Parafraseaba una vez León Trotsky (Lev Davidóvich Bronstein) a Marx con aquello de que todas las épocas históricas necesitan una gran personalidad a la altura de las circunstancias, y que si no la encontran, se la inventan. Pues el autor de Luchas internas en Comisiones Obreras. Barcelona 1964-1970 (Bruguera, 1977), José Antonio Díaz Valcárcel, es una de esas figuras históricas con papeles demasiado grandes para las hechuras de su condición, puesto a dedo por la contingencia histórica como portavoz de los primeros años de formación y consolidación de las Comisiones Obreras en Catalunya y, con posterioridad, del desarrollo del movimiento obrero autónomo pivotando en torno al rechazo a integrar la estructura asamblearia de las comisiones de empresa y fábrica en un nuevo sindicato al uso. Para ser justos con José Antonio Díaz Valcárcel (apodado Juanjo, pues en algunos escritos públicos se daba el seudónimo de Juan Sanz Oller), su eclecticismo político encontró término con la fundación de los Grupos Obreros Autónomos, los que animaba junto con su compañero en la fábrica La Maquinista y las propias Comisiones Obreras, Pedro Murcia. En pocos años, pasó de defender la estrategia de participación de las Comisiones Obreras en las elecciones sindicales de 1966[1] a crear Círculos de Formación de Cuadros en los que las fronteras entre la lucha política y económica que prescribían los periclitados y mal entendidos postulados marxistas de aquella época, así como las propias dinámicas de trabajo de los sindicatos, iban siendo suprimidas mediante una reapropiación de las principales experiencias de lucha y organización de la clase obrera a lo largo de los años pretéritos. La conciencia de Díaz Valcárcel, como la de millones de trabajadores, avanzaba sobre la cresta de la ola del movimiento obrero nacional e internacional de aquella época; por lo que esta obra que se reseña, Luchas internas en Comisiones Obreras, no deja de ser un testimonio parcial y limitado de los esfuerzos que tuvieron que desplegarse para comenzar a construir las primeras Comisiones Obreras en Barcelona cuando el movimiento obrero autónomo en España apenas acababa de dar sus primeros zarpazos con las portentosas luchas de los mineros asturianos.
A través de una serie de documentos históricos inéditos o ampliamente desconocidos, el autor nos invita a una lectura hipertextual (en la que cada uno va profundizando cuanto desee hacerlo, aunque las limitaciones físicas del libro nos sitúan pronto frente a las fronteras del mismo) en la que nos va conduciendo por las vicisitudes acaecidas en los primeros años de la formación de las Comisiones Obreras en la Barcelona de finales de los sesenta. En un principio, el esfuerzo organizativo respondía más a una voluntad que a una necesidad real surgida de la lucha en la región, lo que condujo inexorablemente a cimentar una organización cuyas tareas cotidianas y propósitos se proyectaban hacia la constitución de un sindicato más: enlaces sindicales entre empresas y sectores, asesoría laboral, coordinación de cuantos habían entrado en la Central Obrera Nacional-Sindicalista (Sindicato Vertical) o trabajaban en los tajos, etc. Pequeños detalles consignados por Valcárcel a vuelapluma, sin dedicarles especial atención, nos sitúan sobre la evidencia de que las primeras CC.OO. estaban lejos de entroncar con las necesidades mismas de la lucha inmediata de Barcelona en aquella época. Uno de los más llamativos es, por ejemplo, que las CCOO contasen con una sección juvenil, algo realmente extraño en organizaciones sindicales. Estos jóvenes eran los que organizaban pequeños actos de protesta dominicales y muy «radicales» (cortes de tráfico, etc.) con objeto propagandístico. También resulta singular que la comisión de huelga de La Maquinista, en la que trabajaba Díaz Valcárcel, fuese creada cuando, al declararse la huelga en los talleres, los responsables de la empresa pidiesen hablar con los representantes de los trabajadores. Ello obligó a crear un comité de huelga y elegir a los verdaderos enlaces[2]. Cuando llegaron las portentosas luchas de los setenta y la verdadera necesidad de unas Comisiones Obreras al estilo astur, la marca del nuevo sindicato logró absorber buena parte de toda esa lucha, integrándola en su aparato burocrático y sirviendo de correa de transmisión para los grupos más activos dentro de la central sindical.
Por tanto, las disputas entre ciertos sectores de las incipientes Comisiones Obreras sobre qué debían ser, quedaban suprimidas de facto. Se estaba construyendo una organización sindical más, faro para todos aquellos que habían ejercido una actividad opositora al régimen en el plano laboral de manera más o menos abierta o soterrada, lo que incluye tanto a pequeños sindicatos clandestinos animados por grupos altamente politizados, como a organizaciones obreras católicas bastante más melifluas en según qué aspectos de su crítica social y política. El papel de esta nueva organización era el de oposición «obrera» al CNS y a los enlaces y jurados de empresa (aunque no eran pocas las veces que se alcanzaban componendas con ellos para que les diesen cobertura legal), como quedó claro en la participación de la marca Comisiones Obreras -allí donde contase con estructura suficiente- en las elecciones sindicales de 1966. Pero no faltaron los debates y las polémicas desde los primeros días en los que se celebraban las reuniones de trabajadores en las parroquias. El Frente Obrero de Catalunya (FOC) encontró en Comisiones un pretexto para el apelativo de «obrero»; y los «carrillistas» del PSUC pudieron reanimar su actividad política a través de un acercamiento más estrecho a las bases obreras de Comisiones. Unos y otros se disputaron las diferentes estructuras de coordinación (local, regional) de la organización, sin ceder en lo más mínimo y trasladando sus disputas políticas al terreno de lo sindical. Pedro Murcia y Díaz Valcárcel terminaron abandonando el FOC en favor de su trabajo en las comisiones de empresa, y este último acabó despedazado. Aquí comenzará el largo camino de Díaz Valcárcel hacia una concepción de la lucha de clases conforme a la necesaria superación de las barreras entre lucha política y lucha económica (muy limitada y no poco exenta de prejuicios execrables, así que mala fama es esa que le tilda de «marxista»). Esto es lo que no se cuenta en el libro pese a ser, con diferencia, lo más interesante que se podría extraer del mismo si se conoce la historia militante de Valcárcel y se sabe leer entre líneas.
Pero no es sólo en lo relativo al recorrido político de Valcárcel que el libro resulta más interesante por lo que calla. Si ya el propio nombre de la obra nos lo dice: luchas internas. De eso va el asunto. De cómo diversas fuerzas del izquierdismo se van dando la mano para construir una central sindical que «verdaderamente represente a los intereses de los trabajadores» frente a la CNS del Movimiento Nacional y sus hijuelas, los enlaces sindicales; de cómo en el sindicato confluyen las polémicas programáticas y, sobre todo, tácticas, que dividían a «carrillistas» y «frentistas» de Barcelona, pugnando ambos por alcanzar los puestos de responsabilidad dentro de la organización. Valcárcel va jalonando su relato sobre estas disputas con críticas, veladas o evidentes, a las maniobras de los partidos que terminan por arrebatar a los trabajadores su herramienta «para asegurar el cumplimiento de las negociaciones entre empresarios y trabajadores». Por tanto, pareciera que la tensión manifiesta al interior de las Comisiones Obreras es resultado de unos cuantos militantes de partido que quieren subirse al carro hasta terminar arreando a los caballos con la fusta. Lo que Valcárcel calla o ignora (apostamos más bien por la segunda) es que no cabe reconciliación entre los procedimientos asamblearios y de autoorganización obrera y las concepciones, dinámicas de trabajo y reivindicaciones puramente sindicales. La historia del movimiento obrero en España en la Transición, de la que Valcárcel escribe también una página con su praxis, es la de la sustracción por parte de los «sindicatos asamblearios» de la asamblea obrera misma[3]. La propia historia de Comisiones Obreras en la historia de este latrocinio. Quien escribe discrepa con Henri Simmon cuando afirma que la autonomía obrera puede expresarse en el seno mismo de los sindicatos (salvo que el concepto de «autonomía» se entienda con laxitud, a la vista de lo ya escrito queda), pero sí cuando afirma que todos los sindicados vindicados como «alternativos», «de base» o «autónomos» son los que anulan cualquier posibilidad de desarrollo de una lucha autónoma[4]. Y en 1965, Comisiones Obreras era uno de esos sindicatos «autónomos» y obreros que ha acabado convertido en la mayor central sindical del Estado español. Sólo muy débilmente, las tensiones entre la forma y método sindical y la autoorganización se resolvieron del lado de la lucha obrera; ruptura espoleada por algunos grupos (como el de Valcárcel) que acabaron completamente desnortados en la vorágine de acontecimientos y conflictos en la Transición ante la ausencia, no de la lucha obrera en las empresas y fábricas, sino de una brújula política que les guiara hacia objetivos políticos y económicos superiores sobre la sustrato de la lucha autoorganizada que se había estado gestando[5].
A esta reseña del libro de Valcárcel le queda pendiente un análisis más en profundidad de la historia del movimiento obrero en España en la época de la Transición, con objeto de recuperar las más importantes experiencias de lucha para evaluarlas, criticarlas y ponerlas al servicio de las necesidades de la lucha obrera del momento actual. Hasta entonces, Luchas internas en Comisiones Obreras. Barcelona 1964-1970 seguirá siendo una nota al margen en el relato de esa historia que está pendiente de ser escrita y narrada a las masa de obreros que enfrentan problemas similares en un contexto significativamente distinto.
Por Proletario para sí.
[1] «La larga lucha del movimiento obrero hasta su atonomía», publicado en Cuadernos de Ruedo Ibérico pero de consulta gratuita aquí.
[2] Curiosamente, Valcárcel no consigna este hecho en su libro. Hay que ir a buscar tal información al documental Setenta y dos horas. Autonomía obrera en la Barcelona de los años sesenta.
[3] No tiene desperdicio la lacónica elocuencia con la que Luis Ocaña Escolar cuenta en su libro, Los orígenes del SOC (1975-1977), cómo se creó el Sindicato de Obreros del Campo (hoy, Sindicato Andaluz de Trabajadores) sobre la «base» de comisiones de trabajadores del campo:
«El SOC tiene unas raíces muy claras: las Comisiones de Jornaleros. Entre uno y otras existe una relación tan estrecha que es casi imposible distinguir cuando se pasó de uno a otro lado como no sea por la formalidad del acta de una reunión.
«[…] decidimos usar también en el campo el nombre de Comisiones para fortalecer la unidad de todo el movimiento obrero y dejar claro que participábamos también de ese espíritu».
[4] La Confederación Nacional del Trabajo (CNT) pretende combatir las elecciones sindicales con la construcción de secciones sindicales propias que «pueden desempeñar, ante la ley, las mismas funciones que un comité de empresa». Su combate no es con la praxis sindical o el sindicalismo per se; sino con las elecciones sindicales. Sólo quieren suplantar a los comités de empresas suscritos en los Pactos de la Moncloa, pero nada más. Ésa es su «otra forma de hacer sindicalismo».
[5] En el mencionado documental de «Setenta y dos horas. Autonomía obrera…», compañeros de Díaz Valcárcel en los GOA se permiten hablar sobre la necesidad de una «ruptura verdaderamente democrática» con el franquismo, o de la necesidad de una «ética de la lucha», como si fueran los principios abstractos, y no las necesidades materiales acuciantes, las que marcan el ritmo de la lucha de clases.