La clase productora de plusvalía a escala mundial (2ª parte)

Texto publicado originalmente en Echanges nº 148.

En la primera parte de este texto ya hemos demostrado que el proletariado está en continua expansión a nivel mundial. Por supuesto, hay quien piensa que cuando las máquinas sustituyan del todo al hombre, o si se quiere, cuando el trabajo muerto prevalezca completamente sobre el trabajo vivo, doblarán las campanas por la civilización capitalista. Ciertamente no es la primera vez que se plantea esta contradicción dialéctica del capital.

Ya en los años 20 Eugen Varga[1] subrayaba que el aumento del capital constante a expensas del capital variable (trabajo vivo) no era una tendencia relativa dentro del capitalismo, sino absoluta. Tampoco consideraba que la eliminación del trabajo vivo fuera un fenómeno relativo, sino que afirmaba que tenía un carácter absoluto: mientras la mano de obra disminuía en la industria, la producción continuaba aumentando.

Fue en la primavera de 1929, en el X Congreso de la Internacional Comunista, cuando ésta empezó a desarrollar la idea del paro como fenómeno orgánico, subrayando algunos de sus nuevos rasgos: “El paro viene acompañado de un aumento formidable del volumen de la producción en Norteamérica, Alemania o Gran Bretaña”, y “ha llegado a su máxima expresión en los países en los que el racionamiento es más acentuado”;  “en los países capitalistas más desarrollados se da una tendencia a expulsar a la fuerza de trabajo de la esfera de la producción, hacia la distribución y el consumo.” (Internacional Comunista, extractos del informe y las conclusiones de Varga a la Comisión preparatoria del pleno del Comité Ejecutivo de la I.C.)

Actualmente, algunos teóricos marxistas han retomado insistentemente este tema, en un momento en que el paro no deja de aumentar en los países industrializados. Cada uno con propios sus matices, todos piensan que para el proletariado ya salió “el último tren”, que ya no queda más que una “no clase” (André Gorz), un “magma” (Claude Bitot), “la multitud” (Toni Negri y Hardt) o un “más allá de la lucha de clases” (Robert Kurz)[2]. Ya antes que ellos, también Socialismo o Barbarie (que en sus inicios era una organización marxista) se deslizó progresivamente hacia la idea de una nueva recomposición de las clases, que podría resumirse en el concepto de dirigentes-ejecutantes, que luego retomó con algunas modificaciones Temps Critiques[3] con su noción de dominantes-dominados. Por su parte, Jacques Camatte habla de “domesticación”.

No podemos decir que estos intelectuales no estén iniciados en la teoría, sino todo lo contrario. Conocen los escritos de Marx mucho mejor de lo que es corriente hoy en día, lo cual les autoriza para reclamar para sí mismos un lugar en el podio de los teóricos revolucionarios del siglo XX. Todas estas teorías se apoyan en un aspecto concreto de la teoría de Marx y principalmente en el hecho de que bajo el dominio o imperio del capital, el trabajo muerto supera al trabajo vivo, lo que no hace más que acentuar la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, que algunos consideran ahora que tiene un carácter absoluto.

En resumen, todos le dicen adiós al proletariado. Esta bajada absoluta de la tasa de ganancia, como ya hemos dicho, se manifiesta durante las crisis, cuando existe sobreacumulación de capital (lo que le pasa hoy a China según Mylène Gaulard[4]). Y basta que la reproducción ampliada del capital se bloquee por cualquier razón para que esta tendencia a la baja de la tasa de ganancia se transforme en una bajada absoluta durante un tiempo.

Otros, aparentemente más perspicaces, saben que la reducción de la tasa de ganancia se compensa con la masa (ley que dedujo Marx); estos afirman, con Rosa Luxemburgo, que podemos esperar sentados a que el sistema se derrumbe por la caída de la tasa de beneficio[5], pues la masa de ganancia siempre compensa esta caída. Así que se dedican a estudiar esta masa de ganancia, que debería entrar en crisis y provocar la crisis final del capital.

En cualquier caso, parece que el argumento es sólido, o al menos goza de seguidores (Grosmann, Mattick). Pero lo que nos importa aquí no es tanto el hecho de que ellos consideren que el descenso de esta masa de ganancia implica el fin de la producción basada en el valor de cambio, sino el hecho de que terminan abstrayéndose de la tasa de ganancia, la cual, efectivamente, cada vez es más pequeña, por lo que tiene que ser continuamente compensada con una mayor masa de ganancia.

Las fusiones y compras que concentran y centralizan el capital contribuyen a restaurar temporalmente la tasa de ganancia, eliminando el capital excedente (los competidores más débiles); es lo que sucedió en 2007, cuando las fusiones, compras, OPA’s y demás llegaron al billón 600 mil dólares en Europa y a un billón 800 mil en los Estados Unidos. Todo lo cual traerá como resultado una bajada relativa del número de trabajadores. Según un estudio del Buró Internacional del Trabajo (BIT), el crecimiento económico mundial fue del 5’2% en el 2007, mientras que el número de trabajadores no ha aumentado más que un 1’6%, explicándose esta diferencia por la productividad (Le Figaro, 24 de enero de 2008). Desde principios del 2014, se está produciendo un nuevo frenesí de fusiones y compras en todo el mundo, es decir, una liquidación del capital sobrante, y lo mismo ocurre con los trabajadores. Véase la reciente fusión de los dos gigantes del cemento Lafarge y Holcim.

Sobre la composición orgánica del capital en China

En la primera parte del artículo hemos visto que la pérdida de empleos en los países de la OCDE se compensa de sobra con la puesta en valor de la fuerza de trabajo en los países llamados “emergentes”, y recientemente también hemos explicado la relación que existe entre la deuda del tercer mundo y las deslocalizaciones (El endeudamiento internacional y la escapatoria de la impresión de billetes, Echanges nº 144).

En esta segunda parte hay que abordar la cuestión que plantea Claude Bitot en su último libro, ¿Repensar la revolución? El autor señala que el capital chino no se comporta de la misma forma que el de la vieja Europa, pues parte de una composición orgánica mayor[6]. Ya antes que él, Jacques Wajnsztejn polemizó al respecto con Charles Reeve sobre su libro El tigre de papel[7]:

Aquí también se puede constatar que las transformaciones que se suceden actualmente en China reflejan que ésta se enfrenta a la crisis del trabajo bajo unas formas completamente modernas (pérdida de importancia de la fuerza de trabajo y tendencia a la valorización dejando al margen al trabajo vivo), con la progresiva liquidación de las industrias pesadas, que eran la base sobre la que se construía el ‘socialismo a la china’, y las consecuencias que esto implica para la vieja clase obrera china.” (China en el proceso de totalización del capital, Jacques Wajnsztejn).

No hay duda de que las modernas fábricas chinas no funcionan a pedales. China produce sus propias máquinas con licencias norteamericanas o japonesas[8]. Pero de lo que se trata es de saber si las fuerzas productivas chinas están al nivel de los estándares mundiales.

Todo el mundo que siga un poco la evolución del capitalismo en China sabrá muy bien que las empresas estatales eran grandes proveedoras de trabajo[9]. Pero la burocracia china (al igual que los oligarcas rusos) sabía que en un futuro iba a tener que abandonar el capitalismo de Estado. Y por eso el Estado debía limpiar esas empresas[10], para poder situarlas entre las más importantes a nivel internacional.

Las empresas estatales, que en los años 80 empleaban entre un 60% y un 75% de la población urbana, han sido reestructuradas masivamente en los 90. Su número ha caído de los 10 millones en 1994 a los 7.9 millones en 1997 y a 165.000 en 1998. Mientras que su contribución al PIB se ha mantenido en el 30%, su contribución al empleo urbano ha caído en un 10%, lo que refleja una transición hacia unas actividades más intensivas en capital que ponen fin a su papel de pivote en materia de redistribución de las ganancias y de la protección social, cuyo coste se transfiere a los hogares, ahora obligados a ahorrar por precaución.” (Linda Yueh, El crecimiento de China: la formación de una superpotencia, Oxford University Press, 2013, p. 308).

Desde hace algunos años, China ha entrado, junto al resto del mundo, en un ciclo de superproducción, pues las empresas industriales tienen una sobrecapacidad de producción que pesa sobre la tasa de ganancia[11]. El Banco Mundial estima que entre 1985 y 1994 dos tercios del crecimiento chino provino de la formación de capital, es decir, de un crecimiento extensivo, lo cual más que mejorar realmente la productividad de las unidades existentes, ha ampliado la capacidad productiva. De ello se deriva una reducción de la tasa de ganancia proporcional a las inversiones.

Uno de los principales debates que se desarrollan actualmente acerca de la economía china consiste en que se observa un aumento de la masa de ganancia, mientras la tasa de ganancia no deja de reducirse: para algunos autores (Hofman y Kujis, 2006), está situación es más bien beneficiosa, pues lo importante es la masa de ganancia; y esta ha aumentado un 36% entre 1999 y 2005, lo que no está nada mal.” (Mylène Gaulard, Los límites de crecimiento chino).

Vemos que el descenso de la tasa de ganancia que afecta al capitalismo chino se compensa ampliamente con el aumento de la masa. Ciertamente, Claude Bitot desconoce el problema de la productividad china; precisamente es el retraso en la introducción de la nueva tecnología lo que traba hoy su tasa de ganancia, lo que quiere decir que la mano de obra explotada es demasiado numerosa para el capital global. Entre 1978 y 2000 el empleo en el sector industrial creció más del doble. En 2013, el porcentaje de la población empleada en la industria era del 30’9%. La cifra que ofrece Bitot es del 20% de la población activa, que se corresponde con la que ofrece el Banco Mundial para el año 1984.

En un reciente informe sobre la evolución de la mano de obra china, Ma Li (funcionaria del Consejo de Estado), daba a conocer que la población activa alcanza un 71’68% de la población total, el nivel más elevado de todo el mundo. Según Ma Li, la población activa china supera al conjunto de la población europea. En el 2008, la población activa entre 18 y 64 años era de 955 millones y aumentará otros 24’49 millones durante el XII Plan Quinquenal 2010-2015 (El Diario del Pueblo on-line). Según otras fuentes, en 2013 la población activa era de 919’54 millones y la población industrial de 367.816.000. La población activa se ha reducido en 2’44 millones en el 2014. Se trata del segundo año que la Oficina Nacional de Estadísticas registra una reducción de la población activa[12].

Pero esta reducción de la población activa, que ya se prolonga durante dos años, es más bien consecuencia de la política del hijo único[13] que de una renovación a gran escala de la composición orgánica del tejido industrial. China ha entrado en un ciclo de supercapacidad productiva, su tasa de crecimiento ha bajado varias veces, y en un futuro llegará incluso al 7%. Al margen de esta bajada, más ligada a la coyuntura económica que al aumento de la composición orgánica del capital chino (que como el resto del mundo se enfrenta a una sobreacumulación de capital), es interesante constatar que la Unión Europea, primera potencia económica mundial, produce más con sus 159 millones de población activa que China con sus 919 millones. Esta comparación es un poco a la ligera, pues China fabrica productos manufacturados que requieren mucha mano de obra, lo que no es el caso de Europa. Pero demuestra que a pesar del aumento de la productividad que han impulsado las IDE (Inversiones Directas del Exterior) desde 1991, ésta aún es débil comparada con la de los países de la OCDE.

Conclusión

Acabamos de ver en este artículo que la composición orgánica del capital industrial chino, aunque progresa regularmente, sigue manteniendo un cierto retraso frente a sus competidores: Estados Unidos, Japón y la Unión Europea.

China es la segunda economía mundial en términos de producto interior bruto (PIB) a tipo de cambio corriente. Superó a Japón en el 2010, pero aún está lejos de los Estados Unidos, cuyo PIB es más del doble.” (Problèmes économiques, abril 2013, nº 3066, p.8).

Hasta ahora China ha disfrutado de una mano de obra barata y abundante, y era el país del mundo con mayor tasa de población activa. Pero precisamente era la mano de obra barata la traba para la introducción de la automatización. Un ejemplo[14]:

La plusvalía que añade China al producto es bastante modesta, y se sustenta principalmente gracias a los bajos salarios que paga a los trabajadores locales. Cuando Nokia y Motorola pidieron a BYD, el primer fabricante mundial de baterías para teléfonos móviles, que redujera sus precios, éste se limitó a sacar a los robots y las máquinas de la cadena de montaje y los sustituyó con un ejército de trabajadores chinos. La empresa tenía costumbre de fabricar su material en unidades muy automatizadas, pero ha entendido que puede reducir los precios si paga salarios chinos en lugar de máquinas norteamericanas o japonesas. De la misma forma, en Shanghái, Volkswagen sigue produciendo automóviles igual que lo hacía en los años 1970, recurriendo principalmente al trabajo manual.” (China: ¿A quién beneficia el milagro?, resumen de un informe de la CISL, 2005).

Vemos como lo que se opone al empleo de las máquinas es el bajo coste de la fuerza de trabajo, pues el capital gana más extrayendo plusvalía absoluta que plusvalía relativa. Cuando el coste del trabajo aumente, como le viene ocurriendo a China desde hace algún tiempo, las máquinas serán necesarias. Como este aspecto afecta principalmente al sector manufacturero, el capital (IDE) tratará de proseguir con este tipo de explotación en los países en los que el precio de la fuerza de trabajo se sitúe por debajo del valor necesario para su reproducción, como en Etiopía por ejemplo.

El empleo chino, basado en mano de obra barata, se ve más amenazado por el precio del trabajo, aún más reducido, en los países emergentes[15] que por el aumento del capital fijo en el sector manufacturero[16]. Donde China sí que trata de modernizar su aparato productivo y penetrar es en la industria de lujo. Esta es su ambición desde que entró en la OMC (2001), y para codearse con los grandes cuenta con sus propios campeones nacionales (empresas públicas o semi-públicas). Hoy China tiene capacidad para exportar capital (ver al respecto el folleto China desembarca en la UE).

Ahora los dirigentes chinos tratan de crear empleos de alto valor añadido, ingenieros y técnicos que puedan dirigir la modernización del aparato productivo, y van a empezar a equiparse procediendo a la modernización de sus campeones nacionales. El Financial Times ha señalado recientemente que China se ha convertido en el mayor comprador de robots industriales, 36.650 en el 2013, cuando en el 2012 contaba con un parque de 96.000 robots. Japón, por ejemplo, contaba en el 2013 con un parque de 310.000 robots industriales y ha comprado 26.015 en el 2013; los Estados Unidos han comprado 23.679, contando ya con un parque de 168.000.  Si China logra alcanzar los estándares internacionales de productividad (lo que supone conservar el capital extranjero), se producirá efectivamente una disminución relativa del número de proletarios en China, con las repercusiones correspondientes en los empleos en la industria de lujo de los países de la OCDE.

Por lo demás, es algo propio del mundo capitalista que el número de asalariados aumente absolutamente a pesar de su disminución relativa.” (Marx, El Capital, tomo III).

En la fase actual, nosotros seguimos pensando que la disminución relativa del número de asalariados es algo que preocupa a la clase burguesa, por la simple razón de que estos supernumerarios aparecen como una clase peligrosa. Estos muestran en todas partes cierto potencial revolucionario, en decir, una especie de elemento cuya mera presencia desestabiliza a una civilización que ya no tiene lugar para ellos. Los repliegues identitarios, nacionalistas y religiosos no son sino un reflejo transitorio de un mundo ya perdido, de una franja de la clase media y de una fracción de la clase obrera que se sienten efectivamente amenazados por la presencia de un competidor externo frente al cual no pueden luchar más que aceptando una reducción de salarios.

 

Gérard Bad.


 

[1] Eugen Varga (1879-1964), economista marxista de origen húngaro. Ministro de finanzas en la efímera República Soviética Húngara de 1919, en 1920 se traslada a Moscú y empieza a trabajar para la Internacional Comunista. Tras participar en la Conferencia de Postdam de 1945, cayó en desgracia en 1946, pues sus estudios económicos afirmaban que el capitalismo era más estable de lo que el Partido Comunista ruso pensaba, lo que ponía en entredicho la política estalinista.

[2] André Gorz, Adieux au prolétariat (Galilée, 1980, éd. augmentée Le Seuil, 1983, rééd. coll. «Points»), capítulo «Mort et résurrection du sujet historique: la non-classe des prolétaires post-industriels»; Claude Bitot, Repenser la révolution?, Spartacus, 2013; Antonio Negri et Michael Hardt, Multitudes, La Découverte; Robert Kurz, Más allá de la lucha de clases.

[3] Los redactores de la revista Temps critiques muestran sus cartas “la noción marxista de reproducción, simple y ampliada, no puede comprenderse ni emplearse al margen de una teoría del valor a la que nosotros ya no nos sumamos”. Cf. el artículo de Jacques Wajnsztejn “Et le navire va” en el n° 6/7, Ideología dominante y dominados, más explotación, fuerza de trabajo hoy innecesaria.

[4] Mylène Gaulard, Karl Marx à Pékin: les racines de la crise en Chine capitaliste, Ed. Démopolis; Les Dangers de la suraccumulation en Chine, une analyse marxiste, seminario Marx en el siglo XXI, París, Sorbonne, 24 noviembre 2012. Se puede ver aquí.

[5] Rosa Luxemburg, L’Accumulation du capital, éd. Maspero, 1976, p. 165, nota 4.

[6]Se podría objetar que si la clase obrera ha disminuido en los viejos países capitalistas, se ha desarrollado en cambio en los países emergentes. Cierto, pero lo que también hay que señalar es que sus elevadas ganancias las hacen con una mano de obra limitada (en China la clase obrera no supera un 20% de la población activa), pues allí es desarrollo del capitalismo, al revés que en los viejos países, se ha llevado a cabo a través de una elevada composición orgánica, por lo que allí también el capital muerto ha tomado la delantera al capital vivo.” (p. 59).

[7] Charles Reeve, Le Tigre de papier. Sur le développement du capitalisme en Chine (1948-1971), Spartacus 1972.

[8] Los fabricantes norteamericanos de máquinas de coser (Singer, Pfaff, Husqvarna, tres marcas que pertenecen al mismo grupo, propiedad de un fondo de pensiones), europeos (la suiza Bernette), japoneses  (Brother, Juki), deslocalizan sus instalaciones de producción a China (y también a Taiwán, Tailandia o Vietnam).

[9] Véase Luttes de classes dans la Chine des réformes (1978-2009), Bruno Astarian. Ed. Acratie, 2009.

[10] Este eufemismo de economista significa que en 1978 las empresas chinas empleaban once veces más asalariados que las empresas japonesas, y que en el transcurso de los cinco primeros meses del año 2000 fueron despedidos 6 millones de asalariados de las empresas estatales.

[11] Desde 2006 se observa una producción excedente de acero de 120 millones de toneladas, cifra superior a la producción total del segundo productor mundial, Japón.

[12] China se enfrenta a una escasez de mano de obra, algunos pronósticos muestran que del 2010 al 2025 la población de 15 a 24 años, que alimenta las actividades que requieren mucha mano de obra, se verá reducida debido a la política del hijo único alrededor de 62 millones, sobre un total de 164 millones. (Problèmes économiques n°3066, p. 31.)

[13] La población en edad de trabajar (entre 15 y 60 años), que había aumentado en 350 millones en el curso de los tres últimos decenios, se ha estancado en el 2010 y hasta el 2030 se reducirá en 65 millones.

[14] Marx, en el primer tomo de El Capital, explica bien “[…] que la reducción del salario por debajo del valor de la fuerza de trabajo supone un obstáculo para su valor de uso y lo hace superfluo [el empleo de máquinas], a menudo incluso imposible desde el punto de vista del capital, cuya ganancia proviene en efecto de la disminución, no ya del trabajo empleado, sino del trabajo pagado. […] También podemos ver hoy que las máquinas que se inventan en Inglaterra sólo se emplean en Norteamérica.” (El Capital, tomo I, capítulo XV).

[15] Vietnam, Camboya, Bangladesh, Etiopía, etc., hacen la competencia a los trabajadores de China, donde el precio de la fuerza de trabajo es entre 5 y 10 veces mayor.

[16]La industria manufacturera sigue siendo una importante fuente de empleo; ocupa a alrededor de 470 millones de personas en todo el mundo en el 2009, es decir, un 16% de los 2.900 millones de trabajadores que forman la mano de obra mundial, cifra que sorprenderá a muchos. La industria manufacturera cuenta sin duda con más de 500 millones de trabajadores en el 2013.” (ONU, Informe 2013 sobre el desarrollo industrial).

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