3. Contra el lassallismo, el oportunismo alemán
Marx seguía con la mayor atención el desarrollo del movimiento obrero en Alemania. La revolución de 1848 fue el punto culminante de la actividad del movimiento obrero de la Alemania de entonces. Después de 1848 comienza el reflujo, el movimiento obrero se dispersa. Una parte considerable de los elementos revolucionarios se ve obligada a emigrar a Francia, Inglaterra y Estados Unidos. En Alemania misma comienzan a surgir toda suerte de hermandades, sociedades de ayuda mutua y otros embriones de sindicatos, etc.
Marx y Engels mantenían estrechas relaciones con la emigración obrera revolucionaria y con los elementos revolucionarios que permanecieron en el país. Después del año 1848 comienza en Alemania el período de la reacción política e ideológica y una serie de compañeros de armas de Marx ve alejan del movimiento revolucionario. Marx trabajaba persistentemente en el desenvolvimiento de su concepción filosófica del mundo, en la elaboración de su sistema económico, llevando a cabo simultáneamente una intensa actividad político-literaria. A fines del año 1850 la depresión empieza a desaparecer. En Alemania comienza el ascenso del movimiento obrero. Lassalle organiza en 1863 “La Asociación General de Obreros” y plantea abiertamente la cuestión de los objetivos y de los derechos políticos de la clase obrera. Lassalle, que aparece en la arena política en el momento en que comienza la animación, comprendió el cambio producido en la mentalidad de las masas obreras y debido a esto su “Asociación General de Obreros” se hizo muy popular. Marx y Engels apreciaban mucho a Lassalle. “Lassalle, a pesar de todos sus ‘peros’, es firme y enérgico”, escribía Marx a Engels el 10 de marzo de 1853. “Lassalle es el único que tiene todavía la audacia de seguir en correspondencia con Londres, y es necesario conseguir que este intercambio no se le torne fastidioso”, escribía Marx a Engels el 18 de julio de 1853. En una carta a Schweitzer fechada el 13 de octubre de 1868, escribe: “Después de quince años de letargo, Lassalle ha despertado de nuevo, en Alemania, al movimiento obrero. Este es su mérito inmortal.”
Pero desde el comienzo, Marx y Engels observaron una serie de graves defectos en la teoría y en la actividad de Lassalle. Los desacuerdos iban aumentando a medida que Lassalle manifestaba su errónea orientación. Lassalle desconfiaba de la lucha de los obreros por el derecho de coalición y no veía la utilidad de las huelgas. “El derecho de coalición no puede dar ninguna ventaja al obrero. No puede determinar un mejoramiento real de su situación.” Tales eran las máximas de Lassalle. Lassalle hablaba de la “triste experiencia” de las huelgas inglesas.
Consideraba estéril la lucha por el aumento de los salarios, puesto que la clase obrera es incapaz de cambiar la ley de bronce de los salarios, que según él es la piedra angular de toda ciencia »económica». Como panacea a todos los males, Lassalle plantea las dos reivindicaciones siguientes: Sufragio universal y subsidio del Estado a las Asociaciones de Producción. En consecuencia, negaba la lucha económica de la clase obrera y la utilidad de los sindicatos. Esta concepción de Lassalle fue ajena a Marx:
“Lassalle fue contrario al movimiento de coalición -escribe Marx a Engels el 13 de febrero de 1865-; Liebknecht lo ha improvisado entre los tipógrafos de Berlín con sus propios medios, contra la voluntad de Lassalle.”
La lucha entre Marx y Lassalle comenzó con motivo de la llamada “ley de bronce” del salario. Esta ley de bronce del salario no era en el fondo más que una reedición de las teorías proudhonianas y de la ley de Malthus sobre la población. ¿Qué es, en esencia esta teoría? Todos los esfuerzos que el obrero realice, todas sus luchas, no le harán obtener nada en el sentido del mejoramiento de su situación. Esta teoría, que condena las luchas económicas organizadas, que las considera estériles, no podía contar con la simpatía de Marx. Este criticó duramente la “ley de bronce de los salarios”, demostrando que los salarios están compuestos de dos partes: contienen el mínimo físico y el mínimo social, que cambia de acuerdo con las condiciones histórico-sociales. Lassalle no solamente insistió en su “ley de bronce de los salarios”, sino que se orientaba cada vez más hacia el Estado bismarkiano, esperándolo todo de las subvenciones del Estado.
«He señalado muchas veces que quiero la asociación individual y voluntaria… pero para poder formarse, debe obtener del Estado – mediante un empréstito- el capital necesario.
«Para elevar vuestra clase, para emancipar no solamente a algunos obreros, sino al trabajo mismo se necesitan millones de pesos y sólo el Estado y la legislación los pueden dar.»
Esta era la solución simplista que Lassalle, hombre de gran capacidad, daba al problema obrero. Es necesario comenzar por obtener el derecho al sufragio universal, y después, el gobierno dará «millones y millones de pesos».
¿Podía acaso Marx dejar de luchar contra esta funesta utopía manifiestamente pequeñoburguesa?
El 9 de abril de 1863, Marx escribía a Engels: «Lassalle me ha enviado hace dos días la carta abierta “Al Comité Obrero Central” del “Congreso Obrero de Leipzig”. Se comporta como un futuro dictador de los obreros, lanzando con aire pomposo frases que tomó de nosotros. Las diferencias entre el salario y el capital las resuelve con «la mayor facilidad”. A saber: los obreros deben hacer agitación por el sufragio universal y luego enviar a la cámara de diputados a personas como él, “dotadas de la brillante arma de la ciencia”. Luego, ellos construirán fábricas obreras, para lo cual el Estado facilitará capital y estas empresas cubrirán poco a poco todo el país. Todo eso es admirablemente nuevo.”
Después de la muerte de Lassalle, la “Asociación de Obreros” fue presidida por Schweitzer, que comenzó a manifestarse partidario del derecho de coalición e incluso de la lucha por los salarios. Pero Schweitzer, a pesar de haberse alejado de su maestro, llega, sin embargo, en una serie de artículos a las siguientes conclusiones:
«1. La huelga es necesariamente estéril desde el punto de vista económico.
«2. No obstante, la huelga es un magnífico medio de encender el movimiento obrero y elevarlo hasta el nivel de la formación en la clase obrera, de una conciencia de clase propia.
«3. Donde el movimiento obrero pueda actuar abiertamente para su objetivo final, las huelgas, en general, no deben ser aprobadas, porque la clase obrera necesita de toda su fuerza para la conquista de su objetivo final, el cambio de las bases sociales. Ahora bien, las huelgas distraen muchas fuerzas del objetivo final, y no conducen más que a un resultado ilusorio: el aumento de los salarios.”
Marx seguía atentamente la evolución de la «Asociación General Obrera de Alemania”, pues sabía que en lo concerniente al derecho de coalición, había entre los lassalleanos la mayor confusión. Marx escribe el 13 de febrero de 1865 a Schweitzer:
«Las coaliciones y los sindicatos que surgen de las mismas, no solamente son de gran importancia como medios de organización de la clase obrera para la lucha contra la burguesía: su importancia se refleja en el hecho de que hasta los obreros de Estados Unidos del Norte, a pesar del derecho al voto y de la República, no pueden prescindir de él. Pero además, en Prusia y, en general, en Alemania, el derecho de coalición es una brecha abierta en el régimen de dominación policíaca y burocrática, rompe la ley de domesticidad y la economía feudal en el campo: en una palabra, es una medida de transformación de los “’súbditos” en ciudadanos mayores de edad, que el partido progresista, es decir, todos los partidos burgueses de oposición podrían aceptar, si no fuesen idiotas, cien veces mejor que el gobierno de Prusia, y con mayor razón, que el gobierno de un Bismarck.»
En la misma carta, Marx se detiene en la famosa idea lassalleana de los subsidios del Estado. He aquí lo que escribe Marx, con motivo de este socialismo gubernamental monárquico-prusiano:
«La nefasta ilusión de Lassalle de una intervención socialista del gobierno prusiano, no cabe duda que irá seguida de una inevitable decepción. La lógica de las cosas hablará por sí misma. Pero el honor del Partido Obrero exige que descarte semejantes quimeras antes que su inanidad estalle al contacto con la experiencia. La clase obrera es revolucionaria o no es nada.»
Esta notable carta nos muestra las causas de la hostilidad de Marx contra el lassallismo. La clase obrera es revolucionaria o no es nada, esto era lo que determinaba la línea de conducta de Carlos Marx.
Marx conceptuaba a la «Asociación General Obrera” como una organización sectaria y volvió a ocuparse muchas veces de esta cuestión en sus cartas a Schweitzer. Marx expresaba continuamente este concepto suyo sobre el carácter sectario de la «Asociación General Obrera». En ellas da una definición clásica de lo que es el sectarismo. He aquí, por ejemplo, lo que Marx escribe el 13 de octubre de 1868:
“’Como todos los fundadores de sectas, Lassalle negaba toda ligazón natural con el movimiento obrero anterior en Alemania y en el extranjero. Cayó en el mismo error de Proudhon de no buscar la base real de su agitación en los verdaderos elementos del movimiento de clase, sino que quería orientar la marcha del mismo mediante una fórmula doctrinaria determinada.
«Usted mismo ha experimentado en su propia persona la oposición entre el movimiento de secta y el movimiento de clase. La secta busca su razón de ser en su ‘point d’honneur’, no en lo que tiene de común con el movimiento de clases, sino en el talismán especial que la distingue de este movimiento. Cuando usted propuso convocar el Congreso de Hamburgo para la constitución de los sindicatos, no pudo romper la resistencia sectaria más que amenazando con renunciar a la presidencia. Además, usted se vio obligado a doblar su propia persona, declarando que una vez actuaba como jefe de secta y otra vez en representación del movimiento de clase.
«La disolución de la ‘Asociación General Obrera Alemana’, le brindó la ocasión de dar un importante paso hacia adelante y de declarar, o de probar, que actualmente hemos entrado en una nueva fase del desarrollo y que el movimiento de secta está ya maduro para disolverse en el movimiento de clase y liquidar definitivamente todas esas supervivencias…
«En lo que concierne a los elementos justos que contenía la secta, debían ser introducidos en el movimiento general, para enriquecerle. En lugar de esto, habéis exigido del movimiento de clase que se subordine a un movimiento sectario particular. Los que no entraban en el círculo de vuestros amigos, deducían que usted desea conservar, a toda costa, su movimiento obrero particular.»
Cuando Schweitzer envió a Marx, antes del Congreso de Hamburgo, el proyecto de estatutos de su nueva “’Asociación General Obrera”, Marx aprovechó la ocasión para hacerle la más severa crítica. Marx consideraba que un agrupamiento político-sindical no era viable y que la centralización burocrática era sumamente peligrosa, especialmente para Alemania.
En su carta a Schweitzer, de fecha 13 de septiembre de 1868, Marx escribe:
«En lo que concierne al proyecto de estatutos, lo considero erróneo desde el punto de vista de los principios, y creo tener tanta experiencia en las cuestiones del movimiento sindical como cualquiera de mis contemporáneos. Sin entrar aquí en detalles, diré solamente que ese tipo de organización, con todo lo cómodo que es para las sociedades secretas y para la unión de sectarios,
contradice la esencia misma de las trade-unions. Pero aun suponiendo que semejante organización sea posible, y debo decir que ‘tout bonnement’ la considero francamente imposible, no sería deseable y menos para Alemania. Aquí, donde el obrero sufre desde la infancia un adiestramiento burocrático y tiene fe en los superiores, lo más importante es que aprenda a caminar sin la ayuda de nadie.
«Vuestro plan no es práctico tampoco en otros aspectos. En la organización existen tres poderes independientes de diferente origen: 1) comité elegido por oficios; 2) presidente, una persona completamente inútil, elegida por sufragio general; 3) un congreso elegido por localidades. En fin, fuentes de conflictos por doquier. ¡Y es ésta la organización que debe servir para acciones rápidas!
«Lassalle ha cometido un gran error al querer imitar ‘al elegido del sufragio universal’ (de la constitución francesa de 1852). ¡Y eso para las trade-unions! Estas se ven obligadas a ocuparse principalmente de cuestiones de dinero, y usted no tardará en ver que aquí termina todo poder dictatorial.»
Lo que es notable en esta carta, no es solamente la crítica concreta, aniquiladora del supercentralismo de Lassalle-Schweitzer, sino también la posición de principio en esta cuestión: es preciso enseñar al obrero alemán «a marchar sin la ayuda de nadie». Marx y Engels plantearon varias veces esta cuestión en sus cartas. Sabían lo que significa el adiestramiento burocrático y temían que si la organización del partido y de los sindicatos llegasen a tener una estructura burocrática, podría causarse un daño inmenso a la clase obrera de Alemania. En ésta como en todas las demás cuestiones, las palabras de Marx resultaron proteicamente justas. El centralismo burocrático de la socialdemocracia alemana, que corresponde a las tradiciones «nacionales» de la domesticación cuartelera prusiana, ahoga todavía el movimiento obrero de Alemania.
Marx y Engels manifestaron muchas veces su parecer respecto a las ínfulas dictatoriales del heredero de Lassalle, Schweitzer. Demostraban que su orientación no podía menos de provocar la ruina de su organización y que era necesario elegir entre la organización sindical de masas y el aislamiento sectario.
Después del Congreso de Hamburgo, Marx escribe a Engels el 26 de septiembre de 1868:
«Lo que hay sobre todo de ridículo en Schweitzer -y claro que le es impuesto por los prejuicios de su ejército y su título de presidente de la ‘Asociación General Obrera Alemana’- es que invoque sin cesar las palabras del maestro y que a cada nueva concesión a las necesidades del verdadero movimiento obrero pretenda tímidamente que no contradice los santísimos dogmas de Lassalle. El Congreso de Hamburgo ha sentido instintivamente, con justa razón, que el verdadero movimiento obrero (las trade- uniones, etc.), amenazan a la ‘Asociación General Obrera de Alemania’ como organización especifica de la secta lassalleana.»
Marx subraya que es imposible hacer entrar a las amplias masas en una organización sectaria.
Marx habla de esto en su caita a P. Bolte, el 23 de noviembre de 1871:
«…La organización de Lassalle es simplemente una organización sectaria, y como tal, hostil a la organización del verdadero movimiento obrero que quiere crear la Internacional.»
Marx y Engels plantearon de nuevo la cuestión de la actitud frente al lassallismo con motivo del Congreso de fusión de los lassalleanos y los partidarios de Eisenach, en 1875, en Gotha.
En una carta a Bebel fechada el 18-28 de marzo de 1875, Engels escribe a propósito del programa de Gotha, entre otras cosas, lo siguiente:
«Ni una palabra se dice de la organización de la clase obrera, como tal clase, por medio de los sindicatos. Y éste es un punto de suma importancia; porque los sindicatos son la verdadera organización de clase del proletariado con los cuales realiza su lucha diaria contra el capital, en los que se educa y a los que ya hoy día es imposible aplastar, ni siquiera mediante la más severa reacción (como la que impera actualmente en París). Dada la importancia que esta organización adquiere en Alemania, nos parece absolutamente necesario hacer mención de ella en el programa, y en la medida de lo posible, darle un lugar determinado en la organización del Partido.»
Tal es la crítica del programa de Gotha desde el punto de vista de las dos cuestiones. Pero, en realidad, «las glosas marginales sobre el programa del Partido obrero alemán» exceden ampliamente los límites de estas dos cuestiones.
Liebknecht y Bebel estaban muy descontentos de la severa crítica hecha por Marx y Engels al programa de Gotha. Bebel, al citar en sus memorias estas cartas de Engels, añade melancólicamente:
«No era fácil ponerse de acuerdo con los dos viejos de Londres. Lo que a nosotros nos parecía un cálculo inteligente y una táctica hábil, ellos lo juzgaban como una debilidad y un espíritu de conciliación irresponsable.”
Esta objeción es muy característica de Bebel. En la socialdemocracia alemana, ya en los primeros días de su función, se había establecido el hábito de explicar las desviaciones de los principios del marxismo con razones de táctica, como si la táctica fuera algo desligado e independiente de las concepciones de principio.
Marx y Engels se opusieron a la fusión de los lassalleanos con los partidarios de Eisenach, puesto que la plataforma de fusión era no solamente equivoca, sino también errónea. Marx lo manifestó en su carta a Bracke, el 5 de mayo de 1875:
«Todo paso hacia adelante, todo movimiento real, es más importante que una docena de programas. Si, pues, era imposible exceder el programa de Eisenach -y las circunstancias no lo permitían- era necesario concluir simplemente un acuerdo para la acción contra el enemigo común. Se fabrica, por el contrario, un programa de principio (en lugar de aplazarlo hasta el momento en que una cuestión de esta índole estuviese preparada por una larga actividad común), lo que equivale a plantar públicamente jalones que permitirán al mundo entero juzgar el nivel del movimiento del Partido.»
En el movimiento obrero de la Alemania de entonces, no solamente existía la tendencia de los Lassalle-Schweitzer de destruir los sindicatos transformándolos en un partido, sino también las tendencias opuestas, es decir, el considerar a los sindicatos como la única forma del movimiento obrero. En este sentido pecó J. F. Becker, dirigente de la sección alemana de la «Asociación Internacional de Trabajadores”.
En el periodo en que se comenzó a formar en Alemania el partido político del proletariado, el problema más difícil y complicado fue el de las relaciones entre toda la variedad de sociedades educativas, los sindicatos y el Partido.
Hemos visto la solución que daban a esta cuestión Lassalle y Schweitzer y las objeciones de Marx y Engels a este tipo de organización. J. F. Becker redactó un proyecto de proposición, en 1869, con motivo de la formación de un partido político obrero (los partidarios de Eisenach) defendiendo la idea de que la única forma verdadera del movimiento obrero son los sindicatos. He aquí cómo J. F. Becker formula su afirmación:
«Considerando que solamente los sindicatos representan la forma justa de las organizaciones obreras, también para la sociedad futura, y en vista de los conocimientos especiales que prevalecen en su medio y contribuyen a la formación de una conciencia social exacta; y que en la medida que se perfecciona la organización de los sindicatos, las sociedades mixtas (como por ejemplo la ‘Asociación General Obrera Alemana’ y las uniones de educación obrera) pierden su razón de ser y después de cumplir su misión de iniciadores pierden también su derecho a la existencia, etcétera.”
Esta manera de plantear la cuestión no podía surgir más que porque no se tenía una idea clara de lo que es un partido y de cómo debe estar construido. Bebel estaba muy preocupado por este proyecto y preguntó a Marx su posición frente a él. Marx contestó que no tenía nada de común con ese documento.
También Engels reaccionó inmediatamente con violencia, expresando a propósito de esta cuestión, no sólo su opinión personal, sino también la de Marx:
«El viejo Becker debe haberse vuelto completamente loco. ¿Cómo es posible que proclame a los sindicatos como auténtica forma de agrupación de los obreros y base de toda organización, y que todas las demás asociaciones deben tener solamente un carácter provisional? ¡Y todo eso en un país donde los verdaderos sindicatos no existen todavía! ¡Y qué ‘organización’ embrollada! Por un lado, los sindicatos de cada oficio se centralizan en el comité nacional, y por otro, diversos sindicatos de cada localidad organizan su comité central. Sí lo que se desea es que haya discordias permanentes, ésa es la organización que se debe adoptar. Pero en realidad, detrás de todo esto se oculta simplemente el viejo artesano alemán, que quiere salvar su tienda como base de la unidad de la organización obrera.»
A Marx no se le podía cazar en el cepo de una frase revolucionaria. Cuando algún socialista contemporáneo comenzaba a emplear fiases demasiado infladas, Marx le atacaba resueltamente. A este respecto, es muy característica la diferencia de actitud de Marx frente a Bernstein y a Most. Bernstein acusaba a Most de «izquierdismo», insinuando veladamente sus opiniones pequeñoburguesas de derecha. Marx reaccionó contra el intento de Bernstein de introducir su contrabando.
En carta del 19 de septiembre de 1879. Marx escribe a Sorge:
«Nuestras divergencias con Most no tienen nada en común con los desacuerdos con esos señores de Zúrich (el trio compuesto por el doctor Hochbert, Bernstein su secretario y Schramm). Nosotros no reprochamos a Most que su ‘libertad’ sea demasiado revolucionaria, sino que no tiene contenido revolucionario y se limita a hacer fraseología revolucionaria.»
Marx y Engels mantuvieron una lucha despiadada contra todos los matices del oportunismo, contra toda ausencia de principios y contra el método «familiar» en la política. No permitían que se disimularan las divergencias teóricas y políticas y estaban siempre -como dice el escritor Gleb Uspenski- «listos para la pelea».
Lenin señalaba especialmente en 1907 esta característica, en su introducción a las cartas de Marx y Engels a Sorge. Como estaban tan cerca del movimiento obrero alemán, es aquí donde se patentiza con más evidencia el papel dirigente de Marx y Engels y su lucha por la claridad teórica, la firmeza política y la audacia de táctica.
Marx y Engels fueron los primeros en dar la voz de alarma con motivo de la penetración en la socialdemocracia alemana de elementos manifiestamente ajenos y exigían un control riguroso sobre «la banda de doctores, estudiantes y la crápula socialistas de cátedra», que ya entonces desempeñaban un papel desproporcionado. Marx protestaba contra «estos señores” teóricamente nulos e inservibles en la práctica, que pretenden arrancar los dientes al socialismo, que ellos han confeccionado según sus recetas universitarias, y sobre todo al partido socialdemócrata, e instruir a los obreros, o, como ellos dicen, darles los «elementos de instrucción». «No son ni más ni menos que lamentables charlatanes contrarrevolucionarios.»