El contenido y la perspectiva del movimiento proletario

La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esa práctica.”

Marx, Tesis sobre Feuerbach.

Lo que vamos a investigar en parte en este libro es si un conflicto entre fuerzas vivientes, tal y como se forma y se resuelve en la guerra, puede quedar sometido a reglas generales, y si éstas pueden darnos un método útil para obrar; pero está claro, desde luego, que ésta, como cualquier otra cuestión que supere nuestra capacidad intelectual, puede ofrecérsenos más clara, vista a través de un espíritu investigador que la haya examinado en sus íntimas dependencias; esto basta para que se realice la idea de una teoría.”

Clausewitz, De la Guerra.

 

De la experiencia práctica a las fórmulas teóricas

El “arte” de la lucha de clases, como actividad humana y “conflicto entre fuerzas vivientes” cuya práctica es susceptible de desarrollarse y perfeccionarse socialmente a través de la experiencia y su transmisión o enseñanza, no difiere mucho del arte de la guerra, el dibujo, la música, el baile, el ajedrez o cocinar unos buenos huevos fritos con patatas. Ya se trate de jugar al futbol o de organizar una huelga, toda actividad cuenta con unas reglas prácticas generales, cuyo valor está comprobado por la experiencia y que por tanto pasan de una generación a otra. Estas normas o principios, aunque no garantizan completamente el éxito (pues factores externos pueden llegar a tener influencia decisiva), al menos nos mantienen por la vía que nos permite alcanzarlo.

Por tanto, si en el curso de la lucha de clases contra la burguesía el proletariado respeta unos determinados principios clasistas, si se ciñe a unas reglas propias de combate, el conjunto del movimiento proletario se fortalecerá, desarrollará su unidad y superará la competencia y la división, o al menos estará en las mejores condiciones para ello. En cambio, si se los salta por cualquier motivo, aunque esto le pueda servir para alcanzar una victoria contingente a corto plazo, a la larga el movimiento obrero y sus intereses generales se verán perjudicados. Al guiarse por sus principios de clase, el movimiento conserva su carácter obrero, su contenido proletario.

Por su parte, estos principios o reglas generales a las que debe ceñirse en la medida de lo posible el proletariado en su práctica de lucha no han salido de la mollera de ningún ideólogo, sino que son el resultado de toda una experiencia histórica, las lecciones extraídas por el movimiento obrero a lo largo de décadas de combate.

Forma y contenido

Para nosotros, entonces, la lucha de clases es cuestión de contenido y no de forma. ¿Qué quiere decir esto? Pues que más allá de las formas y manifestaciones que adopte la lucha, lo determinante es el contenido del movimiento, su carácter de clase, que está estrechamente relacionado con los principios clasistas y su puesta en práctica. En resumen, no todas las luchas llevadas a cabo por trabajadores permanecen en un terreno de enfrentamiento de clase, ni todas las que se adoptan una forma organizativa asamblearia, ni siquiera todas las que se circunscriben al marco del trabajo y la empresa. La forma asamblearia puede ser adoptada por todo tipo de movimientos y clases; y los trabajadores pueden organizar una huelga con reivindicaciones meramente corporativistas que más que unir al conjunto de la clase, tiendan a acentuar su división. Es más, si tenemos en cuenta que la burguesía hace todo lo posible por sacar partido a estas divisiones que segmentan a la clase obrera (segregada por generaciones, sexo, raza, nación, ideología, profesión, categoría, etc.) y el estado de postración en el que se encuentra hoy ésta, desligada de toda su pasada tradición de lucha y organización, es lógico y comprensible que la competencia a la que se ven sometidos los asalariados derive en la política del sálvese quien pueda, en la falta de solidaridad y en última instancia en choques mutuos, que avivados por la burguesía de todas las naciones pueden llegar a desarrollarse hasta adquirir la forma de guerra mundial, de una masacre entre trabajadores de distintas naciones como las de 1914 y 1939.

Para permanecer en una vía clasista de oposición al programa y los intereses de la burguesía y hacer frente a la competencia que nos divide, pues, hasta la lucha reivindicativa por la defensa del salario y las necesidades vitales del proletariado debe conservar unos principios propios, unos métodos, reivindicaciones y consignas particulares: en definitiva, un contenido de clase, que es el que permite a su vez que el movimiento proletario se desarrolle y se fortalezca hasta adquirir un cierto grado de independencia y autonomía en relación a las fuerzas de la izquierda del capital. Y es que este contenido o estos principios no sólo reflejan lo que se podría llamar un sentido común de clase, sino que como ya hemos dicho constituyen esencialmente verdades prácticas de cara a la lucha, condiciones necesarias para la victoria en el propio y limitado terreno de la defensa las condiciones de vida y de trabajo. En definitiva, la verdad de estos principios está demostrada en el combate, en la propia práctica de lucha.

Forma organizativa

En lo que respecta a la organización proletaria para la defensa de las condiciones de vida, más allá de la estructura concreta que adopte (asamblea, comité, sindicato, etc.), deberá ser un organismo abierto a la participación de todos los asalariados dispuestos a iniciarse en el combate por la defensa de los intereses del Trabajo, al margen de su posicionamiento político; un organismo basado en el mecanismo de la acción directa de todos los implicados y en la elección para tareas prácticas concretas de delegados y comisiones con mandatos determinados y revocables en todo momento. Esto es lo que constituye un organismo proletario vivo, a diferencia de los “poderosos” sindicatos nacionales presentes hoy en todos los países, que no son más que armazones burocráticos asociados al Estado de los patrones. Ahora bien, más allá de las formas mediante las cuales este organismo despliegue su actividad, para romper realmente con el colaboracionismo que despliegan todas las fuerzas políticas y sindicales ligadas a la burguesía y conservar un carácter independiente sin salirse de la vía que marca la defensa de los intereses propios del conjunto de la clase, es decir, para ser realmente una organización de clase, deberá respetar unos determinados criterios clasistas en sus consignas y reivindicaciones, en sus métodos y su orientación general.

Contenido: orientación, métodos, reivindicaciones y consignas

En primer lugar, la lucha proletaria ha de estar dirigida a la defensa de los intereses del conjunto de la clase, es decir, ante todo de los sectores a los que la competencia que domina el mercado capitalista deja en peor situación: inmigrantes, parados, eventuales, etc. Esto se traduce en toda una serie de consignas y reivindicaciones que el movimiento debe tener siempre muy presentes: el aumento lineal (y no porcentual) en lo que respecta a la defensa de los salarios, aumento del salario mínimo, salario garantizado a los parados, el paso de los eventuales, temporales y subcontratados a la plantilla como trabajadores fijos, combate a cualquier discriminación por razones de sexo, raza, nacionalidad, tipo de contrato, etc. (igual salario a igual trabajo). Esta defensa de las capas más desprotegidas de la clase obrera no es un capricho, sino, como se ha comentado, una condición necesaria para el éxito de la propia lucha. Por un lado, la defensa de estos sectores más desguarnecidos tiende a disminuir la competencia que hacen al resto de la clase, que arrastra a la baja sus salarios y condiciones de vida; y por otro lado, sin contar con ellos ni siquiera se puede entablar la lucha, pues los patrones se valen precisamente de la desprotección de estos asalariados para emplearles como esquiroles. De manera que, para que se sumen al movimiento hay que plantear como primera e irrenunciable reivindicación la mejora de su situación.

Además, la lucha proletaria en defensa de los intereses de clase debe tender en todo momento a permanecer en un terreno de oposición irreductible al programa burgués y a las necesidades de la acumulación de capital, es decir, debe orientarse hacia la reducción del grado de explotación al que se ve sometida la fuerza de trabajo, lo que en última instancia significa combatir por el aumento de los salarios y la reducción de la jornada, a nivel internacional en la medida de los posible. En la práctica esto debería reflejarse también en la reivindicación de la supresión de los pluses y primas con las que los empresarios hacen pequeños ahorros en nuestros salarios, exigiendo que pasen todos a formar parte del salario base, así como de las primas vinculadas a la productividad o la antigüedad, que premian la fidelidad a la empresa, y de toda penalización en el salario por causas de enfermedad o accidente laboral; también en la reducción de la edad de jubilación y en la reducción de la intensidad del trabajo. La lucha por la reducción de la jornada (sin reducción de salario, por supuesto), además de estar enfocada a la reducción de la explotación y el aumento del tiempo libre del que disponen los trabajadores, se presenta aquí también como un requisito práctico para unir la lucha de los asalariados a la de los parados, superando la competencia y desarrollando la unidad del movimiento de clase.

En cuanto a los métodos de lucha, la huelga es el arma por excelencia del proletariado, la forma que tiene de presionar verdaderamente a la burguesía de manera unida y donde más le duele: en su bolsillo, paralizando la producción y distribución de mercancías, poniendo en riesgo sus intereses y las necesidades de acumulación del capital. En la medida de lo posible, las huelgas tendrán que romper y superar el marco legal en el que trata de encerrarlas la burguesía para convertirlas en gestos teatrales. Hay que considerar los servicios mínimos como la organización legal del esquirolaje. Por otra parte, la propaganda de los proletarios en el curso de las luchas tiene que estar dirigida al resto de trabajadores, a la clase obrera, no a la gente, ni al pueblo, ni a los ciudadanos o los consumidores. Apelar a la solidaridad de los usuarios es apelar al pequeño-burgués en el que nos transformamos todos como consumidores de mercancías. La solidaridad es de clase, y por tanto debemos dirigiros ante todo al resto de proletarios. Desde luego, siempre hay que tener las miras puestas en la extensión de la lucha, en la unión de los esfuerzos de los trabajadores de diferentes categorías, profesiones, localidades y países en una misma lucha común, una lucha de clases que sustituya a la competencia mutua. En las asambleas, los votos serán a mano alzada para que se muestre abiertamente la posición de cada uno.

Por otra parte, a los trabajadores no les interesa quién ostenta la titularidad de la empresa, si es pública o privada. Sus intereses se circunscriben a las condiciones de trabajo a las que les someten y al sueldo que reciben a cambio. Y en lo que respecta a los servicios que ofrece el Estado capitalista y que se cobra a través de los impuestos, el proletariado tendrá que luchar para que sean servicios gratuitos, al margen de quién gestione o se adueñe de la empresa, el Estado de los capitalistas o un capitalista privado. Las famosas consignas “sanidad pública universal” o “educación pública y de calidad” apelan, como hemos dicho antes, al ciudadano consumidor, al pequeño burgués exigente que quiere un servicio “de calidad” y que quiere un trato amable y una sonrisa de los trabajadores sin importarle las condiciones en las que se encuentran. Como consumidores, los trabajadores también estamos interesados evidentemente en recibir servicios “de calidad”. Pero en el capitalismo la única forma de acceder a servicios “de calidad” es tener salarios “de calidad”[1]. Este tipo de consignas contra la privatización, en lugar de intentar buscar la alianza con el resto de trabajadores, apelan a la ciudadanía y de hecho dividen el movimiento proletario al incidir en una condición (el empleo público) que no une, sino que precisamente separa a la clase, cuya gran masa está compuesta por proletarios que además de trabajar en la empresa privada (realizando a veces funciones socialmente más importantes que los trabajadores públicos) se encuentran en una situación muchísimo peor que los asalariados públicos. En resumen, las consignas en contra de la privatización y a favor de los servicios públicos no sólo no va dirigida a la clase, sino que tiende a dividirla y sobre todo a abandonar a su suerte a aquellos a los que la competencia coloca en peores condiciones, a quienes se pide además que se solidaricen con la lucha de aquellos que disfrutan de un estatuto especial como asalariados a sueldo del Estado de los patrones.

Más allá de la defensa intransigente del puesto de trabajo, considerado como propiedad privada del asalariado y que en su deriva corporativista a menudo lleva a exigir la intervención del Estado y a echar sobre las espaldas del conjunto del proletariado (mediante nacionalizaciones e impuestos) los costes salariales de los empleos tan férreamente defendidos, la clase obrera tendrá que aprender a obligar a la burguesía a hacerse cargo de los gastos que requiere la supervivencia de toda la clase. Si los capitalistas no pueden garantizarnos un trabajo a todos los proletarios, nosotros tendremos que luchar porque nos garanticen al menos un salario, el pan. Y no ya repartiendo la misma masa salarial entre más trabajadores, sino ampliando la masa salarial a costa de la plusvalía. Y respecto a las cooperativas y el control obrero de la producción, el proletariado tendrá que aprender que mientras persista el régimen del salariado y una economía capitalista, el poder de compra y las necesidades de la fuerza de trabajo continuarán dependiendo de la concurrencia y de las necesidades de la acumulación del capital. Si bien este tipo de experimentos demuestran la capacidad de la clase obrera para hacer funcionar el mecanismo productivo y lo superfluo que es el papel económico que desempeña hoy la burguesía, más allá de eso no aportan soluciones al conjunto de la clase ni pueden sustituir a la lucha y a la fuerza organizada como medio para reducir la explotación a la que nos somete la clase propietaria.

Todas estas características que definen el contenido del movimiento proletario no son requisitos de los que partir para entablar la lucha, son un resultado que el propio movimiento de clase tendrá que conquistar a través de un combate encarnizado contra todas las fuerzas materiales e ideológicas que se oponen al desarrollo de la unidad de la clase obrera. En la medida en que se conviertan en una realidad en el seno del movimiento de clase, éste podrá progresar, fortalecerse e independizarse de toda influencia burguesa, permanecer en la vía de la defensa de los intereses del Trabajo sin hacer concesiones ni al interés del patrón ni al de la nación. En este sentido, estos métodos, consignas y reivindicaciones, aunque en principio van encaminadas a establecer unas bases sólidas sobre las que poder entablar una defensa eficaz contra la burguesía, también son una premisa necesaria para que el proletariado pueda pasar a la ofensiva y dirigirse, más allá de la defensa del salario, hacia la abolición del salariado y las clases sociales, de la plusvalía y del vivir a costa del trabajo ajeno.

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Una vez hemos repasado someramente lo que constituye el contenido del movimiento proletario, podemos hacernos una idea de la distancia que le separa de los movimientos y las luchas que vemos desplegarse hoy en día, sobre todo de aquellas dirigidas y controladas por los sindicatos y los partidos “de izquierda”, por más alternativos y radicales que se presenten. En la medida en que los conflictos que surgen de las propias contradicciones que genera el capitalismo a cada paso se alejan del terreno que constituye “la piedra angular del sistema del salariado y de todo el régimen actual de producción” (Marx), es decir, de la relación entre el empresario capitalista y el obrero asalariado, aquellos son un terreno abonado para la colaboración de clases y la influencia de las fuerzas materiales e ideológicas de la burguesía y la pequeña burguesía. No se puede olvidar que el proletariado es la clase productora de plusvalía a escala mundial y que sus intereses de clase son los intereses del Trabajo. Sólo mediante una sólida organización presente en las empresas (y que a la vez desborde ese marco y supere toda barrera, incluso las nacionales) se pueden defender esos intereses. Pero, es más, sólo por esta vía el proletariado será capaz, llegado el momento, de organizar la producción de manera no capitalista, es decir, no dirigida a la producción de plusvalía sino a la producción para el consumo y la satisfacción de las necesidades de toda la humanidad.

Sin embargo, los conflictos que se circunscriben a la defensa de los asalariados frente a la empresa también pueden salirse de la vía clasista y orientarse hacia la colaboración con el capital y el corporativismo que acentúa la competencia entre asalariados. Pues la burguesía cuenta con todo un entramado de redes institucionales que ligan al Estado de los patrones con los sindicatos y que sirven para encuadrar a los trabajadores y canalizar todo impulso clasista hacia la conciliación con los intereses del capital y la nación. El proceso que en las pasadas décadas ha vaciado de contenido proletario a los viejos sindicatos tiene mucho que ver en el hecho de que hoy la clase obrera se halle desligada de todo su pasado y de la heroica tradición de lucha del movimiento obrero. Esto supone un gran lastre para el proletariado en la actualidad, pues se ve obligado a reaprender lo aprendido tras una amarga y sangrienta experiencia.

La clase obrera está muy segmentada, pero en todos los países se puede constatar la existencia de una capa más o menos gruesa (según el poderío económico de la nación en cuestión) de asalariados privilegiados, a los que tradicionalmente se conoce con el nombre de aristocracia obrera, y de un sector mucho más amplio que vive en unas condiciones bastante más precarias, en ocasiones legalmente discriminados (como sucede en China con el sistema hukou o en occidente con los inmigrantes ilegales), cuyos intereses constituyen por tanto, y con la crisis cada vez más, los intereses comunes de toda la clase proletaria. En todos los países están presentes también esos grandes sindicatos colaboracionistas, estrechamente ligados al Estado capitalista y cuya masa de afiliados se nutre de aquel sector de asalariados mejor pagados, lo que unido a su constante actividad anti-proletaria, favorece la fragmentación de la clase, deja abandonados a su suerte a la gran masa de asalariados y hace muy difícil cualquier intento de organización y respuesta clasista independiente de la influencia y el control de todo este entramado institucional.

Pese a todo, la alternativa para el proletariado pasa por permanecer fiel a su instinto de clase y marchar por la única vía que nos garantiza unas mínimas posibilidades de victoria: la unidad, la extensión y coordinación de las luchas, la solidaridad más allá de toda frontera y la organización, sabiendo que dada la actual correlación de fuerzas entre las clases, la única forma de salir al paso de los ataques y las divisiones que los capitalistas avivan entre los proletarios es ceñirnos a lo que nos une, a la defensa de nuestras condiciones de vida y nuestras necesidades vitales: el salario, en última instancia, que es el que determina qué parte de la riqueza que hemos sudado nos corresponde a nosotros y a los nuestros y cuánta nos usurpan los capitalistas, grandes y pequeños, para su provecho.


[1] Se podría hablar acerca del sentido que tiene hablar de servicios “de calidad” en una sociedad como la capitalista, basada en la concurrencia y en su única ley: reducción de costes.

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