Marx y los sindicatos (V): Marx y el movimiento obrero francés

5. Marx y el movimiento obrero francés

Una de las fuentes del marxismo es, como es sabido, el socialismo francés. ¿Qué es lo que Marx ha tomado del socialismo francés, y qué es lo que le dio?

Al estudiar las revoluciones burguesas de Francia, Marx demostró en sus obras, con la fuerza que le caracteriza, cómo la burguesía hace de los obreros su carne de cañón y cómo después de la revolución toma contra la clase obrera todas las fuerzas, tanto del viejo como del nuevo Poder del Estado. Marx se dio cuenta del carácter utópico del programa de Babeuf, Saint Simón, Charles Fourier y Cabet, pero los apreciaba altamente como precursores del socialismo científico. Marx sabía distinguir entre el sincero socialismo utópico y la politiquería socialista pequeñoburguesa de Louis Blanc y compañía. Marx creó el socialismo científico mediante la negación dialéctica del socialismo utópico y la viva elaboración de la impetuosa historia de la obra revolucionaria de las masas trabajadoras de Francia. La experiencia revolucionaria de las masas es precisamente la principal y fundamental fuente francesa del marxismo.

La conspiración de los Iguales, fue la respuesta de las masas, desilusionadas ante la Gran Revolución, al triunfo de la reacción termidoriana. Los «babeufistas», como se sabe, expusieron sus concepciones en cuatro documentos: 1) Manifiesto de los Iguales; 2) Análisis de la doctrina; 3) El acto de insurrección; 4) Los decretos.

Los «babeufistas» se propusieron organizar la insurrección de los pobres contra los ricos; y dándose cuenta exacta de que la raíz de todo el mal consistía en la propiedad, luchaban por el establecimiento de la igualdad económica. El Manifiesto de los Iguales proclama que: «La Revolución Francesa es solamente la precursora de otra revolución más grande, más imponente, que será la última.»

El aplastamiento de la conspiración de los Iguales y la victoria de Napoleón sobre el enemigo interior y exterior, provocó una cierta depresión en las masas. Las ideas socialistas comienzan a aparecer en forma de teorías semi-religiosas y semi-socialistas. El aristócrata Saint Simón y el desclasado Charles Fourier, aparecen con sus planes de transformación de la sociedad. La parte positiva de su ideología consiste, no en los planes de un futuro feliz, sino en la crítica del presente y en el cuidado que ponen en señalar el antagonismo entre los poseedores y los no poseedores. Pero, por diferentes que sean en sus orígenes y en sus planes, ambos, Saint Simón y Fourier, se dirigían «a la gente de corazón», teniendo la esperanza de atraer a los capitalistas progresistas y transformar pacíficamente a la humanidad, desviada del camino de la razón. Los dos utopistas no pensaban siquiera en una revolución.

Como ni Saint Simón ni Fourier advertían qué fuerza social podía realizar sus sueños, se dirigían a las fuerzas del más allá, a la religión.

Después de señalar que la obra de Babeuf «expresa las reivindicaciones del proletariado», Marx y Engels escriben sobre los utopistas:

«Los inventores de estos sistemas se dieron cuenta del antagonismo de las clases, así como de la acción de los elementos disolventes en la misma sociedad dominante. Pero no advierten del lado del proletariado ninguna independencia histórica, ningún movimiento histórico que le sea propio.

«Como el desarrollo del antagonismo de las clases va a la par con el desarrollo de la industria, no advienen de antemano las condiciones materiales de la emancipación del proletariado, y se aventuran en busca de una ciencia social, de leyes sociales, con el fin de crear esas condiciones.

«Pero la forma rudimentaria de la lucha de las clases, así como su propia posición social, les lleva a considerarse muy por encima de todo antagonismo de clases. Desean mejorar las condiciones materiales de la vida para todos los miembros de la sociedad, hasta para los más privilegiados. Por consecuencia no cesan de llamar a la sociedad entera sin distinción y asimismo se dirigen con preferencia a la clase dominante.

«Repudian, pues, toda acción política y, sobre todo, toda acción revolucionaria, y se proponen alcanzar su objetivo por medios pacíficos y tratando de abrir camino al nuevo evangelio social por la fuerza del ejemplo, por las experiencias en pequeño, que siempre fracasan, naturalmente.»

Muy interesante es la apreciación que da Engels de los utopistas franceses en su famoso libro Anti-Dühring. Después de subrayar el retraso de las relaciones económicas de Francia, a comienzos del siglo XIX, Engels escribe:

«Lo que Saint Simón subraya es lo siguiente: siempre y en todas partes le interesa ante todo ‘el destino de la clase más numerosa y más pobre…’

«Ya en las cartas de Ginebra, de Saint Simón, encontramos el principio de que ‘todos los hombres deben trabajar’; en esa misma obra afirma que el reino del terror, en Francia, fue el reino de las clases desposeídas.

«Ahora bien, en 1802, era un descubrimiento absolutamente genial concebir la Revolución francesa como una lucha de clases entre la nobleza, la burguesía y las masas desposeídas.

«En Fourier hallamos una crítica del régimen social existente que, sobre ser de espíritu verdaderamente francés, no es menos penetrante y profunda.»

Esto muestra las razones por las que Marx y Engels sentían estima por los utopistas. Lo que les importaba era que los utopistas habían lanzado al mundo palabras nuevas, para aquellos tiempos, sobre los intereses de los desposeídos, que veían las contradicciones de clase, etc. Otra actitud muy distinta tomaron Marx y Engels frente a sus discípulos, que arrastraron el movimiento hacia atrás deseando estancarse en la etapa ya franqueada.

En el Manifiesto Comunista leemos respecto a ellos lo siguiente:

«Si en muchos aspectos los autores de esos sistemas eran revolucionarios, las sectas formadas por sus discípulos son siempre reaccionarias, pues sus secuaces se obstinan en oponer las viejas concepciones de su maestro a la evolución histórica del proletariado. Buscan, pues, y en esto son lógicos, entorpecer la lucha de las clases y conciliar los antagonismos…

«Poco a poco caen en la categoría de los socialistas reaccionarios o conservadores descritos más arriba y sólo se distinguen por una pedantería más sistemática y una fe supersticiosa y fanática en la eficacia maravillosa de su ciencia social.

«Opónense, pues, con encarnizamiento a toda acción política de la clase obrera, pues semejante acción no puede provenir, a su juicio, sino de una ciega falta de fe en el nuevo evangelio.”

El comunista-utopista Etienne Cabet también se parecía bien poco a su antecesor Babeuf. Si éste preparaba la insurrección y quería levantar a las masas contra los que explotaban la revolución para enriquecerse, Etienne Cabet soñaba con la instauración pacifica de la sociedad comunista. Su Viaje a Icaria termina con las siguientes palabras:

«Si yo tuviera la revolución en mi mano, guardaría la mano cerrada aunque tuviera que morir en el destierro.»

Aquí el miedo a la revolución proviene de la decepción causada por las revoluciones pasadas, que terminaron todas desfavorablemente para la clase obrera.

¿Qué relación tienen, pues, todos estos pensadores de la primera mitad del siglo XIX, con Marx y el marxismo? Algunos escritores piensan que el marxismo es la suma de ideas de Saint Simón, Fourier y sus discípulos. A esta idea llega el socialista francés Paúl Luis, que escribió lo siguiente: «Louis Blanc y Vidal han indicado la necesidad de recurrir al poder del Estado y han patrocinado el principio de la conquista del poder público como condición previa indispensable de toda revolución. Pecqueur y Cabet fueron los primeros en darnos una exposición detallada del colectivismo y del comunismo. Finalmente, Proudhon expresó con relieve las contradicciones de los intereses de clase, mostró los defectos de la propiedad privada, la constante explotación del obrero asalariado por los capitalistas, descubrió las contradicciones internas del régimen económico que engendra tantos más infelices, cuantas más riquezas produce. Si reunimos todo esto en un solo haz, obtendremos la expresión casi completa del marxismo.»

¿Se puede decir que la suma de concepciones de los socialistas utópicos, comunistas utópicos y socialistas pequeño-burgueses como Proudhon y Louis Blanc forma «casi el marxismo»? De ninguna manera. Esto sería no ver lo que distingue el marxismo de todas las teorías socialistas francesas de aquellos tiempos. Es cierto que Marx había elaborado críticamente todo lo que había sido creado en Francia en el dominio de las ideas socialistas, pero ¿qué es lo que el aportó de nuevo?

  • Marx señaló al proletariado como la única fuerza capaz de luchar victoriosamente por el socialismo.
  • Marx trazó un límite político netamente marcado, entre el proletariado y las demás clases.
  • Marx consideró la revolución violenta y la instauración de la dictadura del proletariado, como el único camino posible hacia el socialismo.

Solo un socialista, de todos los que comenzaron su acción en la primera mitad del siglo XIX, fue considerado por Marx como un revolucionario proletario: Augusto Blanqui. Blanqui sentía un profundo odio contra los opresores. Estaba lejos sin duda de comprender el socialismo científico; construía sus planes basándose, no en las acciones de masas, sino en las de un pequeño grupo conspirativo. Pero Marx consideraba a Blanqui como el mayor revolucionario comunista después de Babeuf y le llamaba «jefe del partido proletario».

Marx veía la dinámica interior de las relaciones de clase en las revoluciones francesas.

«En las jornadas de julio de 1830 -escribe Marx- los obreros conquistaron la monarquía burguesa; en las jornadas de febrero de 1848, conquistaron la república burguesa. Así como la monarquía de julio se vio obligada a proclamarse monarquía rodeada de instituciones republicanas, la república de febrero se vio forzada a proclamarse república rodeada de instituciones sociales. El proletariado de París arrancó igualmente esta concesión.»

Pero los obreros habían recibido una satisfacción puramente formal.

«El 23 de febrero, cerca de medio día -relata Daniel Stern- un gran número de corporaciones, comprendiendo unas 12 mil personas, salieron a la plaza de Greve y se alinearon guardando un profundo silencio. Sus banderas llevaban estas inscripciones: ‘Organización del trabajo’; ‘Ministerio del Trabajo’; ‘Abolición de la explotación del hombre por el hombre’.»

Las dos primeras reivindicaciones de los obreros, formuladas por socialistas del tipo de Louis Blanc, provocaron la siguiente irónica observación de Marx: “¡La organización del trabajo! Pero el trabajo asalariado no es otra cosa que la organización burguesa del trabajo. Sin él no hay capital, ni burguesía, ni sociedad burguesa. ¿Ministerio del trabajo especial? ¿Acaso el ministerio de Finanzas, de Comercio, de Obras Públicas, no son el ministerio burgués del trabajo?”

El gobierno provisional maniobró hábilmente. Respondió a todas las reclamaciones de los obreros con el nombramiento de la Comisión de Luxemburgo, en la que Louis Blanc y Albert se prodigaron en largos discursos sobre el futuro, distrayendo a los obreros del presente. Marx ve las reivindicaciones elementales de los obreros, y en la misma comisión de Luxemburgo, el reflejo de la lucha de clases.

«El derecho al trabajo es la fórmula todavía primitiva de las reivindicaciones revolucionarias del proletariado.

“A la Comisión de Luxemburgo, esta criatura de los obreros parisienses, le cabe el mérito de haber proclamado, desde lo alto de una tribuna europea, el secreto de la revolución del siglo XIX, la emancipación del proletariado.»

El proletariado de París fue derrotado en las jornadas de junio por no estar todavía, desde el punto de vista político y de organización, a la altura de sus tareas históricas. Después de haber analizado brillantemente la disposición de las fuerzas de clase en la revolución de 1848, Marx escribe:

«Cuando se subleva una clase en la que se concentran los intereses revolucionarios de la sociedad, esa clase encuentra directamente en su propia situación el contenido y el material para su actividad revolucionaria: aniquila al enemigo, toma las medidas dictadas por las necesidades de la lucha, y las consecuencias de sus propias acciones la empujan hacia adelante. Una clase tal, no se ocupa de investigaciones teóricas sobre sus propias tareas. La clase obrera de Francia no se encontraba en tal situación, no era capaz todavía de realizar su revolución.»

«Los obreros franceses, escribe Marx, no podían avanzar un solo paso, no podían tocar ni siquiera un cabello del régimen burgués, mientras la marcha de la revolución no levantó contra él, contra el dominio del capital, la masa de la nación que estaba entre el proletariado y la burguesía, los campesinos y pequeño burgueses, obligándoles a adherirse al proletariado, a reconocer en él a su luchador de vanguardia. Solamente al precio de la terrible derrota de junio, los obreros lograron obtener esta victoria.»

Es esta disposición particular de las fuerzas de clase, la que ha determinado el carácter de los sistemas socialistas. De aquí el socialismo burgués y pequeñoburgués; de aquí el «socialismo doctrinario que fue la expresión teórica del proletariado hasta que éste llegó a madurar para tener su propio movimiento histórico independiente” (Marx). En el momento en que este socialismo pasa del proletariado a la pequeña burguesía.

«…El proletariado se agrupa cada vez más alrededor del socialismo revolucionario, alrededor del comunismo que la misma burguesía bautizó con el nombre de Blanquismo. Este socialismo no es otra cosa que la revolución permanente, la dictadura de clase del proletariado, etapa indispensable para la abolición de todas las diferencias de clase, para la abolición de las relaciones de producción sobre las que descansan esas diferencias, de todas las relaciones sociales correspondientes a estas relaciones de producción y la subversión de todas las ideas que surgen de ellas.”

Es así como Marx planteó, ya en 1848, la cuestión de las corrientes socialistas y de su sitio en la lucha del proletariado francés, así como la de las causas de la denota de junio. Mucho más tarde, en el año 1890, Engels indicó en la introducción al Manifiesto Comunista, que ya antes de la revolución de febrero de 1848 se había acusado una profunda división entre los socialistas y los comunistas:

«En cambio, la parte de los obreros que, convencida de la insuficiencia de los simples trastornos políticos, quería una transformación fundamental de la sociedad, se llamaba entonces comunista. Era un comunismo apenas elaborado, muy instintivo, a veces un poco grosero; pero fue asaz pujante para producir dos sistemas de comunismo: en Francia, la Icaria de Cabet, y en Alemania el de Weitling. El socialismo representaba en 1847 un movimiento burgués; el comunismo, un movimiento obrero.»

El aplastamiento del proletariado de Paris en junio de 1848, es el punto de partida de un largo periodo de reacción, no solamente en Francia, sino en todo el continente europeo. La derrota política hizo surgir una reacción ideológica, y de aquí parte el éxito de la idea de la renuncia a la lucha política y del viraje hacia el mutualismo. ¿En qué consiste el sentido político del mutualismo de Proudhon? En la sustitución de la lucha de clases por «servicios mutuos», es decir, precisamente lo que la burguesía quería obtener de la clase obrera en Francia, «desmoralizada» por varias revoluciones.

El gobierno estimula la participación de los representantes obreros en las exposiciones internacionales, y se esfuerza por educar a la gran variedad de tipos de organizaciones obreras (sindicatos, sociedades de ayuda mutua, sociedades obreras de resistencia) que a pesar de todo su programa político primitivo y de la debilidad de organización, constituían centros de reunión de las fuerzas de la clase obrera.

En 1862, participan dos candidatos obreros en las elecciones; en 1864 aparece el manifiesto-plataforma electoral, firmado por sesenta obreros representantes de las diversas organizaciones obreras. El gobierno sigue sus maniobras, aceptando sufragar los gastos de viaje de doscientos obreros a la exposición internacional de Londres. El Estado comienza a facilitar subsidios a las sociedades de ayuda mutua, y, finalmente, la ley del 25 de mayo de 1864 da a los obreros el derecho de coalición. Esto no era más que una concesión de forma, pues continuaron las persecuciones a los huelguistas. Hasta el año 1864 hubo unos setenta procesos de huelguistas por año; y después de la promulgación de la ley «sobre la libertad de huelga», otros cincuenta y un procesos anuales por «infracción a la libertad de trabajo».

El viaje a Inglaterra, en 1862, produjo una fuerte impresión sobre los delegados y sus informes jugaron un gran papel político y de organización. Lo que sobre todo tuvo una gran importancia fue el intercambio de saludos entre los obreros franceses e ingleses con motivo de este viaje. Fue el comienzo real del establecimiento de las relaciones internacionales. Si en 1862 tuvo lugar el primer contacto, el viaje de la delegación de obreros franceses en 1864 fue el punto de partida para la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores, que desempeñó un enorme papel en la difusión de las ideas de Marx y Engels, en la creación de la organización que sirvió de guía durante nueve años (1864-1872) a las masas trabajadoras de Europa y América y de espanto a la burguesía internacional. Como ya dije, Marx fue el alma de la Iª Internacional. Apreciaba mejor que nadie el nivel teórico y político de las secciones nacionales, especialmente de la sección francesa. Pero la Internacional fue creada precisamente con el fin de elevar el nivel de sus elementos integrantes. Los obreros franceses aportaron a la Iª Internacional sus riquísimas tradiciones revolucionarias, pero al mismo tiempo hicieron penetrar en ella las ideas pequeñoburguesas, socialistas, semi-socialistas y proudhonianas de las que se apoderó Bakunin y que provocaron, al fin de cuentas, la destrucción de la Asociación Internacional de Trabajadores.

Ante todo, vamos a ver el eco que encontró el movimiento obrero de Francia en las actas de la Asociación Internacional de Trabajadores. He aquí lo que leemos en las actas del Consejo General:

«20 de junio de 1865. Se da lectura a una comunicación anunciando que la Sociedad de Tejedores de Lille ingresará con toda probabilidad en la Asociación Internacional de Trabajadores.

«4 de julio de 1865. Lectura de una carta de Lyon que acusa recibo de 400 carnets y pide información concerniente a la industria de tul. Se indica que la huelga terminó desfavorablemente para los obreros, que se vieron obligados a retroceder por falta de medios de subsistencia. El 28 de septiembre de 1869, una carta de Marsella informa del lockout de los canasteros y reclama ayuda. Se encarga al secretario que conteste que no hay ninguna posibilidad de ayuda financiera. El secretario se encarga de escribir, asimismo, a los canasteros de Londres.

«12 de octubre de 1869. Carta de Aubary (Rouen), anunciando la huelga de los hilanderos de lana de Elbeuf y pidiendo ayuda. Los hilanderos insisten en que se establezcan tarifas. Otras ciudades se solidarizaron con esta demanda y si no fuera satisfactoria, comenzará la huelga a los 15 días.

«El 26 de octubre de 1869, un informe sobre el proceso de los delegados de 27 sindicatos de París, que habían protestado contra los acontecimientos sangrientos en Aubagne (34 muertos y 36 heridos).

«Con la misma fecha, un informe sobre la lucha de los mineros en Francia.

«El 2 de noviembre de 1869, los carpinteros de un taller de Ginebra hicieron huelga contra las horas extraordinarias.

«El gobierno francés envió a las internadas en los asilos de la asistencia pública, para reemplazar a los vendedores de los almacenes de ropa blanca, que estaban en huelga contra el trabajo dominical.

«El 9 de noviembre de 1869, Young comunica que 2.000 obreros doradores, de Paris, tomaron la resolución de no trabajar en ningún caso más de 10 horas diarias. La sociedad de litógrafos parisienses, que cuenta con 300 miembros y los hojalateros de París, con 200 afiliados, son aceptados en calidad de miembros.

«El 11 de enero de 1870, una carta de Neuville sur Somme, pidiendo socorros para los estampadores de cretona, en huelga. Se encarga al secretario escribir a Manchester sobre esta huelga. Los obreros de elaboración de instrumentos quirúrgicos de Paris están en huelga y demandan ayuda. El Consejo resuelve prestar ayuda, dirigiéndose a los obreros de las ramas de industria similares de Sheffield.

«El 6 de abril de 1870, Marx expresa el deseo de que se aplace la impresión del manifiesto relacionado con el proceso judicial de Creusot. De todas partes se envía dinero, y hubiera producido una mala impresión si Londres se limitase solamente a palabras.

«El 10 de abril de 1870, una carta de Varlin, de París, anuncia que estuvo en Lille para constituir una sección sindical bajo el control de la Asociación Internacional de Trabajadores. El Consejo Federal puede encabezar las distintas sociedades sindicales.

«Dupont llama la atención del Consejo sobre las monstruosas condenas de que han sido objeto los mineros arrojados a la cárcel con motivo de la huelga de Creusot, proponiendo que el Consejo intervenga con un manifiesto. La redacción de este manifiesto se encomienda a Dupont y Marx.

«El 31 de mayo de 1870, la reunión escucha el informe de un delegado de los fundidores parisienses en huelga. Se propone que el Consejo facilite a los delegados el contacto con las sociedades sindicales mediante la elección de una comisión que debe acompañarlos. Young y Hells son electos con este fin. etc.»

Pero lo que acabamos de exponer dista mucho de reflejar ampliamente los vínculos de los obreros de Francia con la Iª Internacional. En sus cartas a Engels, Kugelmann y otros, Marx habla con mucha frecuencia del estado de cosas en Francia, sin titubear en el empleo de temimos enérgicos. El trabajo y las intervenciones de los proudhonianos le inquietaba mucho, ya que veía en esto la influencia de la burguesía sobre el proletariado. El 9 de noviembre de 1866, Marx escribe a Kugelmann:

«Los señores parisienses tenían la cabeza llena de las más huecas frases proudhonianas. Hacen alarde de ciencia sin saber nada de ella. Menosprecian toda acción revolucionaria… es decir, toda acción que surge de la misma lucha de clases, todo movimiento social concentrado, es decir, realizable también por medios políticos (como por ejemplo, la disminución legal de la jornada de trabajo).

«Con el pretexto de la libertad y del antigubernamentalismo, o del individualismo, enemigo de toda autoridad, estos señores, que soportaron y siguen soportando tan pacíficamente, durante 16 años, el despotismo más vergonzoso, predican en realidad la más vulgar comedia burguesa, idealizándola a lo Proudhon.»

Marx odiaba a los revolucionarios fatuos y a los héroes de melodrama. Sus cartas fustigan sobre todo la sección de Londres compuesta de emigrados franceses. En la carta a Kugelmann del 5 de diciembre de 1868, Marx afirma que esta sección está integrada por perezosos y toda clase de canallas, agregando «que a los ojos de estos rompe-huelgas, nosotros somos, naturalmente, reaccionarios.». Y acto seguido Marx esboza un brillante retrato de Félix Pyat:

«Es un desgraciado melodramaturgo de cuarta fila, que participó en la revolución de 1848 en calidad de ‘toast master’ (así llaman los ingleses a la gente encargada de anunciar los brindis en los banquetes públicos y velar por el orden de los mismos). Es presa de la monomanía de chillar fingiendo que cuchichea y de jugar al conspirador peligroso. Gracias a esa banda, Pyat quería convertir a la Asociación Internacional de Trabajadores en camarilla de su devoción. Tenía especial interés en comprometernos. Una vez, en un mitin público que fue anunciado por la sección francesa con carteles de pared como ‘Mitin de la Asociación Internacional de Trabajadores’, Louis Napoleón, alias Badinguet, fue formalmente condenado a muerte… pero dejando manualmente la ejecución a cargo de los desconocidos Brutos de París…

«Nos causó mucha satisfacción que Blanqui, por medio de uno de sus amigos, ridiculizase a Pyat en la Cigale y no le dejase otra alternativa que confesarse maniático a agente de policía.»

Pero lo que especialmente interesaba a Marx era el desarrollo del movimiento en el país. Seguía atentamente el movimiento de masas y cambiaba sistemáticamente impresiones e ideas con sus compañeros. El 13 de enero de 1869, Marx escribe a Engels:

«Las huelgas de Rouen, Vienne. etc., surgieron hace seis o siete semanas. Lo interesante es que, poco tiempo antes, se efectuó en Amiens una asamblea general de propietarios de fábricas de tejidos y de hilanderos, bajo la presidencia del alcalde de Amiens. En esta asamblea se tomó la resolución de hacer la competencia a Inglaterra. Y eso, por medio de una nueva reducción de los salarios, pues ya se había reconocido que solamente salarios bajos (en comparación con los ingleses) permitirían resistir la competencia inglesa en Francia misma. Y, efectivamente, después de esta asamblea de Amiens, comenzó la reducción de salarios en Rouen, Vienne. etc. Este es el origen de las huelgas. Nosotros, naturalmente, hicimos conocer a estos hombres por medio de Dupont el mal estado de cosas que reina aquí (particularmente, en la industria del algodón), y las dificultades con que se tropieza debido a esto en la recaudación de fondos. No obstante, como verás por sus cartas que adjunto (de Vienne), la huelga allí ha terminado. A los camaradas de Rouen, donde el conflicto sigue todavía en pie, les hemos enviado un giro de veinte libras esterlinas, por el canal de los obreros bronceros de París, que nos deben este dinero desde su lock-out. En general, los obreros franceses proceden más razonablemente que los suizos y, al mismo tiempo, son mucho más modestos en sus exigencias.”

En Francia la situación se agrava de día en día. La revolución está próxima. Y se sabe qué, presintiéndola, los charlatanes liberales y democráticos gritan y se agitan más que de costumbre. El 29 de noviembre de 1869, Marx escribe a Kugelmann:

«En Francia las cosas andan, por ahora, bien. Por un lado, los viejos gritones demagógicos de todas las tendencias no cesan de comprometerse, y por otro, Bonaparte se ve obligado a ir por el camino de las concesiones, en el cual, inevitablemente, se romperá el cuello.”

El 3 de marzo de 1869, Marx escribe a Kugelmann una extensa carta en la que hace un análisis de la situación en Francia. En una serie de síntomas, Marx ve la tormenta que se avecina:

«En Francia se está produciendo -escribe Marx- un movimiento muy interesante. Los parisienses se han puesto de lleno a estudiar su pasado revolucionario más próximo, con el fin de prepararse para una nueva lucha revolucionaria… Así hierve la caldera mágica de la historia. ¿Cuándo ocurrirá lo mismo en nuestro país?»

Como señalé antes, Marx se preocupaba sobre todo de si las secciones de la Internacional se encontrarían a la altura de las circunstancias. Cada vez que los obreros de Francia rompían con las tradiciones proudhonianas, Marx registraba este hecho como una conquista importante. El 18 de mayo de 1870, Marx escribe con regocijo a Engels:

«Nuestros miembros franceses hacen ver de una manera patente al gobierno francés, la diferencia entre una sociedad política secreta y una verdadera asociación obrera. Apenas logró encerrar en la cárcel a todos los miembros de los comités de Paris, Lyon, Rouen, Marsella y otros (algunos de ellos huyeron a Suiza y a Belgica), cuando comités dos veces más numerosos anuncian en los periódicos que ocupan el lugar de sus camaradas, con las más rudas y abiertas declaraciones, acompañadas además de sus direcciones personales. El gobierno francés ha hecho por fin lo que nosotros esperábamos desde hace tiempo: transformar la cuestión politica, Imperio o República, en cuestión de vida o muerte para la clase obrera.”

Los acontecimientos que se avecinaban se desencadenaron el 19 de junio de 1870. Comenzó la guerra franco-prusiana. En los primeros días de la guerra, el movimiento obrero que se desarrollaba en línea ascendente fue reprimido, pero no aplastado.

Una serie de organizaciones obreras francesas y alemanas se manifestaron contra la guerra. La Reveil publicó un manifiesto contra la guerra dirigido a los obreros de todos los países. Tres días después de haber empezado la guerra, el 22 de julio, la sección de la Internacional en Neuilly sur Seine publicó un fuerte manifiesto contra la guerra.

«¿Es justa la guerra? ¡No! ¿Es nacional acaso esta guerra? ¡No! Es una guerra exclusivamente dinástica. En nombre de la justicia, en nombre de la democracia, en nombre de los verdaderos intereses de Francia, nos solidarizamos íntegramente y con toda energía con las protestas de la Internacional contra la guerra.»

El 23 de julio el Consejo General de la Ia Internacional lanzó un manifiesto contra la guerra. Este manifiesto, escrito por Marx, ataca a Napoleón y a Bismarck, desenmascarando a estos organizadores de la guerra franco-prusiana. Este manifiesto contiene una frase profètica: «Cualquiera que sea el curso de la Guerra de Luis Bonaparte contra Prusia, en París ha sonado ya la campana funebre para el segundo imperio.»

Esa profecía se cumplió muy pronto. El 2 de septiembre de 1870, Napoleón se rindió con su ejército en Sedán, y el 4 de septiembre estalló la revolución. Este dia apareció ante «el gobierno de la defensa nacional», que estaba compuesto -según Marx- por una «pandilla de abogados ambiciosos», una delegación de las secciones parisienses de la Internacional y de la Federación de Sindicatos Obreros, una delegación que representaba, pues, la clase obrera de París. Esa delegación sometió al gobierno de «defensa nacional» un programa, de cuya adopción dependía la confianza del proletariado de París en el nuevo gobierno y su apoyo posible. Las demandas fundamentales de este programa fueron: la entrega de la administración de la ciudad de Paris a manos de la población que debería organizar de su seno una guardia nacional, elegibilidad de los jueces, completa libertad de prensa, la amnistía y la separación de la Iglesia del Estado.

La pandilla que se adueñó del poder (Thiers, Jules Favre, etc.), respondieron a esas exigencias con frases vagas. Los obreros contestaron inmediatamente con la organización de un Comité encargado de vigilar las actividades del Gobierno. Desde el primer momento, el gobierno de la defensa nacional y el proletariado de París expresaron su mutua desconfianza. El instinto de clase de los obreros les hizo presentir que tenían que vérselas con el gobierno de la traición nacional, que temía mil veces más a los obreros que a los prusianos. El 9 de septiembre la Asociación Internacional de Trabajadores lanza un nuevo manifiesto en el que denuncia las pretensiones imperialistas de Prusia, encubiertas con la palabra de la «seguridad», y da una brillante característica de la república de Thiers, Favre y otros corredores de negocios de la burguesía francesa.

«Esta república -escribe Marx- no derrumbo el trono. Ocupó el lugar vacío dejado por él. Heredó del imperio no solamente un montón de ruinas, sino también su miedo a la clase obrera.»

Esta brillante característica de la república de Thiers fue confirmada al poco tiempo. Pero entonces, algunos días después del derrocamiento de Napoleón, Marx consideraba que los obreros se debían abstener de derrocar el gobierno del 4 de septiembre. «Cada intento de derribar al nuevo gobierno -escribe Marx- en este momento en que el enemigo está ya casi tocando las puertas de París, sería una locura desesperada.»

Los blanquistas hicieron, sin embargo, algunos intentos de derribar al gobierno el 8 y 31 de octubre de 1870, y el 29 de enero de 1871, pero fracasaron, pues la masa de la población parisiense no los apoyó. Solamente cuando la traición del gobierno se hizo patente, cuando el gobierno intentaba desarmar a la guardia nacional, las masas trabajadoras se levantaron y «la gloriosa revolución obrera fue la dueña absoluta de Paris» (Marx).

La Comuna de París, esta precursora del país de los Soviets, no duró más que dos meses, a pesar de los milagros de bravura y de abnegación, la Comuna cayó bajo los golpes de la reacción unificada, del frente único de los «enemigos hereditarios'» que ayer todavía se combatían entre sí. Cayó por el hecho de que los blanquistas y proudhonianos, que encabezaban la Comuna, marchaban a tientas y no manifestaron la firmeza y decisión que se necesita en circunstancias semejantes. En vano la Comuna propuso varias veces a Thiers cambiar al cardenal Darboy por Blanqui. Thiers se negó, manifestando que eso equivalía a entregar a París sublevado todo un cuerpo de ejército. «Thiers rechazó esta proposición -escribe Marx- sabía que en la persona de Blanqui iba a dar un jefe a la Comuna.»

La Comuna fue aplastada y el orden triunfó sobre los cadáveres de decenas de miles de proletarios. Con motivo de la guerra civil en Francia, la Iª Internacional lanzó un manifiesto. Marx puso en este documento todo su odio infinito hacia los explotadores y su gran pasión y devoción revolucionaria. No fue un simple manifiesto, fue y es un documento político que proyecta una viva luz sobre el camino de lucha de la clase obrera por su dictadura. Marx considera la Comuna como un nuevo tipo de Estado, cuyo nacimiento está ligado con la destrucción del viejo Estado.

La Comuna debía haber sido, no una «corporación parlamentaria, sino un cuerpo de acción».

Como es sabido, esta manera de plantear la cuestión de la destrucción del viejo Estado y de la creación de un nuevo tipo de Estado, fue la base, no solamente del trabajo teórico de Lenin (El Estado y la revolución), sino también de su actividad práctica en la construcción del Estado Soviético.

Marx comprendía que no se podía exigir mucho a un poder que se había mantenido dos meses solamente, y por eso polemizaba vivamente con todos los que intentaban disminuir la importancia de la Comuna o charlaban (después de los hechos) de su inevitable derrota.

«El gran acto socialista de la Comuna -escribe Marx- fue su existencia misma, su actividad. Sus medidas diversas sólo podían señalar la dirección en que se desarrolla el gobierno del pueblo por el pueblo mismo.»

En respuesta a una carta de Kugelmann en la que éste escribía que la Comuna no tenía posibilidad de éxito, y que en esas condiciones no se debía haber comenzado (recordemos a Plejánov a propósito de la insurrección de diciembre de 1905 en Moscú: «no se debían haber empuñado las armas»), Marx escribe el 17 de abril de 1871:

«Sería muy cómodo hacer la historia mundial si se empezase la lucha sólo en condiciones infaliblemente favorables. Cualquiera que sea el resultado inmediato, hemos conquistado un nuevo punto de partida de importancia histórica universal.»

Caro le costó al proletariado de Paris su intento de construir un Estado proletario. El aplastamiento de la Comuna dejó exangüe a la clase obrera, lo que apartó temporalmente a los obreros de la política. Las secciones francesas de la Internacional fueron destrozadas, y después, en 1872, disueltas por un decreto especial. En esta época fue cuando los elementos moderados de todas las especies y matices, que se habían apartado de Iª Internacional por temor a la revolución y habían permanecido a la expectativa durante la Comuna, empezaron a mostrarse activos. Barberet formó «El circulo de la unión sindical». Este círculo tenía como objetivo «realizar la concordia y la justicia por medio del estudio y convencer a la opinión pública de la moderación que los obreros emplean en la reivindicación de sus derechos».

A pesar de que estos inofensivos círculos y sociedades eran perseguidos, crecían y se multiplicaban. Los obreros volvían a participar en las exposiciones internacionales, y en 1875 había ya en Francia 135 sindicatos que empezaron a plantear la idea de un Congreso obrero. En 1876 se efectuó en París el I Congreso obrero, con un programa muy limitado. A título de contraveneno a las ideas y consignas revolucionarias de la Comuna, se plantearon en él las cuestiones de la ayuda mutua, de las asociaciones de producción, etc. Los delegados no soñaban siquiera en la abolición del régimen burgués; querían mejorarle y corregirle un poco. Querían «equilibrar las relaciones entre el capital y el trabajo, tanto en la producción como en el consumo». Tanto como a la guerra civil condenaron «las huelgas que perjudican al fuerte, aniquilando al débil.»

El siguiente congreso obrero se efectuó en 1877, en Lyon. En él se manifestó ya un nuevo estado de espíritu, se pronunciaron discursos anarquistas y colectivistas, pero la mayoría de los delegados ocuparon una posición moderada. Pero un estado de espíritu ya completamente distinto reinó en el congreso de Marsella en 1879. Era evidente que la clase obrera comenzaba a restablecerse de la derrota de la Comuna de París. Se dejó sentir la influencia del órgano marxista Egalité, fundado por Julio Guesde en 1877. El secretario de la Comisión de organización para la convocatoria del Congreso de Marsella -Lombard- propuso que el Congreso tomase el nombre de «Congreso Obrero Socialista Francés», lo que fue aceptado por unanimidad. Los oradores se manifestaron abiertamente contra Luis Blanc y sus teorías. Si en el Congreso obrero de París no se quiso ni oír mencionar siquiera a los comunalistas, el Congreso de Marsella contestó en la siguiente forma al saludo de los emigrados de Londres:

«El Congreso obrero socialista de Marsella aplaude el saludo de aliento que le habéis enviado. Los delegados aquí reunidos se declaran de acuerdo una vez más con los principios por los cuales habéis luchado y sufrido.»

Este Congreso marca el comienzo del resurgimiento del movimiento, ya que en él se fundó el Partido Obrero, que absorbió elementos heterogéneos. Marx desempeñó un papel muy activo en la elaboración del programa del Partido Obrero. Engels escribe detalladamente, en una carta a Bernstein, el 25 de octubre de 1881, cómo Marx había dictado a Guesde, en presencia de Lafargue y de él mismo, los puntos fundamentales del programa. ¿Qué es, pues, lo fundamental en este programa aprobado por Marx? ¿Y qué es lo que Benoit Malón y sus partidarios han combatido tan enérgicamente? He aquí la parte fundamental del programa:

«Considerando, que la emancipación de los obreros es posible solamente a condición de que posean los medios de producción y las materias primas;

«Considerando, que esta posesión de los medios de producción no puede ser individual, por dos razones:

«1o Porque es incompatible con el progreso y con el mismo nivel actual de la técnica industrial y agrícola (división del trabajo, la introducción de maquinaría, el vapor, etc.);

«2o Porque aun en el caso de que no fuese antieconómico, no tardaría en engendrar todas las desigualdades sociales actuales, a menos de una nueva distribución a cada movimiento de la población, cosa imposible;

«Considerando que esta posesión tampoco puede ser corporativa o comunal, sin engendrar todos los inconvenientes de la propiedad capitalista actual, es decir, la desigualdad de las posibilidades de acción entre los trabajadores, la anarquía de la producción, la competencia homicida entre los tipos de productores, etc.;

«Considerando, finalmente, que sólo la posesión colectiva o social de los medios de producción responde simultáneamente a las necesidades económicas y a las condiciones de justicia y de igualdad que debe llenar la nueva sociedad;

«el Congreso declara:

«Que todos los instrumentos de producción y toda la materia prima deben ser restituidos a la sociedad, y deben quedar en su poder como una propiedad inalienable e indivisible.

«Para obtener esta restricción, hay que luchar por todos los medios.»

El programa del Partido obrero contiene un capítulo especial dedicado al papel de la campaña electoral en la lucha general de clase del proletariado. He aquí lo que leemos en este programa:

«Considerando que carecer de las libertades políticas es un obstáculo para la educación social del pueblo y para la emancipación económica del proletariado;

«Considerando, que el proletariado está resuelto a aprovechar todos los medios para lograr su emancipación y que debe aprovechar las libertades conquistadas ya por la sangre de las tres últimas revoluciones;

«Considerando, además, que la acción política es útil como medio de agitación y que la arena electoral es un campo de lucha que no debe ser abandonado;

«declara:

”1) la emancipación social de los obreros es inseparable de su emancipación política;

«2) la abstención política seria funesta por sus consecuencias;

”3) la intervención política debe expresarse en la presentación de candidaturas de clase para todas las funciones electivas, sin ninguna alianza con las fracciones de los viejos partidos políticos existentes.”

Es necesario señalar que este programa estaba a un nivel superior al programa de Gotha de la socialdemocracia alemana de 1875, pero también tenía puntos dudosos. En su carta a Bernstein del 25 de octubre de 1861, Engels escribe que:

«Guesde insistió en incorporar sus tonterías sobre el salario mínimo, y como la responsabilidad incumbía a los franceses y no a nosotros, finalmente cedimos, aunque Marx se daba cuenta de toda la ineptitud que había en esta teoría.»

El Partido Obrero creado con el concurso directo, político y organizativo de Marx y Engels, se transformaba en campo de una lucha encarnizada entre los marxistas y los posibilistas, cuyo jefe era Benoit Malón. La lucha se libraba alrededor de cuestiones de principio muy importantes: socialismo parlamentario o socialismo revolucionario, lucha de clases o colaboración de clases.

La situación de las organizaciones socialistas y sindicales de Francia no cesaba de preocupar a Marx.

«En lo que concierne a los sindicatos de París, escribe Marx a Engels el 27 de noviembre de 1882, me convencí en París preguntando a personas imparciales, que estos sindicatos son todavía peores que las trade-unions de Londres.»

En el Partido Obrero, la lucha entre marxistas y antimarxistas se hizo cada vez más aguda. Malón y Brousse encabezaban a todos los elementos oportunistas y en el Congreso del Partido Obrero de 1882, expulsaron a todo el ala marxista. Esta escisión no fue inesperada para Marx y Engels. El 28 de octubre de 1882, Engels escribe a Bebel:

«En Francia se ha producido la escisión desde hace tiempo esperada. La colaboración de Guesde y Lafargue con Malón y Brousse era inevitable en el momento de la organización del Partido, pero Marx y yo nunca hemos alentado ilusiones respecto a la duración de esta alianza. La divergencia es puramente de principio: se debe librar la lucha como lucha de clases del proletariado contra la burguesía, o está permitido renunciar de una forma oportunista (lo que quiere decir, en lenguaje socialista: posibilista) al carácter de clase del movimiento y del programa, en todos los casos en que esta renuncia pueda contribuir a reunir más votos y mayor cantidad de partidarios. En este sentido se pronunciaron Malón y Brousse. Así, sacrificaron el carácter proletario de clase del movimiento e hicieron inevitable la ruptura. Tanto mejor. El desarrollo del proletariado va acompañado en todas partes de una lucha interna, y Francia, donde por primera vez se forma un partido obrero, no es una excepción.»

Benoit Malón insinuaba a los sindicatos la idea de la formación de un bloque contra los marxistas. El 23 de noviembre de 1882, Engels escribía a Marx:

«Es evidente que, precisamente por complacer a las cámaras de trabajo, Malón y compañía sacrificaron también el pasado del movimiento desde los tiempos del Congreso de Marsella, de manera que su fuerza aparente es verdaderamente su debilidad. Rebajando su programa hasta el nivel de las más vulgares trade-unions es siempre fácil tener ‘un gran público’.»

Así fue como hizo su aparición, en el año 1882, un partido marxista en Francia.