La Vie Ouvrière (1909-1914)

En 1908, tras los acontecimientos de Villeneuve-Saint-Georges, Pierre Monatte era uno de los amenazados por la orden de arresto que se había lanzado contra los militantes de la CGT[1]. Logró escapar a Suiza, donde pasó algunos meses bajo el seudónimo de Louis Baud.
A su regreso, entró como corrector en la imprenta confederal. Emile Pouget le llamó en 1909 para que se hiciera cargo de la sección sobre el movimiento social en el diario que acababa de fundar, La Révolution. Luchando con dificultades de todo tipo (sobre todo financieras), el equipo tan sólo logró publicar el diario durante 40 días (del 1 de febrero al 28 de marzo de 1909).
Pierre Monatte se llevó una decepción, pero cada vez estaba más convencido de la necesidad de continuar con una labor de educación, sobre todo en un periodo de crisis del movimiento sindical. Y pensaba que el medio más eficaz era crear una revista.

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El 5 de octubre de 1909 aparecía el primer número de La Vida Obrera. En la cubierta se incluía esta declaración:

¿Qué pretende esta revista? Os preguntaréis al recibir este primer número.

La Vida Obrera será una revista de acción. ¿Una revista de acción? Exactamente, por extraño que pueda parecer. Nos gustaría que fuera útil para los militantes en el curso de sus luchas, que les aportara materiales utilizables tanto en la batalla como en la propaganda, y que la acción ganase así en intensidad y amplitud. Nos gustaría que ayudase a quienes aún no han conseguido ver con claridad en el medio económico y político actual, secundando sus esfuerzos de investigación.

No tenemos ni sermones ni catecismo que ofrecer. Tampoco creemos en la omnipotencia de la educación; pues pensamos que la que de verdad educa es la acción.

Los camaradas que se han reunido alrededor de La Vida Obrera (y que forman su núcleo) no comparten todos las mismas posturas. Los hay que son miembros del partido socialista y militan allí activamente; otros consagran todo su tiempo y actividad al movimiento sindical (la mayoría); otros, por último, son anarquistas y no lo ocultan para nada. Pero todos estamos unidos sobre el terreno del sindicalismo revolucionario y nos proclamamos claramente como anti-parlamentarios. Todos pensamos también que un movimiento es tanto más potente en la medida en que cuenta con militantes informados, que conocen bien el medio y la situación de su industria, que están al corriente de los movimientos revolucionarios en el extranjero, que saben qué formas reviste y de qué fuerzas dispone la patronal, ¡y que sean sobre todo ardientes!

Para estos militantes hemos fundado La Vida Obrera, y son ellos quienes redactarán la mayor parte, hablando de los acontecimientos en los que participen según se vayan produciendo. Así se llevará a cabo un intercambio extraordinariamente beneficioso de conocimientos precisos sobre cada región, cada industria, etc.

Junto a las monografías sobre las huelgas y los estudios sobre las cuestiones sindicales o económicas, daremos amplio espacio a las cuestiones morales, de educación, de higiene, etc.

En resumen, intentaremos hacer de La Vida Obrera una revista interesante y realmente preciosa para los militantes obreros.

¡Tiene que existir! Y para eso es importante lograr 4.000 abonados.

Nunca lo lograréis, nos han dicho algunos amigos pesimistas: en los medios obreros no se lee; o sólo se leen cosas estridentes o picantes. Y vosotros no vais a ser ni lo uno ni lo otro. Además, no es barato: ¡diez francos al año!

Los camaradas que conocen la biblioteca nos han dicho: diez francos al año, una revista de 64 páginas cada quince días; ¡pero estáis locos! ¿Acaso tenéis dinero para despilfarrar?

No somos optimistas; no estamos locos; no tenemos dinero para despilfarrar. Y sabemos que nuestro público será reducido. Pero este público de militantes, de simpatizantes, de hombres deseosos de informarse, acudirá seguramente a nosotros si les presentamos una revista seriamente documentada, viva e incluso apasionada.

En ello trabajamos desde hace dos meses media docena de camaradas; otros colaborarán de manera eventual; quienes puedan que se unan al núcleo. Que el resto nos ayude en la medida en que dispongan de medios y de tiempo. Si todos nos esforzamos, La Vida Obrera reflejará de manera exacta nuestra vida social, tan tumultuosa, tan rica en fuerza y esperanza; y La Vida Obrera podrá alcanzar los 1.000 abonados, cerrando su presupuesto, y no reclamando a nadie, para poder subsistir, más que lo que cuesta su abono.

Por el “núcleo”: Pierre Monatte.

Lo esencial queda dicho en esta “carta familiar a los 5.000 posibles abonados” de esta pequeña revisa quincenal, de cubierta gris, cuyos 110 números aparecieron hasta julio de 1914. Pierre Monatte y este primer “núcleo” (Merrheim del metal, Picart y Nicolet de la construcción, Garnery de la joyería, Voirin de cuero y pieles, Dumas del vestido, Lapierre de la UD de Seine-et-Oise, Delzant de los vidrieros y Dumoulin de los mineros) pretenden reaccionar en un periodo difícil y brumoso para el movimiento sindical. Este año 1909 está lleno de desánimo y de frágiles promesas. El impulso esperado tras la gran campaña por las 8 horas y la Carta de Amiens no se ha producido, las luchas de tendencias se agudizan, la crisis se abre en la cúspide de la confederación con la dimisión de Griffuelhes y la elección (considerada temporal) de Léon Jouhaux. Todos sienten las necesidad de formar a los nuevos militantes (los criaderos anarquistas y allemanistas están secos), y también la necesidad de dar a la corriente sindicalista revolucionaria una cierta coherencia. Todos actúan en este sentido en sus corporaciones. Pero hace falta una tribuna: La Voix du Peuple, órgano oficial de la CGT, no basta; Pages libres desaparece, Le Mouvement socialiste cambia de orientación. Pierre Monatte, militante sin más responsabilidad que la de miembro del Comité de las Bolsas, corrector de la imprenta confederal, está convencido de la importancia de una revista: piensa en escribirla desde sus primeros años, cuando funda a los 18 años la Démocratie vellavienne, órgano de los grupos avanzados del Alto-Loira; ocupando el puesto del encarcelado Broutchoux, redacta L’Action syndical en Lens. Su reciente experiencia en el diario de Emile Pouget, La Révolution, le ha permitido a conocer a todos los jóvenes militantes. Tiene entusiasmo y talento. Y dispondrá de la perseverancia para continuar. Este joven de 28 años va a consagrarse totalmente a La Vida Obrera, título elegido, después del de L’Action ouvrière, debido a la obra de F. Pelloutier, hombre que le ganó definitivamente para el sindicalismo en 1901.

Pero estos hombres, y sobre todo, podemos decirlo, Pierre Monatte, quieren una revista diferente: revista de acción, cooperativa intelectual y transparencia financiera serán sus tres características esenciales.

La transparencia financiera es sin duda alguna la más importante para ellos. Es la primera condición para la independencia. La revista debe subsistir gracias a sus abonados, y estos deben estar regularmente informados de las cuentas. El número y la distribución de los abonados, junto a los problemas financieros, serán objeto de una información regular en La Vida Obrera, y cosa excepcional, la veracidad de las cifras está comprobada en los archivos que nos ha dejado Pierre Monatte (cuentas, facturas de imprenta, correspondencia, etc.). El dinero necesario para los inicios también tiene un origen claro. Monatte no puede poner dinero propio (sólo tiene deudas), ni tampoco quiere dirigirse a las organizaciones. Aprendiendo del fracaso de La Révolution, hace un primer cálculo: con 1.200 abonados a 10 francos, el presupuesto estaría equilibrado, pero eso sólo sería posible al cabo de dos años, por eso el primer año hay un déficit de alrededor de tres mil francos, y de dos mil francos el siguiente. James Guillaume, el fundador de la Federación Jurasiana, aporta mil francos. Charles Keller, autor de La Jurasiana, himno de la Primera Internacional, seiscientos francos. Otto Karmin, camarada ginebrino, quinientos francos. Charles Guieysse, que fue el primer jefe de Monatte en Pages libres, en París, aporta mil trescientos francos, remanente de la liquidación de Pages libres. Maurice Kahn y Georges Moreau, de Pages libres, entregan también trescientos y doscientos francos respectivamente. Esto permite alquilar (por doscientos cincuenta francos al año) un local en el nº 42 de la rue Dauphine y otorgar a Monatte un salario de corrector para garantizar el papel de “redactor-jefe”, secretario de redacción y administrador, y también pagar al impresor.

Este problema financiero va a ser el más difícil de todos a los que se va a tener que enfrentar Monatte. Cierto es que la progresión de abonados es buena: 800 en seis meses y más tarde entre 1.600 y 1.800, con algunas fluctuaciones que pueden parecer de poca importancia, aunque no es así para un presupuesto tan ajustado. Los picos suelen estar relacionados con las épocas de mayor movimiento (huelga de ferroviarios en 1910) o con artículos espectaculares como el de Andler. Estas cifras son bastante más altas que los 600 abonados de la Revue syndicaliste, los 300 de la Revue socialiste y los 600 de Mouvement socialiste. La sección “Entre Nosotros”, publicada regularmente y con un tono tan particular, lo demuestra bien. Llegar a 3.000 abonados habría asegurado la publicación de la revista, el pago regular al impresor, la posibilidad de tener un administrador permanente, descargando a Monatte de las pesadas tareas que asume. Los abonados son, sobre todo, militantes obreros de todas las federaciones (apenas un 10% de profesores y un 15% de “curiosos”).

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Y es que publicar la revista lo más regularmente posible (es decir, sin retraso) es un trabajo agotador. La recogida de las copias no es lo más difícil, siempre que no haya relajación, que se esté al acecho de los nuevos militantes que emergen, de animarlos a que escriban, a que colaboren regularmente, sentir las necesidades, los movimientos. Se consigue reunir un equipo rápidamente, contando también con “especialistas”: un médico como el doctor La Fontaine, un ingeniero como Robert Louzon, o un economista como Francis Delaisi. Estos no debían hacer ostentación de su “superioridad” intelectual, sino permitir que los militantes comprendieran problemas complejos. Un “núcleo” permanente, al cual se unen todos aquellos interesados, se reúne con regularidad. Cuatro días a la semana, de las 9 a las 11 de la noche, se ponen en marcha unas permanencias en la revista, donde todos pueden acudir para discutir, aportar un artículo, pero también para ayudar con los envíos y con el trabajo administrativo. Estos hombres no conciben ninguna distinción entre trabajo “noble” y trabajo “ingrato”. Es un trabajo colectivo, pero Pierre Monatte es el motor, para él es un “infierno agradable”, y estos años van a terminar poblando de canas su bigote rojizo.

La revista es abierta y también bastante cuidada. Para Monatte es muy importante la elegancia tipográfica, la claridad de la maquetación y la elección de los títulos y las ilustraciones. La composición es moderna y ligera.

Para una revista como La Vida Obrera, este estudio de su estructura, su funcionamiento y de su financiación no sólo es posible, gracias a las fuentes, sino que es esencial. No es una revista tradicional en su vida interna. Tampoco lo es en la elección de sus colaboradores y su contenido. La diversidad, la riqueza de La Vida Obrera, su apertura a los problemas internacionales, a las grandes cuestiones sociales, aún sorprende. Una lectura atenta, un estudio preciso y detallado, refutaría muchas falsas ideas sobre los sindicalistas revolucionarios para los cuales y por los cuales esta revista fue creada. Lo que les preocupa, ante todo, es una acción eficaz y meditada, pero esto supone prestar mucha atención a los cambios de la clase obrera, a la que pueden ver transformarse ante sus propios ojos (son los primeros que abordan el problema del taylorismo, de la descualificación del trabajo), los cuales exigen nuevos modos de organización y de acción. Se dirigen al proletariado moderno y no a los herederos de los obreros cualificados del Segundo Imperio.

La influencia de La Vida Obrera (que deja de publicarse tras la declaración de guerra, decisión simbólica tomada por todos) es difícil de calcular. La mayor parte de los militantes franceses y extranjeros que dejaron o dejarán después huella en el movimiento obrero, o bien la leían o bien escribían en ella. Al llegar a 1921 a Moscú, a Alfred Rosmer le sorprenderá el hecho de que todos los delegados al congreso de la IC conocían al grupo de La Vida Obrera. Algunos adquirieron gracias a ella un modo de vida y de militancia, construido con esfuerzo, educación y rechazo al medro.

 Colette Chambellan.

Cahiers George Sorel. 1987, Vol. V. Nº 1 (pp- 89-93).


[1] Durante el trascurso de unas unas huelgas en Draveil y Villeneuve-Saint-Georges, entre mayo y julio, mueren 6 obreros y el gobierno de Clemenceau ordena detener a 31 militantes de la CGT, descabezando la organización y abriendo las puertas de su dirección a los reformistas.

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