Espontaneidad obrera, asociacionismo de clase y partido revolucionario, hoy

Le Prolétaire nº 320 y 321, octubre 1980.

El inmediatismo de todos los tiempos se ha embriagado con la «espontaneidad obrera», la cual representaría una genuina expresión de la actividad de las masas y bastaría, por sí misma, para mantener al movimiento proletario, incluso inmediato, en los justos carriles clasistas. Pero hay espontaneidad y espontaneidad. La actividad «espontánea» de las masas está condicionada por la interacción de factores económicos, sociales, políticos e históricos que determinan su corriente, así como la geología y la geografía física prefijan el curso de las aguas. Las expresiones de la «espontaneidad obrera», entendida como su actividad inmediata, es­tán históricamente condicionadas por la interrelación de factores cambiantes que tienden, de manera creciente, a determinar cada vez más férreamente su cauce.

Parábola histórica de la organización sindical

El nacimiento del sindicalismo en Inglaterra, en la prime­ra mitad del siglo XIX, no puede dejar de sorprender al observa­dor contemporáneo por su vivacidad, su impulso, su «fluidez», por sus desarrollos y retrocesos fulgurantes. La «permeabilidad» social al asociacionismo tiene aquí su máximo índice de «esponta­neidad», pero también su máxima inestabilidad.

El monopolio comercial de Inglaterra, la consecutiva formación de una aristocracia obrera y el cambio de política de la burguesía empujó al sindicalismo por la vía del corporativismo y de la colaboración de clase en detrimento de las amplias masas obreras. El surgimiento del «nuevo sindicalismo», hacia 1890, a partir pura y simplemente de la necesidad absoluta de los trabajadores de defenderse, fue preparado por múltiples agitaciones del movimiento socialista durante ocho años, hasta tal punto que los trabajadores, sin ser socia­listas, solo querían a los socialistas por jefes.

Desde entonces, está dada la prueba histórica de que la «geología» general de la sociedad burguesa moderna exige cada vez más la acción de vanguardias políticas revolucionarias para asen­tar la existencia del sindicalismo de lucha de clase.

En Francia, la feroz represión de la Comuna empujó «espon­táneamente» al sindicalismo en la vía del corporativismo, y fue necesaria la vigorosa acción del movimiento socialista con Jules Guesde para arrancarlo de ese sendero. El naciente sindicalismo revolucionarlo animado por Fernand Pelloutier, y las Bourses du Travail, ayudaron a hacer del sindicalismo francés, a comienzos de siglo, el centro de una intensísima vida de clase.

Esta verdad se verifica también en Alemania, donde los sindicatos, desde su nacimiento, fueron un producto directo del par­tido socialdemócrata, quien «ha cuidado su crecimiento, dado sus dirigentes y militantes más activos» y «su superioridad respecto a todos los sindicatos burgueses», e impedido que desciendan «al nivel de un empirismo chato e indeciso», según las palabras de Rosa Luxemburgo de 1906. Otro tanto puede decirse de los sindi­catos en Italia y España, ligados orgánicamente a socialistas y anarquistas.

Nada más lógico. El sindicato se sitúa en el terreno de los intereses inmediatos, en ese mismo terreno que, a la vez que suscita la necesidad de la coalición para superar la competencia que los obreros se hacen entre sí, tiende a oponerlos unos a otros: por empresa, por categoría, por naciones; y estas divisio­nes, provocadas «espontáneamente» por la sociedad burguesa, son atizadas a su vez por la política de la clase dominante. Sólo una lucha tenaz y vigorosa sostenida por las vanguardias revoluciona­rias dentro –y no necesariamente a la cabeza– de las organizacio­nes inmediatas, en defensa no solo de los objetivos sino también de los métodos clasistas, que son los únicos que definen como proletario al asociacionismo obrero, puede impedir que este último, contra todas las influencias contingentes, caiga en las trampas que le tiende el enemigo y que hacen hincapié en los intere­ses de categoría que, bajo una forma u otra, constituyen el caldo de cultivo de la Realpolitik, de la capitulación abierta o tácita ante el Orden establecido.

En una época en que el oportunismo reformista no se había vuelto aún el social-imperialismo de hoy, alineación abierta de sectores decisivos del movimiento político socialista en el flanco de la burguesía, Lenin ya podía escribir que «el desarrollo espontáneo del movimiento obrero lleva justamente a subordinarlo a la ideología burguesa (…). Por eso, nuestra tarea es la de (…) des­viar al movimiento obrero de esta tendencia espontánea que tiene el tradeunionismo a refugiarse bajo el ala de la burguesía» (¿Qué hacer?).

La primera guerra representó un giro histórico de primera magnitud para la organización sindical en particular, y para el a asociacionismo obrero en general. Si en la época a la que se refe­ría Engels, el corporativismo de los sindicatos ingleses era la expresión de una situación «excepcional» que resultaba del monopolio comercial de Inglaterra y de una política lúcida de la clase dominante, y si dichas tendencias pudieron ser bien contrarresta­das en el continente gracias a la obra decidida de vanguardias políticas revolucionarias, con la primera guerra mundial –es decir, con la eclosión de los fenómenos más agudos de la época imperia­lista– el oportunismo obrero, vuelto ya social-imperialismo y social-pacifismo, arrastró al asociacionismo obrero hacia la órbita del Estado burgués, sometiéndolo de manera creciente a las exigencias cada vez más totalitarias del capitalismo monopolista y de la colaboración de clases.

Dando un salto de más de medio siglo, es fácil constatar hoy día que la «geología» que condiciona poderosamente la acción inmediata de las masas en su conjunto está conformada, no solo por la acción general de la socialdemocracia y del estalinismo (o de sus herederos), sino también por una densa red que, en un marco establecido por la clase dominante, liga estrechamente las or­ganizaciones obreras profesionales y políticas a todo el aparato y a la política capitalistas, marco que, en el terreno sindical, va desde la «acción en la empresa” hasta la política de «negociación», am­bas institucionalizadas.

No es casualidad, por cierto, que tanto la democracia como el fascismo hayan estatizado los «servicios sociales» de ju­bilación, enfermedad, paro, etc., que eran previamente un potente factor de la estabilización organizativa autónoma de las organizaciones sindicales. En un cierto sentido, esta estabilidad (que anteriormente les venía no tanto de esos «servicios sociales» como de su aptitud para la lucha y, por consiguiente y de manera cre­ciente, de las vanguardias políticas que se situaban en un terre­no de lucha de clase) le es concedida hoy por la política general del Estado capitalista y de sus agentes en las filas obreras.

Premisas del asociacionismo obrero

Sería insuficiente afirmar, pues, que lo que distingue a los reformistas, artesanos del sindicalismo democrático, de los militantes del asociacionismo de lucha de clase son los objetivos inmediatos y los métodos de lucha, bien que los objetivos y los métodos diferencien, cada vez más, a unos de otros.

Si las condiciones objetivas de todo asociacionismo obrero de defensa económica están dadas por los antagonismos sociales inherentes a las leyes materiales del modo de producción capitalista, las premisas subjetivas elementales del renacimiento del asocia­cionismo de clase residen en la posibilidad de que, sobre la ma­rea de vigorosos impulsos clasistas que emanen del subsuelo so­cial en plena ebullición, las vanguardias de la clase estén impulsadas a organizarse (y a organizar a su vez a la gran masa del proletariado) fuera y contra el control de la burguesía y del oportunismo.

Sin embargo, esta condición no es suficiente para asegurar que las asociaciones, una vez surgidas, no se sometan a la tendencia «espontánea» de las luchas -y por consiguiente también de las organizaciones económicas- a refugiarse bajo las alas de esa misma burguesía y de ese mismo Estado contra los cuales habían emprendido la lucha. La condición indispensable para que eso no ocurra y para que el asociacionismo obrero conserve su carácter y su orientación de clase, es la presencia de una vanguardia política que, en el terreno inmediato, encamine su acción según orientaciones bien definidas, que no son necesariamente de partido, bien que el partido las propague y las defienda, y bien que sólo en el partido comunista esos principios alcancen su ex­presión completa, coherente y estable, volviéndose –precisamente por eso– el instrumento indispensable de la consolidación y el potenciamiento del carácter clasista y de la independencia de los organismos económicos de defensa obrera.

Nos referimos a vanguardias que, al comprender la exigencia fundamental de impedir –o por lo menos atenuar– la competencia que los obreros se hacen entre sí, tiendan a generalizar las organizaciones inmediatas de defen­sa y a solidarizarse entre sí; a vanguardias que sepan que el asociacionismo y sus luchas, que representan el primer paso –incompleto, por cierto, pero esencial– para superar esa competencia, son una necesidad para elevarse, incluso moralmente, contra las condiciones económicas y sociales que el Capital impone al prole­tariado, contra el derecho que la burguesía tiene de explotarlo a su merced; a vanguardias que consideren que la defensa de sus or­ganizaciones es aún más necesaria que las mismas conquistas inme­diatas, por ser instrumentos de la unificación de la clase obrera en su lucha contra el Capital; a vanguardias que tiendan a reagrupar a todos los desorganizados y, en modo particular, a los más explotados y desguarnecidos, con la convicción de que, muy lejos de circunscribirse a limites estrechos y egoístas de categoría , su objetivo apunta a la emancipación de todos los proletarios; a vanguardias que no exageren los resultados coyunturales de las luchas inmediatas cuyas formas deben oponerlas neta y declaradamen­te a la burguesía, y que sepan que éstas combaten los efectos y no las causas del modo de producción capitalista, y que, por si mismas, sólo pueden ser paliativos a esta explotación, pero no pueden extirpar el mal, más aún, que son impotentes contra las grandes causas que determinan las condiciones de vida y de trabajo de las masas obreras; a vanguardias que, precisamente a través de estas luchas, demuestren que son insuficientes para su emancipación del capitalismo y que, sin renunciar jamás a batirse en el terreno limitado y cotidiano de la «resistencia al Capital», vean la necesidad de forjar en él y más allá de él las armas de su superación en una batalla general política que tenga por objetivo el de derrocamiento de la burguesía.

Un sindicalismo exclusivamente basado en un catálogo de reivindicaciones y métodos establecidos sería incapaz de resistir, afirmarse y desarrollarse en la guerra de guerrillas que enfrenta el Trabajo al Capital. Las huelgas por objetivos reivindicativos generales constituyen momentos privilegiados de la acción sindical, pero el asociacionismo obrero no puede limitarse a ellos, so pena de desaparecer con ellos; más aún, la mis­ma razón de ser del asociacionismo consiste en asegurar la conti­nuidad del movimiento y se construye con un trabajo de organiza­ción a partir de los intereses económicos inmediatos, incluso mínimos y hasta ultramínimos, que oponen los obreros al Capital.

La organización sindical, como la política, no es la mera expresión mecánica de las luchas inmediatas: es su expresión me­diata, la expresión de la actividad de minorías de la clase. Son esas minorías –mucho más vastas, por cierto, que la del Partido– las que aseguran la continuidad del movimiento en el espacio y en el tiempo; son ellas las que mantienen la continuidad de la propaganda, de la organización, de la agitación y de la movilización sindical del proletariado, tanto en los pequeños hechos contingentes de cada día como en las grandes luchas que arrastran consigo a las más amplias y profundas masas de la clase.

La perspectiva del partido

Nosotros nunca hemos considerado tal tendencia co­mo irreversible. En un marco histórico de fuerzas cada vez más férreo, al igual que Trotsky, nosotros reconocemos en el partido revolucionario marxista la única fuerza histórica capaz de trans­formar radicalmente la «geología» actual de la sociedad burguesa y provocar un trastrocamiento general y estable susceptible de lo­grar una inversión de tendencia del curso de la «espontaneidad» inmediata de la clase, incluso en el terreno sindical:

«Si a la ofensiva capitalista le hace frente un partido comunista fuerte, si se arranca al proletariado de la táctica sindicalista [democrática], si se lo arranca de la influencia de la política rusa actual [es decir, de los partidos estalinistas, Ndr.], en el momento X o en el país Y pueden volver a surgir los sindicatos clasistas ex novo o de la conquista –quizá a palos– de los actuales. Esto no puede ser excluido históricamente«[1].

Esta perspectiva histórica supone una visión dialéctica del problema, porque la extensión y reforzamiento del partido exige el renacimiento y la continuidad a una escala no desdeñable de la lucha de masas, y su participación en ésta. Además, el renacimiento de organizaciones sindicales de clase no será la condición previa, sino el resultado de trastrocamientos profundos y generalizados en todo el cuerpo social, ya que «esos sindicatos se formarían en una situación de auge o de con­quista del poder«[2]. Esta perspectiva no excluye «que el rena­cimiento de organizaciones de clase no políticas con amplios efectivos ocurra antes o después de que los efectivos del partido ha­yan aumentado considerablemente«[3], pero supone tanto la par­ticipación activa de propaganda, agitación, organización y movilización como el peso creciente en su seno –es decir, la extensión de la influencia, que no es siempre medible por el control direc­to que ejerce sobre el movimiento– de la vanguardia política que se sitúa decididamente en el terreno clasista.

En todo caso, y dado que la presencia de «un gran movimiento de asociaciones con contenido económico que abarque una parte imponente del proletariado» es un factor sine qua non de la pers­pectiva revolucionaria, de la cual es inseparable la presencia de «un fuerte partido de clase, revolucionario, […] al cual el de­sarrollo de la lucha haya permitido contraponer válida y extensa­mente su influencia en el movimiento sindical a la de la clase y del poder burgués«[4], es un objetivo general del partido «la formación de una agrupación autónoma de clase del proletariado, que nadie puede predecir hoy si ocurrirá con el resurgimiento del sindicato clasista o de otros organismos de masa; si en una fase de reanudación de la lucha de clase o en la del asalto para la conquista revolucionaria del poder«[5].

Así, el partido comunista no sólo es un producto, sino también un factor de la historia, un factor no sólo decisivo para la lucha política revolucionaria, sino que también es y tiende a ser cada vez más determinante para que el asociacionismo obrero se mantenga en el camino de la lucha de clase.

***

El desfase entre las actuales condiciones objetivas que ven agudizarse los antagonismos de clase y la débil respuesta proletaria, ha sido ahondado por la ausencia de una vanguardia proba­da en la cual las masas puedan reconocer una firme voluntad de lucha. Para combatir con decisión y continuidad, las masas necesitan sentir que tienen a su cabeza una dirección férrea que haya ganado su confianza: este factor es también un elemento determi­nante de la «espontaneidad».

En este sentido, la situación actual difiere radicalmente de la de la primera posguerra, cuando para tratar de enfrentar la ofensiva burguesa el joven Partido Comunista de Italia lanzó la consigna del «frente único sindical»[6]. Y esto en dos planos diferentes.

Ante todo, difiere por la existencia entonces y la inexistencia hoy de organizaciones de clase (sindicatos, Cámaras del Trabajo) que constituían centros naturales de organización y movilización del proletariado. Pues hablar de dichas organizaciones equivalía a hablar no solo de los grupos comunistas actuantes en su seno, sino también de militantes ligados a la socialdemocracia y al sindicalismo revolucionario que no habían abandonado el terreno de la acción de clase; precisamente por eso, las Tesis de Roma hablan de la necesidad de «distinguir siempre entre los je­fes y las masas», no solo de los sindicatos, sino también de esos partidos, y de «reincorporar al terreno revolucionario» a mu­chos trabajadores que militaban en sus filas.

La «espontaneidad» obrera inmediata encontraba allí su marco organizativo directo, que las cúpulas burocráticas ligadas a la colaboración de clases trataban de desviar o desnaturalizar en provecho de la conservación social. Pero hoy día dicho marco organizativo está enteramente ligado a la clase enemiga y vaciado de todo contenido clasista, y hasta faltan esas minorías politizadas, a las cuales el PC de Italia lanzó el llamamiento ulterior a la huelga de agosto de 1922 convocada por la Alianza del Trabajo, que aun estando orientadas por prin­cipios erróneos desde el punto de vista de la lucha por la eman­cipación proletaria, estaban animadas, sin embargo, de un sano odio contra la acción saboteadora de las cúpulas sindicales y todavía se alistaban enérgicamente en el terreno de la acción de cla­se.

Desde este punto de vista, la situación de hoy día es desoladora. La trayectoria de los grupos de la «extrema izquierda», trotskista y espontaneísta (por no hablar del maoísmo que trans­porta las peores tradiciones del estalinismo) , que han dominado la «escena» del último decenio, les ha llevado a terminar jugando el papel de simple «oposición leal» a la política del sindicalismo democrático y, por tanto, a despilfarrar en una política capituladora (pues no está orientada a trastocar de raíz las alineaciones políticas y sociales) toda una generación de jóvenes pro­letarios animados de odio contra las jerarquías oficiales.

En segundo lugar, la situación actual difiere de la de la primera posguerra en la existencia entonces y en la inexistencia hoy a escala general de un fuerte partido revolucionario capaz de plantear su candidatura a la dirección de la lucha proletaria[7] o de constituir un factor activo de esta misma lucha, ya que la presencia de un partido comunista bien implantado entre las masas, aguerrido en la acción y firme en los principios es un fac­tor de primer orden en la movilización del proletariado en el te­rreno de la acción directa, debido al arrastre que puede ejercer sobre los militantes obreros no ganados aún a los principios del comunismo, por la presión que de este modo puede ejercer eventualmente sobre las direcciones oficiales oscilantes o capituladoras, y por la fuerza de atracción que las vanguardias forjadas y probadas tienen sobre las capas más profundas y extensas de las masas.

En 1974-75, en momentos del desencadenamiento de la crisis internacional, que no podía dejar de plantear el problema de la ofensiva burguesa, nuestro partido volvió a recoger la perspectiva del «frente proletario de lucha». En un artículo de enero de 1975, escribíamos: «Planteamos la perspectiva del frente único como no realizable inmediatamente en cuanto faltan las fuerzas que puedan realizarlo y, en particular, un partido revolucionario bien im­plantado en la clase proletaria –la cual, por otra parte, no posee los instrumentos de su defensa inmediata–, y nos prefijamos el doble objetivo de construir y reforzar el partido ‘en contacto con la clase obrera’ y de ayudar activamente en todas las situaciones en las cuales se planteen la lucha y la organización de los obre­ros en cuanto tales»[8] .

En abril de ese mismo año, volvíamos so­bre el tema: «Se trata de una perspectiva a la que debemos consagramos […] porque si hoy las brechas para nuestra acción se per­filan más que en el pasado, su ampliación depende incluso y sobre todo de nuestra actividad más específica en el campo de las lu­chas inmediatas, tendente a constituir, a partir de la base, es decir, de las luchas más aisladas y por los motivos aparentemente más irrisorios, un frente de reagrupamiento de los trabajadores, que podrá desarrollarse dentro y fuera de los sindicatos, en de­fensa de las condiciones de trabajo, de vida y de lucha. En esta actividad, el partido obra en función de una perspectiva dialéctica: crear, en la defensa, los presupuestos de la ofensiva, es de­cir, de una reanudación a gran escala del movimiento de clase y, precisamente para esto, en lo vivo de las luchas y con la acción de los militantes, formar los cuadros del partido de clase […]”.

En la fase actual, la perspectiva de una crisis recesiva larga y profunda con sus inevitables reflejos en el campo de las fuerzas sociales, plantea la posibilidad no voluntarista, no dictada por exageraciones de evaluación objetivas y subjetivas, del reagrupamiento de núcleos proletarios en torno a reivindicaciones de base como las que sostenemos en nuestras intervenciones, y que se van llenando con un contenido práctico y articulado. Y en ella entrevemos la posibilidad real, no ficticia, del nacimiento de organismos espontáneos que, dentro o fuera del sindicato, expresen la exigencia de los proletarios, de todos los proletarios, frente a la agudización de la crisis y a la defensa de sus propias condiciones de vida y de trabajo.”

En este terreno, continuábamos diciendo, sería inadmisible establecer ‘discriminaciones’ políticas; por el contrario, consideramos indispensable que todos los que comparten por lo menos el punto esencial de la contraposición frontal contra el oportunismo trabajen en base a un acuerdo lo más amplio posible, subordinando la amplitud del frente al único elemento de la voluntad real de lucha por objetivos precisos […]”.

Llamamos a la lucha al proletariado, antes bien, a crear las condiciones de la lucha, en defensa de las condiciones de vida y de trabajo; llamamos a que se encarguen con nosotros de esta defensa a todos aquellos que, a pesar de tener diferentes y divergentes orientaciones y afiliaciones políticas, sienten la necesidad de contrarrestar frontalmente al oportunismo.”

Sabiendo que, “como mucho, en una situación de agravación de sus condiciones de existencia, el proletariado toma conciencia de la necesidad de luchar por la defensa de sus intereses inmediatos, y tiende, pero solamente tiende, a unirse”, “planteamos hoy como ayer la cuestión fundamental de la red de asociaciones económicas del proletariado, que deben ser reconstruidas en el curso de un proceso de desarrollo de las luchas sociales dialécticamente ligado al de la influencia cada vez más vasta del partido entre los trabajadores[9].

Este frente, pues, no excluía a priori las articulaciones sindicales de otras corrientes políticas. Pero no es ningún secreto el hecho de que la curva de las fuerzas que componen la “extrema izquierda” actual las ha alejado, y no acercado, del terreno de la lucha frontal contra las cúpulas y las burocracias sindicales. Más aún, tales organizaciones no han sido un factor “neutro”, sino negativo desde el punto de vista que nos ocupa. Esta realidad de hecho no vuelve imposible la perspectiva, que es siempre actual, del frente proletario de lucha, sino que hoy por hoy vuelve más difícil –pero no imposible localmente– su cristalización y, dialécticamente, la estabilidad y extensión de un embrión de asociacionismo obrero capaz de enfrentar a las fuerzas abiertas o enmascaradas del enemigo.

Esto tampoco significa excluir la aparición futura de otras minorías políticas significativas dispuestas a situarse enérgicamente en este terreno. Pero, a la manera de Lenin, podemos y debemos afirmar, también en este campo, que “no existe partido político que pueda, sin caer en el espíritu de aventura, regular su conducta en base a explosiones o complicaciones hipotéticas. Debemos continuar nuestro camino, cumplir sin desesperar nuestra labor sistemática, y cuanto menos contemos con lo inesperado, más posibilidades tendremos de no ser cogidos jamás por sorpresa por los ‘giros históricos’”[10].

Sin duda, la formación de un frente proletario de lucha, y con mayor razón aún, del asociacionismo obrero de carácter econó­mico, será el fruto de la confluencia de los impulsos «espontáne­os» de las masas obreras con la acción consciente de minorías de vanguardia. Pero el partido –y éste es el punto central de la cuestión– deberá jugar, en relación a estas últimas, un papel pri­mordial de maduración, potenciamiento y cristalización, en el curso de un proceso que no será corto ni fácil, dadas las devastaciones causadas por las dos olas sucesivas de degeneración oportunista.


[1] Bollettino per la preparazione del II congresso del Partito Comumista Internazionalista, 1951.

[2] Ibíd.

[3] Ibíd.

[4] Partido revolucionario y acción económica, 1951.

[5] Bollettino…, op. cit.

[6] Este llamamiento tenía, entonces, un triple objetivo: la convergencia de fuerzas proletarias en un frente de lucha contra la ofensiva bur­guesa; la creación de las condiciones de la unidad de las organizaciones de clase del proletariado italiano; y, dialécticamente ligado a ambas metas, la extensión de la influencia del partido y, por tanto, de la disciplina revolucionaria unitaria de la clase.

[7] Sin embargo, allí donde localmente nuestros grupos comunistas están bien implantados, han logrado cristalizar a menudo una voluntad de lu­cha que, en su ausencia, se hubiera volatilizado.

[8] Fronte unito proletario e organizzazoni tradizionali, oggi, en Il Programma Comunista nº 1, enero 1975.

[9] Basi oggettive e delimitazione programatica del fronte unito proletario, en Il Programma Comunista, n°6 y 7, marzo y abril de 1975 respectivamente.

[10] Lenin, «Par où commencer ?». Oeuvres Complètes, V, p.20.