Extracto del Proyecto y explicación del programa del partido socialdemócrata (Lenin, 1895)

EXTRACTO DEL PROYECTO Y EXPLICACIÓN DEL PROGRAMA DEL PARTIDO SOCIALDEMÓCRATA

Proyecto de programa

[…]

B. 1. El Partido Socialdemócrata de Rusia declara que su tarea es ayudar en esta lucha de la clase obrera rusa desarrollando la conciencia de clase de los obreros, contribuyendo a su organización y señalando las tareas y los objetivos de la lucha.

[…]

Explicación del programa

B. 1. Este punto del programa es el más importante, el principal, pues muestra cuál debe ser la actividad del partido que defiende los intereses de la clase obrera y la de todos los obreros conscientes. Señala cómo la aspiración al socialismo, la voluntad de eliminar la eterna explotación del hombre por el nombre, debe estar ligada al movimiento popular que engendran las condiciones de vida creadas por la aparición de las grandes fábricas.

Por su actividad, el partido debe contribuir a la lucha de clase de los obreros. La tarea del partido consiste, no en inventar procedimientos novedosos para ayudar a los obreros, sino en adherir a su movimiento y llevarle ideas esclarecedoras, en ayudar a los obreros en la lucha que han iniciado. El partido debe defender los intereses de los obreros, representar los de todo el movimiento obrero. ¿Cómo debe, pues, manifestarse la ayuda a los obreros en lucha?

El programa dice que esta ayuda debe consistir, en primer término, en desarrollar la conciencia de clase de los obreros. Ya hemos visto cómo la lucha de éstos contra los fabricantes se convierte en una lucha de clase del proletariado contra la burguesía.

De lo que hemos visto se desprende qué debe entenderse por conciencia de clase de los obreros. Esta conciencia de clase es la comprensión, por su parte, de que el único medio para mejorar su situación y lograr su liberación, es la lucha contra la clase de los capitalistas y fabricantes, clase que se origina con la aparición de las grandes fábricas. Luego, tener conciencia de clase significa comprender que los intereses de todos ellos, en un país determinado, son idénticos, solidarios; que todos ellos constituyen una sola clase, una clase aparte respecto de las demás de la sociedad. Conciencia de clase de los obreros quiere decir, por último, que éstos comprendan que para lograr sus objetivos les es indispensable influir en los asuntos de Estado, tal como lo han hecho y siguen haciéndolo los terratenientes y capitalistas.

¿Cómo llegan los obreros a la comprensión de todo esto? La adquieren constantemente a cada paso de la misma lucha que ya han iniciado contra los fabricantes y que se desarrolla cada vez más, se torna más áspera e incorpora a un número creciente de obreros, a medida que se desarrollan las grandes fábricas. Hubo un tiempo en que la hostilidad de los obreros contra el capital se traducía solamente en un vago sentimiento de odio contra sus explotadores, en una noción confusa de la opresión de que eran objeto y de su esclavitud y en el deseo de vengarse de los capitalistas. La lucha se expresaba entonces en levantamientos aislados de los obreros, durante los cuales destruían los edificios, rompían las máquinas, apaleaban a los directores de las fábricas, etc. Esta fue la primera forma, la forma inicial del movimiento obrero, y fue necesaria por cuanto el odio al capitalista siempre y en todas partes, constituyó el primer impulso tendiente a despertar en los obreros la necesidad de defenderse. Pero el movimiento obrero ruso ha superado esta forma inicial. En lugar del odio confuso hacia el capitalista, los obreros han comenzado ya a comprender el antagonismo que existe entre la clase de los obreros y la de los capitalistas. En lugar del vago sentimiento de opresión han empezado ya a discernir sobre cómo y por qué medios, precisamente, los oprime el capital; y se alzan contra esta o aquella forma de sojuzgamiento, oponiendo una barrera a la presión del capital, defendiéndose de la codicia del capitalista. En lugar de la venganza contra los capitalistas, pasan ahora a la lucha por obtener concesiones: comienzan a plantear a la clase de los capitalistas una reivindicación tras otra y a reclamar para sí el mejoramiento de las condiciones de trabajo, el aumento de los salarios, la reducción de la jornada de trabajo. Cada huelga concentra toda la atención y todos los esfuerzos de los obreros, ya en una, ya en otra de las condiciones en que vive la clase obrera. Cada huelga suscita la discusión sobre esas condiciones, ayuda a los obreros a juzgarlas, a comprender cómo se traduce en esa oportunidad la presión del capital, cómo se puede luchar contra ella. Cada huelga enriquece con una nueva experiencia a toda la clase obrera. Si tiene éxito, sirve para mostrar la fuerza de la unión de los obreros y estimula a los demás a seguir el ejemplo de sus compañeros. Si fracasa, provoca la discusión de las causas de la derrota y la búsqueda de mejores métodos de lucha. Esta transición que se inicia ahora en toda Rusia, hacia la lucha indeclinable de los obreros por sus necesidades esenciales, hacia la lucha por arrancar concesiones, por obtener mejores condiciones de vida, de salario, y una reducción en la jornada de trabajo, marca el enorme paso adelante dado por los obreros rusos; y, por eso, a esta lucha y a cómo contribuir a la misma deben dedicar su atención principal el Partido Socialdemócrata y todos los obreros conscientes. La ayuda a los obreros debe consistir en señalar las necesidades más apremiantes, por cuya satisfacción debe lucharse, analizar las causas que agravan la situación de tales o cuales obreros, explicar las leyes y reglamentaciones fabriles, cuya violación (y las tramoyas fraudulentas de los capitalistas) somete a los obreros tan a menudo, a un doble saqueo. Debe consistir en señalar con la mayor exactitud y precisión posibles las reivindicaciones de los obreros y hacerlas públicas, en escoger el mejor momento para resistir, elegir la mejor forma de lucha, estudiar la posición y las fuerzas de ambos bandos en lucha, analizar si no existe la posibilidad de una forma de lucha aun mejor (como podría ser una carta al fabricante o una denuncia ante el inspector o el médico, según las circunstancias, si no conviene recurrir directamente a la huelga, etc.).

Hemos dicho que el paso de los obreros rusos a esta forma de lucha muestra que han dado un gran paso adelante. Esta lucha sitúa al movimiento obrero en el buen camino, y es garantía de futuros éxitos. En esta lucha, las masas obreras aprenden, en primer lugar, a reconocer y analizar, uno tras otro, los métodos de explotación capitalista, a comprenderlos, tanto en relación con la ley, como con sus propias condiciones de vida y con los intereses de la clase de los capitalistas. Al examinar las diversas formas y casos de explotación, los obreros aprenden a entender el sentido y la esencia de la explotación en su conjunto, aprenden a entender el régimen social basado en la explotación del trabajo por el capital. En segundo lugar, en esta lucha, los obreros ponen a prueba sus fuerzas, aprenden a unirse, a entender la necesidad y el valor de dicha unión. La ampliación de la lucha y la frecuencia de los choques conducen inevitablemente a una extensión aun mayor de aquélla, al desarrollo del sentimiento de unidad, al espíritu de solidaridad, en primer término entre los obreros de una localidad determinada, después entre los de todo el país, entre toda la clase obrera. En tercer lugar, esa lucha desarrolla la conciencia política de los obreros. La masa obrera se ve colocada, por sus propias condiciones de vida, en una situación tal, que no tiene tiempo ni posibilidad para meditar acerca de cualquier clase de problemas de orden nacional. Pero la lucha de los obreros contra los fabricantes por sus necesidades cotidianas hace, por sí sola y en forma inevitable, que tropiecen con problemas nacionales y políticos, con problemas relativos a la forma en que se gobierna el Estado ruso, cómo se promulgan las leyes y reglamentaciones, y a qué intereses sirven. Cada conflicto en una fábrica lleva necesariamente a los obreros a enfrentarse con las leyes y con los representantes del poder estatal. Escuchan entonces por primera vez «discursos políticos». Para empezar, los obreros comprenden, aunque sólo sea por las explicaciones de los propios inspectores del trabajo, que la artimaña mediante la cual el patrono los oprime está basada en el exacto cumplimiento de las disposiciones aprobadas por las autoridades correspondientes, que conceden al fabricante libertad para explotar a los obreros a su arbitrio; o que la expoliación a que aquél los somete es perfectamente legal, y que, por lo tanto, no hace más que ejercer un derecho establecido en tal o cual ley sancionada y protegida por el poder estatal. A las explicaciones políticas de los señores inspectores se agregan, a veces, «explicaciones políticas», aun más útiles, del señor ministro quien recuerda a los obreros que deben sustentar sentimientos de «amor cristiano» para con los fabricantes, por los millones que éstos ganan a expensas del trabajo de los obreros. Después, a estas explicaciones de los representantes del poder estatal y a la forma directa en que los obreros conocen en beneficio de quiénes actúa este poder, se agregan aun los volantes u otra clase de explicaciones de los socialistas, de suerte que durante una huelga de este tipo, reciben una educación política completa. Aprenden a entender, no sólo cuáles son los intereses particulares de la clase obrera, sino también el lugar particular que ésta ocupa dentro del Estado. He aquí, pues, en qué debe consistir la ayuda que oí Partido Socialdemócrata puede prestar a la lucha de clase de los obreros: en desarrollar su conciencia de clase contribuyendo a la lucha que realizan por sus necesidades esenciales.

La segunda forma de ayuda debe consistir, como lo dice el programa, en contribuir a la organización de los obreros. La lucha que acabamos de describir exige que estén organizados. Esto es necesario tanto para una huelga, a fin de conducirla con mayor éxito, como para la recaudación de fondos en favor de los huelguistas, para la organización de cajas mutuales y para la propaganda entre los obreros; para la difusión entre los mismos de volantes, comunicados, llamamientos, etc. La organización es más necesaria aun para defenderse contra las persecuciones de la policía y de la gendarmería, para proteger de éstas todos los vínculos y contactos entre los obreros, para proporcionarles libros, folletos, periódicos, etc. La ayuda en todos estos aspectos: tal es la segunda tarea del partido.

La tercera consiste en señalar el verdadero objetivo de la lucha, o sea, esclarecer a los obreros en qué consiste la explotación del trabajo por el capital, sobre qué se mantiene, de qué modo la propiedad privada sobre la tierra y los instrumentos de trabajo condena a las masas obreras a la miseria, las obliga a vender su trabajo a los capitalistas y a entregarles gratuitamente todo el excedente creado por su trabajo después de producir lo necesario para subsistir; en explicar, luego, cómo esta explotación conduce inevitablemente a la lucha de clase de los obreros contra los capitalistas, cuáles son las condiciones de dicha lucha y su objetivo final: en una palabra, en explicar todo lo que, en forma concisa, se señala en el programa.

Organización defensiva de las condiciones de vida del proletariado (el caso inglés: Las trade-unions o el proletariado como simple vendedor de mercancías)

Publicado originalmente en la web Gedar.

Este artículo se tratará de centrar en el mismo periodo histórico que el anterior, el capitalismo en fase de crecimiento y desarrollo. Nos fijaremos en el siglo XIX,  especialmente en la segunda mitad, y concretamente en el caso de Gran Bretaña, debido a que muestra una serie de características de gran importancia política que se harían presentes en el sindicalismo en un momento posterior. Tal como vimos, la desposesión violenta generalizada que da lugar al surgimiento del proletariado también contribuye a reunirlo en fábricas y talleres, facilitando en cierta manera que se asociara entre sí de distintas maneras [1]. Estas diversas formas organizativas coinciden en el tiempo, por lo  que no se puede trazar una línea temporal clara que separe el desarrollo de unas y otras. Así, un gremio de artesanos en un lugar puede coincidir con un sindicato de proletarios no cualificados en otro, mostrando planteamientos de lucha sindical muy diversos o incluso directamente opuestos. Esto se debe principalmente a que el desarrollo de la conciencia y organización de clase, así como del propio capitalismo, no es lineal, sino que presenta estados de desarrollo distintos de manera simultánea. En resumen, debemos entender que no sería correcto hablar de un tipo de sindicalismo en este momento histórico, sino de muchos de ellos.

En el caso de Gran Bretaña se dan una serie de circunstancias que permiten un desarrollo industrial superior al resto de Europa: la industria crece espectacularmente gracias a la expansión internacional de los mercados disponibles en las colonias, permitiendo además que se posicione como monopolio industrial. Además, surge de aquí un estrato mejor situado dentro del proletariado: la aristocracia obrera, que sienta un precedente de lo que luego ocurrirá en el resto de Europa en cuanto al cambio de formas que toma la lucha sindical, por un lado, y de la concepción de la lucha política que  tienen, por el otro. Por lo que nos toca, en este artículo entraremos a analizar más  detenidamente el fenómeno del tradeunionismo [2] como ejemplo concreto de estos planteamientos.

En el artículo anterior hablábamos de un capitalismo creciente, en expansión, y un estado que apenas intervenía en la economía, pero aplicaba gran violencia a toda asociación obrera, persiguiéndola con dureza. En Inglaterra las Combination Acts de 1799 y 1800 prohíben explícitamente la organización de trabajadores y no son derogadas hasta 1824. Lo mismo ocurre en otros países como Francia, con la Ley Chapelier (1789) que prohíben asociaciones y corporaciones gremiales a la vez que establece que «Toda persona será libre de ejercer cualquier negocio, profesión, arte u oficio que estime conveniente«[3]. En consecuencia, la lucha política del proletariado se dirige sobre todo a la libertad de asociación [4].

El caso de Gran Bretaña tiene gran importancia también en tanto que, con la derogación de las prohibiciones de asociación se comienza a pensar en la acción política más allá de las libertades de coalición. Entre 1836 y 1848 surge el cartismo. Este movimiento defiende en un primer momento que el proletariado, en caso de alcanzar el poder político, podría adecuar las leyes a sus intereses, lo cual se debe a una visión muy neutral del carácter del estado burgués, como árbitro del conflicto entre clases. A pesar del fracaso del movimiento al no conseguir sus objetivos propuestos y de sus limitaciones internas, supone un salto cualitativo en tanto que llega a trascender de las simples mejoras laborales y el proletariado toma contacto con la acción política con una visión más global. No sería correcto caracterizarlo como movimiento puramente reformista; en primer lugar, porque el movimiento cartista se dividiría en un ala moderada (W. Lovett y  Robert Owen), de pretensiones más económicas y otra radical (Bronterre  O’Brien y  Feargus O’Connor ) con miras puestas en la revolución social, y en segundo lugar porque no existe el reformismo [5] como tal en este momento histórico. En todo caso podríamos hablar de negar o afirmar la necesidad de la revolución social.

Aunque hacia 1824 las organizaciones proletarias ya no son clandestinas, la burguesía aún las ve con malos ojos. Esto cambia gradualmente cuando las crisis periódicas, frecuentes y violentas, causantes de una economía inestable, dan paso a un periodo de estabilidad más prolongado a partir de 1856. La estabilidad de la economía británica viene de la mano de un cambio de actitud [6] de la burguesía (y por extensión del estado), hacia el proletariado: de perseguir toda expresión de organización independiente a tolerarla como objeto de negociación, acuerdos y concesiones (que facilitan a la vez el enorme crecimiento de ganancias). La huelga no siempre es mal vista, llegando incluso a utilizarse como instrumento de competencia entre empresas cuando los señores industriales las suscitan en las empresas rivales. En 1860, según recoge Rosa Luxemburg [7], un empresario llega a declarar que las huelgas “son a la vez un medio de acción y el resultado inevitable de las negociaciones comerciales para la compra de trabajo”. Esta frase resulta esencial para comprender las limitaciones del movimiento tradeunionista, como veremos a continuación, ya que resume el espíritu de éste.

El tradeunionismo, la asociación obrera por oficios, se presenta a sí mismo como pragmático y prudente [8], llegando a creer que si se desprende del lastre de la influencia creciente del socialismo, podrá subir los salarios y bajar la jornada laboral hasta poder adquirir la propiedad completa de los productos de su trabajo. Este apoliticismo respecto a las ideas de revolución social viene de la mano de una participación en el parlamento para conseguir mejoras, llegando a tejer una verdadera red de influencias sobre distintos grupos políticos burgueses, más o menos progresistas. El proletariado así organizado pone su mirada exclusivamente en las reivindicaciones cotidianas, y a pesar del anterior intento de Owen de unificar la acción sindical en la Grand Trade Union, se dispersa en sindicatos independientes entre sí, cada uno operando por su cuenta de manera localista. Es un movimiento obrero particularizado, a diferencia de Alemania o Francia, situado completamente (política y económicamente) en el campo de juego de la sociedad burguesa. Ahora veremos por qué.

Sus métodos de presión, tanto en lucha contra la patronal, como en el parlamento llegan a basarse en un sistema de arbitraje [9], en el marco legal, un marco común. En otras palabras, la leyes -el estado- están por encima del conflicto entre clases. Esta  subjetividad, esta forma de pensar influida por la comprensión burguesa de las cosas, deriva en que el conflicto de clases se ve desplazado, en vez de ello, al conflicto entre  compradores y vendedores de mercancías, aceptando con ello que lo que regula los salarios son las leyes de la economía burguesa de oferta y demanda (y no la presión de la del proletariado organizado, entre otros factores). Por ello concluyen que tienen que limitar la oferta de trabajo: lucharán por reducir las horas extras, pero también por reducir el número de aprendices o limitar la inmigración, entre otras medidas. En resumen, luchan por limitar quién accede al trabajo por medios corporativistas, propios de los gremios de artesanos. Así, las trade-unions se convierten en mayoristas de la fuerza de trabajo y en vez de romper la competencia entre proletarios la acrecientan, rompiendo con ello la solidaridad obrera. Además -y esto es muy importante por la  semejanza con la situación hoy en día- su corporativismo pone en oposición a los sindicados con la masa no sindicada.

En su supuesto pragmatismo, su sindicalismo “puro” desprecia o limita al máximo el componente socialista, cualquier perspectiva global de clase, de manera que también aumenta la influencia de la ideología burguesa al no oponerse a ella de manera independiente, de hecho incluso llegando a aliarse con los patrones (por ejemplo la Alianza de Birmingham de 1890). Ya no son una escuela de solidaridad de clase que pueden aspirar a apuntar más allá de las categorías de la economía burguesa porque entienden su lucha dentro de éstas. Centrados exclusivamente en las preocupaciones materiales (que buscan solucionar por medios sindicales o parlamentarios), impulsan intereses particularistas, de carácter localista, que van en perjuicio de los intereses generales. Hemos visto como el presunto pragmatismo ha llevado a una perspectiva limitada del conflicto de clases, corta de miras; no solo se impusieron el egoísmo localista, especialmente entre obreros cualificados, en detrimento de acumular fuerzas como organización de clase, sino que las trade-unions llegaron a repudiar la necesidad de socialismo al caer en la concepción burguesa de la economía, limitando al proletariado a ser un mero intercambiador de mercancías, renegando de la comprensión de que lo único que tiene para vender es su fuerza de trabajo, esto es, negándole así el conocimiento de su condición de desposesión. Sin comprender esto no tiene manera de solucionar sus problemas. No es que el proletariado tenga que renunciar a defender los intereses inmediatos del proletariado, sino que limitarse a ello es una mera solución temporal, debido a que el sistema capitalista se reestructura constantemente, con consecuencias negativas para estas mejoras.

Quizá en la fase de capitalismo ascendente esto fuera menos obvio, por su mayor estabilidad, siendo por ello posible conseguir mejoras más duraderas. En parte, esto explicaría el supuesto pragmatismo y la creencia de la posibilidad de limitarse al marco capitalista de ciertas expresiones proletarias de ese momento histórico. Pero en nuestro momento, una fase de decadencia y crisis continua, queda claro que el capitalismo no es capaz de satisfacer nuestras necesidades. Además, no hay revolución posible sin lucha  política, en el sentido de que la lucha tome un carácter global, general, como conjunto  social de clase contra clase.

El conflicto de clases no es un conflicto entre compradores y vendedores de mercancías: es entre poseedores y desposeídos, entre los cuales no hay intereses en común. Por eso no se puede renunciar a la lucha política limitándonos a la económica, porque debemos alcanzar a entender -y enfrentar- la dominación capitalista de manera global, a escala social. Si además la lucha por nuestras condiciones inmediatas se lleva desde intereses particularistas, localistas y corporativistas, de ser una posible escuela de organización y unidad de acción, pasará a fomentar la división, tal como podemos ver a menudo a día de hoy, entre la masa no sindicada y los proletarios que sí lo están. Incluso a día de hoy, el supuesto pragmatismo miope impide la comprensión global de la dominación del  capitalismo, y por tanto de enfrentarlo de manera efectiva.

Para terminar, me gustaría recuperar al respecto una cita de “Salario, precio y ganancia” en la que Marx hace una apreciación acerca de esta pretensión de separar la lucha  sindical del componente político: “Los sindicatos trabajan bien como centros de  resistencia contra los ataques del capital; pero demuestran ser en parte ineficientes a consecuencia del uso mal comprendido de su fuerza. En general yerran su camino porque se limitan a una guerra de guerrillas contra los efectos del sistema existente, en vez de laborar al mismo tiempo para su transformación, usando de su fuerza organizada como palanca para la liberación definitiva de la clase obrera, es decir, para la abolición definitiva del sistema del salario.”


[1] Al respecto consultar artículo anterior: Organización defensiva de las condiciones de vida del proletariado – el capitalismo ascendente, donde se habla de diversas formas organizativas de este periodo.

[2] Trade-union, del inglés: sindicatos de oficio. La etimología es curiosa en tanto que refleja la manera de interpretar la situación del proletariado como simple  intercambiador de mercancías, ya que ‘trade’ se puede traducir como “la actividad de vender, comprar o intercambiar bienes (nota del redactor: mercancías), o servicios entre personas, empresas o países” (Collins English Dictionary).

[3] Al respecto consultar el artículo anterior (Organización defensiva de las condiciones de vida del proletariado – el capitalismo ascendente.) acerca de las consideraciones de ‘igualdad’ para vender mercancías.

[4] Aún a día de hoy se criminalizan las luchas obreras por sus condiciones inmediatas: en China los sindicatos de clase a menudo tienen que ser clandestinos, aunque haya otros legales, forzando una separación entre lucha proletaria aceptable y no aceptable. Se puede ver también un peligroso precedente en las sentencias recientes con petición de coacción contra la CNT Gijón, o las peticiones de cárcel a LAB en Euskal Herria. Sientan un precedente político en tanto que son una muestra de fuerza jurídica de clase contra clase.

[5] Aquí identificado como el movimiento de finales del s. XIX y principios del XX con referentes como Eduard Bernstein. Sus postulados negaban la necesidad de la revolución para que el proletariado accediera al poder, y en vez de ello proponían una acumulación de reformas, desde una vía parlamentarista. Que el cartismo o el tradeunionismo no sean reformistas en el sentido estricto de la palabra no quita que todas estas tendencias y concepciones sean el germen del propio reformismo. De hecho Bernstein toma inspiración del tradeunionismo, que considera prágmático.

[6] “Los sindicatos, considerados hasta hacía poco obra del diablo, eran mimados y protegidos por los industriales como instituciones perfectamente legítimas y como medio eficaz para difundir entre los obreros sanas doctrinas económicas. Incluso se llegó a la conclusión de que las huelgas, reprimidas hasta 1848, podía ser en ciertas ocasiones muy útiles, sobre todo cuando eran provocadas por los señores fabricantes en el momento que ellos consideraban oportuno” (Engels, prefacio a la 2a edición alemana de La situación de la clase obrera en Inglaterra).

[7] Rosa Luxemburg “Las gafas Inglesas”, LeizpigerVolkszeitung, 9 de mayo de 1899.

[8] “El empresario razonable y el obrero sindicado no menos razonable, el capitalista educado y el obrero educado, el burgués de gran corazón, amigo de los obreros y el proletario con mezquino espíritu estrechamente burgués, se condicionan mutuamente, no son más que corolarios (fenómenos complementarios) de una sola y misma relación, cuya base común venía dada por la situación económica de Inglaterra a partir de mediados del siglo XIX: por la estabilidad y el dominio indiscutible de la industria inglesa en el mercado mundial” (Ídem).

[9] En el 1845 la conferencia general de sindicatos proclama “un nuevo método de acción sindical, la política de arbitrajes y de sentencias arbitrales”.

Organización defensiva de las condiciones de vida del proletariado (el capitalismo ascendente)

Publicado originalmente en la web Gedar.

Todas las formas de organización de clase responden a su contexto. Dependen por tanto del grado de desarrollo del capital, de la fase en la que se encuentre, de las relaciones de fuerza entre Capital y Trabajo, y también, por supuesto, del factor cultural [1], y por eso en la siguiente serie de artículos abordaremos las distintas formas que ha tomado el  movimiento obrero para hacer frente a sus necesidades inmediatas.

Haremos un paralelismo entre distintos momentos históricos y la actualidad, analizando diversas claves tácticas, y su posible aplicabilidad en la coyuntura actual. En el primer artículo de la serie hablaremos de la organización defensiva en el contexto del capitalismo ascendente, cuando desarrolla increíblemente las fuerzas productivas, llegando a ser determinante a escala mundial y sentando las bases necesarias para crear una nueva clase que antes no existía: el proletariado, así como multitud de maneras de enfrentar el capitalismo, con planteamientos válidos para hoy en día y otros que también tienen una continuidad con el presente, pero errados en su fundamento. En las siguientes entregas trataremos también la integración de los sindicatos en el aparato estatal, el estado del bienestar y los cambios en la organización del trabajo asalariado a finales del siglo anterior y en la actualidad con las consecuencias que conlleva.

Al principio la explotación capitalista toma una forma tan brutal, es tan cruda, que llega a poner en peligro incluso la supervivencia biológica del proletariado, que vive en unas condiciones de miseria absoluta. Aunque ahora no estemos en el mismo punto, ya que la dominación capitalista ha evolucionado -también, pero no solo- hacia formas más sutiles y refinadas, sigue habiendo conflictos cada cierto tiempo, a veces llegando a ser  verdaderos estallidos de rabia proletaria. Por esto decimos, que las condiciones de explotación del capitalismo llevan a una clara contradicción: empujan al proletariado a afirmarse en la lucha, a reconocer que tiene intereses propios, y sobre todo, separados del Capital, ya que en última instancia son irreconciliables.

Sin embargo, también esas mismas condiciones crean un estado de competencia, atomización, alienación, pasividad y facilitan la asimilación de la ideología dominante, poniendo trabas a que surja el conflicto y alcance cierta magnitud. Por ello, lo primero que busca la organización de clase, intuitivamente, aprendiendo a base de derrotas, es romper la competencia que mantiene la burguesía entre el proletariado, enfrentándolo entre sí a través de la ideología dominante y mediante las propias divisiones que impone el proceso productivo. Por ejemplo, entre categorías dentro del trabajo -hoy en día entre fijos, discontinuos…-, o como cuando se incorpora mano de obra nueva al mercado laboral (sea de otro lugar geográfico o incluso de una edad más joven), que está “dispuesta” (mejor dicho, empujada) a vender su fuerza de trabajo por un precio menor. Esta competencia es el primer obstáculo a la toma de conciencia unitaria y por ello sigue siendo esencial romperla hoy en día. Las contradicciones se vuelven más agudas, pero el capitalismo, que ahora opera a escala social, afectando a todos los aspectos de la vida, desarrolla mecanismos para paliar los efectos de éstas y mantener su propia estabilidad, como veremos más adelante.

Un punto importante en relación al momento histórico del que se ocupa este artículo es la mutación que ha sufrido el Capital. En un primer momento, su dominación tiene una forma brutal y explícita, se extiende y obliga -expropiación mediante- a participar de sus relaciones a una capa cada vez más grande de la población, es decir, que se ve  proletarizada. Esta nueva clase, desposeída de sus únicos medios de subsistencia de manera violenta, presenta una diferencia respecto a otras clases (esclavos o siervos) en momentos históricos anteriores en tanto que ahora es libre e igual a otras clases ante la ley. Es libre de acceder al intercambio generalizado, pero solo tiene una mercancía que ofrecer: su fuerza de trabajo, o en otras palabras, la capacidad de realizar un trabajo [2]. El proletariado se ve forzado a competir entre sí para acceder a unos medios de supervivencia que ya no tiene a cambio de un salario, aunque en apariencia es libre de no hacerlo, como si fuera una decisión voluntaria. El trabajo ahora forma parte de la relación capitalista, que lo ha absorbido y así toma la forma de trabajo asalariado, la forma burguesa de organización del trabajo. Este proceso no es inmediato, es lento y gradual y se da por medio de violencia (jurídica o física) y asimilación ideológica con instituciones específicas para ello (policía, religión, etc.).  Pero para lo que nos ocupa ahora, debemos fijarnos en un aspecto: en esta faceta de la dominación la plusvalía se acrecienta reduciendo los salarios y aumentando la jornada laboral, es decir es una plusvalía absoluta.

Las primeras asociaciones obreras son las sociedades de apoyo mutuo o sociedades de resistencia, que disponían de cajas comunes para sufragar gastos por enfermedad, accidentes o muerte, o mantener a sus miembros durante las huelgas. Al ser ilegalizadas y perseguidas, su acción política consiste en reclamar libertad de asociación y su acción inmediata se desplegará sobre esos dos aspectos: jornada y salario. Descubren intuitivamente que la fuerza está en su número, en la organización colectiva ante la indefensión individual. Van luchando y aprendiendo en base a numerosas derrotas y alguna victoria y así es como se dan también los primeros pasos de acumulación de experiencia en la lucha, con consciencia de independencia de intereses como clase respecto a la burguesía. Posteriormente, entre el siglo XVIII y XIX, surgen los sindicatos,
al principio de oficio y posteriormente agrupando a varios de éstos (sindicatos de industria) [3]. Resultan efectivos para ese momento, responden las necesidades del proletariado porque es capaz de luchar en contra de la tendencia creciente de ganancia capitalista, luchando por aumentar el salario y acortar la jornada, enfrentando la plusvalía absoluta, por lo que no se limitan a resistir las ofensivas capitalistas, sino que buscan activamente una mejora de sus condiciones inmediatas.

Durante el capitalismo en fase de ascenso, se desarrollan increíblemente las fuerzas productivas. En vez de limitarse a aumentar la jornada, la burguesía [4] reinvierte lo que ha acumulado para aumenta la productividad de cada hora que trabajamos gracias al desarrollo tecnológico, la cuantificación, instrumentalización, maquinización y mercantilización progresiva de toda la sociedad, entre muchos otros factores de racionalización de la organización del trabajo. Por la misma razón, producir lo necesario para asegurar que podamos volver al proceso de trabajo al día siguiente resulta mucho menos costoso, y en conjunto esto hace que crezca la separación entre el proletariado y la riqueza que produce [5]. La consecuencia es que los sindicatos pierden efectividad, al ser incapaces de enfrentar al proceso de extracción de plusvalor en toda su complejidad, que ha implementado las formas viejas de extracción con la optimización de las nuevas. Esta limitación sigue presente y es por ello que el economicismo, la tendencia situar la lucha contra el Capital exclusivamente en el trabajo asalariado, no es solo un error de interpretación sino que también por ello es inoperante más allá del medio plazo: puede arrancar una subida de salario puntual o una disminución de la jornada, pero la tasa de ganancia capitalista subirá por otros medios.

En cierto sentido, la organización sindical para la defensa del precio de la fuerza de trabajo de la que hablábamos, guarda cierta similitud con aspectos particulares del gremialismo de los artesanos organizados [6] antes de la proletarización generalizada, en tanto que se asocian para defender el precio de sus mercancías, salvo que la posición desde la que se hace es diametralmente distinta: donde el gremio disponía de sus medios para ganarse la vida, así como un gran control sobre la los procesos de trabajo, ahora, el proletario, desnudo ante el mundo, desposeído, defiende lo único que tiene: la mercancía-trabajo (su capacidad de trabajo predispuesta para la venta a tercero) [7]. La mercancía es, en cierta manera, uno mismo y la economía está fuera de su control. Hoy en día persisten restos de algunas facetas del gremialismo, visibles en las luchas corporativistas de sectores de la aristocracia obrera, por ejemplo sindicatos de oficio de médicos, funcionarios, etc. Pero no sólo. Curiosamente, esto resurge también en sectores de gran precariedad: por ejemplo en el estado español, en el caso de sindicatos de oficio, como las Kellys (limpiadoras de habitaciones en hoteles), trabajadora domésticas o las recientes luchas de riders [8] con Deliveroo (que ocurren en diversos países europeos), por nombrar dos casos mediáticos. Por ello, en cierta manera, se puede decir que asistimos a los principios de la organización obrera, volviendo a aparecer viejas fórmulas, por una cuestión de necesidad de defenderse antes las ofensivas capitalistas: el sindicato de oficio y la cooperativa. Ambos ejemplos además ilustran cómo, a pesar de su legitimidad, no suponen un avance en la experiencia de lucha respecto a lo ya descubierto. Son también fruto de las condiciones de un proletariado disgregado, incluso físicamente, que apenas coincide en el mismo centro de trabajo, en unos sectores donde no hay sindicatos. La relativa novedad del sector servicios en el centro imperialista contribuye a explicar en cierta manera su ausencia histórica, pero no es la única razón.

En concreto, la lucha de los riders en Barcelona desembocó en una huelga salvaje, ya que legalmente estaban considerados como autónomos y no como asalariados, aunque fueran en realidad trabajadores externalizados de la empresa. El desarrollo de la lucha acabaría llevando a la creación de una cooperativa de repartidores a domicilio de parte de ellos. En este sentido, hay un parecido con el proudhonismo, que proponía como forma de enfrentar el Capital la asociación de la clase obrera para superar la competencia interna en su seno, pero también para hacer competencia general a la clase capitalista.

De cualquier manera, mediante esta forma organizativa la clase obrera se sigue manteniendo como comunidad mercantil, sigue estando limitada al marco del intercambio de mercancías generalizado propio del capitalismo. De nuevo, al igual que con Proudhon, nos limitamos a buscar la solución en la esfera del intercambio; ésta no entiende de privilegios, ya que cualquiera puede vender lo que sea si otro está dispuesto a comprarlo; somos aparentemente iguales en oportunidades. Sin embargo, la relación entre muchas categorías del capitalismo se muestra de manera invertida, esto es, lo que parece ser de una manera a simple vista, en realidad oculta otro aspecto, que además en este caso es determinante porque que explica el origen de la desigualdad (y la imposibilidad de alcanzar la igualdad). La clave en realidad sigue estando en la producción, que determina la manera en la que accedemos a dicho intercambio. Si en un primer momento los riders querían (más bien necesitaban) vender su mercancía-fuerza de trabajo a alguien -Deliveroo- es porque no tienen nada más que intercambiar. Ya de partida, la relación de producción esencial del capitalismo, la relación Capital-Trabajo, define y determina la posición en la que cada parte de la relación accede a la esfera de la circulación. Por tanto la desigualdad estructural y la lucha de clases quedan encubiertas en la esfera de la circulación mercantil.

Otro ejemplo de actualidad, más lejano geográficamente, estaría en las fábricas recuperadas de Argentina. A menudo, por pura necesidad, los obreros se veían obligados a tomar el control de las fábricas. Pero algo falla. Cuando al fin el proletariado toma los medios de producción para sí mismo, se pone en evidencia cómo no se trata de un mero problema de quién sea el gestor, ya que el control de la producción que ejercen se sigue teniendo que circunscribir al marco capitalista de competencia. En vez de hacerlo de manera individual como asalariados que venden su fuerza de trabajo, lo hacen colectivamente y tienen más control sobre el proceso, pero los límites quedan claros. Por el contrario, y volviendo a un punto anterior, la importancia política de la lucha del proletariado está en afirmarse, en la unidad de acción, como un sujeto independiente a escala social en la confrontación: clase contra clase, y no como grupos -individuales- de productores, más o menos vinculados entre sí.

En resumen, aunque quedan muchos aspectos de este momento histórico que este artículo deja sin desarrollar (esperando poder hacerlo más tarde), como el de los debates acerca de la separación entre lucha económica y política entre posiciones marxistas y proudhonianas, de gran actualidad, hay varias claves que ya están presentes desde el principio de la lucha organizada del proletariado: la clase ha de organizarse colectivamente porque su fuerza está en la masa. Es la premisa para la posibilidad de la revolución socialista. Esta lucha, constituye una presión a la clase dominante y por ello, en su divergencia de intereses respecto a la burguesía tiene la posibilidad de conformar un movimiento político clasista, que no puede aspirar solamente a la gestión de la estructura del trabajo asalariado, en tanto que es la forma de organización del trabajo a semejanza de la burguesía. Además, la unidad de clase como premisa, por encima de las mil y una divisiones que reproduce el propio proletariado entre sí, ha de buscar romper la competencia existente y afirmarse en la unidad de acción. Ha de ser capaz también de contrarrestar la dominación de manera efectiva y defender la particularidad de los intereses inmediatos del proletariado, y para ello el mero ámbito laboral, aunque sea clave, no es un campo de batalla suficiente por sí mismo porque el enfrentamiento lo es a escala social. Es cierto que no hay que ver la lucha de manera lineal, sino que hay avances repentinos muy grandes, seguidos de retrocesos y ‘paz social’, pero la cuestión principal es relativa a si las formas que toma facilitan un crecimiento cualitativo en el plano organizativo bajo principios de independencia y unidad de clase.

Adam Radomski, 3 de junio 2019.


[1] Lo que está normalizado a escala social. En otras palabras, la ideología dominante.
[2] Que se materializa, precisamente, realizando un trabajo. La diferencia entre trabajo y fuerza de trabajo es esencial a la hora de entender la dinámica de explotación, pero no nos vamos a meter en ello en esta sección.
[3] En el Capítulo I de Historia del sindicalismo, 1666-1920 (1920) Sydney y Beatrice Webb apuntan que: “El sindicato no surge de una institución particular, sino de cualquier  oportunidad de agruparse que encontraban los asalariados de una misma profesión. Más frecuentemente, es una huelga tumultuosa la que origina el nacimiento de una organización permanente.”
[4] Se debe entender estas dinámicas en clave de clases sociales, en su conjunto y no como una relación particular de personas individuales. Es la dinámica de la sociedad capitalista en su conjunto, en la que la burguesía ejerce su poder de dominación -cuyo fundamento descansa en la economía- la que es determinante, ya que como hemos dicho, el proletariado está en una situación de competencia entre sí, pero la burguesía también.
[5] Existe a día de hoy una tendencia que consiste en caracterizar al proletariado por su situación de pobreza, por lo que se dice que “ahora estamos mejor”. Sin embargo, aunque ya no vivamos bajo un mínimo de subsistencia (podemos, con más o menos esfuerzo, acceder a estudios, tenemos acceso a cierto nivel de consumo, etc.), la explotación ha crecido de manera inmensa respecto a tiempos anteriores, ya que tenemos infinitamente menos acceso a la riqueza que creamos en proporción.
[6] Sydney y Beatrice Webb (1920): “El gremio de artesanos era considerado como representante de los intereses, no de una única clase social, sino de los tres elementos distintos, y en algunos aspectos antagónicos, de la sociedad moderna: el entrepreneur capitalista, el trabajador manual y el consumidor en general.” El sindicato se encarga de una de las muchas funciones que hacía el gremio, por lo que no sería correcto considerarlo un proto-sindicato. En todo caso la similitud está en que “el propósito fundamental del sindicato es la protección del nivel de vida, es decir, la resistencia organizada a cualquier innovación que pueda tender a la degradación de los asalariados como clase.”
[7] Bajo unas condiciones que lo permiten: igualdad legal para participar en un mercado generalizado, con compradores dispuestos y, por fin, vendedores que llegan a él sin nada más que su propia existencia.
[8] El retorno a la tracción humana también es un tema que puede revelar aspectos interesantes en la configuración moderna de la estructura del trabajo asalariado, por ejemplo el carácter decadente del capitalismo en crisis, con una extracción de plusvalor insuficiente, y por ello obligado a buscarla en viejos ejemplos.

Organización defensiva de las condiciones de vida del proletariado (introducción)

Publicado originalmente en la web Gedar.

Esta sección de Ikuspuntua se titulará ‘Sindikalgintza’. Dado que este artículo funciona a modo de introducción, hablaré de las intenciones de dicha sección y también haré una contextualización breve. A día de hoy la cuestión se reduce mayoritariamente al ámbito laboral, y por ello será sobre lo que más me extienda en un inicio, aunque el objetivo será también otorgar una mayor importancia a las condiciones de vida del proletariado y, en definitiva, hablar sobre las luchas defensivas de éste.

A modo de presentación personal y para entender mis inquietudes y motivaciones, estoy involucrado en las luchas de resistencia de la clase obrera. Por eso, escribir en un medio como Gedar sobre ello me obliga a aclarar mis ideas, para que sean comprensibles al resto, pero también disciplinar el estudio que hago de la cuestión. Parto de que el momento de reflexión es un momento para repensar la acción y por eso mi intención no es de separarme de lo que analizo sino tratar de influir en ello y transformarlo.Continue Reading

Marx y los sindicatos (VI): Marx al otro lado del Atlántico

6. Marx al otro lado del Atlántico

«Si quisiéramos construir, partiendo de las necesidades del sistema económico capitalista, el ideal de un país para el desenvolvimiento capitalista, no se diferenciaría en nada de los Estados Unidos, por sus particularidades y su extensión.»

Así define Werner Sombart esta tierra prometida del capital monopolista.

En la época en que apareció Marx en la arena política, los Estados Unidos del Norte absorbían enormes masas de emigrantes de Europa. Este amplio torrente de inmigración se dispersaba rápidamente por el inmenso país, pero no cesaba, crecía continuamente con nuevas capas nacionales y sociales: artesanos arruinados por la introducción de la maquinaria, desocupados de la joven industria, campesinos empobrecidos y proletarizados y numerosos elementos de la pequeña burguesía urbana. La corriente de la emigración alcanzó enormes proporciones después de la derrota de la revolución en Alemania, Francia y Austria, en el año 1848. De 1770 a 1845, entraron en los Estados Unidos un millón de personas, mientras que durante los años 1845 a 1855 entraron tres millones, la inmensa mayoría de los cuales llegó en los años que siguieron a 1848.Continue Reading

Marx y los sindicatos (V): Marx y el movimiento obrero francés

5. Marx y el movimiento obrero francés

Una de las fuentes del marxismo es, como es sabido, el socialismo francés. ¿Qué es lo que Marx ha tomado del socialismo francés, y qué es lo que le dio?

Al estudiar las revoluciones burguesas de Francia, Marx demostró en sus obras, con la fuerza que le caracteriza, cómo la burguesía hace de los obreros su carne de cañón y cómo después de la revolución toma contra la clase obrera todas las fuerzas, tanto del viejo como del nuevo Poder del Estado. Marx se dio cuenta del carácter utópico del programa de Babeuf, Saint Simón, Charles Fourier y Cabet, pero los apreciaba altamente como precursores del socialismo científico. Marx sabía distinguir entre el sincero socialismo utópico y la politiquería socialista pequeñoburguesa de Louis Blanc y compañía. Marx creó el socialismo científico mediante la negación dialéctica del socialismo utópico y la viva elaboración de la impetuosa historia de la obra revolucionaria de las masas trabajadoras de Francia. La experiencia revolucionaria de las masas es precisamente la principal y fundamental fuente francesa del marxismo.

La conspiración de los Iguales, fue la respuesta de las masas, desilusionadas ante la Gran Revolución, al triunfo de la reacción termidoriana. Los «babeufistas», como se sabe, expusieron sus concepciones en cuatro documentos: 1) Manifiesto de los Iguales; 2) Análisis de la doctrina; 3) El acto de insurrección; 4) Los decretos.

Los «babeufistas» se propusieron organizar la insurrección de los pobres contra los ricos; y dándose cuenta exacta de que la raíz de todo el mal consistía en la propiedad, luchaban por el establecimiento de la igualdad económica. El Manifiesto de los Iguales proclama que: «La Revolución Francesa es solamente la precursora de otra revolución más grande, más imponente, que será la última.»Continue Reading

Marx y los sindicatos (III): Contra el lassallismo, el oportunismo alemán

3. Contra el lassallismo, el oportunismo alemán

Marx seguía con la mayor atención el desarrollo del movimiento obrero en Alemania. La revolución de 1848 fue el punto culminante de la actividad del movimiento obrero de la Alemania de entonces. Después de 1848 comienza el reflujo, el movimiento obrero se dispersa. Una parte considerable de los elementos revolucionarios se ve obligada a emigrar a Francia, Inglaterra y Estados Unidos. En Alemania misma comienzan a surgir toda suerte de hermandades, sociedades de ayuda mutua y otros embriones de sindicatos, etc.

Marx y Engels mantenían estrechas relaciones con la emigración obrera revolucionaria y con los elementos revolucionarios que permanecieron en el país. Después del año 1848 comienza en Alemania el período de la reacción política e ideológica y una serie de compañeros de armas de Marx ve alejan del movimiento revolucionario. Marx trabajaba persistentemente en el desenvolvimiento de su concepción filosófica del mundo, en la elaboración de su sistema económico, llevando a cabo simultáneamente una intensa actividad político-literaria. A fines del año 1850 la depresión empieza a desaparecer. En Alemania comienza el ascenso del movimiento obrero. Lassalle organiza en 1863 “La Asociación General de Obreros” y plantea abiertamente la cuestión de los objetivos y de los derechos políticos de la clase obrera. Lassalle, que aparece en la arena política en el momento en que comienza la animación, comprendió el cambio producido en la mentalidad de las masas obreras y debido a esto su “Asociación General de Obreros” se hizo muy popular. Marx y Engels apreciaban mucho a Lassalle. “Lassalle, a pesar de todos sus ‘peros’, es firme y enérgico”, escribía Marx a Engels el 10 de marzo de 1853. “Lassalle es el único que tiene todavía la audacia de seguir en correspondencia con Londres, y es necesario conseguir que este intercambio no se le torne fastidioso”, escribía Marx a Engels el 18 de julio de 1853. En una carta a Schweitzer fechada el 13 de octubre de 1868, escribe: “Después de quince años de letargo, Lassalle ha despertado de nuevo, en Alemania, al movimiento obrero. Este es su mérito inmortal.”Continue Reading

Marx y los sindicatos (II): Marx contra el proudhonismo y el bakuninismo

2. Marx contra el proudhonismo y el bakuninismo

Marx forjó su concepción del mundo y su táctica, a través de una encarnizada lucha ideológica y política. Tuvo en primer lugar, que chocar con las teorías considerablemente difundidas de Proudhon. Proudhon es el tipo de socialista pequeñoburgués en cuyos trabajos las palabras audaces se compaginan con teorías revolucionarias. Publicista de talento, representante de un vago socialismo sentimental, “de pies a cabeza filósofo y economista de la pequeña burguesía» (Marx), que ha arrojado a la caía de la burguesía la violenta fórmula acusadora »la propiedad es un robo», Proudhon se creyó el teórico «de las clases obreras» y se lanzó audazmente a disertaciones teóricas sobre la «filosofía de la miseria». Pero la teoría fue precisamente el talón de Aquiles de Proudhon, porque no pasó de los límites de la ciencia liberal burguesa de su tiempo, y de aquí el violento ataque de Marx contra Proudhon y el proudhonismo. Proudhon publicó un libro pretencioso, La Filosofía de la miseria, en el que intentó determinar las leyes de desarrollo de la sociedad. En este libro, Proudhon reveló a todo el mundo las siguientes tesis que nos interesan aquí:

«Todo movimiento de alza en los salarios no puede tener otro efecto que el de un alza en el trigo, en el vino, etc.; es decir, el efecto de una carestía. Pues, ¿qué es el salario? Es el precio del costo del trigo, etc., es el precio integral de todas las cosas. Profundicemos más la cuestión: el salario es la proporcionalidad de los elementos que componen la riqueza y que son consumidos reproductivamente todos los días por la masa de los trabajadores. Ahora bien, doblar los salarios… es conceder a cada uno de los productores una parte mayor que su producto, lo cual es contradictorio; y si el alza sólo se verifica en un número reducido de industrias, es provocar una perturbación general en los cambios, en una palabra, una carestía. Yo declaro que es imposible que las huelgas seguidas de un aumento de salarios no tengan por resultado un encarecimiento general, esto es tan cierto como dos y dos son cuatro.»Continue Reading

Marx y los sindicatos (I): Los sindicatos y la lucha de clases del proletariado

Esta obra sobre la relación de Marx con los sindicatos, que publicaremos en 9 partes, fue escrita por A. Losovsky.

1. LOS SINDICATOS Y LA LUCHA DE CLASES DEL PROLETARIADO

Marx comenzó a pensar como político en una época en que los sindicatos acababan de nacer. Se hizo comunista, cuando en algunos países los sindicatos se hallaban en el comienzo de su cristalización, surgiendo del seno de formas diversas de mutualidades (Francia) y en otros (Inglaterra) dirigían huelgas económicas y la lucha por el derecho de sufragio. Tenía ante sus ojos formas embrionarias de organizaciones, sumamente primitivas, de ideología y composición abigarradas, con todos los signos reveladores de su origen. Y la grandeza de Marx consiste, precisamente, en haberse dado cuenta de que no eran más que balbuceos de infancia de la clase obrera, y que por lo tanto no se podía juzgar por estas formas primitivas del movimiento, del papel histórico de estas organizaciones ni de los cauces de su desarrollo.Continue Reading

El papel revolucionario de los sindicatos (A. Pannekoek)

Extraído de El Socialista, nº 1127, 1128 y 1129, septiembre/octubre 1909.

El objeto del movimiento sindicalis­ta[1] es, como se sabe, mejorar las condi­ciones de existencia de los trabajadores, particularmente por medio de la eleva­ción de los salarios y la reducción de las horas de trabajo. Pero ¿termina ahí, mejor dicho, el papel de los Sindicatos concluye ahí?

Hay otras instituciones que se proponen como objeto disminuir las crud­ezas de la vida del proletario; por ejemplo, las Cooperativas de consumo pueden, excluyendo loe intermediarios, aumentar sensiblemente su salario efec­tivo, es decir, la cantidad de medios de existencia que aquél puede comprar con su salario. Desde este punto de vista pudiera también mencionarse las Cajas de socorro para enfermos y otras insti­tuciones que, basadas en el seguro mu­tuo, ayudan al trabajador a pasar los momentos difíciles de su vida.

Pero pocos atribuyen a estas institu­ciones, incluso a las Cooperativas, una importancia semejante a la de los Sindicatos. Cuando se dice, por consiguien­te, que los Sindicatos son útiles para la gran lucha por la emancipación de la clase obrera, porque al mejorar sus con­diciones de existencia acrecen su valor de combate, se dice verdad, pero sólo una parte de la verdad. Si, por otra par­te, la miseria lenta, la degeneración cor­poral e intelectual causada por el exceso de trabajo, por las pésimas condiciones de viviendas y de alimentación, hacen con frecuencia a las capas más oprimi­das del proletariado totalmente incapa­ces para la lucha; a la inversa también, una situación más elevada no da siem­pre un buen combatiente. Porque no es el nivel elevado del salario en sí mismo, es ante todo la manera como ha sido conquistado, y el riesgo que corre esa conquista, si no está constantemente defendida, lo que determina el valor para la lucha. He ahí por qué la impor­tancia de los Sindicatos para la eman­cipación obrera no puede consistir sólo, o principalmente, en lo que mejoren las condiciones de existencia de los traba­jadores.Continue Reading