El Sindicalismo es necesario

Reproducimos a continuación un artículo publicado originalmente en Tierra y Libertad nº 71 (12 de julio 1911). Aunque carece de valor teórico en sí mismo (la primera parte, por ejemplo, donde se resume la historia de las organizaciones obreras, es bastante pobre e ingenua), este documento es una buena prueba de los esfuerzos que realizaron en aquella época algunos militantes proletarios de Cataluña, influidos por el sindicalismo revolucionario francés, para construir la CNT como una organización obrera abierta a todas las tendencias políticas.
Baste señalar que Joaquín Bueso (1880-1920), que escribe este artículo en julio de 1911 en la revista anarquista Tierra y Libertad, era a la sazón director del periódico Solidaridad Obrera, y en octubre se adhiere al PSOE, tras el Congreso de Bellas Artes de septiembre en el que se funda oficialmente la CNT (mientras él está en prisión por participar en un mitin contra la guerra en agosto[1]). Bueso, tipógrafo de profesión, dirigió en 1908 desde la Confederación Regional de Sociedades de Resistencia Solidaridad Obrera la campaña contra el periódico radical El Progreso, surgida a raíz de un conflicto laboral en la imprenta la Neotipia de Barcelona. En aquel entonces él mismo era militante del Partido Radical, que gozaba de gran influencia entre los obreros catalanes. Su paso del radicalismo republicano al socialismo vino acompañado de una intensa labor como militante sindical.
De su postura netamente sindicalista dan fe sus propias palabras en 1911: “Conviene hacer constar, antes de seguir adelante, que no somos anarquistas, que no lo es la Confederación Nacional del Trabajo y que si algún día hubiera de hacerse propaganda ácrata desde las columnas de Solidaridad Obrera, dejaríamos su dirección”; y en 1915: «Solidaridad Obrera fue dirigida por Tomás Herreros, anarquista, quien al mismo tiempo dirigía Tierra y Libertad, y Tomás Herreros no hizo de Solidaridad Obrera una tribuna de avisos ácratas como hoy sucede; Solidaridad Obrera fue después dirigida por Andrés Cuadros, y este compañero también supo eludir el carácter netamente anárquico que hoy tiene el periódico: tomó más tarde la dirección del periódico obrero aludido el tipógrafo Joaquín Bueso, y al igual que los anteriores directores procuró que el periódico no fuera sectario; volvió a la dirección Cuadros, y aunque en esta segunda época de su dirección ya no fue tan imparcial como en la primera, no por eso dejó que descaradamente fuera Solidaridad Obrera un periódico anarquista; pero últimamente ha caído el periódico en manos de Manuel Andreu y desde entonces hace la competencia a Tierra y Libertad en propaganda ácrata.”[2]

EL SINDICALISMO ES NECESARIO

No hay efecto sin causa y, por lo tanto, hemos de buscar el origen del obrero y es­tudiar después sus evoluciones para así comprender mejor la falta que nos hace el sindicalismo moderno. Los sindicatos de hoy no son otra cosa que un efecto de las causas de ayer; justo es, pues, que anali­cemos estas causas.

¿Cómo se creó el obrero? ¡Ah! Es muy sencillo: por la ley del fuerte; nunca mejor que en esta ocasión se puede aplicar aque­lla frase: el pez gordo se come al chico.

En la antigüedad, cuando el mundo se dividía en tribus, y éstas, salvajes por su origen, no reconocían jefes, sus habitantes se dedicaban a la caza para alimentarse; pero la caza sola no satisfacía sus necesidades, y unos, los más estudiosos así como también los más predispuestos por los terrenos que ocupaban crearon una agricultura flore­ciente y más tarde una industria próspera; pero otros, menos favorecidos por la capacidad intelectual e influidos por la barba­rie primitiva, atacaron a sus semejantes y les usurparon por la fuerza lo que ellos eran incapaces de producir.

Dado este primer paso de usurpación, la soberbia de los dominadores no tuvo limi­tes, y tribus enteras, que no aprendieron a trabajar, cayeron sobre los trabajadores pacíficos, apropiándose del fruto de su tra­bajo, matando y exterminando a cuantos se presentaban a su paso; mas inhábiles como eran e incapaces de producir, pronto notaron que les mermaban los productos, por lo que, siendo los más fuertes, obliga­ron a los inteligentes, a los hábiles y ami­gos de la paz a trabajar para sus vencedo­res; los débiles dejáronse humillar y de allí nació la esclavitud.

El origen, pues, del obrero, proviene de aquella época, en la que, a pesar del atraso intelectual, ya existían asociaciones obre­ras. Si bien en la época actual no podemos considerarlas como tales por el carácter religioso que tenían.

Efectivamente, en tiempo de Numa se crearon en Roma los Collegia opificum, que eran sociedades de artesanos con sus jefes, sus propiedades y sus cultos.

Según dice Hinojosa en su Historia del Derecho Español, podían formar parte de ellas los hombres libres y los esclavos, siempre que obtuvieran de sus dueños el permiso oportuno. Los Colegios se forma­ron libremente, pero desde el siglo III el pertenecer a ellos se hizo forzoso, y según expresa Práxedes Zancada en su obra El Obrero en España, los Colegios estaban divididos en maestros, oficiales y aprendi­ces. Estos vivían en casa del maestro y po­dían ser castigados por él. Los oficiales eran los trabajadores sin capital, simples mercenarios que arrendaban sus servicios por un precio determinado.

Aun así constituidas entonces las socie­dades obreras, los asociados gozaban de algunas ventajas sobre los aislados, que estaban expuestos a caer en la esclavitud.

En el tiempo de los godos, la situación del obrero cambió muy poco y únicamente cuando los árabes conquistaron España, los obreros comenzaron a progresar.

Y desde este momento empezó también la lucha de clases; el obrero y patrono se odiaban mutuamente. Las masas populares deseaban una agitación que creían les ha­bía de permitir confiscar el patrimonio de los ricos. Y la revolución estalló, intervi­niendo las sociedades obreras en todos los choques y algaradas sangrientas que se produjeron hasta la implantación de la re­pública cordobesa, llegando a tanto el triun­fo de los explotados, que ellos mismos nombraron Califa, el que hacía vida común con los obreros, y nombró primer ministro a un tejedor.

La reconquista vino a empeorar otra vez la situación del trabajador, el que era con­siderado como cosa y no como hombre, y se adquiría como la propiedad de la tierra, siendo severamente castigado el que no obedecía las órdenes que le daban, vivían en estado miserable y trabajaban hasta que la fatiga les rendía.

Al aparecer el municipio en la historia, en el siglo XII, empieza de nuevo la eman­cipación del trabajador y se crearon los gremios, que venían a ser una especie de continuación de los Colegios anteriores, o sea, sociedades mixtas de patronos y obre­ros, si bien los gremios, aunque defectuosos, no eran tan malos.

Más tarde y con el aspecto obrero más marcado, aparecen las cofradías, que aun­que eminentemente religiosas, según ma­nifiesta el señor Uña en su obra Las Asociaciones Obreras en España, la cofradía de Burgos tenía unas ordenanzas aprobadas en 1259 por las que los fines religiosos fueron quedando en segundo lugar para dar paso a los reglamentos de carácter so­cietario, donde se ordenaban las condicio­nes de trabajo.

Así fueron luchando los obreros con más o menos ventajas, hasta que en el siglo XV, más ilustrados, quisieron acabar con tanta servidumbre y al grito de ¡abajo las fortalezas! se levantaron como un solo hombre demoliendo los castillos feudales, que eran el símbolo de la tiranía y de la opre­sión.

El cronista Medina, que escribió en el siglo XVII, relata este suceso diciendo que el pueblo se levantó por no consentir ser mandado ni regido por ningún poder ex­traño a él, abatiendo por todas partes a la aristocracia despótica.

Según otro cronista, Ruiz Vázquez, se­ñores hubo que quedaron como el día que nacieron, sin tierras y sin vasallos. Los que intentaron resistir pagaron cara su te­nacidad y el feudalismo quedó vencido.

Insurreccionáronse asimismo los obreros del campo y, debido a su enseñanza ruti­naria, sacaron una consecuencia lógica, hija de su educación retrógrada, y procla­maron que, muerto Adán sin testar, la tie­rra era de todos, y el comunismo surgió amenazador, se enseñoreó de las montañas y puso en riesgo a las ciudades; pero el movimiento, debido a manejos de los plu­tócratas, degeneró en político y perdió todo su carácter social.

Dos siglos estuvieron después los obre­ros en la inercia, hasta que a principios del siglo XIX volvieron a reorganizarse y em­pezaron de nuevo a luchar por su emanci­pación.

Medio siglo tardaron aquellos compañe­ros en ir emancipando las conciencias, has­ta que por fin, en 1854, estalló en Cataluña la primera huelga general, ocasionada por la despótica conducta del general Zapatero, capitán general de la región, que enemigo acérrimo de las sociedades obreras, dejó o hizo circular la especie de que iba a acabar con todas ellas. Ante tal amenaza, Barce­lona, Gracia, Badalona, Cornellá, San An­drés, Sans y otros puntos hicieron solemne su protesta con una huelga general, en la que, entre otras víctimas, perdió la vida el diputado a Cortes señor Sol y Padrís. En Igualada y Vich hubo choques entre obre­ros y patronos, hasta que aquellos volvie­ron al trabajo creyendo las promesas que les hiciera el general Espartero de mejorar su situación; promesas que quedaron in­cumplidas, como sucede en todo cuanto los gobernantes ofrecen a los obreros.

Dos años más tarde, en 1856, estallaron graves sucesos sociales en Valencia; y Valladolid y su provincia se insurreccionaron, apedreando el Ayuntamiento y haciendo huir al gobernador, herido; quemándose fábricas y pidiendo la destrucción de la propiedad y la muerte de los ricos.

Las demás luchas obreras, por ser ya relativamente de fechas cercanas; no hace falta mencionarlas, pues, todos o casi todos los trabajadores las tendrán presentes.

Hemos hecho este bosquejo histórico para demostrar que en todas las épocas los obreros han luchado por su emancipación, y cuyas luchas no se hubieran engendrado, no hubieran tenido vida, de no existir sus órganos generadores: las asociaciones obre­ras en todas sus diferentes fases.

Y nos hemos atenido solamente a lo ocu­rrido en España, porque, tocándonos más de cerca, es lo que conocemos más a fondo.

***

El obrero, en la actualidad, no puede ne­gar su historia y, por lo tanto, convencidos como estamos y como acabamos de demos­trar con datos, de que la poca libertad de que hoy dispone se la debe a su organiza­ción, a sus asociaciones, ¿cómo vamos a creer que el sindicalismo pueda ser una causa, pueda influir en la perpetua explo­tación?

No, y mil veces no; el sindicalismo, por el contrario, ha de ser el génesis de nues­tra emancipación; del sindicalismo ha de nacer la fuerza generadora de nuestra li­bertad. Él es el que nos ha de conducir a la abolición de la propiedad privada, origen de todo el malestar social.

Téngase en cuenta que la política, ese engendro maldito ideado por los embauca­dores como cebo para perpetuar la igno­rancia, domina aún en los cerebros de los explotados, que lejos de ver en los que la propagan a sus mayores enemigos, los con­sidera como sus maestros, como sus salva­dores, llegando hasta enemistarse unos explotados con otros, por defender al polí­tico que el día de mañana, como sangui­juela, ha de chupar su sangre, no con fin benéfico, como este anélido lo hace.

Y téngase presente que mientras esto suceda, únicamente el sindicato obrero po­drá ser el centro en donde se reúnan los explotados, piensen estos ideológicamente como quieran, para un fin común: para acabar con la explotación, que es precisa­mente todo lo contrario de lo que muchos quieren atribuir al sindicalismo.

***

Indudablemente, anarquistas y socialis­tas, por medio de su prensa y de sus gru­pos, han contribuido y contribuyen a aca­bar con este régimen de esclavitud; pero siendo el campo obrero en donde han de sembrar su simiente, ¿cómo podrían pro­pagar sus ideas de no existir sindicatos obreros constituidos? La generalidad de los trabajadores no asociados carecen, no sola­mente de conciencia societaria, sino también de voluntad propia; por lo que es muy difícil, por no decir imposible, incul­car en su cerebro una filosofía que jamás han sentido y que, por no conocerla, la creen perturbadora y contraria a sus inte­reses, pues así se lo han hecho creer sus mismos tiranos.

Ésta gran verdad la conocen mejor que nadie los grupos editores de folletos y periódicos anarquistas y socialistas, según la nación o región donde se expendan, pues la venta de unos y de otros siempre ha sido paralela a la vida próspera o débil de los sindicatos; sobre este punto no conceptua­mos necesario insistir.

Pero aún hay más: los sindicatos obre­ros, creados con un fin puramente económico, evolucionan y hacen evolucionar a sus componentes; y así hemos visto que individuos que ingresaron en la sociedad de su oficio sin espíritu de clase, quizá obligados por sus compañeros de taller, son luego los más rebeldes, y no conformándose únicamente con las peticiones re­formadoras del sindicato, van a engrosar las filas del partido socialista o forman par­te de algún grupo ácrata para trabajar más activamente por su emancipación.

Y si al hacer esta afirmación quieren al­gunos objetarnos que por qué defendemos el sindicalismo si reconocemos que fuera de él puede trabajarse más activamente por nuestra emancipación, hemos de contestar que gracias al sindicalismo se forma esa conciencia de clase, esa savia de rebeldía que nutre los cerebros humanos; repasen los anarquistas sus principios de ansias emancipadoras, sus albores de reivindica­ción, y reconocerán la mayoría (no duda­mos que habrá alguna excepción), que fue en los sindicatos obreros donde empezaron a sentir la necesidad imperativa de cambiar el estado actual de cosas.

Queda, pues, demostrado, que los sindi­catos no solamente trabajan por recabar mejoras inmediatas para sus asociados, sino que son una necesidad para las dos ramas del socialismo, la de Marx y la de Bakunin, puesto que la generalidad de sus componentes se han engendrado en las asociaciones obreras.

Por otro lado, los sindicatos, empujados por las necesidades de los tiempos, van evolucionando hacia la revolución social y así van cambiando sus tácticas de lucha, y hoy proclaman el boicot y el sabotaje, como ayer proclamaban la huelga, la cual, dicho sea de paso, está llamada a desaparecer; pues la verdadera lucha futura será el sa­botaje, arma tan eficaz, que el día en que los obreros sepan aplicarla en conciencia, será, indudablemente, cuando empiece su verdadera emancipación.

Mientras tanto, sostengamos una vez más que los sindicatos no pueden ser, no son, una rémora del progreso, sino por el contrario, son un escalón que conviene su­bir a todos los obreros, porque él les acer­ca a la cumbre de sus redentoras aspira­ciones.

J. BUESO

Barcelona.


[1] En este Congreso, no obstante, junto al mensaje de Anselmo Lorenzo se leerá otro de Bueso:

A las compañeras.A los compañeros.Al pueblo: 

Salud, campeones del bien; Mecenas del progreso, nuevos gladiadores que habéis de luchar con las bestias feroces que se llaman leyes, yo os saludo, y desde la celda en que me tienen injustamente recluido’ los que por la razón de la fuerza dominan, me dirijo a vosotros y os digo:

Esclavos del trabajo, la explotación os ha unido porque estáis cansados de ser ilotas. Es necesario, pues, que de esa unión salga algo práctico, algo útil y algo duradero. Tres días se pasan pronto; no entretengáis las sesiones en discusiones estériles y obrad enérgicamente.

Tened en cuenta que la burguesía os contempla y está pendiente de vuestros acuerdos, y si viera vuestro decaimiento, si notara que vuestras fuerzas se agotan y que os sentís débiles, aumentaría su cotidiano banquete con un plato más.

Arriba, pues, los corazones. No os reunís, como harían los burgueses para celebrar orgías en las que los cantos regionales formaran un armonioso conjunto de zorzicos, gallegadas, jotas, malagueñas, fandangos y sardanas. Vuestra música es muy distinta: está formada por los ayes de los que caen; por los gemidos de sus compañeras; por los llantos de sus hijos, por el ruido de cadenas, el chirriar de cerrojos y llaves y el crujido de algún hueso roto. Esta es vuestra música, mas no tañéis vosotros los instrumentos, sino los verdugos: mejor dicho, vosotros convertidos en verdugos; pues los burgueses únicamente ordenan, mientras vosotros ejecutáis.

Esta es la verdad; amarga es, pero es así. Las leyes mandan matar, encarcelar, custodiar, deportar…, pero ningún burgués mata, encarcela, custodia, ni deporta; sois los obreros los que todo eso hacéis contra los obreros.

¿Puede esto continuar? No.

¿Debéis, pues, rebelaros contra las leyes? Tampoco; sería empeorar vuestra situación. Las leyes son las ramas del árbol burgués. Si a un árbol le cortáis las ramas, deja un año de dar sombra, pero sus brazos crecen luego con más vigor. Rebelaros contra las leyes y nada conseguiréis, pues las leyes más vigorosas, que en este caso serían rigurosas, vendrían a castrar vuestra rebeldía.

La rebelión ha de existir, sí; pero contra los burgueses, contra los capitalistas, que son los que escriben leyes. Eliminando el reptil, se acaba con el veneno. Y esa rebelión ha de ser constante, diaria, intensa, y el mejor armamento es la asociación. Cada nuevo socio es un nuevo soldado en el ejército sindicalista. Cada nueva asociación es una nueva trinchera defensora de nuestros derechos. Cada nueva federación, un nuevo baluarte donde se forman luchadores. Cada nueva  confederación un castillo inexpugnable en donde inútilmente chocarán las fuerzas burguesas.

Haced, pues, Sociedades, federaciones y confederaciones y esperad la lucha: en ella habrá caídos, pero no os paréis a recogerlos, seguid adelante, compañeros habrá quien los socorran, y al final de la batalla no faltará quien de ellos se  encargue, y con vuestra victoria recibirán ellos el premio de su sacrificio.

Tened en cuenta que hemos de prepararnos, no para una lucha de intereses. El siglo xx es el predestinado a abolir la esclavitud moderna. Saludémosle, pues, con alegría y admiremos sus primeros albores, cuya luz han irradiado los obreros ingleses y los infatigables luchadores mejicanos.

Compañeras, compañeros, pueblo: enviad conmigo un cariñoso recuerdo a los proletarios de aquellas tierras.

Joaquín BUESO. Cárcel Celular de Barcelona, 5 septiembre, 1911

[2] Citado en Socialismo y anarquismo en Cataluña (1899-1911). Los orígenes de la CNT, Xabier Quadrat, Ediciones de la Revista del Trabajo, 1976.