Los obreros del gas británicos (1873-1914)

British Gas-workers (1873-1914)[1], capítulo 9 de Labouring Men, Studies in the History of Labour (1964), de Eric Hobsbawm.

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El estudioso de la historia de la negociación colectiva se topa generalmente con grandes dificultades tan pronto como deja de registrar los exiguos hechos y se pone a intentar analizarlos. A menudo no es posible distinguir la influencia de, digamos, el sindicato, de otras muchas que conforman la política y la organización de una industria; y aun cuando es posible, pocas industrias están lo bastante documentadas como para ir mucho más allá. Pero existe al menos una industria en la que se pueden realizar ciertos análisis cuantitativos: la industria británica del gas de finales del siglo XIX y principios del XX. Aunque, dado que se trata de un bien de utilidad pública y en gran medida bajo propiedad municipal monopolista, no se puede considerar necesariamente como ejemplo típico de la industria británica de la época, merece la pena investigarla, y este capítulo se dedica a ello.

Examinemos primero el problema. La industria británica del gas presenta un acusado y extremo ejemplo de crecimiento del sindicalismo. Los obreros del gas (al igual que aquellos considerados tradicionalmente como “no cualificados”) se pensaba que eran incapaces de desarrollar un sindicalismo potente y estable; y de hecho, salvo breves y locales excepciones[2], nunca habían formado organizaciones importantes y duraderas hasta 1889. Durante los 17 años que preceden a esta fecha no se registra absolutamente ningún sindicato. Además, cuando en 1889 se pusieron a reclamar unas concesiones que, según se decía, aumentarían la masa salarial de la industria una tercera parte[3], sus reivindicaciones fueron concedidas virtualmente sin lucha. Es más, los nuevos sindicatos lograron mantenerse durante el contra-ataque que se produjo a continuación. En una gran parte del país, pues, la industria súbitamente pasó de estar completamente desorganizada a estar excepcionalmente sindicalizada; lo cual tuvo importantes consecuencias en su estructura y su política. ¿Por qué esta transformación? ¿Y por qué se conservó luego así? ¿Qué consecuencias tuvo el crecimiento del sindicato?Continue Reading

Lenin y la «aristocracia obrera»

Lenin and the “Aristocracy of Labor”, Eric Hobsbawm (Monthly Review Vol.21 nº 11, abril 1970).

Este breve ensayo es una contribución a la discusión acerca del pensamiento de Lenin, en el centenario de su nacimiento. Se trata de un tema que un marxista británico puede tratar de manera bastante adecuada, dado que el concepto de la “aristocracia obrera” Lenin lo extrajo claramente de la historia del capitalismo británico del siglo XIX. Sus referencias concretas a la “aristocracia del trabajo” como un estrato de la clase obrera parecen derivarse exclusivamente del caso británico (aunque en sus notas sobre el imperialismo también señala un fenómeno similar en las zonas “blancas” del Imperio británico). El término en sí mismo deriva casi seguro del pasaje de Engels escrito en 1885, incluido en su introducción a la edición de 1892 de La situación de la clase obrera en Inglaterra en 1844, en el que dice que los grandes sindicatos ingleses forman “una aristocracia entre la clase obrera”.

La frase se pude atribuir a Engels, pero el concepto era bastante familiar en el debate político-social de la Inglaterra de aquella época, particularmente en la década de 1880. Era algo generalmente aceptado que la clase obrera británica de este periodo incluía un estrato favorecido (una minoría numéricamente amplia) al que se solía identificar con los “artesanos” (esto es, los trabajadores y hombres de oficio cualificados), y más especialmente con aquellos organizados en sindicatos u otras organizaciones obreras. Es en este sentido que los observadores extranjeros también empleaban el término, por ejemplo Schulze-Gaevernitz, al que Lenin cita con aprobación en este punto en su conocido octavo capítulo de Imperialismo. Esta acostumbrada identificación no era completamente acertada, pero, al igual que el empleo del concepto de un estrato superior de la clase obrera, reflejaba una evidente realidad social. Ni Marx ni Engels ni Lenin inventaron la aristocracia obrera. Su existencia era ya bastante evidente en la Gran Bretaña de la segunda mitad del siglo XIX. Es más, si existía en algún sitio más, era claramente mucho menos visible y significativa. Lenin asumía que hasta el periodo imperialista, no existió en ningún sitio más.Continue Reading

Los destructores de máquinas

The Machine Breakers, Eric Hobsbawm. Past and Present nº 1 (Febrero 1952).

Quizá ya va siendo hora de reconsiderar el problema de la destrucción de máquinas durante la temprana historia industrial de Gran Bretaña y demás países. La confusión que rodea a esta temprana lucha obrera aún está muy extendida, incluso entre los historiadores especializados. Así, un excelente trabajo, publicado en 1950, sigue describiendo el ludismo simplemente como una “jaquerie industrial delirante y sin sentido”, y una eminente autoridad, que ha contribuido más que nadie a nuestro conocimiento del tema, pasa por los disturbios endémicos del siglo XVIII sugiriendo que se trataba de torrentes de excitación y entusiasmo[1]. Esta confusión se debe, pienso, a la persistencia de las opiniones acerca de la introducción de la maquinaria elaboradas a comienzos del siglo XIX, así como a las opiniones acerca del trabajo y la historia del sindicalismo formuladas a finales del siglo XIX, principalmente por los Webb y sus discípulos fabianos. Quizá haya que distinguir entre varias perspectivas y conjeturas. En buena parte de los debates acerca de la destrucción de máquinas uno todavía puede percibir las ideas de los apologistas económicos de la burguesía del siglo XIX, sobre que los trabajadores deben aprender a no dirigir sus pensamientos contra la verdad económica, siempre desagradable; o las de los fabianos y liberales, sobre que los métodos de intimidación en la actividad sindical son menos efectivos que la negociación pacífica; o las de ambos, sobre que el temprano movimiento obrero no sabía lo que estaba haciendo, sino que tan solo reaccionaba, a tientas y a ciegas, a la presión de la miseria, al igual que los animales en el laboratorio reaccionan a las corrientes eléctricas. La opinión consciente de la mayor parte de estudiosos se puede resumir así: el triunfo de la mecanización era inevitable. Podemos comprender y sentir simpatía por esta actividad de retaguardia en la que todos los obreros, excepto una minoría de trabajadores favorecidos, combatieron contra este nuevo sistema; pero debemos aceptar su vacuidad y su inevitable derrota.

Las conjeturas implícitas son completamente debatibles. En estas perspectivas conscientes obviamente hay buena parte de verdad. Ambas, no obstante, esconden buena parte de la historia. Así pues, hacen imposible ningún verdadero estudio sobre los métodos de la lucha obrera en el periodo preindustrial. Sin embargo, este estudio es enormemente necesario. Una rápida ojeada al movimiento obrero del siglo XVIII y de la primera parte del XIX muestra lo peligroso que es hacerse la idea de una revuelta y retirada desesperadas, tan familiar entre 1815-1848, ya lejos en el tiempo. Dentro de sus límites (y estos eran intelectual y organizativamente muy restringidos), los movimientos que se desarrollaron durante el largo boom económico que terminó con las guerras napoleónicas no fueron insignificantes ni fracasaron completamente. Buena parte de su éxito quedó oscurecido por las derrotas posteriores: la potente organización en la industria lanera del oeste de Inglaterra declinó completamente, para no resurgir hasta el ascenso de los sindicatos generales durante la primera guerra mundial; las sociedades de oficios de los obreros de la lana belgas, lo bastante fuertes como para ganar virtualmente convenios colectivos en los años 1760, desaparecieron tras 1790, y hasta la primera década del siglo XX el sindicalismo estuvo a efectos prácticos muerto[2].

Sin embargo no hay excusa para pasar por alto la potencia de estos tempranos movimientos, sobre todo en Gran Bretaña; y a menos de que nos demos cuenta que la base de este poder residía en la destrucción de máquinas, los disturbios y la destrucción de la propiedad en general (en términos modernos, sabotaje y acción directa), no comprenderemos nada acerca de ellos.Continue Reading