8 de marzo (III). Huyendo de las zarpas del tripalium, organicemos la huelga feminista de las trabajadoras

Tras pasarnos meses sumergidos en interminables debates con nuestras amigas, compañeras de clase y compañeras militantes, y habernos enredado en una constante lucha interna política, ha llegado la hora para añadir contenidos racionales y ordenar políticamente las intuiciones e ideas que hemos ido desarrollando en reflexiones informales. En la últimas dos entradas hemos tenido la ocasión de presentar nuestro posicionamiento político y de dar algunas pinceladas sobre el sujeto político a organizar. Esta vez, en cambio, es el momento para reflexionar sobre la huelga como herramienta que utilizan diversos sectores para desarrollar o llevar a cabo una lucha. ¿Qué debemos entender como huelga? ¿Quiénes hacen huelga? ¿Para qué hay que emplear la huelga? ¿De qué manera la ha conceptualizado la ciencia proletaria? ¿Y el movimiento feminista hegemónico? Mediante esta entrada, trataremos de contestar a éstas y otras preguntas. Para ello, organizaremos los argumentos de los que nos serviremos en esta entrada de esta forma: primero, presentaremos una breve cronología de la Huelga Feminista, con el objetivo de situar en el tiempo este fenómeno creado y desarrollado en los últimos años. Junto con esto, hablaremos de algunas oportunidades positivas que ha creado la Huelga Feminista, y expondremos algunas limitaciones del planteamiento político propuestos para este día. Mientras tanto, trataremos de exprimir la potencialidad de la Huelga Feminista, es decir, intentaremos explicar cómo debería de ser la Huelga Feminista a fin de que refuerce la capacidad de organización de los trabajadores.

Los inicios de la Huelga Feminista se sitúan cuando la ONU designó el año 1975 como el Año Internacional de la Mujer. Ya que, influidas por este suceso, cinco delegadas de una de las organizaciones feministas de Islandia crearon un Comité, con la intención de organizar eventos novedosos dirigidos a mujeres. Un movimiento de mujeres más radical, Red Stockings (Medias Rojas), propuso la idea de organizar una huelga de mujeres, con la intención de que esto posibilitaría visibilizar el papel fundamental de las mujeres en la sociedad, y hacer ver a la sociedad la diferencia de sueldos y el trabajo de las mujeres dentro y fuera del hogar. Sin embargo, el Comité decidió cambiar la palabra huelga por “día libre” porque sería más fácil de aceptar por las masas, y argumentando que había mayor posibilidad de que las empresarias despidiesen a las mujeres por la huelga que por un día libre. Tras semanas organizando este día, el 24 de octubre de 1975 el 90% de las mujeres islandesas renunciaron al trabajo asalariado, a las tareas del hogar y al cuidado de sus hijos e hijas. La sensación positiva que se generó este día propició que cinco años más tarde Vigdis Finnbogadottir fuese elegida Presidenta de Islandia. Finnbogadottir se convirtió en la primera mujer electa democráticamente en la organización política mundial burguesa. En cualquier caso, esto no supuso el fin de las diferencias, y desde entonces las mujeres trabajadoras han dejado cinco veces su empleo antes de terminar su jornada para visibilizar que no se ha alcanzado la igualdad salarial.

Además, coordinada por la Campaña Internacional por un Salario para el Trabajo en el Hogar en EEUU y por la plataforma International Women Count Network en Irlanda, el año 2000 se organizó la Huelga Mundial de las Mujeres bajo el lema “paremos el mundo para cambiarlo”. El nacimiento de la campaña Wages for Housework (Salario para el Trabajo Doméstico) fue esclarecedor, puesto que está muy ligada a la reconceptualización feminista de la huelga que se expone en las siguientes líneas. Fueron las feministas autonomistas italianas Silvia Federici, Mariarosa Dalla Costa, Selma James y Leopoldia Fortunatti quienes, en 1972, impulsaron esta campaña, cuyo objetivo era replantear los análisis marxistas sobre el trabajo reproductivo. Según estas autoras, el trabajo doméstico realizado por las mujeres, y en general todos los trabajos de cuidados, que no son remunerados y se realizan fuera del mercado, son fundamentales para que se pueda explotar la fuerza de trabajo en el mercado. En la medida que en esta sociedad se considera natural que las mujeres nos dediquemos al trabajo doméstico no remunerado y los trabajos de cuidados, defendían que conseguir retribución económica para estos trabajos sería una buena herramienta de subversión. Por consiguiente, propusieron mover el foco del análisis y de la lucha, a nivel teórico y político, del trabajo productivo al trabajo reproductivo. Por desgracia, aunque nos parece interesante analizar las teorizaciones sobre el trabajo reproductivo, se aleja del objetivo de este escrito. En cualquier caso, estos fueron algunos de los objetivos asignados a la campaña a favor del Salario para el Trabajo en el Hogar del año 2000: remuneración de cualquier trabajo de cuidados, en forma de salario u otras formas; igualdad salarial entre hombres y mujeres a nivel mundial; abolición de la deuda económica del Tercer Mundo…

En 2001 se organizó la Segunda Huelga Mundial de las Mujeres, y muchos países organizaron eventos a favor de ella: Francia, España, EEUU, Bolivia, Brasil… quince años más tarde, en 2016 aumentaron las revueltas de mujeres. En Polonia, por ejemplo, el 3 de octubre se realizó una denuncia masiva contra la ley que criminalizaba el aborto, y se consiguió que el Parlamento detuviese el proyecto. En Argentina, por otro lado, Ni Una Menos y otros movimientos feministas llamaron a un paro de una hora el 19 de octubre inducidas por siete feminicidios que tuvieron lugar en una misma semana. Unos meses más tarde, el 21 de enero de 2017, se celebró la Women’s March (Marcha de Mujeres) en Washington, para apoyar los derechos en los sectores de la salud y la educación y los derechos de las mujeres y el colectivo LGTB. También se organizaron otras manifestaciones paralelas contra la elección de Donald Trump.

Este alborotado panorama político mundial impulsó que varias activistas feministas de distintos países se juntasen y creasen un pequeño grupo para organizar el primer Paro Internacional de Mujeres. El Paro celebrado el ocho de marzo bajo el lema “Nosotras* paramos” tuvo un gran eco en más de cincuenta países, en el estado Español entre otros. Allí, el día tomó forma de denuncia contra todos los tipos de violencia contra las mujeres, y así el 2018 fue el año que posibilitó el reforzamiento político y social del movimiento feminista. Todas nos alegramos cuando nuestras madres, abuelas, tías… se quitaron los delantales y salieron a la calle; cuando las chicas de nuestros grupos de amigas se emocionaron y alzaron contra el machismo de la sociedad en la que viven.

Para que la fuerza de las mujeres demostrada estos últimos años no se quede en nada, el Movimiento Feminista hegemónico ha puesto todos sus esfuerzos en que este año también compartamos la cita del 8 de marzo. Si el año pasado las mujeres* hicimos paros en centros de trabajo y escuelas (también en cuanto al consumo y los trabajos de cuidados), este año han decidido ir un paso más allá: convocar huelga en todos los aspectos de la vida. Sitúan la huelga en cinco ejes: pensionistas, estudiantes, cuidados, empleo y consumo. Más allá de los detalles, se percibe un claro cambio de planteamiento en la conceptualización de la huelga feminista, apostando por ampliar el ámbito político de la lucha, en cuya base se encuentra la reconceptualización teórica del trabajo. La Huelga Feminista pretende problematizar la comprensión del trabajo conectado al mercado, tal y como está en extendida en la sociedad burguesa, y define el trabajo de la siguiente manera: “todas las actividades necesarias para generar bienestar y riqueza son trabajo, sean remuneradas o no”. Esto significa que las tareas domésticas y los cuidados también deben considerarse trabajos; a saber, que son productivos y deben ser reconocidos políticamente. Esta reconceptualización del trabajo implica no situar la lucha solamente en el ámbito del trabajo asalariado, y así, el Movimiento Feminista hegemónico sitúa la Huelga Feminista en todos los ámbitos de la vida. De esta manera, defienden que, cuestionando el carácter androcéntrico de la huelga, lo de este año es un intento de crear una nueva herramienta política que se adapte a la realidad de las mujeres. Esta teorización de la Huelga Feminista, pues, rebasa la comprensión tradicional del concepto de la huelga, no la limitan a dejar el trabajo asalariado: sitúan la huelga en la reproducción, la sexualidad, el modelo de consumo, la manera de construir la familia… en efecto, en la totalidad de la vida.

Como en la base de la reconceptualización de la Huelga se encuentra un intento de teorización del trabajo, el análisis de éste será nuestro punto de partida. En los últimos años, varias ramas del feminismo han difundido la comprensión burguesa del trabajo: la economía feminista, el feminismo operario, el feminismo materialista, el ecofeminsimo… Aunque hayan hecho interesantes aportaciones, nos encontramos ante definiciones contradictorias del trabajo, puesto que no superan el concepto del mismo legitimado por la ideología burguesa, dando así explicaciones inexactas. En lo que atañe a la definición concreta que tenemos entre manos, se nos ocurren varias preguntas: ¿el bienestar y la riqueza de quién genera el trabajo? ¿Las vidas de quiénes son las que permite llevar adelante? ¿Asegura el bienestar de los oprimidos pero genera riqueza para los opresores? Si es así, ¿tenemos que tener a ambos en cuenta? Por otro lado, ¿podemos hablar del bienestar de las desposeídas dentro del marco capitalista?

Así, se nos presenta la acepción burguesa del trabajo: en el sistema capitalista, trabajo es cualquier labor directa o indirecta que hacemos nosotras que crea bienestar y riqueza para el enemigo y que éste utiliza para llevar adelante su vida incluidas las labores para nuestra reproducción y nuestro aparente bienestar. En cualquier caso, no creemos que sea casualidad que en la definición del trabajo dada por el Movimiento Feminista posmoderno no se haya concretado quién y para quién se realizan esas labores denominadas trabajo. En el desarrollo de esta definición nos encontramos el mismo procedimiento de la ciencia burguesa: tomar las creencias extendidas en la sociedad y construir argumentos sobre ellas. Este tipo de tareas pseudo-científicas adjudica a la inmediatez de los sucesos un valor científico elemental. Al contrario, para poder construir la ciencia proletaria es necesario plantear una tarea epistémica muy distinta a la recién expuesta. Para poder pasar de la apariencia de los sucesos a su esencia, es fundamental, por un lado, percatarse del condicionamiento histórico de los sucesos, y por otro lado, dejar de lado el punto de vista que presenta los sucesos como actos sin mediación alguna. La labor de la ciencia proletaria es retirar el revestimiento que impide comprender y superar la realidad capitalista.

Tras estas pinceladas sobre la ciencia proletaria, trataremos ahora de explicar el porqué de la inexactitud y ambigüedad de la categoría trabajo. En la sociedad burguesa, la definición del trabajo tiene una connotación positiva y otra negativa. En la medida en que el trabajo engloba actividades muy diversas, no implica ninguna abstracción racional, puesto que el concepto de trabajo denomina de forma arbitraria unas labores como trabajo y otras no. ¿Dónde está, pues, la línea roja de esta clasificación arbitraria? ¿En qué contexto histórico surgió este concepto abstracto y general de la actividad económica y social? En varias culturas, la raíz de la palabra trabajo se utilizaba para designar personas inmaduras, dependientes de otras. En la creación del concepto trabajo no hay abstracción neutral, sino social: el trabajo es la labor de los que han perdido la libertad. Es indiferente cuál es la labor exacta, cuidar niños o cocinar, el contenido de la abstracción del concepto trabajo es la esencia de la esclavitud. Es decir, el trabajo no hacía referencia a una tarea humana general, y tampoco a una determinación positiva. Es más, en latín, el trabajo significaba tristeza, desgracia o pesar moral; pesar de los que penden de una carga (laborare). Una carga invisible pero absolutamente insoportable; invisible, pues es la dependencia vital hacia otro. Palabras romanas como trabajo y “travail” se derivan de la palabra latina tripalium, que nombraba un tipo de yugo utilizado para castigar y torturar a esclavos. Por lo tanto, ni siquiera en su creación etimológica, la palabra trabajo no se refiere a tareas humanas autónomas. El trabajo es la labor de quienes han perdido su libertad y capacidad de decisión.

Fue el Cristianismo el que convirtió en positiva la abstracción negativa del trabajo, manteniendo la idea de la tristeza y del pesar, además. El Cristianismo alabó el sufrimiento, alabando cualquier tarea dolorosa en pos de una meta positiva más allá de la vida. Asimismo, fue el protestantismo quien colocó el binomio trabajo-dolor en el centro de la vida: la tarea moral del ser humano consistía en mostrar a Dios cuán trabajador era. Más tarde, fue en la Edad Moderna cuando tomó cuerpo la imposición abstracta del trabajo, dándose simultáneamente la generalización del trabajo y su cosificación, mediante el sistema de producción de mercancías: la dependencia social se ha convertido en el grupo abstracto de las relaciones del sistema, y así se ha expandido a la totalidad. No obstante, al estar esto tan normalizado, es casi imperceptible. Toda la clase obrera obedece al Dios invisible del capitalismo, a la forma generalizada del tripalium.

Tras años de educación impuesta, al ser humano moderno le es imposible imaginar su vida más allá del trabajo. Al ser un axioma del que no se puede dudar, el trabajo ha sometido todos los aspectos del ser social, todas las expresiones de nuestro día a día responden a la dictadura del trabajo. Nos sentimos tan perdidas fuera del trabajo que reproducimos muchas de sus características al salir de éste, por ejemplo cambiamos el reloj que controla nuestro tiempo en el puesto de trabajo por el cronómetro que mide nuestra “rentabilidad” cuando hacemos footing. Al pensar nuestra vida según el tiempo libre que creemos que se nos concede, estamos aceptando la coerción de dos maneras: por un lado, aceptando la existencia de tiempo no-libre, y por otro lado, que durante la jornada de trabajo nos encontramos fuera de nuestro ser, es tiempo en el que no estamos viviendo.

La dictadura del trabajo también se muestra en lenguaje diario, cuando somos cómplices del excesivo uso de la palabra “trabajo” y cuando le asignamos definiciones contradictorias. Ha pasado mucho tiempo desde que dejamos de utilizar la palabra “trabajo” solamente para designar a la labor capitalista impuesta, la utilizamos como sinónimo de labores dirigidas a conseguir cualquier objetivo, como si hubiese borrado todas sus huellas. La inexactitud conceptual de trabajo prepara el terreno de juego para realizar un movimiento engañoso, y así, el Movimiento Feminista posmoderno expande la acepción positiva del trabajo a toda la sociedad. En esta sociedad donde el trabajo es Dios, se propaga la crispación porque le hemos dado una definición demasiado estrecha: como sólo consideramos trabajo las tareas asalariadas, no tenemos en cuenta el resto de tareas y las personas que las llevan a cabo. De esta manera, dicho movimiento se levanta a favor de la valorización positiva del trabajo, pensando que esto hará que desaparezca la clasificación de los distintos tipos de trabajos. Planteamientos de este tipo no tienen como objetivo terminar con la dictadura del trabajo, sino la adaptación semántica del trabajo. En otras palabras, expanden la idea de que los sectores más oprimidos deben conseguir un trabajo organizado en la esfera productiva para liberarse de su subordinación, como si el trabajo trajese consigo nuestra autonomía. Ante los que quieren eternizar la dictadura del trabajo y difundir el tripalium a todas las tareas humanas, es decir, ante planteamientos que buscan convertir la Huelga Feminista en una huelga a favor del trabajo, nosotras demandamos la abolición del trabajo, desarrollando una forma organizativa revolucionaria que posibilite esta abolición. En última instancia, pretendemos liberar a la clase trabajadora de todos los dispositivos del poder que refuerzan nuestras cadenas.

Como hemos mencionado anteriormente, la reconceptualización del trabajo propuesta por el Movimiento Feminista trae consigo ampliar el campo de batalla: extienden la lucha del trabajo asalariado a todos los aspectos de la vida. En este caso también hacemos nuestras algunas de sus aportaciones, pero debemos subrayar la necesidad de obtener un conocimiento concreto y correcto del funcionamiento general de la realidad social. Así, en las próximas líneas trataremos de situar nuestra función política en la necesidad de confrontar el poder del enemigo; para ello, abordaremos la huelga como táctica articulada por la clase trabajadora. Esto será un modesto intento, dejando claro que todavía tenemos mucho que aprender.

La base de la dominación de la burguesía sobre el proletariado es económica, pero son varias las modalidades de opresiones que se derivan del sometimiento económico. Esto significa que la clase trabajadora es vitalmente dependiente de su enemigo, puesto que no tenemos poder material ni libertad política para sobrevivir sin reforzar el poder del enemigo; al fin y al cabo, estamos obligadas a poner nuestra capacidad para trabajar al servicio de la burguesía, lo cual crea sus posesiones y propiedades. En este sentido, en el sistema capitalista, el fundamento del poder de la burguesía es la producción, realización y acumulación de la plusvalía. En el metabolismo social capitalista, la producción de la plusvalía se da en el proceso de producción, siendo la producción el proceso de generar plusvalía, lo cual sólo sucede en el puesto de trabajo.

En cualquier caso, no todas las tareas que realizamos en el puesto de trabajo son productivas, sólo las dirigidas a la acumulación en forma de excedente (plustrabajo). Sin embargo, la particularidad del trabajo realizado en el puesto de trabajo es que posibilita el incremento de la esfera del valor, y así, adquiere poder de mando en una escala mayor. Esto es debido a que en el puesto de trabajo consume una mercancía especial, la fuerza de trabajo, cuya singularidad consiste en crear riqueza material, porque su valor de uso es mayor que su valor de cambio. Así, mediante la forma compleja del dinero, la burguesía articula su poder sobre todo el proceso de trabajo, convirtiéndose su poder en poder político al conseguir poder de mando sobre los procesos humanos. Del mismo modo, la forma esencial de acumulación de la sociedad es la acumulación de unidades de poder, el hacinamiento sin fin de unidades de poder.

Por lo tanto, queda claro que la producción capitalista, es decir, la producción de plusvalía, es la esencia de la formación social, lo que regula y condiciona constantemente la esfera reproductiva. La reproducción no es, en ningún caso, la fuente ni la substancia del poder burgués: la reproducción capitalista es la precondición indispensable de la producción. Esto no significa que la esfera reproductiva no es importante, al contrario, implica que no puede haber producción sin reproducción. En consecuencia, nos parece positivo el intento de conceptualización de la huelga en el ámbito de la reproducción capitalista. Es más, en la medida en que a la mujer trabajadora se le ha impuesto la responsabilidad de la reproducción de la familia y sus allegados, nos alegra ver que la socialización de todo esto y la posibilidad de que las mujeres hagan huelga se sitúe en el centro.

Aun así, tal y como lo hemos explicado, es muy importante comprender la dinámica del poder burgués, puesto que es opuesta a la construcción del poder del proletariado. Dicho de otro modo, debemos analizar las formas concretas que toma la dinámica general del poder de la burguesía, y tenemos que articular modelos organizativos que neutralicen esas formas. En este sentido, encontramos varias carencias en la conceptualización de la Huelga Feminista. Por un lado, al incorporar en la huelga la esfera de la reproducción además de la esfera de la producción, es notoria la reducción de la potencialidad de atacar el fundamento del poder burgués (la acumulación de plusvalía). Además, al ser solamente dirigida a mujeres*, la clase trabajadora pierde capacidad política para detener la producción.

Porque, ¿cómo logrará el movimiento feminista el objetivo asignado a la huelga, parar el sistema, sin que participe toda la clase trabajadora? Es más, nos parece naïf pedir a los jefes varones que cierren el local y lo conviertan en espacio de cuidados comunitarios. O al plantear el parar la producción como paro de todas las mujeres*. ¿Es ser mujer lo que convierte a las empresarias en nuestras aliadas? ¿Debemos empezar a acordar las características de la herramienta de lucha con quien se aprovecha de nuestra condición de oprimidas? Por otro lado, con un planteamiento de este tipo, ¿no serán las altos cargos de las empresas e instituciones capitalistas las únicas mujeres que podrán realmente llevar a cabo este paro? ¿Qué capacidad de hacer huelga tendrá una mujer migrante contratada en negro? ¿O las que cuidan de los hijos e hijas de las que hacen huelga? ¿O las limpiadoras subcontratadas por la UPV? Aquí no sirve preparar todo los días anteriores para poder tomar las calles el próximo día, así no se articula ningún paro en el proceso de producción. ¿O es que las mujeres que, aun queriendo sumarse a la huelga, no pueden deben conformarse con colgar sus delantales en el balcón?

Llegadas a este punto, nos encontramos con la duda de a quién pretende dirigirse el Movimiento Feminista hegemónico. Según nuestro parecer, la huelga debe ser una táctica para la lucha de clases, para luchar contra a la burguesía y los fundamentos de su poder. Para ello, es primordial que la esencia de la huelga sea un paro GENERALIZADO y unificado de la producción, para actuar sobre la correlación de fuerzas mediante el ataque al enemigo, luego es imprescindible actuar con unidad de clase entre quienes participamos en la producción. Esto trae consigo elevar de facto el tensionamiento entre las relaciones de fuerza, dejando de lado el matiz festivo que hoy por hoy desprende la Huelga Feminista. Es más, al ser la huelga una táctica para confrontar al enemigo directamente, debemos tener presente que para las trabajadoras esto incrementa el coste político, personal y represivo, y en consecuencia, que la articulación de relaciones revolucionarias basadas en los cuidados serán un pilar para nosotras. Sólo llevaremos a cabo la unidad de clase si nos protegemos entre nosotras y tejemos redes de confianza y solidaridad incondicional, y sólo mediante la unidad de clase podremos responder ante la ofensiva que organice el enemigo. Por consiguiente, ante propuestas que plantean la huelga de cuidados, nosotras respondemos en defensa del cuidado, puesto que éste es la realización de las relaciones revolucionarias.

Hemos partido de la reconceptualización del trabajo del Movimiento Feminista posmoderno, puesto que al ampliar el ámbito de lucha, la Huela Feminista es la herramienta a utilizar para actuar en ese marco político. Tomando la Huelga Feminista por herramienta, ahora nos referiremos a los objetivos que ésta implica. Ciertamente, no hay una relación externa entre medios y objetivos, pues son dos momentos categoriales de la praxis implicados mediante su conexión interna. Es decir, la efectividad de los medios trae necesariamente la de los objetivos. A saber, las carencias identificadas en la conceptualización teórica de la Huelga Feminista influyen directamente en los objetivos que implica esta herramienta. Se encuentran carencias no sólo en la propia Huelga Feminista, también en los objetivos que implica. Como han manifestado este año, han hecho un especial esfuerzo en exponer sus reivindicaciones de la manera más concreta posible, para poder interpelar a las instituciones y a la sociedad. Las exigencias del Movimiento Feminista hegemónico se enumeran en tres bloques que recogen 28 reclamos. Mientras que estamos de acuerdo en tratar de concretizar al máximo posible los objetivos tácticos a conseguir mediante el día de lucha, no son pocas las preocupaciones que nos han abordado al leer las exigencias.

Aunque apuntemos que las demandas exigidas son muy generales, está claro que estamos de acuerdo con muchas de ellas: la desaparición de la figura de empleada del hogar interna, el reconocimiento político y social de los trabajos imprescindibles para la sostenibilidad de la vida, en contra de los tratados transnacionales de libre comercio, en contra de los proyectos destructores que destrozan la tierra… En consecuencia, nuestras preocupaciones no se derivan de un desacuerdo, sino de las maneras concretas de situar estas demandas: qué sentido se le da, cómo se miden sus contribuciones, cuál es la relación entre ellas, cómo se pretenden conseguir… Además de no definir claramente los pasos tácticos para conseguir las exigencias enumeradas, su planteamiento nos sugiere que la Huela Feminista del 8 de marzo se convierte en objetivo. Así, en vez de priorizar organización de las trabajadoras para el ordenamiento efectivo de las condiciones creadas por la lucha feminista, se busca visibilizar el trabajo que realizamos y la opresión que sufrimos las mujeres de clase obrera. Por consiguiente, tras poner sobre la mesa muchísima fuerza, el mayor logro son las fotos de calles llenas de mujeres. Es por ello que vivimos con preocupación estos planteamientos que se escudan en una radicalidad discursiva, que incluyen todo y nada al mismo tiempo.

Asimismo, si analizamos muchos de los objetivos a alcanzar, dudamos si no traerían el deterioro de las condiciones de vida de las mujeres de clase trabajadora. En efecto, al defender que los trabajos de cuidados deberían recaer en las instituciones públicas, sitúan al estado como un ente neutro sin relación con la dominación capitalista. Igualmente, si las instituciones públicas hiciesen suyas las labores de cuidados, ¿a quién contratarían para llevarlas a cabo? ¿Qué garantías tenemos de que las que fuesen contratadas no serían las mujeres más proletarizadas?

Nosotras, en cambio, las mujeres oprimidas, trabajadoras, tenemos claro que apostaremos por organizar la solidaridad de clase real mientras que el objetivo final sea proteger y liberar a las más vulnerables. En estos tiempos en los que es notoria la tendencia a institucionalizar el feminismo, donde se habla de un nuevo pacto social con instituciones capitalistas que no superará las relaciones de explotación, tenemos claro que nuestro deber es proveer de teoría y práctica revolucionaria a la mujer trabajadora. Nos reafirmamos en la necesidad de las mujeres trabajadoras de alinearse con el feminismo proletario, el realmente revolucionario, el cual se articula a favor del sujeto real a liberar: la clase trabajadora.

Por todo esto, como declaramos en la primera entrada para este 8 de marzo, hacemos un llamamiento a toda la clase trabajadora de Euskal Herria a actuar con independencia de clase y a favor de los intereses de las mujeres trabajadoras en esta huelga feminista. Con el peligro de que las fotos de calles llenas de mujeres del 9 de marzo ensombrezcan el estado de la mujer trabajadora, es vital que las que compartimos y defendemos los intereses de las desposeídas ocupemos la primera línea. Debemos ocupar la primera línea para evitar que la mujer trabajadora se mueva bajo banderas posmodernas, debemos ocupar la primera línea para debatir sobre el planteamiento de la huelga feminista de este año, y también para poner sobre la mesa todos los elementos con los que debería contar una huelga de trabajadoras. Tenemos claro, aun así, que la batalla real no se celebrará sólo este 8 de marzo, sino en la organización de una lucha de décadas, en la cual es imprescindible que lo demos todo para reforzar la capacidad política de las trabajadoras.

Por la emancipación de la mujer trabajadora… ¡viva la lucha de la clase obrera!

¡Nos veremos en la calle!