8 de marzo (III). Huyendo de las zarpas del tripalium, organicemos la huelga feminista de las trabajadoras

Tras pasarnos meses sumergidos en interminables debates con nuestras amigas, compañeras de clase y compañeras militantes, y habernos enredado en una constante lucha interna política, ha llegado la hora para añadir contenidos racionales y ordenar políticamente las intuiciones e ideas que hemos ido desarrollando en reflexiones informales. En la últimas dos entradas hemos tenido la ocasión de presentar nuestro posicionamiento político y de dar algunas pinceladas sobre el sujeto político a organizar. Esta vez, en cambio, es el momento para reflexionar sobre la huelga como herramienta que utilizan diversos sectores para desarrollar o llevar a cabo una lucha. ¿Qué debemos entender como huelga? ¿Quiénes hacen huelga? ¿Para qué hay que emplear la huelga? ¿De qué manera la ha conceptualizado la ciencia proletaria? ¿Y el movimiento feminista hegemónico? Mediante esta entrada, trataremos de contestar a éstas y otras preguntas. Para ello, organizaremos los argumentos de los que nos serviremos en esta entrada de esta forma: primero, presentaremos una breve cronología de la Huelga Feminista, con el objetivo de situar en el tiempo este fenómeno creado y desarrollado en los últimos años. Junto con esto, hablaremos de algunas oportunidades positivas que ha creado la Huelga Feminista, y expondremos algunas limitaciones del planteamiento político propuestos para este día. Mientras tanto, trataremos de exprimir la potencialidad de la Huelga Feminista, es decir, intentaremos explicar cómo debería de ser la Huelga Feminista a fin de que refuerce la capacidad de organización de los trabajadores.

Los inicios de la Huelga Feminista se sitúan cuando la ONU designó el año 1975 como el Año Internacional de la Mujer. Ya que, influidas por este suceso, cinco delegadas de una de las organizaciones feministas de Islandia crearon un Comité, con la intención de organizar eventos novedosos dirigidos a mujeres. Un movimiento de mujeres más radical, Red Stockings (Medias Rojas), propuso la idea de organizar una huelga de mujeres, con la intención de que esto posibilitaría visibilizar el papel fundamental de las mujeres en la sociedad, y hacer ver a la sociedad la diferencia de sueldos y el trabajo de las mujeres dentro y fuera del hogar. Sin embargo, el Comité decidió cambiar la palabra huelga por “día libre” porque sería más fácil de aceptar por las masas, y argumentando que había mayor posibilidad de que las empresarias despidiesen a las mujeres por la huelga que por un día libre. Tras semanas organizando este día, el 24 de octubre de 1975 el 90% de las mujeres islandesas renunciaron al trabajo asalariado, a las tareas del hogar y al cuidado de sus hijos e hijas. La sensación positiva que se generó este día propició que cinco años más tarde Vigdis Finnbogadottir fuese elegida Presidenta de Islandia. Finnbogadottir se convirtió en la primera mujer electa democráticamente en la organización política mundial burguesa. En cualquier caso, esto no supuso el fin de las diferencias, y desde entonces las mujeres trabajadoras han dejado cinco veces su empleo antes de terminar su jornada para visibilizar que no se ha alcanzado la igualdad salarial.

Además, coordinada por la Campaña Internacional por un Salario para el Trabajo en el Hogar en EEUU y por la plataforma International Women Count Network en Irlanda, el año 2000 se organizó la Huelga Mundial de las Mujeres bajo el lema “paremos el mundo para cambiarlo”. El nacimiento de la campaña Wages for Housework (Salario para el Trabajo Doméstico) fue esclarecedor, puesto que está muy ligada a la reconceptualización feminista de la huelga que se expone en las siguientes líneas. Fueron las feministas autonomistas italianas Silvia Federici, Mariarosa Dalla Costa, Selma James y Leopoldia Fortunatti quienes, en 1972, impulsaron esta campaña, cuyo objetivo era replantear los análisis marxistas sobre el trabajo reproductivo. Según estas autoras, el trabajo doméstico realizado por las mujeres, y en general todos los trabajos de cuidados, que no son remunerados y se realizan fuera del mercado, son fundamentales para que se pueda explotar la fuerza de trabajo en el mercado. En la medida que en esta sociedad se considera natural que las mujeres nos dediquemos al trabajo doméstico no remunerado y los trabajos de cuidados, defendían que conseguir retribución económica para estos trabajos sería una buena herramienta de subversión. Por consiguiente, propusieron mover el foco del análisis y de la lucha, a nivel teórico y político, del trabajo productivo al trabajo reproductivo. Por desgracia, aunque nos parece interesante analizar las teorizaciones sobre el trabajo reproductivo, se aleja del objetivo de este escrito. En cualquier caso, estos fueron algunos de los objetivos asignados a la campaña a favor del Salario para el Trabajo en el Hogar del año 2000: remuneración de cualquier trabajo de cuidados, en forma de salario u otras formas; igualdad salarial entre hombres y mujeres a nivel mundial; abolición de la deuda económica del Tercer Mundo…

En 2001 se organizó la Segunda Huelga Mundial de las Mujeres, y muchos países organizaron eventos a favor de ella: Francia, España, EEUU, Bolivia, Brasil… quince años más tarde, en 2016 aumentaron las revueltas de mujeres. En Polonia, por ejemplo, el 3 de octubre se realizó una denuncia masiva contra la ley que criminalizaba el aborto, y se consiguió que el Parlamento detuviese el proyecto. En Argentina, por otro lado, Ni Una Menos y otros movimientos feministas llamaron a un paro de una hora el 19 de octubre inducidas por siete feminicidios que tuvieron lugar en una misma semana. Unos meses más tarde, el 21 de enero de 2017, se celebró la Women’s March (Marcha de Mujeres) en Washington, para apoyar los derechos en los sectores de la salud y la educación y los derechos de las mujeres y el colectivo LGTB. También se organizaron otras manifestaciones paralelas contra la elección de Donald Trump.

Este alborotado panorama político mundial impulsó que varias activistas feministas de distintos países se juntasen y creasen un pequeño grupo para organizar el primer Paro Internacional de Mujeres. El Paro celebrado el ocho de marzo bajo el lema “Nosotras* paramos” tuvo un gran eco en más de cincuenta países, en el estado Español entre otros. Allí, el día tomó forma de denuncia contra todos los tipos de violencia contra las mujeres, y así el 2018 fue el año que posibilitó el reforzamiento político y social del movimiento feminista. Todas nos alegramos cuando nuestras madres, abuelas, tías… se quitaron los delantales y salieron a la calle; cuando las chicas de nuestros grupos de amigas se emocionaron y alzaron contra el machismo de la sociedad en la que viven.

Para que la fuerza de las mujeres demostrada estos últimos años no se quede en nada, el Movimiento Feminista hegemónico ha puesto todos sus esfuerzos en que este año también compartamos la cita del 8 de marzo. Si el año pasado las mujeres* hicimos paros en centros de trabajo y escuelas (también en cuanto al consumo y los trabajos de cuidados), este año han decidido ir un paso más allá: convocar huelga en todos los aspectos de la vida. Sitúan la huelga en cinco ejes: pensionistas, estudiantes, cuidados, empleo y consumo. Más allá de los detalles, se percibe un claro cambio de planteamiento en la conceptualización de la huelga feminista, apostando por ampliar el ámbito político de la lucha, en cuya base se encuentra la reconceptualización teórica del trabajo. La Huelga Feminista pretende problematizar la comprensión del trabajo conectado al mercado, tal y como está en extendida en la sociedad burguesa, y define el trabajo de la siguiente manera: “todas las actividades necesarias para generar bienestar y riqueza son trabajo, sean remuneradas o no”. Esto significa que las tareas domésticas y los cuidados también deben considerarse trabajos; a saber, que son productivos y deben ser reconocidos políticamente. Esta reconceptualización del trabajo implica no situar la lucha solamente en el ámbito del trabajo asalariado, y así, el Movimiento Feminista hegemónico sitúa la Huelga Feminista en todos los ámbitos de la vida. De esta manera, defienden que, cuestionando el carácter androcéntrico de la huelga, lo de este año es un intento de crear una nueva herramienta política que se adapte a la realidad de las mujeres. Esta teorización de la Huelga Feminista, pues, rebasa la comprensión tradicional del concepto de la huelga, no la limitan a dejar el trabajo asalariado: sitúan la huelga en la reproducción, la sexualidad, el modelo de consumo, la manera de construir la familia… en efecto, en la totalidad de la vida.

Como en la base de la reconceptualización de la Huelga se encuentra un intento de teorización del trabajo, el análisis de éste será nuestro punto de partida. En los últimos años, varias ramas del feminismo han difundido la comprensión burguesa del trabajo: la economía feminista, el feminismo operario, el feminismo materialista, el ecofeminsimo… Aunque hayan hecho interesantes aportaciones, nos encontramos ante definiciones contradictorias del trabajo, puesto que no superan el concepto del mismo legitimado por la ideología burguesa, dando así explicaciones inexactas. En lo que atañe a la definición concreta que tenemos entre manos, se nos ocurren varias preguntas: ¿el bienestar y la riqueza de quién genera el trabajo? ¿Las vidas de quiénes son las que permite llevar adelante? ¿Asegura el bienestar de los oprimidos pero genera riqueza para los opresores? Si es así, ¿tenemos que tener a ambos en cuenta? Por otro lado, ¿podemos hablar del bienestar de las desposeídas dentro del marco capitalista?

Así, se nos presenta la acepción burguesa del trabajo: en el sistema capitalista, trabajo es cualquier labor directa o indirecta que hacemos nosotras que crea bienestar y riqueza para el enemigo y que éste utiliza para llevar adelante su vida incluidas las labores para nuestra reproducción y nuestro aparente bienestar. En cualquier caso, no creemos que sea casualidad que en la definición del trabajo dada por el Movimiento Feminista posmoderno no se haya concretado quién y para quién se realizan esas labores denominadas trabajo. En el desarrollo de esta definición nos encontramos el mismo procedimiento de la ciencia burguesa: tomar las creencias extendidas en la sociedad y construir argumentos sobre ellas. Este tipo de tareas pseudo-científicas adjudica a la inmediatez de los sucesos un valor científico elemental. Al contrario, para poder construir la ciencia proletaria es necesario plantear una tarea epistémica muy distinta a la recién expuesta. Para poder pasar de la apariencia de los sucesos a su esencia, es fundamental, por un lado, percatarse del condicionamiento histórico de los sucesos, y por otro lado, dejar de lado el punto de vista que presenta los sucesos como actos sin mediación alguna. La labor de la ciencia proletaria es retirar el revestimiento que impide comprender y superar la realidad capitalista.

Tras estas pinceladas sobre la ciencia proletaria, trataremos ahora de explicar el porqué de la inexactitud y ambigüedad de la categoría trabajo. En la sociedad burguesa, la definición del trabajo tiene una connotación positiva y otra negativa. En la medida en que el trabajo engloba actividades muy diversas, no implica ninguna abstracción racional, puesto que el concepto de trabajo denomina de forma arbitraria unas labores como trabajo y otras no. ¿Dónde está, pues, la línea roja de esta clasificación arbitraria? ¿En qué contexto histórico surgió este concepto abstracto y general de la actividad económica y social? En varias culturas, la raíz de la palabra trabajo se utilizaba para designar personas inmaduras, dependientes de otras. En la creación del concepto trabajo no hay abstracción neutral, sino social: el trabajo es la labor de los que han perdido la libertad. Es indiferente cuál es la labor exacta, cuidar niños o cocinar, el contenido de la abstracción del concepto trabajo es la esencia de la esclavitud. Es decir, el trabajo no hacía referencia a una tarea humana general, y tampoco a una determinación positiva. Es más, en latín, el trabajo significaba tristeza, desgracia o pesar moral; pesar de los que penden de una carga (laborare). Una carga invisible pero absolutamente insoportable; invisible, pues es la dependencia vital hacia otro. Palabras romanas como trabajo y “travail” se derivan de la palabra latina tripalium, que nombraba un tipo de yugo utilizado para castigar y torturar a esclavos. Por lo tanto, ni siquiera en su creación etimológica, la palabra trabajo no se refiere a tareas humanas autónomas. El trabajo es la labor de quienes han perdido su libertad y capacidad de decisión.

Fue el Cristianismo el que convirtió en positiva la abstracción negativa del trabajo, manteniendo la idea de la tristeza y del pesar, además. El Cristianismo alabó el sufrimiento, alabando cualquier tarea dolorosa en pos de una meta positiva más allá de la vida. Asimismo, fue el protestantismo quien colocó el binomio trabajo-dolor en el centro de la vida: la tarea moral del ser humano consistía en mostrar a Dios cuán trabajador era. Más tarde, fue en la Edad Moderna cuando tomó cuerpo la imposición abstracta del trabajo, dándose simultáneamente la generalización del trabajo y su cosificación, mediante el sistema de producción de mercancías: la dependencia social se ha convertido en el grupo abstracto de las relaciones del sistema, y así se ha expandido a la totalidad. No obstante, al estar esto tan normalizado, es casi imperceptible. Toda la clase obrera obedece al Dios invisible del capitalismo, a la forma generalizada del tripalium.

Tras años de educación impuesta, al ser humano moderno le es imposible imaginar su vida más allá del trabajo. Al ser un axioma del que no se puede dudar, el trabajo ha sometido todos los aspectos del ser social, todas las expresiones de nuestro día a día responden a la dictadura del trabajo. Nos sentimos tan perdidas fuera del trabajo que reproducimos muchas de sus características al salir de éste, por ejemplo cambiamos el reloj que controla nuestro tiempo en el puesto de trabajo por el cronómetro que mide nuestra “rentabilidad” cuando hacemos footing. Al pensar nuestra vida según el tiempo libre que creemos que se nos concede, estamos aceptando la coerción de dos maneras: por un lado, aceptando la existencia de tiempo no-libre, y por otro lado, que durante la jornada de trabajo nos encontramos fuera de nuestro ser, es tiempo en el que no estamos viviendo.

La dictadura del trabajo también se muestra en lenguaje diario, cuando somos cómplices del excesivo uso de la palabra “trabajo” y cuando le asignamos definiciones contradictorias. Ha pasado mucho tiempo desde que dejamos de utilizar la palabra “trabajo” solamente para designar a la labor capitalista impuesta, la utilizamos como sinónimo de labores dirigidas a conseguir cualquier objetivo, como si hubiese borrado todas sus huellas. La inexactitud conceptual de trabajo prepara el terreno de juego para realizar un movimiento engañoso, y así, el Movimiento Feminista posmoderno expande la acepción positiva del trabajo a toda la sociedad. En esta sociedad donde el trabajo es Dios, se propaga la crispación porque le hemos dado una definición demasiado estrecha: como sólo consideramos trabajo las tareas asalariadas, no tenemos en cuenta el resto de tareas y las personas que las llevan a cabo. De esta manera, dicho movimiento se levanta a favor de la valorización positiva del trabajo, pensando que esto hará que desaparezca la clasificación de los distintos tipos de trabajos. Planteamientos de este tipo no tienen como objetivo terminar con la dictadura del trabajo, sino la adaptación semántica del trabajo. En otras palabras, expanden la idea de que los sectores más oprimidos deben conseguir un trabajo organizado en la esfera productiva para liberarse de su subordinación, como si el trabajo trajese consigo nuestra autonomía. Ante los que quieren eternizar la dictadura del trabajo y difundir el tripalium a todas las tareas humanas, es decir, ante planteamientos que buscan convertir la Huelga Feminista en una huelga a favor del trabajo, nosotras demandamos la abolición del trabajo, desarrollando una forma organizativa revolucionaria que posibilite esta abolición. En última instancia, pretendemos liberar a la clase trabajadora de todos los dispositivos del poder que refuerzan nuestras cadenas.

Como hemos mencionado anteriormente, la reconceptualización del trabajo propuesta por el Movimiento Feminista trae consigo ampliar el campo de batalla: extienden la lucha del trabajo asalariado a todos los aspectos de la vida. En este caso también hacemos nuestras algunas de sus aportaciones, pero debemos subrayar la necesidad de obtener un conocimiento concreto y correcto del funcionamiento general de la realidad social. Así, en las próximas líneas trataremos de situar nuestra función política en la necesidad de confrontar el poder del enemigo; para ello, abordaremos la huelga como táctica articulada por la clase trabajadora. Esto será un modesto intento, dejando claro que todavía tenemos mucho que aprender.

La base de la dominación de la burguesía sobre el proletariado es económica, pero son varias las modalidades de opresiones que se derivan del sometimiento económico. Esto significa que la clase trabajadora es vitalmente dependiente de su enemigo, puesto que no tenemos poder material ni libertad política para sobrevivir sin reforzar el poder del enemigo; al fin y al cabo, estamos obligadas a poner nuestra capacidad para trabajar al servicio de la burguesía, lo cual crea sus posesiones y propiedades. En este sentido, en el sistema capitalista, el fundamento del poder de la burguesía es la producción, realización y acumulación de la plusvalía. En el metabolismo social capitalista, la producción de la plusvalía se da en el proceso de producción, siendo la producción el proceso de generar plusvalía, lo cual sólo sucede en el puesto de trabajo.

En cualquier caso, no todas las tareas que realizamos en el puesto de trabajo son productivas, sólo las dirigidas a la acumulación en forma de excedente (plustrabajo). Sin embargo, la particularidad del trabajo realizado en el puesto de trabajo es que posibilita el incremento de la esfera del valor, y así, adquiere poder de mando en una escala mayor. Esto es debido a que en el puesto de trabajo consume una mercancía especial, la fuerza de trabajo, cuya singularidad consiste en crear riqueza material, porque su valor de uso es mayor que su valor de cambio. Así, mediante la forma compleja del dinero, la burguesía articula su poder sobre todo el proceso de trabajo, convirtiéndose su poder en poder político al conseguir poder de mando sobre los procesos humanos. Del mismo modo, la forma esencial de acumulación de la sociedad es la acumulación de unidades de poder, el hacinamiento sin fin de unidades de poder.

Por lo tanto, queda claro que la producción capitalista, es decir, la producción de plusvalía, es la esencia de la formación social, lo que regula y condiciona constantemente la esfera reproductiva. La reproducción no es, en ningún caso, la fuente ni la substancia del poder burgués: la reproducción capitalista es la precondición indispensable de la producción. Esto no significa que la esfera reproductiva no es importante, al contrario, implica que no puede haber producción sin reproducción. En consecuencia, nos parece positivo el intento de conceptualización de la huelga en el ámbito de la reproducción capitalista. Es más, en la medida en que a la mujer trabajadora se le ha impuesto la responsabilidad de la reproducción de la familia y sus allegados, nos alegra ver que la socialización de todo esto y la posibilidad de que las mujeres hagan huelga se sitúe en el centro.

Aun así, tal y como lo hemos explicado, es muy importante comprender la dinámica del poder burgués, puesto que es opuesta a la construcción del poder del proletariado. Dicho de otro modo, debemos analizar las formas concretas que toma la dinámica general del poder de la burguesía, y tenemos que articular modelos organizativos que neutralicen esas formas. En este sentido, encontramos varias carencias en la conceptualización de la Huelga Feminista. Por un lado, al incorporar en la huelga la esfera de la reproducción además de la esfera de la producción, es notoria la reducción de la potencialidad de atacar el fundamento del poder burgués (la acumulación de plusvalía). Además, al ser solamente dirigida a mujeres*, la clase trabajadora pierde capacidad política para detener la producción.

Porque, ¿cómo logrará el movimiento feminista el objetivo asignado a la huelga, parar el sistema, sin que participe toda la clase trabajadora? Es más, nos parece naïf pedir a los jefes varones que cierren el local y lo conviertan en espacio de cuidados comunitarios. O al plantear el parar la producción como paro de todas las mujeres*. ¿Es ser mujer lo que convierte a las empresarias en nuestras aliadas? ¿Debemos empezar a acordar las características de la herramienta de lucha con quien se aprovecha de nuestra condición de oprimidas? Por otro lado, con un planteamiento de este tipo, ¿no serán las altos cargos de las empresas e instituciones capitalistas las únicas mujeres que podrán realmente llevar a cabo este paro? ¿Qué capacidad de hacer huelga tendrá una mujer migrante contratada en negro? ¿O las que cuidan de los hijos e hijas de las que hacen huelga? ¿O las limpiadoras subcontratadas por la UPV? Aquí no sirve preparar todo los días anteriores para poder tomar las calles el próximo día, así no se articula ningún paro en el proceso de producción. ¿O es que las mujeres que, aun queriendo sumarse a la huelga, no pueden deben conformarse con colgar sus delantales en el balcón?

Llegadas a este punto, nos encontramos con la duda de a quién pretende dirigirse el Movimiento Feminista hegemónico. Según nuestro parecer, la huelga debe ser una táctica para la lucha de clases, para luchar contra a la burguesía y los fundamentos de su poder. Para ello, es primordial que la esencia de la huelga sea un paro GENERALIZADO y unificado de la producción, para actuar sobre la correlación de fuerzas mediante el ataque al enemigo, luego es imprescindible actuar con unidad de clase entre quienes participamos en la producción. Esto trae consigo elevar de facto el tensionamiento entre las relaciones de fuerza, dejando de lado el matiz festivo que hoy por hoy desprende la Huelga Feminista. Es más, al ser la huelga una táctica para confrontar al enemigo directamente, debemos tener presente que para las trabajadoras esto incrementa el coste político, personal y represivo, y en consecuencia, que la articulación de relaciones revolucionarias basadas en los cuidados serán un pilar para nosotras. Sólo llevaremos a cabo la unidad de clase si nos protegemos entre nosotras y tejemos redes de confianza y solidaridad incondicional, y sólo mediante la unidad de clase podremos responder ante la ofensiva que organice el enemigo. Por consiguiente, ante propuestas que plantean la huelga de cuidados, nosotras respondemos en defensa del cuidado, puesto que éste es la realización de las relaciones revolucionarias.

Hemos partido de la reconceptualización del trabajo del Movimiento Feminista posmoderno, puesto que al ampliar el ámbito de lucha, la Huela Feminista es la herramienta a utilizar para actuar en ese marco político. Tomando la Huelga Feminista por herramienta, ahora nos referiremos a los objetivos que ésta implica. Ciertamente, no hay una relación externa entre medios y objetivos, pues son dos momentos categoriales de la praxis implicados mediante su conexión interna. Es decir, la efectividad de los medios trae necesariamente la de los objetivos. A saber, las carencias identificadas en la conceptualización teórica de la Huelga Feminista influyen directamente en los objetivos que implica esta herramienta. Se encuentran carencias no sólo en la propia Huelga Feminista, también en los objetivos que implica. Como han manifestado este año, han hecho un especial esfuerzo en exponer sus reivindicaciones de la manera más concreta posible, para poder interpelar a las instituciones y a la sociedad. Las exigencias del Movimiento Feminista hegemónico se enumeran en tres bloques que recogen 28 reclamos. Mientras que estamos de acuerdo en tratar de concretizar al máximo posible los objetivos tácticos a conseguir mediante el día de lucha, no son pocas las preocupaciones que nos han abordado al leer las exigencias.

Aunque apuntemos que las demandas exigidas son muy generales, está claro que estamos de acuerdo con muchas de ellas: la desaparición de la figura de empleada del hogar interna, el reconocimiento político y social de los trabajos imprescindibles para la sostenibilidad de la vida, en contra de los tratados transnacionales de libre comercio, en contra de los proyectos destructores que destrozan la tierra… En consecuencia, nuestras preocupaciones no se derivan de un desacuerdo, sino de las maneras concretas de situar estas demandas: qué sentido se le da, cómo se miden sus contribuciones, cuál es la relación entre ellas, cómo se pretenden conseguir… Además de no definir claramente los pasos tácticos para conseguir las exigencias enumeradas, su planteamiento nos sugiere que la Huela Feminista del 8 de marzo se convierte en objetivo. Así, en vez de priorizar organización de las trabajadoras para el ordenamiento efectivo de las condiciones creadas por la lucha feminista, se busca visibilizar el trabajo que realizamos y la opresión que sufrimos las mujeres de clase obrera. Por consiguiente, tras poner sobre la mesa muchísima fuerza, el mayor logro son las fotos de calles llenas de mujeres. Es por ello que vivimos con preocupación estos planteamientos que se escudan en una radicalidad discursiva, que incluyen todo y nada al mismo tiempo.

Asimismo, si analizamos muchos de los objetivos a alcanzar, dudamos si no traerían el deterioro de las condiciones de vida de las mujeres de clase trabajadora. En efecto, al defender que los trabajos de cuidados deberían recaer en las instituciones públicas, sitúan al estado como un ente neutro sin relación con la dominación capitalista. Igualmente, si las instituciones públicas hiciesen suyas las labores de cuidados, ¿a quién contratarían para llevarlas a cabo? ¿Qué garantías tenemos de que las que fuesen contratadas no serían las mujeres más proletarizadas?

Nosotras, en cambio, las mujeres oprimidas, trabajadoras, tenemos claro que apostaremos por organizar la solidaridad de clase real mientras que el objetivo final sea proteger y liberar a las más vulnerables. En estos tiempos en los que es notoria la tendencia a institucionalizar el feminismo, donde se habla de un nuevo pacto social con instituciones capitalistas que no superará las relaciones de explotación, tenemos claro que nuestro deber es proveer de teoría y práctica revolucionaria a la mujer trabajadora. Nos reafirmamos en la necesidad de las mujeres trabajadoras de alinearse con el feminismo proletario, el realmente revolucionario, el cual se articula a favor del sujeto real a liberar: la clase trabajadora.

Por todo esto, como declaramos en la primera entrada para este 8 de marzo, hacemos un llamamiento a toda la clase trabajadora de Euskal Herria a actuar con independencia de clase y a favor de los intereses de las mujeres trabajadoras en esta huelga feminista. Con el peligro de que las fotos de calles llenas de mujeres del 9 de marzo ensombrezcan el estado de la mujer trabajadora, es vital que las que compartimos y defendemos los intereses de las desposeídas ocupemos la primera línea. Debemos ocupar la primera línea para evitar que la mujer trabajadora se mueva bajo banderas posmodernas, debemos ocupar la primera línea para debatir sobre el planteamiento de la huelga feminista de este año, y también para poner sobre la mesa todos los elementos con los que debería contar una huelga de trabajadoras. Tenemos claro, aun así, que la batalla real no se celebrará sólo este 8 de marzo, sino en la organización de una lucha de décadas, en la cual es imprescindible que lo demos todo para reforzar la capacidad política de las trabajadoras.

Por la emancipación de la mujer trabajadora… ¡viva la lucha de la clase obrera!

¡Nos veremos en la calle!

Sociedad de clases y violencia sexual: Hacia un análisis marxista de la violación

El texto de Angry Workers of the World Contribución al debate clase/género es una respuesta a este análisis de la violencia sexual de Maya John, que hemos traducido del original en inglés, publicado en Radical Notes. El estudio, que se enmarca en el contexto de las movilizaciones anti-violación que se desarrollaron en el invierno de 2012-2013 en India a raíz de un caso de violación múltiple en Delhi, constituye una aguda crítica al feminismo desde una perspectiva proletaria.

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El movimiento que surgió tras la violación múltiple ocurrida el 16 de diciembre de 2012 en Delhi causó sensación en los medios[1]. Las circunstancias en las que se produjo la violación (una mujer joven volviendo de unos cines situados en un lujoso centro comercial) conmueven fácilmente a cualquiera, sobre todo a los residentes de esos barrios de clase media en ascenso, que pueden sentirse más fácilmente identificados con aquellas. Teniendo en cuenta que el estallido de indignación pública que se produjo a continuación no provino del sector más marginado de la sociedad india, no sorprende que los medios y la elite dominante india respondieran de una manera bastante más sensible de lo que generalmente lo hacen en otros casos de violencia sexual contra las mujeres[2]. Como respuesta a este incidente particular, los medios, los políticos, así como los jóvenes de clase media de la ciudad, no tardaron en plantear la opresión de la mujer como si se tratara de una cuestión “universal”, lo cual no es difícil, dado que las mujeres forman parte de todas las clases. Esta forma particular de plantear la cuestión de la opresión de la mujer dio al movimiento anti-violación un carácter de clase media, y moldeó tanto la forma como el contenido de sus posturas políticas.

Por su forma y su perspectiva, el movimiento anti-violación ofrecía un espacio en el que podían reunirse un amplio espectro de participantes. Desde las ONG subvencionadas hasta las feministas radicales; desde los estudiantes de la JNU hasta los de muchas instituciones privadas, como las universidades de directivos, escuelas de ingeniería y otros colegios y centros de estudio; desde activistas comprometidos hasta gente que sólo quería que la enfocaran con la cámara o ver a las chicas guapas reunidas en la protesta[3]. Desde Bhagat Singh Kranti Sena (que no tiene nada que ver con la ideología progresista de Bhagat Singh ni ninguna relación con la kranti [revolución]), hasta las activistas de Shiv Sena; desde los misóginos “babas” hasta los cruzados subvencionados que luchan contra la corrupción, etc. Ocultas, pues, tras los gritos de batalla de la protesta anti-violación, había voces diversas y opuestas. Por supuesto, algunos activistas, con influencia en el sindicato de estudiantes de la JNU (Jawaharlal Nehru University), no tardaron en ofrecerse como caras visibles de una multitud sin rostro. Sin embargo, el hecho de que todo tipo de gente pudiera unirse, y de hecho se uniera, en ese frente anti-violación, no significa ni podía significar que la cuestión de liberación de la mujer se hubiera convertido súbitamente en una preocupación general[4]. Las recientes protestas que han surgido en abril de 2013, como respuesta a la violación de una niña de 5 años en el este de Delhi, también han sido un conglomerado de todo tipo de fuerzas contradictorias. Muchos de los participantes, como los del conocido Aam Admi Party (AAP), que se ha convertido en una nueva plataforma de lanzamiento de políticos y caciques locales, simplemente se unen a la lucha contra la violencia sexual por puro oportunismo. Con su presencia en las protestas tratan de cubrir a toda la campaña anti-violación con sus eslóganes nacionalistas, pero sus concentraciones ante las casas de los ministros no pueden ocultar que la sensibilidad de los cuadros de AAP (muchos de los cuales son conservadores hasta la médula) en cuestiones de género es muy cuestionable.Continue Reading

Contribución al debate clase/género

Traducción del texto de Angry Workers of the World.

RESPUESTA AL TEXTO DE MAYA JOHN: CLASS SOCIETIES AND SEXUAL VIOLENCE: TOWARDS A MARXIST UNDERSTANDING OF RAPE

CONTEXTO

El presente texto ha surgido a partir de varias discusiones en Londres, Berlín y Delhi acerca del escrito de Maya John (a partir de ahora MJ), “Sociedad de clases y violencia sexual: hacia un análisis marxista de la violación”. También estuvimos charlando con ella y la otra co-autora, ambas militantes del grupo neomaoísta juvenil Revolutionary Youth Organization (KYS), organismo público juvenil de una facción de la Liga Comunista de India (CLI). Ellas defienden la idea del partido “comunista” liderando a la clase obrera. Tienen una perspectiva marxista-leninista de la clase (que explicaremos más abajo) y consideran formalmente la unidad clasista por encima de todo. Piensan que las luchas jerárquicas dentro de la clase obrera suponen una amenaza a esta “unidad de clase”, que para ellos es necesaria para superar el capitalismo. Nosotros, en cambio, pensamos que esta unidad clasista sólo puede ser el resultado de la superación de estas mismas jerarquías y privilegios que operan dentro de la clase, durante la propia lucha.

MJ piensa que el feminismo (como movimiento separado y homogéneo) mina la lucha de clases, en lugar de considerarlo, entre otras cosas, como una respuesta a los errores de los movimientos obreros y sociales formales de la época. Los movimientos obreros no lograron recoger y reflejar las necesidades de las mujeres que se insertaban en la fuerza de trabajo, ni se enfrentaron a los distintos roles que determina el modo capitalista de producción.

Esperamos que este texto refleje nuestro aprecio por su intento de desarrollar un análisis materialista dialéctico de las relaciones de género, que llevan al surgimiento de la violencia sexual. Nuestras principales divergencias se centran en su interpretación de la historia del movimiento feminista y en la distinta consideración de lo que es la lucha de clases y lo que implica. También ponemos en duda la relación entre la violación y la crisis sexual de los hombres de la clase obrera.

Otra cosa importante que hay que señalar, y que apareció cuando ya se había redactado este texto, son las estadísticas de violaciones en Delhi. No se puede concluir, a partir de ellas, que: a) las violaciones por parte de hombres de la clase obrera estén aumentando; b) que las violaciones por parte de extraños estuvieran aumentando, al margen de que fueran cometidas o no por hombres de la clase obrera; c) que el número de violaciones en general estuviera aumentando, pues lo que ocurre más bien es que las mujeres empiezan a denunciar más. De estas denuncias, la mayoría proceden de mujeres de altos ingresos. Esto, obviamente, siembra muchas dudas sobre las tesis centrales de MJ, según las cuales se está produciendo un aumento de las violaciones por parte de hombres proletarios en las áreas urbanas. Sin embargo, seguimos defendiendo la postura política de que es importante analizar las condiciones materiales, pues indudablemente afectan al tipo de sexo que la gente practica, así como otros aspectos de su vida.

¡Se agradecen los comentarios y las profundizaciones!

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¿POR QUÉ VIOLENCIA SEXUAL?

¿De qué forma se pude teorizar la violencia sexual sin caer en la ideología de género y en las teorías de un sistema patriarcal independiente? Necesitamos analizar las bases materiales de la violencia sexual para poder plantear respuestas organizadas que atajen el problema de raíz, no sólo sus efectos. Pensamos que la violencia contra la mujeres no ha sido suficientemente teorizada entre la izquierda (incluidos los socialistas feministas), lo cual deja la vía libre a los derechistas para reclamar la pena de muerte a los criminales, o a aquellos que indolentemente claman contra los elementos “lumpen”, o a aquellos que exigen más vigilancia y control estatal.

Pensamos que enfocar el tema a partir de la violencia puede ser útil, si ello nos permite abordar cuestiones más amplias acerca de cómo reunir en el análisis la clase y el género, en un conjunto dinámico y de permanente construcción de las relaciones sociales.

HOMBRES Y MUJERES, SEXO Y PODER, CONDICIONES SOCIALES

No vamos a tratar de resumir los principales puntos del debate que mantienen los medios, los políticos, la izquierda oficial, la izquierda revolucionaria y las feministas, a raíz del espantoso ataque a una joven estudiante en un autobús por parte de 6 hombres, en Delhi, a finales del año pasado [2012]. Tomaremos como referencia el texto de Maja John[1], publicado también poco después, pues pensamos que es el más interesante y provocador, por el desafío que plantea a las viejas afirmaciones feministas acerca de la naturaleza de la violencia sobre las mujeres, más concretamente a esa violencia que atraviesa a todas las clases, razas e incluso la historia, y que a su vez ha dado pie a la idea de que la violencia contra las mujeres se fundamenta ante todo en un ejercicio de poder y de dominio de los hombres sobre las mujeres. Buena parte de los estudios, por otra parte tan necesarios, sobre este tema fueron realizados por las feministas (sobre todo radicales) en los años 70 y 80, y como resultado, se aceptó en general que al distinguir entre distintos tipos de violencia contra las mujeres, dentro de distintos grupos de gente, no se percibía el cuadro en toda su extensión, esto es, el sistema del patriarcado. Esto también habría legitimado la agenda de los derechistas, que consideran a las clases “bajas” y a las minorías no blancas como más atrasadas, menos civilizadas, sexualmente depredadoras y predispuestas a la violencia y el crimen. Fijarse en las condiciones que provocan la violencia hacia las mujeres también se ha considerado como una manera de justificar o simpatizar con los criminales.

MJ desafía este principio básico distinguiendo entre violaciones urbanas y rurales, para recalcar las condiciones materiales que llevan a la existencia de gente vulnerable a la violación y la violencia sexual, y gente dispuesta a cometerla. Afirma que las violaciones en los medios rurales, en la India, son cometidas principalmente por hombres de la casta superior contra mujeres de la casta inferior (dalit, parias). El poder de casta permite que esto suceda con impunidad, con el apoyo de la estructura del Estado y sus instituciones, como la policía y el ejército, comprometidas con la seguridad del Estado y la guerra civil. Ella considera que este tipo de violaciones son diferentes, en términos de fuerzas de poder y situación social, a las violaciones urbanas, en las que la casta ya no es un factor importante y hay más anonimato, y en donde, en cambio, son los hombres de la clase obrera los principales criminales. Según su visión, la violación no es solo una cuestión de poder (este es otro de los principios básicos del feminismo, que considera la violación desde la perspectiva de la víctima), pues los hombres de clase obrera tienen muy poco poder dentro de un sistema capitalista de explotación.

Es entonces cuando trae a colación la cuestión de la crisis sexual de los hombres de la clase obrera, que están híper-explotados, trabajan muchas horas, son bombardeados con imágenes sexuales y viven en condiciones que les impiden colmar sus deseos sexuales. Esto produce un terreno fértil, especialmente en una sociedad en la que las mujeres ya disfrutan de un menor poder social y material, para los casos de violencia sexual. La autora pretende destacar el elemento de frustración sexual por parte del criminal como parte de los motivos de la violación, junto al poder (de otra forma, afirma, es imposible analizar la cuestión de manera adecuada y plantear una respuesta estratégica). La inclusión de este factor también abre la puerta a discutir el tipo de sexo y de relaciones a las que aspiramos, como parte de aquello por lo que combatimos en la lucha de clases. El componente sexual de la violación, hasta cierto punto, ha sido confirmado en otros estudios, por ejemplo, en unas entrevistas a algunos violadores de Sudáfrica, se señalaba este componente sexual como una de las motivaciones de la violación, así como los sentimientos de ira.

Hasta cierto punto estamos de acuerdo con esta forma de enfocar la cuestión. Pensamos que la crisis sexual bajo el capitalismo es un aspecto importante que hay que tener en cuenta, especialmente en el contexto de las diferentes trayectorias de la sexualidad masculina y femenina a través de los distintos periodos históricos, modos de producción y relaciones sociales. Si no se tiene en cuenta esta prevalencia de las condiciones sociales, por ejemplo en Sudáfrica o los Estados Unidos, lugares donde se registran los índices más altos de violaciones en todo el mundo, no se puede enfocar el problema de manera adecuada. MJ traslada esta cuestión a Delhi[2].

Sin embargo, nos preocupan las implicaciones que tiene esta relación explícita entre los índices de violación y la “crisis sexual en el capitalismo”. Primero, porque se centra en las frustraciones sexuales de los hombres, como si su necesidad de sexo fuera mayor o más incontrolable que la de las mujeres, en lugar de centrarse en el hecho de que ellos tienen el poder (espacios sociales, pocas probabilidades de enfrentarse a las consecuencias, la fuerza y su estatus como hombre) para lograr los medios de satisfacer esa necesidad, medios que las mujeres no tienen, a pesar de estar igual de frustradas sexualmente, si no más. Nosotros lo llamaríamos más bien una crisis social que repercute en el sexo. Así se señalan más explícitamente las condiciones sociales que influyen en el tipo de sexo que tienen tanto los hombres como las mujeres (ocasional, alienado, carencia total, forzado, etc.).

Ha habido casos en la historia en los que se desató una especial violencia sexual hacia las mujeres. Uno de ellos fue a finales del siglo XV en Europa occidental, donde se produjo una contrarrevolución como respuesta a los altos salarios de los obreros y a sus condiciones de vida, así como a la drástica reducción de las diferencias salariales entre hombres y mujeres tras la Peste Negra, la cual había reducido drásticamente el número de obreros y aumentado por tanto su poder de negociación frente a los terratenientes. Las autoridades trataron de cooptar a los obreros más rebeldes ofreciéndoles sexo gratuito: institucionalizaron la prostitución abriendo burdeles municipales, y de hecho descriminalizaron la violación de las mujeres de las clases bajas. Las violaciones múltiples se convirtieron en algo normal, y se llevaban a cabo abierta y públicamente. Los historiadores han analizado esto como una forma de protesta de clase, mediante la cual los hombres proletarios se desprendían de su odio hacia los ricos y volvían “a lo suyo”. Todo esto en un contexto en el que había que posponer el matrimonio varios años por la situación económica (situación parecida a la de muchos hombres de clase obrera de Delhi). Algunas perturbaciones sociales fueron el pequeño precio que tuvieron que pagar las autoridades, que empujaron a los hombres proletarios contra las mujeres proletarias para atenuar las tensiones sociales y evitar insurrecciones[3]. Las tensiones sociales que existían a finales del feudalismo fueron explotadas por las autoridades, lo cual no era difícil dadas las brutales condiciones de la guerra y la descomposición de las viejas estructuras sociales.

De la misma forma, el Estado indio (como la mayoría de los Estados), “penaliza” la violación (por ejemplo, suprimiendo la impunidad de las instituciones como la policía y el ejército a la hora de cometer violaciones, o en lo que atañe al sistema judicial, moldeado según la ilusoria idea de la neutralidad), pero al mismo tiempo refuerza las relaciones sociales capitalistas y los privilegios masculinos en su seno como un instrumento necesario para la división y el dominio de clase. Nosotros a esto no lo llamaríamos “crisis sexual de los hombres de la clase obrera” (aunque la frustración sexual pueda ser una motivación), sino más bien una sociedad en la que la mayoría de la clase obrera vive bajo una enorme presión material, que influye en sus relaciones sexuales.

La migración a la ciudad, compartir piso, habitaciones pequeñas o abarrotadas, muchas horas de trabajo y unas normas de género represivas, todo ello crea unas condiciones que hacen difíciles las relaciones sexuales, tanto para el hombre como para la mujer. Pero ligar la frustración sexual con un aumento de las violaciones por parte de los hombres proletarios supone saltarse el paso previo: lo que hace que alguien cruce la línea de la violación. En concreto, esos hombres pueden aliviar su frustración sexual. Esto no significa que los hombres violen porque quieren dominar a las mujeres, sino que violan porque, además de otras razones señaladas por MJ (como la división social/sexual del trabajo, la dependencia económica de las mujeres respecto a los hombres en las familias, el anonimato urbano, la hostilidad y la alienación como resultado de la emigración y sí, también la falta de sexo), existe otro factor importante que es el entorno masculino colectivo (por ello entendemos, en su sentido de género, algo socialmente creado, no natural o inherente), que proporciona un espacio en el que tal comportamiento puede desenvolverse con relativa impunidad. Y esto porque se desenvuelve dentro de los límites de las normas del comportamiento masculino (los hombres se desenvuelven arrancando sexo o siendo violentos). El entorno urbano es un espacio donde se congregan amplios grupos de hombres y donde, especialmente en Delhi, los espacios públicos están dominados por hombres. Este ambiente de “hombres aglutinados” ofrece oportunidades para desplegar algunas de estas conductas “masculinas”. No pesamos que esto esté ante todo relacionado con el bombardeo de imágenes sexuales, como afirma MJ. Después de todo, en las zonas obreras de Delhi no existen esos grandes anuncios con mujeres semidesnudas. Y muchos obreros tampoco tienen televisión ni acceso a la pornografía en internet. Pensamos que, como en periodos históricos anteriores en los que los pueblos se convirtieron en ciudades, el espacio urbano en sí mismo ofrece más oportunidades para las relaciones sexuales, por el hecho de que en general hay más mujeres (no en sentido cuantitativo, pero sí que hay más que en las aldeas), así como por la existencia de estos espacios colectivos masculinos en los que el deseo se puede expresar y satisfacer con dinero más fácilmente.

Que los espacios urbanos ofrezcan más posibilidades de mantener relaciones sexuales es algo bueno, en principio. El problema viene cuando esta posibilidad no se materializa porque el hombre y la mujer no pueden ser amigos y socializarse y el sexo fuera del matrimonio es socialmente inaceptable, sobre todo para las mujeres. Pero relacionar la violación con esta crisis sexual puede ser desorientador, pues los hombres pueden aliviar esta crisis sexual de alguna forma, saliendo y pagando por sexo. Así pues, no es el elemento sexual (frustración) sobre el que hay que poner el acento en la violación (aunque pueda ser una motivación), sino el poder social (impuesto y reproducido estructuralmente) que la suscita. (Para nosotros la noción de poder, tal y como la presenta MJ, como poder del hombre sobre la mujer, es una noción limitada que hay que ampliar). Este poder social aún no ha sido combatido de manera adecuada por las mujeres, pues su papel en la producción capitalista las ha dejado en un cierto segundo plano, y carecen de formas organizativas amplias y colectivas.

CUESTIONES DE ESTRATEGIA Y QUÉ ES LA LUCHA DE CLASES

Aunque los hombres de la clase obrera están explotados por el capital, disfrutan de cierto poder sobre todas las mujeres en determinadas situaciones: en general, sobre sus mujeres e hijas, y sobre las mujeres de “clase media” cuando éstas se encuentran en situaciones más vulnerables, o expuestas. Pese a conocer las diferencias materiales que crean esta desigualdad de poder a favor de los hombres en los hogares de la clase obrera, y que hacen a las mujeres más vulnerables a la violencia, MJ apuesta por una reacción estratégica que, lejos de afrontar las relaciones personales con los hombres dentro del hogar, o con los obreros en general, es más de carácter “externo”, contra el capitalismo. Y para acabar efectivamente con el capitalismo se necesita una “unidad de clase” que no separe a las mujeres (obreras) de los hombres de la clase trabajadora. Sobre esto nos gustaría señalar un par de cosas.

Primero, como hemos dicho, los hombres proletarios ejercen y aceptan cierto poder sobre sus mujeres e hijas, poder que ha sido transferido por el capital y el Estado en forma de salarios o ciertas leyes. En la medida en que estas relaciones sociales no son ampliamente contestadas, los hombres tratan de mantener ese beneficio que obtienen gracias a una división desigual del trabajo (doméstico) y a los privilegios sociales, dentro de un sistema más amplio de explotación capitalista. Y segundo, pensamos que las divisiones materiales existentes en la clase obrera deben ser superadas en su seno y como parte de la lucha de clases, para poder plantear una amenaza revolucionaria al capitalismo como un todo. Aunque estamos de acuerdo en que el Estado y el capital emplean las divisiones de género y la separación de las distintas esferas para mantener dividida a la clase obrera, la respuesta no puede consistir en defender una “unidad de clase” que ignore las verdaderas diferencias materiales entre los hombres y las mujeres de la clase obrera. Estas incluyen: el mayor papel que tienen las mujeres obreras en el cuidado de los hijos y las labores domésticas, consideradas como una “carga” que requiere del salario del hombre como complemento; unos roles de género normalizados y patologizados que justifican el desempeño por parte de las mujeres de los trabajos menos cualificados y por tanto peor pagados; el hecho de que son “competidores” más baratos, dentro del mercado laboral, provocando la bajada del salario de los hombres, etc. Luchar contra esto es parte del combate contra la división social del trabajo que caracteriza el modo de producción capitalista como tal: división entre trabajo manual e intelectual, campo y ciudad, y por último, pero no menos importante, la división entre trabajo doméstico/privado y público/”productivo”.

Estas luchas obreras “internas” plantean una amenaza a la retórica de la “unidad de clase”, tal y como expone MJ, que viene de la tradición marxista-leninista que defiende tal concepto. Pero ocultando las verdaderas diferencias materiales que existen entre los distintos segmentos de la clase obrera, que el capital ha creado y continúa creando, no se fortalece a la clase obrera. De hecho, esto tiende a limitar el número de aquellos dispuestos a involucrarse en la lucha, pues la gente considerará que no va lograr nada participando en esa lucha particular. Con la proletarización, históricamente, han surgido conflictos internos similares, como el caso de los obreros de la casta más baja en la India o el de los obreros afroamericanos en los Estados Unidos. No todas sus luchas contra las castas o el racismo fueron luchas “identitarias”. Pensamos que debería haber un sitio dentro de la clase obrera y sus organizaciones para defender un “espacio de lucha dentro de la lucha de clase”, para desarrollar una crítica completa de clase y de género, y al mismo tiempo poder delimitar todas las posibles líneas de poder que van desde los espacios colectivos (femeninos) del proceso de producción inmediato al hogar. Dicho esto, las mujeres proletarias deben hacer frente a las jerarquías de género en la lucha, aquí y ahora.

CADA CLASE TIENE SU PROPIA CUESTIÓN DE LA MUJER

Siguiendo su noción marxista-leninista de la unidad de clase, en el trabajo de MJ subyace la idea de que “cada clase tiene su propia cuestión de la mujer” y de que no hay relación estructural entre las relaciones de género de las distintas clases (algo que ya dijo Clara Zetkin en 1896). De la misma forma que emplea este argumento para explicar que no puede haber alianzas interclasistas entre mujeres, basadas en una experiencia compartida (y de ahí que esté de más el movimiento feminista), también lo utiliza a la hora de explicar por qué cualquier lucha contra la opresión de la mujer debe ser liderada por las mujeres obreras, pues las de clase media, que lideran el feminismo oficial (principalmente) académico, nunca desmantelarán el capitalismo como fuente de toda opresión, dado que tienen intereses colectivos y materiales opuestos a los de la clase obrera. Estamos de acuerdo en que las mujeres obreras son la única fuerza capaz de llevar esto a cabo. Pero no por las mismas razones.

¿CÓMO SE DEFINE LA CLASE?

Lo primero que vamos a hacer es cuestionar la definición de clase de MJ. Ella define la “clase” como aquellos que tienen un interés colectivo en destruir el capitalismo, dado que producen más valor que el que les dan para sobrevivir. No distingue las diferentes capas que componen a la clase obrera, es decir, cuál es su situación, dentro del proceso social de producción, y qué implicaciones tiene esto en términos de divergencia de intereses, experiencias y necesidades. Pensamos que estas diferencias deben abordarse directamente como parte del proceso revolucionario a través del cual la clase obrera se reagrupa, más que mediante una “educación política” impuesta desde fuera que nos diga que, en última instancia, todos tenemos los mismos intereses.

Según MJ, las luchas internas de la clase obrera (como las luchas entre obreros y obreras) o el feminismo (que ella considera como un todo, y no compuesto por diferentes ramas) minan la lucha de clases porque tratan de dividirla en lugar de unificarla.  Estas “luchas separadas” son consideradas como un desvío de la política de liquidación del capitalismo. La idea de que mujeres de diferentes clases puedan compartir cierto grado de experiencias comunes (por ejemplo, si sufren una violación o violencia sexual) o una comunidad estructural y que esto pueda llevar a algún tipo de frente común de lucha (feminismo), complica el concepto de clase y colectividad de MJ y todo lo que implica el proceso revolucionario.

LA CLASE DETERMINA TUS INTERESES

En sus intentos por apartar la lucha feminista de la lucha de clases, MJ afirma que las mujeres de clase media están excesivamente preocupadas el “comportamiento sexista” y por las cuestiones “personales/individuales”, mientras que las mujeres de la clase obrera están más preocupadas por las cuestiones relativas a los salarios, condiciones de trabajo, precios de los alimentos, etc. Esto es históricamente erróneo. Durante las luchas de los años 60 y 70, en Europa occidental y EEUU, las mujeres proletarias plantearon cuestiones relativas a la vivienda, el alquiler, los precios de los alimentos, la cuestión de la salud (también sexual y reproductiva). Durante estas luchas, muchas de las cuestiones que parecía que pertenecían al “ámbito privado” se transformaron en cuestiones políticas colectivas. ¿Cómo se comporta nuestro marido o camarada en casa o en la cama? ¿Cómo nos consideramos a nosotras mismas, nuestra sexualidad? ¿Qué tipo de jerarquías de género existen en la lucha y sus organizaciones políticas? ¿Quiénes hablan en ellas y cómo? El descubrimiento de que las jerarquías de género no eran cuestiones privadas llevó a análisis “científicos” de la historia de las relaciones de género en el capitalismo y en los periodos pre-capitalistas. Hasta entonces esto eran lagunas en la lucha de clases y el movimiento comunista, y la lucha contra estas jerarquías y lagunas hay que llevarla a cabo para adquirir una posición comunista. Mientras el “feminismo pequeño burgués” tiende a apartar las cuestiones de género de la lucha proletaria colectiva de la que surgen, pensamos que la postura de MJ corre el peligro de hacer lo contrario: meter bajo la alfombra el potencial conflictivo y la embarazosa politización de las jerarquías de género en el seno de la clase obrera y de las organizaciones obreras, y dejar éstas al margen de la lucha, poniendo el acento en otras cuestiones aparentemente más “clasistas” (empleo, consumo reproductivo), de las cuales a su vez emergen.

En resumen, esta distinción entre lo que es y no es “clasista” sólo se puede asumir si se considera a la clase principalmente como a aquellos que reciben sólo el valor de los costes para su reproducción, más que considerarla partiendo de la posición que ocupa en el proceso social de producción. Aquí surge la cuestión de cómo definir a las mujeres obreras. ¿El concepto incluye, como piensa MJ, a las amas de casa que dependen del salario y la voluntad de sus maridos? Así se obvia su dependencia del salario masculino y por consiguiente las distintas posiciones que tienen cada uno dentro del proceso de producción social. Asumir que sus intereses son automáticamente comunes es asumir un cuadro bastante idílico de sus lazos familiares/matrimoniales. ¿Esta noción de la clase obrera incluye a las trabajadoras a domicilio que tienen sus propios ingresos pero carecen prácticamente de relaciones sociales colectivas? ¿O a aquellas asalariadas que trabajan fuera de casa, que pueden así sentirse como parte de una clase, pero que siguen recibiendo menos del salario “normal” y luego tienen que hacer más trabajo doméstico que sus “maridos de clase”?

Si esta especie de divisiones internas arriba bosquejadas no se superan como parte de la lucha de clases, entonces la “unidad formal” como tal siempre va a requerir de una fuerza externa que mantenga a la clase unida, lo que en última instancia implica un aparato estatal que desarrolla intereses separados de la clase que dice representar. La revolución, entonces, se concibe así como un proceso en el que mediante la conquista del poder Estatal, se distribuye equitativamente el producto social. Para nosotros, más bien, la precondición de ese “poder liquidador” del  Estado y el capital es un proceso revolucionario que se deshaga de las jerarquías en las que se basa la división del trabajo dentro de la clase, durante la propia lucha. La revolución comunista debe desarrollar alternativas a la reproducción basada en el núcleo familiar, como una parte más de la organización de la lucha.

Una de las razones de que las luchas feministas predominantes hayan sido lideradas por un pequeño número de mujeres de clase media, sobre todo académicas, podría ser que es ahora cuando está aumentando el número de mujeres que pensamos que pueden considerarse a sí mismas como sujetos pertenecientes a la clase obrera (esto es, asalariadas capaces de construir una colectividad clasista al margen del aislamiento del hogar) hasta el punto de abrir espacios sociales, facilitando la tarea de hablar y organizarse masivamente. Pero no se trata de un problema de cantidad (obviamente hay más asalariadas que académicas, incluso en India). Más bien podría tratarse de que las mujeres de clase media que entran antes al mercado laboral, aun desde posturas pequeño-burguesas, tienen más capacidad para mostrar descontento por la opresión de género (obviamente partiendo de unos ingresos más altos y a menudo aceptando el privilegio social que ello conlleva).

En todo caso, no creemos que sea productivo silenciar a las mujeres de clase media, aunque admitimos que no nos gusta que nadie escuche a aquellos que, dentro del sector de las ONG, no paran de hablar de “empoderar a las mujeres pobres con microcréditos” y cosas por el estilo. Además no todas las feministas de clase media defienden necesariamente posturas de clase media, algunas plantean cuestiones importantes acerca de la comunidad estructural de las relaciones de género dentro de las distintas clases, que tienen importantes implicaciones de cara a nuestra comprensión y actividad política. ¿En base a qué podemos hablar de comunidad estructural?

EL TRABAJO DOMÉSTICO Y LA RELACIÓN ESTRUCTURAL ENTRE LAS RELACIONES DE GÉNERO DE DISTINTAS CLASES

La cuestión del trabajo doméstico surgió a raíz del debate por el crimen del 16 de diciembre, en un intento del grupo “Radical Notes” de señalar la relación estructural que existe entre las mujeres obreras y las de clase media, y de combatir la idea de MJ de que cada clase tiene su propia cuestión de la mujer. Ellos decían que como todas las mujeres se ven obligadas a hacer labores domésticas, o al menos se espera de ellas que las hagan, esto supone una base material para la experiencia común y una posible lucha de todas las mujeres. Sin embargo, MJ ponía en ciertos aprietos a esta perspectiva, señalando la distinta naturaleza que tiene el trabajo doméstico para las mujeres de las distintas clases, para distintas fases del capitalismo y para distintos modos de producción. Explicó, con razón, que el trabajo doméstico no es igual para la mujer de clase media, que puede pagar a alguien para que lo haga, que para la mujer obrera, que tiene esa “doble carga” de trabajo. Estas diferencias de clase obviamente están ahí, especialmente en India, donde la diferencia de niveles de ingreso es tan vasta, y donde es corriente que las mujeres de clase media paguen a las mujeres obreras para que trabajen en sus casas. En este sentido, el trabajo doméstico lo llevan a cabo en general las mujeres obreras, para ellas y sus familias, así como para la clase media, bien se trate de trabajo no remunerado o pagado con un magro salario, y esto proporciona la base material para la perpetuación de las condiciones de su sometimiento, y refleja la mala posición que ocupan dentro del mercado de trabajo.

Pero las mujeres de clase media también sufren violaciones y violencia sexual a manos de sus amigos y maridos. MJ explica esto con el argumento de que la victimización de las mujeres obreras se proyecta hacia las mujeres de clase media. Pero esto no nos convence, pues pensamos que se debe más bien a la existencia de una comunidad estructural interclasista de relaciones de género cuyos orígenes habría que buscar en: la división de género entre las esferas productivas y reproductivas, presente en todas las clases; las instituciones de género y el particular rol de las mujeres como trabajadoras en el capitalismo.

INSTITUCIONES DE GÉNERO

El surgimiento del capitalismo fue un desarrollo contradictorio: si por un lado socavó las instituciones patriarcales previas (feudales), al mismo tiempo, mientras se desarrollaba la idea del sujeto burgués, universalizó ampliamente los roles de género interclasistas. El Estado de bienestar y el sistema de salud generalizaron hasta cierto punto tanto las normas reproductivas como una “visión científica de la biología social de la mujer”. Y emergieron ciertas instituciones en las que, a pesar de las diferencias de clase, convergen los hombres tanto de las clases altas como de las bajas. (Y si existe una dinámica que tiende a proyectar la victimización de las mujeres obreras en las de clase media, entonces también existe otra dinámica similar que relaciona la masculinidad de los obreros con la de los hombres de clase media). Estas instituciones se convierten en escuelas de masculinidad, como los ejércitos, la economía colonial, el sistema carcelario, las organizaciones religiosas, algunas industrias, etc. Estas instituciones funcionan como un colchón durante las épocas de contracción del mercado de trabajo: los hombres de la clase obrera emigran, se alistan al ejército, logran ayuda material entrando en organizaciones religiosas interclasistas, etc.; los obreros entran en ellas (se ven obligados a ello) y se juntan con hombres de otras clases en una esfera jerárquica masculina separada, que disciplina a los hombres de la clase obrera, conserva las estructuras jerárquicas y les enseña a disciplinar a “sus mujeres”. La conciencia sexista de la clase obrera, pues, no pude considerarse como mera “falsa conciencia”, como un resto de otra época, o como “válvula de escape”, sus fundamentos deben ser atajados materialmente. Estas instituciones capitalistas, dirigidas principalmente por hombres, han ido impulsando el conflicto ligado al reparto desigual del trabajo (doméstico) y de poder en el seno de la clase obrera, sobre todo en lo que respecta al acceso al mercado de trabajo. Irán es buen ejemplo de una fuerza estatal/religiosa capaz de poner en retirada el trabajo femenino; se basa parcialmente en “instituciones masculinas”, que defienden mediante una ideología conservadora el derecho de los hombres de la clase obrera a entrar en un mercado de trabajo que se encoge progresivamente. Pero también podemos ver que hoy en día se necesita un Estado policial para reproducir esta separación; quizá las “mujeres” sean las primeras en romper la armadura de este Estado policial. Después de todo, la ideología sexista de la clase dominante no parece tan desconectada de la situación de la clase obrera como ocurría en tiempos feudales, donde estas instituciones “civiles” no se habían desarrollado hasta este punto.

Estas instituciones, a menudo patrocinadas por el Estado, también son una vía a través de la cual las diferencias de género se reproducen constantemente a pesar de que el capitalismo socave las razones biológicas que venían determinando la división del trabajo entre hombres y mujeres (por ejemplo, mediante la automatización, que reduce la importancia de la fuerza física e iguala a la mujer y al hombre en el mercado laboral). Las instituciones masculinas, como el ejército o el sistema carcelario, algunos sectores del movimiento obrero organizado y los movimientos de izquierda, por ejemplo, perpetúan estas jerarquías y privilegios de clase y género, así que una parte esencial de la lucha de clases consiste en atacar a estas instituciones, incluida, importantísimo, la familia. En este caso, pensamos que es ingenuo por parte de MJ pensar que esto no implicará algún tipo de desafío “directo” al poder de los hombres proletarios por parte de las mujeres proletarias, en ciertos momentos.

HUYENDO DE LA COCINA, EL HOGAR Y LA FAMILIA

La cuestión de saber dónde residen las bases materiales de la opresión de la mujer es crucial. Ya hemos mencionado que una de las perspectivas que se introdujeron en el debate es que la situación de sumisión de la mujer se debe principalmente a su papel como trabajadoras domésticas o reproductivas no asalariadas. MJ discute dos de las estrategias que se han empleado hasta ahora como respuesta a este tradicional encierro de las mujeres en el hogar: 1) la campaña por “remunerar el trabajo doméstico” en los años 70, con la que ella es muy crítica por considerarla una reivindicación poco realista y que consolida el papel de la mujer en el hogar (cosa en la que estamos de acuerdo); y 2) la entrada masiva de las mujeres en el mercado de trabajo, que suministra las bases materiales para echar abajo el sexismo y las jerarquías de género. Aunque esto es cierto, nosotros añadiríamos que no basta por sí solo, pues aunque la participación entre hombres y mujeres en el mercado de trabajo se ha equilibrado en algunos países de Europa, sin embargo los índices de violencia sexual contra las mujeres siguen siendo altos. Esto se debe a que, bajo el capitalismo, las mujeres son siempre el ejército de reserva de mano de obra, pues son ellas las que dan a luz y por eso siempre serán menos atractivas para los empresarios, al suponer real o potencialmente un coste social al capital. Y si no son asalariadas, serán una carga para el salario de los maridos, provocando resentimiento, y si lo son, las verán como competidoras que amenazan los sueldos de los obreros (o de los hombres de clase media, si hablamos de las mujeres de clase media). Así, para nosotros, se explican mejor cuales son las bases materiales de la violencia sexual contra las mujeres en cada clase.

Aunque la abolición del sistema capitalista es el objetivo al que obviamente canalizamos nuestra energía, la cuestión de saber cuál es la mejor forma de hacerlo adquiere cada vez más urgencia. MJ cree que el pleno empleo es una precondición y una reivindicación para la igualdad de la mujer. Pero esto es imposible en las condiciones actuales. En la crisis, las mujeres son despedidas y vuelven al hogar o a peores trabajos, lo cual no mejora necesariamente sus condiciones de vida. Así que, ¿qué otras estrategias hay? Las experiencias de las mujeres como asalariadas y amas de casa deben ser compartidas y difundidas entre la clase obrera y sus organizaciones; deben generalizarse más luchas fuera de las fábricas, hacia otros centros de trabajo y hacia los hogares; las actuales formas “obreras” de organización deben ser estimuladas y renovar su organización para que se acoplen a las necesidades de las mujeres, como obreras y primeras cuidadoras; las actuales estructuras organizativas formales, como los sindicatos, que separan a los distintos trabajadores, necesitan ser superadas; las mujeres deben conquistar una situación que les permita tener más tiempo libre para poner en común sus luchas; hay que organizar formas autónomas colectivas para cuidar a los niños; hay que socializar otras tareas reproductivas y cuestionar la separación entre trabajo/hogar y público/privado; hay que superar el sexismo de los hombres de la clase obrera y la izquierda revolucionaria. Esto no es una proclama voluntarista, lo que hacemos es plantear algunas sugerencias y preguntas que sin duda alguna surgirán mientras continúe la agitación social de la presente fase.

En fin, terminamos con una última pregunta: ¿cómo concebimos un modo de producción post-capitalista que no reproduzca la división del trabajo basada en el género y el propio género como concepto en sí, dado que las mujeres son las que tienen hijos? Si la “productividad social” capitalista es la base material que permite no solo concebir la noción de “género”, sino también superar la división social del trabajo en la que se basa el propio género, ¿cómo se pueden criticar al mismo tiempo los medios que aportan lo esencial para ello, desde la leche en polvo hasta la cesárea, desde la píldora hasta las “tecnologías que ahorran trabajo” y cuya producción al mismo tiempo nos esclaviza y destruye nuestro entorno? ¿Dónde están las presentes semillas para una sociedad alternativa? Estas son las preguntas que nos asaltan ahora. Os pedimos por favor que nos hagáis llegar vuestra opinión para poder seguir debatiendo y quizá escribir otro artículo. Con suerte, continuará…


[1] Mayo de 2013,  y octubre de 2013.

[2] Sin embargo, las violaciones registradas en 2013 no son muchas (1.330 en una población de 17.5 millones). . No pensamos que los datos avalen la tesis de que Delhi es más peligrosa para las mujeres que otras grandes metrópolis en rápido crecimiento.

[3] Federici, S., El calibán y la bruja, pág.47-48.