El discurso de Louveira

Este discurso fue pronunciado ante 500 delegados que representaban a 200.000 obreros, en su mayor parte metalúrgicos de Brasil, organizados en el Sindicato de metalúrgicos de Campinas y región, para la construcción de la Intersindical.

Durante el congreso, 2.000 ejemplares de nuestro libro El marxismo en resumen fueron impresos y difundidos gratuitamente a iniciativa del sindicato. La versión en castellano del libro, que pronto será objeto de una edición, está disponible en nuestra web.

Robin Goodfellow.

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Camaradas, Ahora nos presentaremos con más detalle y os presentaremos el libro titulado «El marxismo en resumen. De la crítica al capitalismo a la sociedad sin clases». Robin Goodfellow es el seudónimo de un pequeño grupo de militantes de diversos países (Francia, Brasil, España…) que se dedica desde hace 40 años a la defensa de la teoría y de los principios marxistas. Nos situamos en la tradición del marxismo revolucionario que se afirma con la publicación del Manifiesto del Partido Comunista. Consideramos que esta teoría es la única que no solamente nos proporciona una explicación coherente del mundo, de las tendencias de la economía capitalista, sino que también nos da una orientación para las luchas prácticas por la emancipación del proletariado.

¿Que nos enseña el marxismo? Nos demuestra que:

Cualquiera que sea la determinación del proletariado en sus luchas cotidianas;
Cualesquiera que sean los resultados obtenidos a través del combate cotidiano por las reivindicaciones y los derechos;
Cualquiera que sea la «prosperidad» de la economía capitalista y la posibilidad para el trabajador de mejorar su estado;
Cualquiera que sea el progreso científico y técnico y sus promesas generales de mejora de las condiciones de trabajo y vida…

…el capitalismo no puede ofrecer a largo plazo, de manera duradera, una vida segura, un nivel de vida suficiente, un futuro sin miedo a lo que vendrá, para los trabajadores y sus familias.

Por el contrario, los factores que hemos enumerado se vuelven contra el proletariado:

– El alza de salarios y la lucha de clases potencian la automatización, la cual implica desempleo;
– La buena salud de la economía capitalista no es más que una forma de forjar cadenas doradas para el proletariado, degradando su salario relativo;
– A la momentánea prosperidad suceden de forma necesaria las crisis que desbaratan lo que se haya podido lograr en las fases de desarrollo;
– En cuanto al progreso técnico y científico, va dirigido directamente contra el proletariado a fin de incrementar y refinar su explotación.

Y esto ¿por qué?

Porque el capital, como el marxismo demuestra, únicamente tiene un objetivo: la producción de la máxima plusvalía, del máximo trabajo gratuito, para repartir acto seguido esta plusvalía entre las diferentes fracciones de las clases explotadoras, el capitalista industrial, el capitalista comercial, el capitalista financiero, el propietario inmobiliario, sin olvidar al Estado.

Ninguna conquista es definitiva, ningún derecho, ninguna «reforma» pueden considerarse garantizadas. Para conseguir esta vida sin miedo al futuro, el proletariado debe hacerse con la dirección de la sociedad.

Esto implica el fracaso del reformismo. Las posiciones reformistas, los compromisos con la burguesía o con su Estado tienen como único resultado la parálisis del proletariado y la derrota en las luchas.

Pero, ante este objetivo histórico que siempre se debe recordar y defender, ¿qué ha sucedido en estos últimos 40 años? ¿En qué período del desarrollo económico del capital nos encontramos?

En 1975, la burguesía occidental estaba aturdida. La primera gran crisis de la postguerra, crisis que no se podía negar, se estaba manifestando.

Los economistas, los periodistas y los políticos se apresuraron a culpar de la misma a un choque externo, concretamente al alza del precio del petróleo, esperando que esto no volviera a producirse. La crisis se denominó «crisis del petróleo», para no tener que llamarla «crisis de sobreproducción», es decir, una crisis específica del modo de producción capitalista.

Desde finales de la segunda guerra mundial se venían desarrollando ciclos económicos de alrededor de 6 años de duración, cuyas manifestaciones habían sido hasta entonces menos potentes que en 1975.

Esta crisis provocó una serie de reestructuraciones y una nueva división internacional del trabajo, que afectaron al aparato productivo. Como resultado de este movimiento, la burguesía occidental experimentó un gran alivio, porque una divina sorpresa la aguardaba: las cifras mostraban que el número de individuos que la estadística burguesa consideraba como obreros disminuía. Con gran satisfacción, sacó inmediatamente la conclusión de que el marxismo había sido definitivamente refutado. Empezó a soñar con empresas sin proletarios, con plusvalía sin trabajo asalariado y sin lucha de clases.

Más tarde, cuando ante la necesidad de integrarse en el mercado mundial y la presión del imperialismo norteamericano, los falsos socialismos de Estado de Europa reconocen su verdadera naturaleza, un nuevo vértigo se apoderó de la burguesía. Se lanzó en cuerpo y alma a la reorganización del mercado mundial, al desarrollo capitalista acelerado de las zonas en las que las fuerzas productivas tenían un gran porvenir. Esta búsqueda de nuevos mercados, de nuevos beneficios, de producción de mercancías a precios más bajos y, con ello, la perspectiva de producir más plusvalía relativa, tenía necesariamente que provocar efectos colaterales. Por un lado, una parte de la burguesía se hace cosmopolita, vinculándose con relaciones internacionales. Por otro lado, las viejas burguesías nacionales se ven amenazadas mientras se desarrollan nuevas burguesías nacionales en los Estados más jóvenes. Pero todas están de acuerdo en lo que a la contención del proletariado se refiere.

Frente a esta nueva competencia, los viejos Estados capitalistas no supieron mantener la paz social más que endeudándose. El endeudamiento fue la solución que encontraron para sostener la producción de plusvalía ante unas crisis que ahora se repetían regularmente. Hoy, la droga del endeudamiento y del exceso de crédito ha alcanzado tal grado de normalidad que la simple amenaza de su reducción provoca convulsiones. Por un lado, los Estados Unidos de América, picando sus espuelas de hierro en los riñones de los pueblos del mundo, continúan viviendo a crédito, sabiendo perfectamente que jamás devolverán su deuda. Por otro lado, en la vieja Europa, las burguesías cortas de luces y belicistas, impulsadas por los desastres de las dos guerras mundiales que fueron necesarias para abatir al proletariado y regenerar el capital, intentan superar los Estados Nación (creación de la Unión Europea y del euro). Aunque estos hechos sean históricamente importantes, estas burguesías actúan como un cuerpo desestructurado y no como un conjunto político.

En cualquier caso, tanto los Estados Unidos como Europa se hallaban prisioneros de sus inconsecuencias cuando, en 2007-2008, llegó la mayor crisis desde 1929.

Europa, que engloba el 10% de la población y el 40% de los gastos sociales mundiales, es el foco de una intensa lucha para hacer pagar al proletariado los costes de la incapacidad de la burguesía para dirigir las fuerzas productivas sociales. Esta burguesía intentará por todos los medios llevar el nivel de vida del proletariado hasta un nivel medio, y si puede lo reducirá aún más.

Mirad lo que sucede en Europa, en particular en los países del sur como Grecia, España, Portugal o Italia. En estas regiones (pero también en Francia y en Alemania) la clase capitalista está midiendo experimentalmente hasta qué punto es posible hacer retroceder al proletariado.

La burguesía internacional y sus grandes instituciones (FMI, Banco Mundial o Banco Central Europeo) no tienen elección y convierten estas regiones en un gran campo de batalla y de experimentación:

¿Es posible reducir los salarios un 15%?
¡Sí, es posible!

¿Es posible mantener en el paro a la mitad de la juventud trabajadora?
¡Sí, es posible!

¿Es posible expulsar a los obreros de sus viviendas?
¡Sí, es posible!

¿Es posible degradar la sanidad y la educación?
¡Sí, es posible!

¿Es posible aumentar el tiempo de trabajo, retrasar la edad de jubilación y reducir las pensiones?
¡Sí, es posible!

Y todo ello es posible porque mientras la clase capitalista lleva a cabo su combate el proletariado europeo deja su destino en manos de los sindicatos amarillos y los partidos reformistas. No es consciente de la relación que existe entre las luchas de defensa inmediata por la supervivencia cotidiana, los salarios, las condiciones de trabajo, la salud, la educación y el necesario combate para derribar definitivamente al capital.

Además, se comete un error fundamental cuando se acusa a los banqueros, a las finanzas internacionales, a los «ricos». Lo que el marxismo nos enseña –y hay que repetirlo siempre– es que el sistema, el modo de producción capitalista, reposa sobre la explotación del proletariado por el capital industrial. Después, las diferentes fracciones de la clase capitalista se reparten la plusvalía producida bajo diferentes formas: beneficio, renta inmobiliaria, intereses…

Esta ausencia de conciencia del origen de la explotación, esta crítica superficial únicamente del capital financiero, del banquero, ha hecho que todos los movimientos de protesta en Italia y en Portugal hayan permanecido bajo el control de las clases medias, rechazando organizarse sindical y políticamente.

Sin embargo, los capitalistas compiten entre ellos a nivel nacional e internacional; pero gestionan esta competencia haciendo que sus propios trabajadores se hagan la competencia entre sí. Esto debería provocar como respuesta la unificación y la movilización de la clase explotada: el proletariado.

Pero todos estos acontecimientos y todos estos ataques van a tener también otra consecuencia: el resurgimiento del socialismo en Europa.

Apenas se había enterrado al proletariado y al marxismo, apenas se había decretado el fin del trabajo productivo, cuando la burguesía tomó conciencia de que su Estado únicamente vive de la plusvalía extraída a los proletarios. Apenas se redujeron en algunos millones los empleos industriales en Europa cuando centenares de millones más surgieron en China, en la India, en Brasil, etc. Y una nueva ola se anuncia en otros países, en Asía, en el África negra. Y he aquí que, al mismo tiempo que se desarrolla el capital, se desarrolla un proletariado joven, moderno, que no ha sufrido las derrotas de los antiguos, que no está anestesiado por los milagros del crecimiento, que no está hipnotizado por la rutina democrática y que se coloca a la vanguardia del proletariado mundial.

El internacionalismo no es solo un deber para el proletariado, sino una necesidad. En 1864 se celebra en Londres un congreso convocado por sindicatos, asociaciones y organizaciones obreras, en el que se funda la Primera Internacional. Pero, en aquella época, el campo de batalla estaba principalmente en Europa (Inglaterra, Francia y Alemania), mientras que hoy es el mundo entero, con una enorme potencia de la clase proletaria que representa una fuerza inmensa a nivel internacional.

Por esta razón es muy importante que este proletariado mundial encuentre un camino autónomo, que se libere de la influencia de los sindicatos amarillos y de los partidos reformistas para afirmar sus objetivos, dándose como meta conquistar el poder político y destruir el Estado burgués.

¿Cuál es la situación en el mundo actual en relación a este objetivo?

Innegablemente, la última crisis cíclica de 2007-2008, la más grave desde 1929, ha producido una ola de agitación de desigual alcance a nivel internacional, pero que anuncia futuros combates.

En los países árabes, la lucha ha sido principalmente política, con el objeto de conseguir regímenes democráticos que, hasta cierto punto, favorecen la libre organización del proletariado (libertad de prensa, de organización, de reunión, etc.). En los últimos dos años, la dinámica de estas luchas no ha terminado y numerosos acontecimientos están aún por venir, siendo el más importante la necesaria movilización de las masas obreras de las grandes ciudades proletarias de Egipto, de Túnez y de otros países árabes.

La influencia de la denominada «primavera árabe» se ha dejado sentir en el mundo entero, en el sentido de que ha demostrado que las ocupaciones de las plazas y las calles, la movilización permanente, la organización en los barrios, son formas importantes de lucha, pero no ha emergido un movimiento obrero autónomo capaz de dirigir la lucha. Los obreros estaban en las calles y en las luchas, pero dirigidos por clases medias modernas, incluyendo a los jóvenes de las clases medias que han abandonado recientemente su condición proletaria, con los estudios, etc., pero que no ven futuro en un sistema capitalista que les deja de lado.

Hemos visto este tipo de movimiento en España, en Portugal, en Grecia, en Italia y en los EEUU, y más recientemente en Turquía y en Brasil.

El problema es que estos movimientos no ven que el único futuro de la humanidad reside en la abolición de las clases sociales para desarrollar una sociedad en la que nadie pueda apropiarse del trabajo de otros. Además, los llamados sindicatos y partidos de «izquierda» no asumen desde hace mucho tiempo esta postura, defendida por el marxismo y que nos muestra que el único camino es la lucha.

En Francia, el nivel de la lucha de clases es en la actualidad particularmente bajo. El proletariado se muestra apático, y reina el fatalismo en cuanto a los efectos de la última crisis. Por el momento, en Francia no se han aprobado medidas tan drásticas como las aplicadas en España o en Italia y, en consecuencia, se producen pocas movilizaciones. Cuando hay luchas, por ejemplo con motivo del cierre de fábricas, estas son rápidamente controladas por las fuerzas reformistas, que impiden tanto el desarrollo de las luchas como su extensión a los diferentes sectores del proletariado, para llegar a una crítica más general del capital.

Aunque sin demasiadas ilusiones, las últimas elecciones han llevado al poder a una coalición de izquierda (socialistas, ecologistas), cuyo papel es recubrir con un barniz «social» las medidas que deben dirigirse contra el proletariado. Por ejemplo, se prepara para septiembre la reanudación de la ofensiva contra las pensiones, que es la continuación de la política realizada por la derecha hace tres años. Por su parte, los proletarios están preparados para ver con sus propios ojos la auténtica naturaleza de este poder, pero aún no sacan conclusiones sobre la necesidad de organizarse por sí mismos y de retomar el camino de la lucha de clases.

Estamos así en un momento de vacío en todas partes: el potencial de revuelta es enorme porque cada día el modo de producción capitalista demuestra su inutilidad, la imbecilidad de su organización, el camino catastrófico del modelo de desarrollo que propone. La competencia entre los Estados imperialistas solo puede llevar, finalmente, a una guerra mundial de terribles consecuencias.

Pero para que este potencial se active será necesario reencontrar el camino de la lucha de clases, sin concesiones, con un objetivo claro y radical; únicamente el proletariado puede llevar a cabo una lucha así. En ella, los países reciente y profundamente industrializados como Brasil, China o India disponen de una enorme energía para lanzar importantes movilizaciones. En China la cuestión democrática proporcionará un fuerte impulso a la lucha de clases. Esperamos mucho de la revolución democrática que no dejará de sacudir China en los próximos años, y estamos convencidos de que el proletariado tendrá un gran papel que jugar para abatir a la clase dirigente.

Tenemos colectivamente, con la teoría de Marx y de Engels, una potente arma que no ha sido superada en el siglo y medio transcurrido desde la publicación del Manifiesto del Partido Comunista. Al contrario, todas las vías catastróficas del capital, todo el desarrollo contradictorio de una inmensa riqueza y una infame miseria a la vez, todo ello confirma la validez de estos análisis. Pero esta teoría debe aplicarse a la realidad del momento, a la situación económica y política internacional, a la relación actual de fuerza entre las clases y especialmente entre la clase proletaria y la burguesía internacional.

En todo el mundo, la crisis de 2008 ha aumentado el interés por Marx, al que se presenta como un economista genial que habría previsto las crisis. Pero para Marx la crisis es la expresión del hecho de que el capitalismo está atravesado por contradicciones insolubles, que es un modo de producción ineficaz para llevar la sociedad a un estado de bienestar, y que su misma existencia amenaza ahora la supervivencia de la humanidad. No se puede separar el análisis económico, que describe el funcionamiento de la explotación, de sus conclusiones revolucionarias que muestran que el mismo capitalismo desarrolla las condiciones para el desarrollo, mañana, de una sociedad sin clases donde la explotación habrá desaparecido. Así, el socialismo no se “construye”, sino que se libera de las entrañas de la sociedad burguesa.

Camaradas, es necesario tener una teoría que guie la acción. Es necesario tener una teoría correcta. Es necesario mantener la coherencia y la fuerza revolucionaria de la teoría que ha guiado al proletariado en sus luchas a través de la historia.

Todo obrero consciente debe también estudiar, leer, formarse en la teoría revolucionaria. ¡Por eso, camaradas, este libro es un arma!

Un arma para reforzar nuestra capacidad de lucha colectiva contra el capital.

La lucha cotidiana debe forzosamente llevar a luchas más vastas, más profundas, en las que dentro de la correlación de fuerzas debe estar presente la propia definición de la sociedad, del trabajo, de las relaciones de producción. Es en el curso de estas luchas sonde se perfila el destino final de la sociedad: o el avance hacia la liberación de las fuerzas productivas y el fin de la explotación, o la destrucción de la sociedad.

Camaradas, sabemos que aquí, por su historia y por su pasado revolucionario, Francia tiene reputación de ser un país combativo donde las luchas de clase son importantes. Pero de momento esto no es así. El malestar social se expresa a través de un aumento de las tensiones religiosas y de un creciente interés por los partidos de extrema derecha, del rechazo de la política tradicional. Por ello, tenemos mucho que aprender de vuestra situación, de vuestra estrategia y de vuestra movilización. A nuestro regreso haremos todo lo posible por difundirlas, para mostrar a los trabajadores quiénes son sus aliados, sus auténticos hermanos de clase, contra todo tipo de reformismo y de colaboración de clase.

Tal vez estemos viviendo un acontecimiento histórico de la mayor importancia, el regreso decidido del proletariado a la escena histórica, los primeros pasos de su renacimiento, los primeros pasos para su constitución en partido político distinto, los primeros pasos para la reapropiación de su teoría y de su programa histórico. En este caso, el proletariado de Brasil habrá sido el primero en franquear la vía de la renovación. Este libro, del que habrá que corregir defectos, constituye pues el primer testimonio de la voluntad que tiene el proletariado de existir como clase revolucionaria, de retomar el camino de conquista del poder político a escala internacional, de retomar la herencia gloriosa del proletariado internacional, y fertilizarla.

¡Viva la lucha y la unidad internacional de la clase proletaria!
¡Adelante hacia una sociedad sin fronteras ni clases!
¡Proletarios de todos los países, uníos!