Marx y los sindicatos (y IX): Los pseudomarxistas y los críticos de Marx

9. Los pseudomarxistas y los críticos de Marx

«¿Qué es lo que distingue esencialmente al marxismo de todas las demás teorías pre-marxistas y pseudo-marxistas? ¿Cuál es la línea divisoria principal entre el marxismo y el pseudo-marxismo? Esta línea de demarcación, esta diferencia, fue definida por Lenin en su célebre trabajo El Estado y la Revolución, donde declara:

“Es marxista únicamente el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al de la dictadura del proletariado. En esto consiste la profunda diferencia entre el marxista y el pequeño burgués (y el grande) adocenado. Esta es la piedra de toque para comprobar si la concepción y el reconocimiento del marxismo son realmente efectivos”.

Si se considera desde este punto de vista a los críticos de Marx en el campo sindical, comprobamos que ha sido precisamente la dictadura del proletariado la piedra de toque de todos los enemigos francos y enmascarados del marxismo revolucionario. Esto no significa que hayan intentado refutar seriamente, con hechos en las manos, esta piedra angular de la doctrina de Marx. ¡No! Los críticos sindicales de Marx empezaron por evitar esta cuestión, dejándosela a los “políticos puros”. Eduardo Bernstein, verdadero padre espiritual del reformismo, precisó y formuló lo que se agitaba en las cabezas de muchos elementos sindicales. Ya en 1899 Bernstein publicó su obra Premisas del socialismo, que con toda justicia debe ser denominada la “Biblia” de la socialdemocracia contemporánea. En este trabajo de Bernstein encontramos la democracia económica, el paso al socialismo mediante reformas sociales, la democratización de la industria por medio de los sindicatos, etc. Al publicar su libro, Bernstein se sentía apoyado por los sindicatos. En cuanto a los dirigentes sindicales, que se separaban de Marx cada vez más, se sintieron alentados y reconocieron abiertamente a Bernstein como su jefe y su ideólogo. Antes de esa obra de Bernstein, los pseudo-marxistas sindicales ocultaban su desacuerdo con Marx; pero después de la aparición de su libro, la «crítica» de Marx vino a ser un signo de buen tono entre los líderes de los sindicatos alemanes. Los dirigentes sindicales no se ocupaban, en general, de la teoría; revisaban a Marx en su trabajo cotidiano, le desfiguraban en la práctica e invertían los conceptos fundamentales de Marx sobre el papel de los sindicatos en el Estado capitalista. Si consideramos desde el punto de vista histórico los conceptos antimarxistas de los dirigentes sindicales, veremos que se guían por la siguiente línea y las siguientes cuestiones:

1)  La teoría de la lucha de clases es, «en general”, justa, pero pierde su significación a medida que crecen los sindicatos y se instaura la democracia.

2)  La revolución es un concepto caduco correspondiente a los grados inferiores del desarrollo social; el Estado democrático excluye la revolución y la lucha revolucionaria.

3)  La democracia asegura a la clase obrera el paso pacifico del capitalismo al socialismo y, por consiguiente, la dictadura del proletariado no está ni puede estar en el orden del día.

4)  La teoría de la pauperización fue justa en su tiempo, pero actualmente está vencida.

5) En la época de Marx fue posiblemente justo el papel dirigente del Partido en los sindicatos. Pero actualmente, sólo la neutralidad frente a los partidos y la política pueden asegurar el desarrollo normal del movimiento sindical.

6) En la época de Marx quizás había necesidad de estimar las huelgas como una de las armas más importantes de lucha, pero actualmente los sindicatos han crecido, etcétera, etc.

De manera que todo se reduce a decir que el marxismo ha envejecido y que es necesario revisarle, corregirle y completarle. Esta corrección era hecha por la socialdemocracia y los sindicatos, estableciendo entre ellos una división del trabajo. Antes de la guerra todo esto se hacía con la consigna de «enriquecer y desarrollar a Marx basándose en la misma teoría marxista”.

El movimiento sindical alemán y austríaco era considerado como el de orientación más marxista. Explotó durante largos años el nombre de Marx, e hizo de Marx lo que la socialdemocracia alemana había hecho con él. Lenin lo dice elocuentemente:

«Las doctrinas de Marx corren hoy la misma suerte que ha cabido en la historia a las de otros pensadores revolucionarios y caudillos del movimiento liberador de las clases oprimidas. Los grandes revolucionarios son objeto, durante su vida, de constantes persecuciones por parte de las clases opresoras; sus enseñanzas provocan una rabia y un odio furiosos y ataques ininterrumpidos en los cuales desempeñan un papel principal la falsedad y la calumnia. Después de su muerte, se hacen tentativas para convertirlos en mansos corderos, para, por decirlo así, canonizarlos, para rodear de gloria sus nombres con objeto de ‘consolar’ a los oprimidos y engañarlos. En efecto, el fin que con ello se persigue no es otro que el de desnaturalizar la esencia real de las teorías y el de mellar el filo de las armas revolucionarias.

«Eso es justamente lo que hoy vemos con respecto al marxismo a cuya adulteración se consagran los burgueses y los oportunistas del movimiento obrero. Se omite, se altera, se deforma el aspecto revolucionario de la doctrina -su alma revolucionaria- para poner únicamente de relieve y ensalzar lo que parece aceptable para la burguesía.

«En nuestros días, todos los social-patriotas son ‘marxistas’, ¡no lo toméis a broma! No hay sino ver y oír a esos profesores de la burguesía alemana que tanto se distinguieron por sus esfuerzos para pulverizar al marxismo. ¡Cómo hablan del Marx ‘nacional’ y germánico, del Marx que, según ellos, educó a los sindicatos obreros tan magníficamente organizados para una guerra de rapiña!”

Los dirigentes sindicales de Alemania no escatiman palabras para glorificar a Marx, al mismo tiempo que toda la teoría y la práctica del movimiento sindical alemán estaban en completa contradicción con la teoría y la práctica de Marx. A medida que el capitalismo alemán se hacía más potente, aumentaba la rapidez con que extendía su influencia sobre nuevos mercados y con que se verificaba el acercamiento ideológico entre los capitalistas alemanes y la alta dirección del movimiento sindical alemán. Basta mencionar la actuación de los sindicatos alemanes en 1905 contra la huelga del 19 de mayo, contra las huelgas políticas, por la neutralidad de los sindicatos, y, en general, las manifestaciones de los sindicatos alemanes en el transcurso de muchos años contra todos los intentos de plantear concretamente la lucha contra la guerra; basta recordar las tendencias imperialistas que ya antes de la guerra aparecían abiertamente, tanto en el partido socialdemócrata como en los sindicatos, para llegar a la conclusión de que el marxismo sirvió solamente de etiqueta a los sindicatos reformistas de Alemania. La guerra reveló lo que escondían los pseudo-marxistas. Mientras Marx escribía en 1848 «que los obreros no tienen patria, que no se les puede quitar lo que no tienen», los «marxistas» alemanes encontraron en la Alemania imperialista su patria y, por la victoria de esa patria imperialista, se transformaron en los suministradores de carne de cañón para el frente.

«Los sindicatos -escribe el apologista del movimiento sindical reformista alemán, Nestripke- deben exigir la participación de los obreros y empleados ocupados en la empresa respectiva, en el contrato y el despido de obreros; pero, al mismo tiempo, deben cuidar, mediante normas adecuadas de educación y de influencia moral sobre cada obrero en particular y sobre todos los obreros de las empresas, para que el estado económico de la empresa no descienda como consecuencia del abuso de los obreros de este derecho y para no causar perjuicios a sus intereses vitales.»

De esta manera, los sindicatos se transforman en guardianes de la plusvalía capitalista con el pretexto de «participar en la dirección económica y técnica de las empresas».

Toda la doctrina de Marx sobre la lucha de clases y los sindicatos, órganos de lucha contra el capital, fue sustituida por la teoría de la democracia económica y la igualdad entre el trabajo y el capital, con la conservación de la propiedad privada sobre los medios de producción en manos de los capitalistas. Si la clase obrera «participa» en la organización de la economía nacional, está interesada en conservarla y defenderla de las fuerzas destructoras. Así es como los sindicatos reformistas se transformaron en cómplices de la burguesía en el aplastamiento del movimiento obrero revolucionario, en el aplastamiento de todos los que se levantan contra la dominación del capital.

Mientras que Marx planteó la cuestión de la dictadura del proletariado, los «marxistas» alemanes demostraron y demuestran en el transcurso de largos años, que la dictadura del proletariado es una invención de Moscú, que la única forma de Estado aceptable para los sindicatos es la democracia burguesa. Mientras que Marx demostró que el Estado es un aparato de opresión de una clase por otra, los «marxistas» austro-alemanes que encabezaban los sindicatos de esos países, demostraban y siguen demostrando que el Estado democrático está por encima de las clases, que el Estado es y debe seguir siendo el árbitro de los conflictos entre el trabajo y el capital.

Marx ha demostrado que el proletariado, para obtener algo de la burguesía, debe librar una batalla encarnizada, desarrollar todas las formas de lucha, y sobre todo las huelgas. Los «marxistas» alemanes pretenden que esta teoría ha envejecido, que «las huelgas presentes son siempre arriesgadas”, que «las huelgas se hacen tanto más peligrosas en un país donde está desarrollada la industria moderna, con grandes empresas y organizaciones patronales», que «los sindicatos profesionales (es decir, los burócratas sindicales) que viven en las condiciones de la economía moderna, tienen muchos menos deseos de lucha», que «la lucha económica, en las condiciones de una economía desarrollada, se basa en negociaciones, en el arte de sondear y de esperar», y en fin, esta última perla tomada del arsenal táctico de Legiens: «Cuanto más prudente es la organización en la presentación de reivindicaciones, cuanta más perseverancia muestra en su realización, menos aplica el último medio, la huelga, y con mayor facilidad obtendrá, en el transcurso del tiempo, éxitos sin lucha.»

Tomemos algunos ejemplos más para mostrar todo lo bajo que han caído estos «marxistas». En el congreso de los sindicatos alemanes de Hamburgo (1928), el informante oficial, Naphtali, declaró solemnemente que «el movimiento sindical logró oponerse a una de las tendencias decisivas del capitalismo y vencerla, la tendencia a la pauperización”, y que «la elevación de la clase obrera es un hecho». El teórico de la Central Sindical de Alemania, Tarnov, ha dicho:

«Somos políticos realistas… En eso nos diferenciamos de la vieja concepción que predominaba en el movimiento obrero y que no podía prevalecer más que porque la opinión en otro tiempo justa sobre las tendencias del capitalismo, se ha transformado en una ideología petrificada (!). En el fondo las antiguas concepciones (se refiere a las de Marx) tendían a renunciar a la lucha. Nosotros damos a la masa obrera un punto de vista más optimista.»

En verdad, Tarnov es «mejor» todavía que Nestripke. La antigua concepción de Marx decía: «Lucha y obtendrás lo tuyo.» La nueva concepción dice: «No luches, aguarda y alcanzarás mucho más». Y por último, para «coronar el edificio», una cita más de Tarnov tomada de su libro ¿Para qué ser pobres?:

«La pobreza no es una necesidad económica. Es una enfermedad social cuya posibilidad de curación es indudable, aun dentro de los marcos de la economía capitalista.»

Efectivamente, ¿para qué ser pobres cuando se puede pasar al campo de la burguesía y acomodarse en el banquete? El libro de Tarnov y su contenido hacen recordar las propagandas americanas. «¿Para qué tener callos?», donde se informa a los honorables lectores que se trata de una enfermedad que es posible curar por cincuenta céntimos «dentro de los marcos del régimen capitalista». Teóricos «callicidas» como Tamov los tiene en gran cantidad la central sindical alemana reformista, y han solucionado satisfactoriamente, para ellos, la cuestión de la pobreza.

En los círculos de los burócratas sindicales reformistas de Alemania, circula una anécdota que fue relatada por el profesor Eric Nelting en medio de la risa unánime de los asistentes al Congreso de los obreros de la madera de Alemania.

«El economista sueco Swen Hollander, vino cierta vez a Alemania con el fin de visitar, en Tréveris, la casa donde nació Carlos Marx. Con gran asombro suyo nadie le supo decir dónde se encontraba esta casa. Vagando por las calles encontró una casa que ostentaba una bandera roja, y pensó que debía ser seguramente la casa donde nació Marx, con tanta mayor razón, cuanto pudo leer una inscripción que decía: ‘Casa de los sindicatos de Tréveris’. Cuando entró en la casa, uno de los empleados le explicó que allí no había nacido Marx, que aquella era la casa de los sindicatos. La casa donde nació Marx es demasiado pequeña para los sindicatos, pero está aquí cerca, en la vecindad.»

Después de contar esta «interesante» anécdota el profesor Nelting la comentó de la siguiente manera: «Esta anécdota caracteriza magistralmente la estrecha vecindad en que se encuentran hoy todavía los sindicatos respecto a la doctrina de Marx. Por otra parte, la anécdota demuestra que los sindicatos se vieron en la necesidad de superar a Marx. Entre el capitalismo y el socialismo, hay una etapa transitoria, que a mi juicio se caracteriza por tres hechos: desde el punto de vista político, gobiernos de coalición; desde el punto de vista jurídico, derecho obrero; desde el punto de vista económico, democracia fabril y económica… Los sindicatos suponen lógicamente, en todos sus actos, que bajo el capitalismo se oculta la posibilidad de un mejoramiento y un ascenso substanciales.»

Ahora el cuadro está completo. Han «superado» a Marx. La casa de Marx es ya demasiado reducida para los burócratas sindicales alemanes. ¡Ya lo creo! La casa de Stinnes, este gran ventajista de la guerra y de la especulación, es mucho más amplia. No en vano Stinnes ha dado a uno de sus barcos el nombre de Carlos Legien, dirigente durante largos años del movimiento sindical reformista de Alemania. La casa de Hindenburg, de Bruning y de Hitler es todavía más vasta, y el presidente de la C.G.T. alemana, Leipart, quisiera introducirse entre los lacayos de esta suntuosa mansión. La casa del presidente de la Unión de Fabricantes alemanes, Borsig, es mucho más amplia y no es una casualidad que el señor Leipart haya enviado un telegrama de pésame a la Unión Industrial con motivo de la muerte de este «generoso» señor. Si todo esto es «marxismo», ¿qué será entonces la desfachatez y la cínica traición? ¿Cómo explicar esta completa renuncia a los principios elementales del movimiento obrero? Por el temor a las masas, por el temor a la revolución.

Esta »masofobia», este temor a las masas de los burócratas sindicales alemanes, se destacó con especial relieve después del ascenso de Hitler al poder. La masa de sindicados se inquieta y exige el frente único con los comunistas. ¿Y qué hace la Central Sindical alemana que agrupa todavía millones de obreros? El 20 de febrero de 1933 la C.G.T. alemana se dirige a Hindenburg, con una carta en la cual estos «líderes obreros» suplican al mariscal que intervenga en defensa de los obreros:

«Nos dirigimos a usted, presidente del Estado alemán, consagrado a salvaguardar la Constitución. Se dirige a usted una organización alemana que cuenta en sus filas con millones de antiguos combatientes del frente. Si estos millones de hombres, entre los cuales hay partidarios de diferentes partidos políticos, derramaron su sangre durante la guerra mundial, no fue con el fin de tolerar que quince años después los órganos responsables del Estado alemán declaren que ellos no son fuerzas positivas del Estado. Nadie en Alemania está hoy colocado tan alto como para tener derecho a decir que los combatientes de la guerra y sus organizaciones son alemanes sin el pleno disfrute de sus derechos, ni para tratarlos en consecuencia. Esperamos de usted, señor presidente, jefe militar durante la guerra mundial, que contestará enérgicamente esta injuria infligida a millones de combatientes.»

Esta súplica lacrimosa constituye el documento más bochornoso que haya jamás sido publicado incluso por los sindicatos reformistas alemanes. Ante todo, quejarse de Hitler ante Hindenburg es como quejarse del diablo ante Lucifer. Además esta invocación a los méritos militares y patrióticos como argumentos de defensa contra los ataques fascistas, produce una impresión lamentable. ¡Así es como los «jefes marxistas» de los sindicatos de Alemania han caído de capitulación en capitulación hasta arrodillarse a los pies del mariscal Hindenburg!

Mientras los «marxistas» austro-alemanes saboteaban las doctrinas de Marx, pasando del método del trabajo de zapa al ataque descarado, luciendo todavía por tradición el ropaje marxista, el anarquismo y el anarcosindicalismo mantenían una guerra abierta contra Marx y su doctrina. Los anarquistas y los anarcosindicalistas pretenden que los procedimientos oportunistas de los socialistas alemanes, franceses, etc., son consecuencia de sus concepciones marxistas. El oportunismo y el revisionismo se presentaban a las masas como marxismo. Esta crítica «de izquierda» y la amarga experiencia de la política oportunista de los partidos socialistas de los países latinos (Francia, España), despertaron la desconfianza entre una parte de los obreros hacia el marxismo en general. Entre los críticos del marxismo había un grupo francés que intentó «depurar» a Marx para hacer de él el teórico del movimiento sindical anarcosindicalista. Intentos de combinar a Marx con el anarcosindicalismo, se hicieron por Lagardelle, Sorel, Barth, Arturo Labriola, de Leone, etc. El de más talento de ellos, George Sorel, declara en su libro La descomposición del marxismo, que acepta «el marxismo de Marx», pero no a sus comentaristas del tipo Bernstein, etc. Es esta una actitud que podría ser aprobada, si junto a la crítica justa, aunque insuficiente, de Bernstein, Sorel no hubiese convertido a Marx en un Proudhon estilizado. He aquí lo que escribe Sorel:

«Del marxismo se debería decir que es la ‘filosofía de los brazos’, y no una filosofía del cerebro. Porque Marx tiene en cuenta una cosa solamente: convencer a la clase obrera de que todo su porvenir depende de la lucha de clases, atraerla al camino donde halle, organizándose para la lucha, los medios de vivir sin patronos. Por otra parte, el marxismo no debe confundirse con los partidos políticos, por revolucionarios que sean, porque se ven obligados a funcionar como partidos burgueses, cambiando su fisonomía de acuerdo con las circunstancias relacionadas con las campañas electorales, y realizando en caso de necesidad, compromisos con otros grupos que tienen una clientela electoral semejante, mientras que el marxismo permanece invariablemente ligado a la concepción de una revolución absoluta.

«Hace algunos años se podía pensar que el tiempo del marxismo había pasado, y que debía ocupar un puesto con muchas otras doctrinas filosóficas, en la necrópolis de los dioses muertos. Solamente un accidente histórico podía volver a la vida: se necesitaba para esto que el proletariado se organizara con intenciones puramente revolucionarias, es decir, separándose completamente de la burguesía… Y resulta que los doctores del marxismo se desorientaron frente a una organización construida sobre la base del principio de la lucha de clases, comprendida en el sentido más estricto de esa palabra.

«Para salir de las dificultades, se lanzaron con indignación contra la nueva ofensiva del anarquismo, porque muchos anarquistas, atendiendo el consejo de Pelloutier, ingresaron en los sindicatos y en las Bolsas del Trabajo.

«… La nueva escuela no pretendía formar un nuevo partido, que viniese a disputar a los demás partidos su clientela obrera. Su ambición era otra, era comprender la naturaleza del movimiento que parecía ininteligible para todo el mundo. Procedió muy de otro modo que lo hacia Bernstein. Rechazó poco a poco todas las fórmulas que provenían, bien del utopismo o del blanquismo, depuró de esa manera el marxismo tradicional de todo lo que no era específicamente marxista y trató de guardar solamente lo que era, en su opinión, la esencia fundamental de su doctrina, lo que asegura la gloria de Marx.

«La catástrofe que era la piedra del escándalo para los socialistas deseosos de combinar el marxismo con la práctica de los hombres políticos de la democracia, se encuentra en concordancia perfecta con la huelga general que, para los sindicalistas revolucionarios, representa el advenimiento del mundo futuro.»

Marx habla de la lucha por el poder, de la implantación de la dictadura del proletariado, mientras que los anarquistas y anarcosindicalistas han confundido hasta hoy esta teoría revolucionaria de Marx, sea consciente, sea inconscientemente, con la de los falsificadores de Marx. Lo que para Sorel significa la descomposición del marxismo, es la descomposición de los críticos de Marx. Las tentativas de Sorel de inyectar en el marxismo la sangre anarcosindicalista, no condujeron a nada. El neo-marxismo resultó un potaje ecléctico. Es que Sorel y sus alumnos no comprendieron lo esencial de la enseñanza de Marx, el problema de la dictadura del proletariado. ¿Cuál era el lazo de unión entre el sindicalismo revolucionario y el marxismo revolucionario? La protesta contra el cretinismo parlamentario, contra la colaboración con la burguesía. ¿Qué conclusiones sacaba de este hecho el sindicalismo revolucionario? Veía todo el mal en el Estado y en las elecciones parlamentarias. Que se renuncie a la participación en las elecciones parlamentarias, que se rechace toda dictadura, y el problema se habrá resuelto. ¿Qué conclusiones sacaba el marxismo revolucionario? El marxismo consideraba que es indispensable aprovechar el parlamento y las elecciones parlamentarias, destruir a la manera revolucionaria, bolchevique, el Estado burgués e implantar para todo el periodo transitorio la dictadura del proletariado.

Al repudiar la política, Sorel repudiaba la necesidad del partido político del proletariado y llegaba a la tesis fundamental del anarcosindicalismo: «el sindicato basta para todo». Al repudiar el Estado y la necesidad de la dictadura del proletariado, Sorel repudia la insurrección armada y sustituye la insurrección por la huelga de «brazos caídos”. Como no comprende la marcha y las tendencias del desenvolvimiento del capitalismo, Sorel crea una teoría del «mito social», llega a la necesidad de la violencia colmando así la laguna que había en su concepción.

Sus compañeros de armas y discípulos predicaban vulgares ideas reformistas, encubriéndose con frases de izquierda. «La revolución -escribe Arturo Labriola- surge del seno del proceso económico, de transformaciones consecutivas.» Lagardelle trata de sustituir «el derecho capitalista» por un nuevo derecho dentro de los marcos del sistema capitalista, y Eduardo Berth ve tanto en Proudhon como en Marx a los «precursores teóricos» del      sindicalismo revolucionario.

Esto es precisamente lo que vemos en el anarcosindicalismo francés de preguerra. El anarcosindicalismo, que se revistió de un brillante ropaje de «terrible izquierdismo» durante la guerra imperialista, ajustó su paso a las internacionales socialista y sindical, siguió el carro del imperialismo. Así se vio demostrada la comunidad ideológica y política de los revisionistas derechistas e izquierdistas de Marx. No fue el anarcosindicalismo, tan orgulloso de su espíritu revolucionario, fue el bolchevismo «surgido de la base granítica del marxismo» (Lenin), el que salvó  el honor     del movimiento revolucionario.

Nos resta examinar el ataque unificado de los reformistas y anarcosindicalistas de todos los matices contra el papel dirigente del partido en el movimiento sindical y sus esfuerzos por aprovechar con este fin el nombre de Marx. Ya hace sesenta años que los anarcosindicalistas y reformistas siguen afirmando que Marx fue partidario de la neutralidad de los sindicatos. Como pretexto para aseverarlo se utiliza la pretendida entrevista de Marx con el obrero metalúrgico de Hannover, Hammann, publicada en 1869:

«Si los sindicatos quieren cumplir sus objetivos, nunca deben ponerse en conexión con una asociación política o hacerse dependientes de ella. Hacerlo así equivale a darles el golpe mortal. Los sindicatos son la escuela de socialismo. En los sindicatos se educarán como socialistas los obreros, porque ven todos los días, de un modo palpable, la lucha contra el capital. Los partidos políticos, sin excepción, sean como sean, entusiasman a la masa trabajadora pasajeramente, por una temporada. En cambio, los sindicatos, ligan a la masa de los trabajadores de una manera permanente. Sólo ellos están en condiciones de representar un verdadero partido de clase y oponer un verdadero baluarte al poder del capital. La gran masa de los obreros ha llegado a convencerse de que su situación material debe ser mejorada, pertenezcan al partido que quieran. Sólo cuando se mejore la situación del obrero podrá dedicarse a la educación de sus hijos; entonces mujeres y niños no necesitarán ir a parar a las fábricas; el propio obrero podrá educar mejor su espíritu, cuidará más su cuerpo; llegará a ser socialista sin sospecharlo…»

Esta entrevista ha sido manifiestamente «retocada» por Hammann porque contiene una serie de formulaciones que están en pugna con lo que Marx escribió y dijo durante toda su vida. Marx no fue de esos hombres que escriben una cosa y dicen otra. Marx no pudo haber dicho que todos los partidos políticos, sin excepción, atraen a los obreros pasajeramente. ¿Qué es, pues, lo que pasó? Evidentemente, Hammann, interesado en la «independencia» de los sindicatos, «retocó» el texto, suprimiendo las palabras que indican expresamente que esta fórmula se refiere a los partidos burgueses, dándole así una significación política completamente diferente. Así Marx se convierte en «partidario de la independencia». Para ver que las cosas ocurrieron así, basta considerar la forma en que formuló la pregunta: «Mi primera pregunta al doctor Marx -declara- fue la siguiente: ¿Deben los sindicatos depender preferentemente de una organización política, sí quieren tener viabilidad?”

Este planteamiento de la cuestión, demuestra cuál era la respuesta que Hammann quería obtener. Esto es lo que nos permite afirmar que el propio Hammann «retocó» la entrevista, que así adquirió la forma y el contenido que el interrogador deseaba.

Lo que permite ver hasta qué punto esta cita adulterada fue tomada en serio, es el hecho de que un hombre tan eminente como Daniel de León, invocando a Marx, desarrolló su teoría de la supremacía de la organización económica sobre la organización política. De esas palabras de Marx, dice De León, resulta que:

«1) El verdadero partido político del proletariado debe introducir en el campo político los sanos principios de la organización económica revolucionaria, de la cual él es una emanación.

«2) El acto revolucionario del derrocamiento final del capitalismo y la implantación del socialismo, es una función destinada a la organización económica.

«3) La fuerza física necesaria para el acto revolucionario es propia de la organización económica.

«4) El elemento de fuerza no es la organización militar ni ninguna otra que suponga la violencia, sino la estructura de la organización económica.

«5) La organización económica, no es ‘provisional’, sino que representa el embrión del gobierno provisional de la república del trabajo…»

Daniel de León afirma que todas estas conclusiones surgen de la entrevista de Marx con Hammann. Incluso en el caso de que Marx hubiera dicho y escrito verdaderamente lo que le atribuye Hammann, tampoco se podría deducir de esto lo que deduce De León. El jefe más revolucionario y más eminente del socialismo americano de preguerra, Daniel de León, no pudo, a pesar de todas sus capacidades oratorias, literarias y políticas, formar un partido y encabezar el movimiento de masas. ¿Por ­qué? Porque en la cuestión fundamental -partido, sindicato y clase- ocupó una posición no marxista, a pesar de creerse verdadero marxista. Daniel de León vio claramente toda la corrupción y la podredumbre de la Federación Americana del Trabajo. Es el autor de la expresión «lugartenientes obreros de la clase capitalista». Fue el quien declaró, ya en 1896, que »la Federación Americana del Trabajo es un barco que jamás sirvió para la navegación en el mar y que actualmente se encuentra encallado en un banco de arena en manos de una banda de piratas». Fue el quien declaró a fines del siglo XIX que los líderes de la Federación Americana del Trabajo no son el ala derecha del movimiento obrero, sino el ala izquierda de la burguesía. Pero junto a todas estas cualidades de revolucionario, De León, no dejó de ser el jefe de una secta, a causa de su desfiguración del marxismo, a pesar de que subjetivamente le quiso aplicar. Así se venga la falsa orientación adoptada en la cuestión fundamental de las relaciones entre el partido, los sindicatos y la clase.

Durante la vida de Marx, decenas y centenares de hombres trataron de refutarle, de aniquilarle, pero esos ejercicios universitarios no duraban más que el espacio de un día. Después de cada «refutación», Marx y el marxismo se elevaban a mayor altura. Han pasado más de cincuenta años desde la muerte de Marx, y ni uno solo ha transcurrido sin que se le «refutara». Pero Marx se yergue como una roca inconmovible y todos sus refutadores son aplastados.

La cuestión de saber quién es el verdadero continuador y heredero de la gran causa de Marx no se resuelve con palabras, sino con hechos. Si hubiéramos creído en las palabras, tendríamos que reconocer como marxistas a todos los que sustituyeron la lucha de clases -fundamento de las enseñanzas de Marx- por la colaboración de clases. Deberíamos reconocer como marxistas a los señores Kautsky, Stein, Renner, Spier, Dan, Crespien, Kampfmeyer y consortes, porque han publicado una Antología con el título de Marx, pensador y luchador, con motivo del cincuentenario de su muerte. Esta antología que tiene de marxista solamente el título, es un magnífico ejemplo de transformación del marxismo vivo, combativo, y siempre actual, en una escolástica muerta.

El marxismo no es un dogma, es un guía para la acción. Con acciones revolucionarias contra el capital, se determinan las tareas y tácticas de los sindicatos. Y si la lucha de clases se sustituye por la colaboración de clases, si la democracia burguesa se contrapone a la dictadura del proletariado, si el fascismo «es un mal menor» que el comunismo, los sindicatos tendrán las tareas correspondientes. Pero si en el vértice del ángulo se coloca la lucha de clases y la implantación de la dictadura del proletariado, las tareas de los sindicatos son otras. ¿Dónde está el marxismo? ¿En la Internacional de Ámsterdam, cuyos jefes conferencian en la Liga de las Naciones, o en la Internacional Sindical Roja, miles y miles de cuyos miembros gimen en las cárceles capitalistas? ¿Quién es, en fin, el continuador de la causa de Marx? ¿El reformismo internacional convertido en curandero del capitalismo, que busca los medios para la salvación del régimen capitalista moribundo, o el comunismo perseguido, acosado y que lo vencerá todo? Por eso tenemos el derecho de decir a todos los limpiabotas de la burguesía, a todos los lacayos del capital monopolista: «¡Apartad de Marx y del marxismo vuestras sucias manos!».

Una respuesta a “Marx y los sindicatos (y IX): Los pseudomarxistas y los críticos de Marx

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