Sobre el valor de las huelgas y las coaliciones (K. Marx, 1853)

Extracto del artículo de Karl Marx titulado Política rusa contra Turquía.-Cartismo, escrito el 1 de julio de 1853 y publicado en New York Daily Tribune el 14 de julio del mismo año. Extraído de Marx&Engels Collected Works Volume 12, pág. 168-169.

[…] Las huelgas y las coaliciones de obreros progresan rápidamente, y en un grado sin precedentes. Tengo ahora mismo delante de mí informes sobre huelgas en todo tipo de fábricas en Stockport, huelgas de forjadores, hilanderos, tejedores, etc., en Manchester, de tejedores de alfombras en Kidderminster, de carboneros en Ringwood Collieries, cerca de Bristol, de los tejedores y los operarios de los telares de Blackburn, de los operarios de los telares de Darwen, de los ebanistas de Boston, de los blanqueadores, los rematadores, los tintoreros y los tejedores de telar mecánico de Bolton y alrededores, de los tejedores de Barnsley, de los tejedores de seda de Spitalfields, de los encajeros de Nottingham, de todo tipo de obreros del distrito de Birmingham, y de otras muchas localidades. Cada carta trae noticias de nuevas huelgas; el cese del trabajo se convierte en una epidemia. Las huelgas más grandes, como las de Stockport, Liverpool, etc., generan necesariamente toda una serie de huelgas menores, porque gran número de personas son incapaces de ofrecer resistencia a los patronos, a menos que apelen al apoyo de sus compañeros de trabajo en el Reino, y estos últimos, para ayudarlos, piden a su vez salarios más altos. Además, no aislar los esfuerzos de sus compañeros obreros, sometiéndose a peores condiciones, se convierte casi en una cuestión de honor y de interés en todas partes, y por lo tanto las huelgas en una localidad hallan eco en otras huelgas en los lugares más remotos. En algunos casos, la exigencia de salarios más altos es tan solo un ajuste de cuentas con los patronos pendiente desde hace tiempo. Este es el caso de la gran huelga de Stockport.

En enero de 1848, los dueños de las fábricas de la ciudad decretaron una reducción general del 10 por ciento en todos los salarios de los trabajadores fabriles. Esta reducción se llevó a cabo bajo la condición de que cuando el comercio creciese un 10 por ciento, el salario volvería a su antiguo nivel. Así, a principios de marzo de 1853, los trabajadores recordaron a sus empleadores la prometida subida del 10 por ciento. Y como no llegaron a ningún acuerdo con ellos, más de 30,000 manos se pusieron en huelga. En la mayoría de los casos, los obreros fabriles afirmaron claramente su derecho a participar en la prosperidad del país, y especialmente en la prosperidad de sus empresarios. El rasgo distintivo de las presentes huelgas es que comienzan en los rangos inferiores de la mano de obra no cualificada (no se trata de obreros fabriles) capacitada gracias a la influencia directa de la emigración, pasando por los diversos estratos de los artesanos, hasta llegar por fin a la gente de la fábrica de los grandes centros industriales de Gran Bretaña; mientras que en todos los períodos anteriores las huelgas se originaban generalmente entre los obreros fabriles más adelantados, mecánicos, hilanderos, etc., extendiéndose desde allí a las clases más bajas de esta gran colmena industrial, y llegando sólo en última instancia a los artesanos. Este fenómeno se debe únicamente a la emigración.

Existe un tipo de filántropos, e incluso un tipo de socialistas, que consideran que las huelgas son muy dañinas para los intereses del «propio obrero», y cuyo gran objetivo consiste en hallar un método que permita garantizar unos salarios medios permanentes. Aparte del hecho de que el ciclo industrial con sus diversas fases pone en entredicho semejante salario promedio, yo, por el contrario, estoy convencido de que el ascenso y la caída alternativa de los salarios y los continuos conflictos entre los patronos y los hombres que de ellos se derivan, son, dada la organización actual de la industria, el medio indispensable para sostener el espíritu de las clases obreras, para coaligarlas en una gran asociación contra las usurpaciones de la clase dominante, y para evitar que se conviertan en apáticos, irreflexivos y más o menos bien alimentados instrumentos de producción. En un estado de la sociedad basado en el antagonismo de las clases, si queremos evitar la Esclavitud tanto de hecho como de palabra, debemos aceptar la guerra. Para apreciar correctamente el valor de las huelgas y las coaliciones, no debemos dejarnos cegar por sus aparentemente insignificantes resultados económicos, sino considerar por encima de todo sus consecuencias morales y políticas. Sin las grandes fases alternativas de molicie, prosperidad, sobre-excitación, crisis y angustia, que la industria moderna atraviesa en ciclos periódicamente recurrentes, sin los altibajos en los salarios que se derivan de ellas, así como sin la guerra constante entre patronos y hombres estrechamente ligada a esas variaciones de los salarios y las ganancias, las clases obreras de Gran Bretaña, y las de toda Europa, serían una masa desconsolada, sin carácter, exhausta y sumisa, cuya autoemancipación se revelaría tan imposible como lo fue la de los esclavos de la Antigua Grecia y Roma. No debemos olvidar que las huelgas y las coaliciones de siervos fueron el semillero de las comunas medievales, y que de esas comunas a su vez brotó la burguesía ahora dominante. […]