Marx y los sindicatos (VI): Marx al otro lado del Atlántico

6. Marx al otro lado del Atlántico

«Si quisiéramos construir, partiendo de las necesidades del sistema económico capitalista, el ideal de un país para el desenvolvimiento capitalista, no se diferenciaría en nada de los Estados Unidos, por sus particularidades y su extensión.»

Así define Werner Sombart esta tierra prometida del capital monopolista.

En la época en que apareció Marx en la arena política, los Estados Unidos del Norte absorbían enormes masas de emigrantes de Europa. Este amplio torrente de inmigración se dispersaba rápidamente por el inmenso país, pero no cesaba, crecía continuamente con nuevas capas nacionales y sociales: artesanos arruinados por la introducción de la maquinaria, desocupados de la joven industria, campesinos empobrecidos y proletarizados y numerosos elementos de la pequeña burguesía urbana. La corriente de la emigración alcanzó enormes proporciones después de la derrota de la revolución en Alemania, Francia y Austria, en el año 1848. De 1770 a 1845, entraron en los Estados Unidos un millón de personas, mientras que durante los años 1845 a 1855 entraron tres millones, la inmensa mayoría de los cuales llegó en los años que siguieron a 1848.

Este torrente continuo de emigración, junto con la particular estructura de la economía americana (un capitalismo basado en el «libre» trabajo en el norte y la esclavitud en el sur), imprimió su sello especial al movimiento obrero de los Estados Unidos del Norte.

En su 18 Brumario, Marx caracteriza de la siguiente manera la situación particular de los Estados Unidos y las relaciones de clase poco desarrolladas en la primera mitad del siglo XIX:

«País donde las clases, ya constituidas pero no estables, modifican y reemplazan constantemente sus elementos constitutivos, donde los modernos medios de producción en lugar de corresponder a una superpoblación estancada, más bien compensan la falta relativa de cerebros y de brazos, y donde en fin, el joven y febril desarrollo de la producción material, que tiene un nuevo mundo por conquistar, no ha tenido tiempo ni oportunidad de destruir el viejo mundo espiritual.»

Las inmensas extensiones, los campos vírgenes, atraían la atención de todos los utopistas europeos que intentaban construir sus comunas en la «tierra prometida». En 1824 Roberto Owen fue personalmente a los Estados Unidos, compró una extensión considerable de tierra y comenzó la organización de sociedades ideales, donde los obreros, y los capitalistas que se purificaron de sus pecados y su sed de ganancia, debían vivir pacíficamente, ayudándose los unos a los otros. Con la ayuda de filántropos, organizo la Comunidad «Yellow Spring» en 1825; después, la Nueva Armonía y las comunidades Naschebo, Kandal, etc.

En la primera mitad del siglo XIX surgen las sociedades fourieristas en los Estados de Massachusetts, New York, New Jersey, Pensilvania, Ohio, Illinois, Indiana, Wisconsin y Minnesota. Los organizadores de estas comunidades, Alberto Brisbane, Horacio Grilley y otros, construyeron conforme a los planes de Fourier los falansterios norteamericanos, pero como ocurrió a los partidarios de Roben Owen, el resultado fue nulo. Sus mejores comunidades, como por ejemplo, la falange norteamericana Brook Fram, falange de Wisconsin, grupo de Pensilvania, grupo de Nueva York, etc., vegetaron para después disgregarse. La misma suerte corrieron también las sociedades icarianas creadas por los discípulos del utopista comunista Esteban Cabet.

Los Estados Unidos fueron la tierra prometida del capitalismo, pero las generosas experiencias sociales del socialismo utópico, hallaron allí un suelo ingrato.

¿Quiénes fueron los iniciadores de la construcción de comunidades socialistas en el libre suelo americano virgen del feudalismo? Los discípulos europeos de los socialistas utópicos que se habían desilusionado de las revoluciones y buscaban medios y caminos para la solución de la cuestión social fuera de la lucha de clases. Marx apreciaba mucho a los socialistas utópicos, pero no por su utopismo, sino por su socialismo. Los consideraba como precursores del socialismo materialista crítico, pero era implacable con los comunistas utópicos de la especie de Weitling, que intentaban resucitar el socialismo utópico con un retraso de varias decenas de años.

En una carta a Sorge fechada el 19 de octubre de 1877, Marx caracterizó de la siguiente manera el socialismo utópico de Weitling:

«Durante decenas de años, venciendo grandes dificultades, hemos tratado de desembarazar las cabezas de los obreros alemanes del socialismo utópico y de la visión fantástica del régimen de la sociedad futura, lo que les ha dado una superioridad teórica, y en consecuencia práctica, sobre los franceses e ingleses. Pero he aquí que el socialismo utópico hace de nuevo estragos, pero tan sólo en una forma de mucho menos valor y que no se puede comparar con la doctrina de los grandes utopistas franceses e ingleses, sino con Weitling. Es natural que el utopismo predecesor del socialismo materialista crítico, contuviera a este último in nuce; pero cuando surge en la superficie post festum, no puede ser más absurdo, insípido y completamente reaccionario.»

Aquí vemos cómo establece Marx el parentesco entre el socialismo científico y el socialismo utópico y cómo califica severamente a los que hasta ya entrados en años se pasean con el traje infantil del socialismo utópico, a los que trataban de hacer retroceder el movimiento obrero de los Estados Unidos.

Como la corriente principal de la emigración procedía de Alemania, es también de allí de donde se importa un socialismo que en sus primeros tiempos no da brotes vigorosos en el suelo americano. Es que el socialismo alemán pre-marxista era ya impotente en suelo alemán, y con su trasplante al suelo americano se tornó todavía más débil. Los emigrados aportaron de Europa no sólo ideas utópicas, sino también las formas europeas de organización de aquel tiempo. La estructura de la clase obrera era entonces, y lo sigue siendo en los Estados Unidos, muy específica y variada; de ahí que resultasen dificultades especiales que obstruían la penetración de las ideas socialistas en las masas. Dos factores desempeñaron un papel decisivo en la formación de la ideología de la clase obrera de aquella época: la esclavitud y la emigración. En el primer volumen de El Capital, Marx escribe:

«En los Estados Unidos, todo movimiento obrero independiente se veía paralizado mientras la esclavitud manchase una parte de la República. El trabajo blanco no puede emanciparse donde el trabajo negro tenga el estigma deshonroso.»

La inmigración imprimió un sello especial a la clase obrera norteamericana, creando en su seno una serie de capas y sectores intermedios según la nacionalidad, el grado de conocimiento del inglés, etc. En 1893. Engels escribe a Sorge:

«Una importancia enorme tiene la emigración que divide a obreros en dos grupos, nativos y extranjeros, y a éstos en: 1) irlandeses; 2) alemanes; 3) toda una serie de pequeños grupos que se comprenden solamente entre sí: checos, polacos, italianos, escandinavos, etc. A esto se añade, además, los negros. Son necesarias condiciones especialmente favorables para formar con estos elementos un partido único. A veces se produce inesperadamente un fuerte impulso, pero es suficiente que la burguesía se limite a una resistencia pasiva para que los elementos obreros heterogéneos se disgreguen de nuevo.»

En 1895 Engels vuelve de nuevo sobre las particularidades del movimiento obrero en los Estados Unidos, donde, en el transcurso del siglo XIX se verificaron luchas económicas de gran intensidad, mientras que el movimiento político del proletariado marchaba en zigzag sin alcanzar una agudeza e intensidad considerables. De ahí el retraso ideológico del obrero de los EE.UU. ¿Cómo explica Engels este retraso? En una carta a Sorge del 16 de enero de 1895, escribe:

«América es el país más joven, pero también el más viejo. Se ven allí, junto a los viejos muebles franceses, un mobiliario de invención local, en Boston carretelas y en la montaña stages coaches… el siglo XVIII al lado de los coches pullman. Así también recibís todo el ropaje espiritual fuera de uso en Europa. Todo lo que aquí está ya en desuso, vive aún en América durante dos generaciones. Así, en ese país, siguen todavía subsistiendo los viejos lassalleanos y gente como Sanial, que hoy en Francia se considerarían anticuados, pueden todavía desempeñar entre vosotros cierto papel. Esto se produce porque los EE.UU. sólo ahora, después de las preocupaciones por la producción material y el enriquecimiento, empiezan a tener tiempo para el trabajo espiritual libre y para su preparación necesaria; pero también por la duplicidad del desarrollo americano, absorbido por la solución de su problema primordial, la roturación de inmensas extensiones de tierras vírgenes, y obligado a luchar por la supremacía en la producción industrial. De ahí esos ups and downs (flujos y reflujos) en el movimiento, según prevalezcan la razón del obrero industrial o la del campesino que rotura la tierra virgen.»

Esta carta de Engels nos explica el carácter original del movimiento obrero de los Estados Unidos, especialmente en la época de Marx.

La ligazón entre los obreros americanos y el comunismo y su representante más eminente, Marx, proviene de la emigración obrera alemana.

«El primer precursor alemán del marxismo -escribe el historiador del movimiento obrero norteamericano, John R. Commons- fue el Club Comunista de New York, fundado el 25 de octubre de 1857. Era una organización marxista sobre la base del Manifiesto Comunista. A su cabeza estaban F. A. Sorge, Conrado Kerl, Sigfrido Mayer, que mantenían relaciones directas con Marx, Juan Felipe Becker y otros.

Simultáneamente con la organización de clubes marxistas en los Estados Unidos, se creaban organizaciones lassalleanas, entre las cuales la más fuerte fue la «Union General de Obreros Alemanes» fundada en Nueva York en octubre de 1865, por catorce lassalleanos. Los lassalleanos trasladaron sus ideas confusas al otro lado del océano, como se ve por el siguiente punto de estatutos:

«Mientras en Europa sólo la revolución general puede dar los medios para elevar a los obreros a un nivel superior, en América la educación de las masas les da la confianza necesaria en sus propias fuerzas, indispensable para utilizar con éxito y habilidad la papeleta electoral, que puede llevarles a la liberación del yugo del capital.»

Los clubes obreros, los sindicatos y sociedades de todas clases, surgen en las ciudades más importantes de los Estados Unidos, tratando de ligarse con el centro espiritual político de esta época -Londres- donde vivían Marx y Engels. Las organizaciones de emigrados estudian cuidadosamente la literatura marxista, y, en primer término, las obras de Marx. Sorge describe elocuentemente cómo los obreros alemanes seguían y estudiaban la literatura marxista: «Los proletarios -escribe Sorge- rivalizan en celo por dominar los conocimientos económicos y solucionar los problemas económicos y filosóficos más difíciles. Entre los centenares de miembros afiliados a la Unión, de 1869 a 1871, no existía casi ni uno que no hubiera leído a Marx (El Capital), y había, naturalmente, más de una docena que asimilaron y estudiaron a fondo los pasajes y definiciones más difíciles, armándose así contra los ataques de los grandes y pequeños burgueses, radicales y reformadores. Era un verdadero placer asistir a las reuniones de la Unión.»

El 26 de marzo ele 1866, los militantes de toda una serie de sindicatos y ciudades se reunieron en Nueva York y lanzaron un llamamiento convocando para el 20 de agosto de 1868 al Congreso Nacional Obrero, en Baltimore. Los iniciadores determinaban la finalidad del Congreso de la manera siguiente:

«La agitación por la jornada de 8 horas ha adquirido tal importancia, que se hace necesaria una táctica unánime y concorde en todas las cuestiones referentes a la realización de las reformas en el dominio del trabajo.»

Las decisiones del Congreso obrero de Baltimore produjeron un sentimiento de júbilo en Marx. En su carta del 9 de octubre de 1866 a Kugelmann, Marx escribe:

«Gran alegría me ha causado el Congreso Obrero americano de Baltimore, que se celebró simultáneamente (al Congreso de Ginebra de la A.I.T.). La organización de la lucha contra el capital ha servido allí de consigna y cosa sorprendente: la mayoría de las reivindicaciones elaboradas por mí para Ginebra, fueron también planteadas allá, debido al certero instinto de los obreros.”

No tiene nada de extraño que las reivindicaciones elaboradas por Marx para el Congreso de Ginebra (véase a este respecto el capítulo de las reivindicaciones inmediatas), coincidieran con las de los obreros avanzados de los Estados Unidos. Marx conocía como nadie el movimiento obrero internacional, y el programa de reivindicaciones elaborado por él fue una generalización de las reivindicaciones de los obreros de todos los países capitalistas y surgía de la experiencia de la lucha de clases y de una actitud comunista hacia el «certero instinto de los obreros”.

Dos años más tarde, Marx vuelve a referirse de paso a este congreso:

«El gran progreso -escribe a Kugelmann el 12 de diciembre de 1868- en el último congreso de la Unión Obrera americana se nota también, entre otras cosas, en el hecho de haber tratado a la mujer obrera con completa igualdad, mientras que los ingleses, y en un grado todavía mayor los galantes franceses, pecan en esto de estrechez de espíritu. El que conozca algo de historia, no ignora que las grandes conmociones sociales son imposibles sin el fermento femenino. El progreso social puede ser exactamente medido por la situación social del bello sexo (incluyendo también a las feas).»

Esta carta prueba una vez más que Marx sabía lo que quería en todas las cuestiones del movimiento social, comprendiendo admirablemente que la limitación de los derechos de la obrera en la organización, significa que la clase obrera se impone a si misma restricciones políticas.

Esta «Unión Nacional Obrera», cuyo organizador e inspirador fue G. Sylvis, celebró una serie de Congresos más (1867, 1868, 1869, 1870, 1871), se ligó con la Asociación Internacional de Trabajadores, y aunque los mejores dirigentes de aquel tiempo, como Sylvis, por ejemplo, no demostraron firmeza especial en las cuestiones programáticas y de táctica socialistas, Marx siguió con la mayor atención este movimiento y apreció altamente sus acciones vigorosas por la restricción de la jornada de trabajo, por el aumento de los salarios, etc.

En 1879, con motivo de la tirantez de relaciones entre Inglaterra y los Estados Unidos, el Consejo General dirigió un llamamiento a la «Unión Nacional Obrera», exhortando a la clase obrera de los Estados Unidos a manifestarse expresamente contra la guerra, que no puede aportar a la clase obrera de Europa y América más que calamidades. Este mensaje escrito por Marx es tan característico de toda la posición de la Iª Internacional, y del propio Marx, que damos a continuación importantes extractos:

«En la proclama inaugural de nuestra asociación, declarábamos: ‘no es la sagacidad de las clases dominantes, sino la resistencia heroica de la clase obrera inglesa, la que salvó a Europa Occidental de la aventura de una bochornosa cruzada destinada a perpetuar y extender la esclavitud al otro lado del océano’. Os corresponde ahora oponer una resistencia a la guerra, cuyo resultado inevitable seria hacer retroceder por un periodo indeterminado el movimiento ascendente de la clase obrera en ambos lados del océano. Independientemente de los intereses especiales de tal o cual gobierno ¿no es conforme, acaso, con los intereses fundamentales de nuestros opresores comunes la transformación de nuestra colaboración internacional, rápidamente creciente, en una guerra fratricida?… En el mensaje de salutación al señor Lincoln con motivo de su reelección para la presidencia, expresábamos nuestra convicción de que la guerra civil aportaría inmensos progresos a la clase obrera, como la guerra de la independencia lo demostró en relación con la burguesía. Y efectivamente, el fin victorioso de la guerra contra la esclavitud, abrió una nueva época en la historia de la clase obrera. Precisamente a partir de esta fecha data el movimiento obrero independiente de los Estados Unidos, movimiento que contemplan con envidia nuestros viejos partidos y politicastros de profesión. Pero, para que este movimiento aporte frutos, se necesitan años de paz. Para ahogados es necesaria la guerra entre los Estados Unidos e Inglaterra. El resultado inmediato y tangible de la guerra civil, ha sido el empeoramiento indudable de la situación del obrero americano. En los Estados Unidos, como en Europa, el peso enorme de la deuda nacional es pasado de mano en mano para, al fin, descargarlo sobre las espaldas de la clase obrera. Además, los sufrimientos de la clase obrera ponen en mayor relieve el lujo insolente de la aristocracia financiera, la aristocracia de los nuevos ricos surgidos de la guerra como parásitos. Sin embargo, la guerra civil es compensada con la emancipación de los esclavos y con el impulso que ha dado a todo vuestro movimiento de clase. Una segunda guerra, no iluminada por fines elevados y por una gran necesidad social, una guerra al ejemplo del viejo mundo, forjaría solamente las cadenas para el obrero libre, en lugar de romper las de la esclavitud. La agravación de la miseria que traería como consecuencia, daría a vuestros capitalistas los motivos y los medios para alejar a la clase obrera de sus necesarias y justas aspiraciones, por medio de las bayonetas implacables del ejército permanente. Por consiguiente, una misión gloriosa os incumbe: hacer que la clase obrera aparezca por fin, en la arena de la historia, no ya como un humilde esclavo, sino como fuerza independiente consciente de su propia responsabilidad y capaz de dictar la paz allá donde los que quieren ser sus amos reclaman a gritos la guerra.»

Este mensaje plantea una serie de cuestiones muy importantes, y, ante todo, la de la posición de las organizaciones obreras en general, y de los sindicatos, en particular, frente a la guerra. Marx no grita contra la guerra en general. Sitúa la cuestión en un terreno concreto. Señala los lados positivos de la guerra civil para los obreros, y afirma con fuerza que la guerra anglo-americana que se prepara no tiene más que lados negativos. Este mensaje del Consejo General no quedó sin respuesta del presidente de la «Unión Nacional Obrera», Sylvis. En su informe al Congreso de Basilea, Marx escribe:

«La muerte repentina de Sylvis, glorioso luchador de nuestra causa, exige que honremos su memoria terminando nuestro informe con su respuesta a nuestra carta:

«Ayer he recibido vuestra amable carta del 12 de mayo. Estoy muy satisfecho de recibir del otro lado del océano un mensaje tan cordial de nuestros compañeros obreros.

«Nos une una causa común. Se está librando una guerra entre la miseria y la riqueza. En todas partes del mundo el trabajo ocupa el mismo lugar sometido, mientras el capital ejerce su tiranía. Por eso digo que nuestra causa es común. En nombre de los obreros de los Estados Unidos, tiendo la mano fraternal, en vuestra persona, a todos los que representáis, así como a todos los desheredados y oprimidos hijos e hijas del trabajo de Europa. Dirigid la noble causa que habéis comenzado, hasta que vuestros esfuerzos sean coronados por un brillante éxito. Nosotros tenemos la misma decisión. Nuestra última guerra tuvo como consecuencia la formación de la más vil aristocracia adinerada del mundo. El poder del dinero devora con voracidad el alma del pueblo. Le hemos declarado la guerra y nos sentimos seguros de la victoria. Si es posible, venceremos por medio del sufragio: en caso contrario, apelaremos a medios más fuertes. Una pequeña sangría se hace a veces indispensable en casos extremos.”

Las actas del Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores demuestran que los problemas del movimiento obrero americano fueron planteados varias veces en el orden del día. En el acta del Consejo General del 8 de abril de 1879, leemos:

«Carta enviada al Consejo por los obreros de las imprentas de diarios de Nueva York, con la demanda de que se impida la importación de mano de obra destinada a derrotar a los obreros en huelga. Se encarga al secretario que escriba a todos los periódicos del extranjero de la Asociación Internacional de Trabajadores.»

En la misma sesión del Consejo General se escucha un informe del Comité sobre la cuestión del Bureau de emigración, tomándose la siguiente resolución:

«1) El Bureau de emigración se crea de acuerdo con la ‘Unión Nacional Obrera’.

«2) En caso de huelga, el Consejo debe empeñar todos sus esfuerzos por impedir el reclutamiento de obreros en Europa para los patronos americanos.”

Una vez más el Consejo General, bajo la dirección de Marx, destaca, como en sus relaciones con las Trade Unions inglesas, las cuestiones de la lucha económica (la lucha contra el esquirolaje, etc.), con el fin de establecer relaciones lo más amplias posibles con los sindicatos de los Estados Unidos. Testigo de ello es también el acta del 19 de abril de 1870, en la cual leemos:

«Carta del corresponsal neoyorkino, Hume, haciendo notar que el movimiento sindical de los Estados Unidos revela una tendencia a revestir la forma de sociedades secretas. Esto es confirmado por la carta de un corresponsal alemán en Nueva York, que se dirige al Consejo pidiendo su intervención para intentar disuadir a Hume y Hessup de que participen en esas sociedades.

«El Consejo resuelve que, en estas circunstancias, no está en condiciones de pronunciarse sobre esta cuestión. Al secretario se le encomienda averiguar las causas que motivan la necesidad de la existencia de sociedades secretas en América.»

En su carta del 19 de septiembre de 1870, Marx comunica a Sorge la distribución de las funciones del Consejo General, y que el secretario para los Estados Unidos es Eccarius. El 12 de septiembre de 1871 Marx aconseja a Sorge denominar al órgano dirigente elegido «Comité Central» y no «Consejo Central», y le informa de la literatura que fue enviada a los Estados Unidos. El 21 de septiembre de 1871, Marx escribe a Sorge respecto a las circulares y el reglamento de la Asociación Internacional de Trabajadores, que le han sido enviados. El 6 de noviembre de 1871, Marx vuelve a escribir sobre los folletos, literatura y sobre la famosa duodécima sección de Nueva York integrada por periodistas e intelectuales que aspiraban a la dirección del movimiento. El 9 de noviembre. Marx aconseja a Sorge convocar un Congreso después de un trabajo político y de organización y crear un Comité Federal, pidiéndole que no se retire del Comité. El 10 de noviembre de 1872, Marx escribe al alemán Speyer, miembro del Comité Central:

«1) Según el reglamento, el Consejo General debe pensar ante todo en los yanquis, en el país de los yanquis.

«2) Ustedes deben, a todo precio, tratar de conquistar las trade-unions.»

En esta carta, Marx contesta detalladamente a toda una serie de reproches y sospechas con respecto al Consejo General, demostrando a su corresponsal que el Consejo General no puede prohibir a sus miembros que mantengan correspondencia privada. El 23 de noviembre, Marx explica en su carta a Bolte la causa de que la Asociación Internacional de Trabajadores estuviese obligada, en los primeros tiempos, en los Estados Unidos del Norte, a confiar poderes a particulares, designándolos sus corresponsales.

Marx en la misma carta a Bolte escribe:

«Al fundarse la Internacional, se propuso situar el centro de la lucha en una verdadera organización de la clase obrera llamada a despojar de ese papel a las sectas socialistas o semi-socialistas. Sus primeros estatutos y su mensaje inaugural, lo demuestran al primer golpe de vista. Por otra parte, la Internacional no hubiera conservado sus posiciones, si con el concurso de la historia no hubiera aplastado ya a las sectas. El desarrollo de las sectas socialistas y el del verdadero movimiento obrero, se encuentran en una relación inversa. Mientras la clase obrera no esté madura para el molimiento histórico independiente, las sectas se justifican (desde el punto de vista histórico). Pero tan pronto como la clase obrera esté madura todas las sectas se vuelven reaccionarias. Y en la historia de la Internacional se repitió lo que la historia nos muestra en todas partes. Todo lo anticuado trata de rehacerse y de afirmarse dentro de las nuevas formas surgidas. La historia de la Internacional fue una lucha ininterrumpida del Consejo General contra las sectas y contra los experimentos de diletantes que trataron de afirmarse dentro de la Internacional contra el verdadero movimiento de la clase obrera. Esta lucha, se llevó a cabo en los Congresos, y en mayor grado aún en las conferencias particulares del Consejo General con las diferentes secciones.”

Entre tanto, la lucha entre los partidarios de la Asociación Internacional de Trabajadores en los Estados Unidos, se había agravado. Esta lucha encontró su expresión en el mensaje del Consejo Federal, que agrupaba algunas decenas de secciones y la sección 12 de Nueva York, al Consejo General de Londres, pidiendo que solucionase su litigio. El Consejo General, bajo la dirección de Marx, se manifestó contra la sección 12, donde operaban politicastros pequeñoburgueses, y en pro del Consejo Federal, alrededor del cual se habían agrupado los obreros. El 8 de marzo de 1872, Marx escribe a Sorge:

«En vista de que el Consejo General me encargó que informase sobre la escisión en Estados Unidos (debido a dificultades de la Internacional en Europa habíamos aplazado la discusión de ese problema de reunión en reunión), he pasado revista minuciosamente a toda la correspondencia de Nueva York y a todo aquello que se ha escrito a este respecto en los periódicos, y he descubierto que, de una manera general, estábamos informados tardía y poco exactamente sobre los elementos que produjeron la escisión. Una parte de la resolución propuesta por mí ya está aprobada, la otra se tratará el martes próximo, después de lo cual la resolución definitiva será enviada a Nueva York.»

El 15 de marzo de 1872, Marx envía a Sorge la resolución escrita por él y adoptada por el Consejo General. Como esta resolución es característica de Marx y de la Asociación Internacional de Trabajadores, la reproducimos íntegra:

«1) Los dos Consejos deben unirse dentro de un solo Consejo Federal provisional.

«2) Las nuevas y pequeñas secciones se unen para el envío de un delegado común.

«3) Un Congreso General de los miembros americanos de la Internacional debe ser convocado para el 19 de julio.

«4) Este Congreso elegirá un consejo federal con derecho de cooptación de nuevos miembros, y elaborará el reglamento y los estatutos del consejo federal.

«5) La sección 12, debido a sus pretensiones y a sus sucios procedimientos políticos, se disuelve hasta el próximo Congreso General.

«6) Cada sección debe estar compuesta, como mínimo de dos terceras partes de obreros asalariados.»

El Congreso de la Haya de la Iª Internacional, resolvió trasladar la sede de la Asociación Internacional de Trabajadores a los Estados Unidos del Norte. El ataque de los bakuninistas era así rechazado, pero significaba el comienzo del fin de la Ia Internacional como organización obrera internacional. Pero si para Europa esto era un paso hacia atrás, para Estados Unidos fue un impulso para la unión de todos los elementos marxistas alrededor del Consejo General. De otra parte, se organizaron también los enemigos del marxismo. Marx y Engels sabían que el Consejo General de Nueva York, la Asociación Internacional de Trabajadores y el Consejo General de Londres, distaban mucho de ser una misma cosa. Hicieron todo lo posible por apoyar política y organizativamente al Consejo General, pero se agudizó la lucha alrededor de él, comenzaron las escisiones y disidencias, aunque gracias a Sorge y otros, el Consejo General trataba de actuar en el espíritu de Marx y Engels. Así una de las cuestiones más delicadas fue la actitud de las secciones de la Internacional frente a los sindicatos. El Consejo General se dirigió con la siguiente carta a la 3ª Sección de Chicago el 9 de julio de 1874:

«Es extraño que nos veamos obligados a indicar a una de las secciones de la Internacional la utilidad y la gran importancia del movimiento sindical. Pero no obstante, tenemos que indicar a la 3ª sección, que todos los Congresos de la Asociación Internacional de Trabajadores, desde el primero hasta el último, se han ocupado detenidamente del movimiento sindical, buscando medios y caminos para su desarrollo. El sindicato es la cuna del movimiento obrero, porque los obreros, como es natural, se interesan por lo que les afecta en su vida cotidiana y se unifican, por consiguiente, ante todo, con sus compañeros de oficio. Por eso, el deber de los miembros de la Internacional no es simplemente ayudar a los sindicatos existentes, sino ante todo guiarlos por un camino justo, es decir, internacionalizarlos y al mismo tiempo crear en todas partes donde sea posible, nuevos sindicatos. Las condiciones económicas obligan a los sindicatos con fuerza irresistible a pasar de la lucha económica contra las clases poseedoras a la lucha política. Esta es una verdad notoria para todo el que siga el movimiento obrero.”

Pero este planteamiento, justo en principio y dentro del espíritu de Marx, se mezclaba con toda una serie de influencias, y el Consejo General americano se apartaba cada vez más de las posiciones marxistas. En el año 1876 «los últimos mohicanos» que apoyaban al Consejo General, se vieron obligados a disolver la Asociación Internacional de Trabajadores. Así, la Asociación Internacional de Trabajadores, creación política y organizativa de Marx, dejó de existir. El movimiento obrero internacional hizo un nuevo y brusco zigzag.

Carlos Marx siguió como nadie las peripecias del movimiento obrero de los Estados Unidos. Vio sus particularidades, sus rasgos originales y sus dificultades. ¿Cuáles son, pues, las indicaciones que daba Marx a sus partidarios de los Estados Unidos? Marx exhortaba a prestar atención a las Trade-Unions, a fundirse con la clase obrera y a «extirpar de la organización el espíritu estrechamente sectario». Marx exigía la fusión con el movimiento de masa, porque éste era el mejor medio de acción contra el sectarismo y el oportunismo. Pero esas indicaciones no fueron seguidas. El movimiento obrero y sindical de los Estados Unidos, tomó un derrotero especial: el ofrecimiento del capitalismo americano significaba el aburguesamiento del trade-unionismo americano. Samuel Gompers, enemigo del socialismo, politiquero y mercantilista práctico, llegó a ser por largos años el ideólogo y guía de ese movimiento.