Los obreros del gas británicos (1873-1914)

British Gas-workers (1873-1914)[1], capítulo 9 de Labouring Men, Studies in the History of Labour (1964), de Eric Hobsbawm.

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El estudioso de la historia de la negociación colectiva se topa generalmente con grandes dificultades tan pronto como deja de registrar los exiguos hechos y se pone a intentar analizarlos. A menudo no es posible distinguir la influencia de, digamos, el sindicato, de otras muchas que conforman la política y la organización de una industria; y aun cuando es posible, pocas industrias están lo bastante documentadas como para ir mucho más allá. Pero existe al menos una industria en la que se pueden realizar ciertos análisis cuantitativos: la industria británica del gas de finales del siglo XIX y principios del XX. Aunque, dado que se trata de un bien de utilidad pública y en gran medida bajo propiedad municipal monopolista, no se puede considerar necesariamente como ejemplo típico de la industria británica de la época, merece la pena investigarla, y este capítulo se dedica a ello.

Examinemos primero el problema. La industria británica del gas presenta un acusado y extremo ejemplo de crecimiento del sindicalismo. Los obreros del gas (al igual que aquellos considerados tradicionalmente como “no cualificados”) se pensaba que eran incapaces de desarrollar un sindicalismo potente y estable; y de hecho, salvo breves y locales excepciones[2], nunca habían formado organizaciones importantes y duraderas hasta 1889. Durante los 17 años que preceden a esta fecha no se registra absolutamente ningún sindicato. Además, cuando en 1889 se pusieron a reclamar unas concesiones que, según se decía, aumentarían la masa salarial de la industria una tercera parte[3], sus reivindicaciones fueron concedidas virtualmente sin lucha. Es más, los nuevos sindicatos lograron mantenerse durante el contra-ataque que se produjo a continuación. En una gran parte del país, pues, la industria súbitamente pasó de estar completamente desorganizada a estar excepcionalmente sindicalizada; lo cual tuvo importantes consecuencias en su estructura y su política. ¿Por qué esta transformación? ¿Y por qué se conservó luego así? ¿Qué consecuencias tuvo el crecimiento del sindicato?

Esta cuestión no solo debería interesar a los estudiosos del sindicalismo. La imagen general de las industrias británicas consolidadas, hacia el final de la Gran Depresión, es la de un estancamiento técnico y una tendencia a la baja de la productividad por trabajador[4]. La industria del gas constituye una de las pocas excepciones; y 1889 constituye un punto de inflexión en su historia técnica así como en la de sus relaciones industriales.

 I

En los treinta años posteriores a 1860, la industria del gas estuvo excepcionalmente protegida. A partir de 1860 la despiadada competición local fue reemplazada, bajo varias leyes parlamentarias, por un rompecabezas de monopolios locales, cada vez en más sitios bajo propiedad municipal. Era inmune a la competición, pues la electricidad todavía no era una competidora tan seria. Era inmune a las fluctuaciones cíclicas, pues el grueso de la demanda pública y privada de iluminación permanecía casi estática, a pesar de estar sujeta a violentas y regulares fluctuaciones estacionales. El empleo de gas en la industria no era significativo, incluso las cocinas de gas estaban en su infancia[5] y solo el relativamente poco importante mercado de derivados reflejaba en realidad las depresiones. Por lo tanto, las fábricas de gas crecieron con el desarrollo de la población urbana, sin más esfuerzo del que era necesario para producir suficiente gas con la calidad reglamentaria.

Así pues, no había ningún incentivo competitivo importante para desarrollar cambios técnicos. Tampoco la industria sufría por los altos costes del trabajo, por lo que se trataba de un caso relativamente poco común a mediados del siglo XIX en Gran Bretaña, una industria en un proceso continuo de fuerte capitalización impulsada casi por completo por trabajadores especializados semi-cualificados (los alimentadores de las retortas y los fogoneros de las plantas de gas, etc.) y peones. En 1889 los salarios de las labores de carbonización, la única guía de confianza[6], ascendían a entre el 9.2% y el 14.1% del gasto total en nueve plantas de Londres y provincias; un mero 13.4% en Londres y por debajo del 11.1% en Manchester, Birmingham, Leicester, Stanford y Warrington[7]. Los costes laborales por cada 1.000 pies cúbicos de gas producido variaban entre 2.26 y 5.29 peniques en 20 ciudades en 1883, y entre 1.84 y 4.80 en 1888 (véase la Tabla I).

Tabla I. Costes laborales de las tareas de carbonización por cada 1.000 metros cúbicos de gas vendido, en 1883 y 1888 (en Peniques).

Ciudad 1883 1888
Londres (1) 3.49 3.34
Suburbios (2) 4.03 3.53
Birmingham 3.02 2.45
Bolton 3.31 3.47
Leeds 4.47 4.24
Leicester 2.59 2.52
Manchester 2.99 2.78
Oldham 3.49 3.36
Salford 4.39 3.38
Brighton 3.53 3.13
Bristol 5.29 4.80
Liverpool 3.59 3.56
Newcastle 3.01 2.92
Plymouth 2.95 3.06
Portsea 2.26 1.84
Preston 4.84 3.95
Sheffield 2.77 2.71

Fuente: Analysis of Gas Company Accounts, 1883, 1888[8].

(1) Las tres empresas metropolitanas: la Gas, Light and Coke, la South Metropolitan y la Metropolitan and Comercial.
(2) 14 (en 1888 se fusionaron en 12) empresas suburbanas.

Así pues no es sorprendente constatar que el progreso técnico fue muy lento. La fabricación de gas en los años 1880 aún se podía identificar con lo que había sido a principios de siglo[9]. El carbón se llevaba a las plantas en carretas o barcazas, era trasladado del muelle o depósito a la retorta en carretillas o pequeños vehículos. La propia carbonización, el trabajo de encender y avivar el fuego, rellenar las retortas con carbón, esparcirlo y retirar el coque, aún se llevaba a cabo sin ningún tipo de mecanización. La retorta, “un pequeño tubo horizontal en el que había que echar unos centenares de kilos de carbón cada cuatro o cinco horas, y retirar más de la mitad de ese mismo peso de coque en los mismos intervalos”[10], quizá tendió a hacerse más larga. El método primitivo de llenarla con un solo hombre manejando una pala solo se seguía empleando en pequeñas plantas. En las mayores se empleaban grandes palas que eran manejadas por equipos de tres hombres: este proceso excepcionalmente agotador en medio del calor y el resplandor de la planta, requería de hombres musculosos. Los equipos de alimentadores y fogoneros trabajaban a turnos de 12 horas (18 horas en el cambio de rotación del fin de semana), pues la producción era necesariamente continua[11].

La naturaleza rudimentaria de estas operaciones básicas ya había atraído a algunos inventores, y desde comienzos de los años 1870 (de hecho tras las primeras huelgas de alimentadores) hubo serios intentos de mecanizar la alimentación, con poco éxito, debido a lo barato que era el trabajo[12]. En cualquier caso, la novedosa idea de hacer las retortas inclinadas o verticales, para aprovechar la fuerza de gravedad para llenarlas, no se adoptó completamente hasta después de 1889, cuando (como veremos) los incentivos para llevar a cabo un amplio re-equipamiento eran bastante mayores[13]. El trabajo de los fogoneros se había visto afectado más seriamente con la creciente adopción del generador y regenerador a comienzos de los años 1880 (después de un intento abortado en los años 1860). El generador no quemaba el carbón, sino el monóxido de carbono, que podía ser transportado hasta donde se necesitara, y una vez allí ser quemado, a menor temperatura y chiflón, alimentándolo con más aire; el regenerador añadía el principio de la recuperación del calor perdido. La consecuencia general de estas mejoras fue que el mantenimiento de una temperatura constante ahora dependía menos de la regularidad, la experiencia y la habilidad de los fogoneros. No hubo ningún intento serio de racionalizar la organización del trabajo. Aquí y allá, se introdujeron los tres turnos de 8 horas en lugar de los dos de 12 horas, pero estos experimentos tuvieron tan poco impacto en la opinión técnica, hasta que los obreros empezaron a reclamar la jornada de 8 horas por sus propias razones, que el diario más importante del gremio afirmaba desconocer su existencia[14].

Así pues, sobre el papel, la posición negociadora de los alimentadores y fogoneros, hombres clave en todo el proceso, en la medida en que iban a ser el núcleo del sindicato, era excepcionalmente fuerte. Podían causar un estrangulamiento de la producción cuando quisieran. Una ligera reducción de su esfuerzo, y el poder luminoso del gas bajaría por debajo de lo que requería el reglamento; o incluso se podía producir un apagón. Casi todo dependía de su excepcional fuerza y juicio como individuos y cuadrillas. ¿Por qué, entonces, no lograron organizarse permanentemente antes de 1889? Es cierto que estaban bien pagados. Los cinco chelines que se llevaban por turno, más o menos, no eran cosa despreciable en los años 1880[15], aunque para ganárselos trabajaban bastante más duro que los reconocidos trabajadores cualificados en franjas salariales similares, y además tenían pocas posibilidades de hallar ingresos extra. También es verdad que parece que no hubo ningún ataque significativo a sus salarios o condiciones de contratación durante la Depresión. No obstante, en la medida de que hay ciertos indicios de una política deliberada de “altos salarios”[16], las tarifas salariales de los alimentadores reflejan su potencial fuerza negociadora, más que una demostración de su satisfacción. No explican por qué permanecían desorganizados.

Dos factores, uno real, el otro tradicional, ayudan a explicar esto. El trabajo era extremadamente temporal. Las fluctuaciones estacionales eran inmensas: la carga de trabajo en invierno era tres veces la de verano[17], 5 veces según un observador norteamericano, y la fuerza de trabajo en los meses de invierno podía ser el doble que la de los meses de verano[18]. Incluso una empresa cuya política laboral era tan avanzada como implacable su hostilidad hacia los sindicatos, la South Metropolitan, empleaba en invierno un 20-25% más de mano de obra que en verano[19]. La contratación temporal, como es normal, acarreaba sub-empleo, por lo que incluso en la temporada alta de invierno seguía habiendo alimentadores en paro[20]. Los huelguistas podían ser así fácilmente remplazados; sobre todo cuando la dirección organizaba la importación de esquiroles por todo el país: una huelga en Bristol se rompió con esquiroles procedentes de todo el oeste y de Liverpool; otra en Halifax se rompió con esquiroles de Londres, Burnley y York[21].

Es verdad que en la práctica la contratación era mucho menos temporal que en teoría. Por una razón, las plantas de gas habían aprendido a valorar las ventajas de una baja renovación de la fuerza de trabajo, e incluso hasta cierto punto las de un cierto “bienestar capitalista”[22]; y también por otra razón, los mismos trabajadores temporales volvían año tras año, hasta el punto de reclamar un “derecho establecido al puesto de trabajo”, en el que se creía peligroso interferir[23]. Además, muchos alimentadores cambiaban estacionalmente de trabajo de manera regular –compaginar las plantas de gas en invierno y las fábricas de ladrillos en verano era lo más común, pero no era la única opción[24]–, y por tanto disfrutaban de una cierta seguridad. La estacionalidad también dificultaba las posibilidades de una negociación efectiva. La empresa siempre disponía de 6 meses de poca actividad en los que podía revocar las concesiones de la temporada alta de Navidad, sustituir a sus obreros y formar a otros. Los trabajadores siempre podían verse tentados por empleos verdaderamente fijos. Después de todo, los alimentadores eran necesariamente hombres adultos[25], por tanto casados, y que bien podían pensárselo dos veces antes de convertirse en emigrantes estacionales.

Y por otra parte, los alimentadores tenían todo el peso muerto de la tradición y la costumbre en su contra. Nunca fueron aprendices, y su cualificación podía adquirirla rápidamente cualquier obrero del almacén. Se consideraban a sí mismos como peones temporalmente apartados de sus tareas, a las que podían volver si el negocio se ralentizaba o simplemente si así lo quería la empresa[26]. Los directivos tampoco pensaban que necesitaran incentivos especiales, continuaban pagándoles lo establecido por turno, que era más de lo que se pagaba en otras partes[27]. Es significativo que al organizarse lo hicieran en un solo sindicato industrial junto al resto de categorías, cuando, desde el punto de vista de la negociación, ellos eran llevaban virtualmente todo el peso, y podían haber formado fácilmente un sindicato de oficio. El moderno proceso continuo de una industria que es operada por obreros semi-cualificados era algo raro por aquel entonces. La dualidad “artesano-obrero” aún se consideraba algo normal en la industria; y a menos de que los alimentadores se pusieran (como los mineros del carbón) a plantear reivindicaciones que les situaran en el estrato superior, seguirían siendo tratados como una parte más del estrato inferior. Se necesitaba, pues, un considerable ímpetu para superar este peso muerto de la tradición y el trabajo irregular.

 II

¿Cuál fue la naturaleza de este ímpetu? No hay duda de que todos los alimentadores se quejaban de la intensificación del trabajo. El simple hecho de que entre las demandas de los obreros en 1889, a pesar de las distintas circunstancias locales, estuviera casi universalmente presente el turno de 8 horas, lo corrobora[28]. Por otro lado, el argumento de los fundadores del sindicato de que la mecanización era la causa de sus problemas, no se puede aceptar[29]; como hemos visto, no hay signos de una mecanización creciente, aunque algunos grupos de obreros pudieran haberse visto afectados por la introducción experimental de ciertos aparatos.

La intensificación del trabajo es, desde luego, lo que se puede esperar en una industria que continúa expandiendo su producción durante 17 años, sin hacer ningún cambio técnico importante ni variar la organización del trabajo. Así pues, tomando 100 para 1874, la cantidad de carbón carbonizado en las plantas de Londres asciende a 176 en 1888; la cantidad de gas producida asciende a 187, mientras la suma de los salarios en la carbonización (las tarifas permanecen constantes) ascienden solo a 148[30]. Así pues, en 14 años, el alimentador, aumentó su productividad media considerablemente, y la mayor parte, si no todo, mediante un esfuerzo muscular extra. Y el esfuerzo que él sentía que estaba haciendo era incluso mayor.

Es un gran error tratar de medir con cifras estadísticas este esfuerzo subjetivo. La demanda se expande; pero inevitablemente hay un intervalo de tiempo entre la expansión y la contratación de nuevos obreros, en el que el viejo personal tiene que trabajar más duro. Si se contrataran más obreros, no podrían trabajar hasta que se construyeran nuevas plantas y se instalaran en ellas nuevas retortas, y en el intervalo, de nuevo, el viejo personal, trabajando con equipamiento anticuado e inadecuado, tendría que trabajar como el demonio para mantener la presión del gas. La industria, como sabemos por las amargas quejas de los directivos en 1889-90, operaba sin una significativa capacidad ni equipamiento de reserva. Es más, los picos de trabajo podían producirse durante unos turnos y no en otros. Las 12 horas de trabajo del alimentador consistían en momentos alternativos de trabajo duro, de trabajo más reposado y de completo descanso[31]. Si este equilibrio de trabajo y descanso se alteraba un poco, aunque la carga de trabajo total no aumentara, o incluso si ésta disminuía, el alimentador bien podía sentir que estaba trabajando más duramente, o menos cómodamente, por ejemplo, si se introducía una nueva retorta que requería ser rellenada menos veces pero con más cantidad. Pero incluso aunque no hubiera variación en el esfuerzo, el mero cambio puede originar descontento. La rutina del trabajo semi-cualificado es muy convencional, trabajando a cierto ritmo, con ciertos patrones, que han sido probados inconscientemente y desarrollados a lo largo de amplios periodos de tiempo: el golpe de guadaña del campesino, la pala del peón o del alimentador, o el trapo de quitar el polvo del ama de casa. La propia ausencia de mecanización obligaba al alimentador a convertirse en una máquina especializada.

“Hasta tal punto llega esta adaptación que los obreros que trabajan junto a él, cuya tarea consiste en empujar carretillas… a la caldera de suministro, pueden estar empujando carretillas durante todo el día, pero no podrían hacerse cargo de las operaciones de la caldera; mientras que el operario de la caldera, si sale al patio, donde tiene tareas más generales que atender, se hallaría al principio poco adaptado a la faena…”[32].

Cuanto más especializadas y arduas son las condiciones de trabajo, mayor es la necesidad inmediata de adaptarse a ellas completamente, y mayor es el rechazo al cambio (aunque sea a mejor), sobre todo a corto plazo.

Así pues, podemos suponer legítimamente que 17 años de expansión ininterrumpida provocaron una acumulación de tensiones y descontento susceptibles de estallar a la primera oportunidad: el boom de 1888-1890. (Habría que recordar que, si bien los directivos del gas eran insensibles a las fluctuaciones del mercado, los alimentadores no lo eran: así, muchos eventuales trabajaban en verano en una industria tan sensible como la fabricación de ladrillos). Hacia la segunda mitad de 1888 las señales de descontento son claramente visibles en la prensa del gremio[33]. En la primera mitad de 1889 se formaron distintos sindicatos en Birmingham, Londres y Bristol (y éste no tardó en unirse al de Londres), y hubo problemas en el West Riding[34]. En agosto los londinenses habían ganado ya la jornada de 8 horas, y el descontento crecía en Lancashire, en el noreste, en Nottingham, Sheffield y Rotherham, Derby, Bath, Swansea, Northampton, Norwich, Glasgow y Edimburgo (donde se formó un sindicato separado)[35]. Las únicas zonas importantes en las que parecía que nada había pasado eran Potteries y Monmouth-East Glamorgan. La mayor parte de los obreros se unieron a tres sindicatos: el de los obreros del gas y ladrilleros de Birmingham, el Nacional Labour Union de Tyneside (más tarde National Amalgamated Union of Labour), y principalmente al londinense Gas-workers and General Labourers Union de Will Thorne y Eleanor Marx, aunque también existían otras organizaciones independientes, a nivel local[36]. Esta excepcional coordinación en una industria completamente dispersa formada por unidades independientes no hay duda de que se debe a la adopción de ciertas reivindicaciones estándar: turnos de 8 horas con un número fijo de retortas y cargas para los alimentadores y subidas de salario para los trabajadores no sujetos al régimen de turnos. Hubo algunas otras reivindicaciones: paga por trabajar los domingos y por “buenos tiempos” en el noreste, vacaciones pagadas y abolición de la subcontratación, pero esto apenas altera el cuadro. Incluso las ciudades que ya disfrutaban del turno de 8 horas[37] se adhirieron con entusiasmo a las demandas de menos retortas y cargas. Otra razón probablemente sea la influencia de los socialistas, que dominaban el sindicato de obreros del gas de Londres, y cuyos grupos locales se vincularon naturalmente con él, por ejemplo en Lancashire, Yorkshire y Bristol. Por tanto no es sorprendente que los obreros del gas estuvieran más cerca de levantar un verdadero sindicato nacional que cualquier otro grupo de trabajadores recién organizados en 1889, con la breve excepción de los marineros.

III

Las reivindicaciones de los obreros eran ambiciosas. La Gas, Light and Coke Company estimaba que su coste anual sería de 50.000 libras[38], la Birmingham Corporation pensaba que añadiría entre 8 y 10.000 libras a una masa salarial de 35.000[39], Bradford lo calculó en 5.000 libras extra[40], Glasgow en 20.000[41]. Satisfacer semejantes demandas[42], planteadas por un órgano ad hoc de obreros no cualificados que hasta entonces no habían logrado formar un sindicato estable, parecía algo grotesco. Pero entre junio y diciembre de 1889 la mayor parte de las más importantes plantas de gas del país cedieron, sin apenas poner a prueba la fuerza de los obreros[43]. Este hecho destacado requiere de una explicación.

El hecho fue que la industria descubrió que se hallaba temporalmente a merced de sus alimentadores. Su situación la resumía con amargura el acreditado Journal of Gas Lighting[44]:

“A estos caballeros se les abre una agradable perspectiva”, escribía de los comisionados y directores conservadores, “con el avance del invierno. Puede que haya suficientes retortas y suficientes depósitos para ir tirando, si las cosas van bien en el trabajo y la cuadrilla de la tarde aguarda con las tapas abiertas hasta que la presión del encendido nocturno haga necesario recargar las retortas para mantener el gas en marcha. Supongamos, no obstante, que se desmantelan las viejas cuadrillas, y que hay que poner en su lugar otras nuevas. Entonces, disponer de unas cuantas retortas extra para compensar el trabajo menos eficiente y regular de los nuevos brazos podría suponer la diferencia entre mantener el suministro o sumergir a la ciudad en la oscuridad […] Cualesquiera que sean las lecciones que este conflicto laboral enseña a los administradores del gas, también demuestra que es necesario mantener las plantas en condiciones adecuadas, para que haya margen de maniobra en caso de un brusco cambio en la mano de obra.”

La industria había quedado atrapada y funcionaba sin margen de maniobra. Entre ella y el colapso no existía nada más que los esfuerzos personales de los experimentados obreros. Cuando estos amenazaron con la huelga, era como si Jeeves amenazara de repente con abandonar a Bertie Wooster.

Pero el colapso era algo que la industria no podía tolerar. Aparte de las repercusiones electorales de unas plantas de propiedad municipal, el gas veía en aquel entonces con ansiedad los avances de un potencial rival, la electricidad. Al menos en Londres, las estaciones eléctricas ya estaban empezando a construirse en serio[45]. Cualquier signo de desconfianza hacia el gas podía animar a unas irreflexivas autoridades públicas a introducir la electricidad. ¿Acaso no era esto lo que había sucedido en Halifax[46]? Es más, los monopolios son siempre impopulares, y tras las leyes de 1884-85 y 1888 el voto obrero local era algo con lo que había que contar. Aunque los fabianos se equivocaban al suponer que la propiedad municipal garantiza una política laboral progresista (en Manchester, claramente, éste no fue el caso[47]), algunas autoridades (las de Edimburgo, Bradford, Leeds o Birmingham[48]) jugaron la baza política y reconocieron al sindicato.

 IV

Las consecuencias del sindicato para la industria fueron sorprendentes, y completamente beneficiosas. En una época en la que la mayor parte de las industrias se contentaban con estar estancadas, el gas se embarcó en un programa de reorganización técnica y re-equipamiento, y esto antes de que sus mercados protegidos fueran invadidos por los rivales. En cualquier caso, las cifras hablan por sí mismas. La adopción del triple turno de 8 horas en las plantas más grandes fue generalizado y duradero (véase la Tabla II)[49].

Tabla II. Plantas de retortas con turnos de 8 horas en 1906 en ciudades de más de 100.000 habitantes.

Región Alimentadores a 8 hrs.                        a 12 hrs. % Plantilla total a 8 hrs.                        a 12 hrs. %
Londres 2.127 481 (1) 82 4.862 1.612 75
Condados del norte 243 0 100 539 0 100
Yorkshire, Lancashire, Cheshire 1.623 82 95 3.809 153 96
N. &W. Midlands 742 0 100 1.702 5 100
Resto de Inglaterra y Gales 168 46 79 355 175 67
Total Reino Unido (2) 5.505 609 90 13.457 2.097 86

Fuente: Earnings and Hours Enquiry, Parl. Pap. LXXXIV de 1910.

(1) Una empresa, al derrotar al sindicato en 1890, reintrodujo el turno de 12 horas y lo mantuvo, sobre todo por amor propio.
(2) En las ciudades y las plantas pequeñas, el turno de 12 horas se conservó con cierto éxito.

En los cinco años que van de 1880 a 1884, las compañías metropolitanas de gas gastaron de media unas 127.000 libras anuales en la ampliación de instalaciones y maquinaria (excluyendo la compra de suelo). En los tres años inmediatamente posteriores al ascenso del sindicato, 1890-1892, gastaron anualmente una media de 320.000 libras, y los precios se habían reducido considerablemente desde 1884[50]. La adopción de nueva maquinaria progresó más deprisa en Gran Bretaña que en ninguna otra parte[51].

El correspondiente aumento de la productividad y la eficiencia se puede observar con bastante aproximación con algunas cifras. Entre 1874 y 1888 los salarios globales de las labores de carbonización (por cada mil metros cúbicos de gas vendido) cayeron una tasa media anual de 1.8%. Entre 1893 y 1911 (cuando termina esta caída continua), cayeron de media anualmente un 3.2%; entre 1900 y 1911, de hecho, una media del 4.5% anual[52]. Esta caída no se debió a una reducción de los salarios. De hecho, estos aumentaron en la mayor parte de las plantas más grandes entre un 2 y un 10% en los años del boom de 1897-1901[53]. El decrecimiento absoluto de los salarios globales de la carbonización (ver Tabla III), demuestra que se debió principalmente al ahorro de fuerza de trabajo en las retortas. Un estudioso de 1914 señalaba que

“el número de obreros empleados en las retortas, por cada millón de pies cúbicos de gas fabricado a la semana, se había ido reduciendo sucesivamente de unos 12 a unos 2 o 3”[54].

Tabla III. Salarios de las labores de carbonización en las principales plantas de gas de Inglaterra[55], en miles de £.

Año Total Año Total
1891 (1) 1,020 1905 905
1892-9 (2) 957 1906 798
1900 (3) 1,049 1907 893 (4)
1901 1,044 1908 867
1902 966 1909 817
1903 939 1910 787
1904 942

Fuente: Analysis de Field.

(1) Pico salarial tras los aumentos de 1889-90.
(2) Media anual.
(3) Incluye aumentos salariales en 1897-1900.
(4) El aumento se debe a que Leeds es añadida a las cifras.

Es más, el carbón se usaba ahora de manera más eficiente. Desde mediados de los 90, la cantidad carbonizada, que hasta entonces había aumentado a un ritmo algo menor que la producción de gas en las plantas de Londres, tendió a estabilizarse, e incluso cayó ligeramente. La producción de gas continuó aumentando al mismo ritmo que antes de 1888, aunque de manera algo menos uniforme.

No hay duda de que durante las primeras fases de este re-equipamiento el mayor incentivo fue el deseo de suprimir el trabajo cualificado, pues el ahorro que suponían los nuevos métodos aún era materia de debate, y la masa salarial de momento no se había disparado tanto como para aniquilar los beneficios. La mecanización en realidad no empezó seriamente a ser rentable en sí misma hasta la entrada del nuevo siglo[56], e incluso entonces los técnicos de gas, sobre todo en plantas medianas y pequeñas, podían debatir la cuestión sin llegar a ninguna conclusión real[57]. (Todavía en 1901 se debatían los méritos de distintos métodos mecánicos, y a menudo se valoraban los procesos manuales frente a los mecanizados). No se puede decir precisamente que el miedo al sindicalismo fuera el único, o incluso el principal incentivo. El avance de la electricidad y de otras formas alternativas de producir gas, el aumento de la importancia del consumo de gas para la calefacción, la cocina y los usos industriales (que hacía a la industria más sensible a las fluctuaciones, al mismo tiempo que tendía a equilibrar el gas demandado en distintas temporadas y en distintas horas del día), el crecimiento del mercado de derivados, las fluctuaciones y el ascenso de los precios de las materias primas: todo esto preocupaba a los directivos del gas y a los ingenieros de principios del siglo XX más que el problema de los obreros cualificados.

Pero no hay duda de que el ímpetu inicial lo proporcionó el sindicato[58]. Por primera vez, después de 1889, las discusiones de los expertos adquieren un carácter de cierta urgencia, los inventores señalan que sus aparatos están específicamente diseñados para ser manejados por el hombre medio, ni excepcionalmente pequeño ni grande, ni fuerte ni débil, que se podía encontrar perfectamente en el mercado de trabajo, pero que ya no disfrutaría, ay, de la ventaja negociadora que se derivaba de su relativa indispensabilidad[59]. Por primera vez se descubrió que lo que la industria necesitaba era “algo que supusiera para la fabricación de gas lo que había supuesto la auto-agavilladora para la cosecha en los campos”[60].

Pero a pesar de estos esfuerzos, el sindicato mantuvo el control parcial de la situación, mientras a su alrededor los “nuevos sindicatos” de 1889 caían como bolos. En todo caso, resistió en unas 30 o 50 ciudades, muchas de ellas importantes[61], e incluso en 1908, el peor periodo para los “nuevos sindicatos”, su organización podía describirse como “considerable”[62]. De nuevo debemos preguntarnos el por qué. Las grandes concesiones de 1889 vinieron seguidas de resueltos contra-ataques de los directivos. Hasta cierto punto estos tuvieron éxito, pues una vez las empresas, como la South Metropolitan en 1889, se preparaban para una lucha hasta el final y a cualquier precio (y la compañía estimó que serían 100.000 libras en tres meses[63]), obviamente podían vencer al sindicato. Además los directivos tenían el verano de 1890 para poner las cosas en orden, intentar obligar a firmar contratos de larga duración a sus obreros, despedir a los conflictivos[64], etc. Es cierto que el ataque de aquel verano fue detenido por la victoria obrera en una huelga, en Leeds, en la que se luchó con vehemencia y donde por cuestiones de política municipal no se quiso apostar por la guerra total. Esta victoria, en la peor época del año, alentó a los sindicatos en todas partes[65]. Pero aún sin ella tampoco está claro que el sindicato hubiera sido barrido inmediatamente.

“¿Hay bastantes instalaciones de almacenamiento de gas?” se preguntaba el Journal lastimeramente tras los sucesos de Leeds[66]. “¿Tienen las plantas el suficiente espacio, se trabaja en ellas bien, disponen de un stock suficiente de maquinaria y de aparatos que ahorran trabajo de la mejor clase?”

No los tenían. ¿Y qué si los hubieran tenido? “El alimentador de las plantas de gas”, admitía el presidente de la North British Society of Gas Managers, “es un obrero cualificado, quizá se trate de una cualificación muy elemental, pero no se puede adquirir de un día para otro, como algunos piensan”[67], y “los obreros insatisfechos disponen desgraciadamente de amplios medios para dañar las plantas… malgastando carbón o haciendo su trabajo de manera insubordinada”. Era mucho admitir: la industria tenía que tratar a sus obreros como a “artesanos” que requieren incentivos, no como meros “obreros” que “no poseen nada salvo su fuerza de trabajo”[68].

No obstante, ¿por qué la mecanización de los 15 años posteriores no logró aquello que tampoco pudo lograr el contra-ataque? Está claro que la posición negociadora de los alimentadores salió debilitada en cierta medida. La fabricación de gas ya no dependía tanto de su habilidad manual, su fuerza y su fiabilidad, y las fluctuaciones estacionales con su correspondiente temporalidad no se redujeron con tanta rapidez como la alimentación manual, pues dependían menos de la organización del trabajo que de la naturaleza de la demanda de gas. Los picos invernales seguían suponiendo el doble de la demanda estival, y aunque la diferencia entre el número de trabajadores en verano y en invierno se redujo a la mitad entre 1885 y 1906, aún había 10.000 trabajadores temporales de un total de 72.000[69]. Es más, la mecanización y la reducción de la estacionalidad en la fabricación de ladrillos, así como la depresión del mercado inmobiliario tras 1900, no podía dejar de tener consecuencias en los alimentadores, dado que esta era la ocupación veraniega normal para muchos[70]. En los nuevos y más eventuales trabajos de verano, el obrero temporal del gas podía esperar menos y más irregulares ingresos que en sus arduos pero bien pagados días fabricando ladrillos. Por tanto podía sentirse con menos independencia en invierno. Es cierto que todo esto podía compensarse con otros factores. La continua expansión de la industria absorbió a más trabajadores de los que desplazó la máquina; entre 1885 y 1906 el número medio de obreros que trabajaban en las instalaciones de gas de los distintos gobiernos se había más que duplicado[71]. Por tanto no surgió ningún “ejercito de reserva de mano de obra” excepcionalmente amplio. Es más, esta menor proporción de obreros que operaban las retortas aún mantenía el control del vital cuello de botella de la producción, y el menor porcentaje que suponían ahora sus salarios para las compañías hizo que los directivos estuvieran más dispuestos a negociar con ellos[72]. No obstante, en un balance general los alimentadores salieron debilitados, y en 1910 las empresas eran menos vulnerables que en 1888.

Los aparatos que ahorran y simplifican el trabajo, sin embargo, no desalojan automáticamente a los grupos de obreros clave de sus baluartes. Sólo lo logran cuando estos grupos son incapaces de conservar su relativa indispensabilidad (esto es, su fuerza negociadora) durante el crucial periodo de transición, cuando son incapaces de “capturar” los nuevos aparatos dentro de un sindicalismo reconocido, una tarifa estándar, y unas condiciones de trabajo estándar. Así, en las últimas décadas del siglo XIX, los impresores en casi todas partes, y en menor medida los técnicos cualificados en Gran Bretaña, “capturaron” la linotipias mecánicas y las herramientas automáticas, asimilando el nuevo trabajo semi-cualificado al viejo estatus del artesano; los técnicos norteamericanos no tuvieron éxito, y permanecieron virtualmente sin sindicatos durante unos 30 años. Las condiciones que permiten que un grupo de obreros clave tenga éxito en esto dependen, desde luego, de una combinación de factores muy variable, pero los alimentadores de gas estaban bien situados. Se continuó soñando con la máquina perfecta operada por cualquiera que uno se cruzara por la calle, pero sin mucho éxito por el momento[73]. Por tanto, la fuerza de trabajo para las nuevas máquinas no se podía extraer, como en la minería a cielo abierto, a partir de un grupo de hombres completamente distinto, sino que debía proceder de los viejos alimentadores[74]. Es más, si bien hubo avance técnico, no hubo revolución técnica. La industria del gas británica del siglo XIX estuvo mucho tiempo frenada por su natural, aunque peligrosa, reluctancia a deshacerse de las grandes inversiones de capital que representaban las viejas e ineficientes plantas de gas. En la medida en que se trataba prácticamente de un monopolio, estos costes podían trasladarse fácilmente al consumidor[75]. No obstante, mientras la industria permaneció hasta cierto punto fiel a sus viejas plantas (en las que como hemos visto la posición negociadora de los alimentadores era bastante fuerte), suministró un cierto grado de protección no sólo a los alimentadores de esas plantas, sino también a los de las plantas más modernas. Por último, el ritmo de su extensión fue comparativamente pausado[76]; mucho más lento, por ejemplo, que el gran aflujo de trabajadores a los múltiples oficios de producción en masa en la época de entreguerras, cuando surgieron grandes sectores de obreros desorganizados incluso en industrias fuertemente organizadas como la mecánica. Además, los obreros continuaron disfrutando de una doble protección: la de la ley, que impuso ciertos estándares en el servicio, y la del público, bien como consumidores (un papel cada vez más importante), o como votantes municipales; o, mirándolo de otra manera, continuaron disfrutando de la incapacidad técnica de la industria para mantener un stock lo bastante amplio como para mantener el servicio durante interrupciones prolongadas. La industria tuvo que resignarse pues a los sindicatos, o si eso era demasiado, a superar la apuesta de los sindicatos, pues eso era lo que suponían los esquemas de co-gestión, que gozaban cada vez de mayor popularidad[77]. Los sindicatos, mientras tanto, lograron salvaguardar su estatus frente a las máquinas, incluso en un periodo de depresión[78].

V

La historia de la sindicalización de los obreros británicos del gas es, pues, instructiva en tres aspectos.

Primero, ofrece un claro y elegante modelo de explosión sindical. Un cuerpo de trabajadores, técnicamente bastante dotados de un fuerte poder de negociación colectivo, por hábito o costumbre no han sido capaces de desarrollar sindicatos. Durante un cierto periodo de tiempo hay un creciente desajuste entre una estructura industrial estática a nivel técnico y organizativo y la expansión de su producción. Esto provoca, por un lado, la acumulación gradual de descontento, y por otro, un aumento de la sensibilidad y la vulnerabilidad de los directivos ante la presión obrera. Un estímulo relativamente ligero del exterior basta para producir la explosión. Los sindicatos, hasta entonces casi desconocidos, se hacen universales de la noche a la mañana. No obstante, a pesar de su elegancia, este modelo no es universal. Puede ser útil para explicar la explosión sindical en algunas industrias, o algunos aspectos generales de estas explosiones, pero probablemente poco más.

Segundo, el gas ofrece el sorprendente ejemplo de una industria que entra en un periodo de modernización debido casi completamente a la presión de los obreros, y por tanto también el de los efectos tecnológicamente beneficiosos de la militancia obrera. No hay duda de que este ejemplo es en cierto modo atípico, pero a nivel general es de considerable interés. El conservadurismo tecnológico está muy extendido, sobre todo en países de vieja industrialización como Gran Bretaña, y el folklore de los hombres de negocios, que se refleja también en la opinión pública informada, ha tendido persistentemente a presentar las reivindicaciones obreras militantes como mero obstáculo al cambio. No es así. Cuando los negocios son perezosos, aquellas pueden ser un estímulo esencial.

Tercero, el gas ilustra la considerable fuerza que tienen los grupos de obreros cualificados, o en cualquier caso indispensables, en una situación de innovación técnica, especialmente cuando esto ocurre en una industria ya vieja, bien asentada y fuertemente capitalizada[79]. Al contrario que muchos otros sindicatos de la cosecha de 1889, los obreros del gas nunca fueron desalojados eficazmente de las posiciones conquistadas entonces. Desde luego, es posible imaginarse situaciones en las que podrían haberlo sido, y en las que a los patronos les hubiera merecido más la pena hacerlo. Pero el hecho es que no colapsaron tras el contra-ataque de los patronos de la década de los 90, mientras que muchos otros sindicatos sí.

La experiencia de los obreros del gas sugiere una cuarta reflexión. De todas las industrias de finales del siglo XIX, el gas, siendo un bien de utilidad pública, era la que estaba más sometida a la propiedad pública, al control público y a la opinión pública[80]. La fuerza negociadora del sindicato se debía en gran parte a esto, y quizá también una parte de su gusto por las afiliaciones políticas. En la época en la que se fundó, esta combinación entre control público y una fuerza de trabajo de capacidad negociadora potencialmente fuerte era algo excepcional. Desde entonces ha dejado de serlo tanto. Probablemente la naturaleza excepcional de esta industria explica por qué los historiadores del sindicalismo han prestado tan poca atención al extraordinario episodio de la súbita emergencia de los obreros del gas, de su triunfo y de la transformación de la industria que lograron.


[1] Las principales fuentes de este artículo son: 1) los informes anuales de las empresas privadas y municipales de gas (Parliamentary Papers, 1881-2 en adelante); 2) Los balances anuales de las Metropolitan Gas Companies (Parliamentary Papers 1870-1906); 3) Analysis of Gas Companies’ Accounts de Field (1869 hasta la fecha), que cubren todo Londres desde 1869, los suburbios desde 1880, y una selección de empresas provinciales desde 1883; 4) El inestimable y voluminoso Journal of Gas Lighting (semanario), que incluye información comprensible y discusiones sobre todos los aspectos de la industria. Es citado como G.J.; 5) Las Transactions de varias asociaciones de directivos de gas, técnicos, etc., relacionados con la industria. Las fuentes sindicales, aunque copiosas desde 1890, son menos útiles.

[2] Para las protestas más tempranas, véase S. Everard: History of the Gaslight and Coke Company (London 1948), pp. 122-3 (1825), p. 201 (1859), p. 244 (1867-72). También The London Gas Stokers. A Report by the Committee of their Trial etc. (London 1873), y los archivos contemporáneos del Beehive.

[3] Véase más abajo, Sección III.

[4] Clapham, Economic History of Modern Britain III; G. T. Jones: Increasing Returns; D. L. Burn: The Economic History of Steel- Making 1867-1939.

[5] F. Popplewell: ‘The Gas Industry’ en S. Webb y A. Freeman: Seasonal Trades (London 1912), pp. 181-3.

[6] Ya que a) la planta de retortas era la clave para el sindicalismo en la industria del gas; y b) los salarios de la carbonización son una aproximación bastante buena a los costes laborales de la producción de gas.

[7] Report to the Board of Trade on the Relation of Wages in certain Industries to the Cost of Production (BPP 1890-1: LXXVIII). Estos datos no son estrictamente comparables. En algunos casos se refieren sólo a los salarios de carbonización, otras veces incluyen la purificación, una cuestión menor; o incluso “todos los salarios de la planta”. Por tanto exageran ligeramente el porcentaje de la carbonización.

[8] No se dispone de cifras para las provincias hasta 1883, aunque para Londres están disponibles desde 1869.

[9] Muchos de los detalles técnicos de G.J., esp. vol. 49 (1887), p. 299: Discurso presidencial de la Midland Association of Gas Managers. Para una bibliografía general, véase W. R. Chester: Bibliography of Coal Gas (1892). Véase también S. Hughes y O’Connor: Gasworks (1904 edn.), p. 81.

[10] G.J. vol. 54 (1889), p. 594.

[11] W. Thorne: My Life’s Battles (London n.d.), pp. 36-9, describe una rotación de los turnos las 24 horas.

[12] ‘The Problem of the Day’ (G.J. vol. 54 (1889), p. 594). También ibíd., vol. 55 (1890), p. 1182.

[13] Pero las dificultades de las patentes retrasaron su introducción entre 1889 y 1899 (véase ‘Early History of Inclined Retorts’ in G.J. vol. 79 (1902), esp. p. 541.

[14] G.J. vol. 53 (1889), p. 894.

[15] Royal Commission on Labour 1891-3, Group C: Testimonio de W. A. Valon sobre los salarios, horas y cambios desde 1887 para el Gas Institute (pp. 25, 696 y ss.); también las series de las tarifas salariales 1838-91 en el testimonio de Livesey, pp. 26, 709.

[16] Sin embargo, parece que se pagaba algo más que la tarifa del distrito para el trabajo no cualificado. (‘The Management of Workmen’, G.J. vol. 52 (1888), p. 286. También la discusión de un folleto sobre el mismo tema por R. Fish en la reunión del Gas Institute, Glasgow, julio 1887 (ibíd., vol. 49 (1887), p. 109).

[17] Popplewell, op. cit., pp. 161-2; G.J. vol. 55 (1890), p. 1182.

[18] R.C. on Labour, Group C, pp. 26,022-26430.

[19] Ibíd., p. 26695.

[20] Por eso G.J. vol. 54 (1889), p. 65, lamenta que la introducción de los turnos de 8 horas dejará la faena de invierno a cargo de “una mano de obra cambiante”, pues los mejores obreros ya estarán todos contratados regularmente.

[21] G.J. vol. 54 (1889), pp. 538, 712, 739, 862. Los directivos de Liverpool buscaron esquiroles en 26 ciudades.

[22] ‘The Management of Workmen’ –3 artículos, loc. cit.– recomendaba fondos para caso de accidente y enfermedad, pagados por los obreros, y pensión de jubilación, dado que “una vez el obrero permanece unos años trabajando para la compañía, teme perder su pensión por mal comportamiento o negligencia.” (p. 331).

[23] Ibid. p. 244.

[24] R.C. on Labour, Group C, pp. 24919, 25748. Tanto el sindicato de Londres como el de Birmingham organizaron directamente a los fabricantes de ladrillos y a los obreros del gas. Para conocer otras alternativas estacionales, véase G.J. vol. 52 (1888), p. 286 (Cosecha); J.R. Stat. Soc. (1911), pp. 693 y ss. (estibadores, transportistas de carbón); Thorne, op. cit. (peón de obra); Gas-workers and General Labourers’ Union: 1904 Conference Souvenir (varios trabajos fabriles); Trans. Inc. Gas Institute (1890) (tripulación de veleros en Southampton).

[25] Los jóvenes raramente eran lo bastante fuertes. Véase también Econ. Journ., junio 1911: Heath, ‘Underemployment and the Mobility of Labour’.

[26] Popplewell, op. cit., p. 165. El entrenamiento de las cuadrillas de hombres que trabajaban juntos era bastante más largo que lo que la falta de cualificación puede indicar. De ahí buena parte de la vulnerabilidad de la industria ante las huelgas. (R.C. on Labour, Group C, p. 26702).

[27] Incluso la Earnings and Hours Enquiry (Parl. Papers 1910 LXXXIV) de 1906 habla solo de 144 alimentadores a destajo de un total de 11.655. No obstante, en el extranjero, la paga por resultados estaba mucho más extendida (cf., M. Henry Laming, ‘Nouvelles Methodes de Salaires’ en Société Technique de l’Industrie du Gaz, Compte­-Rendu du 32e Congrès 1905).

[28] Es difícil defender la opinión de G.J. vol. 55 (1890), p. 583, de que se trataba simplemente de un movimiento disfrazado en defensa del salario; aunque, naturalmente, un cambio de doce a ocho horas implicaba un aumento de los salarios semanales, para que los ingresos de los obreros no se redujeran.

[29] Thorne, op. cit., p. 64. Pero también menciona el regenerador, y el sencillo acelerador (pp. 65-6), lo cual es más probable.

[30] Estas cifras están calculadas a partir de los informes anuales de los balances de las Metropolitan Companies.

[31] G.J. vol. 50 (1887), pp. 109-10. Para un complete análisis de una planta similar, véase R.C. on Labour, Group C (Chemical Industry) Parl. Pap. 1893-4, XXIV, pp. 656 y ss. También Thorne, op. cit., pp. 39, 65-6.

[32] T. Oliver (ed), Dangerous Trades (London 1902), p. 572.

[33] En Leith, Salford, Bolton, Birmingham.

[34] G.J. vol. 53 (1889), pp. 32, 170, 355, 778, 915 y ss.

[35] Ibíd., vol. 54 passim. Protestas registradas en las siguientes zonas:

Lancashire y Cheshire 27 South y S.W. England 3
Yorkshire 15 E. Midlands 2
North East Coast 8 Scotland 2
West Midlands 4 East Anglia 1
London 4 South Wales 1

[36] Por ejemplo en Leith, Bolton.

[37] Por ejemplo en Dundee, Liverpool, Nottingham, Southampton, Darling­ton, Bolton, Birkenhead, Burnley, Bristol.

[38] R.C. on Labour, Group C, pp. 29,470-82.

[39] G.J. vol. 54 (1889), p. 458.

[40] Ibid. p. 838.

[41] Ibíd., p. 885.

[42] De hecho, el incremento de la masa salarial de la industria llegó a ser incluso mayor:

Masa de los Salarios de Carbonización en diversas plantas inglesas 1888 y 1890-1, en £. (Fuente: Analysis de Field)

Ciudad 1888 Media 1890-1 Porcentaje incrementado
Londres 343.846 506.965 47
Suburbios 54.746 84.062 53
8 Municipalidades (1) 159.682 216.188 35
10 Empresas (2) 139.091 189.398 36

(1) Birmingham, Bolton, Leeds, Leicester, Manchester, Nottingham, Oldham, Salford.
(2) Bath, Brighton, Bristol, Derby, Liverpool, Newcastle, Plymouth, Portsea, Preston, Sheffield.

[43] G.J. vol. 54 (1889), p. 781, donde en el editorial sostiene que la derrota de la Bristol Gas Company tras la corta huelga sella el destino de todas las empresas. También su informe, passim.

[44] Ibíd., p. 683 (8 de octubre, 1889).

[45] El lento progreso de la iluminación eléctrica en Inglaterra durante los años 1880 no ayuda a hacerse una idea de la ansiedad que causaba su progreso mundial en aquella época.

[46] G.J. vol. 53 (1889), p. 707; también passim acerca de estas preocupaciones.

[47] Cf., Redford, History of Local Government in Manchester, III, cap. 23.

[48] G.J. vol. 54 (1889), pp. 798, 1072; vol. 56 (1890), p. 39.

[49] Los informes anuales de Changes in Wages and Hours (Parl. Papers, Trade), disponibles desde 1893, muestran que salvo raras excepciones (Blackburn, 100 alimentadores en 1897, West Hartlepool, 60 en 1899) ninguna planta importante cambió los turnos de doce horas por los de ocho entre 1893 y 1906.

[50] De los balances anuales (Capital Account).

[51] El ejemplo de las retortas inclinadas: ‘sin duda el método más importante para ahorrar trabajo en las plantas de gas’. En 1900 se habían instalado en Gran Bretaña un 20% más de ellas que en todos los países europeos y en los EEUU juntos, y doblaba con mucho la capacidad de su rival más cercano, Alemania. (C. E. Brackenbury: Modern Methods of Saving Labour in Gas Works (London 1901), p. 16). ‘A Comprehensive list of Inclined Retort installations in 1902’, G.J. vol. 79, p. 542, ofrece una cifra de capacidad total en Gran Bretaña de más de 38.000 millones de pies cúbicos al año. La capacidad de las retortas inclinadas de Londres era un 20% del total, y la muestra de Field de los municipios de las provincias muestra una capacidad del 25%.

Brackenbury afirma que en la fabricación de maquinaria alimentadora era un monopolio británico (op. cit., p. 25; Gasworks Plant & Machinery (1905), pp. 13-14).

[52] Los Analysis de Field sobre las plantas de Londres.

[53] Informes anuales de Changes in Wages, etc. La siguiente ronda de aumentos sucedió en 1911-13. Los aumentos de 1897 en Londres ascendieron al 7.5% de la tarifa media.

[54] Popplewell, op. cit., p. 178.

[55] Las empresas de Londres, los suburbios, los municipios provinciales y las provincias, como en la nota 42, pero con las siguientes modificaciones: Leeds sale de la lista entre 1893 y 1907; Bradford entra en 1900; Preston sale en 1894; Liverpool en 1898; Derby entre 1898 y 1906; Rochester y Chatham entran en 1895.

[56] Véase la Tabla III.

[57] Por ejemplo, Reports of Proceedings of Associations of Gas Engineers and Gas Managers (1902), pp. 24 y ss., 213 y ss.; (1903), p. 87.

[58] Cf., G.J. vols. 55-7 passim; esp. vol. 54, p. 589, ‘The Problem of the Day’.

[59] G.J. vol. 57 (1891), p. 943: ‘Pero el deseo del autor era disponer todo para que cualquier peón corriente pudiera llevar a cabo el trabajo’. (La carga y el transporte en las retortas inclinadas).

[60] Ibíd., vol. 54 (1889), p. 594.

[61] Un número aproximado sacado de los registros de la Gas-workers Union, la National Amalgamated Union of Labour, y de los informes de las cuestiones laborales de la G.J. Incluyen muchas ciudades del norte, Birmingham, Bristol; algunas de Gales, etc.

[62] Popplewell, op. cit., p. 159.

[63] R.C. on Labour, Group C, p. 26913. Manchester también lanzó un temprano contra-ataque con éxito.

[64] G.J. vol. 55 (1890), passim: p. 925 revela que se trataba de una campaña coordinada. Véase también ibíd., vol. 56 (1890), editorial del 1 de julio. Los intentos de imponer contratos de larga duración son ya de por sí la asunción de la derrota, en una industria que en el pasado se basaba en el trabajo temporal.

[65] Fifty Years of the National Union of General and Municipal Workers (1939), p. 71. Para conocer esta huelga, que jugó un gran papel en la formación de un sentimiento obrero independiente en Leeds, cf., E. P. Thompson, ‘Homage to Tom Maguire in A. Briggs y J. Saville, Essays in Labour History (London 1960), pp. 299 y ss.

[66] Vol. 56 (1890), p. 72.

[67] Ibíd., p. 288. Esto podría explicar las aparentemente menores preocupaciones de los directivos por los problemas laborales posteriormente: A partir de entonces se daba por hecho que los alimentadores, etc., debían tener un “humor” mucho mejor, cotidianamente.

[68] Para una breve discusión de este problema, véase mi ‘General Labour Unions in Britain, 1889-1913’ (Econ. Hist. Rev. Sec. Series vol. I, pp. 2 & 3 (1949) pp. 123 y ss., esp. pp. 125-9.

[69] Popplewell, op. cit., p. 208.

[70] Ibíd., pp. 168-71, y refs., como en la nota 24.

[71] Ibíd., p. 208.

[72] Así pues, en 1889, los salarios de carbonización suponían un 38% de la masa salarial total en las plantas de Londres; en 1906 sólo un 25% (calculado según Parl. Papers 1890-1, LXXVIII, pp. 61 y ss. y Parl. Papers 1910, LXXXIV: Gas-workers). La caída se debía sobre todo a la gran expansión en los costes distributivos de la industria.

[73] G.J., vol. 58 (1891), p. 658.

[74] Lo cual se reflejaba en las tarifas de las nuevas operaciones, que se fijaron claramente en relación a los salarios de los alimentadores cualificados, y no (como por ejemplo en la construcción) añadiendo unos pocos peniques al salario de los no cualificados. Véase el anuario Standard Time Rates of Wages in the United Kingdom.

[75] S. Everard, History of the Gaslight and Coke Company, p. 254.

[76] Cf., por ejemplo, el folleto de E. W. Smith ‘Improvements in Carbonization in Recent Years’ (Rep. of Proc. of Assocs. of Gas Engineers and Gas Managers (1901), pp. 291 y ss.). Merece la pena señalar que, mientras, como hemos visto (nota 51) las retortas inclinadas progresaban en algunos lugares, otros fueron más lentos en adoptarlas. De las ocho compañías provinciales de la muestra de Field, con un total de 12.463 millones de pies cúbicos en 1902, sólo una había introducido las retortas inclinadas, con una capacidad anual de 419 millones de pies cúbicos. (Esto no significa que no se hubieran producido cambios tecnológicos, por supuesto).

[77] Popplewell, op. cit., pp. 194-6 ofrece ejemplos de 20 empresas (ocho de ellas, incluida la Big Three, en la zona de Londres) que disponían de esquemas de co-gestión. Dos lo adoptaron entre 1890 y 1899, tres entre 1900 y 1905, catorce entre 1908-1909. Los salarios incluían un plus de un 4.85%. Estos no están incluidos en las cifras de los salarios que se han empleado en este artículo.

[78] Cf., Informes de la Gas-workers Union, por ejemplo, Quarterly Report July-Sept. 1903, pp. 74-5, para conocer más detalles de los términos de la negociación para el trabajo, Inclined Retorts de S. Shields.

[79] Cf., H. J. Habbakuk, American and British Technology in the nineteenth century (Cambridge 1962) para una discusión más completa de estos problemas.

[80] El ferrocarril, el caso comparativamente más cercano, no formaba parte del sector público en aquella época. El transporte municipal basado en tecnología avanzada estaba aún en su infancia.