de reagrupamientos de las «élites», a los burócratas del tres al cuarto, a los obsesos del dirigismo y del control, a tanto estalinista como anda suelto.

…y no permitirá que vuelva a suceder lo del 36.

Está claro hoy, para quien no elabore su análisis en los estrechos márgenes permitidos por el dogmatismo, que en el movimiento obrero español sólo dos fuerzas van a contar: el PC y el movimiento autonomista, que tardará aún en cuajar en una amplia organización de clase. Se trata, desde ahora, de evitar que el primero se coma a la segunda. ¿Es que esto les recuerda algo a los mayores de 50 años?

Barcelona, mayo de 1972.


[1] [NRD. Lo defectuoso de los documentos que han llegado a la redacción de Cuadernos de Ruedo ibérico no ha permitido reproducir en facsímil dos ejemplares de Asturias.]