Marx y los sindicatos (VIII): Marx y el movimiento huelguístico

8. Marx y el movimiento huelguístico

Luchando contra la subestimación y la sobreestimación de la lucha económica y de los sindicatos, Marx y Engels atribuyeron mucha importancia a las huelgas y a la lucha económica del proletariado. Tanto Marx como Engels juzgaban las huelgas como un arma potente en la lucha por los objetivos inmediatos y finales de la clase obrera. La transformación de los obreros dispersos en una clase, que se realiza en el curso de una áspera lucha, está expuesta de una manera clásica en el Manifiesto Comunista, vivo e inalterable documento del comunismo mundial. El Manifiesto Comunista pinta con vivos colores el nacimiento de la burguesía y de su sepulturero, la clase de los obreros modernos que no viven más que a condición de encontrar trabajo y que no lo encuentran más que sí su trabajo aumenta el capital.

He aquí lo que encontramos en el Manifiesto Comunista respecto a las vías «de la organización del proletariado en clase»:

«El proletariado pasa por diferentes etapas de evolución, pero su lucha contra la burguesía comenzó así que nació.Continue Reading

Marx y los sindicatos (VII): Marx y las reivindicaciones de la clase obrera

7. Marx y las reivindicaciones de la clase obrera

¿Es útil luchar por la disminución de la jornada de trabajo, por el aumento de salarios, etc.? Esta es la cuestión teórica y política puesta en el centro de la lucha científica y política librada por Marx en el curso de largas décadas. Esta forma de plantear la cuestión, nos parece hoy extraña y hasta indigna de merecer nuestra atención. Pero es porque Marx realizó un enorme trabajo científico y político en este sentido. Hemos visto a Marx en lucha con Proudhon, Lassalle y Weston, es decir, con todos los representantes del socialismo pequeñoburgués, inglés y alemán, a propósito de la utilidad de los sindicatos en las huelgas, de la definición de los salarios, del problema del precio, ganancia, etc. Tanto Proudhon como Lassalle y Weston se habían inspirado en los economistas burgueses ingleses, que trataban de demostrar, invocando a Dios y a la ciencia, que la lucha de los sindicatos por el mejoramiento de la situación de los obreros es estéril, en el mejor de los casos, y altera todas las leyes divinas y humanas. En el primer tomo de El Capital, Marx reunió un rico manojo de razonamientos «científicos» anti-obreros de Adam Smith, John Stuart Mill, Mac Culloch, Ure, Bastiat, Say, James Sterling, Cairus, Walker, etc.

En resumen, el sentido de todas esas «doctas» rebuscadas tesis se reduce a lo siguiente:

«Los sindicatos y las huelgas no pueden traer provecho a la clase de los trabajadores asalariados.» (Walker).

«La ciencia no conoce beneficios patronales de ninguna especie.» (Schulze Delitsch).

Toda la significación política de estas teorías, fue formulada por Marx brevemente en su intervención contra Weston:

«Por consiguiente, si los obreros se esfuerzan por lograr una elevación pasajera de los salarios, obrarán tan neciamente como los capitalistas que procuren una pasajera disminución.»

Marx veía todo lo que había de peligroso en tales teorías para el movimiento obrero, por eso abrió fuego cerrado contra los economistas burgueses y sus discípulos socialistas, poniendo en ello toda la fuerza de su inteligencia y de su pasión. El primer tomo de El Capital constituye un golpe mortal contra las autoridades burguesas de la ciencia económica. Marx demostró todo lo falso de la teoría «del fondo de los salarios», descubrió los «misterios» de la plusvalía y de la acumulación primitiva; demostró, sobre la base de una enorme documentación irrefutable, cómo se determina el salario, cómo se crea el valor y la plusvalía, cuál es la diferencia entre el trabajo y la fuerza del trabajo, etc. La disputa teórica se desarrolló alrededor de la cuestión. ¿Qué es lo que vende el obrero? ¿Su trabajo o su fuerza de trabajo? Y, ¿qué diferencia existe entre trabajo y fuerza de trabajo?

«El trabajo es la sustancia y la medida inmanente de los valores, pero él mismo carece de valor», dice Marx.

Partiendo de esta definición. Marx descubre los místerios del salario y de la plusvalía, «piedra angular de todo el sistema económico de Carlos Marx» (Lenin).

“La historia -escribe Marx- ha necesitado tiempo para descifrar el secreto del salario.”

Agreguemos que incluso después de haberse descifrado el secreto, la lucha alrededor de esta cuestión no cesó ni un instante, porque la tesis de Marx, «la plusvalía es el objetivo inmediato y el motivo determinante de la producción capitalista», afecta a intereses de clase. Y es conocida la vieja máxima «si los axiomas geométricos afectaran los intereses de los hombres, seguramente se habría tratado de refutarlos» (Lenin).

Una prueba de las pasiones que desencadena la cuestión de la plusvalía la tenemos en el hecho de que no hay un solo profesor, por mediocre que sea, que no intente refutar a Marx, provocando, unos consciente y otros inconscientemente, una completa confusión. A los confusionistas inconscientes pertenecen gentes de ciencia como Sydney y Beatrice Webb, que afirman que Marx y Lassalle reivindicaban el derecho al producto íntegro del trabajo. Esta desfiguración del punto de vista de Marx indignó al traductor ruso, que hizo la siguiente objeción: «Los autores comprenden falsamente a Marx, el cual se opuso resueltamente a la doctrina del derecho del obrero al producto integro de su trabajo. Véase la Critica al programa de Gotha.»

Esta observación pertenece a Lenin, que hallándose confinado en Siberia, en la aldea Chucheraskoe, tradujo en colaboración con N. S. Krupskaya los dos volúmenes de la obra de los Webb.

Al enarbolar Marx la bandera de la insurrección contra la ciencia económica burguesa, sabía que se trataba de grandes y serias cuestiones. ¿Es que la clase obrera seguirá, teórica, y por lo tanto, también políticamente, sobre el terreno de la economía política y de la política burguesa, o forjará su propia arma teórica para la lucha contra la ideología y la política de la clase capitalista?

La cuestión de la teoría abstracta, se transformaba como vemos, en una cuestión esencialmente práctica: ¿Hay que crear sindicatos? ¿Vale la pena luchar por la disminución de la jornada de trabajo? ¿Cuál es el valor de la legislación fabril para la clase obrera? En una palabra, se trataba de la significación de las reivindicaciones parciales en la lucha general de clase del proletariado. En esta materia, además de la teoría, ha sido decisiva la experiencia de la lucha de las masas. Por eso Marx en El Capital invoca constantemente la viva experiencia de la lucha. Y escribe:

«Los obreros fabriles ingleses fueron los campeones, no solamente de la clase obrera inglesa, sino de toda la clase obrera contemporánea, así como también sus teóricos fueron los primeros en lanzar el guante a la teoría de El Capital

La política sindical de clase debe tener su punto de partida en la lucha por una reducida jornada de trabajo, por altos salarios, por la defensa del trabajo femenino e infantil, por una amplia legislación fabril, etcétera; pero para desplegar la lucha por estas reivindicaciones parciales, se impone comprender su papel y significado en la lucha general de clase del proletariado, se necesita estudiar las causas de la formación de la legislación social. La actividad de Marx, en este sentido, fue admirable. Fue él quien analizó una enorme cantidad de informes de inspectores de fábricas inglesas, y toda la legislación fabril, etc. Basta tomar la obra fundamental de Marx, el primer tomo de El Capital, y se verá en ella que la cuestión de la compra y venta de la fuerza del trabajo, del valor de la fuerza del trabajo, de las formas y el grado de explotación de la misma, ocupa el lugar central. Pero Marx no se limitó a consagrar una gran parte del primer tomo de El Capital a la lucha teórica contra los economistas burgueses. En el mismo tomo da una respuesta política al problema de la actitud que deben adoptar los obreros en la lucha por las reivindicaciones inmediatas.

«Contra su voluntad, por la presión de las masas, el parlamento inglés renunció a la ley contra las huelgas y las trade-unions, después de que durante cinco siglos este mismo parlamento ocupó con su egoísmo desvergonzado la posición de una organización permanente de los capitalistas contra los obreros.»

Marx no solamente comprobó las aspiraciones de los capitalistas en lo que concierne a la explotación de los obreros, la prohibición de las coaliciones y de las huelgas, etc., sino que desde los primeros días de su aparición en la arena política, emprendió la lucha por la libertad de los sindicatos y de las huelgas, por la legislación sobre la jornada de trabajo. Toda su actividad literaria y política, todos sus folletos, discursos y libros, aun antes de la organización de la Asociación Internacional de Trabajadores, antes de la publicación del primer tomo de El Capital, lo testimonian. La proclama inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores, escrita por Marx, comienza de la siguiente manera:

«Un hecho muy significativo es que desde 1848 hasta 1864, la miseria de la clase obrera no ha disminuido…»

A continuación. Marx escribe lo siguiente sobre las condiciones de la conquista y la importancia de la legislación obrera:

«Después de una lucha de treinta años, sostenida con la mayor perseverancia, la clase obrera inglesa, aprovechándose de una disidencia momentánea entre los señores de la tierra y los señores del capital, consiguió arrancar el bill de las diez horas.

«Las inmensas ventajas físicas, morales e intelectuales que resultaron para los obreros de las manufacturas han sido anotadas en las Memorias bianuales de los inspectores de las fábricas, y en todas partes se complacen ahora en reconocerlas. La mayor parte de los Gobiernos continentales fueron obligados a aceptar la ley inglesa sobre las manufacturas, bajo una forma más o menos modificada, y el mismo Parlamento inglés se ve obligado cada año a extender el círculo de su acción.

«El bill de las diez horas no fue tan sólo un triunfo práctico, fue también el triunfo de un principio: por primera vez la economía política de la burguesía había sido derrotada por la economía política de la clase obrera.”

Vemos la importancia que Marx atribuía a la lucha tenaz de los obreros por la disminución de la jornada de trabajo y las demás conquistas en este sentido. No es que sobrestimase la legislación obrera, sino que juzgaba indispensable combatir la subestimación de la lucha de las masas obreras por sus reivindicaciones inmediatas.

Así, el Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores, formuló, a propuesta de Marx, el 21 de julio de 1865, el siguiente orden del día para el Congreso de Ginebra:

1) Unificación, con el concurso de la AIT, de las acciones que se realizan en las luchas entre el capital y el trabajo en los diversos países.
2) Los sindicatos, su pasado, su presente y su porvenir.
3) Trabajo cooperativo.
4) Impuestos directos e indirectos.
5) Reducción de las horas de trabajo.
6) Trabajo femenino e infantil.
7) La invasión moscovita en Europa y el restablecimiento de una Polonia independiente e integral.
8) Los ejércitos permanentes, su influencia sobre los intereses de la clase obrera.

Vemos que la mayor parte de los puntos del orden del día están dedicados a las cuestiones de la situación política y económica de la clase obrera. ¿Cuál es la causa de esta actitud? La siguiente:

«La situación de la clase obrera -escribió Engels- es la verdadera base y el punto de partida de todos los movimientos sociales de la historia contemporánea.»

En la Asamblea siguiente del Consejo General. Marx recomienda en nombre de una comisión especial, proponer al Congreso de Ginebra que organice el estudio de la situación de la clase obrera, según el siguiente esquema:

1) Oficio. 2) Edad y sexo de los obreros. 3) Número de los ocupados. 4) Las condiciones de contratación y salarios: a) aprendices; b) salarios por tiempo, a destajo o si el pago se realiza según el rendimiento del obrero medio; c) promedio semanal y anual del salario. 5) Las horas de trabajo: a) en la fábrica; b) en los pequeños talleres y en el trabajo a domicilio; trabajo diurno y trabajo nocturno. 6) Intervalo para la comida. Actitud del patrono con los obreros. 7) Estado de los locales de trabajo, aglomeración, ventiladores, insuficiencia de luz natural, alumbrado de gas, higiene, etcétera. 8) Carácter de las ocupaciones. 9) Influencia del trabajo en el estado físico. 10) Condiciones morales. Instrucción, situación de la industria en la rama dada. Sí el trabajo es estacional o se distribuye de una forma más o menos regular durante todo el año. Si se observan fluctuaciones sensibles. Si la producción está destinada al consumo interior o a la exportación.

Es también muy interesante el programa de reivindicaciones parciales elaborado por Marx para el Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores de Ginebra. Este programa termina con el capítulo «El pasado, el presente y el porvenir de los sindicatos» (consultar el capítulo Los sindicatos y la lucha de clases del proletariado) y abarca, además de la cuestión de la estructura orgánica de la Asociación Internacional de Trabajadores, los siguientes problemas: Formación de sociedades mutualistas, encuesta estadística sobre la situación de la clase obrera en todos los países efectuada por los obreros mismos, repertorio detallado de las cuestiones para la recopilación del material estadístico; el problema de la jornada de trabajo reducida y la implantación de la jornada de trabajo de ocho horas, la prohibición del trabajo nocturno para las mujeres, el trabajo infantil limitado a dos, cuatro y seis horas, de acuerdo con la edad de los niños. La educación escolar de los niños, comprendiendo la educación intelectual, física y tecnológica y la combinación del trabajo productivo y de la educación intelectual para los niños, etc.

Este mismo informe dedica un capítulo especial a la formación de cooperativas. Señala que el objetivo de la Asociación Internacional de Trabajadores es combatir las maniobras de los capitalistas siempre dispuestos, en caso de huelgas o lock-out, a aprovechar a los obreros extranjeros como instrumento destinado a sofocar las justas reivindicaciones de los obreros locales; combinar, generalizar y dar mayor uniformidad a los esfuerzos todavía dispersos que se hacen en los diversos países para la emancipación de la clase obrera, desarrollar entre los obreros de los diferentes países, no solamente los sentimientos de fraternidad, sino también su manifestación efectiva, y unificarlos para la formación del ejército emancipador.

Además, el informe contiene un capítulo especial sobre los impuestos directos e indirectos, sobre la necesidad de suprimir la influencia rusa en Europa para realizar el derecho de los pueblos a disponer libremente de sí mismos, sobre el restablecimiento de Polonia sobre una base democrática y social, sobre la influencia funesta de los ejércitos permanentes.

Contiene, en fin, la famosa consigna «el que no trabaja no come». Esto nos da una idea del carácter de este documento, que sirvió de punto de partida para la elaboración de programas de reivindicaciones concretas en todos los países capitalistas.

¿Por qué juzgó necesario Marx elaborar para el Congreso de Ginebra un plan detallado? ¿Por qué colocó en el vértice del ángulo las reivindicaciones económicas del proletariado? El mismo lo explica en la carta a Kugelmann del 9 de octubre de 1866:

«Lo he limitado (el programa) intencionadamente a los puntos que permiten a los obreros un acuerdo inmediato y una acción de conjunto, que responden a las necesidades de la lucha de clases y a la organización de los obreros como clase y las estimulan.»

Vemos aquí de nuevo a Marx como político y como táctico. Trata de obtener la colaboración de los obreros para acciones conjuntas, viendo en esto justamente la premisa «de la organización de los obreros como clase». Aquí aparece con especial relieve como táctico que sabe a qué eslabón hay que prenderse en el momento dado y en la situación concreta, para vivificar las masas y conducirlas a la batalla. Nuestros Partidos Comunistas y sindicales revolucionarios deben aprender de Marx este brillante arte táctico.

El Congreso de Ginebra de la Asociación Internacional de Trabajadores resolvió lo siguiente: «Declaramos que la limitación de la jornada de trabajo es la condición previa sin la cual todas las demás aspiraciones de emancipación sufrirán inevitablemente un fracaso… Proponemos que la jornada de ocho horas sea reconocida como límite legal de la jornada de trabajo.»

Queremos mencionar que en los Congresos de la Internacional Comunista y de la Internacional Sindical Roja, hubo comunistas que se manifestaron contra la jornada de siete horas, basándose en que la jornada de trabajo en algunos países, en algunas industrias, alcanzaba en realidad a 9 y 10 horas.

Marx atribuía una gran importancia a la disminución legal de la jornada de trabajo y a la legislación obrera, luchando contra los bakuninistas que intentaban demostrar lo contrario.

¡Qué lejos está este punto de vista de Marx sobre la legislación obrera, de la declamación altisonante (Marx diría «trascendental») de los bakuninistas sobre la inutilidad de la legislación obrera!

«La fijación de una jornada de trabajo normal – escribe Marx- es el resultado de una guerra civil prolongada y más o menos encubierta, entre la clase capitalista y la clase obrera.

«Para defenderse de la serpiente de sus sufrimientos (Heine) los obreros deben unificarse como clase y atrancar una ley que, potente barrera social, les impida venderse libremente al capital y condenarse, ellos y sus descendientes, a la esclavitud y a la muerte.»

La lucha de los comunistas por las reivindicaciones parciales, así como su programa después de la toma del poder, sirvió a los anarquistas de pretexto para acusar a Marx ya los marxistas de «estrechez burguesa» y de renuncia a la revolución. Confundían deliberadamente a los críticos de Marx con Marx mismo, haciendo pasar el revisionismo por marxismo. Los anarquistas ponían como punto central del debate la cuestión del Estado, y desde ese punto de vista juzgaban y condenaban a Marx y al marxismo. A este respecto, es muy característica la «crítica» hecha por el anarquista Cherkesov a los diez puntos del Manifiesto Comunista, que el proletariado deberá aplicar (según Marx y Engels) después de la revolución obrera, en cuanto se transforme en clase dominante.

Marx y Engels

1) Expropiación de la propiedad de la tierra y utilización de la renta del suelo a los gastos públicos.
3) Confiscación de los bienes de los emigrados y de los rebeldes.
8) Trabajo obligatorio para todos.

Cherkesov

1) ¡Toda la tierra al Estado! En Turquía la tierra es propiedad del Estado, del Sultán, que cede una parte de ella a sus fieles.
3) Vieja infamia, que practican todos los déspotas y opresores.
8) Cosa indignante, tomada de los jesuitas paraguayos.

Me abstengo de citar las demás profundas observaciones «críticas» de Cherkesov, que trata de demostrar que el Manifiesto Comunista no es más que un plagio literario. Esto basta para comprender el grado de «revolucionarismo» de las lumbreras del anarquismo ruso, que consideran la confiscación de la propiedad de los emigrados y contrarrevolucionarios como una «infamia». Para completar el cuadro, es necesario señalar, además, que este mismo Cherkesov lanza rayos y truenos contra las reivindicaciones parciales, tratando de demostrar que reivindicaciones como la de la jornada de ocho horas, la prohibición del pago de salarios en mercaderías, el establecimiento de la responsabilidad del patrono por la pérdida completa o parcial de la capacidad de trabajo del obrero, etc., no es más que legislación obrera del Estado burgués, sin ninguna relación con el verdadero socialismo.

Esta diferente actitud frente a la lucha por las reivindicaciones inmediatas, imprimió su sello en el trabajo científico-práctico de Marx y de sus adversarios proudhonianos y bakuninistas. Marx recopilaba con una enorme perseverancia los materiales y construía todas sus conclusiones sobre la base sólida de los hechos. Marx estudiaba ante todo las circunstancias y los hechos, y solamente después sacaba las conclusiones, cosa que los teóricos anarco­sindicalistas ignoran completamente.

La gran importancia que Marx atribuía a la dilucidación de la situación de la clase obrera, se demuestra en el cuestionario que preparó en 1880 para los obreros, publicado con su introducción en la revista socialista del 2 de abril de 1880. Marx fundamenta esta encuesta de la siguiente manera:

«Ningún gobierno (monárquico o republicano burgués) se ha atrevido a emprender una seria encuesta sobre la situación de la clase obrera francesa. Pero, en cambio, ¡qué de encuestas sobre las crisis agrícolas, financieras, industriales, comerciales, políticas!

«Las infamias de la explotación capitalista reveladas por la encuesta oficial del gobierno inglés; las consecuencias legislativas que dichas revelaciones han conllevado (reducción por ley de la jornada a diez horas, leyes sobre el trabajo de las mujeres y de los niños, etc.), han obligado a la burguesía francesa a temer aún los peligros que podría reportar una encuesta imparcial y sistemática.

«En la esperanza de poder impulsar al gobierno republicano a imitar al gobierno monárquico de Inglaterra y abrir una vasta encuesta sobre los hechos y los defectos graves y nefastos de la explotación capitalista, intentaremos con los débiles medios de que disponemos emprender una encuesta semejante. Esperamos obtener el apoyo para nuestra obra de todos los obreros de las ciudades y del campo que comprendan que sólo ellos mismos pueden describir con todo conocimiento de causa los males que les aquejan; que sólo ellos mismos y no sus salvadores redentores providenciales, pueden aplicar enérgicamente los remedios a los males sociales que padecen; contamos también con que los socialistas de todas las escuelas que desean una reforma social, deben también desear un conocimiento preciso y positivo de las condiciones en que trabaja y se mueve la clase obrera, la clase a la que pertenece el porvenir.

«Estos cuadernos de trabajo son la obra primordial que debe imponerse la democracia socialista para preparar la renovación social.»

La encuesta misma es en sí un documento minucioso, ampliamente elaborado, que merece la más cuidadosa atención. Su base reposa en las cuestiones que Marx planteó ya en los años 1865-66. Pero como se proponía hacer comprender, a los obreros y a los mismos socialistas franceses, la ligazón orgánica que existe entre la política y la economía -lo que fue y sigue siendo el punto más débil del movimiento revolucionario en Francia-, amplió considerablemente la encuesta, introduciendo también una serie de preguntas para precisar todavía más el tema. Las cien preguntas de la encuesta abarcan las formas de salario, la duración de la jornada de trabajo, la protección del trabajo, el coste de la vida, las formas de solución de los conflictos, las formas cómo el patrón ejerce influencia sobre los obreros, la cuestión de la ayuda mutua, las formas de intervención de los órganos del Estado en las luchas entre el capital y el trabajo, las variedades y formas de las sociedades de ayuda mutua, voluntarias y forzosas, el número y carácter de las sociedades de resistencia, el carácter y la duración de las huelgas, etcétera.

Marx y los sindicatos (VI): Marx al otro lado del Atlántico

6. Marx al otro lado del Atlántico

«Si quisiéramos construir, partiendo de las necesidades del sistema económico capitalista, el ideal de un país para el desenvolvimiento capitalista, no se diferenciaría en nada de los Estados Unidos, por sus particularidades y su extensión.»

Así define Werner Sombart esta tierra prometida del capital monopolista.

En la época en que apareció Marx en la arena política, los Estados Unidos del Norte absorbían enormes masas de emigrantes de Europa. Este amplio torrente de inmigración se dispersaba rápidamente por el inmenso país, pero no cesaba, crecía continuamente con nuevas capas nacionales y sociales: artesanos arruinados por la introducción de la maquinaria, desocupados de la joven industria, campesinos empobrecidos y proletarizados y numerosos elementos de la pequeña burguesía urbana. La corriente de la emigración alcanzó enormes proporciones después de la derrota de la revolución en Alemania, Francia y Austria, en el año 1848. De 1770 a 1845, entraron en los Estados Unidos un millón de personas, mientras que durante los años 1845 a 1855 entraron tres millones, la inmensa mayoría de los cuales llegó en los años que siguieron a 1848.Continue Reading

Marx y los sindicatos (IV): Marx y el movimiento sindical en Inglaterra

4. Marx y el movimiento sindical en Inglaterra

La primera mitad del siglo XIX se caracterizó por un impetuoso crecimiento y desarrollo del movimiento sindical en Inglaterra. Inmediatamente después de la supresión del decreto prohibitivo de las coaliciones, en 1824, las trade-uniones salen de la clandestinidad y comienzan a extenderse por toda Inglaterra. Las trade-uniones inglesas eran organizaciones estrechamente gremialistas, que se proponían únicamente finalidades prácticas (disminución de la jornada de trabajo, aumento de los salarios, etc.). Marx y Engels observaron durante decenas de años el desarrollo del movimiento obrero de Inglaterra. La primera gran obra de Engels dedicada a la situación de la clase obrera de Inglaterra y El Capital, genial obra de Marx, están basadas en el estudio de la economía inglesa y del movimiento obrero de Inglaterra.

Marx y Engels veían el carácter estrechamente gremial de las trade-uniones y su horizonte restringido, pero las consideraban sin embargo un serio paso hacia adelante en el desarrollo del movimiento obrero inglés, y no solamente inglés.Continue Reading

Los emigrados alemanes

Artículo extraído de la Revista Comunista (septiembre 1847).
En septiembre de 1847, medio año ya antes de que viese la luz el Manifiesto Comunista, apareció en Londres el primer y único número —publicado como “número de prueba”— de una revista política, órgano de la Liga, que acababa de abrazar el nombre oficial de comunista y contaba ya entre sus afiliados con Marx y Engels. A la cabeza del periódico campea ya el famoso lema marxista de “¡Proletarios de todos los países, uníos!”, denotando con sólo eso el predicamento que la doctrina de Marx y la preocupación internacionalista del movimiento obrero empezaban a ejercer en aquella organización proletaria. En 1920, dos investigadores marxistas, el profesor austríaco Carlos Grünberg y el alemán Gustavo Meyer, biógrafo de Engels, descubrieron este importantísimo documento histórico, y el primero de ellos lo dio a conocer, acompañado de notas, en su libro titulado Die Londoner Kommunistische Zeitschrift und andere Urkunden aus den Jahren 1847-48 (Leipzig, 1921). Sobre su texto se basa esta traducción. El original forma un cuaderno de 16 páginas impresas en antiqua.

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