Las elecciones presidenciales en los EEUU consolidan la tendencia hacia la formación de bloques sociales reaccionarios

Mouvement Communiste/Kolektivně proti Kapitălu. Boletín n°13, 20 diciembre 2016.

LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES EN LOS ESTADOS UNIDOS CONSOLIDAN LA TENDENCIA HACIA LA FORMACIÓN DE BLOQUES SOCIALES REACCIONARIOS. LA VICTORIA DE TRUMP FAVORECE A LA FRACCIÓN PROTECCIONISTA DEL CAPITAL, QUE ES LA QUE MÁS HA SUFRIDO LAS DIFICULTADES DE VALORIZACIÓN DE ESTE PERIODO. UN PASO MÁS EN LA ESCALADA DE LA GUERRA COMERCIAL GLOBAL.

Más allá de las características de la composición del voto de Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas y de las nefastas e inesperadas consecuencias de su victoria sobre una clase obrera dividida, este corto texto trata de arrojar luz sobre el hecho de que la victoria del candidato demagogo y reaccionario, que no era la opción de los capitalistas más avanzados, se corresponde con la de los sectores del capital que pasan por más dificultades a la hora de valorizarse.

Junto a Trump y sus acólitos reaccionarios, la que también accede a los mandos del Estado es la fracción nacionalista y proteccionista de los capitalistas. Esta fracción, ante el aumento de las dificultades para valorizar el capital, reacciona consolidando por la vía electoral un bloque social reaccionario interclasista compuesto por todas las “víctimas” (capitalistas, rentistas y proletarias) de la crisis financiera y la crisis fiscal posterior de los Estados. Los capitales individuales norteamericanos más internacionalizados, por su parte, intentan ya adaptarse lo mejor posible a este cambio de rumbo.

DERROTA DE CLINTON, VICTORIA DEL NACIONALISMO Y DEL PROTECCIONISMO

Aunque Hillary Clinton (232 grandes electores) haya reunido 2.5 millones de votos más que su rival, Donald Trump ha ganado las elecciones con 306 grandes electores. La participación no ha sido tan grande como se esperaba, e incluso podría haberse reducido ligeramente respecto a las elecciones de 2012. La elección de Trump no es el maremoto que se imaginan los que, aún en la víspera, pensaban que la victoria de Clinton era segura. Como se esperaba, las aglomeraciones urbanas han votado mayoritariamente por los demócratas, incluidas las de los estados mayoritariamente republicanos, mientras que las zonas periurbanas y rurales se han decantado sobre todo por el voto republicano. En general, ambos candidatos han movilizado a los clásicos electorados de sus respectivos partidos.

Sin embargo Clinton y su estrategia de las identity politics no han dado de lleno en los sectores que pretendían cortejar. Si las mujeres en conjunto se han decantado claramente por Clinton (12% de margen), las mujeres “blancas no hispanas” han votado por Trump en un 53%. La población negra, que vota demócrata en un 80%, se ha abstenido más que en 2012. El voto demócrata ha sido también mayoritario entre los hispanos, aunque con un ligero descenso (66%). Y tampoco progresa entre los asiáticos, donde es mayoritario desde el 2008.

Al contrario, en el juego de las reivindicaciones identitarias, los nacionalistas reaccionarios se han vuelto a imponer. Tras las primarias, en las que movilizó a las bases electorales de los republicanos contra la mayor parte de los cuadros del partido, Trump ha reunido una amplia mayoría de votos de los “blancos no hispanos” (58% frente al 37% de Clinton). Lo interesante del voto republicano “blanco” de 2016, más que su amplitud (que en las últimas elecciones se ha mantenido estable a escala nacional), es que está relacionado con la recomposición social. Los “blancos” con diploma han votado menos por Trump (49%) de lo que lo hicieron por Rommey, el candidato republicano en 2012. En cambio, el voto republicano de los “blancos” sin estudios superiores se ha reforzado de nuevo (67%). Reuniéndose en un bloque interclasista con la mayoría de los electores de ingresos más altos, amplios sectores de la clase obrera “blanca” han votado por Trump.

El tema ideológico del debilitamiento de la “clase media”, compuesta de hecho principalmente por trabajadores acostumbrados a un empleo relativamente estable a jornada completa, ha beneficiado a Trump. Mientras la candidata demócrata, con un discurso también proteccionista, era percibida como la candidata de los ricos y los que se han beneficiado con la crisis, la estrategia de Trump de concentrarse en los Estados en los que las industrias pasan por dificultades, prometiendo proteger el empleo amenazado, se ha revelado fructífera: los Estados industriales del norte, que se habían decantado por Obama en 2008 y 2012, han basculado hacia el lado republicano en un contexto de pauperización real o temida.

AUMENTO DE LA COMPETENCIA ENTRE TRABAJADORES EN LAS ZONAS PRODUCTIVAS QUE ATRAVIESAN DIFICULTADES

Este basculamiento electoral de varios Estados clave es el resultado de una tendencia ampliamente visible a escala de los counties: los que se han pasado masivamente al repliegue nacionalista proteccionista se corresponden con las zonas que han perdido la batalla de la modernización del capital. “Si los Estados Unidos pierden el rojo [el color de los republicanos] se hacen más ricos y más inventivos; si pierden el color azul, pura y simplemente desaparecen[1].

La escasez de empleos estables, remunerados con salarios no rebajados, y la degradación de las condiciones de trabajo han aumentado allí la competencia entre los trabajadores, entre los asalariados locales ya bajo presión y los inmigrantes que tratan de mejorar su condición. En la industria del automóvil, el rejuvenecimiento de la fuerza de trabajo para aumentar la productividad es el que amenaza a los trabajadores. En ausencia de una potente combatividad obrera en los sectores de actividad menos equipados para resistir la competencia capitalista mundial, el proteccionismo, la preferencia nacional por los contratos públicos y la repatriación de la producción que pregona Trump, han seducido tanto a los obreros como a los patronos. Este simple fenómeno es la base material para la cristalización de un bloque social reaccionario en busca de su formalización política. Donald Trump simplemente ha aportado en marco inicial de esta formalización.

LA RENTABILIDAD DEL CAPITAL AMENAZADA POR LA CAÍDA DE LA PRODUCTIVIDAD

El encadenamiento de la crisis financiera, bancaria e industrial (2007-2009) ha dado lugar a una crisis fiscal prolongada de unos Estados ya ampliamente endeudados. El telón de fondo de estos episodios del ciclo del capital son las crisis periódicas de valorización que desde el 2000 no se han podido superar más que mediante la depreciación de la mercancía fuerza de trabajo. Para mantener sus márgenes de beneficios, las empresas han congelado o incluso reducido los precios de mercado del agente de la valorización, la fuerza de trabajo social. El control cada vez más estrecho de los costes de producción, y en primer lugar de la masa salarial, ha ido acompañado en muchos casos de una reducción sustancial del endeudamiento gracias al dinero barato inyectado en abundancia en el sistema de crédito por los bancos centrales.

Pero las empresas han tenido que renunciar a lo esencial, a lo que garantiza a largo plazo la valorización de los capitales invertidos en la época del capitalismo maduro: la inversión en nuevas máquinas, en nuevos sistemas productivos capaces de aumentar de manera duradera la productividad del trabajo social. Así, la composición técnica del capital apenas ha variado de una crisis de valorización a otra desde que se agotaron los efectos de la llamada “revolución digital” que comenzó en 1995.

Esta caída de la inversión en medios de producción se ilustra con la depresión que golpea a los mercados de los principales productores de maquinaria (Japón, Alemania, China, Italia, Corea, Estados Unidos). Sin nueva tecnología susceptible de aportar un nuevo salto de productividad, la productividad norteamericana tiende a estancarse, con un alza anual de apenas un 1.4% desde hace 13 años. En comparación, la generalización de la informatización en los años 90 y 2000 se tradujo en un aumento medio anual de la productividad del 3.2% entre 1995 y 2003, el último salto productivo hasta la fecha.

LOS MÁRGENES SE HAN MANTENIDO GRACIAS AL DESCENSO DEL SALARIO REAL. TRUMP AMPLÍA EL FENÓMENO CON BONIFICACIONES FISCALES A LAS EMPRESAS

En este contexto de una productividad estancada, cebarse con los salarios es lo que ha permitido preservar los márgenes del capital desde la salida de la última gran crisis cíclica de valorización (2007-2009 en los Estados Unidos). Si bien las cifras de paro han ido bajando de forma casi continua desde 2010 hasta bajar de la barrera del 5% en 2016 (un nivel que se considera sano para la reproducción del capital), los salarios no han vuelto a los niveles previos a la crisis.

Los ingresos anuales de los hogares norteamericanos han perdido de media casi 4.000 dólares entre las presidencias de Clinton y Obama[2]. La disminución relativa del número de propietarios inmobiliarios, sobre todo de aquellos que acceden por primera vez a la propiedad, también es un indicador que refleja la reducción de los ingresos en los Estados Unidos. Trump se inscribe completamente en este contexto. Nada del salario mínimo federal por hora, defendido por los demócratas, ni de aplicar a partir del 1 de diciembre de 2016 la decisión del Departamento de Estado de Trabajo saliente que consiste en pagar el doble las horas extra. Decisión cuya aplicación además ya había sido suspendida por un juzgado a petición de ciertos estados y grupos patronales. La prioridad es el empleo de los trabajadores menos cualificados, sin importar el precio de la fuerza de trabajo ni los enfrentamientos abiertos con los sindicatos, que no obstante comparten su línea proteccionista.

A esto, Trump añade la promesa de una fuerte reducción de las cargas fiscales a las empresas que regresen a los Estados Unidos, tan atractivas como las que ofrecen los países conocidos por su débil imposición sobre los beneficios, como Irlanda. El dumping fiscal para las empresas se convierte así en uno de los principales terrenos de conflicto comercial global entre los Estados capitalistas desarrollados.

Además, Trump también reserva un bonito regalo fiscal a los estratos más acomodados de la sociedad norteamericana. Regalo que consiste en la limitación de la tasa impositiva, al margen de la riqueza, con el que trata también de estrechar lazos con las clases poseedoras y que se pagará con el aumento del déficit presupuestario federal, que según los economistas burgueses está previsto que supere el 100% en 10 años. La falta de ingresos fiscales debería compensarse con una política monetaria más restrictiva por parte de la Reserva Federal, para reforzar el billete verde como divisa refugio para los inversores del mundo entero y consolidar su dominio como principal (y de lejos) moneda internacional.

Este cambio de rumbo de la política monetaria defendido por Trump y combatido por la actual presidenta de la FED, Janet Yellen, es una de las pocas discontinuidades reales que Trump piensa introducir. Durante la fase más difícil de la crisis fiscal, el papel de los bancos centrales se ha ampliado sensiblemente mediante la compra masiva de deudas públicas y privadas, acompañada de un tipo de interés de préstamo a los bancos cercano a cero. He aquí la discontinuidad del programa de Trump: el retorno a políticas contra-cíclicas tradicionales, financiadas masivamente con deuda pública, y que lleva a los bancos centrales a su papel clásico de guardianes de la deuda pública y la paridad monetaria. Trump pone punto y final al “keynesianismo” de los bancos centrales.

¿A QUIÉN BENEFICIA EL PROGRAMA ECONÓMICO DE TRUMP?

Las declaraciones extravagantes y contradictorias de Trump como candidato no ayudan a clarificar la orientación de su gobierno como presidente en ningún terreno. Sin embargo, dejando de lado sus anuncios más inverosímiles, se puede esbozar una línea económica general, alrededor de la cual maniobrará el futuro gobierno: proteccionismo a nivel del mercado mundial, desregulación y obras públicas a nivel nacional, siendo el objetivo global aflojar el tornillo de la competencia mundial a las empresas norteamericanas en dificultades o que se baten en condiciones desfavorables en el mercado mundial.

La visión de Trump del desarrollo capitalista norteamericano es diametralmente opuesta a la que ha supuesto tanto éxito para el gran capital en los pasados treinta años, de Apple a Walmart, pasando por Google, Boeing y Amazon: internacionalización acrecentada de la producción y de la cadena logística. Algunas de estas grandes empresas podrían sufrir las tasas a las importaciones chinas y mejicanas. Pero los capitales individualmente se adaptan rápido. En este contexto, Tim Cook, el patrón de Apple, ya ha pedido a Foxconn, subcontratista taiwanés, que estudie la posibilidad de construir una nueva fábrica en los Estados Unidos.

PROTECCIONISMO Y GUERRAS COMERCIALES A LA VISTA

 Aunque las cifras lanzadas en campaña parecen rocambolescas, gravar las importaciones chinas o mejicanas aún parece posible. Esto desencadenaría una dura guerra comercial con China y el cuestionamiento de los acuerdos de libre comercio en Norteamérica (NAFTA en inglés), que incumben a México y Canadá. En conjunto, México, Canadá y China representan el 39.2% de las importaciones estadounidenses y el 48% de las exportaciones[3].

Trump también pretende descolgarse del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), que integra nominalmente a Japón, Australia, México y Canadá. Estos acuerdos multilaterales que afectan a ámbitos y mercancías muy diversas deberían ser remplazados, según la doctrina Trump, por múltiples acuerdos bilaterales, más ventajosos en virtud de la posición dominante de los Estados Unidos.

Una vía, la de la diplomacia económica y comercial bilateral, que ya ha adoptado China y también el Reino Unido, camino de su separación de la Unión Europea. Una vía que, lejos de implicar el fin de la llamada globalización, agudizará aún más la guerra comercial global. La diplomacia de Trump está completamente enclavada en el proteccionismo y la guerra comercial. No es cuestión de gastar un dólar de más en el dominio geopolítico de los Estados Unidos si aquel no se traduce rápidamente en ganancias.

EL RECONOCIMIENTO DE UN MUNDO MULTIPOLAR, EL RETORNO A LA “PAZ FRÍA” Y AL STATUS QUO

Ni Trump ni Putin han ocultado su entendimiento durante la campaña. Para Trump, se trata de liberar fuerzas militares norteamericanas y dejar que Rusia refuerce su influencia en Europa del Este, así como en Medio Oriente. Para Putin, se trata de no injerir en los asuntos internos del país. Trump es partidario de un entendimiento con Assad para poner fin a la guerra en Siria y de una reconciliación con la Turquía de Erdogan. Los días de la alianza con las milicias kurdas en Siria están contados. La única prioridad de Trump en la región es el Estado Islámico, cada día más cerca de ser derrotado.

Además, la tensión en el mar de China meridional irá en aumento. Si consideramos la retórica anti-china de Trump como un indicador, el riesgo de guerra comercial es alto y el de una auténtica guerra aumenta.

Trump quiere hacer pagar cara su protección a los aliados históricos de los Estados Unidos. Propone someter los mecanismos de protección de la OTAN a un aumento de la participación de los gastos militares de los diferentes miembros; y lo mismo con Arabia Saudita. Las señales para tranquilizar al Estado israelí en cambio han sido numerosas estas últimas semanas, con la promesa de desplazar la embajada norteamericana de Tel-Aviv a Jerusalén.

Globalmente, la política exterior de Trump apunta al status quo y el equilibrio de poder a escala mundial. Una reedición moderna multipolar del viejo buen periodo de la “paz fría” salpicada de guerras localizadas que siguió a la segunda masacre mundial.

DESREGULACIÓN INTERNA Y OBRAS PÚBLICAS

De acuerdo en esto con la mayor parte de los republicanos, Trump quiere reducir el peso del Estado federal y dar más poder a los estados federados (los más avanzados de los cuales están gobernados por demócratas). Así, Trump pretende reducir los presupuestos federales en educación, sanidad, defensa y agencias de regulación (financieras, medioambientales, etc.).

Si bien ahora niega que pretenda pura y simplemente suprimir la reforma del sistema de protección social aprobada por Obama, el presidente electo aspira no obstante a modificar el modo de funcionamiento y hacer que paguen más los beneficiarios de la protección social “universal” instituida por el presidente saliente.

Trump promete también derogar la ley Dodd-Frank de 2010, que regula algunas actividades financieras. El bando de Trump la tiene por responsable de la lenta recuperación económica, pues supuestamente estaría frenando los préstamos bancarios. Los grandes bancos se quejan justamente por la falta de prestatarios de calidad (es decir, solventes). En cambio, los pequeños bancos locales sacarían buen provecho de la reducción sensible de sus fondos de garantía y de la posibilidad de invertir los depósitos en productos financieros más arriesgados pero potencialmente más remuneradores, prometidas por el candidato republicano.

En cuanto a las obras públicas, Trump no hace más que proseguir la política contra-cíclica ya emprendida por sus predecesores Obama y Bush junior. Su plan de gastar un billón de dólares en la modernización, sobre todo de las infraestructuras de transporte, no es mucho más generoso que el anunciado y realizado durante el primer mandato del presidente saliente, y claramente mucho menos ambicioso que el de Bush junior, que se centró principalmente en gastos militares y de seguridad tras los atentados de las Torres Gemelas. La única verdadera diferencia reside en su voluntad de que sea el sector privado el que financie estas obras públicas, mediante regalos fiscales a las empresas que se adhieran al plan.

EL PRAGMATISMO DEL CAPITALISMO NORTEAMERICANO. EL PAVONEO DE LOS CAPITALES INTERNACIONALIZADOS Y LA DANZA DE LOS GANADORES

 Para garantizar los intereses de nuestros clientes, nuestra tarea es mantener relaciones estrechas y profundas con los gobiernos del mundo entero, sin tener en cuenta su pertenencia política”.

El pragmatismo de los capitalistas norteamericanos se resume en esta declaración de BlackRock, el fondo de gestión más importante del mundo (5 billones de dólares en activos), cuyo patrón, Laurence D. Fink, es un estrecho colaborador de Hillary Clinton. No obstante, Fink no ha dudado en unirse a los directivos de JP Morgan Chase, General Motors, Waltmart y Disney en el “Foro de estrategia y política presidencial”, cuya misión es guiar los planes de Trump. Los mercados financieros, además, han reaccionado bien ante la elección sorpresa de Trump. A finales de 2016, el Dow Jones ha alcanzado niveles jamás vistos, llegando casi a los 20.000 puntos. Los sectores de la energía y farmacéutico podrían verse directamente beneficiados por la desregulación ligada a los riesgos medioambientales o a los precios de los medicamentos.

¿PROTECCIONISMO O LIBRECAMBIO? NI LO UNO NI LO OTRO: ¡LUCHA DE CLASES!

 A propósito del Brexit, escribíamos[4]: “La antiglobalización es el moderno socialismo de los idiotas. […] Una ideología que adquirió importantes proporciones en el seno de la izquierda liberal en los años 90, y que hoy es cada vez más el caballo de batalla de la derecha (Trump, Putin, UKIP, FN…), sus usuales abanderados.”

En lo que respecta a las elecciones norteamericanas y el referéndum británico, el punto en común entre Sanders, Corbyn, Farage y Trump, pasando por Clinton y May, es la defensa de la “soberanía nacional” frente y contra el resto de Estados capitalistas. Un escenario que veremos repetirse en los próximos años con los Grillo, Salvini y Meloni italianos, los Valls, Mélenchon y Fillon franceses y tantos otros en otras partes.

En 1848, en una situación inversa, cuando el librecambio era el que se llevaba las victorias en Europa, Marx escribió: “Resumamos: ¿Qué es, pues, el libre cambio en el estado actual de la sociedad? Es la libertad del capital. Cuando hayáis hecho desaparecer las pocas trabas nacionales que aún obstaculizan la marcha del capital, no habréis hecho más que concederle plena libertad de acción. Por favorables que sean las condiciones en que se haga el intercambio de una mercancía por otra, mientras subsistan las relaciones entre el trabajo asalariado y el capital, siempre existirán la clase de los explotadores y la clase de los explotados. Verdaderamente es difícil comprender la pretensión de los librecambistas, que se imaginan que un empleo más ventajoso del capital hará desaparecer el antagonismo entre los capitalistas industriales y los trabajadores asalariados. Por el contrario, ello no puede acarrear sino una manifestación aún más neta de la oposición entre estas dos clases.”

Y como conclusión: “Por lo demás, el sistema proteccionista no es sino un medio de establecer en un pueblo la gran industria, es decir, de hacerle depender del mercado mundial; pero desde el momento en que depende del mercado mundial, depende ya más o menos del libre cambio. Además, el sistema proteccionista contribuye a desarrollar la libre concurrencia en el interior de un país. Por eso vemos que, en los países donde la burguesía comienza a hacerse valer como clase, en Alemania, por ejemplo, realiza grandes esfuerzos para lograr aranceles protectores. Para ella son armas contra el feudalismo y contra el poder absoluto; son para ella un medio de concentrar sus fuerzas y de realizar el libre cambio en el interior del propio país.

Pero, en general, el sistema proteccionista es en nuestros días conservador, mientras que el sistema del libre cambio es destructor. Corroe las viejas nacionalidades y lleva al extremo el antagonismo entre la burguesía y el proletariado. En una palabra, el sistema de la libertad de comercio acelera la revolución social. Y sólo en este sentido revolucionario, yo voto, señores, a favor del libre cambio.”[5]

Entonces, ¿hay que ponerse del lado de los librecambistas contra los proteccionistas? Eso sería no comprender la magistral lección de Marx. Una lección que dice simplemente que todo lo que acelera la destrucción de un sistema fundado en la explotación es bueno y que al proletariado le beneficia que su antagonismo con el capital se haga evidente y no se maquille. El proletariado es una clase mundial, su campo de batalla también.

CLASE OBRERA, ESTADO, BLOQUES SOCIALES REACCIONARIOS Y MOVIMIENTOS SOBERANISTAS

Es evidente que en estos tiempos la clase obrera no está presente para sí misma ni en los Estados Unidos ni en el resto de países capitalistas desarrollados. La única excepción notable es China, donde las luchas económicas por el salario, a menudo victoriosas, y contra la polución industrial, se suceden a un ritmo continuo desde hace tiempo, sin que no obstante éstas hayan generado embriones visibles de organización independiente de la clase explotada.

Con el Brexit y la elección de Trump, las tendencias reaccionarias y proteccionistas del capital prosiguen su ofensiva contra el librecambio y la globalización. Hoy, la línea proteccionista del capital alimenta el repliegue identitario y nacional, el temor al extranjero, y anima la designación de chivos expiatorios interiores o exteriores. Ya estén de acuerdo con esto o bien se identifiquen con sus salidas verbales, los electores de Trump también han votado por la encarcelación y la expulsión masiva de extranjeros en situación ilegal, por la “ley y el orden” en un contexto de violencia policial contra los proletarios “afro-americanos”, y contra el derecho a abortar. La extrema derecha racista tradicional ha apoyado a Trump desde el principio, y sus diferentes grupos se han puesto en movimiento tras la victoria de “su” candidato.

La cristalización política de este bloque social reaccionario alrededor de figuras autoritarias carismáticas bien insertas en las redes de las democracias burguesas es un fenómeno mundial. Hallamos sorprendentes analogías entre Trump (EEUU), Erdogan (Turquía), Orbân (Hungría), Kaczynski (Polonia), Abe (Japón), Xi (China), Putin (Rusia), Modi (India) y Duterte (Filipinas), por citar sólo a los más conocidos. Y otros del mismo tono asoman ya la cabeza en Italia, Francia y varios países latinoamericanos.

La razón de ser de este bloque social reaccionario reside en las modificaciones de la estructura social provocadas por las crisis financiera y fiscal de los Estados. Las democracias han perdido su brillo y, con ellas, muchos de sus cuerpos intermedios (partidos, sindicatos, asociaciones, etc.). El principal componente sociológico de estos bloques sociales reaccionarios es bien conocido: los pequeños comerciantes, los pequeños patronos, los pequeños campesinos y los asalariados del sector público y privado de las zonas productivas más afectadas por la crisis. Los sostenedores de este bloque social son en cambio los sectores del capital que más sufren la pérdida de competitividad en los mercados interiores y en el mercado mundial.

Este bloque social reaccionario, de momento, no se expresa políticamente más que a través de las elecciones. Se inserta perfectamente en el juego democrático y lo refuerza con sus urgentes demandas al Estado para que ponga orden y ejerza su papel de defensor frente a los supuestos “agresores” externos o internos. Estos movimientos soberanistas tienen una ideología fluctuante, yendo desde una extrema-izquierda del capital, anti-imperialista y tercermundista, hasta la extrema derecha nacionalista y fascista. Las diferencias entre la izquierda nacional y la derecha nacional se atenúan, ambas son convencidas defensoras del Estado-nación, una realidad no obstante cada vez más débil en la era del capitalismo maduro y de un mercado mundial plenamente desarrollado.

De momento, estos movimientos no tienen nada de subversivo. No se parecen pues a los movimientos que engendraron el fascismo o el nazismo. Al contrario, se presentan como factores activos del orden democrático, revisado y corregido a la manera reaccionaria. Sí, la fracción más internacionalizada del capital de los EEUU ha sufrido una derrota con la elección de Trump, pero la democracia burguesa, por su parte, se ha anotado un punto importante.

El voto llamado protestatario es un voto, un instrumento de integración del conflicto de sectores de población que no son sensibles a la construcción de un consenso alrededor del Estado y del capital en un periodo de gran debilidad de la sociedad capitalista y de crisis de los cuerpos intermedios tradicionales. Aquí, como en otras partes, la democracia ha ganado ante el capital más avanzado, pero el Estado sale reforzado por la inserción en el juego democrático del conflicto de estos sectores de la población más vulnerables ante las crisis.

Sólo una oposición política independiente de amplios sectores del proletariado, que fuera capaz de atacar al Estado que les protege y que alimenta estos nuevos movimientos soberanistas, podría abrir una brecha. Limitarse a combatirlos sin comprender que son funcionales al fortalecimiento del Estado y de las democracias que los han engendrado sería un error fatal.

Este combate debe ser llevado a cabo en primer lugar entre aquellas fracciones de la clase explotada donde los movimientos soberanistas han enraizado. Y hay que comenzar por explicar que los fantasmas reaccionarios que alimentan los proletarios que se adhieren a esta visión del mundo no pueden sino agravar las condiciones del conjunto de la clase. En este contexto, una creciente unión de los proletarios parece algo muy lejano. La única política válida para la clase obrera pasa por una lucha autónoma, palmo a palmo, por el salario, la mejora de las condiciones de trabajo y de vida en general, sin tener en cuenta las necesidades del capital.


[1] Jacques Lévy, profesor de geografía en la École polytechnique fédérale de Lausana, donde dirige el laboratorio Chôros. Le Monde 17 noviembre 2016.

[2] Los ingresos medios de los hogares son de 54.000 $ en 2015, frente a los 58.000 $ de 1999.

[3] Fuente: http://atlas.media.mit.edu/en/profile/country/usa/

[4] Consultar Bulletin n°12, 20/12/2016 : http://mouvementcommuniste.com/documents/MC/Leaflets/BLT1610FR %20vF.pdf

[5] Vease el Discurso sobre el librecambio en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1847/miseria/009.htm