En Italia, como en el resto de Europa, el final de la primera guerra mundial marcó el inicio de un periodo de convulsiones sociales y ascenso de la lucha proletaria revolucionaria, que adquirió fuerza al calor de la revolución rusa. El llamado biennio rosso (1919-1920) italiano se caracterizó por el desarrollo del movimiento de los consejos de fábricas y ocupaciones, el cual terminó siendo derrotado gracias entre otras cosas a la confusión y las vacilaciones de los dirigentes parlamentarios del Partido Socialista Italiano. Esta organización, que había mantenido una actitud ambigua durante la masacre imperialista de 1914-1918, oscilando entre el intervencionismo y la neutralidad, salió dividida de la guerra: El antiguo líder socialista Mussolini fundó en 1919 el partido fascista, y en enero de 1921 se formó el Partido Comunista de Italia.
Tras la derrota del movimiento de las ocupaciones de fábrica, con el reflujo del empuje obrero, se inicia la ofensiva de la burguesía contra las condiciones de vida de los trabajadores, que vino acompañada de los ataques de las escuadras fascistas contra los militantes y los locales de las organizaciones proletarias. Para tratar de dar una respuesta a esta situación, a los pocos meses de haberse escindido del Partido Socialista, el P.C.d’I. publicó en mayo de 1921 un manifiesto “a los trabajadores organizados en los sindicatos por la unidad proletaria”. Y en agosto, en una carta dirigida a la CGL, a la anarcosindicalista USI y al Sindicato Ferroviario, lanzó la propuesta del frente único sindical:
Proponemos, pues, que las grandes organizaciones proletarias que se mueven en el terreno de la lucha de clases emprendan una gran batalla proletaria, declarando que las cuestiones que hoy interesan al común de los trabajadores sean elevadas por las organizaciones sindicales a cuestión de principio, y que toda concesión, por limitada y poco extendida que sea, sobre tales puntos, sea rechazada como creación de un precedente que daría la victoria a los adversarios. Los puntos precisos que la clase debería, no pedir, sino defender, según nuestra propuesta, son los siguientes:
- 8 horas de trabajo.
- Respeto a los acuerdos vigentes y al actual valor global de los salarios.
- Respeto a los pactos de colonos para los pequeños agricultores.
- Garantizar la existencia de los trabajadores en paro y sus familias, corriendo los gastos a cargo del Estado y los patrones.
- Garantizar y reconocer el derecho a la organización.
Elevar estos puntos a cuestiones de principio significa realizar la huelga general nacional de todas las ramas profesionales de trabajadores.[1]
El llamamiento de los comunistas, que insistía en la necesidad de fortalecer la unidad sindical y de generalizar la lucha, no encontró respuesta por parte de las organizaciones sindicales. Pero entre las bases de estos sindicatos la necesidad de la unidad clasista se fue abriendo paso y terminó fraguando a comienzos de 1922, cuando surge la Alianza del Trabajo, formada por la CGL, la USI, la republicana UIL y los sindicatos independientes de ferroviarios y estibadores. Durante la primavera y el verano de aquel año se multiplicaron las huelgas sectoriales, avivando la lucha de clases y extendiendo la idea de la huelga general nacional. El impulso de las masas chocaba sin embargo con la pasividad y las vacilaciones del P.S.I. (que había firmado un pacto de pacificación con los fascistas y tenía por primera vez una oportunidad de formar gobierno) y de los dirigentes de la CGL. Cuando el rey hundió en el mes de julio las esperanzas socialistas de llegar al gobierno, el P.S.I. finalmente accedió a convocar la huelga general a partir del 1 de agosto. Ésta, no obstante, adolecía de un contenido tímido y legalista, limitado a reivindicar que se garantizaran las libertades cívicas y el imperio de la ley ante los ataques fascistas.
Mal preparada, saboteada desde el inicio por los propios dirigentes socialistas y sindicales, la huelga del 1 al 3 de agosto terminó en una grave derrota para el movimiento proletario, después de varios días de choques armados entre las masas obreras organizadas y las escuadras fascistas, en algunos casos apoyadas por el ejército. La Alianza del Trabajo desaparecía y poco tiempo después Mussolini marchaba sobre Roma y el rey le concedía el gobierno, dando comienzo a un periodo de legalización del terrorismo capitalista contra las organizaciones de clase.
El texto que se reproduce a continuación, publicado originalmente en la revista Il Comunista el 28 de octubre de 1921, describe la concepción del frente único proletario y de la lucha de clases que tenía el P.C.d’I. en aquellos años.
En primer lugar nos interesa resaltar alguna de las características en las que coincide esta noción de frente único de clase con el viejo sindicalismo revolucionario: unidad organizativa de los trabajadores partiendo de su situación económica como explotados, al margen del credo político de cada uno; beneficios de la organización de los trabajadores en una única organización sindical clasista; concepción de esta organización sindical como “primer estadio por el que pasa la conciencia y la práctica asociacionista de los obreros, enfrentándoles a los patrones”; y necesidad de pasar a un segundo estadio de lucha revolucionaria por la abolición del trabajo asalariado[2].
Y en segundo lugar, es interesante señalar las diferencias que existen entre este frente único sindical y los frentes populares, la hoy llamada “unidad popular”. El frente único clasista no se define como un “bloque de partidos obreros”, ni como un “comité que debe dirigir la acción de las masas” que surge “de un acuerdo entre diferentes partidos y corrientes políticas”. Se trata de un frente para la defensa de las condiciones de vida y de trabajo de todos los obreros, basado en unas reivindicaciones relacionadas con los intereses del conjunto de la clase y que por tanto son capaces de reagrupar a todo el proletariado en la lucha, englobando las escaramuzas sectoriales en una gran batalla contra el capital, superando las divisiones de categoría, profesión, localidad, etc. Es decir, el frente único no reúne separadamente a los diversos sectores en lucha, juntando las reivindicaciones de cada uno, sino que va más allá, aspirando a unir organizativamente a la clase y a reflejar esa comunidad de intereses, consciencia y voluntad en una plataforma de reivindicaciones compartidas por todos.
Vamos a ver brevemente algunas de las diferencias que existen entre este frente único proletario y los distintos frentes o coaliciones que existen hoy en día:
Las candidaturas de “unidad popular”, de las que tanto se habla, no son más que un frente de partidos entregados a la lucha electoral, como esos de los que habla el texto más abajo. Nada más lejos, pues de los intereses del proletariado y del camino que debe recorrer para conquistar su autonomía a través de la organización y la lucha.
Las Marchas de la Dignidad, por su parte, están formadas por un frente de distintas organizaciones sociales y partidos políticos (desde los restos de las asambleas del 15M, Asociaciones de Vecinos, sindicatos “alternativos”, IU, ATTAC, Podemos, las llamadas “mareas ciudadanas”, etc.). Aparentemente se presentan como iniciativas de base en defensa de los intereses de los trabajadores, pero su dependencia tanto organizativa como ideológica de los partidos políticos de la izquierda del capital las hace completamente inoperantes e inútiles a tal efecto. Por un lado son un instrumento que los partidos de la “unidad popular” emplean para llegar al gobierno. Por otro lado son la manera que tiene el capital de desviar y encuadrar el impulso clasista, que la crisis no deja de avivar, hacia formas inofensivas que no pongan en peligro los intereses de la burguesía. Esto se refleja en la vaguedad de sus reivindicaciones (pan, trabajo y techo) y en unos métodos que bajo su apariencia espectacular (jornadas de acción, manifestaciones masivas, “huelgas generales” nacionales de un día) ocultan el estado de derrota en el que se halla hoy la clase obrera.
Por último, vamos a hablar del Bloque Combativo y de Clase, formado por CGT, CNT, Solidaridad Obrera, CO.BAS, AST, CSC y otros sindicatos autoproclamados “alternativos” y “de base”. Aquí sí que estamos ya ante un frente sindical. Pero una vez más, al margen de las formas, hay que echar un vistazo al contenido. Dejando de lado el tema de las subvenciones del Estado de los patrones, que suponen ya la anulación de la autonomía de toda organización clasista, el hecho de que este Bloque, hoy por hoy, sirva para encuadrar al proletariado dentro del actual movimiento que sirve de trampolín para los partidos de izquierda en su salto al Parlamento[3] bajo la bandera de la “unidad popular”, cuestiona el carácter de clase de estas organizaciones sindicales. En lugar de contribuir a la autonomía del proletariado, le mantienen como ala izquierda del movimiento democrático pequeño-burgués. El Bloque en cuestión parece más un mero acuerdo formal entre los distintos sindicatos que un verdadero instrumento de lucha puesto al servicio de la clase.
El frente único es proletario en la medida en que adquiere un contenido clasista a través de sus métodos, sus reivindicaciones y sus consignas de lucha, de su capacidad para unir realmente a los trabajadores.
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EL FRENTE ÚNICO
Para el Partido Comunista, dada la difícil situación que atraviesa el proletariado italiano, la “unidad proletaria” es hoy más necesaria que nunca, y por ello propone el “frente único” proletario para la acción contra la ofensiva económica y política de la clase capitalista.
Pero a pesar de que esta postura es absolutamente coherente con los principios y con los métodos del partido y de la Internacional Comunista, no siempre todos la comprenden con claridad, a veces ni siquiera los propios militantes del Partido, por lo que la fórmula adquiere un significado falso, se deforma y entra en contradicción con el conjunto armónico de la táctica de nuestro Partido.
Para comprender bien esta cuestión sin caer en interpretaciones y actitudes simplistas y peligrosas, basta con remitirnos a los fundamentos de nuestro pensamiento y de nuestro método para la acción proletaria.
El comunismo revolucionario se basa en la unidad de la lucha por la emancipación de todos los explotados y en una organización rigurosamente determinada, el partido político, formado por aquella “parte” de los trabajadores que tiene una conciencia más clara de las condiciones de la lucha, que están dispuestos a luchar por su objetivo revolucionario último y que por tanto constituyen la vanguardia de la clase obrera.
Quien piense que es contradictorio hacer un llamamiento a la unión de todos los trabajadores mientras se afirma que una parte de ellos debe separarse de los demás para formar un partido con unos métodos diferentes a los del resto de partidos -aunque se reclamen y se denominen a sí mismos revolucionarios-, demuestra que no ha comprendido en absoluto nuestro programa, pues, en realidad, las dos cosas se basan en lo mismo.
Las primeras luchas que llevan a cabo los trabajadores contra la clase burguesa dominante son las luchas de ciertos grupos, más o menos numerosos, por unos objetivos parciales e inmediatos.
El comunismo proclama que es necesario unificar esas luchas conforme se van desarrollando, dándoles un objetivo y un método común, y por consiguiente, hace un llamamiento a la unidad que permita superar las diferentes categorías profesionales, las situaciones locales, las fronteras nacionales o raciales. Esta unidad no es una mera suma material de individuos, sino que se logra transformando la orientación de la actividad de todos estos individuos y grupos, haciendo que comprendan que forman una clase, es decir, que tienen un objetivo y un programa común.
Aunque sólo incluya a una parte de los trabajadores en sus filas, el Partido representa sin embargo esa unidad del proletariado, pues en su seno los trabajadores de diferentes profesiones, localidades y nacionalidades, participan en las mismas condiciones, con los mismos objetivos y las mismas reglas organizativas.
Una unión formal de tipo federal entre sindicatos de categoría, o incluso una alianza de partidos políticos proletarios, aunque eso suponga la reunión de mayores efectivos que los disponibles por el Partido de clase, no ayudan a alcanzar el objetivo fundamental de la unión de todos los trabajadores, pues carecen de cohesión y de unidad en sus objetivos y métodos.
Sin embargo, los comunistas afirman que la organización sindical, el primer estadio por el que pasa la conciencia y la práctica asociacionista de los obreros, enfrentándoles a los patrones (aunque sea local y parcialmente), les lleva a adquirir conciencia de clase, precisamente porque les reúne sobre la base común de su explotación económica y les acerca a los de otras localidades o categorías sindicales; sólo un estadio posterior de conciencia y organización de las masas puede llevarlas al terreno de la lucha central contra el actual régimen. La organización sindical debe ser única, y es absurdo escindirla según los diferentes programas de acción general del proletariado. Es absurdo preguntar al trabajador que se organiza para la defensa de sus intereses cuál es su visión general de la lucha proletaria, cuál es su opinión política. Puede no tener ninguna o bien tener una falsa, pero eso no es incompatible con la acción sindical, de la cual deberá sacar los elementos de su orientación futura. Por eso, los comunistas, así como se oponen a la escisión de los sindicatos cuando la mayoría de los adherentes o las astucias de los jefes oportunistas les dan una dirección poco revolucionaria, también trabajan por la unificación de las organizaciones sindicales hoy divididas, y tratan de que en cada país haya una única central sindical nacional.
Sea cual sea la influencia de los jefes oportunistas, la unidad sindical es un factor favorable a la difusión de la ideología y de la organización política revolucionaria, y es en el seno del sindicato único donde el Partido de clase puede llevar a cabo de mejor manera su trabajo de reclutamiento y su campaña contra los erróneos métodos de lucha que otros proponen a los proletarios.
Los comunistas italianos defienden la unidad proletaria porque están convencidos de que en un organismo sindical único es donde con mayor rapidez y éxito se desarrolla el trabajo de orientación del proletariado hacia el programa político de la Internacional Comunista.
Trabajando en el mismo terreno que la Internacional Sindical Roja por la unificación de las organizaciones sindicales del proletariado italiano, los comunistas italianos defienden con la misma energía -incluso antes de lograr esa unidad organizativa, contra la que se levantan tantos obstáculos- la necesidad de que todo proletariado actúe conjuntamente, pues hoy, frente a la ofensiva de los patrones, sus problemas económicos parciales se funden en un problema único: en el de la defensa común.
Una vez más, los comunistas están convencidos de que si demuestran a las masas que de la misma forma que el objetivo es único, única debe ser la táctica que permite hacer frente a la amenaza de reducción de los salarios, al paro y a las demás manifestaciones de la ofensiva anti-obrera, les será más fácil convencer al proletariado de que se necesita un programa único de ofensiva revolucionaria contra el régimen capitalista, y que este programa es el que ha trazado la Internacional Comunista: a saber, la lucha dirigida por el partido político de clase contra el Estado burgués, por la dictadura del proletariado.
Del “frente único” del proletariado organizado sindicalmente contra la ofensiva burguesa, surgirá el frente único del proletariado sobre el programa político del Partido Comunista, demostrándose al calor de la acción y a través de la crítica incesante desarrollada por éste la insuficiencia de cualquier otro programa.
La unidad sindical y el frente único proletario contra la ofensiva actual de la burguesía son etapas que el proletariado debe recorrer, entrenándose en la lucha, sacando las lecciones que le ofrece la historia, sobre la vía trazada por la vanguardia comunista.
Si el Partido Comunista defiende la unidad sindical y el frente único proletario es precisamente para lograr que triunfe su propio programa, completamente distinto los que otros proponen al proletariado, para hacer más evidente su crítica a las traiciones de la socialdemocracia, así como los errores en los que cae el sindicalismo y anarquismo.
Es un burdo error entender la fórmula de la unión sindical y el frente único como un bloque de partidos obreros; o como un comité que debe dirigir la acción de las masas, en un caso puntual o cuando el movimiento se generaliza, comité que surgiría de un acuerdo entre diferentes partidos y corrientes políticas; o imaginar que implica una tregua en la lucha que desarrollan los comunistas contra los socialdemócratas y el cese de su crítica a todo método de acción que impida al proletariado hacerse una clara perspectiva del proceso revolucionario.
Sería ridículo que los comunistas italianos, a la menor ocasión, como hacen los ultra-filisteos, corriesen a inclinarse ante cualquier organismo, postura u objetivo situado según algunos “por encima de los partidos”. Esto viene sucediendo desde hace mucho tiempo en todas partes, y supone un perjuicio enorme para la preparación revolucionaria del proletariado.
Los comunistas nunca “ocultan” su partido, su militancia política ni su disciplina inviolable. Estas no son cosas de las que deban ruborizarse, pues no vienen dictadas por el interés personal ni son los vicios de una política “mafiosa”, sino que únicamente les guía el bien de la causa proletaria; no son ningún tipo de concesiones fruto de un afán inconfesable de “dividir” al proletariado, sino que por el contrario son el propio contenido del trabajo de unificación del proletariado y de sus esfuerzos emancipatorios. La unidad sindical y el frente único no son la manera que tienen los comunistas italianos de ocultar su arrepentimiento, sino el desarrollo lógico de su tarea constitutiva, una manera de afilar su arma de lucha revolucionaria, su partido, un partido con una doctrina, unos métodos y una disciplina organizativa rigurosamente definidas y determinadas, y que tiende a la unión revolucionaria de la lucha del proletariado contra todas las desviaciones y todos los errores.
[1] Extraído de la Tesis doctoral de A. Guillamón, Militancia y pensamiento político de Amadeo Bordiga, 1919-1930.
[2] Ver los textos Necesidad de asociación o El Sindicato.
[3] Los sindicatos agrupados en este Bloque participan en las mencionadas Marchas de la Dignidad, formando en cierto sentido su “ala obrera”.