Los comunistas y las luchas obreras: ¿Qué hacer?, ayer y hoy

El Programa Comunista nº 40, enero-junio 1982.

¿Cómo conquistar una influencia sobre la clase obrera cuando se ve lo reducidas que son las vanguardias que buscan la vía de la emancipación del yugo del capitalismo y la debilidad de las fuerzas del partido? ¿En qué consiste esta influencia? ¿Cómo arrancar a la clase obrera de las garras de la política social-imperialista, reformista y democrática, cuando se encara un adversario con una formidable capacidad de «recuperar» las reacciones inmediatas a la explotación y opresión capitalistas? ¿Qué relación hay entre la participación en las luchas obreras suscitadas por las necesidades inmediatas –luchas que tienden a profundizarse y generalizarse en respuesta a los sismos económicos que se suceden con frecuencia e intensidad crecientes– y la prosecución del fin revolucionario de los comunistas que aún se ve tan lejano?

Esta es una serie de preguntas que se plantean legítimamente los militantes comunistas. Ellos han luchado durante largos y negros decenios por mantener intactas las armas teóricas del comunismo revolucionario, en condiciones extremadamente des favorables que brindaban escasas posibilidades a una participa­ción regular en las luchas obreras. Hoy, que esta participación se hace más continua y sistemática, deben volver a aprender, en consecuencia, el lazo viviente que existe entre teoría y acción.

Estas mismas preguntas se plantean los proletarios combativos y los revolucionarios que estos últimos años se han encontrado frente a las respuestas aportadas por una «extrema iz­quierda» ya completamente alineada con el reformismo obrero y que sirve de infantería a las burocracias sindicales, y frente a aquellas dadas por grupos que a menudo reaccionan contra este curso, penoso pero previsible, con una especie de «fuga hacia a delante» en la propaganda revolucionaria y que vuelven la espalda a una lucha inmediata que muchas veces les ha decepcionado debido a la escasez de resultados significativos que ésta ha dado por sí misma.

Ahora bien, hoy se tiende a buscar la respuesta a todas estas preguntas en Lenin y, en particular, en su célebre ¿Qué Hacer? Pero también se recurre a él para justificar tal o cual respuesta falsa e incluso decididamente oportunista. En estas condiciones, nos parece útil volver nosotros también a Le­nin y retomar sus escritos más importantes del periodo 1895­-1905, sin excluir por ello otros posteriores, para explicar así su verdadera significación, con la que coincidimos totalmente, como lo demostrarán además las frecuentes comparaciones con los textos clásicos de nuestra corriente.

Realizar las condiciones subjetivas de la preparación del proletariado para la revolución

Para Lenin, «la tarea de la socialdemocracia (es decir, del comunismo revolucionario) consiste, precisamente, en transfor­mar, por medio da la propaganda, la agitación y la organización de los obreros, esa lucha espontánea contra sus opresores, en una lucha de toda la clase, en una lucha de un partido político determinado, por ideales políticos y socialistas definidos«[1]. Esto mismo planteaba la Izquierda comunista en 1926 al afirmar que la actividad del partido «debe englobar siempre y en todas las situaciones (…) la participación activa en todas las luchas de la clase obrera» y explicaba que “el objetivo supremo de esta compleja actividad del Partido es realizar las condiciones subjetivas de la preparación del proletariado[2].

En ciertos momentos, la maduración de las contradicciones del capitalismo provoca conflictos abiertos, choques entre las clases sociales; en un momento dado, termina volviendo la vida imposible a las amplias masas en tanto el poder de la bur­guesía se encuentra minado y resquebrajado por fuertes contradicciones internas. En ese momento, es necesario que el prole­tariado esté en condiciones de aprovechar las posibilidades revolucionarias objetivas ofrecidas por la historia para asestar un golpe decisivo al adversario. Ahora bien, la transformación de la revuelta generalizada de las masas proletarias en un ataque consciente y organizado que apunte a aniquilar el Estado capitalista solo puede ser el resultado de un trabajo de preparación de la clase que adquiere, a través de toda una serie deba tallas parciales, la consciencia da su fuerza, la voluntad de batirse contra la burguesía y la organización indispensable para la victoria, lo que sólo se logra con una unidad de fin y de acción.

Sin embargo, esta voluntad unitaria no está distribuida uniformemente en cada individuo de la clase. Ésta se manifiesta en grados de conciencia, voluntad y organización diferentes pero que juntos y orgánicamente ligados entre sí forman las condiciones subjetivas de la revolución.

En primer lugar, es necesario que las grandes masas proletarias y semiproletarias entren en movimiento por la satisfacción de sus necesidades económicas y políticas más apremiantes. Esta capa de proletarios se da cuenta perfectamente de la explotación y opresión que padece; sus intereses cotidianos e inmediatos la llevan en forma cada vez más frecuente a chocarse con las manifestaciones de su esclavitud contra la que ahora se rebela masivamente; pero “no está capacitada para asimilar la idea general de la lucha económica, se trata de una idea que puede ser asimilada por algunos obreros cultos a quienes la masa sigue llevada por su instinto y por sus intereses directos inmediatos[3].

También es preciso que la vanguardia proletaria, la parte más avanzada de la clase, es decir, «la mayoría de los obreros conscientes, reflexivos, políticamente activos, comprenda profundamente la necesidad de la revolución y esté dispuesta a sacrificar la vida por ella«[4].

Por último, es preciso un partido que no solo esté preparado para la acción revolucionaria a través de un adiestramiento adecuado y una concepción teórica justa sino que, además, haya logrado conquistar una influencia determinante en la vanguardia proletaria contra las otras corrientes, pudiendo realizar así la unidad de acción indispensable a la victoria. Esta condición es el resultado de un trabajo de largo aliento que haya permitido al partido arrancar a los elementos más e­nérgicos y decididos de la vanguardia de la influencia de otras corrientes. Es posible incluso que sólo el llamamiento a la insurrección le permita vencer las últimas vacilaciones de ciertas capas de la vanguardia. Esta influencia del partido también debe abarcar a las grandes masas proletarias en movimiento, cuya simpatía hacia la revolución deberá conquistar. Estas masas ayudarán objetivamente a la revolución aunque no tomen parte consciente y activa en la victoria.

En consecuencia, el simple hecho que sólo una minoría de la clase, aquella que está organizada en el partido, ha asimilado «la idea general de la lucha» y que, por tanto, esta minoría dirige a las masas que aún no han adquirido esta conciencia (que sólo adquirirán cuando la sociedad se dirija efectivamente hacia el comunismo, es decir, después de la toma del poder), este simple hecho, pues, bastaría para demostrar que el desarrollo del partido y la conquista de una influencia sobre la clase no son el resultado de la sola propaganda.

Para la Izquierda comunista, «la conquista de las masas no puede realizarse con la simple propaganda de la ideología del partido y con el simple proselitismo, sino con la partici­pación en todas las acciones a las que los proletarios son empujados por su condición económica (…). A través de las acciones por las reivindicaciones parciales, el partido comunista realiza un contacto con la masa que le permite hacer nuevos prosélitos: al completar con su propaganda las lecciones de la experiencia, el partido conquista simpatía y popularidad, y hace nacer en torno suyo toda una red más amplia de organizacio­nes ligada a los más profundos estratos de las masas y, por o­tra parte, al centro directivo del partido mismo. De este modo se prepara una disciplina unitaria de la clase obrera«[5].

Lenin no dice otra cosa cuando, interrogándose sobre lo que «cimienta la disciplina del partido revolucionario del proletariado», responde en particular: «Primero, la conciencia de la vanguardia proletaria y por su fidelidad a la revolución, su firmeza, su espíritu de sacrificio, su heroísmo. Se­gundo, su capacidad de vincularse, aproximarse y hasta cierto punto, si queréis, fundirse con las más grandes masas traba­jadoras, en primer término con la masa proletaria, pero también con la masa trabajadora no proletaria. Tercero, lo acertado de la dirección política que lleva a cabo esta vanguardia; lo acertado de su estrategia y de su táctica políticas, a condición de que las masas más extensas se convenzan de ello por experiencia»[6].

Hemos recordado a qué apuntan los comunistas participan­do en las luchas obreras suscitadas por las condiciones de existencia. Se trata ahora de ver cómo actúan para llegar a ese re­sultado.

“Conciencia comunista” y “conciencia de clase”

En los albores del movimiento proletario en Rusia, Lenin definió las tareas del partido en la lucha obrera con los siguientes términos: «El Partido Socialdemócrata de Rusia, declara que su tarea es ayudar en esta lucha de la clase obrera rusa desarrollando la conciencia de clase de los obreros, contribuyendo a su organización y señalando las tareas y los objetivos de la lucha[7].

Anteriormente, hemos visto que, aun en la revolución victoriosa, sólo una minoría es consciente “de los objetivos y fines del combate». Esta minoría, más o menos amplia o reducida según las situaciones, está organizada en el partido sobre la integridad de sus posiciones programáticas y de principio, independientemente de la situación o el nivel de la lucha obrera. Además, los elementos que están dispuestos a incorporarse al combate del partido pueden ser impulsados a la lucha general con­tra el capitalismo por una lucha proletaria o por una u otra de las innumerables brechas por las que las contradicciones del capitalismo impulsan también a individuos que pertenecen a otras clases a renegar de sus intereses da clase e incorporarse a la lucha de la clase obrera, lo que significa que este proselitismo no está directamente ligado a las luchas inmediatas.

No obstante, aunque en grados diversos, el partido debe ejercer también una cierta influencia sobre el resto de la clase. Esta influencia no podría pues resultar de la comprensión del objetivo final de la lucha sino del hecho que, en las lu­chas que están llevando adelante, los proletarios se adhieren a la dirección del partido.

¿Es esta realmente una idea tan rara? ¿Es una interpretación nuestra del marxismo? Veamos, por ejemplo, la observación que hacía Engels sobre la situación en la Inglaterra de 1890:

«El movimiento, que ahora considero irreprimible, ha nacido de la huelga de los dockers de la necesidad absoluta de defenderse. Pero, aquí también, el terreno ya había sido preparado por las diversas agitaciones de estos últimos años de modo tal que la gente, a pesar de no ser socialista, no obstante, sólo quiso por jefes a los socialistas. Ahora, sin darse cuenta, llegan a la vía teóricamente justa, they drift into it»[8].

Naturalmente, para que esto sea posible, es preciso que los proletarios hayan forjado un mínimo de conciencia de clase, a través de su propia lucha, que los induzca a aceptar la dirección de los comunistas, quienes han encontrado en la teoría revolucionaria el arma para desarrollar completamente esta con­ciencia basándola en el estudio científico del desarrollo so­cial.

Comentando el proyecto de programa de 1895, Lenin explica en qué consiste la tarea de «señalar el verdadero objetivo de la lucha«, no se trata ni más ni menos que de «explicar todo lo que, en forma concisa, se señala en el programa«[9], pero la descripción de esta tarea aparece con más fuerza en el pasaje que sigue, escrito apenas un año más tarde: este trabajo «consiste en hacer propaganda de las doctrinas del socialismo cien­tífico, difundir entre los obreros un concepto justo sobre el actual régimen económico-social, sobre sus fundamentos y su desarrollo, sobre las diferentes clases de la sociedad rusa, sobre sus relaciones mutuas, sobre la lucha de estas clases entre sí, sobre el papel de la clase obrera en esta lucha, su actitud ante las clases que están en declinación y ante las que están en desarrollo, su actitud ante el pasado y el futuro del capitalismo, sobre la tarea histórica de la socialdemocracia internacio­nal y de la clase obrera rusa«[10].

He aquí pues en que consiste la «conciencia comunista». ¿Pero en qué consiste entonces la «conciencia de clase» de los obreros? «Está conciencia de clase es la comprensión, por su parte, de que el único medio para mejorar su situación y lograr su liberación, es la lucha contra la clase de los capitalistas y fabricantes, clase que se origina con la aparición de las glandes fábricas. Luego, tener conciencia de clase significa comprender que los intereses de todos ellos, en un país determinado, son idénticos, solidarios; que todos ellos constituyen u­na sola clase, una clase aparte respecto de las demás de la sociedad. Conciencia de clase de los obreros quiere decir, por último, que éstos comprendan que para lograr sus objetivos les es indispensable influir en los asuntos de Estado, tal como lo han hecho y siguen haciéndolo los terratenientes y capitalistas«[11].

Está claro pues que la comprensión de la necesidad de «influir en los asuntos del Estado» –y si Lenin se contentaba con tal fórmula evidentemente era porque el reformismo pacifista y democrático aún no había corrompido a la clase obrera y sólo podía pensarse en «influir» por medio de la lucha política abier­ta y violenta– aún no constituye la conciencia del objetivo, pero es la condición indispensable de ella. Esta comprensión prepara su terreno y alimenta su exigencia, aunque el paso de una a otra no sea automático, tal como lo mostraremos más adelante.

El partido debe realizar todas sus tareas al mismo tiempo

El estudio de las condiciones subjetivas de la revolu­ción, y la distinción que hemos hecho entre «conciencia comunista» y «conciencia de clase», demuestran que la dirección del movimiento social por el partido no es un producto de la sola propaganda sobre los objetivos, sino que exige la conquista de un cierto número de condiciones subjetivas, debiendo todas ellas ser realizadas para que la revolución sea victoriosa.

Esta es la razón por la cual es falso oponer las tareas revolucionarias a la lucha inmediata. Por ejemplo, Lenin se levanta contra una resolución del Comité de Odesa en 1905 sobre la lucha sindical que, poniendo «en primer lugar” la prepara­ción de la insurrección armada, concluía que «la dirección de la lucha sindical del proletariado es inevitablemente relegada a segundo plano«. Dice:

«A mi modo de ver, es teóricamente falso y erróneo desde el punto de vista de la táctica. Es falso desde el punto de vista teórico confrontar dos tareas, como si ambas tuviesen el mismo valor y estuviesen en el mismo plano: la preparación de la insurrección armada y la dirección de la lucha sindical».

«Observen que una de las tareas está en primer plano, la otra en segundo. Tal afirmación equivale a comparar y yuxtapo­ner dos cosas de orden diferente. La insurrección armada es una forma de lucha política en un momento dado. La lucha sindical es una manifestación permanente, siempre necesaria, en régimen capitalista, obligatoria en todo momento, del conjunto del movimiento obrero. En un pasaje que he citado en ¿Qué Hacer?, Engels distingue tres formas esenciales de lucha proletaria: económica, política y teórica. Dicho de otro modo: sindical, política, teórica (científica, ideológica, filosófica). ¿Cómo se pueden po­ner juntas una de estas formas esenciales de lucha (lucha sindical) y otra forma esencial de lucha en un momento dado? ¿Cómo se puede poner toda la lucha sindical, en cuanto «tarea», al mismo nivel que el medio actual de lucha política y que está lejos de ser el único? (…) No se puede poner al lado de la «dirección de la lucha sindical» más que la dirección de toda la lu­cha política en general, la lucha ideológica en general en su totalidad pero, de ningún modo, tales o cuales tareas particulares, dadas, actuales, de lucha política o ideológica (…).”

«En estos términos, la resolución plantea, en el plano táctico, las tareas de la insurrección armada de manera muy torpe. La insurrección armada es el modo supremo de lucha política. Para que triunfe desde el punto de vista del proletariado, es decir, para el éxito de una insurrección proletaria dirigida por la socialdemocracia y no el de otra insurrección, es necesario que todos los aspectos del movimiento obrero se desarrollen am­pliamente«[12].

Es necesario que todos los aspectos se desarrollen am­pliamente y, por consiguiente, que el partido trabaje en lo que a él respecta, ¡para desarrollarlos todos!

Y nótese que Lenin escribe esto en la víspera de la tormenta revolucionaria y tras haber sostenido la polémica resumi­da en ¿Qué Hacer? Por consiguiente, lo hace tras haber afirmado a justo título que «La socialdemocracia es la unión del movimiento obrero con el socialismo. Su tarea no es servir pasivamente al movimiento obrero en cada una de sus fases, sino representar los intereses de todo el movimiento en su conjunto, señalar a este movimiento su objetivo final, sus tareas políticas, y salvaguardar su independencia política e ideológica[13]. Escribe esta resolución tras haber afirmado contra los economistas que «el carácter de clase del movimiento socialdemócrata no se debe expresar rebajando nuestros objetivos al nivel de las necesidades directas e inmediatas de un movimiento «puramente obrero» (es decir, sindical), sino asumiendo la dirección de todos los aspectos y manifestaciones de la gran lucha política libertadora del proletariado«[14].

Escribe esta resolución tras echar pestes no solamente contra la limitación de la agitación política por parte de los economistas, sino también contra su «teoría oportunista de los estadios» con la que pretendían, por una parte, limitar la ac­ción política de la clase obrera a la simple «agitación políti­ca en el terreno económico» y, por otra, pensar en ella ¡sólo cuando la lucha huelguística hubiese alcanzado cierta extensión[15]!

Hoy, esta actitud de Lenin parecerá curiosa a muchos que se proclaman campeones de la lucha contra el «economismo», por la simple razón que ellos van en la lucha económica un simple medio de proselitismo, es decir, de adhesión de los proletarios al partido revolucionario. Ahora bien, tal concepción es enteramente extraña a Lenin, para quien luchar contra el economismo no significa de ningún modo olvidar la importancia de la lucha económica. Veamos cómo termina la carta que critica la resolución del Comité de Odessa: «En mi opinión, hablando en general, hay que guardarse de exagerar la lucha contra los mencheviques en esta cuestión. Actualmente, es probable que pronto comiencen a fundarse sindicatos. No hay que mantenerse apartados y, sobre, todo, no ofrecer la excusa de creer que hay que mantenerse apartados, sino esforzarse en participar, en influenciar, etc. Ya que existe una capa particular de obreros viejos, con cargas de familia, que en ese momento aportarán terriblemente poco a la lucha política pero muchísimo a la lucha sindical. Hay que uti­lizar esta capa limitándose a dirigir sus pasos en ese ámbito«[16].

Está perfectamente claro, pues, que si «hace falta que todos los aspectos del movimiento obrero se desarrollen amplia­mente» para hacer posible la victoria, el partido debe partici­par en ese desarrollo, lo que solo puede hacer afrontando todas sus tareas al mismo tiempo.

Esto es tanto más importante cuanto que si el partido no puede integrar en sus filas más que a los proletarios –¡y no solamente a los proletarios!– que ya aceptan el programa y los principios del comunismo y, por tanto, los principales resulta­dos de la teoría marxista y de la experiencia histórica del comunismo, su desarrollo en gran escala sólo es posible si la lu­cha contra el capitalismo adquiere una cierta amplitud y es im­pulsada hasta un cierto grado. A falta de esta amplitud e intensidad, los grupos de proletarios impulsados a una lucha general contra el capitalismo y que buscan así fundir la lucha en curso en una lucha de conjunto contra el capitalismo, una lucha revolucionaria guiada por una idea teórica justa del conjunto del movimiento y de sus fines, estos grupos siguen siendo aún débi­les y dispersos. Ahora bien, esta extensión y profundización de la lucha, si bien se apoyan en los impulsos materiales obje­tivos, a su vez, son considerablemente facilitadas por el trabajo del partido entre los obreros, que consiste «en desarrollar su conciencia contribuyendo a la lucha que realizan por sus necesidades esenciales«[17].

O sea que el proselitismo del partido es tanto más fácil cuanto que se apoya en el cumplimiento de las otras tareas que le preparan el terreno, aun cuando su objetivo específico sea distinto.

Así, sin hablar incluso de la capacidad de intervención del partido y de su entrenamiento para la lucha –elementos ab­solutamente indispensables para la preparación revolucionaria– el reforzamiento y el desarrollo del partido son resultado del cumplimiento del conjunto de las tareas que le corresponden, y esto en cualquier situación.

¿Cómo desarrollar la conciencia de clase de los obreros?

Acabamos de ver con Lenin «lo que debe entenderse por conciencia de clase de los obreros»; llegados  a este punto de su comentario del proyecto de programa de 1895, prosigue así:

«¿Cómo llegan los obreros a la comprensión de todo esto? La adquieren constantemente a cada paso de la misma lucha que ya han iniciado contra los fabricantes y que se desarrolla cada vez más, se torna más áspera e incorpora a un número creciente de obreros, a medida que se desarrollan las grandes fábricas”.

Sigue entonces el análisis de las fases sucesivas atravesadas por el movimiento obrero en Rusia. Al inicio, se produje­ron revueltas de obreros aislados. En esta fase «la hostilidad de los obreros contra el capital se traducía solamente en un vago sentimiento de odio contra sus explotadores, en una noción confusa de la opresión de que eran objeto y de su esclavitud y en el deseo de vengarse de los capitalistas. (…) Pero el movi­miento obrero ruso ha superado esta forma inicial. En lugar del odio confuso hacia el capitalista, los obreros han comenzado ya a comprender el antagonismo que existe entre la clase de los obreros y la de los capitalistas. En lugar del vago sentimiento de opresión han empezado ya a discernir sobre cómo y por qué medios, precisamente, los oprime el capital; y se alzan con­tra ésta o aquella forma de sojuzgamiento, oponiendo una barrera a la presión del capital, defendiéndose de la codicia del capi­talista. En lugar de la venganza contra los capitalistas, pasan ahora a la lucha por obtener concesiones: comienzan a plantear a la clase de los capitalistas una reivindicación tras otra y a reclamar para sí el mejoramiento de las condiciones de traba­jo, el aumento de los salarios, la reducción de la jornada de trabajo. Cada huelga concentra toda la atención y todos los es­fuerzos de los obreros, ya en una, ya en otra de las condicio­nes en que vive la clase obrera. Cada huelga suscita la discu­sión sobre esas condiciones, ayuda a los obreros a juzgarlas, a comprender cómo se traduce en esa oportunidad la presión del capital, cómo se puede luchar contra ella. Cada huelga enriquece con una nueva experiencia a toda la clase obrera. Si tiene éxi­to, sirve para mostrar la fuerza de la unión de los obreros y estimula a los demás a seguir el ejemplo de sus compañeros. Si fracasa, provoca la discusión de las causas de la derrota y la búsqueda de mejores métodos de lucha. Esta transición que se inicia ahora en toda Rusia, hacia la lucha indeclinable de los obreros por sus necesidades esenciales, hacia la lucha por a­rrancar concesiones, por obtener mejores condiciones de vida, de salario, y una reducción en la jornada de trabaje, marca el e­norme paso adelante dado por los obreros rusos; y, por eso, a esta lucha y a cómo contribuir a la misma deben dedicar su aten­ción principal el partido Socialdemócrata y todos los obreros consientes«[18].

Si se considera la situación de hoy, desde luego, se ven grandes huelgas pero la marcha del capitalismo, el imperialismo, el reformismo social y la corrupción democrática, han consegui­do amortiguar considerablemente su alcance. Ya no hay, al menos en los países «avanzados», entre el progreso de las huelgas y el de la «conciencia de clase», la correspondencia que observa­ba Lenin en Rusia de los años 90, al menos si se toman en consideración las huelgas oficiales.

Para dar un índice de la situación de la clase son más interesantes pues los episodios en los que sus reacciones esca­pan, aunque sea momentáneamente, al control de los lacayos sin­dicales del capital. Ciertos sectores de la clase han intentado incluso preparar verdaderos movimientos organizados; por ejem­plo, la inmigración en Europa estos últimos años. En los países de joven capitalismo se ha entrado claramente en el estadio de grandes explosiones de lucha, de motines y revueltas, marcado por las grandes sacudidas obreras de Brasil, Túnez, Turquía, etc. El último gran acontecimiento, el del verano polaco, es de una importancia considerable pues allí la lucha social ha superado el estadio de los motines de 1956 o 1970, para pasar al de la lucha preparada, organizada para «arrancar concesiones» y ya ha tenido sus repercusiones en Italia, por ejemplo, con la magnífica huelga de los obreros de la Fiat en Turín.

Por lo tanto, esta es la situación general actual, que en su conjunto aún no ha entrado en la fase de «una lucha por la satisfacción de las necesidades esenciales», y que exige, mucho más que ayer, la lucha palmo a palmo contra las fuerzas del reformismo obrero que ocupan el terreno e intentan retardar la maduración de la conciencia de clase de los obreros.

Seguidamente, Lenin aborda las tareas del partido y, na­turalmente, lo hace teniendo en cuenta el estadio ya alcanzado por la lucha y las condiciones políticas particulares:

«La ayuda a los obreros debe consistir en señalar las necesidades más apremiantes, por cuya satisfacción debe lucharse, analizar las causas que agravan la situación de tales o cuales obreros, explicar las leyes y reglamentaciones fabriles, cuya violación (y las tramoyas fraudulentas de los capitalistas) somete a los obreros tan a menudo, a un doble saqueo. Debe consistir en señalar con la mayor exactitud y precisión posibles las reivindicaciones de los obreros y hacerlas públicas, en escoger el mejor momento para resistir, elegir la mejor forma de lucha, estudiar la posición y las fuerzas de ambos bandos en lucha, a­nalizar si no existe la posibilidad de una forma de lucha aún mejor«[19].

Formular claramente las reivindicaciones, agitar la necesidad de la lucha para obtener su satisfacción, esa es la primera tarea. Tiene un peso relativo más importante aún en la fase precedente cuando la lucha está en sus primeros pasos y, con mayor razón, en las condiciones políticas presentes en las que las necesidades reales deben ser libradas de la ganga reformis­ta y democrática que las envuelve.

Lenin prosigue: «Hemos dicho que el paso de los obreros rusos a esta forma de lucha muestra que han dado un gran paso adelante. Esta lucha coloca el movimiento obrero en el buen camino, y es garantía de futuros éxitos. En esta lucha las masas obreras aprenden, en primer lugar, a reconocer y analizar, uno tras otro, los métodos de explotación capitalista, a comprenderlos, tanto en relación con la ley, como con sus propias condicionas de vida y con los intereses de la clase de los capitalistas. Al examinar las diversas formas y casos de explota­ción, los obreros aprenden a entender el sentido y la esencia de la explotación en su conjunto, aprenden a entender el régi­men social basado en la explotación del trabajo por el capital. En segundo lugar, en esta lucha, los obreros ponen a prueba sus fuerzas, aprenden a unirse, a entender la necesidad y el valor de dicha unión. La ampliación de la lucha y la frecuencia de los choques conducen inevitablemente a una extensión aún mayor de aquélla, al desarrollo del sentimiento de unidad, al espí­ritu de solidaridad, en primer término entre les obreros de una localidad determinada, después entre los de todo el país, entre toda la clase obrera«[20].

Hoy, a escala general, aún no estamos a ese nivel pero para círculos restringidos del proletariado, a los que intentamos hacer comprender la necesidad de preparar las luchas futu­ras y organizarse para ello fuera del ambiente reformista, el proceso es análogo.

Para estos círculos la lucha misma ya ha permitido com­prender la actitud de los bonzos, cara a cara con las reivindi­caciones, cara a cara con los métodos de lucha, el juego de la inspección del trabajo, de los diversos órganos del Estado… Aquí, la tarea del partido es ayudar a estos proletarios a fijar lo que han visto, la experiencia que han tenido. Ayudar a formular lo más claramente posible la experiencia hecha por tal o cual grupo de trabajadores; hacer conocer lo más ampliamente posible las lecciones extraídas de las luchas; ampliar así el campo de experiencia del conjunto de la clase y, por lo tanto, acortar al máximo la duración de su aprendizaje.

Es claro, en particular, que las formidables huelgas de Polonia, al traducir un estado más avanzado de la lucha proletaria que el nivel generalmente conseguido hoy, son una fuente formidable de experiencia; y ella permite resolver de manera viviente a los proletarios avanzados cantidad de cuestiones que ellos mismos se plantean, soluciones que los comunistas deben dar a conocer y discutir en todos los aspectos.

Aquí, es indispensable hacer una observación de método: las luchas no dan sino una experiencia al principio necesaria­mente limitada. También es falso querer salir de esta limita­ción intentando hacer pasar por una lección de la experiencia inmediata lo que en realidad os una lección de la experiencia histórica, necesaria al partido para guiar sus pasos, preparar el porvenir, pero que no podría ser impuesta contra la experiencia misma de los trabajadores como una lección de la lucha sin forzarlos y alimentar así aún más las reacciones de tipo anti-organización y anti-partido o «anti-sustitucionista» ya bastante numerosas como reacción a la traición reformista. Sin embargo, eso es lo que hacen numerosas corrientes activas entre los trabaja­dores, que juzgan «insuficiente» sacar como lección de la expe­riencia de tal o cual huelga que, puesto que las burocracias sindicales han saboteado la lucha, hay que preparar las siguientes contra ellas; ellos se imaginan que es más radical sacar de cada huelga la lección de que hace falta la dictadura o de que falta el partido revolucionario, lo que es justo desde el punto de vista de la propaganda general, sacando la lección del con­junto de las huelgas, pero que sólo puede ser asimilado a las conclusiones a sacar de tal huelga particular con un paso anti­-materialista y puramente metafísico.

Vayamos ahora al último punto subrayado por Lenin: «En tercer lugar, esa lucha desarrolla la conciencia política de los obreros. La masa obrera se ve colocada, por sus propias condiciones de vida, en una situación tal que no tiene tiempo ni posibilidad para meditar acerca de cualquier clase de problemas de orden nacional. Pero la lucha de los obreros con­tra los fabricantes por sus necesidades cotidianas hace, por si sola y en forma inevitable, que tropiecen con problemas nacionales y políticos, con problemas relativos a la forma en que se gobierna el Estado ruso, cómo se promulgan las leyes y regla­mentaciones, y a qué intereses sirven. Cada conflicto en una fábrica lleva necesariamente a los obreros a enfrentarse con las leyes y con los representantes del poder estatal. Escuchan en­tonces por primera vez ‘discursos políticos’«[21]. Aunque sólo sean las «explicaciones» de los inspectores de trabajo mos­trándoles que su miseria se funda en la aplicación de la ley o de los ministros que les piden aceptar su situación por «amor cristiano»:

«Después a estas explicaciones de los representantes del poder estatal y a la forma directa en que los obreros cono­cen en beneficio de quiénes actúa este poder, se agregan aún los volantes y otra clase de explicaciones de los socialistas, de suerte que durante una huelga de este tipo, reciben una edu­cación política completa. Aprenden a entender, no sólo cuáles son los intereses particulares de la clase obrera, sino también el lugar particular que ésta ocupa dentro del Estado«[22].

Las condiciones han cambiado: hoy ya no se habla da “amor cristiano», sino de interés nacional y de democracia. Más aún, ya no es el ministro ni el inspector de trabajo quien encuentra las justificaciones para llamar al obrero a doblar el espinazo, sino a menudo el bonzo sindical que representa teóri­camente al obrero.

¿En qué consiste le educación política de los obreros?

Esta educación política de los obreros a partir de los materiales suministrados por la lucha económica merece varias reflexiones.

En primer lugar, es una tarea permanente que empieza con los primeros pasos de la lucha económica y la acompaña. Sería absurdo esperar que la «conciencia de clase» de los proletarios alcance espontáneamente un cierto nivel para que los comunistas se dignen poner su grano de sal, precisamente, porque no nace espontáneamente, automáticamente, de la lucha económica.

Lenin ha explicado ampliamente este fenómeno en 1901 en ¿Qué hacer?, echando un vistazo retrospectivo sobre las huelgas de los años 90. E insistió muchísimo en ello. Las huelgas de este periodo, explica, ofrecen «muchos más destellos de con­ciencia» que las revueltas de los decenios precedentes y representan «ya los embriones de lucha de clases, pero nada más que embriones”. Y precisa: «En sí, esas huelgas eran lucha tradeunionista, no eran aún lucha socialdemócrata, señalaban el des­pertar del antagonismo entre los obreros y los patronos, pero los obreros no tenían, ni podían tener, la conciencia de la oposición inconciliable entre sus intereses y todo el régimen político y social contemporáneo, es decir, no tenían conciencia socialdemócrata«[23] .

Los «fulgores de conciencia de clase» que surgen del choque en el enfrentamiento con el patrón o con la policía en general son, al menos en lo que concierne a la masa de los proletarios, rápidamente extinguidos y sumergidos por los hábitos ideológicos y las relaciones sociales, a pesar de los cuales la lucha ha estallado y avanzado. Pero también son extinguidas por la acción de las corrientes que buscan conciliar los intereses de las clases adversas. Esta política, que permanece en los terrenos del capitalismo y que, en realidad, consolida la esclavitud asalariada en lugar de preparar su supresión, es una política obrera burguesa como decía Lenin, o aún tradeunionista, pues ella hace de la lucha política una simple prolongación de la lucha contra el patrón y encierra a los proletarios en la lucha económica, sindical o «tradeunionista».

Así, es necesario combatir dos obstáculos para pasar de la lucha tradeunionista a la lucha de clase completamente desa­rrollada. En primer lugar, es preciso superar lo que podríamos llamar la estrechez inmediata de los proletarios, sea de categoría, edad o sexo. A la larga, esta traba puede ser superada a través de la misma lucha, cuando el proletariado se da cuenta que su lucha contra el patrón y, más generalmente, contra la clase capitalista, es más potente si lucha codo a codo con el trabajador de otra categoría, de otra nacionalidad, de otro se­xo, etc. Aquí, los obstáculos no solamente son las famosas «garantías» que retardan la lucha entorpeciendo la disponibilidad de los proletarios, sino las tradiciones nacionales, el espíri­tu de superioridad imperialista, el peso de las relaciones familiares que aplastan a las mujeres y a la juventud, etc. Está claro que la superación de esta estrechez no es en modo alguno automática y supone ya una vigorosa acción política, que sólo el partido puede llevar adelante en forma consecuente gracias a una visión clara de los «objetivos y de los fines de la lucha».

Hace falta seguidamente, y sobre todo, desarrollar un combate palmo a palmo contra la política obrera burguesa, la política exclusivamente tradeunionista, puramente sindical o de conciliación democrática. Esta política tradeunionista es otra cosa muy distinta que la conciencia espontánea del proletariado. Ciertamente, esta se apoya en los límites de la conciencia es­pontánea, particularmente en el peso de la ideología ambiental, burguesa, pero para cultivar la estrechez inmediata, exaltar el espíritu limitado de corporación, el chovinismo, el miedo a la lucha, y busca encerrar a los proletarios en esos límites gra­cias a los regateos y a una alianza con el patrón y la clase capitalista contra otras categorías, otros sectores, otras nacio­nalidades. Semejante política, que exacerba la competencia entre los proletarios y liga del todo su suerte a la de la empre­sa y el Estado nacional, naturalmente presenta un peligro más grave: esteriliza los impulsos inmediatos y obstruye la lucha revolucionaria. Por ello, la tarea de los comunistas es, según Lenin, «combatir la espontaneidad, hacer que el movimiento obrero abandone esta tendencia espontánea del tradeunionismo a cobijarse bajo el ala de la burguesía y atraerlo hacia el ala de la socialdemocracia revolucionaria[24].

Es casi inútil precisar que esta tarea es aún más ardua y merece un esfuerzo más constante hoy en día en que el «reformismo obrero» ha madurado hasta el punto de entregarse en cuer­po y alma a la burguesía y al Estado imperialista, convirtiéndose en su activo agente gracias a la obra de división sistemáti­ca que éste difunde en las filas obreras a cambio «de las migajas del festín imperialista», como ya indicaba Lenin en la época de la primera guerra mundial[25].

Esto nos vuelve a conducir a las luchas inmediatas de hoy, a través de las que intentamos educar políticamente a los obreros. Naturalmente, los comunistas no son los únicos en po­der contribuir al desarrollo de la conciencia de clase, al me­nos en sus primeros pasos, pero deben hacerlo a su manera, inmediatamente deben brindar su explicación y orientación a fin de fortificar y profundizar la comprensión que los proletarios tienen de su situación. Además, todos los proletarios activos saben que la batalla con los bonzos empieza hoy, a partir del momento en que intentan formular las reivindicaciones y, sobre todo, definir los métodos de lucha. Ya en este nivel hacen su sucio trabajo, que consiste en desviar la espontaneidad obrera hacia la política burguesa. Este es uno de los frentes esencia­les de choque con el oportunismo, uno de los frentes de lucha directa contra él, y sería completamente estúpido desertar de ese combate bajo el pretexto que él no pone en juego las cuestiones de la lucha por la toma del poder o que la sola batalla digna de ser planteada es la orientación de la lucha inmediata.

Seguidamente, se trata de realizar una educación política con los materiales mismos proporcionados por la lucha y la experiencia de los proletarios. Es una educación práctica que no requiere postulados exteriores al campo de experiencia de los proletarios sino que utiliza lo que han visto y experimentado para una discusión que permite a los comunistas explicar la naturaleza de la explotación o de tal o cual mecanismo social, la naturaleza y la actitud de las fuerzas enemigas y de las corrientes fluctuantes. El método a seguir está ilustrado por el mismo Lenin en su «Comentario del programa» de 1895. Este es a­jeno a las grandes proclamaciones generales sobre ‘»los objeti­vos y los fines», que es una tarea diferente, aunque contribuya a preparar el terreno de la experiencia gracias a la cual los comunistas hacen penetrar las explicaciones sacadas de su programa que fortalecen la conciencia de clase de los proletarios. Agreguemos que esta educación también consiste en obligar con la presión de la lucha a cada grupo, corriente, etc., a expli­car sus métodos, sus reivindicaciones y su concepción de la lu­cha de forma tal que se vean obligados a revelar a los trabajadores, en el curso de la batalla y en los hechos, el lazo entre tal actitud práctica y tal posición política, y se vean empujados a ponerse en contradicción con sus afirmaciones, lo que permitirá reforzar la confianza hacia el partido y su dirección.

Aún más, en el curso del cumplimiento del conjunto de estas tareas por el partido, los proletarios más conscientes ad­quieren confianza en la teoría, es decir, aprenden la eficacia que da a la lucha la posesión de una teoría justa, y son llevados a conocer los fines y objetivos del movimiento, por consiguiente, a ser más sensibles a la propaganda general del partido[26].

Hemos hablado aquí de la educación política de los obreros a partir de los materiales suministrados por la lucha económica. Estos materiales son importantes pues la lucha económica y sindical es una de las luchas permanentes en la que están implicadas vastas capas de trabajadores. Sin embargo, existen o­tras ocasiones favorables para la educación política, ya se trate de aspectos o episodios particularmente importantes de la o­presión burguesa o, sobre todo, de las reacciones obreras que ellos suscitan. Basta pensar en la explotación y opresión suplementarias de las mujeres proletarias o incluso de los trabajadores inmigrados; en los allanamientos, crímenes racistas, persecuciones y expulsiones legales; en la miseria de los jóvenes proletarios acuartelados y sometidos al adiestramiento del militarismo burgués; en la opresión colonial y en las intervencio­nes imperialistas; en la feroz represión que aplasta los movi­mientos regionalistas o «terroristas»; en las persecuciones po­liciales de los jóvenes proletarios en las ciudades… Todos estos sucesos y los movimientos de revuelta que provocan permiten a los comunistas trabajar en la educación política de la clase obrera; despertar, reforzar y sistematizar el odio hacia la burguesía, su Estado y su política, sus jueces y todos los lacayos; instruir al proletariado acerca de la naturaleza de la sociedad que lo aplasta, del juego de las diferentes clases y de sus propios intereses. Esta educación política a partir de todos los odios sociales que a veces implican a otras clases, por otra parte, es indispensable desde todo punto de vista. Sólo ella permite impedir a los demócratas pequeño-burgueses e interclasistas canalizar y desviar los movimientos de revuelta que, como la mis­ma lucha económica, sólo pueden ser fecundos si se vuelven parte integrante de una sola y única lucha de clase contra la burguesía.

Con este propósito Lenin escribía en 1898: «Si no hay problema de la vida obrera, en el terreno económico, que no pueda ser utilizado con fines de agitación económica, tampoco hay en el campo político problema que no deba ser objeto de agita­ción política. Estas dos formas de agitación se encuentran tan indisolublemente ligadas en la actividad de los socialdemócratas como lo están entre si las dos caras de una medalla. Tanto la agitación política como la económica son igualmente indis­pensables para el desarrollo de la conciencia de clase del proletariado; tanto la agitación política como la económica son igualmente indispensables como orientación de la lucha de clase de los obreros rucos, pues toda lucha de clase es lucha políti­ca«[27].

Por ello, en ¿Qué Hacer? echa pestes contra los «econo­mistas» que pretenden limitar la educación política al solo terreno de la lucha económica, contribuyendo así doblemente a colocar la lucha obrera en los brazos de la política burguesa.

Nuestra corriente comparte enteramente este punto de vista. Veamos cómo presentaba en la Internacional de Lenin, en 1922, las reivindicaciones políticas inmediatas junto a las reivindi­caciones económicas: Incluso en las situaciones de desarrollo normal del capitalismo, era una necesidad fundamental para los partidos marxistas revolucionarios la lucha por las reivindica­ciones concretas de los grupos proletarios sobre el terreno de los sindicatos y de los grupos afines. Las reivindicaciones de orden social y político general también deben servir para el trabajo revolucionario. Pero estas reivindicaciones no deben formar el terreno de un compromiso con la burguesía, por medio del cual el proletariado pague las concesiones de ésta con la renuncia a la independencia de sus organizaciones de clase y a la propaganda del programa y de los métodos revolucionarios«[28]. Y esto no es una simple petición de principio, nuestro partido se esfuerza en traducirla en los hechos. Si se mira el trabajo de agitación que hemos efectuado en estos últimos años, se ve que ha sido ampliamente político. A menos de considerar que la solidaridad con la lucha de los soldados, la lucha contra el control de la inmigración y su igualdad de derechos, la denun­cia de las intervenciones francesas en África y la represión política, del refuerzo de la policía bajo la excusa de «seguridad», etc., constituyan agitación económica.

Esta es la razón por la cual la acusación de «econo­mismo «que a veces nos dirigen las sectas maoístas y trotskistas, reposa en un malentendido: la confusión entre «agitación política» y «propaganda por los fines y objetivos». En realidad, estos grupos vuelven la espalda a la lucha inmediata y se imaginan que si en cada lucha parcial e inmediata, no se hace propaganda por la dictadura del proletariado, entonces, se «limita» esta lucha.

Contribuir a la organización de los proletarios en el terreno de las luchas inmediatas

Por lo tanto, la primera forma de ayuda del partido a la lucha obrera, indicada por Lenin en el Proyecto de Programa de 1895 es «desarrollar su conciencia de clase contribuyendo a la lucha que realizan por sus necesidades esenciales» que son económicas y políticas. Tras haberlo expuesto y detallado, Lenin prosigue: «La segunda forma de ayuda debe consistir, como lo dice el programa, en contribuir a la organización de los obre­ros. La lucha que acabamos de describir exige que estén organizados. Esto es necesario tanto para una huelga, a fin de condu­cirla con mayor éxito, como para la recaudación de fondos en favor de los huelguistas, para la organización de cajas mutuales y para la propaganda entre los obreros; para la difusión entre los mismos de volantes, comunicados, llamamientos, etc. La organización es más necesaria aún para defenderse contra las persecuciones de la policía y de la gendarmería, para proteger de éstas todos los vínculos y contactos entre los obreros, para pro­porcionarles libros, folletos, periódicos, etc. La ayuda en todos estos aspectos: tal es la segunda tarea del partido[29].

Tal afirmación no puede ser más clara y explícita y Lenin la repite muchas veces. Así, en el II Congreso del POSDR en 1902: «El Congreso estima que es absolutamente necesario apoyar e impulsar en todos los casos y por todos los medios la lucha económica de los obreros y sus organizaciones sindicales«[30]. Y en el Congreso de Unificación de 1906:

«Nosotros reconocemos y proponemos al Congreso reconocer que:

  1. todas las organizaciones del Partido deben facilitar la formación de sindicatos sin partido e impulsar a todos los miembros del Partido, representantes de la profesión interesada, para que entren en ellos.
  2. el Partido debe tender, por todos los medios a educar a los obreros militantes en los sindicatos en el espíritu de una gran comprensión de la lucha de clase y de las tareas socialistas del proletariado a fin de conquistar, en la práctica, a través de su actividad, un papel dirigente en esos sindicatos y, por último, actuar de suerte que los mismos puedan, en cier­tas condiciones, unirse directamente al Partido sin excluir por ello a sus miembros sin partido«[31].

Por tanto, para un marxista revolucionario, de ninguna manera es venir a menos el participar en las tareas prácticas y concretas de la organización de los proletarios en el terreno inmediato, sea a través de la participación directa en el inte­rior, podríamos decir, sea en el exterior, con un apoyo de las secciones del partido a la organización creada en el terreno inmediato, contribuyendo con su red interna y sus fuerzas a la lucha y organización. Está claro que en este dominio como en otros, la influencia y la dirección sólo se conquistan con la partici­pación activa a esta tarea de organización, distinta de la tarea de educación clasista y de la de orientación política general.

A veces se plantea la cuestión de saber si este trabajo de organización no debe venir después del trabajo de agitación o, más exactamente, si no supone un cierto nivel previo de con­ciencia de clase de los trabajadores.

En realidad, no hay lucha obrera sin esfuerzo de organi­zación. Naturalmente, hace falta que ciertas condiciones estén realizadas para que este esfuerzo llegue a un resultado. Según las condiciones generales y particulares se lograrán organismos estables o efímeros, amplios o restringidos. Un organismo res­tringido y efímero, o aun puramente local o categorial, constituye, con todo, una organización. Por lo tanto, está claro que la tarea que consiste en «ayudar» a la organización de la lucha, aun cuando no surja de ella ningún organismo duradero y perma­nente, es una tarea permanente, completamente distinta de las otras, a llevar al mismo tiempo que ellas y partiendo del punto exacto en el que están los trabajadores.

«En los periodos desfavorables y de pasividad de la clase proletaria, el partido tiene por tarea prever las formas de alentar la aparición de organizaciones inmediatas con objetivos económicos (…). El partido anima siempre las formas de organi­zación que facilitan el contacto entre los trabajadores de diferentes localidades y de diferentes oficios y su acción común«[32]. El hecho de que esta afirmación haya sido hecha en 1951, es decir, en lo más bajo de la curva de la contrarrevolución, sería suficiente para demostrar que esta tarea de organización es constante e independiente de la situación, la cual sólo determina sus formas y los resultados inmediatos que se pueden esperar de ella.

Si ahora miramos la situación que prevalece hoy día en Europa, es claro que aquí no estamos por la constitución inme­diata de vastas organizaciones de clase estables y permanentes[33] y que los únicos organismos que consiguen durar (si es que lo consiguen), en general, están limitados a grupos infinitesimales de proletarios, la mayor parte del tiempo politizados, lo que, por otra parte, no les permite aguantar el golpe en los períodos de reflujo. ¿Esto quiere decir que el partido sólo de­be fijarse como tarea organizar a los trabajadores combativos y sólo después dedicarse a organizar capas más vastas de proletarios? Actuar de esta manera equivaldría a reproducir en otro nivel el error que consiste en exigir un cierto nivel de desarro­llo al partido antes de participar en las luchas inmediatas, lo que equivale a concebir este desarrollo, aunque sea en una cierta fase, como un resultado de la propaganda. Ya hemos visto que esto es erróneo. Si volvemos a las relaciones entre los proletarios combativos y la masa de los trabajadores que no se pone en movimiento más que en forma esporádica y deshilvanada, sería igualmente falso imaginar que los primeros llegan a la necesidad de organizarse entre sí para preparar las luchas futuras inde­pendientemente de su esfuerzo por organizar, de una u otra for­ma, a sus camaradas de clase; a menos que se caiga en la idea de una lucha económica llevada adelante solamente por grupos de vanguardia. No puede haber entonces otra condición previa a los esfuerzos por organizar la masa de los proletarios que su pues­ta en movimiento. El esfuerzo de organización de los proleta­rios en el que deben participar los comunistas, en la medida de sus fuerzas, parte pues de las reacciones más elementales o “inconscientes” de los grupos de proletarios, cualesquiera sean sus éxitos y resultados inmediatos. Necesariamente, a través de estos esfuerzos repetidos, se destacan los trabajadores de van­guardia, a los que, naturalmente, el partido dedica un cuidado particular pues ellos guían los pasos de sus camaradas, pero sin olvidar las otras capas de trabajadores.

El pasaje de las «Tesis de Roma» de 1922, en el que decimos que el partido no anima el desarrollo de la conciencia de clase y el paso a una acción proletaria general «negando aque­llos movimientos elementales, sino integrándolos y superándolos a través de la experiencia viva, incitando a su realización, tomando parte activa en ellos, siguiendo atentamente todo su desarrollo«[34], debe ser comprendido de este modo.

¿Qué muestra la pequeña experiencia adquirida en estos últimos años? Es la vida misma la que ha probado que es imposi­ble tejer lazos entre proletarios de categorías y empresas diferentes sin llevar adelante la lucha contra las burocracias sindicales, contrariamente a las pretensiones de los diversos grupos de «extrema izquierda» que ya están integrados a esas burocracias. Gracias a este hecho que, por otra parte, ha condu­cido a más de un proletario combativo a un desánimo temporal, hoy es posible hacer admitir a grupos, efectivamente aún res­tringidos, de proletarios la necesidad de tejer estos lazos fuera del control de los aparatos sindicales. Naturalmente, los comunistas no son los únicos en preconizar el establecimiento de tales lazos, pues su necesidad se deriva de las exigencias mis­mas de la lucha y, por consiguiente, se impone a todas los proletarios activos, cualquiera sea su filiación política al principio. Sin embargo, participando desde el principio en los esfuerzos por crear esos lazos, contribuyendo a esta tarea con las fuerzas que tienen y tomándola por lo que ella es, los comunistas no adquieren solamente una experiencia preciosa, también pueden imprimir a la organización naciente, de golpe y desde el principio, el método más eficaz y, por tanto, el más inmediata­mente generalizable al conjunto del movimiento.

«A la socialdemocracia rusa, decía Lenin en 1905, le interesa encontrar desde el principio la nota justa para los sindicatos, crear en seguida una tradición de iniciativa socialdemócrata, de participación socialdemócrata, de dirección socialdemócrata en este aspecto. Naturalmente, en la práctica, se pue­de carecer de fuerzas, pero esto es otra cuestión«[35].

Evidentemente, es imposible abandonar esta tarea a otras corrientes bajo el pretexto de que habría que esperar un cierto grado de desarrollo del movimiento para poder ayudar a su orga­nización. Esto equivaldría a permitir que las otras corrientes siembren el camino de la reanudación de clase, ya suficientemente difícil, con obstáculos suplementarios. ¡Ya hay demasiadas luchas obreras en el mundo en las que los comunistas desgracia­damente no tienen la posibilidad de intervenir, para que se abstengan de asumir sus tareas, incluso las más mínimas, en los sitios, desgraciadamente aún excepcionales, en los que tienen la fuerza!

Cómo concebir la propaganda por el programa comunista

Veamos cómo llega Lenin, en su explicación del proyecto de programa del partido ruso, a la propaganda por los objetivos revolucionarios:

«La tercera consiste en señalar el verdadero objetivo de la lucha, o sea, esclarecer a los obreros en qué consiste la explotación del trabajó por el capital, sobre qué se mantiene, de qué modo la propiedad privada sobre la tierra y los instrumentos de trabajo condena a las masas obreras a la miseria, las obliga a vender su trabajo a los capitalistas y a entregarles gratuitamente todo el excedente creado por su trabajo después de producir lo necesario para subsistir; en explicar, luego, cómo esta explotación conduce inevitablemente a la lucha de clase de los obreros contra los capitalistas, cuáles son las condiciones de dicha lucha y su objetivo final: en una palabra, en ex­plicar todo lo que, en forma concisa, se señala en el programa«[36].

Es útil volver sobre este punto, en realidad nuestro punto de partida pero esclarecido ahora por todo nuestro estudio. Efectivamente, puede sorprender ver que en este texto, escrito en 1896, Lenin no se extienda demasiado sobre esta «forma de a­yuda», mientras que insiste mucho sobre la primera y finalmente la coloca en tercer lugar. Apenas unos años después él insistía, a la inversa, en el hecho que «la socialdemocracia no se limita simplemente a servir al movimiento obrero» y que «su tarea es introducir en el movimiento obrero espontáneo definidos ideales socialistas«[37]. Y en el ¿Qué Hacer? , pondrá todo el acento en la tarea «de indicar el objetivo verdadero, de la lucha» que antes venía en tercer lugar, al igual que la Izquierda Comunis­ta en 1926, cuando afirmaba que una de las tareas permanentes del partido es «la participación activa en todas las luchas de la clase obrera, incluso en las suscitadas por intereses parciales y limitados, para alentar su desarrollo, pero aportándo­les constantemente el factor del enlace con los objetivos revo­lucionarios finales y presentando las conquistas de la lucha de clase como vías de acceso a las indispensables luchas futuras, denunciando el peligro de acomodarse con las realizaciones par­ciales, consideradas como puntos de arribo, y de clarificarles las condiciones de la actividad y combatividad clasista del proletariado, tales como la autonomía e independencia de su ideología y de sus organizaciones, en el primer rango de las cuales está el partido«[38].

En realidad, no hay ninguna contradicción entre las dos actitudes. En primer lugar, en todos los casos, esta tarea se presenta como permanente y distinta de las otras. En segundo lugar, la importancia que se le da, es decir, el lugar que tie­ne en la actividad del partido, varía con las situaciones históricas, o sea, con el grado de madurez alcanzado por las luchas obreras. Naturalmente, se podrá decir que esta madurez depende del hecho que una minoría más grande de trabajadores se instru­ya en las tareas comunistas e intervenga en la lucha inmediata «ligándolas constantemente a los objetivos finales revolucionarios». Esto es incuestionable y permite evaluar la situación pero no nos explica cómo esta «minoría consciente» se amplia y refuerza la maduración general de la conciencia de clase del con­junto del movimiento. Ahora bien, a partir del momento en que el desarrollo de esta minoría no puede ser visto como un simple resultado de la propaganda general, hace falta precisar la relación que hay entre esta propaganda y los impulsos materiales de la clase. Está claro entonces que la receptividad a esta propa­ganda por los «objetivos finales revolucionarios», propaganda que el partido lleva adelante en cualquier circunstancia, varia con los progresos del nivel de «conciencia de clase» alcanzado por la clase, nivel que es el resultado del doble juego de los impulsos materiales y del trabajo de educación clasista que el partido lleva a cabo participando en las luchas.

Particularmente, no es difícil comprender que sólo pue­den ser plenamente sensibles a los «objetivos del movimiento» los proletarios ya impulsados a pasar del terreno de la lucha por los objetivos particulares al de la lucha proletaria gene­ral, es decir, revolucionaria, en otros términos, los proletarios que ya llegaron a la comprensión de que la clase obrera es una fuerza, que sus intereses son idénticos a escala internacional y que para modificar su suerte debe llevar adelante una lu­cha que utilice el arma del Estado.

De ninguna manera esto significa que esta propaganda «por los objetivos finales revolucionarios» consista solamente en la exposición general y sistemática de las leyes del capitalismo, de la lucha de clases y de sus principios, en suma, del programa. Ni siquiera la propaganda que apunta al reforzamiento teórico de los militantes podría adquirir este carácter independien­temente de las situaciones políticas, de los impulsos materiales y las necesidades de la lucha del partido, sin caer en un academismo esterilizante. La propaganda por el programa debe ser realizada partiendo de las contradicciones reales de la so­ciedad burguesa tal como ellas se manifiestan en el campo de experiencia de los proletarios y partir de ahí para demostrar la necesidad del comunismo.

«Por su contenido, explica Engels, ante todo, el socialismo moderno es producto de la toma de conciencia, por una parte, de las oposiciones de clase que reinan en la sociedad moderna entre poseedores y desposeídos, asalariados y burgueses; de otra de la anarquía que reina en la producción«[39]. Pero «en su forma teórica”, utiliza los materiales elaborados por las doctrinas políticas, filosóficas y económicas más radicales pa­ra llegar a superarlas en una «teoría nueva» que no es otra cosa que el marxismo revolucionario. Esta doctrina no nace enton­ces directamente de la lucha social, en perjuicio de los que acusan a Lenin de haber «inventado» o retomado de Kautsky la i­dea de la «importación de la conciencia comunista» en la lucha inmediata de la clase, sin ver que es de Marx y Engels, y que deriva naturalmente de la dialéctica de las relaciones entre los impulsos materiales y la formación de la conciencia de cla­se.

Hay una clara distinción entre la conciencia de la nece­sidad de la lucha de clases y la conciencia teórica del comunismo, pero existe un potente vínculo entre ambas. La propaganda «por los objetivos y fines del movimiento» parte de la toma de conciencia de las oposiciones de clase para mostrar la necesi­dad de la toma del poder y de la insurrección, y la necesidad de prepararlas mediante una lucha de partido. Al mismo tiempo, parte de la toma de conciencia de la anarquía que reina en la producción; del sentimiento de injusticia; de la revuelta provocada por la acumulación de la miseria en un polo de la sociedad y la riqueza en el otro, por la sucesión de las crisis y gue­rras para dividirse y repartirse esta riqueza producida por la clase explotada, para demostrar la exigencia y posibilidad del comunismo, para el que la dictadura y la revolución proletarias son la condición política indispensable.

Es claro pues, que existe toda una gama extremadamente compleja de medios, niveles y formas de propaganda «por los ob­jetivos finales y revolucionarios» que dependen de los grupos de trabajadores diferentes, de su nivel de conciencia y de can­tidad de otros factores.

Pero hay que mirar el estadio alcanzado por la lucha de clase en su conjunto para comprender el lugar que se asigna a la propaganda por los objetivos y fines de la lucha en el texto de Lenin de 1895 y en los artículos aparecidos en los años 1900 y siguientes. Entre ambos períodos algo ha cambiado.

En 1895, se está pasando en Rusia del «estadio del odio confuso contra el capitalista» al de la «lucha enérgica» de los obreros para «satisfacer sus necesidades esenciales». Con el gi­ro del siglo XX, la lucha proletaria en Rusia, fortalecida con la experiencia precedente, tiende «espontáneamente» a superar ese estadio. En primer lugar, los proletarios tienden a exten­der la lucha contra el Estado a todos los aspectos de la vida social. Además, esta lucha mucho más amplia impulsa a grupos cada vez más numerosos de proletarios a «desplazarse al terre­no de la lucha general» contra el capitalismo. En estas condi­ciones, es claro que, sin ignorar del todo las tareas que con­sisten en «desarrollar la conciencia y la organización de la clase obrera», resulta vital ligar estrechamente la lucha inmediata a los objetivos generales, de hacer de la lucha inmedia­ta un aspecto de la lucha conjunta de la clase obrera, desarro­llando los otros aspectos, político y teórico, so pena de hacer a la lucha económica inmediata ineficaz y estéril. Aún más, al mismo tiempo que esta tarea toma constantemente consistencia, la puesta en movimiento de capas cada vez más grandes de obreros da al mismo tiempo, como ya lo hablamos visto, a todas las o­tras tareas, y particularmente, a la agitación y a la organización, un campo más vasto de aplicación.

***

¿Dónde estamos nosotros hoy en día en Europa? Globalmente aún no hemos llegado al «estadio» de «la lucha enérgica por la satisfacción de las necesidades esenciales«. La lucha por desarrollar la conciencia y la organización de la lucha proleta­ria parte de un nivel extremadamente bajo y a menudo desconcer­tante. Esta no es evidentemente la razón para no llevarla a cabo, al contrario.

La unión con los «objetivos revolucionarios” es a menudo extremadamente difícil de hacer, pues la distancia entre ambos niveles es terriblemente grande y sólo puede ser franqueada por grupos de proletarios aún restringidos y minúsculos a los que esta propaganda resulta accesible. Pero esto no autoriza el in­tento de salvar esa distancia por una suerte de “forcing” verbal, por una declamación sobre el objetivo final, que no sería más que una forma de inmediatismo activista, un oportunismo simétrico a aquél que modifica el objetivo con la esperanza de hacerlo más accesible.

Los comunistas ayudan a esta lucha a recorrer más rápidamente todas las etapas que aún nos separan del objetivo final revolucionario, único e invariante, cumpliendo el conjunto de sus tareas, sin olvidar ninguna y dándoles la intensidad permi­tida por las circunstancias y exigida por el nivel real de las luchas proletarias.


[1] Lenin, «Nuestra tarea inmediata», 1899, Obras, T. 4, p. 220.

[2] Proyecto de tesis presentado por la Izquierda al III Congreso del Partido Comunista de Italia, Lyon, 1926. En El Programa Comunista nº 34-35, abril-septiembre 1980.

[3] Lenin, «A propósito de la ‘profesión de fe’», 1899, Obras, T. 4, pp. 297/8.

[4] Lenin, «La enfermedad infantil del comunismo», 1920, Edición en lenguas extranjeras, Moscú, 1947, p. 96.

[5] «La táctica de la I.C. en el proyecto de tesis presentado por el Partido Comunista de Italia al IV Congreso mundial», 1922, en El Pro­grama Comunista nº 29, diciembre 1978/febrero 1979, p. 29. Este proyecto fue presentado, con algunas modificaciones después, al V Congreso de la Internacional (ver Programme Communiste nº 83, pp. 14/15), pero este punto permaneció inalterado.

[6] Lenin, «La enfermedad infantil del comunismo», ibíd., pp. 10/11.

[7] Lenin, «Proyecto de programa del Partido Socialdemócrata, 1895, Obras, T. 2, p. 88.

En 1922, la Izquierda definió de la misma manera lar tareas de los comunistas en las luchas proletarias: «El trabajo que cumplen no se limita a la propaganda, al proselitismo y a las campañas electorales en el seno de las asambleas proletarias: es un trabajo de conquista y de organización que se desarrolla en lo vivo de la lucha y que ayuda a los trabajadores a extraer las más útiles experiencias de la acción«. (Tesis sobre la táctica del Partido Comunista de Italia o «Tesis de Roma», en El Programa Comunista, nº 26, febrero-mayo 1978).

[8] Engels, Carta a Sorge del 8 de febrero de 1890. They drift into it, literalmente: la corriente les arrastra.

[9] Lenin, «Explicación del programa del partido socialdemócrata”. 1896, Obras, T. 2, p. 108.

[10] Lenin, «Las tareas de los socialdemócratas rusos», 1897, Obras, T. 2, p. 333.

[11] Lenin, «Explicación del programa”, ibíd., p. 101.

[12] Lenin, Carta a S.I. Goussev del 13/10/1905, Obras, T. 34.

¿Acaso no decía lo mismo la Izquierda cuando en 1922 afirmaba: “La obra de propaganda ideológica y de proselitismo para su mili­cia, que el partido realiza constantemente, es inseparable pues de la ac­ción real y de todo el desarrollo del movimiento proletario. Es un error banal el considerar contradictoria la participación en luchas por resulta­dos contingentes y limitados con la preparación de la lucha revolucionaria final y general«? («Tesis de Roma», ibíd., p. 26).

[13] Lenin, «Tareas urgentes de nuestro movimiento», 1900, T. 4, p. 376.

[14] Lenin, «La agitación política y el punto de vista de clase», 1902, T. 5, p. 348.

[15] Ver Lenin, «¿Qué Hacer?», Obras, T. 5.

[16] Lenin, «Carta a Goussev» del 13/10/1905, ya citada, ibíd.

[17] Lenin, «Explicación del programa», op.cit., p.107.

[18] id., ibíd., p. 104/5.

[19] id., ibíd., pp. 105/6.

[20] id., ibíd., p. 106.

Este pasaje ilustra perfectamente lo que la Izquierda entiende por actividad que «ayuda a los trabajadores a extraer las más útiles experiencias de su acción» (ver nota 7).

[21] id., ibíd., p. 106/7.

[22] id., ibíd., p. 107.

[23] Lenin, «¿Qué Hacer?», Obras Escog. T. I, pp. 141/2.

[24] Lenin, id., ibid., p. 150.

[25] El lector puede referirse a la serie de artículos «Tradeunionismo y comunismo» aparecida en los números 322, 323 y 324 de Le Prolétaire.

[26] «Prácticamente, los comunistas son pues la fracción más resuelta de los partidos obreros de todos los países, la fracción que anima las demás. Teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de tener una clara visión de la marcha de los fines generales del movimien­to proletario”, dice el Manifiesto de 1848. Es evidente que los dos aspec­tos son inseparables, la «visión clara» y la «resolución». La Izquierda también las liga: «Participando en primera línea en las acciones de los órganos económicos de los que forman parte, estos grupos atraen hacia sí, y por lo tanto hacia las filas del partido, a los elementos que en el desarrollo de la acción han madurado para ello» («Tesis de Roma», op.cit., p. 21).

[27] «Las tareas de los socialdemócratas rusos», 1898, Obras, T. 2, p. 338.

[28] «Proyecto de programa de acción presentado al IV Congreso de la Internacional Comunista por el Partido Comunista de Italia», 1922, op.cit., p. 29.

Las «Tesis de Roma» van en él mismo sentido: «Con todos estos me­dios, el partido amplía y refuerza la influencia que por miles de lazos se extiende desde sus filas organizadas a todo el proletariado, aprovechando para ello todas sus manifestaciones y posibilidades de manifestaciones en la actividad social» (op.cit., p.27).

[29] Lenin, «Explicación del programa”, 1896, op.cit., pp. 107/8.

[30] Lenin, “Proyecto de resolución sobre la lucha económica presentado al II Congreso del PODSR”. Obras, T. 6.

[31] Lenin, “Proyecto de resolución sobre los sindicatos en la ‘Plataforma táctica para el Congreso de Unificación del POSDR’», 1906, Obras, T. 10.

[32] Tesis Características del partido, 1951.

Que el trabajo de los comunistas sea también un trabajo de «organi­zación», y que la propaganda y la agitación por las reivindicaciones no tienen sentido más que en unión con la organización de los trabajadores, re­surge de nuevo de este pasaje de las “Tesis de Roma» (op.cit., p. 27): «Ade­más de participar de esta manera en la vida de los organismos proletarios que surgen naturalmente por la presión de reales intereses económicos, y además de favorecer su extensión y fortalecimiento, el partido se esforzará para que su propaganda ponga en evidencia los problemas de real interés para los obreros que pueden dar lugar –en  el desarrollo de las situaciones sociales– a nuevos organismos de lucha económica”.

[33] Para el estudio de las condiciones históricas y políticas del nacimiento de organizaciones de lucha inmediata, ver el artículo «Asociacionismo obrero, frente proletario de lucha y partido revolucionarlo hoy», en El Programa Comunista nº 36, octubre-diciembre 1980.

[34] «Tesis de Roma”, op.cit., p. 26.

[35] Lenin, Carta a S.I. Goussev del 13/10/1905, Obras, T. 34.

[36] Lenin, «Explicación del programa», op.cit.,  p. 108.

[37] Lenin, «Nuestras tareas inmediatas», 1899, Obras, T. 4, p. 221.

[38] «Proyecto de Tesis presentado por la Izquierda al III Congreso del Partido comunista de Italia» o «Tesis de Lyon», l926, op.cit., p. 35.

[39] Engels, «Socialismo utópico y socialismo científico”.