Los Colectivos de Solidaridad. Una experiencia de lucha en París (2001-2003). Ed. Klinamen, 2014. En una de sus últimas publicaciones Klinamen ofrece una interesante recopilación de artículos sobre una experiencia de lucha obrera en París a comienzos de la pasada década, dentro de un contexto de progresivo deterioro de las condiciones de vida del proletariado occidental (sobre todo su fracción más joven) que la crisis iniciada en 2007 ha terminado generalizando.
“Los Colectivos de Solidaridad nacen con el simple, pero no sencillo, objetivo de ayudar a ganar los conflictos laborales allí dónde la relación de fuerzas era favorable a la empresa. Su análisis de la realidad laboral es claro: necesitamos generar lazos e invertir la vulnerabilidad que produce el aislamiento.” Encadenando un conflicto laboral con otro, en McDonald’s, entre las trabajadoras de la limpieza subcontratadas, cadenas de restaurantes, Fnac, etc., el colectivo de solidaridad reunió a un conjunto de militantes de distintas tendencias y organizaciones con el objetivo puesto en la colaboración con los trabajadores en lucha, para “asegurar la victoria”.
El libro presenta doble utilidad, por un lado porque es el testimonio de los propios militantes del colectivo de solidaridad y por otro en lo que atañe a la crítica de dicha experiencia (el libro incluye un artículo de Henri Simon poniendo un poco las cosas en su sitio, por ejemplo).
Los artículos escritos por los militantes implicados muestran las dificultades inevitables que tienen que sortear quienes se acerquen a un terreno al que no están acostumbrados, cuando tienen que “salir de la ideología (antiglobalización, ciudadana o anticapitalista) para situarse sobre el terreno práctico de la lucha de clases”. Y es que en la medida en que el movimiento “anticapitalista” representado por la izquierda radical (aquí incluimos al movimiento libertario) se nutre de una base eminentemente juvenil y estudiantil, suele permanecer ajeno a la lucha de clases, a los intereses del Trabajo, a aquello que constituye “la piedra angular de todo el sistema del salariado y de todo el actual régimen de producción”, “la relación entre el empresario capitalista y el obrero asalariado” (Marx, Salario, precio y ganancia).
Y no son pocos los obstáculos que tienen que atravesar los activistas dispuestos a transitar por el sendero de la lucha clasista. En primer lugar, ya solo al acercarse y padecer el trabajo asalariado, hay que aprender a no ver al resto de compañeros como meros “borregos consumistas atontados que se dedican a ver Gran Hermano y el fútbol”, aunque algo de cierto haya en todo esto. Luego también hay que dejar de lado esa tendencia “anti-trabajo” que fácilmente deriva en una conducta individualista del escaqueo y falta de compañerismo. El vago puede resultar gracioso, pero nunca se le toma en serio. Probablemente uno aprenda por experiencia propia que dentro de los trabajadores “también hay clases”, cuando medio en broma medio en serio un compañero con contrato fijo le diga “eventualillo, te toca a ti hacer eso”. Si tiene suerte y en la empresa trabajan otros activistas de izquierda, siempre será más fácil intentar hacer algún esfuerzo organizativo. Pero, ¡cuantos problemas! La división entre trabajadores fijos y eventuales, el papel de los sindicatos subvencionados y colaboracionistas y de sus agentes delegados en las empresas, la pasividad y el aislamiento generalizados, racismo, machismo, la represión patronal… ¡Parece que los trabajadores solo se unen cuando la mierda les llega hasta el cuello! Y ciertamente eso es lo que ha conseguido la burguesía, con la progresiva desarticulación de todo impulso clasista desde la derrota que sufrió el proletariado en 1945, cuando los capitalistas lograron por segunda vez mandarnos a la mutua masacre en todo el globo.
Para salir al paso de esta situación, se requiere un esfuerzo enorme y continuado por parte de aquellos activistas que comprenden el papel cardinal que juegan en la lucha de clases los intereses del Trabajo y lo necesaria que es la formación de un proletariado militante capaz de alumbrar organizaciones de clase.
¿Os preocupáis esencialmente de la cuestión del trabajo?
Nicolas: La relación salarial es la relación fundamental en esta sociedad. Estos últimos años, se tiende demasiado a olvidarlo, en beneficio de las grandes concentraciones alter o antimundialistas, que producen movimientos «inmateriales», sin raíces en la vida cotidiana de los explotados.
Jeanne: El trabajo es el nudo donde te enfrentas al verdadero poder, al que te oprime. Y a pesar de todo, es una «relación». Ayudar a los huelguistas a luchar contra la explotación en su entorno es, de manera indirecta, luchar contra tu propia explotación. Lo que hacemos nosotros es apoyo mutuo, no compasión. Por ejemplo, en mi opinión, la lucha de los sin papeles tendría mucho que ganar si atacara a los «patrones negreros» ello permitiría ampliar la unidad alrededor de ella y le daría medios de presión que actualmente no tiene.
En el estadio en que nos encontramos, lo normal es que quienes toman esta dirección terminen llegando a las mismas conclusiones a las que se llega en el libro: “Ahora bien, lejos de tomar la forma de una organización estructurada, como en la época de los sindicatos revolucionarios, parece más bien apoyarse en una difusión de comportamientos antagónicos, en la sedimentación de una «cultura» de la lucha, en el establecimiento de redes de solidaridad, de ayuda mutua, de formación, de información, de intercambio. Esta dinámica no necesariamente margina a las organizaciones políticas, sindicales o asociativas existentes, sino que tiene su lógica propia —una lógica, para resumir, más cercana a la de los movimientos que a la de las organizaciones.”
Y es verdad que hoy por hoy la constitución de estas redes de solidaridad y ayuda mutua, autónomas e independientes de las fuerzas de la izquierda del capital, supondría un gran paso. Pero el siguiente no puede ser sino la formación de una organización de defensa permanente, la coalición obrera, que históricamente ha adoptado la forma de sindicato. Pues si el antagonismo entre Capital y Trabajo es constante mientras subsista el capitalismo, se requiere un organismo permanente de defensa de los intereses proletarios, un organismo que despliegue su actividad sobre el terreno de una lucha de clases a la que en principio están invitados todos los proletarios, en tanto que explotados.
Únicamente a través de semejante escuela organizativa los proletarios se constituyen en clase mediante la lucha común; sólo a través del sindicato de clase la solidaridad proletaria alcanza su máximo grado de efectividad y las lecciones y los métodos se transmiten de los veteranos a los recién llegados; sólo así se pueden defender los intereses del Trabajo de manera eficaz; sólo a través de esta experiencia de combate el proletariado adquiere conciencia de la oposición histórica ineludible que existe entre Capital y Trabajo; y sólo así adquiere capacidad de levantar los organismos de clase necesarios para liquidar la plusvalía y los salarios, para suprimir las clases sociales, para poner a la burguesía a trabajar y organizar la producción social de manera verdaderamente humana, al margen de la explotación del hombre por el hombre, de una clase por otra.
Esto, huelga decirlo, requiere tiempo y dedicación. Hoy aún nos encontramos en ese estadio en el que los trabajadores afectados por las medidas patronales se presentan, como se dice en el libro, como “consumidores de solidaridad”. Reciben agradecidos la ayuda externa o acuden a la organización de clase dispuesta a ocuparse realmente de su defensa, pero una vez pasado el temporal, si te he visto no me acuerdo. Vuelven a su habitual rutina de despreocupación y es difícil hacer que les entre en la mollera que es necesario que dediquemos cierto tiempo de nuestras vidas a la defensa de nuestros intereses y nuestras condiciones de vida, pues nadie lo va a hacer por nosotros. En resumen, cuesta hacer entender que “la emancipación de la clase obrera será obra de los obreros mismos” (Estatutos Generales de la A.I.T.).
En el libro, como se ha dicho, se reflejan muchas de las dificultades que presenta hoy la lucha en el terreno laboral: el engañoso papel de los sindicatos subvencionados, las distintas condiciones de trabajo entre unos asalariados y otros, la escasa combatividad de la clase, la falta de solidaridad en general por parte de las organizaciones izquierdistas, el empleo de los medios de comunicación para dar a conocer la lucha, y un largo etcétera. El modo en que el colectivo de solidaridad trató de solventar todos estos escollos puede ser de utilidad para aquellos que tomen a su cargo una tarea similar.
Son dignas de destacar también las advertencias que lanza Henri Simon en su artículo, cuando habla de las ventajas e inconvenientes de las redes sociales y los modernos medios de comunicación, cuyo uso presenta gran potencial y cuyo abuso tiene ciertos peligros: “Semejante mediatización podía generar la ilusión, por un lado a los trabajadores implicados, de la existencia de un importante apoyo —los mensajes de solidaridad no cuestan mucho a quienes los envían— y, por otro a todos los demás, incluidos estos compañeros alemanes, de estar en presencia de un movimiento importante. Aquello que en otra ocasión, a propósito de la huelga de los estibadores de Liverpool, llamamos «solidaridad virtual»”.
En resumidas cuentas, el trabajador que se acerque a las páginas de este libro tendrá en sus manos el balance de una valiosa experiencia solidaria, cuyas lecciones deberá comprobar y superar mediante la propia lucha.