Las gafas inglesas (Rosa Luxemburg, 1899)

Artículo publicado por Rosa Luxemburg en la Leipziger Volkszeitung del 9 de mayo de 1899.
Durante la ley bismarckiana de excepción contra los socialistas (1878-1890), Bernstein estuvo exiliado primero en Zurich, luego en Londres, donde mantuvo intensa relación con Marx y Engels. Como señala Rosa Luxemburg, esta estancia en Londres y la admiración por el tradeunionismo británico influyeron pode­rosamente en Bernstein, y en esta medida el texto encaja perfectamente dentro del cuadro de la polémica contra los revisionistas. Pero además la crítica de Rosa al sindicalismo bri­tánico permite ampliar la perspectiva de su análisis, constituyendo una anticipación de los enfoques de los comunistas de izquierda, en particular los alemanes y los holandeses, sobre el movimiento sindical, a partir sobre todo de 1919.

LAS GAFAS INGLESAS

I

Antes de echar una ojeada retrospectiva a la discusión que se ha desarrollado en la prensa del Partido acerca del libro de Bernstein, nos proponemos examinar en detalle algunas cuestiones secundarias que, en el curso de esta discusión, se han subrayado más que otras. Nos ocuparemos esta vez del movimiento sindical inglés. Entre los partidarios de Bernstein, la consigna del «poder económico» de la clase obrera tiene un papel muy importante. El deber de la clase obrera es crearse un poder económico, escribe el doctor Woltmann en el nº 93 de la Prensa Libre de Elberfeld. Por su parte, E. David cierra su serie de artículos sobre el libro de Bernstein con la siguiente consigna: «emancipación a través de la organización económica» (Mainzer Volkszeitung, nº 99). Según esta concepción, acorde con la teoría de Bernstein, el movimiento sindical, junto a las cooperativas de consumo, debe ir transformando poco a poco el modo de producción capitalista en modo de producción socialista. Ya hemos demostrado (ver Reforma o revolución) que esta concepción descansa sobre un completo desconocimiento de la naturaleza y de las funciones económicas tanto de los sindicatos como de las coopera­tivas. Se puede demostrar de una forma menos abstracta, partiendo de un ejemplo concreto.

Cada vez que se habla del importante papel reservado a los sindicatos en el futuro del movimiento obrero, lo reglamentario es citar inmediatamente el ejemplo de los sindicatos ingleses, mostrando al mismo tiempo ese «poder económico» que puede conquistarse y el mo­delo que la clase obrera alemana debe esforzarse en adoptar. Pero si en la historia del movimiento obrero existe un solo capítulo capaz de aniquilar completa­mente toda confianza futura en la acción socializadora y en el aumento de la fuerza de los sindicatos, ese capítulo es precisamente la historia del tradeunionismo inglés.

Bernstein ha montado su teoría basándose en las condiciones inglesas. Contempla el mundo a través de las «gafas in­glesas». Eso se ha convertido ya en una expresión co­rriente en el Partido. Si esto significa que el cambio de orientación teórica de Bernstein se debe al tiempo que ha pasado en el exilio y a sus impresiones personales sobre Inglaterra, podría ser una explicación psicológica perfectamente exacta, aunque tiene muy poco interés para el Partido y para la actual discusión. Pero si la expresión sobre las «gafas ingle­sas» quiere decir que la teoría de Bernstein es ade­cuada para Inglaterra y es exacta en lo que a Inglaterra se refiere, entonces es una opinión errónea y que contradice tanto con la historia pasada como con el estado actual del movimiento obrero inglés.

¿En qué consisten las particularidades tan frecuentemente subrayadas de la vida social inglesa, y cómo se explican? Generalmente se dice que lo característico de Inglaterra consiste en que es un Estado capitalista sin militarismo, sin burocracia, sin campesinado, que emplea la mayor parte de su capital en la explotación de otros países, y que todo esto permite a la vez la libertad política, en cuyo marco se ha desarrollado el movimiento obrero, y la benevolencia que demuestra la opinión pública hacia dicho movimiento obrero.

Si esto fuera cierto, el movimiento obrero inglés debería haber disfrutado, desde su aparición, es decir, desde principios del siglo XIX, de la libertad política y del favor de la opinión pública de los que goza actualmente, puesto que todas las particularidades arriba mencionadas de la vida social inglesa tienen ya más de un siglo de existencia. Pero la historia del tradeunionismo nos demuestra preci­samente lo contrario.

Todo el primer período de este movimiento, desde principios de siglo hasta más o menos 1840-45, nos muestra sobre todo una lucha de las coaliciones obreras para obtener el derecho a la existencia igual de encarnizada que la que ha llevado y, en parte, sigue llevando el pro­letariado del continente. El «país de las reformas socia­les» se negó durante varias décadas a conceder a los obreros la más pequeña ley a su favor. En el «país de las reformas sociales» los obreros tuvieron que recurrir, en su lucha por la existencia, a los medios violentos más extremos, a las manifestaciones, las huelgas tumultuo­sas, los asesinatos, ante lo cual el gobierno replicaba con todos los métodos habituales practicados hasta ahora en el continente: detenciones, procesos que terminaban en sentencias draconianas, deportaciones, movilización en masa de espías, de fuerzas policiales y de tropas cuando se producían manifestaciones obreras, justicia de clase, arbitrariedad policial; en una palabra, los primeros cincuenta años del movimiento obrero inglés nos muestran todas las formas de represión brutal contra la clase obre­ra ascendente y contra sus más modestas reivindicacio­nes de reformas sociales. Ese mismo Estado que, ya en aquella época, estaba desprovisto igual que hoy de mili­tarismo, burocracia y campesinado, se dotó sin embargo de los medios necesarios para reprimir violen­tamente el movimiento obrero. De modo que si cons­tatamos en Inglaterra, a partir de mediados del siglo XIX, métodos distintos de tratar a la clase obrera, esto no se debe a las particularidades de su vida política, sino a otras circunstancias, que surgieron en aquel momento.

A mediados del siglo se produjeron modificaciones importantes en la situación de Inglaterra, y eso ocurrió en dos aspectos. Ante todo, fue por esa época cuando la industria inglesa consiguió el dominio indiscutible del mercado mundial. Hasta más o menos 1850, la producción inglesa sufrió crisis muy frecuentes y muy violentas. A partir de 1856 presenciamos, en cambio, una prosperi­dad considerable y continua. Esa prosperidad de la indus­tria inglesa colocó a la burguesía inglesa en su conjunto en la misma situación en que se encuentra un capitalista individual cuando los negocios marchan bien; los conflic­tos con la clase obrera, la guerra industrial permanente, le resultaron enormemente molestos, y sintió una acu­ciante necesidad de orden, estabilidad y «paz social».

Por esta razón podemos ver un cambio en los métodos de guerra utilizados por los patronos: los conflictos con la clase obrera dejan de ser cuestiones de fuerza para convertirse en objeto de negociación, de acuerdos, de concesiones. La edad de oro de la industria hace que las concesiones a los obreros sean al mismo tiempo necesarias y materialmente fáciles de hacer. Así como durante el primer período la burguesía inglesa estaba represen­tada por los partidarios de la violencia al estilo Stumm, por los partidarios de las más brutales medidas de fuerza, su autentico portavoz en el nuevo período fue el em­presario que declaró, en 1860: «Considero que las huel­gas son a la vez el medio de acción y el resultado inevi­table de las negociaciones comerciales para la compra del trabajo.»

Por otro lado, y en relación sin duda con lo que ante­cede, presenciamos modificaciones importantes en el mismo movimiento obrero. De 1820 a 1840, y a princi­pios del período 1840-1850, lo vemos entusiasmado con las reformas políticas y sociales, con vastos proyectos, con el socialismo. «En el Consejo, [los obreros] son idea­listas que sueñan en un nuevo cielo y en una nueva tierra, humanitarios, partidarios de la educación del pueblo, so­cialistas, moralistas.» «Bajo la influencia de las teorías de Owen —escribe Francis Place—, los tradeunionistas acabaron por creer que resultaba posible, mediante una asociación general, apolítica de todos los asalariados, hacer subir los salarios y reducir la duración de la jor­nada de trabajo en tales proporciones que al cabo de un lapso de tiempo bastante corto podrían adquirir la pro­piedad completa de los productos de su trabajo.» El mo­vimiento de clase en esa época, en Inglaterra, encontró una forma concreta con la organización de la Unión General Obre­ra (Grand National Consolidated TradeUnions), que se mostró completamente inadecuada para la lucha sindical y que se hundió, por otra parte, bastante pronto, pero que a pesar de todo expresó netamente la idea de la clase y de su agrupación general en vistas al logro de un objetivo común. También con el movimiento cartista vemos al proletariado inglés plantearse —esta vez con la utilización de la acción política— objetivos socialistas.

Todo esto cambia hacia 1850. Después del fracaso del cartismo y del movimiento owenista, la clase obrera se aparta del socialismo y pone la mirada en las reivindica­ciones exclusivamente cotidianas. La clase obrera, agru­pada, aunque de una forma muy deficiente, en la Grand Trade-Union de Owen, se dispersa completamente en di­ferentes sindicatos, cada uno de los cuales opera por su propia cuenta. La emancipación de la clase obrera se sus­tituyó por el intento de lograr «contratos de alquiler» lo más favorables que fuera posible; la lucha contra el orden establecido, por el esfuerzo para instalarse lo más cómodamente posible en ese estado de cosas; en una palabra, la lucha de clase por el socialismo se sustituyó por la lucha burguesa para conseguir una forma burguesa de vida.

Las trade-unions han alcanzado sus logros a través de dos medios: 1.°, la lucha directa contra los patronos; 2.°, la presión ejercida sobre el Parlamento. Pero en los dos casos deben sus éxitos precisamente al hecho de haberse situado en terreno burgués. En lo que se refiere a la lucha contra los patronos, la conferencia general de los sindicatos proclamó, ya en 1845, «un nuevo método de acción sindical, la política de arbitrajes y de sentencias arbitrales». Pero el arbitraje y las sentencias arbitrales no son posibles más que si hay un terreno común en el cual sea posible entenderse. Y ese terreno lo proporcionó muy pronto el sistema, ampliamente utilizado, de la es­cala móvil de salarios, que descansa económicamente sobre la armonía entre los intereses de los patronos y de la clase obrera. Sólo porque tanto los patronos como la clase obrera estaban situados en este terreno común fue posible el enorme desarrollo del sistema de los contratos colectivos, de las instituciones de conciliación, de los tri­bunales de arbitraje, tal como los vemos funcionar hasta más o menos 1880. Pero con todo esto, los conflictos y los choques entre Trabajo y Capital dejaron de ser luchas de clase para convertirse en conflictos entre compradores y vendedores, iguales a los que se producen ordinariamente con ocasión de la compra y de la venta de cual­quier mercancía. Así como los patronos habían llegado a concebir las huelgas como «inevitables en las negociacio­nes comerciales para la compra de trabajo», los trabaja­dores, por su parte, se resignaron a considerarlas tan sólo como un simple objeto de «negociaciones comer­ciales».

Las trade-unions aceptaron, como base de toda lucha sindical, la teoría de la economía burguesa de la oferta y la demanda como regulador único de los salarios, y «la consecuencia natural fue que el único medio a su alcance para asegurar o mejorar su situación consistía en reducir la oferta».

Como consecuencia, vemos que en esta época se em­plean, como medios de lucha sindical, la eliminación de las horas extraordinarias, la reducción del número de aprendices y la emigración (en algunos ramos, hasta 1880), es decir, excepto en lo que se refiere al primer punto, métodos puramente corporativos. 

El mismo carácter revistió el aspecto político de la lucha sindical. En este sentido hay dos puntos de vista característicos. Ante todo, la actitud política propia de los tradeunionistas ingleses: hasta más o menos 1885, fueron —y lo siguen siendo hoy día en la mayor parte de los casos— puros y simples burgueses, liberales o conserva­dores. Luego, los métodos y los medios que utilizaron en la lucha para la protección del trabajo no fueron ni remotamente la agitación popular, como en Alemania y los demás países del continente, sino un complejo sistema muy particular orientado a influir sobre los parlamen­tarios burgueses, sin distinción de partidos: el regateo, la política de pasillos y de escaleras de servicio, sin ningún carácter de principio ni de clase, tal como se realizó, en particular, por parte de los hiladores y los tejedores. Fue precisamente a la utilización de estos métodos a lo que los sindicatos debieron sus mayores éxitos en el orden legislativo. Hasta qué punto, por el contrario, una actitud que comportase un carácter de clase más acusado resultaba un obstáculo para el logro de resultados prácticos, lo demuestran las dificultades que hubo de vencer la Federación de mineros.

Durante la segunda mitad del siglo, toda la estructura y todo el carácter de los sindicatos ingleses se modifican en función de esta actividad, orientada en este sentido. La dirección del movimiento pasa de las manos de los «entusiastas y los agitadores responsables» a las de «una clase de funcionarios permanentes», que a veces incluso son contratados tras pasar un examen en toda la regla. De escuela de solidaridad de clase y de moral socialista, el movimiento sindical pasa a ser una obra de arte enor­memente complicada, una vivienda cómodamente acondi­cionada para vivir en ella largo tiempo; y en todo el mundo obrero de esa época reina «el espíritu de una di­plomacia prudente, aunque más bien de cortas miras».

II

En Inglaterra, como hemos visto, los obreros y la burguesía se situaban, tanto desde el punto de vista económico como desde el moral, en el mismo terreno.

«[Los dirigentes de las trade-unions] aceptaron con absoluta buena fe el individualismo económico de sus adversarios burgueses, y sólo reclamaron la libertad de asociación, que los miembros ilustrados de la clase burguesa estaban perfectamente dispuestos a conceder­les. […] Su capacidad para comprender la forma de pensar de la burguesía y su apreciación rea­lista de las dificultades de la situación les preservaron de ser unos simples demagogos. […] Sus buenos modales, aunque esto pueda parecer una trivial mezquindad, no eran la menor de sus cualidades. En ellos se unían un total respeto de sí mismos y una integridad absoluta a la corrección del lenguaje, un comportamiento absoluta­mente irreprochable en la vida privada y una notable ausencia de cualquier cosa que pudiera oler a cabaret.»

El hecho de que tanto la lucha puramente económica de las trade-unions como su lucha por la legislación obre­ra no se llevaran de una forma coordinada por parte del conjunto de los sindicatos ni en nombre de los intereses de toda la clase obrera, a diferencia de lo que ocurrió en Alemania, en Francia y en cualquier otro sitio, sino por parte de grupos dispersos, actuando cada sindicato por su cuenta y con sus propios medios (basta con ver la re­sistencia opuesta por los representantes de las provin­cias de Durham y Northumberland en el Parlamento a los esfuerzos de la Federación de mineros), no es más que la consecuencia lógica de esta política individualista y diplomática. La ausencia, desde un punto de vista general de clase, de un terreno económico y político común, los antagonismos entre sindicatos grandes y pe­queños, entre sindicatos de obreros cualificados y sindi­catos de obreros no cualificados, entre sindicatos anti­guos y recientes, condenaron a la esterilidad y al fracaso sus acciones comunes, sus congresos comunes y su acti­vidad parlamentaria. «El Congreso, en el que están repre­sentados muchísimos intereses divergentes e incluso con­tradictorios, no puede ser más que un vínculo muy débil…»

A los dos factores arriba mencionados, o sea el desarrollo creciente de la industria y el terreno burgués en el que se sitúa el movimiento obrero, se añade lógicamen­te la tercera particularidad de las condiciones inglesas: la benevolencia manifestada por la opinión pública hacia el movimiento obrero. No son ni la «generosidad innata del hombre» ni las inversiones en el extranjero de enor­mes cantidades de capitales ingleses lo que explica, como a menudo se nos dice, la benevolencia manifesta­da por la opinión pública inglesa hacia el movimiento sindical.

Los que dicen esto sólo ven un lado de la influencia ejercida por la opinión pública sobre la clase obrera: la ayuda material proporcionada. Pero no ven el otro lado: la presión moral que ejerce sobre los obreros. No es hacia el movimiento obrero en general hacia el que la opinión pública inglesa muestra esta benevolencia, sino hacia el movimiento obrero perfectamente particulari­zado que se ha constituido sobre suelo inglés: un movi­miento que tanto desde el punto de vista económico como desde el político se sitúa en el terreno de la sociedad burguesa. La opinión pública no apoya la lucha de clase, al contrario, toma precauciones contra ella. Cuando se producen huelgas o movimientos por el aumento de salarios, la opinión pública, como se sabe, impone el arbi­traje, los procedimientos conciliatorios, e impide que la lucha se convierta en una prueba de fuerza, aunque esto sea ventajoso para la clase obrera. Y, ¡ay de los obreros que se nieguen a someterse a la voz de la opinión pública! El obrero inglés, que en su lucha contra su empresario está apoyado por la sociedad burguesa inglesa, lo está en su calidad de miembro de esa sociedad, en calidad de ciudadano, de elector burgués, y el apoyo que recibe contribuye aún más a hacer de él un miembro fiel de esta sociedad.

El empresario razonable y el obrero sindicado no menos razonable, el capitalista educado y el obrero edu­cado, el burgués de gran corazón, amigo de los obreros, y el proletario con mezquino espíritu estrechamente bur­gués, se condicionan mutuamente, no son más que corolarios (fenómenos complementarios) de una sola y misma relación, cuya base común venía dada por la situación económica de Inglaterra a partir de mediados del si­glo XIX, por la estabilidad y el dominio indiscutible de la industria inglesa en el mercado mundial.

Esa situación se mantuvo en Inglaterra hasta aproximadamente 1880. A partir de entonces podemos presen­ciar, bajo todos los aspectos, una profunda modificación, sobre todo en la base del movimiento sindical tal como se había desarrollado hasta entonces. La posición de Inglaterra en el mercado mundial se ve fuertemente ata­cada por el desarrollo capitalista de Rusia, Alemania y los Estados Unidos. La rápida decadencia de Inglate­rra no sólo se manifiesta en la pérdida de sus mercados, uno tras otro, sino también en un síntoma siempre muy grave y muy característico: la decadencia de sus métodos de producción y de comercio. Estos últimos, sobre todo, indican siempre el desarrollo o la decadencia de una in­dustria capitalista, de una forma más segura que las mismas estadísticas de exportación e importación. Así como la clase capitalista de un país en desarrollo destaca sobre todo por la habilidad y la flexibilidad de sus métodos técnicos de producción y de comercio (como en Inglaterra hasta 1870-80 y en la Alemania actual), de la misma forma en un país cuyo desarrollo industrial se re­trasa se manifiestan, como un primer síntoma infalible, el carácter retrógrado y la pesadez de los métodos de pro­ducción y de comercio. Inglaterra está actualmente en esta situación, y desde hace algún tiempo las quejas acerca de la apatía y la rigidez de los negociantes ingleses constituyen un capítulo aparte en los informes consulares in­gleses. En lo que respecta a los métodos de producción, Inglaterra se ve obligada actualmente —hecho absoluta­mente sin precedentes—, debido a la competencia extran­jera, y para proteger su propio mercado indígena, a im­portar del extranjero utillaje técnico moderno de produc­ción. Tenemos, por ejemplo, las transformaciones que presenciamos actualmente en la industria de la hojalata bajo la presión de la competencia de los Estados Unidos.

La inseguridad y la inestabilidad de la situación co­mercial e industrial tienen por consecuencia un cambio profundo en la actitud tanto de los empresarios como de los obreros ingleses. La depresión general de la in­dustria inglesa se ve momentáneamente compen­sada aún por la demanda de construcciones navales provocada por el militarismo y el comercio, demandas que a su vez favorecen a una serie de ramas industriales im­portantes, como la industria metalúrgica. Pero también en este terreno Inglaterra se verá pronto amenazada por la competencia de Alemania.

Mientras en los períodos de prosperidad las concesio­nes a los obreros dejaban impasible al Capital, este últi­mo se hace ahora cada vez más sensible y excitable. Los procedimientos conciliatorios se le hacen cada vez más desagradables y utiliza las sentencias de los Con­sejos arbitrales para «rechazar las reivindicaciones ex­cesivas de los obreros», y en otras ocasiones «se aprove­cha de su posición estratégica para obligar a los obre­ros a aceptar condiciones más desfavorables que las propuestas por los Consejos arbitrales». Por otra parte, el sistema de la escala móvil de salarios, que garantiza a los obreros su parte en la prosperidad industrial, su­pone, con el empeoramiento económico, reveses cada vez más frecuentes. Por esto los sindicatos dejan decidida­mente de lado este sistema. Pero el abandono por parte de los obreros del sistema de la escala móvil y la viola­ción sistemática de las sentencias arbitrales por parte de los empresarios hacen desaparecer las condiciones favo­rables para los procedimientos de arbitraje y conciliación que acompañaron el período de prosperidad del tradeunionismo inglés y, con ellas, la paz social. Hace algunos años, esta transformación fue reconocida oficialmente con la abolición de las leyes de 1867 y de 1872, de acuer­do con las cuales todos los conflictos entre el Capital y el Trabajo debían zanjarse obligatoriamente por medio de arbitraje. Al mismo tiempo, con el buen funcionamien­to constante de la economía y con la estabilidad alcan­zada en la situación del obrero ha desaparecido igual­mente la posibilidad de desarrollar los sindicatos tan hábilmente y de hacer funcionar su complicado mecanis­mo de una forma tan simple como antes. Este difícil me­canismo y la burocracia especializada de los sindicatos también se convierten en gran parte en inútiles como con­secuencia de la supresión de la escala móvil de salarios y del procedimiento de arbitraje. Todos los sindicatos que se han creado en los últimos quince años se diferencian de los viejos sindicatos por la simplicidad de su organiza­ción y de su funcionamiento, pareciéndose en esto a los sindicatos del continente. Y, en la medida en que el pro­cedimiento del acuerdo amistoso se hace progresivamente ineficaz, los conflictos entre el Capital y el Trabajo se con­vierten cada vez más en simples cuestiones de fuerza, como hemos podido comprobar con la huelga de los me­talúrgicos y con la de los mineros galeses. También en Inglaterra la «paz social» cede el sitio a la guerra social, a la lucha de clases. Poco a poco los sindicatos dejan de ser organizaciones que tienen por objeto asegurar la paz industrial para convertirse en organizaciones de lucha de clase, según el modelo de los sindicatos alema­nes, franceses o austriacos.

Dos síntomas importantes, en estos últimos tiempos, demuestran que tanto la burguesía inglesa como entre el proletariado inglés son conscientes de la transformación que se ha operado y de que se avecina una seria lucha de clases. El sínto­ma, en lo que se refiere a los patronos, es la Unión para luchar contra la acción parlamentaria de los sindicatos. y en lo que respecta a la clase obrera, el resurgimiento de la idea de una Alianza obrera general, tan odiada por los capitalistas como por los tradeunionistas de la vieja es­cuela y los partidarios de la «paz social», pero que expre­sa netamente, para la gran masa del proletariado inglés, la necesidad de agrupamiento, el despertar de la concien­cia de clase en el verdadero sentido del término.

De esta historia del tradeunionismo inglés que hemos esbozado en líneas generales pueden sacarse tres clases de conclusiones diferentes para nuestra controversia con Bernstein y sus partidarios.

Ante todo, la idea de que los sindicatos tienen una importancia directa para el socialismo es completamente falsa. Precisamente el movimiento sindical inglés, que les sirve de apoyo, debe en gran parte sus conquistas pasadas a su carácter puramente burgués, a su hostilidad contra el «utopismo» socialista. Los propios historiadores del tradeunionismo, S. y B. Webb, subrayan en diferentes ocasiones, y lo hacen en forma expresa, que el movi­miento sindical inglés ha fracasado invariablemente en la medida en que se impregnaba de ideas socialistas, mientras que por el contrario ha logrado éxitos en la medida en que se restringe, se rebaja, se libera del socialismo.

Precisamente el tradeunionismo inglés, cuyo repre­sentante clásico es el obrero-gentleman satisfecho, correcto, de mentalidad estrecha y escasas luces, que piensa y sien­te como un burgués, demuestra, pues, que el movi­miento sindical en sí no tiene todavía nada de socialista y que incluso, en determinadas circunstancias, puede convertirse directamente en una traba para el desarrollo de la conciencia socialista, de la misma forma que la conciencia socialista, por su parte, puede ser, en ciertas condiciones, un obstáculo para la consecución de avances puramente sindicales.

En Alemania, como en todo el continente, los sindica­tos se han constituido, ya desde su origen, sobre la base de la lucha de clase, a veces incluso son una creación directa de la socialdemocracia (como en Bélgica y en Austria). Aquí están de entrada subordinados al movimiento socialista y no pueden esperar éxitos —al revés que en Inglaterra— más que en la medida en que se apoyen en la lucha de clase socialista y estén sostenidos por ella (basta con ver la acción de la actual socialdemocracia, en Alemania en defensa del derecho de asocia­ción). Los sindicatos alemanes (igual que los demás del continente en general) están, en este sentido, subordinados a los esfuerzos emancipadores del proletariado, a pesar de su debilidad, y en parte inclu­so gracias a esta debilidad están por delante de los sindicatos ingleses. Remitirse al ejemplo de Inglaterra no significa otra cosa, en realidad, que aconsejar a los sindicatos ale­manes que abandonen el terreno de la lucha de clase socialista y se sitúen en el terreno burgués. Mas para servir a la causa socialista no son los sindicatos alemanes los que deben seguir las huellas de los sindicatos ingleses, sino, por el contrario, los sindicatos ingleses las de los sindi­catos alemanes. Las «gafas inglesas» no son por lo tanto adecuadas para Alemania, y no porque las condiciones inglesas estén más avanzadas, sino porque, bajo el punto de vista de la lucha de clase, están más atrasadas que las condiciones alemanas.

Además, dejando aparte el significado subjetivo que los sindicatos tengan para el socialismo, la influencia que puedan ejercer sobre la conciencia de clase del proletariado, si nos fijamos en su significado objetivo, ese «poder económico» que según la teoría oportunista proporcionan a la clase obrera y mediante el cual ésta adquiere capacidad para quebrantar el poder del Capital aparece también como una leyenda, incluso como «una leyenda de los tiempos remotos». En la propia Inglaterra, ese inquebrantable poder económico de los sindicatos, dejando al margen los medios con los que se ha logrado, pertenece ya en gran parte al pasado. Está relacionado, como hemos visto, con un pe­riodo perfectamente delimitado, excepcional, del desa­rrollo del capitalismo inglés, el de su dominio indiscutido sobre el mercado mundial. Pero este período que, de forma única, y debido a su estabilidad y prosperidad, constituía el terreno del tradeunionismo inglés en su período de prosperidad, en su verdadera prosperidad, ya no se repetirá ni en Inglaterra ni en ningún otro país.

Aun en el caso de que el movimiento obrero alemán pudiera y quisiera, siguiendo los consejos oportunistas, abandonar esa dichosa leyenda del proletariado que «quiere tragárselo todo», es decir, su carácter socialista, para conseguir ese «poder económico» y seguir el camino del tradeunionismo inglés, jamás podría conseguir un poder económico igual al que éste tuvo en otro tiempo.

Y esto por una sencilla razón porque ningún oportunismo es capaz de crear artificialmente el terreno económico del que surgió el viejo tradeunionismo.

En suma, las «gafas inglesas» de Bernstein no son en realidad más que un espejo cóncavo en el que todos los fenómenos se reflejan al revés. Aquello que muestra como el más poderoso medio de la lucha socialista no es en realidad más que un obstáculo para la realiza­ción del socialismo, y aquello que considera como el futu­ro de la socialdemocracia alemana no es sino el pasado, que se va extinguiendo cada vez más aprisa, del movimiento obrero inglés en su evolución hacia la socialde­mocracia.