Marx y los sindicatos (VIII): Marx y el movimiento huelguístico

8. Marx y el movimiento huelguístico

Luchando contra la subestimación y la sobreestimación de la lucha económica y de los sindicatos, Marx y Engels atribuyeron mucha importancia a las huelgas y a la lucha económica del proletariado. Tanto Marx como Engels juzgaban las huelgas como un arma potente en la lucha por los objetivos inmediatos y finales de la clase obrera. La transformación de los obreros dispersos en una clase, que se realiza en el curso de una áspera lucha, está expuesta de una manera clásica en el Manifiesto Comunista, vivo e inalterable documento del comunismo mundial. El Manifiesto Comunista pinta con vivos colores el nacimiento de la burguesía y de su sepulturero, la clase de los obreros modernos que no viven más que a condición de encontrar trabajo y que no lo encuentran más que sí su trabajo aumenta el capital.

He aquí lo que encontramos en el Manifiesto Comunista respecto a las vías «de la organización del proletariado en clase»:

«El proletariado pasa por diferentes etapas de evolución, pero su lucha contra la burguesía comenzó así que nació.

«Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados; en seguida, por los obreros de una misma fábrica, y al fin, por los obreros del mismo oficio de la localidad contra la burguesía que los explota directamente. No se contentan con dirigir sus ataques contra el modo burgués de producción, y los dirigen contra los mismos instrumentos de producción; destruyen las mercancías extranjeras que les hacen competencia, rompen las máquinas, queman las fábricas y se esfuerzan en reconquistar la posición perdida del artesano de la Edad Media.

«En este momento el proletariado forma una masa diseminada por todo el país y desmenuzada por la competencia. Sí alguna vez los obreros forman en masas compactas, esta acción no es todavía la consecuencia de su propia unidad, sino la de la burguesía, que por atender a sus fines políticos debe poner en movimiento al proletariado, sobre el que tiene todavía el poder de hacerlo. Durante esta fase los proletarios no combaten aún a sus propios enemigos, sino a los adversarios de sus enemigos: es decir, los residuos de la monarquía absoluta, propietarios territoriales, burgueses no industriales, pequeños burgueses. Todo el movimiento histórico es de esta suerte concentrado en las manos de la burguesía; toda victoria alcanzada en estas condiciones es una victoria burguesa.

«Ahora bien: la industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios, sino que los concentra en masas más considerables; los proletarios aumentan en fuerza y adquieren conciencia de ella. Los intereses, las condiciones de existencia de los proletarios, se igualan cada vez más a medida que la máquina borra toda diferencia en el trabajo y reduce casi por todas partes el salario a un nivel igualmente inferior. Como resultado de la creciente competencia de los burgueses entre sí y de las crisis comerciales que ocasionan, los salarios son cada vez más fluctuantes; el constante perfeccionamiento de la máquina coloca al obrero en más precaria situación; los choques individuales entre el obrero y el burgués adquieren cada vez más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan por ­coaligarse contra los burgueses para el mantenimiento de sus salarios. Llegan hasta formar asociaciones permanentes, en previsión de estas luchas circunstanciales. Aquí y allá la resistencia estalla en sublevación.

«A veces los obreros triunfan, pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas es menos el éxito inmediato que la solidaridad aumentada de los trabajadores. Esta solidaridad es favorecida por el acrecentamiento de los medios de comunicación, que permiten relacionarse a los obreros de localidades diferentes. Después, basta este contacto, que por todas partes reviste el mismo carácter, para transformar las numerosas luchas locales en lucha nacional, con dirección centralizada, en lucha de clase. Mas toda lucha de clases es una lucha política. Y la unión que los burgueses de la Edad Media, con sus caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios modernos la conciertan en algunos años gracias a los ferrocarriles.

«Esta organización del proletariado en clase, y por tanto, en partido político, es sin cesar destruida por la competencia que se hacen los obreros entre sí. Pero renace siempre, y siempre más fuerte, más firme, más formidable.»

En su libro La situación de la clase obrera en Inglaterra, Engels atribuye una gran importancia a la lucha incesante de los obreros ingleses por el mejoramiento de su suerte. Considera las huelgas como escuela de guerra social, como instrumento indispensable y obligatorio en la lucha por la emancipación de la clase obrera. Engels estudió la situación y las luchas del proletariado inglés en las primeras décadas del siglo XIX, en que la lucha de la clase obrera tenía todavía en grado considerable un carácter espontáneo. Se necesitaba tener un gran olfato revolucionario para orientarse en los acontecimientos que se desarrollaban y apreciar el verdadero carácter del movimiento huelguístico en una forma justa, cuando “la imperial ‘ciencia burguesa’ perseguía furiosamente a los obreros». He aquí, por ejemplo, lo que leemos en Engels:

«En la guerra, el daño causado a un beligerante es de por sí una ventaja para el otro, y como los obreros se hallan en estado de guerra con los fabricantes, hacen, en este caso, lo mismo que los grandes potentados cuando se enredan unos con otros.

«La cantidad increíble de huelgas, muestran claramente que la guerra social es muy violenta en Inglaterra. Estas huelgas no son todavía más que escaramuzas, es cierto, pero a veces son también batallas serias. No deciden nada, pero demuestran con indudable claridad, que el combate decisivo entre el proletariado y la burguesía se aproxima. Las huelgas son para los obreros una escuela de guerra que los prepara para la gran lucha, que se ha hecho inevitable. Las huelgas, en fin, son pronunciamientos de diversos ramos de trabajo que anuncian su adhesión al gran movimiento obrero… Y como escuela de guerra, dan resultados considerables. En estas huelgas se desarrolla el valor particular del inglés.

«Si el obrero que sabe por experiencia lo que es la miseria, se decide a afrontarla audazmente, con su mujer e hijos, si pasa durante meses hambre y miseria y permanece firme e indomable, es que no se trata de una insignificancia. ¿Qué son la muerte y las cárceles que amenazan al revolucionario francés, en comparación con la lenta agonía provocada por el hambre, en comparación con la vista diaria de la familia hambrienta, en comparación con la seguridad de que la burguesía se vengará algún día, en fin, en comparación con lo que el obrero inglés está dispuesto a sufrir antes que inclinarse ante el yugo de la clase poseedora?… Los hombres que soportan tanto para vencer a un solo burgués, serán capaces también de romper el poder de toda la burguesía.»

La gran importancia que Marx atribuye al movimiento huelguístico, a la organización de la solidaridad entre los huelguistas, a la lucha contra la importación de rompehuelgas de otros países, se patentiza en las actas del Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores. Estas actas, con todo su laconismo y concisión, proyectan una luz viva sobre la enorme atención que Marx y la Iª Internacional fundada por él prestaban a las huelgas y al socorro a los huelguistas. He aquí algunos extractos de estas actas:

«El 25 de abril de 1865 se da lectura a una carta de los obreros cajistas de Leipzig, en la que anuncian su huelga, expresando su esperanza de obtener la ayuda de los cajistas de Londres. El Consejo General envía una delegación compuesta por Fox, Marx y Kremer para asistir a la Asamblea de la Sociedad de Cajistas de Londres y dar a conocer la carta de Leipzig.

«El 9 de mayo de 1865 Fox comunica que la delegación asistió a la asamblea en cuestión, pero que los cajistas declararon que no podían dar el dinero en un plazo de tres meses, de modo que los esfuerzos de la delegación fueron infructuosos.

«El 23 de mayo de 1865 se da lectura a una carta de Lyon de los obreros de las fábricas de tul, sobre la ofensiva contra sus salarios. El 20 de junio de 1865 se escucha un comunicado diciendo que la Sociedad de Tejedores de Lille quiere adherirse a la Asociación Internacional de Trabajadores. A continuación se da lectura de una carta de Lyon comunicando que los obreros se vieron obligados a ceder por falta de medios de subsistencia. El 30 de enero de 1866 se trata del problema de las Cámaras de arbitraje que se discute en la Unión de Londres. El 27 de marzo de 1866 se anuncia la huelga de sastres de Londres y el proyecto de traer rompehuelgas del continente. El Consejo General resuelve avisar a los países vecinos con el fin de evitar que vengan obreros continentales durante la lucha. El 4 de abril de 1866, un delegado de los obreros del alambre agradece al Consejo su intento de impedir a los patronos que obtuvieran obreros del continente para reemplazar a los huelguistas. El 22 de mayo se da lectura a una carta de Ginebra anunciando el comienzo de una huelga de zapateros, y pidiendo que se informe a los obreros de todos los países. Se elige una comisión encargada de ponerse en relación con el Departamento local de los ladrilleros y ebanistas de Strandford, que prometieron adherirse a la Asociación ‘no sólo de palabra sino prácticamente’. El 28 de septiembre se da lectura a una carta de los tipógrafos de una imprenta de diarios de Nueva York, que pide que se impida la importación de mano de obra. En la misma fecha se lee una carta de los tipógrafos y xilógrafos de Hildon pidiendo ayuda para su huelga y también una carta que comunica el lock-out de los canasteros. Se encarga al secretario contestar que no hay ninguna posibilidad de ayuda financiera. El 12 de octubre de 1869 se da lectura a una carta sobre la huelga de obreros de lana e hilanderos en Elbeuf pidiendo ayuda. Los hilanderos insisten en que se fijen tarifas. El 27 de enero de 1869 Marx da cuenta de una carta recibida en Hannover, dónde los mecánicos están en huelga desde hace seis semanas, contra la prolongación de la jornada de trabajo y la reducción de los salarios. El 4 de enero de 1870, contestando a la petición hecha por la directiva del Partido socialdemócrata de un préstamo a los mineros en huelga de Waldenburg, se encarga al secretario que responda que ‘no hay ninguna perspectiva de ayuda de Londres’. El 11 de enero de 1870, se da lectura a una carta de Neuville-sur-Seine, pidiendo ayuda para los huelguistas de la impresión en tela. Se encomienda al secretario comunicarse con Manchester respecto a esta huelga. El 18 de abril de 1870, Varlin comunica que había estado en Lille para la fundación de una organización sindical bajo el control de la Asociación Internacional de Trabajadores. En la misma fecha, Dupont informa de las severas condenas contra los mineros por haber estado en huelga. Se encarga a Marx redactar un llamamiento a todas las organizaciones obreras y secciones de la organización del continente europeo y de los Estados Unidos, pidiéndoles ayuda para los huelguistas. El 20 de junio de 1870, se escucha una comunicación del sindicato de la construcción mecánica que resolvió enviar dinero a los fundidores de Paris. El consejo resuelve que el secretario de la Unión de obreros de construcción de maquinaria lleve el dinero a París, no solamente para asegurar su recepción por los interesados, sino también para producir ‘un buen efecto moral’.»

El Consejo General de la Iª Internacional se ocupó también de grandes cuestiones políticas. Pero la particularidad de la Iª Internacional consistía precisamente -y esto es indudablemente un mérito de Marx- en que en las reuniones del Consejo General ocupaban mucho lugar las cuestiones de la lucha huelguística, que no hacia una división artificial entre la política y la economía; tanto una como otra eran motivo de discusión. Se tomaban decisiones inmediatas, y, frecuentemente, «al doctor Marx» se le encomendaban misiones muy modestas, como la de asistir a la asamblea de tal o cual sindicato, redactar un manifiesto sobre tal o cual huelga, o escribir a tal o cual país para comenzar la campaña contra el envío de rompehuelgas, etc. Con razón Marx veía en esto una parte de su actividad política general.

Un ejemplo de la importancia que Marx atribuía a estas cuestiones, puede verse en el caso siguiente: El 23 de abril de 1856 Marx escribía a Engels:

«El estado de la Internacional es el siguiente: Desde mi regreso, la disciplina está completamente restablecida. Además, la intervención afortunada de la Internacional en la huelga de sastres, por medio de las cartas de los secretarios de las secciones de Francia, Bélgica, etc., produjo sensación entre los trade-unionistas locales.»

Esta intervención de la Internacional en la huelga le dio gran popularidad. Los obreros de todos los países comenzaron a dirigirse a la Internacional cada vez que tropezaban con alguna dificultad. El 27 de enero de 1867, Marx escribe con alegría a Engels:

«Nuestra Internacional ha obtenido un gran éxito. Hemos conseguido el apoyo financiero de los trade-unionistas ingleses para los obreros huelguistas de la industria del bronce de París. Ante todo, los patronos se batieron en retirada. Esta historia ha alborotado mucho a los periódicos franceses y actualmente somos una fuerza reconocida en Francia.»

Marx atribuía una gran importancia a la ayuda material a los obreros en lucha contra el capital. En el Congreso de la Internacional realizado en Ginebra en 1866, Marx propuso la siguiente resolución:

«Una de las funciones especiales de la Asociación, que ya ha sido realizada en diversos casos con gran éxito, consiste en oponerse a las intrigas de los capitalistas, siempre prontos a apelar a la mano de obra de otros países, en caso de huelga de sus obreros, para impedir el triunfo de sus reivindicaciones. Uno de los objetivos principales de la Asociación, es que los obreros de los diversos países no solamente se sientan humanos, sino que se consideren como partes unificadas de un solo ejército emancipador.» (Resolución sobre la ayuda mutua internacional en la lucha del trabajo contra el capital).

La gran importancia que Marx atribuía a las huelgas y a los actos de solidaridad relacionados con ellas, se ve, por ejemplo, en su carta a Engels del 18 de agosto de 1869. En esta carta. Marx expresa su júbilo porque los obreros del bronce de París devolvieron las 45 libras esterlinas recibidas en calidad de préstamo y a continuación escribe lo siguiente:

«En Posnania, según comunica Zabitzky, los obreros polacos (carpinteros, etc.), han terminado victoriosamente la huelga, debido principalmente a la ayuda de los obreros de Berlín. Esta lucha contra el señor capital, aun en la forma modesta de una huelga, pondrá fin a los prejuicios nacionalistas de una forma muy distinta a las declamaciones pacifistas de los señores burgueses.»

Obran en nuestro poder algunos manifiestos escritos por Marx por encargo del Consejo General en relación con las grandes huelgas de aquel periodo. A la pluma de Marx se debe, por ejemplo, el llamamiento a los obreros de Europa y de Estados Unidos, con motivo de los asesinatos en masa de los huelguistas perforadores y mineros de Searing y Frameries (Bélgica), en el año 1869. Marx estigmatiza el “impulso irresistible de la caballería belga en Searing y la inflexible pujanza de la infantería en Frameries”. Marx escribe que “los increíbles atropellos son explicados por algunos políticos con razones de alto patriotismo”, que “el capitalismo belga es célebre por su amor original a lo que él llama libertad de trabajo”; Marx llena de sarcasmos a los que acusan a los miembros de la Internacional en Bélgica, “de pertenecer a una Asociación fundada con el fin de atentar contra la vida y la propiedad de las personas privadas, etc.”. Marx define a los constitucionalistas belgas como sigue:

“Hay un pequeño país en el mundo civilizado donde cada huelga es ávida y alegremente tomada como pretexto para una matanza oficial de la clase obrera. Esta región, bendita entre todas, es Bélgica, el Estado modelo del constitucionalismo continental, este pequeño país, bien abrigado, este pequeño y agradable paraíso del propietario, del capitalista y del cura. La tierra no realiza tan seguramente su vuelta alrededor del sol como el gobierno belga su matanza obrera anual. La de este año no difiere de la del año pasado, si no es por el número de sus víctimas, más horrible todavía, por la ferocidad más odiosa de un ejército ridículo, por las alegrías más ruidosas de la prensa clerical y capitalista y por la gran frivolidad de pretextos puestos en juego por los carniceros del gobierno.”

Este magnífico manifiesto termina con un llamamiento para recoger dinero en favor de las familias de los huelguistas, y “para sufragar los gastos de la defensa de los obreros detenidos y la investigación emprendida por el Comité de Bruselas”.

Un interés extraordinario desde el punto de vista de la apreciación de las opiniones de Marx sobre el movimiento huelguístico, presenta el informe que escribió para el cuarto Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores, celebrado en Basilea en 1869.

“El informe del Consejo General -escribe Marx- hablará principalmente de la lucha de guerrillas entre el capital y el trabajo. Nos referimos a las huelgas que en el transcurso del último año han agitado el continente europeo y que se dice que no fueron provocadas por la miseria de los obreros ni por el despotismo de los capitalistas, sino por las intrigas secretas de nuestra Asociación.”

Luego Marx habla de las “revueltas económicas de los obreros de Basilea”, de los «tejedores de Normandía, que se han sublevado por primera vez contra la ofensiva del capital», a pesar de no tener ninguna organización. Con el concurso de la Asociación Internacional de Trabajadores, los obreros de Londres prestaron su ayuda a esta huelga. «El fracaso de esa lucha económica, escribe Marx, fue ampliamente compensado por sus grandes resultados morales. Enroló a los obreros algodoneros de Normandía en el ejército revolucionario del trabajo e impulsó la creación de sindicatos en Rouen, Elbeuf, etc. La alianza fraternal de las clases obreras inglesa y francesa ha sido consolidada.” Y Marx agrega:

«Los devanadores de seda de Lyon, mujeres en su mayoría, han entrado en la arena de la lucha económica. La necesidad los ha obligado a dirigirse a la Internacional. En Lyon, como sucedía antes en Rouen, las mujeres obreras desempeñaron un generoso y destacado papel. Así, reclutaron en algunas semanas cerca de 10.000 nuevos miembros de esta heroica población que escribió hace 30 años en su bandera la consigna del proletariado moderno: ‘Vivir trabajando o morir luchando’.»

Marx traza luego un cuadro de la lucha y las persecuciones de los obreros de Prusia, Hungría, Austria y cita un ejemplo elocuente de cómo el Ministro del Interior de Hungría, Wenkheim, «saboreando un cigarro», declaró a una delegación obrera de Presbourg que fue a solicitar el levantamiento de la prohibición de una fiesta realizada en favor de una caja de enfermos:

“¿Son ustedes obreros? ¿Trabajan con celo? Lo demás no es cosa suya. No necesitan asociaciones, y si se meten en política, sabremos tomar las medidas necesarias. No haré nada por ustedes. Que los obreros murmuren cuanto les venga en gana.”

Refiriéndose a Inglaterra, Marx escribe que: “Inglaterra puede vanagloriarse de la matanza de los mineros de Gales”, agregando que “el tribunal, compuesto de burgueses, que investigó esta cuestión y las condiciones en las cuales los soldados abrieron fuego contra los obreros, reconocieron esta matanza como un asesinato legal”.

Este informe al congreso de Basilea reviste un enorme interés, porque en él reunió Marx una enorme cantidad de hechos, no solamente sobre las huelgas de aquel tiempo, sino también sobre las persecuciones contra los miembros de la Asociación Internacional ele Trabajadores.

La intervención de la Iª Internacional en el movimiento huelguístico provocó la alarma de la burguesía de todos los países. Los patronos de Ginebra clamaban que «los miembros locales de la Internacional hundían al Cantón de Ginebra, obedeciendo decretos enviados de Londres». En Basilea los capitalistas «transformaron inmediatamente su hostilidad contra los obreros, en una cruzada contra la Asociación Internacional de Trabajadores». Enviaron un emisario especial a Londres con la fantástica misión de averiguar la cifra del «Tesoro» de la Internacional. «El juez de instrucción de Bruselas creía que el tesoro se guardaba en un cofre oculto en un lugar secreto. Se precipitó sobre el cofre: abrió y encontró… algunos trozos de carbón». «Seguramente -escribe irónicamente Marx-, cuando la mano del policía tocaba el oro puro de la Internacional, se transformó instantáneamente en carbón.»

En el informe del Congreso de La Haya de 1872, Marx cita decenas de ejemplos de la rabiosa actitud contra la Asociación Internacional de Trabajadores. Julio Favre se dirigió, inmediatamente después del aplastamiento de la Comuna, a todos los gobiernos proponiendo que se tomasen medidas comunes contra la Internacional. Bismarck y el Papa de Roma se apresuraron a dar una respuesta afirmativa, se efectuó una entrevista entre los emperadores de Austria y Alemania en Salzburg para fijar las medidas contra la Asociación Internacional de Trabajadores.

«Pero -escribe Marx en su informe al congreso de La Haya- todas las medidas represivas que era capaz de inventar la inteligencia gubernamental coaligada de Europa, palidecen frente a la campaña de calumnias que el mundo civilizado conduce contra la Internacional.

«Las historias apócrifas y los misterios de la Internacional, las desvergonzadas falsificaciones de documentos oficiales y de cartas privadas, los telegramas sensacionales, etc., se sucedían rápidamente. Todas las compuertas de las calumnias de que dispone la prensa mercenaria de la burguesía, fueron abiertas inmediatamente, arrojando un torrente de vilezas destinadas a ahogar al odiado enemigo. Esta guerra de calumnias no tiene paralelo en la historia, hasta tal punto es internacional el campo en que se desarrolla, tan completa es la unanimidad con la cual la conducen los diferentes órganos de partido de las clases dominantes. Después del gran incendio de Chicago, el telégrafo echó a rodar por todo el globo terrestre la especie de que se trataba de un trabajo diabólico de la Internacional. Es extraño que no atribuyeran a su demoníaca intervención el ciclón que devastó las Antillas.»

A los clamores del capital internacional, de sus literatos pagados por la policía política y de los confidentes de la literatura. Marx contesta:

«No es la Internacional la que empujó a los obreros a las huelgas; al contrario, las huelgas han empujado a los obreros a la Internacional.»

Los proudhonianos y bakuninistas eran contrarios, como se sabe, a los sindicatos y a las huelgas, pero luego efectuaron un viraje completo, convirtiéndose en fervientes partidarios de los sindicatos como única forma de lucha. Bakunin parte de la idea de que «las reivindicaciones económicas son la esencia y el objetivo de la Internacional» y «las cajas de resistencia, las trade-uniones, son el sólo medio de lucha verdaderamente eficaz de que pueden disponer actualmente los obreros contra la burguesía».

Después de haberse instalado sobre esta base absoluta (Bakunin pensaba siempre en absoluto, no comprendía la dialéctica), formula a su manera la importancia y el desarrollo del movimiento huelguístico. He aquí lo que dice Bakunin:

«La huelga es el comienzo de la guerra social del proletariado contra la burguesía, aun dentro de los límites de la legalidad. Las huelgas son un valioso método de lucha en dos sentidos: en primer lugar, electrizan a las masas, templan su energía moral y levantan en su corazón la conciencia del profundo antagonismo entre sus intereses y los de la burguesía, descubriéndoles de una forma cada vez más evidente, de una manera irrevocable, el abismo que los separa; y en segundo lugar, contribuyen enormemente a provocar y formar entre los trabajadores de todos los oficios y de todos los países, la conciencia y el hecho mismo de la solidaridad. Doble acción, por un lado negativa, por otro positiva, que tiende a constituir directamente el nuevo mundo proletario, oponiéndole de una forma casi absoluta al mundo burgués.

«No hay nadie que ignore los sacrificios y sufrimientos que cada huelga cuesta a los trabajadores. Pero son necesarias, tanto, que sin ellas sería imposible despertar a las masas populares para la lucha social, ni organizarías. La huelga es una guerra y las masas populares no se organizan más que en el curso y por medio de la guerra que arranca a cada trabajador del aislamiento ordinario, absurdo y desesperante. La guerra le une de súbito a otros trabajadores, en nombre de una misma pasión, de un solo objetivo, y convence a todos de la misma manera, palpable y evidente, de la necesidad de una rígida organización para lograr la victoria. Las masas populares excitadas, son como el metal en fusión, que se templa en una sola masa compacta y se moldea con mucha mayor facilidad que el metal frío, a condición de que se encuentren buenos maestros para moldearlo de acuerdo con las propiedades y leyes interiores del metal en cuestión y conforme a las necesidades e instintos populares…

«Las huelgas despiertan en las masas populares todos los instintos sociales revolucionarios que duermen en el fondo de cada trabajador, constituyendo, digámoslo así, esa sustancia histórica social-filosófica, pero que en tiempos ordinarios, bajo el yugo de las costumbres de esclavos y de la mansedumbre general, no son reconocidas más que por unos pocos. Por el contrario, cuando estos instintos suscitados por la lucha económica se despiertan en las multitudes obreras, la propaganda del pensamiento social revolucionario entre ellos se hace extraordinariamente fácil. Porque esta idea no es otra cosa que la más pura, la más fiel expresión de los instintos populares.

«Toda huelga es también valiosa porque extiende y profundiza cada vez más el abismo que separa en todas partes a la clase burguesa de la masa popular, porque demuestra a los productores de la manera más palpable, la absoluta incompatibilidad de sus intereses con los de los capitalistas y propietarios… Sí, no hay mejor medio para arrancar a los trabajadores de la influencia política de la burguesía, que la huelga.

«Sí, las huelgas son una gran cosa. Crean, multiplican, organizan y forman los ejércitos del trabajo, el ejército que debe quebrar y vencer la fuerza del Estado burgués y preparar un amplio y libre camino para un mundo nuevo.»

Si se compara este lirismo, en el que hay algo de verdadero, con lo que Marx escribe sobre las huelgas en el primer tomo de El Capital, veremos inmediatamente la diferencia entre el dialéctico y el metafísico. Marx escribe sobre huelgas concretas, cita decenas de ejemplos de luchas de obreros, describe la influencia que ejercen sobre la jornada de trabajo, sobre los salarios, sobre la legislación del trabajo, etc. En cambio a Bakunin no le interesa la legislación del trabajo, porque no ve la relación entre las reivindicaciones parciales y el objetivo final, cree que de cada huelga puede surgir la revolución. A Marx le interesan los límites de acción de los sindicatos. A Bakunin esa cuestión no le preocupa. Su actitud frente a las huelgas es igual a la de los anarquistas en la cuestión del Estado, como dijo Lenin en El Estado y la Revolución. Lo que hay de justo en la concepción de los anarquistas sobre el Estado -el objetivo final, la sociedad sin clases y sin autoridad- lo diluyeron en una cantidad tal de jarabe metafísico, que llegaron a ahogar la posibilidad misma de alcanzar esa fase del desarrollo de la humanidad. Otro tanto sucede con la huelga, a la que atribuyen tantas propiedades milagrosas. Dicen tan expresamente «la huelga salvadora», que es difícil establecer su carácter y sus límites, sus consecuencias y sus relaciones con las demás formas de la lucha.

¿Cuáles son, entonces, los límites de acción de los sindicatos, y de las huelgas? Carlos Marx dio sobre esta cuestión una respuesta completa en su discusión con Weston:

«En efecto, los obreros, hecha abstracción de la servidumbre que supone todo el sistema del salariado, no deben exagerar las consecuencias de estas luchas cotidianas, no deben olvidar que luchan contra los efectos, pero no contra sus causas; que no hacen más que retrasar el movimiento descendente, pero no varían su dirección; que no hacen más que aplicar paliativos, pero no curar la enfermedad. Por tanto, no deben gastar su energía exclusivamente en esta lucha inevitable de guerrillas; lucha que provoca siempre los continuos ataques del capital o las variaciones del mercado.

«Deben comprender que el sistema actual, con todas las miserias que lleva aparejadas para ellos, produce al mismo tiempo las condiciones materiales necesarias para la nueva edificación económica. En vez de la solución conservadora: ‘Un salario justo por una jornada de trabajo justa’, deben inscribir en su bandera las palabras revolucionarias: ‘Abolición del sistema del trabajo asalariado’.»

Hemos llegado aquí a uno de los puntos clave de la doctrina de Marx sobre las huelgas. Hemos visto ya que Marx y Engels llaman a las huelgas «guerra civil», «sublevaciones económicas», «verdadera guerra civil», «guerra de guerrillas», «escuela de guerra», «escaramuzas de vanguardia», hablaron de las huelgas que ponen en peligro el régimen existente. Pero he aquí que Marx dice ahora que la lucha económica es una lucha contra los efectos, y no contra las causas, que es un paliativo y no el remedio de la enfermedad. ¿No hay aquí una contradicción o una renuncia a sus ideas originales? No, ni una ni otra cosa. Es que Marx tenía necesidad de luchar, en el problema de las huelgas, contra la derecha y contra la izquierda. Entre los trade-unionistas ingleses se difundía entonces la idea de que las huelgas son ineficaces para los obreros.

“Nosotros consideramos -dijo uno de los dirigentes de las trade-uniones ante la comisión real en 1876- que las huelgas son un torpe derroche de dinero, no solamente para los obreros, sino también para los patronos.”

Marx combatió vigorosamente las teorías burguesas según las cuales las huelgas son un derroche estéril de dinero y de fuerzas, demostrando la enorme importancia de las huelgas para la transformación del proletariado en clase. Pero, por otro lado, en el seno de la Iª Internacional comenzaron a difundirse ideas anarco-sindicalistas, conforme a las cuales las huelgas económicas son el único medio de lucha. Por eso Marx planteó de forma terminante la cuestión de encaminar la energía de las masas a la lucha contra las causas de la explotación, por importante que fuese la lucha contra sus efectos.

En la carta a Bolte que hemos citado anteriormente, Marx indica cómo de las aisladas reivindicaciones económicas de los obreros, surge un movimiento político, es decir, un movimiento de clase. Aquí, más que en cualquier otra parte, la cantidad se transforma rápidamente en calidad. De toda la doctrina de Marx y Engels, resalta que la huelga económica tiene una gran importancia política, pero se trata precisamente de calcular el grado y el alcance de esa importancia. Si la huelga económica reviste un carácter de estallido espontáneo, no por eso pierde su importancia política. «La espontaneidad es la forma original de la conciencia» (Lenin). La importancia política de la huelga depende de las dimensiones y del alcance del movimiento. Si una huelga, a pesar de tener amplias dimensiones, está encabezada por jefes que desde su comienzo la encierran en un estrecho marco corporativo, embotan su filo político, vacían su contenido fundamental y no podrá dar los resultados políticos que podía haber dado. Por el contrario, si una huelga que tiene por punto de partida reivindicaciones puramente económicas, es llevada desde su comienzo por el cauce de su combinación con la lucha política, rinde el máximo de efecto. Marx comprendía que la huelga económica es un arma seria en manos del proletariado contra la burguesía, porque todo lo que ataca a los capitalistas ataca al sistema capitalista, pero consideraba necesario señalar que la lucha económica estrictamente limitada, «no puede cambiar la dirección del desarrollo capitalista».

De esta idea de Marx: una lucha puramente económica es una lucha contra el efecto y no contra la causa, se intentó crear la teoría de que antes de la guerra, todas las luchas económicas tenían un carácter defensivo y sólo con el comienzo de la actual crisis general del capitalismo las huelgas tienen un carácter ofensivo. Esta idea se encuentra en el documentado e interesante libro de Fritz David, La bancarrota del reformismo, que contiene, sin embargo, algunas formulaciones erróneas. Esta clasificación de huelgas económicas en defensivas y ofensivas es falsa y políticamente dañina, porque no tiene en cuenta la vida real, y la realidad nos demuestra que también antes de la guerra había huelgas ofensivas (lucha por el aumento de los salarios, por la disminución de la jornada de trabajo), y que actualmente tenemos también huelgas defensivas. Es erróneo clasificar la ofensiva y la defensiva según el tiempo y no sobre la base de un análisis de cada huelga concreta y de la actitud del sindicato y de los obreros en la huelga de que se trate. Contra los efectos del capitalismo se puede luchar tanto mediante la ofensiva como mediante la defensiva.

La opinión de Marx debe ser puesta en relación con lo que dice en la Miseria de la filosofía: »En esta lucha -verdadera guerra de guerrillas- se unifican y desarrollan todos los elementos para una batalla futura. Alcanzado este nivel, la coalición adquiere un carácter político.» Después de citar este pasaje de la Miseria de la filosofía, Lenin escribe:

«Tenemos aquí ante nosotros el programa y la táctica de la lucha económica y del movimiento sindical para varias décadas, para todo el largo período de preparación de las fuerzas del proletariado para los combates futuros.»

Partiendo de la subordinación de la lucha económica a la lucha política de la clase obrera, Marx sacaba la conclusión de que la huelga es una de las formas más importantes y agudas de la lucha. Bakunin, partiendo de la negación de la política, saca la conclusión de que la huelga es la única forma de lucha. Lo que Bakunin esbozó, sus discípulos lo desarrollaron en una teoría y táctica concisas, cuyas funestas consecuencias se han reflejado y se siguen reflejando en una forma especialmente patente en el movimiento obrero de los países latinos.