Marx y los sindicatos (IV): Marx y el movimiento sindical en Inglaterra

4. Marx y el movimiento sindical en Inglaterra

La primera mitad del siglo XIX se caracterizó por un impetuoso crecimiento y desarrollo del movimiento sindical en Inglaterra. Inmediatamente después de la supresión del decreto prohibitivo de las coaliciones, en 1824, las trade-uniones salen de la clandestinidad y comienzan a extenderse por toda Inglaterra. Las trade-uniones inglesas eran organizaciones estrechamente gremialistas, que se proponían únicamente finalidades prácticas (disminución de la jornada de trabajo, aumento de los salarios, etc.). Marx y Engels observaron durante decenas de años el desarrollo del movimiento obrero de Inglaterra. La primera gran obra de Engels dedicada a la situación de la clase obrera de Inglaterra y El Capital, genial obra de Marx, están basadas en el estudio de la economía inglesa y del movimiento obrero de Inglaterra.

Marx y Engels veían el carácter estrechamente gremial de las trade-uniones y su horizonte restringido, pero las consideraban sin embargo un serio paso hacia adelante en el desarrollo del movimiento obrero inglés, y no solamente inglés.

«Con el fin de quebrar el poder de la burguesía, escribía Engels, se necesita algo más que sindicatos obreros y huelgas. Pero esos sindicatos y las huelgas originadas por ellos, tienen importancia principalmente por representar el primer intento de los obreros por suprimir la competencia. Su existencia supone la comprensión de que la dominación de la burguesía se basa solamente en la competencia de los obreros entre sí, es decir, en la ausencia de solidaridad obrera, en la oposición de los intereses de una parte de los obreros a los intereses de otros. Y precisamente porque todos sus esfuerzos están orientados, aunque sea unilateral y estrechamente, contra la competencia, contra el nervio vital del régimen social contemporáneo, son un peligro para ese régimen. Difícilmente el obrero podía encontrar un punto más vulnerable en el régimen de la burguesía y en todo el régimen social contemporáneo.»

El mal fundamental del movimiento sindical inglés, ya en aquel periodo, consistía en las concepciones socialistas todavía vagas y confusas que tenían los jefes más avanzados. El socialismo inglés de aquella época era extraordinariamente magro y anémico. He aquí cómo caracteriza Engels a los socialistas de esa época:

«El padre del socialismo inglés fue el fabricante Owen y por esto su socialismo, aun excediendo en el fondo los límites de las contradicciones entre la burguesía y el proletariado, guarda, no obstante, por su forma, una actitud muy tolerante con la burguesía, y muy injusta con el proletariado. Los socialistas son completamente domesticados y pacíficos, reconocen como justificadas las condiciones existentes, por malas que sean, ya que niegan para su modificación cualquier camino que no sea el de la predica pública… Los socialistas se quejan continuamente de la desmoralización de las clases inferiores. Comprenden, sin duda, la causa del odio de los obreros contra la burguesía, pero consideran que este odio, que es el único medio de llevar a los obreros hacia adelante, es estéril y predican una filantropía y un amor universal, que es mucho más estéril para la realidad de la Inglaterra moderna. No reconocen más que el desarrollo psicológico, el desarrollo del hombre abstracto completamente aislado del pasado, mientras que todo el mundo, y con él cada individuo, brotan sobre el terreno de este pasado. Por eso son demasiado científicos, demasiado metafísicos, y no hacen gran cosa.»

Engels acompaña esta brillante característica del socialismo inglés, con un análisis del cartismo y de la diferenciación que se verificó en él después de los impetuosos y sangrientos sucesos de los años 1839-42. Engels consideraba que el verdadero socialismo surgiría del cartismo.

«Sin duda, los ‘cartistas’ son muy atrasados, poco instruidos, pero al menos son, en cuerpo y alma, verdaderos proletarios, representantes del proletariado.»

Las trade-uniones son un arma de lucha contra los capitalistas, y, por consiguiente, la creación de los sindicatos constituye para los obreros un serio progreso. Esta idea atraviesa todo El Capital de Marx. Así, por ejemplo, al esbozar un amplio cuadro de la lucha de los obreros por la disminución de la jornada de trabajo. Marx escribe:

«La constitución, a fines de 1865, de una trade-union de los obreros agrícolas, primero en Escocia, es un acontecimiento histórico.»

Una prueba de la gran importancia que Marx atribuía a las trade-uniones, es que fue él el iniciador de la incorporación de las trade-uniones a la Iª Internacional, y que hizo cuanto le fue posible por ponerse en contacto directo con las secciones locales de las trade-uniones inglesas.

El 1 de abril de 1865, el sindicato de carpinteros de Chelsey invita a una delegación, para que se les expliquen los principios de la Asociación Internacional. Weston hace un informe sobre la delegación al sindicato de mineros. El 3 de abril de 1866, el Comité Ejecutivo del sindicato inglés de sastres manifiesta sus sentimientos cordiales hacia la Asociación Internacional de Trabajadores y promete ingresar en ella. En esta misma fecha, el Consejo General se da por informado del deseo de los hilanderos de Coventry de ingresar en la Internacional. El 1 de abril de 1866, se lee una comunicación anunciando que la sociedad de zapateros del barrio de West-End ha hecho un donativo de una libra esterlina para el Consejo General, y se propone enviar a Odger como delegado al Congreso. El 10 de abril de 1866 este sindicato es aceptado como parte de la Asociación Internacional de Trabajadores. En la misma fecha se comunica que Weston y Young fueron como delegados a la Asamblea del Comité de yeseros. El 19 de mayo de 1866, Young hace un informe sobre la asistencia de él y de Lafargue a la sección local de la sociedad de ladrilleros. Fueron recibidos con gran entusiasmo y se les prometió apoyarles. El 15 de mayo de 1866, la sección del sindicato unificado de obreros sastres de Darlington es aceptada en la Internacional. El 17 de junio de 1866 se da lectura a una información de la sociedad de toneleros »La mano de hierro», que decidió adherirse a la Internacional, imponiendo a todos sus miembros la cuota de un chelín por persona para el financiamiento del Congreso de Ginebra. En esta misma reunión se anuncia que una asamblea de obreros carpinteros que recibió a la delegación de la Internacional, resolvió contribuir con una libra esterlina para sufragar los gastos del Congreso.

Estas actas son muy significativas, porque reflejan el interés que existía entre una parte de las trade-unions por la Ia Internacional. En el órgano de Johann Philipe Becker, Vorbote, del mes de mayo de 1866, se habla de cinco grandes sindicatos que ingresaron colectivamente en la Internacional (hasta entonces sólo se afiliaban a la Internacional sindicatos individuales). Los sindicatos adheridos fueron: el sindicato de tejedores de cintas de seda, con mil miembros; el sindicato de sastres (8.000 miembros); el de zapateros (9.000 miembros); luego el sindicato de mecánicos y los obreros de la fabricación de rejas.

También se habían adherido a la Internacional los sindicatos de picapedreros de Londres y Stradford, muchas pequeñas sociedades y por último la Unión Unificada de Mecánicos Ingleses, que tema 33.000 miembros. El número de noviembre de Vorbote comunica la adhesión a la Internacional del sindicato de canasteros (300 miembros) y de la Unión de Peones (28.000 miembros).

El informe del Congreso de Basilea, escrito por Marx, anuncia que en el Congreso general de las trade-unions inglesas que acababa de reunirse en Birmingham fue adoptada la siguiente resolución:

«Considerando que la Asociación Internacional de Trabajadores se propone unificar a las masas trabajadoras y defender sus intereses que son en todas partes idénticos, el Congreso recomienda a los obreros del Reino Unido, y especialmente a las corporaciones obreras organizadas, que apoyen esta Asociación y les sugiere insistentemente que se adhieran a ella. A la vez el Congreso tiene la convicción de que la realización de los principios de la Internacional conducirá a la instauración de una paz sólida entre todos los pueblos del mundo.»

No obstante, es necesario tener en cuenta que una gran parte de las trade-unions se negaron a adherirse a la Internacional. Así, por ejemplo, cuando el Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores se dirigió, en 1866, al Consejo de la trade-unions de Londres instándole a adherirse a la Internacional, y en caso de negativa, a admitir en una asamblea a un representante de ésta para exponer las concepciones de la Asociación Internacional de Trabajadores, el Consejo de trade-unions de Londres contestó negativamente. Sin embargo, había en el Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores un crecido grupo de ingleses: Odger, Applegarth, Weston, Lookfort. etc., ocupando Odger la presidencia del Consejo General.

Es interesante señalar que Sidney y Beatrice Webb, historiadores del trade-unionismo inglés, en los dos tomos de su Teoria y práctica del trade-unionismo inglés, no dedicaron ni una sola página a la posición de las trade-unions inglesas frente a la Ia Internacional, y en su historia del trade-unionismo dedican a este problema solamente una nota a pie de página.

Sin embargo, esta cuestión no es de menor importancia que los estatutos de cualquier sindicato o que la opinión de los economistas y de los curas ingleses sobre el mal que causa el trade-unionismo y el carácter antirreligioso del movimiento huelguístico.

Los historiadores fabianos del trade-unionismo creían, evidentemente, que esa actitud desdeñosa frente a Marx y a la Asociación Internacional de Trabajadores, disminuiría los méritos de ambos. Pero se equivocaron y su manera de obrar prueba una vez más que Marx y la Iª Internacional siguen inspirando horror a los intelectuales socializantes.

Engels, que venía observando durante el curso de largos años el desarrollo de las ideas socialistas y semisocialistas en Inglaterra, definió brillantemente el socialismo fabiano. En una carta a Sorge, fechada el 18 de enero de 1893, leemos lo siguiente:

«Aquí, en Londres, los fabianos son una banda de ‘carreristas’, que tienen, sin embargo, bastante buen sentido para comprender que la revolución social es inevitable; pero al no querer confiar este gigantesco trabajo al ‘grosero’ proletariado solamente, han expresado su ‘benévolo’ deseo de colocarse a su cabeza. El temor a la revolución es su principio fundamental. Son ‘intelectuales’ por excelencia; su socialismo es un socialismo municipal; es el municipio y no toda la nación, quien debe ser por lo menos al comienzo, el propietario de todos los medios de producción. Presentan su socialismo como la consecuencia extrema, pero inevitable, del liberalismo burgués. Y de ahí su táctica. No combatir con decisión, como a enemigos, a los liberales, sino empujarlos hacia conclusiones socialistas, es decir, burlarlos para impregnar de socialismo el liberalismo; no oponer candidatos socialistas a los liberales, sino hacérselos aceptar con miles de maniobras… Pero no comprenden que librándose a este juego serán ellos los engañados o engañarán al socialismo.

«Los fabianos han editado junto a sus antiguallas algunas buenas obras de propaganda que son lo mejor que en este terreno han hecho los ingleses. Pero apenas tornan a su táctica específica: disimular las luchas de clases, la cosa huele mal. De ahí su odio fanático contra Marx y contra todos nosotros.»

El Consejo General de la Iª Internacional tenía una composición extraordinariamente heterogénea y por eso se desarrollaba constantemente en su seno una lucha sobre los problemas fundamentales económicos y políticos del movimiento obrero. A este respecto, es muy característica la discusión que tuvo lugar en el Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores entre Marx y Weston, sobre la cuestión del salario, los precios y las ganancias.

A principios de noviembre de 1864. Marx escribe a Engels:

«Además un viejo ‘owenista’, Weston, hombre amable y simpático, actualmente fabricante, ha presentado un programa extraordinariamente extenso y terriblemente confuso.»

Este hombre “amable y simpático” era un gran confusionista y el Consejo General resolvió organizar una discusión sobre la cuestión en litigio. El 20 de mayo de 1865. Marx escribe a Engels:

«Hoy por la tarde, asamblea extraordinaria de la Internacional. Un viejo compañero, antiguo owenista, Weston (carpintero), ha presentado dos tesis que defiende incansablemente:

«1. Que un alza general de la norma de los salarios, no puede favorecer en nada a los obreros.

«2. Que, en consecuencia, las trade-unions son perjudiciales.

«Si estas dos tesis, en las cuales es el único en creer, fuesen aceptadas, provocaríamos un enorme escándalo, tanto frente a las trade-unions locales, como también en relación con la epidemia de huelgas que reina actualmente en el continente. En esta ocasión (ya que a esta asamblea serán admitidas también personas no pertenecientes al Consejo), tendrá el apoyo de un inglés que escribió un folleto en el mismo sentido. El público espera naturalmente una refutación de mi parte. Yo, naturalmente, conozco de antemano los dos puntos fundamentales:

«1. Que el salario determina el valor de las mercancías.

«2. Que si los capitalistas pagan hoy 5 chelines en lugar de cuatro, tendrán que vender mañana sus mercancías (debido a la demanda creciente) por 5 chelines en lugar de cuatro.»

La discusión entre Marx y Weston se reflejó así en las actas del Consejo General:

«El 30 de mayo de 1865 Weston pronunció su discurso sobre los salarios. Interviene Marx, formulando conceptos contrarios a los de Weston. El 24 de junio de 1865 Marx dio lectura a una parte de su disertación sobre los salarios, en respuesta a la disertación de Weston. El 27 de junio de 1865 Marx lee el final de su disertación sobre los salarios. El 4 de julio de 1865 siguieron las discusiones con respecto a las posiciones de Weston y Marx.”

Desgraciadamente los debates no han llegado hasta nosotros. No obstante, sabemos lo que Marx dijo en esas asambleas. Su disertación en el Consejo General «Salario, precio y ganancia», es una exposición de la parte correspondiente al tomo I de El Capital. Marx expone aquí en los dos puntos siguientes, la opinión de Weston:

«1. La masa de la producción nacional es algo fijo, una cantidad o magnitud constante, como dirían los matemáticos.

«2. El importe de los salarios reales, es decir, los salarios medios por la cantidad de objetos de consumo que con ellos se pueden adquirir, es una suma fija, una magnitud también constante.»

«Las ideas expresadas aquí por el ciudadano Weston podrían haberse encerrado en una cáscara de nuez», dijo Marx al comienzo de su discurso. Y en efecto, a medida que Marx analiza la teoría de Weston, se esclarece que la cáscara de nuez está completamente vacía. Al analizar los sofismas de la economía política burguesa que defendía «el bueno y amable» Weston, Marx llega a las siguientes conclusiones teóricas y prácticas:

«1. Una elevación general de la tasa de salarios producirá una reducción del beneficio general, pero no afectará en su conjunto a los precios de las mercancías.

«2. La tendencia general de la producción capitalista no es elevar, sino reducir el salario normal medio.

«3. Los sindicatos trabajan bien como centros de resistencia contra los ataques del capital; pero demuestran ser en parte ineficientes a consecuencia del uso mal comprendido de su fuerza. En general yerran su camino porque se limitan a una guerra de guerrillas contra los efectos del sistema existente, en vez de laborar al mismo tiempo para su transformación, usando de su fuerza organizada como palanca para la liberación definitiva de la clase obrera, es decir, para la abolición definitiva del sistema del salario.»

Esta respuesta de Marx no necesita hoy, cincuenta años después de su muerte, comentarios especiales, porque las ideas de Marx se han hecho patrimonio de millones de hombres. Pero es necesario tener en cuenta el estado de ánimo en que debió encontrarse Marx cuando se vio en la necesidad, en la dirección de la Internacional, de sostener una discusión sobre un problema que debía haber estado claro para los dirigentes del movimiento obrero. Si Marx dio a Weston una respuesta tan científica y tan seriamente fundamentada, fue precisamente porque alrededor de este problema había vacilaciones, confusiones y teorías manifiestamente erróneas en todos los países.

Una gran parte de las trade-unions inglesas se desinteresaban de semejantes cuestiones y juzgaban a la Iª Internacional como una organización que no obligaba a nadie ni a nada. Marx y Engels comprobaban cómo los líderes de los sindicatos y el movimiento cartista se decoloraban desde el punto de vista político, y cómo la burguesía logró domesticar a los sindicatos, convirtiéndolos en apéndices de los partidos burgueses. De aquí proviene su apreciación tan dura sobre la dirección del movimiento obrero inglés. Como uno de los dirigentes del movimiento cartista comenzó a predicar la colaboración de los obreros con la burguesía, Marx escribe a Engels el 24 de noviembre de 1857 lo siguiente:

«Jones juega aquí un papel muy torpe. Tú sabes que mucho antes de la crisis y sin otra intención que la de tener un pretexto para la agitación en aquel período de calma, había convocado a una conferencia cartista, a la cual debían haber sido invitados también los radicales burgueses. Pero actualmente, en lugar de aprovechar la crisis, mantiene con perseverancia su invento absurdo e indigna a los obreros predicándoles la colaboración con la burguesía.» La «evolución» de Jones preocupaba a Marx y Engels. El 7 de octubre de 1858, Engels escribía a Marx:

«La historia de Jones es repugnante… Después de esto, estaría uno casi tentado de creer que el movimiento proletario inglés, en su tradicional forma cartista, debe desaparecer completamente antes de desarrollarse en una nueva forma viable. Me parece que el nuevo paso de Jones, ligado con los anteriores en el mismo sentido, se relaciona en realidad con el hecho de que el proletariado inglés se aburguesa cada vez más, de manera que esta nación, la más burguesa de todas, parece querer llegar a tener al lado de la burguesía una aristocracia aburguesada y un proletariado aburguesado. Para una nación que explota a todo el mundo, esto se justifica hasta cierto punto.»

El 11 de febrero de 1878, Marx escribe a Guillermo Liebknecht:

«Debido al periodo de corrupción que comenzó a partir de 1848, la clase obrera de Inglaterra fue desmoralizándose cada vez más y llegó por fin al estado de un simple apéndice del gran partido liberal, es decir, del partido de sus propios opresores capitalistas. Su dirección pasó enteramente a manos de los jefes venales de las trade-unions y de los agitadores de profesión.»

Una serie de trade-unions adoptaron una actitud de simpatía hacia la creación de la Iª Internacional, pero otras la consideraron como una posibilidad de obtener de ella una ayuda determinada en caso de huelga. El 25 de febrero de 1865 Marx escribe a Engels:

«En lo que respecta a las uniones de Londres, cada día viene una nueva adhesión. Así es que poco a poco, nos convertimos en una fuerza. Pero de aquí surge la dificultad.»

La dificultad consiste en que estas adhesiones no significan de ninguna manera que esas trade-unions acepten íntegramente el punto de vista de la Iª Internacional. Marx se daba cuenta y, sin embargo, atribuía una gran importancia a la adhesión de las trade-unions a la Asociación Internacional de Trabajadores. El 15 de enero de 1866, escribe a Kugelmann:

«Hemos logrado atraer al movimiento a la única verdadera gran organización obrera: las trade-unions inglesas que antes se ocupaban exclusivamente de cuestiones de salarios.»

Pero Marx comprendía que las trade-unions estaban lejos de haber dicho su última palabra y que los choques con los jefes de las trade-unions eran inevitables. Como entre las trade-unions inglesas se difundió la especie de que la Asociación Internacional de Trabajadores podía ayudar durante las huelgas, algunos de los jefes que no tenían nada de común con el socialismo, comenzaron a correr hacia la Internacional. El 11 de septiembre de 1867, Marx escribe a Engels:

«Los pájaros ingleses de las trade-unions para los que íbamos ‘demasiado lejos’, llegan corriendo hacia nosotros.»

La idea que Marx tenia de los jefes de las trade-unions inglesas, puede verse en la siguiente carta a Kugelmann:

«En Inglaterra solamente progresa en el momento actual, el movimiento de los obreros agrícolas. Los obreros industriales tienen que librarse ante todo de sus dirigentes actuales. Cuando yo atacaba en el congreso de La Haya a estos individuos, sabía que me atraía con esto la impopularidad, las calumnias, etc. Pero esto me ha dejado siempre indiferente, comienzan ya a convencerse de que al denunciarlos cumplía con un deber.»

En las obras de Engels encontramos páginas brillantes consagradas a definir el movimiento obrero de Inglaterra. El 1 de junio de 1879, Engels escribe lo siguiente a Bernstein:

«Desde los últimos años el movimiento obrero inglés gira en el círculo vicioso de las huelgas por el aumento de los salarios y la disminución de la jornada de trabajo, y no como un medio provisional, no como un medio de propaganda y organización, sino como un objetivo final. Las trade-unions excluyen incluso por principio, estatutariamente, toda acción política, y por consiguiente la participación en toda la actividad general de la clase obrera como clase. Desde el punto de vista político, la clase obrera se divide en conservadores y liberal-radicales, en partidarios del ministerio de Disraeli (Beaconsfield) y del ministerio Gladstone. Por consiguiente, sólo se puede hablar de un movimiento obrero en Inglaterra en la medida en que se producen huelgas, las cuales, victoriosas o no, no hacen avanzar el movimiento un solo paso. Estas huelgas, provocadas conscientemente en los últimos años de estancamiento de los negocios, por los capitalistas, que buscaban un pretexto para cenar sus fábricas, huelgas durante las cuales la clase obrera no se mueve, cuando se inflan hasta adquirir dimensiones de una lucha histórica mundial… a mi modo de ver, no pueden más que perjudicar a nuestra clase. No debe disimularse la circunstancia de que no existe aquí, por el momento, un verdadero movimiento obrero, en el sentido continental de la palabra.»