Capitalismo y sindicatos

A continuación reproducimos el texto “Capitalismo y sindicatos”, publicado en dos partes en la revista Lucha y Teoría nº 3 y nº4 (1975). Pensamos que el texto presenta un doble interés: por un lado, porque se dedica a analizar una cuestión que la tendencia de la “autonomía obrera” no logró resolver en aquella época y que hoy está a la orden del día: la cuestión sindical; y por otro lado, porque el desarrollo del análisis, en forma de artículo/contra-artículo crítico, es un buen ejemplo de cómo se deberían tratar las divergencias teóricas en toda organización proletaria, dejando que cada tendencia se exprese también en los órganos de prensa.
Dentro del pequeño grupo de trabajadores que colaboran en la publicación de El Salariado también existen diferencias a la hora de valorar la forma sindicato como organización de clase para la lucha económica. El compañero que firma los artículos con el seudónimo de Proletario para sí comparte hasta cierto punto el análisis histórico que se hace en este artículo, según el cual el sindicato ha caducado como forma organizativa al servicio de la clase. Mientras que el resto de miembros se acerca más a las posturas que se expresan en las respuestas críticas, sin llegar tampoco a coincidir por completo.
Y es que, al fin y al cabo, las diferentes visiones que se defienden en este texto terminan coincidiendo en lo esencial: “En este sentido, creemos que los actuales niveles de organización y conciencia de la clase obrera, así como los caracteres de la sociedad capitalista de hoy (crisis, grado de avance tecnológico, socialización del consumo, manipulación ideológica, problemática de la vida cotidiana, etc.) apoyan y dan base a las teorizaciones y a las prácticas dirigidas a la construcción de nuevas formas organizativas y de lucha que rompan la división entre lucha económica, lucha política, lucha ideológica, etc.”. Estas teorizaciones y estas prácticas dieron lugar a la fracasada experiencia de la “autonomía obrera” hace casi 50 años.
Así como el sindicalismo revolucionario de principios del siglo XX se considera una reacción ante el parlamentarismo, el reformismo y el oportunismo de los partidos socialistas de la II Internacional, se puede decir que la corriente de la autonomía obrera surge como reacción a medio siglo de estalinismo, es decir, de más parlamentarismo, reformismo y oportunismo. Y de la misma forma que el sindicalismo revolucionario buscó nuevas formas organizativas que superaran la división entre lucha económica (sindicato) y lucha política (partido), tratando de hacer del sindicato un órgano político revolucionario, así la tendencia de la autonomía obrera también trató de hallar la organización adecuada que rompiera con la susodicha división.
Pero, ¿es realmente posible romper organizativamente con esta división entre lucha económica y lucha política? ¿Existe realmente esta división? La respuesta no es del todo sencilla, pues se desarrolla en el campo de batalla de la dialéctica, que es el terreno de la contradicción y el choque permanente. ¿Se puede aislar la teoría de la práctica? Hacerlo es castrar ambas. Y sin embargo en la vida real nos vemos obligados continuamente a separarlas y distinguirlas, en el espacio y en el tiempo, dedicando unos momentos y unos lugares al estudio y otros a la aplicación práctica de lo estudiado. Algo parecido ocurre con la lucha económica y la lucha política. Dentro del proceso histórico y dialéctico de la lucha de clases, aparecen como un todo inseparable. Pero si pretendemos que este desarrollo apunte a un desenlace revolucionario, entonces es necesario que cada elemento responda a unas exigencias concretas, y se hace necesario distinguir y separar en el tiempo y en el espacio la lucha/organización económica y la lucha/organización política.
Desde luego, si la forma partido estuviera condenada a ser lo que fueron los partidos estalinistas, habría que desecharla. Pero el llamado partido “leninista” no es más que una degeneración del partido proletario, como lo fueron los partidos socialistas parlamentaristas de la II Internacional. A este respecto, acostumbrados a las prácticas y al monolitismo de los partidos mal llamados comunistas, puede resultar sorprendente saber que el partido bolchevique, en 1904, estableció que “los derechos de todas las minorías deben estar garantizados en los estatutos del partido, de manera que esto permita canalizar todas las inevitables y permanentes causas de desacuerdos, insatisfacciones y rencores, al margen de las ya conocidas y habituales vías de la maledicencia y la deshonestidad, hacia las nuevas y revolucionarias vías de la lucha honrosa y disciplinada por persuadir y convencer. Las condiciones necesarias para llevar esto a cabo son: el derecho de las minorías a disponer de un grupo (o varios) de redactores, con derecho a estar representados en el Congreso y con las más amplias garantías formales de cara a la publicación, en nombre del partido, de textos que critiquen la actividad de sus instancias centrales; el reconocimiento formal del derecho de los comités a recibir (a través del partido) todas las publicaciones que quieran; la delimitación precisa de la autoridad del C.C. sobre los miembros de estos comités.” (véase La última mentira, G. Miasnikov).
Los redactores de este artículo quizá desconocían que, al mismo tiempo que se esforzaban por criticar el “leninismo” y trataban de hallar vías alternativas, al llevar sus divergencias teóricas a la prensa obrera estaban retomando una sana y vieja tradición bolchevique.

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TEXTOS SOBRE LA TEORÍA ORGANIZATIVA

CAPITALISMO Y SINDICATOS (1ª parte)

MARCO HISTÓRICO

A principios del siglo XIX, con el desarrollo de la industria manufacturera, puede decirse que tiene sus orígenes el sindicalismo. Es la fase del capitalismo incipiente en la cual el proceso de producción permanece en manos privadas. Es el típico liberalismo económico que se rige por la no intervención del Estado en materia económica y que únicamente desempeña el papel de policía defensor de los intereses de la burguesía.

La situación del obrero en este capitalismo naciente es desastrosa. Trabajo de hasta catorce horas diarias, incluidas mujeres y niños, salarios muy bajos, sin las más mínimas condiciones de seguridad e higiene en el trabajo, desamparo absoluto ante el paro, la enfermedad y la vejez…

Existe libertad de contratación: el amo y el obrero son libres. El amo es libre de contratarlo y despedirlo, y el obrero de trabajar o morirse de hambre. El capitalista tiene una concepción feudal de su empresa, debe ser reverenciado y obedecido por la «chusma».

En este marco histórico que brevemente hemos descrito, la lucha reivindicativa es posible y tiene éxito. El capital puede ceder gracias a que el capitalismo constituye un modo de producción muy superior al anterior (revolución industrial). En Inglaterra, en 1848, la clase obrera consigue la reducción en una hora de la jornada laboral:

«Esta hora que se arrancó a los capitalistas, era según los economistas «oficiales», la única hora de trabajo de la cual obtenían el beneficio. Nos anunciaron grandes males: disminución de la acumulación, subida de precios y por último la ruina. ¿Resultado?… un desarrollo maravilloso de las fuerzas productivas, una expansión inusitada de los mercados y un aumento importante de nuevos empleos». (C. Marx)

CREACIÓN DE LOS SINDICATOS

El primer paso dado por los obreros será superar su debilidad individual frente al capital. El arma de los trabajadores será agruparse, para conseguir una contratación colectiva que les permita aumentar el precio de su fuerza de trabajo, es decir, los salarios. La lucha será por tanto a la defensiva, frente a un capital en apogeo que impone una constante disminución de los salarios (fomentando el paro) y el aumento brutal de las horas de trabajo.

Los sindicatos primitivos fueron en general asociaciones locales ligadas a grupos selectos de artesanos que se vanagloriaban de ser «la aristocracia» de la clase trabajadora. Sus métodos eran las medidas monopolistas de los viejos gremios cuyo propósito consistía en suprimir del mercado de trabajo todo excedente de mano de obra para mantener altos sus propios salarios (mediante reglamentos, coacciones…). Sin embargo, con el desarrollo de la gran industria el proceso de producción ya no se subordina a la habilidad del obrero. El trabajo se descualifica y el trabajador se convierte en un apéndice más de la máquina. Se inicia entonces un sindicalismo de masas para organizar a los obreros no cualificados. Evidentemente los métodos de lucha cambian. La huelga constituía el arma que obligaba al patrono a la contratación colectiva y a la consecución de mejoras.

En Inglaterra, país donde el capitalismo esta más avanzado, surgen hacia 1850 los principales sindicatos ligados a una aristocracia obrera: los de vidrieros de Flint, los toneleros de Dublín, los de albañiles de Cork (que exigían la cuota de un chelín a todos los «extraños» que vinieran de otra ciudad a buscar trabajo…) y hasta un sindicato de carácter nacional, la Sociedad Amalgamada de mecánicos.

A finales del Siglo XIX, los obreros no calificados crearon sus propias organizaciones: el Sindicato de Estibadores, la Unión de Trabajadores, entre otras. Muchos de los nuevos sindicatos se fusionaron posteriormente con las organizaciones sindicales de obreros calificados, venciendo el temor de éstos últimos a perder sus privilegios. La Unión Nacional de Ferroviarios, fundada en 1913 es el mejor ejemplo.

El proceso seguido en Inglaterra, se repite en Francia en cierto modo. Los obreros calificados (tipógrafos, artesanos, etc.) crean el primer sindicato hacia el año 1864, y mientras los sindicatos de oficios negocian, los obreros textiles de Lyon en 1831 y los mineros en 1844 se sublevan. Para los obreros más explotados no existe el camino de la negociación por que no tienen nada que negociar. Sólo en 1877, los mineros y trabajadores textiles se decidirán a crear un organismo sindical.

En el caso concreto de Catalunya, región más industrializada del país, esta conciencia de asociación se plasma en las comisiones de obreros que nacen en 1827. Luchan por su legalización y en 1839 fundan la Sociedad de Tejedores de Barcelona. Esta asociación obrera cubre el riesgo profesional de paro por despido. En el transcurso de la lucha se supera el nivel de sindicato local de oficio, para configurarse como un sindicato de rama: la Unión de Clases. Pasa por varias fases de clandestinidad y en 1865 celebra el I Congreso Obrero, en el que la asociación aparece como un sindicato desarrollado de abajo arriba, de las sociedades de oficio a las uniones locales y a la federación regional de clases.

En el terreno social defienden ideas mutualistas y corporativistas. Políticamente son demócratas reformistas, sin visión internacionalista alguna. Según Anselmo Lorenzo, las sociedades obreras catalanas, las más avanzadas de la época, no habrían evolucionado por si solas jamás hacia el internacionalismo revolucionario.

Los sindicatos nacen pues de una tendencia reformista existente en el seno de la clase trabajadora, y este origen, a pesar de la violencia de las luchas reivindicativas que se desarrollarán desde 1880, marca profundamente la teoría y la práctica de la organización sindical. Está claro sin embargo, que hablar del carácter defensivo de las luchas sindicales, no equivale a decir que toda acción sindical será obligatoriamente «sindicalismo constructivo» a la inglesa. Las condiciones socio-económicas propias de cada país son las que lo determinarán. Cuando la burguesía no cede (Francia) y además existe un subproletariado que vive en condiciones infrahumanas (España), la lucha obrera debe ser necesariamente violenta (quema de hiladoras mecánicas, de fábricas, etc…).

CARACTERÍSTICAS DE LOS SINDICATOS DE ESTE PERIODO

Podemos afirmar que los sindicatos en esta primera etapa tienen una serie de funciones positivas:

– Organizan a la clase trabajadora.
– Actúan el proceso de desarrollo de las fuerzas productivas.
– Consiguen mejoras en las condiciones de vida, tales como la reducción de la jornada laboral, el derecho de asociación…

Los sindicatos, impuestos tras duras luchas, constituyen en un primer momento una organización útil para la clase trabajadora. Sin embargo los sindicatos son incapaces de elaborar una estrategia global, tienen una estrechez de horizontes y una perspectiva limitada a los problemas inmediatos y a las reivindicaciones profesionales. Estas limitaciones que encerraban a los sindicatos en el reformismo fueron ya apreciadas por la burguesía como señala Engels en 1885:

«Los sindicatos maldecidos como obra del diablo hace poco, fueron sin embargo cortejados y protegidos por los industriales como unas instituciones altamente legítimas y como medios útiles para propagar entre los obreros sanas ideas económicas. Incluso las huelgas execradas antes de 1848, fueron no obstante consideradas en aquel instante como de gran utilidad, particularmente cuando los señores industriales las suscitaban ellos mismos cuando les era favorable.»

¿Cómo explicar este hecho? Pensamos que la explicación reside por una parte en la ambigüedad de los objetivos políticos y por otra en la propia estructura sindical. El objetivo político fundamental que mueve al sindicato en sus inicios es la lucha por el derecho al trabajo (contra el paro).

Este fin constituía un objetivo inmediato político, pero la práctica fue transformándolo en el de la valorización del trabajo. El sindicato pasó a defender la dignidad, la importancia, en fin, el valor del trabajo ¡que era y sigue siendo, asalariado! Era precisamente lo que la burguesía necesitaba. Ante la progresiva pérdida de interés del trabajo industrial, una actitud de desprecio hacia el trabajo era evidentemente subversiva. El sindicato, al defenderlo coincidía con los intereses de la burguesía que encontraba más y más dificultades para conseguir encerrar catorce horas a los obreros en las fábricas.

Este creemos es el punto fundamental que hará posible un cierto entendimiento entre sindicato-burguesía, primero, y a partir de la crisis de 1929 (como veremos en Lucha y Teoría nº 4) la integración de los sindicatos en el propio estado capitalista.

Esta ambigüedad en los objetivos políticos sindicales tiene su correspondencia en la forma organizativa adoptada. Como se sabe, la principal causa de la división de los obreros es la división social del trabajo, es decir, la distribución de los individuos entre las diversas ramas de la producción. Esta división no se lleva a cabo sobre la base de diferencias naturales, como las biológicas (edad, sexo), sino sobre la base de las necesidades del modo de producción capitalista.

El sindicato, fundado en la federación de oficios, se basa en la división del trabajo, que se convertirá en su principio consubstancial, por ello, será en gran medida una organización defensiva y reformista. Para conseguir los objetivos políticos a largo plazo (revolución social a través de la huelga política), la estructura sindical, a causa de su localismo y de su falta de perspectivas totales es un freno para los trabajadores en lucha.

No trataremos las diversas ideologías políticas (sindicalismo anglosajón, socialdemocracia, anarco-sindicalismo, etc.,) aun cuando existan muchas diferencias entre ellas, porque pensamos que tienen una importancia secundaria. La C.N.T. es un caso aparte, porque fue la única organización que intentó varias veces la realización de su programa máximo: la revolución social. Pero aún en este caso los límites del sindicalismo se hicieron insalvables.

Presentamos a continuación algunos momentos históricos, revolucionarios, en los que se manifiesta claramente, la posición de los sindicatos frente al proletariado en lucha. En el caso ruso se demuestra cómo la burocracia bolchevique consigue utilizar a los sindicatos contra los Soviets que ofrecían resistencia a la dominación de aquella. En el ejemplo alemán (semejante al italiano descrito en Lucha y Teoría nº 1) el papel de freno llegará a ser absolutamente contra-revolucionario y cómplice de la reacción. Cuando en Lucha y Teoría nº 4 estudiemos la integración de los sindicatos de clase dentro del Estado Capitalista, expondremos el ejemplo del Mayo francés.

LA REVOLUCIÓN RUSA Y LOS SINDICATOS

Como es ahora ya evidente, la Revolución Rusa significó un intento fallido de la clase obrera rusa para destruir las relaciones de producción capitalistas opresivas. Si bien los soviets -organización autónoma de la clase, que se regían por el sistema de la democracia directa y que habían demostrado ya su validez en 1905 (ver Lucha Y Teoría nº 1)- acabaron con el poder de la burguesía, al eliminar la propiedad privada de los bienes de producción, no tuvieron potencia suficiente para alterar las relaciones de producción capitalistas y autoritarias que caracterizan a toda sociedad dividida en clases.

Varias fueron las fuerzas que lo impidieron:

– la burguesía, por supuesto, ya que la perspectiva de la gestión obrera significaba para ella la pérdida de sus posiciones de privilegios enmascaradas bajo el apelativo de «técnicos» en los lugares de decisión (en la NEP, por ejemplo).
– los mencheviques, para quienes la revolución solo podía ser democrático-burguesa.
– los bolcheviques, que desde finales de 1917 se dedicaron a quitarles todo el poder a los soviets, ya que para los bolcheviques tiene que ser el Comité Central del partido, y no los soviets, el organismo que dirija la producción después de la destrucción de la burguesía.

Los sindicatos eran prácticamente inexistentes antes de 1917. Sus objetivos, limitados a la organización del trabajo, así como la delegación y centralización de funciones, eran elementos que favorecían el control de la clase obrera por parte de una minoría organizada como lo estaba demostrando el ejemplo de Alemania. Por eso, para apropiarse el poder de los soviets los bolcheviques canalizaron las energías revolucionarias de los trabajadores a través de los sindicatos, energías que fueron domesticando progresivamente. Sintetizamos a continuación las etapas principales de esta táctica (Para más documentada y extensa información recomendamos la lectura de Los bolcheviques y el control obrero, de M. Brinton. Ed. Ruedo Ibérico. París 72.), que ha sido utilizada luego por todos los P.C. del mundo en la medida de sus posibilidades. El último ejemplo en marcha, típico, es Portugal, cuyo debate sobre la «unidad sindical» solo puede comprenderse a través de esta perspectiva. También sirve como lectura para comprender la actitud del PCE en las Comisiones Obreras, en nuestro país.

En el primer congreso panruso de los Sindicatos (7-14 enero 1918), con mayoría bolchevique, se votó la transformación de los comités de fábrica en órganos sindicales y se definió el control obrero como «el instrumento que permite que el plan económico general se realice localmente». Este plan quedaba centralizado en Sindicatos.

El Consejo Central de los Sindicatos (3 abril 1918) declara que los Sindicatos debían «consagrar todos sus esfuerzos al aumento de la productividad del trabajo y de la disciplina del trabajador.

En el noveno congreso del Partido (29 marzo-4 abril 1920) se suprime la dirección colectiva de las empresas y se introduce la dirección individual. Trotsky, apoyado por Lenin, declara que la dirección colectiva es «un invento menchevique». Y Lenin dice: «el Partido Comunista Ruso no puede aceptar en modo alguno que sólo corresponda al Partido la dirección política y que la dirección económica corresponda a los Sindicatos».

En el tercer congreso panruso de los Sindicatos (6-15 abril 1920) Trotsky declara que «la militarización del trabajo… es el método básico indispensable para organizar nuestra fuerza de trabajo… La esclavitud fue en su época una tendencia progresiva».

En el décimo congreso del partido Trotsky ataca así a los marinos sublevados de Cronstadt: «¡Han colocado por encima del partido el derecho de los obreros a elegir representantes!».

En el congreso panruso de sindicatos metalúrgicos (mayo-1921) los delegados elegidos por los obreros fueron revocados por el comité central del partido, el cual puso a sus hombres de confianza. La ficción de los «delegados elegibles y revocables»», se cumplió así al pie de la letra, de forma harto original. Con ella terminó otra ficción, la de la autonomía sindical.

Terminaremos concluyendo con Isaac Deutscher (Los sindicatos soviéticos, edit. ERA-México, 1971) que «…los sindicatos soviéticos han sido utilizados a menudo por el Estado patrono, como un instrumento de coerción contra las clases trabajadoras.»

LOS SINDICATOS EN LA REVOLUCIÓN ALEMANA

A primeros de siglo los sindicatos alcanzaron en Alemania una gran capacidad organizativa debido a la defensa que representaban ante los capitalistas, y a las mejoras sociales alcanzadas tras duros enfrentamientos. Su orientación reivindicativa tenía origen en su mismo nacimiento, hacia 1886, para «mejorar las condiciones materiales, intelectuales y morales” de sus miembros.

Pero cuando las acciones del proletariado se enfrentaban directamente al capital, poniendo en tela de juicio la razón de su existencia, la función de los sindicatos demostró que su propia naturaleza reformista les imposibilitaba toda acción revolucionaria. Así, las grandes huelgas de 1905 surgieron espontáneamente y al margen de los sindicatos, que intentaron frenar desde el primer momento algo que se les iba de las manos. Serán los sindicatos, por boca de sus dirigentes (Karl Legien, en 1905) quienes atacarán la huelga revolucionaria, llegando a decir que «la huelga general es un disparate general», pero la realidad demostraba que por esas acciones decisivas el proletariado alemán había aliviado enormemente sus condiciones de vida, a la vez que fortalecía su radicalización y su conciencia de clase.

Ante la Primera Guerra Mundial, los sindicatos, en contra del sentir de los obreros votaron, junto con sus inspiradores socialdemócratas, los créditos de guerra que solicitó el Emperador en el Parlamento. Obraron así por temor a perder la legalidad, y con ella su enorme influencia sobre las masas. «La socialdemocracia alemana y los sindicatos eran las organizaciones que podían obtener numerosas concesiones para los obreros, gracias a la presión de su mera existencia, mientras se conservara el equilibrio pacífico exterior entre las grandes potencias ahora imperialistas, y no sobrevinieran mayores conflictos sociales. Cualquier crisis tenía naturalmente que revelar sobre qué pies de barro descansaba semejante coloso» (W. Abendroth, Historia del Movimiento Obrero Europeo).

Con las huelgas revolucionarias de 1918 los obreros alemanes intentaron poner fin a su desastrosa situación (agravada por los efectos de la guerra) y acabar con la explotación capitalista, ilusionados por la victoria inicial del proletariado en Rusia. En un periodo revolucionario como aquel, los sindicatos se enfrentaron a las acciones «indisciplinadas» de los obreros, ya que según ellos lo principal era restablecer la situación económica del país (es decir, el sistema capitalista), dejando para más tarde la revolución social. Consecuentes, firmaron en noviembre de 1918 los acuerdos con la patronal, para mantener la «paz social» (comunidad de trabajo).

Por el contrario, la mayor parte de los obreros se lanzaron con ímpetu para derribar el capitalismo. Ante la ineficacia de los sindicatos para conseguir este objetivo, se empezaron a formar espontáneamente consejos obreros en las empresas y barrios populares. «Del 4 al 9 de noviembre de 1918 las antiguas estructuras del Estado alemán, dinástico y burocrático, fueron arrinconadas; los consejos tomaron el poder local en todas las ciudades». Pero la prolongada influencia de los sindicatos, permitió que éstos, bajo maniobras, se apoderasen rápidamente de la dirección de este movimiento, vaciándolo de su contenido revolucionario y sometiéndolo a la autoridad de la Asamblea constituyente del 19 de enero de 1919. Al mismo tiempo apoyaron al nuevo gobierno socialdemócrata, «gobierno obrero» que no vaciló en aplastar sangrientamente a los obreros en armas en enero de 1919, en Berlín; en mayo del mismo año, en Baviera; y en abril de 1920 a los revolucionarios de la cuenca minera del Ruhr, que serán tachados de irresponsables, lumpenproletarios, izquierdistas, maleantes, bárbaros…

«Luchando contra el capital, contra sus tendencias absolutistas y generadoras de miseria, el movimiento sindical ha llegado a jugar un papel dentro del capitalismo, convirtiéndose de esta forma en un miembro más de la sociedad capitalista. Pero en el momento en que la revolución empieza, mientras que el proletariado, de miembro de la sociedad se transforma en su destructor, encuentra frente a él, como obstáculo, al sindicato.» (Pannekoek).

NOTAS CRÍTICAS SOBRE CAPITALISMO Y SINDICATOS

De nuevo, como en el número anterior de Lucha y Teoría, han surgido en el seno de la redacción de la revista posiciones y planteamientos distintos y divergentes sobre un tema. En este caso el análisis histórico del sindicalismo que precede a estas notas. Una vez más, hemos pensado que la mejor forma de articular las divergencias era expresarlas, de manera que el lector tenga posibilidad de conocer distintas posiciones sobre una misma cuestión.

Se trata en este caso simplemente de apuntes, «notas críticas», que un grupo de redactores entendemos fundamentales para un análisis histórico con metodología materialista.

Creemos que el análisis histórico del sindicalismo que se hace en las páginas anteriores incurre en dos errores básicos: un error metodológico y un error político.

El error metodológico consiste en acercarse a la realidad que se quiere analizar (el sindicalismo histórico) con prejuicios derivados de las concepciones políticas que en la circunstancia actual se defienden. La forma más fácil de deformar la realidad es contemplarla con los anteojos de la previa opinión que se tiene sobre ella, antes de haberla conocido en profundidad. La técnica más usada por todos los idealismos es la de deformar las realidades de manera que coincidan con los planteamientos teóricos que se persiguen.

Creemos que en el análisis que precede se incurre claramente en este error. Con el fin de reforzar la propia posición que considera el sindicalismo en la fase actual del proceso de lucha del movimiento obrero como un elemento reformista, conciliador y, por tanto, de control y freno de la lucha de clases, se pretende hacer creer que en toda su historia -salvo alguna excepción muy contada- el sindicalismo ha jugado el mismo papel de freno del movimiento obrero.

En este sentido, se describe un capitalismo -en su fase inicial- con perfiles evidentemente asépticos, sin constatar que el capitalismo que surge de la transición del modo de producción feudal se caracteriza por la agresividad de sus formas de explotación del trabajo, por la progresión de su proceso de control social y por el carácter ascendente a niveles políticos de la clase que protagoniza el cambio: la burguesía naciente. ¿Cabe en tales condiciones generalizar la calificación de simplemente «defensiva», economicista y reformista para la acción de las primeras organizaciones obreras que se oponen radicalmente y con diversas formas de lucha a ese proceso?

En la misma línea, se da lugar a la confusión entre el gremio y el sindicato, al concebir a éste en cierto modo como el resultado del proceso de transformación de los gremios, por sus métodos de monopolio del mercado de trabajo típicos de éstos. Se desconoce en este punto que el proceso de transición del feudalismo al capitalismo es complejo y extenso en el tiempo y que en toda formación social de transición se dan al tiempo elementos de los modos de producción decadente y ascendente; y se confunde la coincidencia temporal de las organizaciones de «productores» propias del feudalismo (gremios) de las estrictamente obreras nacidas del capitalismo (asociaciones de ayuda mutua, sindicatos, etc.), identificándolas a efectos de análisis. La propia Ley de Le Chapelier aprobada por la burguesía ascendente francesa en 1791, al prohibir toda asociación de trabajadores, distingue entre las corporaciones medievales y las asociaciones obreras.

El mismo error metodológico hace que se deforme la realidad de los ejemplos históricos de organización obrera que los autores del artículo creen afines con la concepción propia sobre el tema. Así se califica a los «soviets» de 1917 como «organización autónoma de la clase» cuando, salvo alguna que otra excepción, es inexacto hablar de autonomía de clase en el sentido que hoy se da al concepto y cuando, por otro lado, se trataba evidentemente de organizaciones interclasistas y no propiamente «de la clase obrera».

Y los ejemplos en que se concreta ese error metodológico que apuntamos podrían multiplicarse: confundir simplificadoramente burguesía con técnicos de la N.E.P., identificar -sin matizar- mencheviques con revolución exclusivamente democrático-burguesa, oponer -también sin matiz alguno- sindicato a movimiento obrero, identificar simplistamente división social del trabajo con la distribución de los trabajadores en ramas de la producción y de la organización sindical por ramos (en aquella etapa histórica) con el reformismo sindical, etc.

Pero decíamos que a nuestro entender, se incurre también en un error político. Nos referimos básicamente a la valorización que se hace del sindicalismo desde sus inicios como un elemento reformista, estabilizador de la lucha de clases. Se podrá decir que en la situación actual del movimiento obrero, la imagen que presenta el sindicalismo es, genéricamente, la de un movimiento de freno e integración de las luchas de la clase; pero resulta políticamente erróneo generalizar esta valoración a todos los momentos del proceso histórico del Movimiento Obrero. Y ese error político condicionará necesariamente toda actitud política actual sobre la generalización de la conciencia obrera, de las luchas y de la organización de los trabajadores.

Y el error existe, de un lado, porque los ejemplos de luchas sindicales inspiradas en el principio de transformación revolucionaria del capitalismo (con mayor o menor nivel de teorización) son muchos: huelga de mineros en Oldham (Inglaterra) llevada por la Asociación Nacional para la Protección del Trabajo en 1831; persecución y represión por la burguesía de los trabajadores de Tolpuddle (Inglaterra) en 1834 por difundir el sindicalismo entre los trabajadores agrícolas; aprobación en 1.Jul.l839 por los cartistas ingleses de la huelga general como forma de lucha política; Federación Nacional de Tipógrafos suiza, creada en 1858, de carácter típicamente revolucionaria anarquista; declaración favorable a la acción directa y a la huelga general en el Congreso de Asociaciones Obreras francesas en Burdeos en 1888, papel del sindicalismo en el proceso de transformación social para la CGT francesa en la primera época, plasmado en la Carta de Amiens de 1906; carácter anticapitalista y revolucionario de las distintas formas de organización sindical de la clase obrera española que desembocan en el anarco-sindicalismo (CNT) etc., etc., etc.

Pero además, de otro lado, porque todas las ideologías que inspiran esta primera fase del movimiento sindicalista, propugnan de una u otra forma, con mayor o menor grado de compromiso en la práctica, pero como alternativa fundamental de la clase obrera, la transformación de la sociedad capitalista en una organización social de carácter socialista. El historiador marxista H0bsbawm describe este proceso inicial con estas palabras:

«Lo nuevo en el movimiento obrero de la primera mitad del siglo XIX fue la conciencia de clase y los intereses de clase. Ya no eran los «pobres» los que se enfrentaban simplemente con los «ricos»: una clase específica, la clase obrera, los obreros o el proletariado se enfrentaban con otra los patronos o capitalistas. La Revolución Francesa dio confianza a esta nueva clase; la revolución industrial imprimió en ella la necesidad de una movilización permanente. No se podía conseguir una existencia decente solamente por la protesta ocasional que servía para restablecer la balanza de la sociedad, estable, pero temporalmente alterada. Requería vigilancia continua, organización y actividad del «movimiento» -la unión sindical, asociación mutua o cooperativa, los periódicos y la agitación obrera-. Pero la novedad y rapidez del cambio social animaron a los obreros a pensar en una sociedad completamente cambiada, basada en sus experiencias e ideas opuestas a las de sus opresores. Sería cooperativa y no competitiva, colectivista y no individualista. Sería «socialista». Este sueño que siempre vive semiconsciente en los pobres, pero que solo despierta en los raros momentos de revolución social general. Pero ahora esta ordenación socialista debía ser una alternativa permanente y practicable frente a la burguesía».

La teorización del reformismo socialista y de las transformaciones sociales gradualistas es muy posterior a la aparición y vigencia de los primeros socialismos (como género: socialismo utópico, anarquismo, socialismo científico) y se inicia históricamente con el revisionismo de la teoría marxista por Bernstein en los últimos años del siglo XIX. A partir de estas teorizaciones y de las prácticas políticas y sindicales que se articulan con aquéllas es, a nuestro entender, posible hablar (sin generalizar) de un sindicalismo obrero de carácter reformista, conciliador y de control de las acciones obreras por la transformación revolucionaria de la sociedad; pero sin olvidar que aún en esta etapa histórica quedará por delante mucha práctica revolucionaria en el sindicalismo obrero.

En definitiva, creemos que la historia no puede ser objeto de análisis interesados y sectarios. Si queremos avanzar por el camino de la generalización de la conciencia y de la organización autónoma y revolucionaria de la clase obrera tenemos que ser rigurosos en nuestras valoraciones de la realidad. Decir que el materialismo histórico es la guía de nuestros análisis no debe ser simplemente un slogan, sino la consecuencia de una práctica teórica real.

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CAPITALISMO Y SINDICATOS (2ª parte)  

El triunfo de la revolución rusa abre en los años 20, un breve periodo en el cual el proletariado europeo se organiza para la torna del poder y la destrucción del capitalismo. En Alemania, en Italia, aparecen Consejos Obreros, en Inglaterra los delegados de taller, en USA la International Workers of the World… formas de organización autónomas ligadas a una clase obrera muy homogénea y por esta razón peligrosa para el capital. Por una vez, la iniciativa política está en manos del proletariado que consigue bloquear en distintos países el desarrollo y la acumulación del capital. Se establece el «cordón sanitario» para aislar a la URSS e impedir la extensión de la revolución soviética. La revolución, como hemos visto en los anteriores números de Lucha y Teoría fracasa. El capital empieza una ofensiva amplia y articulada para destruir por la represión a la clase obrera en lucha. Sin embargo, los medios clásicos no hubieran sido suficientes. La cohesión de la clase obrera representaba en todo momento la posibilidad de un renacer de la lucha proletaria.

La ofensiva del capital estuvo, pues dirigida a recomponer la composición política de la clase obrera, es decir, a destruir un proletariado (el de los años 20) peligrosamente unificado y con un poder real en las empresas (el obrero de la gran industria era cualificado y controlaba lo que hacía, siendo imprescindible). El ataque capitalista para retomar la iniciativa contra el proletariado tuvo dos fases.

La primera va ligada a los nombres de Taylor y de Ford, y es un preludio que culminará después de la crisis famosa de 1929. Taylor es el fundador de la «organización científica del trabajo» es decir de la máxima racionalización en la explotación. Su consigna es: mejorar continuamente la productividad, con la utilización de la ciencia. Lenin será un ferviente admirador suyo a la vez que introductor de sus ideas en la «patria del socialismo»: «hay que organizar enRusia el estudio y la enseñanza del sistema Taylor, su experimentación y adaptación sistemática.» Para que funcione convenientemente esta susodicha «ciencia» del trabajo hay dos reglas clásicas de Taylor:

– Un buen obrero hace exactamente lo que se le dice y jamás discute las órdenes.
– La cooperación de los obreros es requerida bajo todas las formas posibles y la oposición nunca es tolerada.

Las innovaciones de Taylor, al igual que las de Ford, repercuten directamente sobre la clase trabajadora. Con Taylor desaparece el obrero profesional, todo trabajo complejo se reduce a trabajos simples y la movilidad de la fuerza de trabajo es un hecho conseguido. Al modificar el proceso de trabajo con la introducción del trabajo en cadena, el obrero pierde todo control sobre el proceso productivo. Aparece una nueva clase obrera que no se siente orgullosa de su oficio, que es móvil e intercambiable según las necesidades del desarrollo capitalista. Un ejemplo para confirmar lo que decimos: en 1940 el 43% de los obreros de la Ford aprenden su trabajo en menos de un día. Es una clase obrera que no siente ilusión alguna por su trabajo, cuya lucha estará encaminada contra el productivismo, contra la esclavitud asalariada.

La segunda fase en el ataque capitalista contra el proletariado, será la crisis del 29 y la aparición del Estado keynesiano. La famosa crisis del 29 produce la explosión de las antiguas estructuras y con la extensión del paro, libera la fuerza de trabajo que todavía se tenía por profesional. El paro masivo iguala y convierte en disponibles para cualquier tipo de trabajo a esta antigua fuerza. La crisis del 29 culmina y lleva a término final lo que Taylor con la aplicación de la ciencia en la fábrica había iniciado. La respuesta capitalista no queda encerrada en el interior de la empresa, no se limita a la reorganización del trabajo para hacerlo más opresivo sino que tiene un alcance mucho más general: el Estado keynesiano.

No nos extenderemos demasiado ya que en Lucha y Teoría nº 2 («Otras consideraciones…») se hacía una breve exposición de los presupuestos y de las innovaciones introducidas por el Estado capitalista teorizado por Keynes. Una vez destruida la clase obrera de los años 20, el capital inaugura un nuevo modelo de desarrollo basado en la utilización de las luchas obreras para el propio crecimiento. El motor del desarrollo será la clase obrera siempre y cuando permanezca en el interior del sistema. Para posibilitar este modelo el Estado debe intervenir directamente, reabsorber los desequilibrios de la economía de mercado, planificar, etc. Es la nueva cara del Estado: El «Estado-plan» que ahora está en crisis.

ESTADO Y SINDICATOS EN EL CAPITALISMO AVANZADO 

Las organizaciones clásicas obreras, los sindicatos, estaban ligadas a una clase obrera muy específica cuyo común denominador era la cualificación. Después de la ofensiva capitalista que culmina en la crisis del 29, esta clase obrera es prácticamente inexistente. Alterada la composición política de la clase, la forma organizativa permanece únicamente como un esqueleto sin vida. La institución sindical no tiene ningún interés para este nuevo proletariado, porque ya no puede hacer de ella ni un uso defensivo como antes del 29. La burocratización de los sindicatos no reside pues como dicen los trotskistas, en la traición de los dirigentes y otras tonterías, si no en que la clase obrera se da en cada momento la organización que le es más útil. Y como dice Pannekoek: «La potencia contrarrevolucionaria (de los sindicatos) no será abolida, ni disminuida, por un cambio de dirigentes, la sustitución de los jefes reaccionarios por hombres de «izquierdas» o revolucionarios. La forma de organización por sí misma es, ni más ni menos, la que reduce las masas a la impotencia, impidiendo que pueda ser instrumento de su voluntad».

Cuando una forma organizativa ya no le sirve al proletariado, cuando la forma organizativa es una mera institución cuyos objetivos políticos no son revolucionarios, la burguesía salta sobre ella y la recupera para sí, volviéndola contra los trabajadores. Los sindicatos defensores del valor del trabajo, de la cualificación, de la ideología productivista (el trabajo bien hecho el mérito del trabajo, etc.) defienden objetivos perseguidos por la burguesía. No es extraño pues que la clase dominante ante ellos exclame: «la organización por fin descubierta».

Porque, realmente, el problema esencial para el capital es controlar de inicio los ciclos económicos. Para ello necesita un control político sobre los distintos capitalistas y un control sobre los movimientos obreros para mantenerlos dentro del sistema. El sindicato será el instrumento esencial de control sobre el proletariado y la lucha de éste, la base del desarrollo capitalista. A través de la gestión sindical de las luchas, la amenaza estratégica que supone la clase obrera debidamente controlada, juega la función reguladora siguiente: elimina los fenómenos de concurrencia cuando son peligrosos, obliga al capital a reformarse sin cesar introduciendo nueva maquinaria, liquida sectores atrasados e improductivos, permite la subida simultánea de salarios evitando los desequilibrios, etc.

Si antes de la crisis del 29, el capital por lo general atacaba a los sindicatos y al nivel salarial de los trabajadores, a partir del 29 con la nueva organización capitalista del Estado, el sindicato se convierte en instrumento esencial de dominación política. En resumen, el sindicato, al ligar la clase obrera al desarrollo capitalista tanto en los momentos de auge como en los de crisis (pensemos en la FIAT y en la Volkswagen actualmente) destruye toda posibilidad de práctica autónoma del proletariado.

Podríamos extendernos indefinidamente sobre cómo el sindicato se encarga de asegurar aumento de los salarios al principio del ciclo económico, cómo asegura mediante contratos y pactos sociales la rigidez salarial durante el tiempo conveniente, si las huelgas salvajes no lo tiran por tierra. etc.Pensamos que será más ilustrativo estudiar una «acción gloriosa» de los sindicatos de clase franceses. Es la mejor recopilación.

MAYO ’68 

Para mostrar el papel de los sindicatos como mecanismos de integración obrera en el moderno sistema de explotación, podríamos basarnos en la reciente huelga de carteros franceses o en ejemplos históricos: la gran huelga salvaje de 1960-1961 en Bélgica y la actuación del sindicato socialista, el 69 en Italia… sin embargo es de todos conocido que el papel contra-revolucionario de los sindicatos de clase alcanza su máximo exponente en el mayo-68 en Francia. Es en esta ocasión, que podríamos calificar sin exagerar de revolucionaria, cuando los sindicatos (independientemente de su contenido ideológico) mostraron realmente cuál es su función.

La crisis de mayo del 68 empieza el 22 de marzo en la facultad de Nanterre, aunque ya venía gestándose desde hacía un mes una amplia contestación, que no se expresaba en reivindicaciones concretas. Para impedir unas detenciones los estudiantes empiezan a enfrentarse con la policía. Por primera vez consiguen hacer frente a la dura represión y su respuesta es: barricadas, ocupaciones de facultades, de calles de barrios. Se trata de una verdadera insurrección aunque evidentemente limitada. La policía no retrocede y recurre a toda forma de violencia.

La solidaridad obrera no se hace esperar y el 13 de mayo los sindicatos impulsados por un movimiento incontenible que ellos no han desencadenado, pero para no quedarse al margen y por tanto perder su control, convocan un paro general. Al día siguiente los trabajadores tienen que reintegrarse al trabajo. Pero en la fábrica de Nantes (aviación) en Flins (Renault) los obreros de modo espontáneo se declaran en huelga. El movimiento huelguístico se extiende por todo el país acompañado de algo completamente nuevo: las ocupaciones de fábrica. Se trata de una nueva fase en la lucha de clases. Este movimiento estudiantil termina con la sucesión periódica y controlada de las luchas obreras que anteriormente explicábamos. A partir del 68, cada vez le será más difícil al capital aprovecharlas en su propio beneficio.

Una semana después del 13 de mayo, 9 millones de trabajadores están de huelga. Francia queda completamente paralizada…. Trabajadores y estudiantes se encuentran en las mismas barricadas en los mismos piquetes… a pesar de los intentos de los sindicatos para impedirlo. Por ejemplo la C.G.T. de la Renault decía en un comunicado: «Sabemos que se prepara una manifestación de estudiantes y profesores esta tarde en dirección a la fábrica Renault… les aconsejamos a los organizadores vivamente que la lleven a cabo… rechazamos toda injerencia exterior conforme a la declaración común de los tres sindicatos C.G.T., C.F.D.T. y F.O.» De esta manera quieren impedir todo «contagio» y extensión de las consignas revolucionarias: poder obrero etc…

Para frenar las ocupaciones y evitar que el movimiento revolucionario se generalice y afiance, los sindicatos buscan reconducir la explosión espontánea y radical al campo reivindicativo, que es el suyo. Para esto se ofrecen a la burguesía como interlocutores. En una declaración conjunta de la C.G.T. y la C.F.D.T, dicen: «las C.G.T. y la C.F.D.T. están a punto para tomar parte en verdaderas conversaciones sobre las reivindicaciones esenciales de los trabajadores». Sin embargo, las burocracias sindicales no desdeñan el apoyo y la fuerza que les da el movimiento huelguístico de cara a sus negociaciones. Dirigiéndose a los trabajadores que hace tiempo que están en paro les comunican:»0s pedimos que paréis a partir de hoy el trabajo, que volváis a casa y que sigáis atentamente las órdenes dadas en los comunicados de nuestras organizaciones». Firman la CGT, la CFDT y FO, los sindicatos más fuertes. Poco después, el 25 de mayo se abren las negociaciones gobierno-sindicatos. Alzas de salario del 12,5 % de promedio y otras mejoras diversas. Es el conocido «pacto de Grenelle» que busca romper el movimiento unitario y autónomo a cambio de unos aumentos salariales.

Seguí, jefe de la C.G.T., que había ido a exponerlo a la Renault, se encuentra con la oposición total de los obreros. Después de Renault, todas las fábricas rechazan este pacto y no se reanuda por tanto el trabajo.La estrategia de los sindicatos, ante la imposibilidad de un acuerdo general, residirá a partir de entonces, en fraccionar al proletariado, en desmantelar la huelga sector por sector, empresa por empresa.

Los trabajadores opondrán resistencia y los sindicalistas tendrán que emplearse a fondo. El día 5 de junio la CGT dice «En todo lugar donde las reivindicaciones esenciales han sido satisfechas, el interés de los asalariados es de pronunciarse en masa para la vuelta al trabajo».

Los ferrocarriles, bastión de la CGT, reanudan el día 6 de junio el trabajo. Para ello los sindicalistas recurrieron a las falsificaciones de votos y al engaño (diciendo en cada estación que en la anterior habían decidido trabajar, lo cual era falso.)

Podríamos citar muchos más ejemplos concretos en los que los sindicatos consiguieron aislar de todo apoyo a los obreros en lucha frente a la policía.Únicamente los obreros del metal se mantenían inflexibles. El 11 de junio la policía especial intervino durante varias horas contra los obreros de la Peugeot. Dos trabajadores fueron asesinados. Poco a poco, gracias a los sindicatos y a la policía, el «orden vuelve a reinar». Renault, Citroën, volvieron al trabajo el 17 y el 18.

Los trabajadores franceses reanudan el trabajo derrotados. Pero mayo del 68 ha demostrado lo profunda que es la crisis social y también cuales son los enemigos del proletariado.

LAS FORMAS DE INTEGRACIÓN DE LOS SINDICATOS EN EL ESTADO

Hemos visto cómo se integran los sindicatos en el Estado capitalista avanzado, hasta convertirse en importantes auxiliares reguladores del funcionamiento del sistema. Sin embargo, existen otras formas más indirectas de integración, es decir, variantes más represivas de dominación sobre el proletariado. Concretamente hay dos modalidades distintas:

a) Los sindicatos en el capitalismo de Estado (URSS, China, etc.)
b) Los sindicatos en las dictaduras capitalistas (España, etc.)

Aunque sea brevemente, es interesante analizar las funciones de los sindicatos en estos países.

SINDICATOS Y CAPITALISMO DE ESTADO

La revolución rusa no eliminó al capital. Al contrario, los bolcheviques en el poder tuvieron que implantar una política económica, la NEP, encaminada a acumular el capital necesario que la burguesía todavía no había llevado a cabo. Para ello era imprescindible mantener el capital, con todo lo que esto significa: convertir a la clase obrera en mercancía (fuerza de trabajo), seguir con la esclavitud asalariada, inventar una ideología que santifique el trabajo,… las huelgas generales del invierno de 1923 fueron la respuesta obrera. La contrarrevolución bolchevique abriría el camino de la represión directa. En estas condiciones de supervivencia de las relaciones de tipo capitalista, la acción sindical tendrá desde un buen principio un papel fundamental. El sindicato será una de las articulaciones del Estado. Así lo reconocen los propios estatutos de los sindicatos soviéticos: «el X Congreso de los sindicatos soviéticos (1949) define las tareas del sindicato en el orden siguiente: 1º organizar la emulación socialista para asegurar la ejecución y superación de los planes de producción, el aumento de productividad, la reducción de los precios…».

En cuanto a los sindicatos chinos definen sus funciones así: «buscar el aumento constante de la productividad del trabajo, la realización y la superación de los objetivos productivos… reforzar continuamente la disciplina de trabajo como deber primordial y permanente» y si esto fallara por la rebelión de algún «elemento antisocial», «castigar de un modo apropiado los elementos recalcitrantes que cometen constantemente infracciones graves contra la disciplina del trabajo…».

En resumen, los sindicatos en los países que se dicen socialistas, tienen funciones muy semejantes a las desempeñadas en los países capitalistas avanzados. Son los organismos encargados de encuadrar a la clase trabajadora para:

a) Manipular la fuerza de trabajo según el plan económico y las necesidades de desarrollo (en los países capitalistas avanzados es según el ciclo económico).
b) Son los encargados de aumentar la explotación: evitan las huelgas, establecen las primas, marcan los incentivos, aumentan las jornadas de trabajo, prohíben los cambios de tipo de trabajo, etc.

Los sindicatos en la URSS, en China, etc., no son más que una correa de transmisión del Estado capitalista en manos de una clase dominante: la burocracia.

SINDICATOS Y DICTADURA CAPITALISTA: ESPAÑA

La última forma de integración de los sindicatos y del Estado, que analizamos, supone un proyecto de desarrollo del capital completamente distinto de los anteriores. La forma más pura de dominación y por tanto mejor ejemplo sería el nazismo. Este «nuevo orden» no busca la integración de la clase obrera y la utilización del antagonismo (lucha de clases) para el desarrollo sino que el fin perseguido es la anulación política del proletariado, o sea la desaparición de la clase obrera como clase política. Este proyecto de desarrollo unido a una ideología racista y jerárquica fue vencido en la II Guerra Mundial por los partidarios de las dos anteriores formas de dominación. Sin embargo no desapareció como tal, ya que ciertas variantes se mantienen todavía aunque ya casi nada tengan que ver con el fascismo típico. Un buen ejemplo es el de España.La Organización Sindical (0.S.) nació vinculada a «FET y de las JONS», como se establecía en el Fuero del trabajo y en la Ley de Bases: «la Ley asegurará la subordinación de la OS al Partido, ya que sólo éste puede comunicarle la disciplina, la unidad y el espíritu necesario». En cuanto a la O. S.: «la Organización Nacional Sindicalista del Estado (!!) se inspira en los principios de Unidad, Totalidad y Jerarquía… el Sindicato vertical es el instrumento al servicio del Estado, a través del cual realizará su política económica.» En el año 1966 estos principios serían retocados y suavizados.

La idea base que se encuentra detrás de estas leyes, es que la lucha de clases puede superarse. Que la puesta a punto de un sindicato vertical por ramas de producción, en el cual intervienen empresarios, técnicos y trabajadores, es la garantía de la paz social. Otros puntos complementarios son dictados directamente por el Estado. La disciplina del trabajo, los aumentos salariales son decididos autoritariamente por este organismo.

Las consecuencias sobre la clase obrera son terribles: salarios congelados, subidas de precios, jornadas de 14 horas… son la base real del desarrollo capitalista en la España después del 36. Sin embargo en la primavera de 1956, ante el alza insoportable de los precios aparece el primer gran movimiento huelguístico en el norte y en Cataluña. La respuesta del Estado será conceder dos aumentos salariales en el mismo año (25% y 70%) cambiando su política salarial y cediendo por tanto ante el movimiento reivindicativo. La consecuencia inmediata fue la crisis de gobierno de 1956 y el apartamiento relativo de la burocracia falangista, incapaz de controlar al proletariado. La respuesta del capital a la ofensiva proletaria será recuperar en un brutal aumento de productividad lo que se ha visto obligado a ceder. El ataque al proletariado supone un cambio total en la estrategia del bloque dominante y los que la llevarán a la práctica serán los miembros del OPUS. Tiene dos fases que se interpenetran:

a) Promulgación de la Ley de la libre Contratación en 1958.
b) Plan de Estabilización de 1959.

No nos interesa aquí señalar los objetivos específicos del Plan y sus efectos sobre la clase trabajadora. Lo que sí nos importa ahora, es señalar las consecuencias de la Ley de Convenios Colectivos. Para la burguesía los convenios suponen la posibilidad de incrementar la productividad, controlar los rendimientos, asegurarse un período de estabilidad etc. Bajo otra perspectiva, la presión obrera debidamente controlada incita a los empresarios a introducir mejoras en la maquinaria, en los métodos de trabajo, aumentando la competitividad. En definitiva el bloque dominante abandona su antiguo proyecto de desarrollo y adopta el modelo de los países capitalistas avanzados: la utilización de las luchas obreras como motor de desarrollo.

Y aquí empieza el drama para la burguesía española. Como veíamos anteriormente la garantía del desarrollo capitalista en Francia, Alemania, etc., reside sobre todo en los sindicatos, o mejor, en la planificación concertada capital-sindicatos. ¿Existen estos sindicatos de clase en España? Por desgracia para la burguesía, su genuina forma de dominación, la O.S. es un engendro ligado a una burocracia no obrera, incapaz de asegurar la «paz social» durante el tiempo de duración del convenio y si en 1963 encauzaba el 10% de las reivindicaciones, en 1965 solo el l% … en resumen, por las razones que sean, la burguesía española ha sido incapaz desde 1958 hasta hoy día de disponer de una forma de dominación sobre el proletariado eficaz y adaptada al modelo de desarrollo del capitalismo avanzado.¿Y el futuro de la 0.S.? Evidentemente, es inseparable de las transformaciones a nivel general, pero no sería de extrañar que la burocracia de la O.S. para mantenerse, y por su cuenta, pactara con el diablo (la burocracia de «izquierdas»). Algún ejemplo concreto ya hemos analizado en nuestra revista (Ver Lucha y Teoría nº 2 «La huelga del Bajo Llobregat»). El reformismo del capital, la burocracia estalinista y el nazismo, se encontraron en España en 1936, para liquidar el avance autónomo del proletariado hacia el comunismo. Ya nada debe sorprendernos.    

NOTAS ACERCA DEL TEMA CAPITALISMO Y SINDICATOS

Como era previsible, las diferencias de enfoque que había en el consejo de redacción de Lucha y Teoría con relación al tema «Capitalismo y Sindicatos» que se manifestaron cuando se elaboró la primera parte del tema (ver L y T nº 3), han vuelto a surgir en relación a la segunda parte del mismo.

Nadie debe asombrarse de esta situación. De siempre ha habido puntos de vista diferentes en el seno del movimiento obrero con relación a cuestiones de todos los niveles (desde la táctica diaria hasta la línea política general). Sólo nos debe preocupar esta situación si:

a) uno de los puntos de vista no puede darse a conocer porque está ahogado por los demás.
b) la diferencia de puntos de vista impide la acción conjunta, la unidad de acción (aunque esta acción se limite a editar y distribuir L y T).
c) el nivel de la discusión no interesa a la clase obrera.

Creemos que no estamos en ninguna de las situaciones anteriores y que, por lo tanto, vale la pena seguir manifestando los puntos de vista diferentes por medio del sistema «artículo/contra-artículo». Tal vez en números sucesivos en que se planteen estos problemas intentemos exponer los puntos de vista opuestos en forma de diálogo mantenido en el consejo de redacción. Es muy posible que de esta manera se puedan seguir los diferentes puntos de vista de una manera más coherente, más dialéctica y, por tanto, más interesante para el lector.Con relación a las presentes «notas», se ha hecho una separación entre cuestiones de detalle y cuestiones generales. Analicemos ahora las primeras.  

CUESTIONES DE DETALLE 

Primero. No se ve claro que la primera fase del «ataque capitalista para retomar la iniciativa contra el proletariado», esté ligada a los nombres de Taylor y Ford. Más bien da la impresión de que ambos nombres se han puesto sobre el tapete para «cargarse» no muy objetivamente la postura de Lenin y el bolchevismo con relación a la aplicación del avance científico y tecnológico. En este punto hay una contradicción muy clara. Se intenta decir, al parecer, que el capitalismo, quiere liquidar el concepto de «profesión» porque este concepto está en la base de la fuerza del proletariado de aquel momento. Sin embargo, en Lucha y Teoría nº 3 se afirma en más de una ocasión que el sindicato profesional y aristocrático-obrero es un freno para el proceso revolucionario anticapitalista. Parece más correcto pensar que el desarrollo exhaustivo de la división y racionalización del trabajo se hace en ese momento porque se había llegado a la situación tecnológica que permitía hacerlo; y, a partir de aquí, profundizar en las repercusiones que tuvo para el movimiento obrero.

Segundo. Tampoco está clara la segunda fase de dicho ataque. La crisis del 29, y las demás crisis del capitalismo se produce a pesar de los capitalistas y no como arma de sus ataques contra el proletariado. El Estado keynesiano no tiene como característica principal, ni mucho menos, el que las luchas obreras se empleen como motor del desarrollo. Lo que ocurre es que el capitalismo (y no solo las clases explotadas), en sus crisis y en sus propuestas para remontarlas, está haciendo lucha de clases; es decir, defiende sus intereses como objetivo inmediato y, por ser antagónicos objetivamente, ataca los de la clase trabajadora. Un ejemplo histórico creemos que basta para contradecir el simplismo de «luchas obreras motor de desarrollo»: en los últimos 30 años, los índices más altos de desarrollo se han alcanzado en países (Alemania y Japón) en que el nivel de lucha obrera ha sido relativamente bajo. Allí donde las luchas de la clase se han prodigado (Italia, Francia, Inglaterra últimamente), los índices de desarrollo capitalista han alcanzado cotas mucho más bajas.

Tercero. Ligar la burocratización de los sindicatos al hecho de que la ofensiva capitalista, al alterar la composición de la clase obrera, había hecho innecesario el sindicalismo, nos parece que es simplificar demasiado las cosas. Y ello, al menos, por dos razones: la primera, que desde mucho antes de tal ofensiva, los sindicatos obreros estaban luchando por unos objetivos mucho más amplios y en profundidad que los de los sectores más cualificados de la clase obrera. Tal vez sea interesante recordar aquí las luchas por la reducción de la jornada o, más aún, los planteamientos claramente políticos del sindicalismo revolucionario (al que no se hace referencia en ninguna de las dos partes del artículo). Y en segundo lugar, porque la afirmación anterior equivale a minimizar el problema de la burocratización, y el correspondiente giro a la derecha, no sólo de las organizaciones sindicales, sino de las otras formas de organización del movimiento obrero.

Cuarto. La mención que se hace de los sindicatos en los países socialistas está fuera de lugar. Por más qué se llame «capitalismo de Estado» al sistema existente en la generalidad de estos países, no es posible examinar el fenómeno sindical con el mismo prisma que en los países capitalistas. Entre una situación y otra ha ocurrido un fenómeno histórico de enorme importancia en todos los sentidos. Creemos que, por ello, no tiene ningún sentido (o, en todo caso, induce a error si no se matiza) decir que en tales países los sindicatos «tienen funciones muy semejantes a las desempeñadas en los capitalistas avanzados». Podemos y debemos hacer una crítica en profundidad al tipo de revolución que allá se ha hecho, porque esa crítica necesaria constituye uno de los elementos de progreso del movimiento obrero en su estrategia (por una revolución realmente social) y en su organización (hacia la autogestión a través de la real autonomía de la clase). Pero esa crítica en profundidad no creemos que pase por la simple equiparación de los sindicalismos capitalistas y socialistas ni, por supuesto, por la confusión entre capital físico o material (siempre necesario) y relaciones capitalistas de producción.  

VISIÓN GENERAL 

Esta visión general viene a ser como una síntesis de las dos críticas hechas a una y otra parte del artículo sobre «capitalismo y sindicatos». Creemos que en ambas ocasiones se ha forzado la realidad histórica a fin de que cuadre en un “esquema” previo que simplificadamente sería: el sindicato como forma organizativa de la clase obrera en lucha, ha sido, es y será negativo para la clase.

En el intento de demostrar esa afirmación se han cometido, a nuestro juicio, dos errores, a cual más grave. El primero es el de manipular la historia, es decir, interpretarla abusivamente, ocultar lo que no interesa, etc. Creemos que en las presentes y en las anteriores «notas críticas» se han dado elementos suficientes para fundar esta opinión nuestra. El segundo error es consecuencia del primero: cuando se fuerza la realidad histórica para demostrar una teoría determinada se está perdiendo la posibilidad de saber si realmente la teoría que se sostiene es cierta o falsa y, en este último caso, por dónde anda lo correcto.

A nuestro entender el análisis debiera haber seguido pasos distintos a los que se siguen en el artículo que comentamos: se ha partido de una idea tan intuitiva como deformada, se la ha colgado la etiqueta: «sindicalismo» y se ha dado un paseo histórico dirigido a demostrar unas ideas previas. Se ha prescindido casi por completo del hecho histórico de que no ha habido un sindicalismo si no muchos sindicalismos muy diferentes entre sí. Se ha prescindido del hecho histórico de que cada uno de estos sindicalismos ha experimentado una evolución en el tiempo y de cuáles han sido las causas y las características de dicha evolución. Se ha prescindido del hecho histórico de que en cada etapa de la evolución anterior cada uno de los sindicatos no ha sido un elemento homogéneo, sino un conjunto de, por lo menos cuatro componentes que se influían mutuamente: una dirección con tendencia más o menos fuerte a la burocratización; unos militantes cuyas relaciones con la dirección han pasado históricamente de la sumisión a la contestación en diversas formas y grados; una masa de afiliados más o menos inerte, más o menos activa según el momento histórico; y finalmente, el resto de la clase, cuyas relaciones con el sindicalismo era necesario analizar (por ejemplo: ¿por qué tras el mayo francés aumenta la afiliación a los sindicatos si estos son traidores a los intereses de la clase?)

Con estas notas no pretendemos dar una alternativa concreta al artículo al que se refieren. Hemos querido simplemente aportar una visión distinta, la de un grupo de redactores de la revista, sobre la forma de acercarse al análisis histórico del movimiento obrero. Si, como dice Lefort («Qué es la burocracia»), «la crítica del partido bolchevique no debe consistir en una crítica de la concepción leninista de la organización sino en una crítica histórica del proletariado. Antes de convertirse en errores de Lenin, los errores del «Qué hacer» son la expresión de ciertos rasgos de la conciencia proletaria en una etapa determinada», nosotros creemos que el análisis crítico de toda organización del movimiento obrero debe simultanearse continuamente con el análisis en profundidad de la situación de la clase obrera en cada momento histórico. En este sentido, creemos que los actuales niveles de organización y conciencia de la clase obrera, así como los caracteres de la sociedad capitalista de hoy (crisis, grado de avance tecnológico, socialización del consumo, manipulación ideológica, problemática de la vida cotidiana, etc.) apoyan y dan base a las teorizaciones y a las prácticas dirigidas a la construcción de nuevas formas organizativas y de lucha que rompan la división entre lucha económica, lucha política, lucha ideológica, etc. Pero el avance en esta línea revolucionaria de hoy, no es, sin más, argumento para desechar los avances revolucionarios históricos de la clase obrera.