Publicado en Solidaridad Obrera, 15 de enero 1917.
No se improvisa la organización del trabajo, como se improvisa un discurso, o como se improvisan las cosas inútiles del Gobierno, de la política, etc. De la noche a la mañana no surge el proletariado con la plenitud de su potencia, ni se halla en posesión de todas sus armas necesarias para la lucha, de todas las herramientas necesarias para crear y también para destruir.
Una labor continuada de educación y de práctica se impone desde el principio de toda organización obrera que quiera ser positivamente revolucionaria, pero antes de todo hemos de considerar el estado de las multitudes en su verdadera situación tal como ellas son en realidad y no como nosotros desearíamos que fueran.
Los impulsos pueden mover a esas multitudes en estas condiciones; el interés egoísta, material, o los sentimientos diversos que tienen sus raíces en la vida efectiva.
El mejoramiento material, el deseo de evitarse los sufrimientos materiales que implica una vida llena de privaciones y sometida a trabajos desagradables o abrumadores es uno de los estímulos más poderosos que acicatean a los hombres, empujándoles a la lucha; y casi tan poderoso como aquél, aunque su influjo sólo se produce por etapas o periódicamente, y no podría ser de otro modo, son los impulsos sentimentales.
Sentimientos o intereses: he aquí las palancas que mueven a los pueblos, a las naciones y también a las clases sociales que llenan con sus luchas toda la historia humana.
Nuestro deseo sería que la razón, la justicia y el derecho suplantaran al interés y al sentimiento en las colectividades numerosas; pero apenas si lo hemos conseguido en un muy reducido número de individuos después de enormes sacrificios de voluntad y de inteligencia. Y aún entre estas minorías, en cuanto se encuentran reunidas, en cuanto constituyen muchedumbre, las vemos con harta frecuencia por un retorno del espíritu o por ley atávica proceder y conducirse influidas por los mismos importantes factores determinantes que las multitudes calificadas de inferiores. La perfección entrevista por algunos pensadores para las sociedades humanas del porvenir tiene su posibilidad sólo y únicamente en un perfeccionamiento de los individuos que parta desde su constitución fisiológica. Las imperfecciones sociales son también imperfecciones de los individuos.
Trasladad el hombre actual con sus vicios, con sus miserias, con toda la podredumbre que lleva a cuestas; trasladadle a una sociedad en que cada uno sea el gobierno de sí mismo, a una sociedad ideal y no tardaremos en verlo retroceder a un estado no muy distinto del de hoy.
Hemos pues, de tomar al proletariado, a la clase obrera tal cual es si queremos poder un día modificarla y transformar el mundo. Desconociéndola no podríamos conseguir ese desideratum del movimiento revolucionario.
Reconocer la realidad, no significa adaptarse a ella complaciente, sino estar en mejores condiciones para operar una mutación más profunda y más consciente.
Esta es la forma de trazar un cauce a los acontecimientos, tendiendo la vista por el camino que recorrerá la historia.
Intereses y sentimientos hemos de saber dirigirlos, primero; después, ya se transformarán en cosas más elevadas.
La organización sindicalista une y asocia a los trabajadores tal cual son, y los modifica después por el resultado de la lucha contra el capitalismo. La conciencia de clase, las aptitudes para esgrimir la huelga, la solidaridad, el boicot, etc., se van adquiriendo al compás de una capacidad revolucionaria que despierta oscuramente hasta hacerse el objetivo último e ideal del movimiento obrero que por eso reviste los dos aspectos: el reformista y el revolucionario.
La disminución de la jornada, el aumento de salario, etc., no es otra cosa que reformismo; la emancipación del proletariado por la abolición del capital y el asalariado es revolucionarismo. Todo movimiento sindicalista, puramente de clase, reviste estos dos aspectos desarrollados las más de las veces inconscientemente por los mismos trabajadores.
Las grandes masas organizadas tienen la virtud ingénita de actuar en este doble aspecto, siempre que las influencias burguesas queden al margen del sindicato y no desnaturalicen los procedimientos de lucha determinados por las condiciones económicas.
Considerando todo esto se comprende que no es posible la improvisación de las fuerzas organizadas y que es preciso atraerse a esas multitudes para fundirlas en el crisol del sindicato y transformarlas transformando la sociedad capitalista.