Contra las ideas establecidas dentro del «movimiento» del 2016 en Francia

Mouvement Communiste/Kolektivnë proti Kapitälu. Boletín nº 11, 22 junio 2016.

Últimamente estamos asistiendo, tanto en Francia como en Bélgica, a una avalancha de giros semánticos y modificaciones en el sentido de bastantes conceptos y categorías propias del movimiento obrero revolucionario. Palabras que antes conservaban todo su sentido para los proletarios revolucionarios, como la huelga, en todas sus ilimitadas e insurreccionales declinaciones, o la violencia de clase, la revuelta, el bloqueo de la economía, la ocupación del terreno productivo y los sabotajes, las asambleas generales y la democracia directa, el movimiento y sus comités de base, hoy en día carecen de contenido subversivo. Se presentan bajo formas envilecidas o con un sentido diametralmente opuesto al original: se convierten en caricaturas inofensivas de la verdadera lucha de clases.

La ausencia de una correlación de fuerzas favorable (o al menos no tan claramente desfavorable) se intenta paliar mediante una escalada verbal que exalta simulacros de lucha. En lugar de reconocer los límites de los proletarios, o incluso la ausencia de toda combatividad, y estudiar sus causas, los sindicatos llamados conflictivos (CGT y SUD en Francia, FGTB-CGSP en Bélgica[1]) y sus ayudantes estalinistas, trotskistas y autónomos se lanzan a una carrera de velocidad para ver quién es el más radical. ¿Qué no hay huelgas? Pues vayamos entonces hacia la “huelga general”. ¿Que no hay huelga general? Entonces transformémosla en « insurreccional » o si no “bloqueemos la economía”, o “¡vayamos hacia la revolución!”. ¿Qué los obreros no ocupan sus centros de producción? Entonces nosotros bloquearemos las calles y las plazas.

Nuestros agitadores orales han pasado alegremente de la huelga por delegación[2] a la sustitución de la propia huelga. La evocación de la lucha ha sustituido a las verdaderas luchas masivas, que desgraciadamente no existen. Y cuando estos sucedáneos teatrales de la lucha de clases cristalizan en acciones ultra-minoritarias sin posibilidad de adquirir mayor amplitud, terminan reforzando la convicción del resto de proletarios de que el único objetivo de estas acciones es joderles la vida cotidiana, ya trabajen o estén en paro.

En este contexto repleto de falsas apariencias, donde las sombras de lo que una vez fue la lucha de clases bailan sobre el escenario del dominio capitalista, es fundamental restaurar el verdadero sentido de estos términos tan manidos, edulcorados y prostituidos, términos que no obstante antaño vertebraban el terreno conceptual del movimiento obrero independiente.

LA HUELGA VACIADA DE SENTIDO

La huelga es un momento fundamental dentro de las relaciones sociales basadas en el régimen del salariado. Es la primera expresión del antagonismo de clase que se desarrolla de manera regular entre los proletarios y los patronos. La huelga traduce en hechos la relación inversa que existe históricamente entre ganancia y salario: el aumento de uno conlleva la reducción relativa del otro[3]. La huelga es el primer acto de autonomía de la clase, el primer paso hacia la constitución de la clase explotada en clase para sí, y no ya sólo para el capital.

Existe una relación inversa entre la ganancia y el salario. Y un antagonismo entre las dos clases cuya existencia económica se basa en la ganancia y en salario.” Marx, Trabajo asalariado y capital. Anexo sobre el salario. Punto 4.

Por tanto, la huelga sólo tiene sentido cuando arrastra en su dinámica a sectores cada vez más amplios de la clase explotada, y sólo es efectiva cuando está en condiciones de detener la producción de mercancías y, por tanto, de afectar a la generación de beneficios y a la reproducción del capital.

El modo de producción capitalista (MPC) se impone y perpetúa como modo de producción dominante mediante la generalización de la valorización del capital, la trasformación de toda producción social en capital aumentado. Por tanto, la producción social se define como el espacio de creación de nuevo valor que se transforma en capital. La mercancía, pues, debe realizar su valor en la esfera de la circulación bajo la forma más universal y abstracta que es el dinero. La metamorfosis del nuevo valor en su proceso de realización enmascara su origen, el plustrabajo, la parte de trabajo social que el obrero colectivo cede a su patrón y que supera aquella otra parte que recibe como salario. La explotación del obrero colectivo se lleva a cabo en los centros de producción de nuevos valores.

La huelga tiene como objetivo inmediato interrumpir el proceso de creación de nuevo valor, trabando la producción y/o la realización de valor en aquellos centros donde se lleva a cabo, sean las fábricas, los almacenes, las oficinas o los supermercados.

La interrupción de la producción y la reproducción social del capital es un arma temible de la que disponen los proletarios. Un arma que, cuando se emplea con inteligencia, sacude al MPC en su punto más débil, y con ello su propio dominio sobre el conjunto de la sociedad. La huelga tiene el poder de disolver la relación social del capital. Por eso toda huelga independiente capaz de interrumpir el proceso de producción y/o la realización de valor adquiere un gran potencial político. Un potencial político que se afirma tanto más explícitamente conforme la huelga se extiende, arraiga e involucra a cada vez más obreros en la lucha. Oponer la lucha defensiva, llamada económica, a esta dinámica política autónoma de la clase inherente a todos los movimientos huelguísticos independientes sólo tiene sentido si se trabaja a favor del orden establecido, con el objetivo de encauzar el combate de clase hacia la normalización de la explotación[4].

“Así pues, de los movimientos económicos separados de los obreros nace en todas partes un movimiento político, es decir, un movimiento de clase, cuyo objeto es que se dé satisfacción a sus intereses en forma general, es decir, en forma que sea compulsoria para toda la sociedad. Si bien es cierto que estos movimientos presuponen cierta organización previa, no es menos cierto que representan un medio para desarrollar esta organización.” Marx, Carta a Bolte.

Cuando el proletariado se apodera realmente del arma de la huelga, las clases dominantes tratan por todos los medios de volver a tejer los lazos sociales, lo que incluye intentos de desviar la lucha de clases hacia formas aceptables de conflicto, con la ayuda de los sindicatos del Estado y los partidos capitalistas de izquierda que se las dan de “amigos de los trabajadores”.

Si la propia eficacia de la huelga reside en su capacidad de bloquear el proceso de producción y realización del valor, entonces debe involucrar en el enfrentamiento a un número creciente y significativo de trabajadores, tanto de los ámbitos productivos afectados como el resto.

No estamos hablando de un levantamiento generalizado de los obreros contra el capital. Sabemos que la etapa inicial de la lucha suele ser obra de minorías resueltas de asalariados. No obstante, el objetivo inmediato de estos sectores de la clase es arrastrar a todos los compañeros de trabajo que sea posible. De lo contrario, el movimiento nunca logrará oponerse al capital como primera expresión de una nueva relación social, antagónica al valor y a su dictadura. Cuando la dinámica de la extensión y la consolidación no consigue afirmarse, la huelga pierde toda eficacia y, sobre todo, no tiene oportunidad de transformarse en prefiguración de unas relaciones diferentes entre productores, anticipando la liberación del trabajo asalariado.

Ahora bien, la huelgas ultra-minoritarias, unidas a manifestaciones “oceánicas” que supuestamente testimonian el apoyo de la mayoría de asalariados, aunque estos continúen trabajando dado que para ellos “es imposible hacer huelga so pena de perder su puesto de trabajo”, han sido la tónica en el llamado movimiento contra la Loi Travail. Hemos podido ver una larga serie de huelgas en forma de picaduras de mosquito que nunca han logrado bloquear la economía. Según el banco HSBC, las agitaciones contra la Loi Travail sólo han supuesto un 0.1% del PIB francés en el segundo trimestre de 2016. En 1995, la reducción del PIB que el INSEE [equivalente al INE del gobierno francés] atribuyó a la huelga (23 días) fue el doble: -0.2% en el cuatro trimestre.

Las micro huelgas actuales no han hecho mucho daño al capital en Francia, aunque según reflejan los sondeos han ido erosionando progresivamente la simpatía genérica de la población asalariada, a la cual el capital y su Estado vienen empeorando sus condiciones de vida y trabajo desde hace mucho tiempo.

En  Francia, el mito de la huelga por representación o por delegación se ha disuelto rápidamente en largos atascos, en estaciones atiborradas y con pocos trenes, en la acumulación de cubos de basura apestosos en los barrios populares de París. Una huelga cuya débil intensidad puede medirse por la rapidez con la que se restableció el orden tras la manifestación-procesión del 14 de junio, “enorme” según la dirección de la CGT.

LA HUELGA GENERAL COMO PREVENCIÓN DE LAS LUCHAS AUTÓNOMAS

La huelga general más o menos indefinida, con o sin sus picos insurreccionales, para los jefes del “movimiento” de 2016 en Francia, sería la culminación de una suma de huelgas ultra-minoritarias. Una idea que no ha tardado en dejar paso a la “enorme” manifestación del 14 de junio, la última batalla de la CGT, que ha puesto esencialmente punto final a la agitación. La incapacidad de transformar los intentos de huelgas ultra-minoritarias en un verdadero movimiento masivo de cese del trabajo, extendido entre el proletariado y con una vocación hegemónica de éste, no se debe a la falta de voluntad de los sindicatos y de los partidos contestatarios. La huelga general, como cualquier otra manifestación visible de la lucha de clases, no es una cuestión de voluntad de las supuestas direcciones políticas. Hace poco escribíamos en nuestro texto sobre Nuit Debout:

La movilización del conjunto del proletariado será consecuencia del aumento de la potencia de la luchas y las agitaciones allí donde el proletariado vive y trabaja. Estos combates contra el capital y sus aprendices, los sindicatos y los partidos de izquierda burgueses, no pueden desarrollarse sin atravesar varias fases, en las que la clase se va unificando a medida que se va fortaleciendo. La huelga general así entendida presupone, en fin, la consolidación en el terreno productivo de unas organizaciones autónomas de clase.”[5]

Si no se recorre todo este camino previo, la huelga general puede convertirse en lo contrario: una herramienta para reabsorber y ahogar a los destacamentos más avanzados de la lucha de clases, un instrumento en manos de los intermediarios sindicales y políticos del Estado que disuelven todo movimiento real en una masa de agitaciones de poca intensidad controladas por ellos. El ejemplo de Mayo de 68 en Francia es un vivo ejemplo de esto. Entre el 14 y el 18 de mayo, un movimiento minoritario consiguió distanciarse de las consignas sindicales. Los sindicatos y los partidos izquierdistas respondieron llamando a la huelga general, que tuvo una duración excepcional (del 18 al 30 de mayo, cuando comienza el reflujo), para canalizar el movimiento. Esta huelga general no ayudó mucho a amplificar y generalizar las luchas. Al contrario, dados sus métodos y la ausencia de una organización autónoma de clase, provocó el agotamiento del impulso inicial.

Las concepciones sorelianas y anarco-sindicalistas de la huelga general han dado pie a la ilusión de que el capitalismo se hundirá si sencillamente se deja de trabajar. Esta idea de la huelga general supone que el capitalismo caerá como fruta madura tras el bloqueo total de la economía. Esta perspectiva, tantas veces desmentida por la historia, tiende a minimizar o incluso a eliminar el momento insurreccional dentro del proceso revolucionario. Sin embargo, se trata de un momento crucial, pues determina, si se conduce adecuadamente, el derrumbamiento del aparato represivo del Estado y la afirmación del poder proletario constituido[6].

En su larga historia de más de 200 años, el movimiento obrero ha visto cómo se pueden llegar a generalizar algunas huelgas, portadoras de desarrollos políticos independientes de la clase, y también cómo se pueden llegar a extender las luchas de manera meramente formal, lo cual suele terminar con el naufragio de los sectores combativos en el océano de la pasividad de la gran masa de obreros, y suele desembocar en agresivas políticas anti-proletarias. Así, al revés de lo que afirma el mito soreliano y anarco-sindicalista, la huelga general no encierra en sí misma ningún valor específico como para ponerla por encima de otras formas probadas de lucha autónoma.

La huelga general tampoco tiene la facultad catárquica de arrastrar a la lucha de clases a las grandes masas de oprimidos que se encuentran aletargados en la paz social y el individualismo. Desgraciadamente, este tipo de interpretación idealista es la que está más en boga últimamente.

Así pues, la huelga general es desde luego una importante forma de lucha, pero hay que manejarla con precaución. Aquí hay que hacer un par de observaciones:

  • Para llamar a la huelga general, que es una acción de gran complejidad y que requiere de una enorme preparación, hay que evaluar correctamente las fuerzas del adversario. Hay que decidir con precisión el momento de la lucha para no permitir que el enemigo de clase instale sus líneas de defensa. En 1926, las clases dominantes inglesas supieron aprovechar la información sobre la huelga general para dotarse de los medios que les permitirían ganar la confrontación.
  • Suponiendo que el movimiento que conduce a una verdadera huelga general sea fruto del trabajo de núcleos obreros sólidamente auto-organizados y ligados entre sí, curtidos en combates menos intensos, ¿por qué arriesgar todas las fuerzas en una sola batalla? Llegado el caso, hay que saber que la cuestión no se reduce a un hermoso y prolongado rechazo al trabajo. Toda lucha de clases es una guerra de movimientos.

Una verdadera huelga general presupone un elevado grado de independencia política del proletariado y una organización autónoma de clase fuerte y arraigada, capaz de interrumpir la valorización del capital en sus nodos principales. En fin, la huelga general, tal y como nosotros la entendemos, no es una huelga reivindicativa: su contenido no es puramente “económico”. No demanda nada, lo impone. Esta forma de lucha sirve para consolidar y extender el poder obrero conquistado a través de un combate implacable entre la clase dominante y la explotada. La huelga general de la que hablamos no es nada si no es política y si no se conjuga con otras formas de combate obrero, legales o ilegales.

LA PARODIA DE HUELGA GENERAL INSURRECCIONAL INTERPRETADA POR LOS GRUPOS DE AFINIDAD AUTÓNOMOS

Los llamados grupos radicales que se han lanzado de cabeza a la nasa sindical pensaban que podían librarse de ella mediante una competición verbal y, llegado el momento, entregándose a los “disturbios” violentos sin convicción. Algunos llamaron a la revolución, otros trataron de capitalizar el “odio a los maderos”. Todos se distinguían por su total alejamiento y desconocimiento del terreno productivo, que pretenden bloquear con sus confusas iniciativas. Para ellos el terreno productivo es cualquier sitio en el que puedan dar rienda suelta a su infantil agresividad.

Más abajo hablaremos de este mito del bloqueo de la economía. De momento nos quedamos en el problema de la violencia que tanto gusta a estos sectores. Estos “desbordamientos” tienen un nombre muy apropiado. Según quienes los practican, se trata de transformar las manifestaciones pacíficas en una oportunidad de enfrentarse a las fuerzas represivas, destruir mobiliario urbano, carteles publicitarios, escaparates de tiendas y cristales de bancos. La ridiculez de esos desperfectos no merece más comentarios. Pero en cambio sí que habría que hablar de esa “caza a los maderos” que practican algunos pequeños grupos de afinidad.

La violencia proletaria a menudo se ejerce contra las fuerzas del orden establecido[7]. Esta violencia afirma el orden de la lucha contra el trabajo asalariado frente al orden del trabajo. Desplegada por grupos de trabajadores móviles y bien organizados, este tipo de violencia tiene por objetivo neutralizar las fuerzas predispuestas a la conservación del orden capitalista, y reafirma el orden proletario. Es un ejercicio organizado de fuerza, inscrito rigurosamente dentro del plan de poder obrero. Un ejercicio de fuerza que rechaza la visión de la violencia como erupción de odio individual (aunque justificado) contra los perros guardianes del orden establecido[8]. La violencia proletaria no tiene nada que ver con el estado de ánimo, o con una concepción de la revuelta ligada a actitudes existenciales.

Todo ejercicio de la fuerza proletaria tiene que ser inteligible para la mayoría de los oprimidos y de los explotados. Las guerras privadas no son el terreno de combate del proletariado revolucionario, pues la propia violencia de clase no es sino expresión de la propia clase en movimiento, y nada más. La violencia revolucionaria debe reflejar nuevas relaciones sociales.

Cuando no existe movimiento, cuando el orden del capital reina sin contestación en todo el terreno productivo, la violencia individual pierde todo su sentido social, toda su legitimidad. Se convierte, en cambio, en una ayuda involuntaria al orden capitalista, un repelente para las luchas autónomas. Esto es precisamente lo que ha ocurrido muchas veces en las manifestaciones sindicales contra la Loi Travail en Francia. Colocándose en la cabecera o en la cola del cortejo, centenares de individuos reunidos por sus simples deseos de enfrentarse a la madera han impuesto su ley a una gran mayoría pacífica, incluso hostil, de manifestantes. Esta gente ha hecho hasta cierto punto el juego a los sindicatos del Estado llamados contestatarios, sirviéndoles en bandeja las portadas de los periódicos y los telediarios. Miserable paliativo a la debilidad de sus agitaciones en el terreno productivo. En lugar de tratar de construir una vía al margen de las grandes misas sindicales, estas personas han aceptado de hecho el calendario y los métodos de movilización de los sindicatos, entregándose a sus ridículos disturbios. No hay ninguna revuelta de clase en todo esto, sino desahogos individuales sin porvenir y condenados a ser duramente reprimidos por el Estado. La revuelta de clase, por su parte, extrae su fuerza de su propia capacidad para deconstruir el orden capitalista en el terreno productivo, y no se concibe más que como expresión organizada e independiente del proletariado en movimiento.

Los actuales llamamientos a “que el pueblo se levante”[9] no tienen nada que ver con los pasados episodios a los que hacen referencia. Un par de ejemplos:

  • Octubre de 1934 en Asturias[10]: La insurrección armada de amplias masas proletarias desembocó en una huelga general en casi todas las fábricas y minas de esta provincia española. La columna de mineros armados de la región de Mieres marchó sobre Oviedo. El proletariado había constituido un ejército rojo compuesto de más de 30.000 combatientes. Sin embargo, este episodio glorioso del proletariado de España fue derrotado militarmente por las tropas y los mercenarios de la República, la Legión Extranjera dirigida por Franco. Los partidos y sindicatos de izquierda dejaron a estos combatientes aislados. Fueron ellos los responsables, en el último momento, de la suspensión del llamamiento a la “huelga general pacífica” en las otras regiones del país. El balance fue terrible: 5.000 camaradas asesinados y 70.000 encarcelados.
  • La huelga general insurreccional del Ruhr que se desarrolló del 13 de marzo al 17 de abril de 1920, como prolongación de la huelga general nacional desencadenada en reacción al putsch de Kapp, del 13 al 17 de marzo del mismo año. Fue apoyada por el dirigente del sindicato ADGB, el socialista Legien. Deseosos de tomarse la revancha por las derrotas de 1919, los proletarios levantaron un ejército rojo de entre 50.000 y 80.000 combatientes[11]. Una vez pasadas las primeras victorias locales, los obreros en armas no lograron lanzar su ofensiva y fueron rodeados por el ejército alemán[12]. ¿Acaso esta incapacidad para lanzar la ofensiva se debió a la presencia, en los órganos políticos y militares de la insurrección, de los partidos de izquierda SPD, USPD y KPD? Estos defendían una política conciliadora y estaban profundamente divididos entre sí, cada uno con su propio centro de mando. A partir de entonces la derrota era inevitable. La represión se llevó por delante a más de 2.000 víctimas en nuestras filas.

Recordar rápidamente estos dos momentos álgidos de la lucha de clases, a pesar de la derrota, basta para comprender el abismo que les separa de los patéticos simulacros actuales.

NO SE BLOQUEA LA ECONOMÍA TAPANDO LA PUERTA DE UN SUPERMERCADO O PASEANDO A SU ALREDEDOR

El bloqueo de la economía está de moda en los desfiles sindicales. Cuantas menos huelgas reales hay, más se agita este espantajo. Y tratando de dar algo de credibilidad a esta palabrería, los sindicatos opuestos a la Loi Travail lanzan operaciones de choque movilizando sobre todo a los liberados sindicales y a los izquierdistas ávidos de acción[13]. Estas operaciones supuestamente deben golpear el corazón de la economía capitalista en Francia[14]. He aquí dos ejemplos:

  • El 28 de abril de 2016 unas 200 personas (sobre todo estudiantes de París 8 con sindicalistas del SUD y CGT) bloquearon una rotonda de entrada a la zona del puerto de Gennevilliers entre las 5:30 y las 8 de la mañana, quemando algunos neumáticos. Dispersados por la policía, 75 de ellos fueron detenidos, a su vez, al llegar al metro de Carrefour Pleyel.
  • El 9 de junio de este mismo año, unas 500 personas acudieron al llamamiento de la CGT (sindicato local, Air France, etc.) y bloquearon entre las 3 y las 6 de la madrugada una de las 4 puertas de acceso al Mercado de Interés Nacional (MIT) de Rungis. Luego fueron en cortejo hacia el aeropuerto de Orly por la RN-7.

El “bloqueo de la economía” practicado por los sindicatos y sus compañeros izquierdistas se reduce a trabar temporalmente la circulación de personas y, muy episódicamente, la de ciertas categorías de mercancías de consumo masivo, como los alimentos. Las fábricas continúan funcionando, y los bancos igual, a pesar de los cristales rotos, las tiendas están llenas de mercancías y, exceptuando la carestía puntual de gasolina en ciertas regiones, todo ha seguido funcionando para el capital. Estas acciones no molestan a la patronal ni al gobierno. En cambio, pueden llegar a irritar a los trabajadores que sufren las desagradables consecuencias de semejante circo político.

Ya hemos explicado qué sentido tiene la huelga para los revolucionarios: detener la producción y la circulación de valor. La huelga aspira a transformar el terreno y los centros productivos y de circulación de capitales y mercancías en otros tantos bastiones del orden obrero, en zonas en las que ni el capital, ni su Estado, ni sus agentes tengan derechos. La economía es expresión de una relación social en la que dominan los patronos y los rentistas. Para bloquearla, hay que disolver esta relación social en el ácido de la lucha de clases independiente. El “lazo social” que une al trabajador con el capital debe cortarse allí donde es más fuerte: en la fábrica, en la oficina, en el almacén, allí donde este lazo sirve directamente para crear o realizar el valor que produce el obrero colectivo. No hay bloqueo de la economía posible sin huelgas masivas, sin una agitación permanente en los centros de explotación, sin un cuestionamiento sistemático del mando de la empresa, sin la afirmación concreta del poder obrero como relación social antagónica que surge de las cenizas de la relación social capitalista.

LA DEMOCRACIA DIRECTA DE LAS FALSAS ASAMBLEAS GENERALES, UNA DEGENERACIÓN DE LA DEMOCRACIA FORMAL BURGUESA

Para tratar de encubrir la ausencia de agitación contra la Loi Travail entre la gran mayoría de trabajadores, los sindicatos contestatarios y sus ayudantes izquierdistas han puesto en escena la democracia directa, esperando de paso capitalizar el rechazo a la política y a sus organizaciones que se respira en el ambiente. De golpe, florecen las asambleas generales soberanas, así como los comités de lucha, las coordinadoras, los promotores de convergencias horizontales de lucha, etc. En realidad, ninguna de estas llamadas organizaciones de base lo es. En estas asambleas participan los delegados sindicales, mientras los trabajadores están ausentes.

¿Ejemplos? En la estación de tren de Saint-Lazare, como ocurrió en 2010, las asambleas generales han llegado a reunir entre 50 y 90 ferroviarios, sobre todo militantes sindicales o políticos. Una excepción: la primera asamblea del 2 de junio, que juntó a 180 trabajadores de unos 3.500 posibles[15]. El número de participantes en la asamblea no refleja el número de huelguistas, cierto es, pero sí refleja que los que no van al trabajo tampoco participan activamente en la huelga.

Los distintos comités de lucha actuales son creaciones de izquierdistas que tratan de camuflarse ante los asalariados. Las coordinadoras no tienen nada que coordinar y reúnen a los mismos militantes que las falsas asambleas generales y los comités fantasma. Todo parece simular una vida independiente de la clase explotada, que de momento no existe como tal. Como si bastara con confeccionar una organización para darle vida…

En lugar de ser un momento esencial de la maduración política colectiva de la clase obrera, estas “asambleas generales”, comités y demás organizaciones son los lugares donde se registran las decisiones y orientaciones aprobadas por los aparatos políticos y sindicales que los inspiran. Exactamente igual que ocurre en los parlamentos burgueses. La forma nunca puede prevalecer sobre el contenido, ni mucho menos sobre la razón social. La verdadera organización obrera siempre es expresión de un movimiento de clase, nunca su palanca. Ni siquiera cuando el movimiento proletario es real la forma organizativa constituye en sí misma una garantía de que se está en el buen camino y existe un buen plan de lucha. Oponer, como hacen los izquierdistas, la “base” (supuestamente siempre sana) a la “cima” (corrompida por definición) recurriendo a la “expresión directa” del pueblo, supone añadir un elemento extra de confusión y termina reforzando la confianza, hoy hecha añicos, en la democracia formal burguesa. Basta con echar un ojo al inoperante caos de las asambleas generales de Nuit Debout para darse cuenta de esto.

¿Hay que rechazar pues toda forma de democracia directa? De ningún modo. Pero es indispensable que ésta sea producto de un movimiento real contra el orden productivo dominante y que involucre directa y activamente a importantes sectores de la clase. En tal caso, las asambleas generales, los comités que reúnen a las minorías obreras más resueltas y clarividentes, así como las coordinadoras de luchas autónomas serán los lugares indispensables de elaboración colectiva de un plan de ataque contra el capital, instrumentos irremplazables de la conciencia política proletaria.

EL PASO NECESARIO DE LA AUTONOMÍA OBRERA

El llamado movimiento del 2016 en Francia, al igual que su equivalente en Bélgica, ha terminado desvitalizando la voluntad combativa de las minorías proletarias que han pasado a la acción. Aún peor, estos dos episodios sindicales han ampliado el abismo que separa a estas minorías de la gran masa de trabajadores. De la huelga por delegación, hemos pasado a la huelga que suscita indiferencia, incluso hostilidad, a pesar de los sondeos que revelan el apoyo mayoritario de la población. No hay duda de que los asalariados rechazan toda ley, decreto o acuerdo que les debilite frente a los patronos y el Estado. Las encuestas lo han demostrado en el trascurso de este “movimiento”. Pero las encuestas no son la realidad, al igual que ocurre con las elecciones. Ambas se refieren a la opinión pública de toda la población, no a la voluntad de combatir de los proletarios. Es más, el sesgo político de las encuestas transforma todo en una pelea entre los partidos del capital. ¿Cómo interpretar si no que los votantes del Frente Nacional se hayan opuesto a la Loi Travail tan ferozmente como los simpatizantes del Frente de Izquierda[16]?

La cruel realidad es que en Francia y en Bélgica la mayor parte del proletariado continúa atrapado en la red de la relación social capitalista, en las firmes mallas del trabajo asalariado. La lucha de clases no se decreta. No basta con que las minorías se pongan en movimiento para ganarse la adhesión activa de las masas proletarias. Este enésimo episodio de las tumultuosas relaciones entre los sindicatos del Estado y el ejecutivo muestra que la senda de la lucha de clases independiente no pasa por las movilizaciones de opereta convocadas por los cuerpos de intermediarios del Estado.

En las condiciones históricas de integración del viejo movimiento obrero en el Estado burgués, el impuso de la autonomía obrera pasa obligatoria y previamente por identificar a los partidos y sindicatos de la izquierda estatal como órganos esenciales del orden capitalista. Esa lógica de llevar la contestación al interior de las centrales sindicales oficiales, que impulsa a las minorías combativas a estimular a los partidos y sindicatos izquierdistas para que actúen en un sentido contrario al que les prescribe la función institucional que les atribuye el capital, es la vía más segura y rápida hacia nuevas derrotas.

La independencia política del proletariado se construye en los combates de aquellos sectores de la clase que han conseguido liberarse del yugo del “frente único” político y/o sindical y de las insustanciales tácticas de los “disturbios” inscritos en una agenda definida por los sindicatos y los partidos del capital, siempre dispuestos a gestionar el conflicto generado por la relación social capitalista. Esta independencia del proletariado que nosotros defendemos surge en los combates cotidianos contra el dominio capitalista y se refuerza fundando sus propios órganos en, y a través de, la lucha. Órganos cuya primera misión es valorar el alcance político de todos los combates contra las condiciones materiales de explotación y de opresión capitalista.


[1] El caso de Bélgica es sorprendente. Los sindicatos han ocupado el espacio mediático durante todo el 2015, lo que ha llevado a algunos a pensar que el país pasa por una ola de huelgas. Pero ahí están las cifras para poner todo este circo mediático en su sitio. Según el diario belga L’Écho (17 de junio), en 2016 solo se han dejado de trabajar 207.563 jornadas (incluyendo todas las huelgas y todas las manifestaciones), mientras en 2014 fueron 760.297. 2015 fue el año con menos cantidad de jornadas perdidas desde 1991.

[2] Idea nefasta inventada en noviembre-diciembre de 1995, durante la lucha de los ferroviarios y asalariados de RATP contra la abolición del régimen especial de jubilación, para tratar afrontar el hecho de que la huelga no era seguida fuera de la SNCF y la RATP (como mucho en Correos, EDF y GDF). Véase el suplemento al Boletín nº 1.

[3] Esto es válido en un plano histórico general, aunque hay periodos en los que el aumento de beneficios viene acompañado de un aumento de salarios.

[4] Véase Syndicat et luttes politiques.

[5] Véase Debout la nuit, couchés le jour.

[6] Cuando los anarquistas replicaron victoriosamente al golpe de Estado de julio de 1936, en Barcelona, no fue gracias a la huelga general, sino a la paciente preparación militar, a la vigilancia de los cuarteles del ejército y al armamento del proletariado, organizados por el grupo Nosotros. En cambio, el Congreso de Bâle de la II Internacional suministró un hermoso ejemplo negativo de lo que la socialdemocracia de aquella época entendía por huelga general. Tras numerosos congresos, el de Bâle decidió que se desencadenaría inmediatamente la huelga general en todos los países beligerantes en caso de guerra. Pero en 1914 casi toda la II Internacional y la mayor parte de los anarquistas terminaron alineándose con sus respectivas burguesías. La consigna formal y burocrática de la “huelga general” había servido de espantajo y freno para una verdadera política de clase.

[7] Véase nuestra carta n°36: La violence ouvrière n ’est pas toujours synonyme d’autonomie ouvrière.

[8] « El materialismo dialéctico no distingue el fin de los medios. El fin se deduce naturalmente del movimiento histórico. Los medios están orgánicamente subordinados al fin. El fin inmediato se convierte en un medio del fin último». Léon Trotski, Su moral y la nuestra.

[9] Eslogan empleado por algunos participantes de Nuit Debout en París, uno de cuyos llamamientos se inspiraba, según decían, en la Comuna de París de 1871. ¡Pobres comuneros, qué herederos tan lamentables!

[10] Para más detalles leer el trabajo de Manuel Grossi: L’insurrection des Asturias. Ed. EDI, 1972.

[11] Entre otras referencias, se puede consultar: Un rebelle dans la révolution, Max Hôlz. Éditions Spartacus; La gauche communiste en Allemagne 1918-1921, D. Authier y J. Barrot, pp.144-152. Editions Payot.

[12] Ejército que fue auxiliado en este cercamiento por las tropas de ocupación belgas y francesas, en el flaco occidental.

[13] Caso aparte son los intentos oportunistas de sacar partido a la situación por parte de algunos sindicatos, como el de los pilotos de avión de Air France, que defienden unos intereses corporativos que nada tienen que ver con la Loi Travail.

[14] Mouvement communiste también difundió esta consigna del “bloqueo de la economía” durante la guerra de Irak. Pero hay que recordar que la única forma de detener las guerras capitalistas es impedir que el capital se valorice, transformando la guerra en una guerra de clases internacional. Nada que ver, pues, con el actual contexto. Véase: Pour arrêter la guerre, il faut arrêter l’économie.

[15] Las instalaciones de Paris Saint-Lazare cuentan con 4.015 asalariados (2015). Hubo 3 asambleas generales: en Achères, Mantes-la-jolie et Saint-Lazare. La de Saint-Lazare podía llegar a reunir a los que trabajaban en los Tehnicentres (Levallois, trenes de cercanías, Clichy, material), los servicios comerciales, los controladores, la policía ferroviaria, guardagujas, además de los distintos agentes y personal administrativo, es decir, unos 3.500 asalariados.

[16] Según una encuesta del IFOP para Dimanche Ouest France difundida el sábado 18 de junio, el 78% de los simpatizantes del Frente Nacional consideran que la movilización está justificada. Entre los que apoyan al Frente de Izquierda (PCF y Partido de Izquierda), la cifra llega al 90%.