De la necesidad de una acción conjunta entre los sindicatos y la socialdemocracia (R. Luxemburgo, 1906)

Capítulo 8 de Huelga de masas, partido y sindicatos.

La condición más importante que debe cumplir la clase obrera alemana en el periodo de grandes luchas, que sobrevendrá tarde o temprano, es, junto a la resuelta firmeza y coherencia de la tác­tica, la mayor capacidad posible de acción, es decir, la mayor unidad posible del ala dirigente socialdemócrata de la masa pro­letaria. Sin embargo, las primeras tímidas tentativas para em­prender una acción de masas de mayor envergadura pusieron de manifiesto un importante obstáculo: la separación total y la auto­nomía de las dos organizaciones del movimiento obrero, de la socialdemocracia y de los sindicatos.

De un análisis detallado de las huelgas de masas en Rusia y de las condiciones en Alemania misma se desprende claramente que cualquier acción importante de lucha, si no ha de limitarse a una demostración aislada y debe, por el contrario, convenirse en una acción real de masas, no puede concebirse como una huelga del tipo que se ha dado en llamar política. En Alemania, los sindicatos participarían de igual modo que la socialdemocracia. Y no ya, como se imaginan los dirigentes sindicales, porque la socialdemocracia, debido a la inferioridad numérica de su organización, se encuentre obligada a recurrir a la colaboración de ese millón y cuarto de sindicalistas y no puede hacer nada «sin ellos», sino por una razón mucho más profunda: porque toda acción directa de masas y todo periodo de luchas abiertas de clase serán al mismo tiempo políticos y económicos. Si por cualquier motivo y en cualquier momento, se producen en Alemania grandes luchas políticas y huelgas de masas, se iniciará, al mismo tiempo, una era de gigantescas luchas sindicales, sin que los acontecimientos se pregunten si los dirigentes sindicales aprueban o no el movimiento. Si se mantuvieran apartados o trataran de oponerse a la lucha, la consecuencia será simplemente que los dirigentes del sindicato[1] serían marginados por el desarrollo de los acontecimientos, y las luchas, tanto las económicas como las políticas, serían llevadas adelante por las masas, se prescindiría de ellos.

En efecto, la división entre la lucha política y la lucha econó­mica, así como su consideración por separado, no es más que un producto artificial, aunque explicable históricamente, del perio­do parlamentario. Por una parte, la lucha económica se dispersa en el tranquilo y «normal» desarrollo de la sociedad burguesa, en una multitud de luchas parciales en cada fábrica y en cada ramo de la producción. Por otra parte, la lucha política no es di­rigida por las masas mismas en acción directa, sino, en conformi­dad con las formas del Estado burgués, por vía representativa, mediante la presión sobre el cuerpo legislativo. Una vez abierto un periodo de luchas revolucionarias, es decir, una vez que apa­rezcan las masas en el campo de batalla, desaparecerán tanto la dispersión de la lucha económica como la forma indirecta parla­mentaria de la lucha política; en una acción de masas revolucio­naria, las luchas política y económica son una sola, y el límite artificial trazado entre sindicato y socialdemocracia, como entre dos formas separadas y totalmente distintas del movimiento obrero, simplemente desaparece. Pero lo que se manifiesta con claridad en un movimiento de masas revolucionario, también es válido, de hecho, para el periodo parlamentario. No existen dos distintas luchas de clase del proletariado, una económica y una política, sino que existe una sola lucha de clases, orientada, por igual, tanto a la limitación de la explotación capitalista en el seno de la sociedad burguesa como a la abolición de la explotación junto a la misma sociedad burguesa.

Si bien estas dos partes de la lucha de clases se separan entre sí en el periodo parlamentario —por razones técnicas, entre otras—, no representan por ello dos acciones paralelas, sino sim­plemente dos fases, dos estadios en la lucha por la emancipación de la clase obrera. La lucha sindical abarca los intereses actuales; la lucha socialdemócrata, los intereses futuros del movimiento obrero. Los comunistas —se dice en el Manifiesto Comunista— representan, frente a grupos de intereses diversos (intereses na­cionales o locales) de los proletarios, los intereses comunes a to­do el proletariado y, en todos los grados del desarrollo de la lu­cha de clases, el interés del movimiento en su conjunto, es decir, el objetivo final, la emancipación del proletariado. Los sindicatos sólo representan los intereses de grupo del movimiento obrero, y un determinado nivel de desarrollo. El socialismo representa a la clase obrera y a los intereses de su emancipación en su conjunto. La relación que existe entre los sindicatos y la socialdemocracia es, por lo tanto, la que existe entre una parte y el todo; y si la teo­ría de la «igualdad de derechos», entre los sindicatos y la social­democracia encuentra tanto acomodo entre los dirigentes sindi­cales, se debe a un desconocimiento profundo de la esencia de los sindicatos y del papel que desempeñan en la lucha general por la emancipación de la clase obrera.

Sin embargo, la teoría de la acción paralela entre la socialdemocracia y los sindicatos y de su «igualdad de derechos», no es pura invención, sino que tiene raíces históricas. Se basa, efectiva­mente, en la ilusión que despierta el tranquilo y «normal» perío­do de la sociedad burguesa, en el que la lucha política de la socialdemocracia parece diluirse en la lucha parlamentaria. Pero esta simple contrapartida de la lucha sindical es algo que se lleva a cabo, exclusivamente, en el terreno del orden social burgués. Por su naturaleza, es un trabajo político de reforma, al igual que los sindicatos expresan su labor de reforma económica. Repre­senta un trabajo político de actualidad, al igual que los sindicatos representan un trabajo económico presente. La lucha parlamen­taria, al igual que la lucha sindical, es simplemente una fase, un estadio de desarrollo en el todo de la lucha de clases proletaria, cuya meta final supera, en igual medida, tanto a la lucha parla­mentaria como a la lucha sindical. También la lucha parlamenta­ria tiene la misma relación con la política socialdemócrata que la existente entre una parte y el todo, exactamente igual al trabajo sindical. La socialdemocracia es precisamente el resumen tanto de la lucha parlamentaría como sindical, en una lucha de clases dirigida a la abolición del orden social burgués.

La teoría de la «igualdad de derechos», entre los sindicatos y la socialdemocracia no es, por lo tanto, un simple error teórico, una simple confusión, sino que es la expresión de la conocida tendencia del ala oportunista de la socialdemocracia, que quiere reducir realmente la lucha política de la clase obrera a la lucha parlamentaria, y hacer que la socialdemocracia deje de ser un partido proletario revolucionario para convertirlo en un partido reformista pequeñoburgués[2]. Si la socialdemocracia aceptase la teoría de la «igualdad de derechos» de los sindicatos, aceptaría también, de manera indirecta y tácita, la transformación que des­de hace mucho tiempo están impulsando los representantes de la tendencia oportunista.

Sin embargo, un desplazamiento semejante de las relaciones en el seno del movimiento obrero es más inconcebible en Alema­nia que en cualquier otro país. El principio teórico que hace del sindicato simplemente una parte de la socialdemocracia se en­cuentra clásicamente ilustrado en Alemania por los hechos mis­mos, por la práctica viva, manifestándose en tres tendencias. En primer lugar, los sindicatos alemanes son un producto directo de la socialdemocracia; es ella quien puso los cimientos del movi­miento sindical en Alemania, quien veló por el crecimiento de los sindicatos, y quien, hasta el día de hoy, le da sus dirigentes y militantes más activos de su organización. En segundo lugar, los sindicatos alemanes son también un producto de la socialdemo­cracia, en el sentido de que la doctrina socialdemócrata es el alma de la práctica sindical; los sindicatos deben su superioridad sobre todos los grupos sindicales burgueses y confesionales a la idea de la lucha de clases; sus éxitos materiales y su poder son resultado de la teoría del socialismo científico, que ilumina su práctica y la eleva por encima de las pequeñeces de un mezquino empirismo. La fuerza de la «política práctica» de los sindicatos alemanes radica en su profunda visión de los nexos causales so­ciales y económicos del orden capitalista; y esta visión se la de­ben a la teoría del socialismo científico, sobre la que se funda su práctica. En este sentido, toda tentativa por emancipar a los sin­dicatos de la teoría socialdemócrata, por encontrar otra «teoría sindical» en oposición a la socialdemocracia, toda tentativa de ese tipo, repetimos, no es más que un intento de suicidio por parte de los mismos sindicatos. Separar la práctica sindical de la teoría del socialismo científico significaría, para los sindicatos alema­nes, perder inmediatamente toda superioridad sobre los distin­tos sindicatos burgueses y caer de la altura conquistada al nivel de la incesante búsqueda de un puro y burdo empirismo.

Y finalmente, en tercer lugar, los sindicatos son también, direc­tamente, en su fuerza numérica un producto del movimiento so­cialdemócrata (y de la propaganda socialdemócrata)[3] ; y esto es algo de lo que sus dirigentes han ido perdiendo poco a poco la conciencia. Algunos dirigentes sindicales se complacen en lanzar una mirada de triunfo (y de conmiseración)[4], desde las orgullosas alturas de su millón y cuarto de afiliados, sobre el pobre medio millón escaso de militantes de la socialdemocracia, recordándole los tiempos de hace diez o doce años, en que en las filas de la so­cialdemocracia se tenía todavía una idea pesimista de las posibili­dades de desarrollo de los sindicatos. No se dan cuenta de que entre estos dos hechos (la elevada cifra de afiliados al sindicato y la cifra menor de militantes socialdemócratas) existe en cierta me­dida una directa relación causal. Millares y millares de obreros no entran en las organizaciones del partido precisamente porque en­tran en los sindicatos. En teoría, todos los trabajadores deberían estar inscritos en ambas partes: asistir a las reuniones de ambas, pagar una doble cotización, leer dos periódicos obreros, etc. Pero, para hacerlo es necesario un grado elevado de inteligencia y de ese idealismo que, por puro sentimiento del deber hacia el movi­miento obrero, no retrocede ante los sacrificios cotidianos de tiem­po y dinero; es necesario también el apasionado interés por la vida del partido, que no puede satisfacerse sino perteneciendo a su or­ganización. Todo esto se encuentra en la minoría más consciente e inteligente de los obreros socialistas, en las grandes ciudades, don­de la vida del partido es rica y atractiva y donde la existencia ma­terial del obrero alcanza su nivel más alto. Pero en las capas más amplias de la masa obrera de las grandes ciudades, así como en provincias, en los pequeños y recónditos rincones donde la vida política local carece de independencia y es el simple reflejo de los acontecimientos que suceden en la capital; donde, en consecuen­cia, la vida del partido es pobre y monótona, donde, finalmente, la vida económica de los trabajadores se caracteriza por la absoluta miseria, la doble organización es muy difícil de llevar a cabo.

Para el obrero de la masa, si tiene ideas socialdemócratas, la cuestión se resuelve por sí sola ingresando en el sindicato. Pues sólo puede satisfacer los intereses inmediatos de su lucha eco­nómica —dada la naturaleza misma de esta lucha— pertene­ciendo a una organización profesional. La cotización que paga, a costa de grandes sacrificios, por lo general, le proporciona una utilidad inmediata y palpable. En cuanto a sus convicciones so­cialistas, las puede practicar incluso sin pertenecer a una organi­zación específica del partido: votando en las elecciones al Parla­mento, asistiendo a reuniones públicas socialdemócratas, leyen­do los informes sobre los discursos socialdemócratas en los or­ganismos representativos y leyendo los periódicos del partido (compárese, por ejemplo, el número de electores socialistas y el de los abonados al Vorwärts[5] con las cifras de los militantes del partido en Berlín). Y lo que resulta decisivo: el obrero medio, con mentalidad socialdemócrata, el hombre sencillo, no tiene la menor comprensión por la complicada y sutil teoría de las dos almas (que sustentan los dirigentes sindicales)[6], y no puede te­nerla, pues en el sindicato se siente organizado en la socialdemocracia. Aun cuando las asociaciones sindicales no lleven el emblema oficial del partido, el trabajador de la masa del pueblo, en cada ciudad, grande o pequeña, ve que los dirigentes más activos que se encuentran a la cabeza de su sindicato son aque­llos compañeros de trabajo que él conoce en la vida pública co­mo camaradas, como socialdemócratas: bien como diputados al Reichstag, a las dietas regionales o a las municipalidades, bien como delegados obreros socialdemócratas, miembros de las jun­tas electorales, redactores de los periódicos del partido, secreta­rios del partido o, simplemente, oradores y agitadores. Además, en la propaganda de agitación que se hace en su sindicato oye exponer, por regla general, esas mismas ideas que ya son com­prensibles y queridas, esas mismas ideas sobre la explotación capitalista y las relaciones de clase que él ya conoce por la pro­paganda socialdemócrata; y la mayoría de los oradores más queridos en las asambleas sindicales (aquellos que son los úni­cos que «animan la cosa» y que representan la fuerza de atrac­ción en las pesadas y poco concurridas reuniones sindicales)[7], son precisamente socialdemócratas conocidos.

Todo esto hace que se despierte en el obrero medio consciente el sentimiento de que él, al estar organizado sindicalmente, perte­nece también a su partido obrero, está organizado en la socialdemocracia. Y en esto consiste la verdadera fuerza de atracción de los sin­dicatos alemanes. No es la apariencia de neutralidad, sino la reali­dad socialista de su esencia lo que ha dado a las asociaciones sin­dicales el medio para alcanzar su fuerza actual. (Efectivamente, hoy en día nadie se deja confundir en Alemania por esa aparien­cia)[8]. Este hecho es confirmado simplemente por la existencia misma de los sindicatos afiliados a los distintos partidos burgueses católicos, de Hirsch-Duncker[9], etc., con lo que se pretende probar precisamente la necesidad de esa «neutralidad» política. Cuando el obrero alemán, que puede afiliarse libremente a un sindicato cristiano, católico, evangélico o liberal, no elige ninguno de ellos, si no que elige el «sindicato libre»[10], o se pasa también de aquellos a éste, lo hace solamente porque considera a las asociacio­nes sindicales como auténticas organizaciones de la moderna lu­cha de clases, o —lo que viene a ser lo mismo en Alemania— co­mo sindicatos socialdemócratas. En resumen, la apariencia de «neutralidad», que es un hecho para más de un dirigente sindical, no existe para la gran masa de los trabajadores organizados en el sindicato. Y este es el gran éxito de (las asociaciones sindicales)[11]. Si alguna vez esta apariencia de neutralidad, esta distinción o esta separación entre los sindicatos y la socialdemocracia se transforma en realidad a los ojos de la masa proletaria, entonces los sindicatos perderían de golpe todas sus ventajas frente a las asociaciones burguesas con las que compiten, y perderían así toda su fuerza de atracción, el fuego que las mantiene vivas. Lo que aquí se afirma se demuestra convincentemente por hechos de todos conocidos. La apariencia de «neutralidad» política frente a los partidos podría prestar grandes servicios como medio de atracción en un país en el que la socialdemocracia no goza de prestigio entre las masas, donde el odio que se sintiera hacia ella le trajera más perjuicio que beneficio a la organización obrera ante los ojos de las masas, don­de, en resumidas cuentas, los sindicatos tuvieran que reclutar a sus tropas de entre una masa carente por completo de educación política y animada de sentimientos burgueses.

El modelo de un país así ha sido durante todo el pasado si­glo, y en cierta medida lo es aún, Inglaterra. En Alemania, sin embargo, la situación del partido es completamente distinta. En un país en el que la socialdemocracia es el partido político más poderoso, en el que su fuerza de reclutamiento está confirmada por un ejército de tres millones de proletarios, es ridículo hablar de un odio perjudicial por la socialdemocracia y de la necesidad que tiene una organización combativa de los obreros de mante­ner su neutralidad política. La simple comparación entre las ci­fras de los electores socialdemócratas con las cifras de las organi­zaciones sindicales en Alemania, es suficiente como para que hasta un niño se dé cuenta de que los sindicatos alemanes no conquistaron sus tropas como en Inglaterra, en una masa sin educación política y animada por sentimientos burgueses, sino en una masa de proletarios educados por la socialdemocracia y ganada para las ideas de la lucha de clases, es decir, en la masa de los electores socialdemócratas. Más de un dirigente sindical rechaza con indignación —corolario obligado de la teoría de la «neutralidad»— la idea de considerar los sindicatos como una escuela de reclutamiento para la socialdemocracia. Y en la prácti­ca, esta suposición que les parece tan ofensiva y que, en realidad, es tan halagadora, es puramente imaginaria, porque la situación suele ser inversa: en Alemania, la socialdemocracia es la escuela de reclutamiento para los sindicatos.

Si bien la labor organizativa de los sindicatos es, en la mayo­ría de los casos, muy penosa y difícil (lo que despierta y alimenta entre los dirigentes sindicales la ilusión de que son ellos los que abren los primeros surcos y hunden las primeras semillas en la tierra virgen proletaria)[12], (en realidad)[13], el terreno no sólo ha sido ya desbrozado por el arado socialista, sino que la misma semilla sindical y el sembrador mismo han de ser además «rojos», socialdemócratas, para que se dé bien la cosecha. Y si, de este modo, comparamos las grandes cifras sindicales, no con las de las organizaciones socialdemócratas, sino, siguiendo el único procedimiento correcto, con las de las masas de electores social­demócratas, llegaremos entonces a una conclusión que difiere fundamentalmente (de la triunfante conciencia de victoria de los dirigentes sindicales)[14]. Se observará, en efecto, que los «sindicatos libres» representan en realidad la minoría de la clase obre­ra en Alemania, puesto que con su millón y cuarto de afiliados no abarcan siquiera la mitad de la masa conquistada por la socialdemocracia.

La conclusión más importante de los hechos expuestos es que la completa unidad del movimiento obrero y socialista, absoluta­mente necesaria para las futuras luchas de masas en Alemania, existe ya realmente, encarnada en la amplia masa que forma tanto la base de la socialdemocracia como la de los sindicatos, y en cu­ya conciencia se encuentran fusionadas las dos partes del movi­miento en una unidad espiritual. La presunta oposición entre socialdemocracia y sindicatos se reduce, en este orden de cosas, a una oposición entre la socialdemocracia y (la capa superior di­rigente)[15] de los sindicatos, lo que es al mismo tiempo una oposi­ción entre esa parte de los dirigentes sindicales y la masa prole­taria sindicalmente organizada.

El fuerte crecimiento del movimiento sindical en Alemania durante los últimos quince años, en particular el periodo de prosperidad económica de 1895 a 1900, condujo, como es natu­ral, a una especialización en sus métodos de lucha y de direc­ción, así como al surgimiento de una verdadera casta de funcio­narios sindicales. Todos estos hechos son un producto histórico, perfectamente explicable y natural, del desarrollo de los sindica­tos en quince años, un producto de la prosperidad económica y de la calma política en Alemania. (Son, en lo que respecta parti­cularmente a la casta de empleados sindicales, un mal histórico necesario[16]). Pero la dialéctica de la evolución implica que esos medios necesarios para el desarrollo de los sindicatos se trans­formen, en un momento dado de la organización y en un cierto grado de madurez de las condiciones, en su contrario, y lleguen a ser un obstáculo para la continuación de ese desarrollo.

La especialización en su actividad profesional de dirigentes sindicales, así como la natural restricción de horizontes que va ligada a las luchas económicas fragmentadas en los períodos de calma, concluyen por llevar fácilmente a los funcionarios sindi­cales al burocratismo y a una cierta (estupidez en el modo de ver las cosas[17]). Y ambas cosas se manifiestan en toda una serie de tendencias que pueden llegar a ser altamente funestas para el futuro del movimiento sindical. Entre ellas se cuenta, ante todo, la sobrestimación de la organización, que, de medio para conse­guir un fin, llega a convenirse paulatinamente en un fin en sí mismo, en el más preciado bien, en aras del cual han de subordi­narse los intereses de la lucha. De ahí se explica también esa ne­cesidad, abiertamente confesada, que lleva a retroceder ante grandes riesgos y ante supuestos peligros para la existencia de los sindicatos, ante la inseguridad de las grandes acciones de masas; de ahí se explica además la sobrestimación del modo mis­mo de la lucha sindical, de sus perspectivas y de sus éxitos. Los dirigentes sindicales, constantemente absorbidos por la pequeña guerra económica, que tiene por objetivo hacer que las masas obreras sepan apreciar el gran valor de cada conquista económica, por mínima que esta sea, de cada aumento salarial y de cada reducción de la jornada de trabajo, llegan poco a poco a perder la noción de los grandes nexos causales y la visión de conjunto de la situación global. Sólo así se puede entender por qué (los diri­gentes sindicales alemanes)[18] se extienden con tanta satisfacción sobre las conquistas de estos últimos quince años, sobre los mi­llones de marcos obtenidos en los aumentos de salarios, en lugar de insistir, por el contrario, en el reverso de la medalla: en el des­censo paralelo del nivel de vida de los proletarios ocasionado por el encarecimiento del pan, por toda la política fiscal y adua­nera, por las especulaciones de terrenos, que aumenta de modo exorbitante los alquileres; en resumen: sobre todas las tendencias objetivas de la política burguesa que anulan en gran parte las conquistas de las luchas sindicales de esos quince años. De toda la verdad socialdemócrata, que aparte de subrayar el trabajo coyuntural y su necesidad absoluta, pone de manifiesto, sobre to­do, la crítica y las limitaciones de ese trabajo, se llegará a defen­der una verdad a medias sindical, en la que sólo se ve lo positivo de la lucha cotidiana. Y finalmente, a costa de ocultar las limita­ciones objetivas que tiene la lucha sindical en el orden social bur­gués, se llega a una aversión directa contra toda crítica teórica que llame la atención sobre esas limitaciones en relación con los objetivos finales del movimiento obrero. El panegírico absoluto y el optimismo ilimitado son considerados como un deber de todo «simpatizante del movimiento sindical». Pero, como quiera que el punto de vista socialdemócrata consiste precisamente en com­batir ese optimismo sindical falto de crítica, al igual que combate el obtuso optimismo parlamentario, se acaba por enfrentarse a la misma teoría socialdemócrata: (los funcionarios sindicales bus­can a tientas una «nueva teoría» que corresponda a sus necesida­des y a sus concepciones[19]), es decir, una teoría que, en oposición a la doctrina socialdemócrata, abra a las luchas sindicales pers­pectivas ilimitadas de progreso económico en el campo del or­den capitalista. Hace ya mucho tiempo, por cierto, que existe esa teoría: es la teoría del profesor Sombart[20], creada, expresamente, con la intención de trazar una clara línea de demarcación entre los sindicatos y la socialdemocracia en Alemania, para atraer los sindicatos al campo burgués.

Este viraje teórico de una parte de los dirigentes sindicales se encuentra estrechamente ligado —también en el espíritu de la teoría de Sombart— a un viraje en las relaciones entre los diri­gentes y las masas. En lugar de la labor de agitación sindical, llevada a cabo con camaradería, a título honorífico y por puro idealismo, ejercida por comisiones locales de camaradas, surge la ordenada dirección burocrática y profesionalizada de los fun­cionarios sindicales enviados, por lo general, desde fuera. Al concentrarse los hilos del movimiento en sus manos, la capaci­dad de juicio en cuestiones sindicales pasa a ser también su es­pecialidad profesional. La masa de los camaradas es degradada a la categoría de una masa sin discernimiento, de la que se exige principalmente la virtud de la «disciplina», es decir, de la obe­diencia ciega. En contraposición a la socialdemocracia, en la que, pese a las tendenciosas fábulas sobre la «dictadura de Bebel», impera realmente la mayor de las democracias, debido al carácter electivo y a la camaradería de su dirección, en la que la presidencia del partido no es realmente más que un órgano ad­ministrativo, en los sindicatos impera, en gran medida, la rela­ción entre capa superior y masa subordinada. Un producto de esa relación es, por cierto[21], la argumentación con la que se re­chaza toda crítica teórica a las perspectivas y las posibilidades de la práctica sindical, haciendo creer que constituiría un peli­gro para la fe de las masas en su sindicato. Se parte al respecto de la idea de que una fe ciega en las ventajas de la lucha sindical es el único medio para conquistarse a la masa obrera y para con­servarla. En contraposición a la socialdemocracia, que basa pre­cisamente su influencia en la comprensión por parte de las ma­sas de las contradicciones del orden existente y de toda la com­plicada naturaleza de su desarrollo, en la actitud crítica de las masas hacia todos los aspectos y estadios de la propia lucha de clases; la influencia y el poder de los sindicatos, por el contrario, se basa, siguiendo esa falsa teoría, en la falta de crítica, en la fal­ta de juicio de la masa. «Al pueblo hay que dejarle la fe», tal es el principio en el que se basan muchos funcionarios sindicales para calificar de atentado contra el movimiento sindical a todo análisis crítico de las insuficiencias de este movimiento. Y final­mente, otro resultado de esta especialización y de este burocra­tismo en los funcionados sindicales es la fuerte «autonomía» y «neutralidad» de los sindicatos respecto a la socialdemocracia. La autonomía externa de la organización sindical ha surgido como una condición natural de su desarrollo, como una relación que se desprende de la división del trabajo técnico entre las for­mas de lucha política y sindical. La «neutralidad» de los sindi­catos alemanes vino, por su parte, como un producto de la legis­lación reaccionaria sobre las asociaciones del Estado policial prusiano-alemán. Con el tiempo, ambas relaciones cambiaron de naturaleza. De la condición de «neutralidad» política im­puesta a los sindicatos por la policía surgió a posteriori una teo­ría sobre su neutralidad voluntaria, como si esta fuera una nece­sidad fundada en la naturaleza misma de la lucha sindical. Y la autonomía técnica de los sindicatos, que tendría que apoyarse en la división del trabajo práctico en el seno de la lucha de cla­ses unitaria socialdemócrata, fue transformada en la (indepen­dencia[22]), de los sindicatos con respecto a la socialdemocracia, con respecto a sus concepciones y a su dirección, en la llamada «igualdad de derechos» con el partido.

Esta apariencia de (independencia) y de igualdad entre los sindicatos y el partido se encarna principalmente en los fun­cionarios sindicales, siendo alimentada por el aparato admi­nistrativo de los sindicatos. En lo exterior, la coexistencia de todo un cuerpo de funcionarios, de centrales completamente independientes, de una numerosa prensa profesional y, en fin, de congresos sindicales, ha creado la apariencia de un total paralelismo con respecto al aparato administrativo del partido socialdemócrata, a su comité ejecutivo, a su prensa y a sus congresos. Esa ilusión de la igualdad entre el partido y los sin­dicatos ha conducido, entre otras cosas, al fenómeno mons­truoso de que en los congresos del partido y en los congresos sindicales se discutan en parte problemas completamente aná­logos y se llegue a tomar resoluciones distintas, y hasta direc­tamente opuestas, sobre la misma cuestión. De la (división del trabajo[23]) entre el congreso del partido, que representa los inte­reses generales y las tareas del movimiento obrero, y las confe­rencias sindicales, que tratan del campo mucho más estrecho de las cuestiones específicas e intereses de la lucha cotidiana profesional, ha sido construida la ambivalencia artificial entre una filosofía supuestamente sindical y una socialista en rela­ción a las mismas cuestiones generales e intereses del movi­miento obrero. (Pero, una vez creado ese anormal estado de cosas, tiene la tendencia natural a crecer cada vez más y a agu­dizarse. Desde que se ha implantado la mala costumbre de los órdenes del día paralelos en los congresos sindicales y en los congresos del partido, la existencia misma de los congresos sindicales es un estímulo natural para una separación cada vez más fuerte y para un rechazo de la socialdemocracia. Para do­cumentar ante sí mismos y ante los demás la propia «autono­mía», y con el fin de no demostrar —al repetir simplemente la toma de posición del partido— la propia inutilidad o sumi­sión, los congresos sindicales —que, como es sabido, son fun­damentalmente congresos de funcionarios— han de tratar ins­tintivamente de hacer resaltar lo que separa, lo que es «espe­cíficamente sindical». De igual forma, la misma existencia de una dirección central independiente y paralela de los sindica­tos conduce psicológicamente a hacer sensible en todo mo­mento la independencia ante la dirección de la socialdemocra­cia, a ver todo contacto con el partido fundamentalmente des­de el punto de vista de los «limites de competencia”)[24].

Así ha surgido ese peculiar fenómeno de que el mismo movi­miento sindical que está completamente unido a la socialdemo­cracia por abajo, en las amplias masas proletarias, arriba, en las oficinas administrativas, se separe bruscamente de la socialde­mocracia y se coloque frente a ella como una segunda potencia independiente. El movimiento obrero alemán adopta con ello la extraña forma de una doble pirámide, cuya base y cuerpo for­man un todo masivo, pero cuyas puntas se separan entre sí.

De todo lo expuesto, resulta claro cuál es el único camino a seguir para llegar, de un modo natural, a esa compacta unidad del movimiento obrero alemán que resulta completamente nece­saria tanto en relación a las venideras luchas políticas de clase como en relación a los propios intereses del desarrollo ulterior de los sindicatos. Nada sería más falso e inútil que intentar esta­blecer esa deseada unidad por medio de esporádicos o periódi­cos tratos entre la dirección de la socialdemocracia y las centra­les sindicales sobre problemas aislados del movimiento obrero. Precisamente, las instancias superiores de las organizaciones de las dos formas del movimiento obrero son las que encarnan, como hemos visto, su separación y su autonomía en sí (son, al mismo tiempo, —esto se refiere particularmente a la dirección sindical— portadoras y puntales[25]) de la ilusión de la «igualdad de derechos» y de la existencia paralela del partido socialista y de los sindicatos. Querer establecer su unidad mediante las relaciones entre la presidencia del partido y la comisión general de los sindicatos sería como construir un puente precisamente allí, donde la distancia es mayor y el paso más difícil. (Si este tipo de relaciones entre el partido y los sindicatos, las nego­ciaciones aisladas de gran potencia a gran potencia, se convirtiese en algo habitual, esto no sería más que la absolución de esa relación federativa entre el todo del movimiento de clases proletario y un fenómeno parcial de ese movimiento, precisamente la anomalía que ha de ser eliminada. La relación diplomático-federativa entre las supremas instancias de la socialdemocracia y de los sindicatos sólo puede conducir a una separación y a un enfriamiento cada vez mayor de las rela­ciones, convertirse en fuente de nuevas querellas. Y esto radica en la naturaleza del problema. La forma misma de esa relación hace que la gran cuestión de la unificación armónica de las partes económica y política de la lucha por la emancipación del proletariado se convierta en la «cuestioncilla» de una relación de «buena vecindad» entre las «instancias» de la Lindenstrasse y del Engel-Ufer y que los grandes puntos de vista del movi­miento obrero se oculten tras las pequeñeces del respeto al rango y las actitudes puntillosas. La primera prueba con ese método de diplomacia entre instancias, las negociaciones entre la presidencia del partido y la comisión general de los sindicatos sobre las cuestiones de la huelga de masas, han dado ya suficiente testimonio de la inutilidad de ese procedimiento. Y cuando la comisión general de los sindicatos declara en los últimos días que, bien por una parte, bien por la otra, se hicieron esfuerzos por mantener conversaciones entre dicha comisión y la presidencia del partido, en casos aislados y ya en varias ocasiones, y que esas conversaciones hasta llegaron a tener lugar, esa declaración puede tener un efecto muy tranquilizador y sublime en lo que atañe a la etiqueta mutua, pero, el movimiento obrero que, ante la seriedad de los tiempos venideros, debe considerar más profundamente todos los problemas de su lucha, tiene todas las razones para apartar a un lado esa comedia de mandarines chinos y buscar la solución de las tareas allí donde las mismas circunstancias la ofrecen)[26].

No es arriba, en las puntas de las direcciones y de su alianza federativa, sino abajo, en la masa proletaria organizada, donde está la garantía para la auténtica unidad del movimiento obrero. En la conciencia del millón de miembros sindicales, partido y sindicatos son, efectivamente, una sola cosa, a saber: la lucha socialdemócrata, en diversas formas, por la emancipación del prole­tariado. Y de ello se desprende también por sí misma la necesi­dad de acabar con todos esos roces que se han producido entre la socialdemocracia y (los[27]) sindicatos, de adaptar su relación mutua a la conciencia de la masa proletaria, es decir, volver a in­cluir a los sindicatos en el partido. Con ello solamente se expresaría la síntesis del desarrollo real, que ha ido desde la incorporación originaria de los sindicatos hasta su separación de la socialdemo­cracia, con el fin de preparar después el periodo de fuerte creci­miento tanto de los sindicatos como de la socialdemocracia, el período venidero de las grandes luchas de masas proletarias, para hacer de la reunificación entre socialdemocracia y sindica­tos una necesidad en interés de ambas organizaciones.

Como es completamente lógico, no se trata al particular de disolver toda la organización sindical en el partido, sino de es­tablecer una relación natural entre la dirección de la socialdemocracia y los sindicatos entre los congresos del partido y los congresos sindicales, que se corresponde a la relación real entre el movimiento obrero en su conjunto y su fenómeno parcial sindical.

Un cambio tal provocará —y no puede ser de otra mane­ra— una violenta oposición entre una parte de los dirigentes sindicales. Pero ya es hora de que la masa obrera socialdemócrata aprenda a poner de manifiesto su capacidad de juicio y de acción y que dé muestras con ello de su madurez, de su pre­paración para esos momentos de grandes luchas y de grandes tareas, en los que ella, la masa, habrá de ser el coro actuante, y las direcciones, únicamente los «solistas», los intérpretes de la voluntad de las masas.

El movimiento sindical no es el reflejo de las comprensibles pero erróneas ilusiones (de algunas docenas[28]) de dirigentes sin­dicales, sino aquello que vive en la conciencia de las amplias ma­sas de proletarios ganados para la lucha de clases. En esta con­ciencia, el movimiento sindical es una parte de la socialdemocracia. «Y debe atreverse a ser lo que es».

Petersburgo, 15 de septiembre de 1906.


[1] En la segunda edición añade “al igual que los dirigentes del partido, en caso análogo”.

[2] Como quiera que se rechaza por lo común la existencia de una tendencia tal en el seno de la socialdemocracia alemana, hemos de saludar la franqueza con la que la tendencia oportunista ha formulado últimamente los fines y deseos que le son propios. En la asamblea del partido que se celebró en Maguncia el 10 de septiembre de 1906. fue aprobada la siguiente resolución, propuesta por el doctor David:

“Teniendo en cuenta que el partido socialdemócrata no concibe la idea de “revolución” en el sentido de una transformación violenta, sino en el sentido de un desarrollo pacífico, es decir, del establecimiento gradual de un principio social nuevo, la conferencia pública del partido en Maguncia rechaza todo “romanticismo revolu­cionario”.La conferencia no ve en la conquista del poder político otra cosa que no sea conquistarse a la mayoría de la población para las ideas y las reivindicaciones de la socialdemocracia; conquista esta que no puede hacerse por medios violentos, sino revolucionando a las mentes por medio de la propaganda ideológica y de la acción práctica de reforma en todos los aspectos de la vida política, económica y social.

En la convicción de que el socialismo prospera mucho más con los medios legales que con los medios ilegales y el desorden, la conferencia rechaza la acción directa de las masas como principio táctico, y se limita al principio de la acción parlamentaria para la reforma, es decir, desea que el partido siga esforzándose seriamente por al­canzar nuestros objetivos paulatinamente por la vía de la legislación y del desarrollo orgánico.

La condición fundamental de este método de lucha reformadora es, por supuesto, la de que la posibilidad para la masa proletaria de la población de participar en la legislación en el Reich y en los distintos Estados no disminuya, sino que, por el con­trario, se extienda hasta la completa igualdad de derechos. Por esta razón, la confe­rencia considera como un derecho inalienable de la clase obrera el recurrir a la defen­sa para mantener sus derechos legales en caso de ataque, tal como para alcanzar nue­vos derechos, con lo que puede llegar incluso a negarse a trabajar por un tiempo más o menos largo.

Pero, dado que la huelga política de masas sólo puede ser realizada victoriosamente por la clase obrera si ésta se mantiene en el terreno estrictamente legal y no ofrece, por parte de los huelguistas, ninguna ocasión para la intervención de la fuerza armada, la conferencia ve en la ampliación de la organización política, sindical y cooperativa el único adiestramiento necesario y eficaz para el uso de este medio de lucha. Solo podrán ser creadas en las masas del pueblo las condiciones que garanticen el desarro­llo victorioso de huelga de masas, a saber: una disciplina consciente y un respaldo económico adecuado. (N.A.)

[3] En la segunda edición añade: “Es cierto que en más de un país la agitación sindical precedió y precede a la agitación política y que en todas partes el trabajo de los sindi­catos allana el camino del partido; pero desde el punto de vista de su acción, el partido y el sindicato se echan recíprocamente la mano. Sólo si se considera el marco que presenta la lucha de clases en Alemania en su conjunto y en sus causas profundas, se modifica sensiblemente esta relación.

[4] Tachado en ediciones posteriores.

[5] Vorwärts: (Adelante) Órgano oficial del SPD desde 1891. Apareció anteriormente, de 1884 a 1890, bajo el titulo de Berliner Volksblatl.

[6] Tachado en la segunda edición.

[7] Tachado en ediciones posteriores.

[8] Tachado en las ediciones posteriores.

[9] Sindicatos de Hirsch-Duncker asociaciones sindicales fundadas entre 1860 y 1870, por partidarios del partido progresista alemán, que no tenían objetivos políticos y eran conocidos, también, con el nombre de “sindicatos amarillos”.

[10] “Sindicatos libres” era el nombre que recibía en Alemania la organización sindical del SPD.

[11] Cambiado en las ediciones posteriores por: “del movimiento sindical”.

[12] Tachado en la segunda edición.

[13] Suplantado en la segunda edición por: “exceptuando alguna región o algún caso parti­cular, en general”.

[14] Suplantado en la segunda edición por: “de la concepción comúnmente aceptada al particular.”

[15] Suplantado en la segunda edición por: “una cierta parte”.

[16] Suplantado en la segunda edición por: “Son, sin embargo, aunque inseparables de ciertas funestas circunstancias, un mal históricamente necesario”.

[17] Suplantado en la segunda edición por “estrechez de miras”.

[18] Suplantado en la segunda edición por: “algunos dirigentes sindicales”.

[19] Suplantado en la segunda edición por: “se busca a tientas una nueva teoría científica”.

[20]  Sombart, Wemer (1863-1941): socialista de cátedra y economista alemán que evolu­cionó hacia posiciones imperialistas.

[21] Suplantado en la segunda edición por: “En estrecha relación con estas tendencias teóricas se encuentra el cambio en las relaciones entre el dirigente y la masa. En lugar de la dirección colectiva de las comisiones, con indiscutibles insuficiencias, aparece la dirección profesional del funcionario sindical. La dirección y la facultad de juicio se convienen, por así decirlos en su especialidad profesional mientras que a la masa le corresponde principalmente la virtud más pasiva de la disciplina. Estos aspectos negativos del burocratismo encierran también incontables peligros para el partido, los cuales pueden manifestarse fácilmente debido a la última innovación: el cargo de los secretarios de partido locales, si la masa socialdemócrata no tiene en cuenta que los mencionados secretarios son simples órganos ejecutivos y no pueden ser considerados como los llamados a realizar la iniciativa y la dirección de la vida local del partido. Pero el burocratismo tiene en la socialdemocracia, por la naturale­za misma de las cosas, por el carácter de la lucha política, límites muy definidos más estrechos que en la vida sindical. Aquí la especialización técnica de las luchas sala­riales —complicados contratos de trabajo a destajo u otros acuerdos similares, por ejemplo—, hace que se le niegue con frecuencia a la masa de militantes la “visión de conjunto de toda la vida sindical”, con lo que se fundamenta su incapacidad de jui­cio. Un producto de esa concepción es, por cierto…

[22] Al igual que en la frase siguiente, suplantado en la segunda edición por: “separación”.

[23] En ediciones posteriores se dice: “división natural del trabajo”.

[24] Tachado en la segunda edición.

[25] Suplantado en la segunda edición por: “por consiguiente, portadoras ellas mismas”.

[26] Tachado en la segunda edición.

[27] Suplantado en la segunda edición por: “una parte de los sindicatos”.

[28] Suplantado en la segunda edición por: “una minoría”.