Generalidades sobre organización sindicalista (José Negre, 1917)

Publicado en Solidaridad Obrera, 15 de enero 1917.

No se improvisa la organización del trabajo, como se improvisa un discurso, o como se improvisan las co­sas inútiles del Gobierno, de la política, etc. De la noche a la mañana no surge el proletariado con la plenitud de su potencia, ni se halla en pose­sión de todas sus armas necesarias para la lucha, de todas las herramien­tas necesarias para crear y también para destruir.

Una labor continuada de educación y de práctica se impone desde el principio de toda organización obre­ra que quiera ser positivamente re­volucionaria, pero antes de todo he­mos de considerar el estado de las multitudes en su verdadera situación tal como ellas son en realidad y no como nosotros desearíamos que fueran.

Los impulsos pueden mover a esas multitudes en estas condiciones; el interés egoísta, material, o los sentimientos diversos que tienen sus raí­ces en la vida efectiva.

El mejoramiento material, el deseo de evitarse los sufrimientos materiales que implica una vida llena de privaciones y sometida a trabajos des­agradables o abrumadores es uno de los estímulos más poderosos que aci­catean a los hombres, empujándoles a la lucha; y casi tan poderoso como aquél, aunque su influjo sólo se pro­duce por etapas o periódicamente, y no podría ser de otro modo, son los impulsos sentimentales.

Sentimientos o intereses: he aquí las palancas que mueven a los pue­blos, a las naciones y también a las clases sociales que llenan con sus lu­chas toda la historia humana.

Nuestro deseo sería que la razón, la justicia y el derecho suplantaran al interés y al sentimiento en las colec­tividades numerosas; pero apenas si lo hemos conseguido en un muy reducido número de individuos des­pués de enormes sacrificios de volun­tad y de inteligencia. Y aún entre estas minorías, en cuanto se encuentran reunidas, en cuanto constituyen mu­chedumbre, las vemos con harta fre­cuencia por un retorno del espíritu o por ley atávica proceder y conducirse influidas por los mismos importantes factores determinantes que las mul­titudes calificadas de inferiores. La perfección entrevista por algunos pensadores para las sociedades hu­manas del porvenir tiene su posibilidad sólo y únicamente en un perfec­cionamiento de los individuos que parta desde su constitución fisiológi­ca. Las imperfecciones sociales son también imperfecciones de los indivi­duos.

Trasladad el hombre actual con sus vicios, con sus miserias, con toda la podredumbre que lleva a cuestas; trasladadle a una sociedad en que ca­da uno sea el gobierno de sí mismo, a una sociedad ideal y no tardaremos en verlo retroceder a un estado no muy distinto del de hoy.

Hemos pues, de tomar al proletariado, a la clase obrera tal cual es si queremos poder un día modificarla y transformar el mundo. Descono­ciéndola no podríamos conseguir ese desideratum del movimiento revolu­cionario.

Reconocer la realidad, no significa adaptarse a ella complaciente, sino estar en mejores condiciones para operar una mutación más profunda y más consciente.

Esta es la forma de trazar un cau­ce a los acontecimientos, tendiendo la vista por el camino que recorrerá la historia.

Intereses y sentimientos hemos de saber dirigirlos, primero; después, ya se transformarán en cosas más ele­vadas.

La organización sindicalista une y asocia a los trabajadores tal cual son, y los modifica después por el resultado de la lucha contra el capitalis­mo. La conciencia de clase, las apti­tudes para esgrimir la huelga, la soli­daridad, el boicot, etc., se van adqui­riendo al compás de una capacidad revolucionaria que despierta oscura­mente hasta hacerse el objetivo últi­mo e ideal del movimiento obrero que por eso reviste los dos aspectos: el reformista y el revolucionario.

La disminución de la jornada, el aumento de salario, etc., no es otra cosa que reformismo; la emancipación del proletariado por la abolición del capital y el asalariado es revolucionarismo. Todo movimiento sindicalista, puramente de clase, reviste estos dos aspectos desarrollados las más de las veces inconscientemente por los mismos trabajadores.

Las grandes masas organizadas tie­nen la virtud ingénita de actuar en este doble aspecto, siempre que las influencias burguesas queden al margen del sindicato y no desnaturalicen los procedimientos de lucha determi­nados por las condiciones económi­cas.

Considerando todo esto se compren­de que no es posible la improvisación de las fuerzas organizadas y que es preciso atraerse a esas multitudes pa­ra fundirlas en el crisol del sindicato y transformarlas transformando la sociedad capitalista.