El siguiente artículo fue escrito por Martin Glaberman, bajo el pseudónimo de Martin Harvey. Se publicó por primera vez en el nº 6 del Boletín interno de la tendencia Johnson-Forest, 21 de agosto de 1947.
En las discusiones que hemos sostenido y en algunos de los artículos que han aparecido y aparecerán en este Boletín, hemos empezado a concretar uno de nuestros conceptos políticos más básicos, que ha ido apareciendo de manera generalizada en nuestros documentos y resoluciones políticas. Nuestra política se basa, en buena medida, en la concepción de Trotsky[1] sobre la vocación instintiva al socialismo por parte de los trabajadores. Esta disposición teórica no es para nosotros una frase vacía que dedicar a los manifestantes los días de fiesta o en los discursos del 1º de Mayo, sino que, como toda teoría, se trata de una guía para la acción. El análisis teórico y la correcta comprensión del proletariado debe constituir el núcleo de nuestra teoría y nuestra práctica como revolucionarios. ¿Cómo podría ser de otra manera si el propio movimiento se basa, ante todo, en la conquista del poder por parte de la clase obrera?
Por tanto, teníamos que empezar por aprender a escudriñar en la rutina de los trabajadores en las fábricas y centros de trabajo la expresión de su instintivo empeño hacia su liberación y la de toda la humanidad. Aprendimos a analizar el pensamiento, el discurso y los actos de los trabajadores, no tanto en sus formas superficiales sino en su contenido fundamental, es decir, dialéctico. En este estudio y en su preparación, nuestros camaradas obreros han contribuido enormemente con su experiencia personal y conocimiento directo de la vida del proletariado.
El saber específico que estamos adquiriendo sirve para confirmar y profundizar nuestra comprensión teorética del proletariado como clase y en relación a las otras clases. Sin embargo, la plena comprensión marxista requiere que ampliemos nuestro análisis. Asumiendo la naturaleza de la clase obrera como un todo, podremos apreciar las contradicciones y conflictos dentro de la clase, esas corriente conflictivas que también juegan su papel en la lucha de clases.
El proletariado está fundamentalmente unido por unas condiciones de vida comunes, por aspiraciones comunes. Pero considerar a la clase obrera como un todo homogéneo es enfocarla de manera estática y abstracta. Al hablar de la propia clase obrera, Lenin raramente dejaba de describir los diferentes estratos en los que se divide la clase obrera, sus respectivas diferencias y su a menudo contradictoria relación con la lucha de clases. Probablemente, el más sobresaliente análisis dialéctico del proletariado aparece en Historia de la Revolución Rusa, de Trotsky. El libro merece un estudio cuidadoso aunque sólo sea desde este punto de vista.
Para comprender a la clase obrera como un todo es fundamental tener en cuenta su relación con la producción. Todo análisis posterior debe partir desde este punto, que se encuentra en el epicentro de las contradicciones que operan en el seno del proletariado.
La relación de los trabajadores con la producción, su rol en el proceso productivo, no es uniforme ni idéntico. Una de las diferencias más fáciles de reconocer estriba en la cualificación necesaria para desempeñar cada labor. El fabricante de herramientas (tool and die maker) mantiene una relación distinta con el proceso productivo de la que podría tener el trabajador en la línea de montaje. Su trabajo requiere de un entrenamiento especial y de una serie de habilidades. Estos técnicos son unos de los pocos trabajadores que pueden sentir cierta satisfacción del trabajo que desempeña. En su labor, tienen un mayor grado de libertad en tanto que ejercen un cierto grado de control sobre las máquinas, no como el ensamblador u cualquier otro operario, completamente dominado por la máquina o la cadena de montaje. Incluso puede llegar a poseer algunas caras herramientas. Y además mantiene una relación tal con otras fases de la producción que puede desarrollar gran consciencia de su fuerza.
El trabajo no cualificado o semi-cualificado, en las modernas fábricas, es imposible sin el cualificado, sin el fabricante de las máquinas, sin los tool and die makers o los operarios de mantenimiento. Su entrenamiento y sus habilidades particulares también les granjean mayores salarios y les hacen menos vulnerables al desempleo.
Todo ello tiene consecuencias sociales y políticas. Para empezar, los trabajadores más cualificados fueron los primeros en lograr una potente y estable organización sindical, lo que les permitió erigirse económica y socialmente por encima del resto de sus compañeros trabajadores. Pero el desarrollo fue contradictorio. Del mismo modo que eran los pioneros en la lucha militante por sus sindicatos, su estatus social superior y sus especiales condiciones de trabajo hicieron aflorar entre ellos una fuerte tedencia al conservadurismo, convirtiéndose así en la columna vertebral del sindicalismo corporativista, por la que no sólo defendían su posición especial frente a los capitalistas, sino también frente al resto de la clase obrera.
Los salarios más altos y las diversas posesiones que les granjean (casa, coche, etc.), eventual puerta de entrada a las filas de la pequeña burguesía, les hacen especialmente porosos a la ideología burguesa en general y a las políticas burguesas en particular. Como Lenin señaló tiempo atrás, estos estratos superiores de la clase obrera son corrompidos por el capitalismo (y el colonialismo) y configuran la base social del reformismo, en en caso de los Estados Unidos, del New Dealism[2] y de la alianza entre los sindicatos locales y la maquinaria política municipal. Sus características se pueden resumir en el papel contradictorio que juegan los trabajadores cualificados de los sindicatos del automóvil. En muchos locales de la United Automobile Workers (UAW), hay un fuerte núcleo de líderes sindicalistas procedentes de los departamentos que requieren mayor cualificación. Son quienes tienen más experiencia y habilidad, incansables en sus esfuerzos por conservar el sindicato y plenamente educados en los principios del sindicalismo. Pero su comprensión no va más allá del sindicalismo formal. Cuando se requiere una lucha militante que rompa el plácido devenir de la actividad sindical, se convierten en una fuerza retrógada y conservadora que actúa como freno entre los trabajadores de base.
El tamaño de la planta en la que se reúnen los trabajadores juega un rol importante en la formación del pensamiento y las acciones que estos desarrollan. Compárese, por ejemplo, la enorme planta de Ford Rouge en Detroit, que emplea 60 mil trabajadores (cifra que ascendió hasta los 90 mil durante la producción bélica), con la planta manufacturera de un empresario independiente que produce piezas de coches y que emplea, digamos, a 2 mil trabajadores. Los marxistas siempre hemos sabido que los trabajadores se organizan a través del propio proceso productivo. Pero los efectos de este proceso sobre la conciencia de los trabajadores son más directos e inmediatos en el caso de la planta de Ford Rouge.
Tras las compuertas se encuentran las líneas de ensamblaje y producción, talleres mecánicos, una planta de neumáticos, una acería, una fábrica de cristal y muchas cosas más. El trabajador comprende lo compleja que es la moderna producción, y ve cómo está directamente integrada, su carácter social. Tiene una relación directa con otros trabajadores de ocupaciones muy diversas; como también comprende con sólo echar un vistazo que él tiene un tremendo poder sobre el conjunto del proceso productivo. Una huelga en la planta Rouge tiene ramificaciones amplias y bien visibles. A las pocas horas, otras compañías en Detroit comienzan a detenerse, pues se dedican a producir piezas que ya no pueden emplearse. Todo el imperio internacional de Ford puede verse afectado.
Y esto también ocurre fuera de la fábrica: en la enorme manifestación en Detroit contra la Taft-Hartley Bill, la presencia de los trabajadores de la Ford supuso una diferencia cualitativa. Gracias a la fuerza de su número pudieron recorrer la ciudad de Dearborn. Una manifestación de los trabajadores de Ford tiene repercusión nacional. Tienen poder en la fábrica y fuera de ella.
Comparado con ellos, 2.000 trabajadores no son nada. Ni ven ni pueden ver de forma tan concreta cómo cualquier acción que emprendan puede tener una repercusión substancial más allá de las estrechas cuestiones del taller y el sindicato. La tendencia siempre es esperar la llamada de las grandes fábricas, pues es allí donde reside la fuerza.
Todo ello se refleja en el trabajador de la Ford. La planta Rouge acoge a los más avanzados militantes de Detroit y, por extensión, del país. Las cuestiones políticas tienen un papel mucho más importante en la vida del sindicato de la Ford que en otros sitios. Y en parte la propia historia de la planta Ford Rouge refleja todo esto, particularmente en la influencia que los estalinistas han logrado conservar desde que la plantilla se organizó.
Hay muchas más causas que alimentan las diferencias que existen dentro de la clase obrera, algunas de las más importantes son la cuestión de los negros y las minorías nacionales. Pero aquí nos limitaremos a considerar una: la relación de los trabajadores de las diferentes industrias con la lucha de clases.
Es un lugar común distinguir entre la industria ligera y la pesada, entre la producción de bienes de consumo y bienes de equipo. Pero sucede a menudo que los trabajadores no aprecian las consecuencias que tienen estas diferencias entre los distintos sectores. ¿Qué diferencias existen entre los dos tipos de industria? (Realmente, para un análisis serio, deberían considerarse las gradaciones existentes entre la industria pesada y la ligera). La industria pesada se caracteriza por sus grandes factorías, una mayor centralización y unas enormes corporaciones, así como una mayor proporción de capital constante en relación al variable, frente a los pequeños talleres y el menor empleo de maquinaria pesada que caracterizan a la industria ligera. Además, la industria pesada tiene una influencia decisiva en la economía en su conjunto, lo que no es extensible a la industria ligera. Todo ello tiene consecuencias distintas, entre los mineros y los metalúrgicos, por un lado, y entre los trabajadores del textil y jornaleros agrícolas, por otro.
Ya hemos visto el efecto de las grandes fábricas, las enormes corporaciones y su extremo grado de centralización. Los trabajadores de la industria pesada tienden a estar organizados en enormes concentraciones, a menudo centralizados en una o dos ciudades. En la industria ligera, los trabajadores están dispersos y privados del sentimiento de fuerza que caracteriza a aquellos. La masa de capital constante a la que los trabajadores de la industrias básicas se enfrentan, su dominación directa por la máquina, les hace más fácil percibir el carácter generalizado e impersonal de su explotación, por lo que su rabia y enfado se vuelven inmediatamente contra el «sistema». En la industria ligera, la explotación es más personal, y es más fácil hacer responsables al capitalista o a sus agentes, en lugar de al capital mismo. Existe una cierta tendencia a pensar que las cosas están mejor en otras empresas o en otras ciudades. Cualquier ferroviario, minero o metalúrgico sabe que, si su industria se cierra, la economía en su conjunto quiebra; conocimiento que está ausente en la industria no básica.
Estas diferencias han influido en la historia de la clase obrera. Los trabajadores de la industria ligera se organizan sólo parcialmente, son más conservadores políticamente pese a tener un estándar de vida muy inferior. Los trabajadores de la industria pesada son más «progresistas».
Pero la cuestión no acaba aquí. Esta situación no permanece estática, sino que se desarrolla dialécticamente. Los trabajadores avanzados que han demostrado su capacidad para poner en marcha organizaciones permanentes, que han luchado por mejorar sus condiciones, están también sujetos a una contratendencia, que es el resultado de su mayor progresismo. Las mismas organizaciones que han erigido en la lucha actúan como un freno parcial para el desarrollo posterior del movimiento. Ellos valoran sus sindicatos y tradiciones, por lo que evitan romper con ellos cuando se llega a un estadio superior en la lucha de clases. Así, desarrollan cierto conservadurismo organizativo – esto es comprensible en tanto que pretenden preservar lo que con tanto esfuerzo han creado, pero al fin y al cabo es una actitud conservadora–. Algunos estratos de la clase alcanzan un género de vida pequeño burgués y entran en la putrefacta atmósfera de la aristocracia del trabajo. Por supuesto, la crisis permanente del capitalismo decadente minimiza la importancia de estas diferencias, pero éstas existen no obstante, y deben ser comprendidas a tal efecto.
Por su parte, los trabajadores más atrasados, oprimidos por su mayor grado de explotación, con su analfabetismo y unos estándares de vida que pueden llegar a situarse por debajo de la mera subsistencia, no se ven afectados por este influjo que ejerce el completo desarrollo de la colaboración de clases y el rechazo a su destino como clase. No cuentan con la válvula de escape que brinda el sindicalismo tradicional, por lo que terminan estallando con la mayor furia en tiempos de crisis. Entonces, los estratos que habían permanecido atrasados durante muchos años pueden adelantar a las más avanzadas secciones de la clase obrera, y todo lo que les falta en estabilidad y tenacidad lo compensan con su fuerza explosiva y su sorprendente capacidad.
Y esto podemos verlo a nuestro alrededor. Los blancos pobres del sur que llegaron en masa a las factorías del norte durante la guerra demostraron estas contradicciones. No tenían tradición sindical, rara vez asistían a mítines sindicales y a menudo se expresaban contra los sindicatos y sus líderes. Pero no obstante jugaron un papel destacado en las huelgas salvajes[3], y mostraron una particular resolución en la acción directa contra la gerencia y un total desafecto hacia los compromisos de no hacer huelga y la disciplina impuesta por la burocracia sindical. Otro síntoma es la mayor violencia que despliegan los estratos más atrasados de la clase obrera al entrar en la lucha de clases, como ocurrió sobre todo en la oleada de huelgas de post-guerra. Las grandes huelgas de masas de la Congress of Industrial Organizations (CIO) demonstraron una perfecta organización y un grado de conciencia extremedamente alto. Tan sólidos se mostraron los trabajadores de esas industrias que prácticamente no se requirió la defensa de los piquetes, excepto en casos puntuales. Al comparar esto con la lucha militante de los trabajadores telefónicos, cuyas reclamaciones eran menores, o con los capataces y sus violentos progresos en la Ford, se percibe con claridad todo el potencial de estos estratos que han llegado tarde a la escena de la lucha de clases.
Entender los diferentes estratos en los que se divide la clase obrera y su movimiento es esencial para guiar la estrategia y la actividad diaria del partido revolucionario. Los camaradas deberían ser capaces de percibir el más ligero cambio en las corrientes o la actitud la clase obrera. Gracias a esta comprensión podemos acercar el programa revolucionario a los trabajadores.
El terreno de trabajo decisivo para los revolucionarios de los Estados Unidos en la actualidad es el movimiento obrero organizado. Ésta es, por tanto, la fracción de la clase obrera que debemos estudiar con el mayor de los cuidados. Hay una parte de la clase obrera organizada que goza de un estatus especial. Surgida al margen de la clase obrera, basada en la clase pero situada al margen y por encima de ella, está la burocracia obrera.
La burocracia sindical tiene sus orígenes en las luchas del proletariado por mejorar sus condiciones de vida y por conquistar cierta posición en la sociedad. Desde el comienzo de la organización de la clase obrera para la lucha, ha habido líderes dispuestos a guiar, dirigir y organizar el combate. Algunos de ellos no procedían de la clase obrera, a otros les guiaba el puro oportunismo; pero las bases les ponían en ese sitio porque, de un modo u otro, representaban el empeño de los trabajadores. Estos líderes fueron capaces de formular de manera más clara o de realizar de manera más efectiva lo que los trabajadores querían formular o realizar. Pero no representaban meramente las aspiraciones progresistas de los trabajadores, sino también su conservadurismo, la ideología burguesa que dominaba el pensamiento formal del proletariado. Y esto también lo expresaban los susodichos líderes con mayor claridad y conciencia.
En los nuevos sindicatos que se han adherido al CIO aún se pueden distinguir los orígenes de las capas superiores burocráticas. Los trabajadores de Dodge todavía recuerdan cuando Frankensteen trabajaba junto a ellos en la planta principal de Dodge y mantenían reuniones secretas para organizar el sindicato. Y a R.J. Thomas[4] todavía le recuerdan los trabajadores de Chrysler.
Pero las capas superiores de la burocracia están completamente divorciadas de sus orígenes como trabajadores de base, y juegan un papel esencial que se deriva de esa posición que ocupan.Sus condiciones de vida no son las de los trabajadores. Sus enormes salarios y cuentas corrientes, sus casas y sus vacaciones, el ambiente social de los capitalistas y gobernantes, en el que se sienten como en casa, todo ello les aparta de los problemas y las presiones que sufren los trabajadores, de sus pensamientos y puntos de vista. La influencia que los obreros ejercen en esta gente se lleva a cabo de manera indirecta y distorsionada, y se deriva solo del hecho de que su situación, los salarios, etc., les llevan a afiliarse a los sindicatos.
Mucho más importante que sus condiciones personales de vida, no obstante, es el papel que les otorga la naturaleza del movimiento sindical en el sistema capitalista. Los sindicatos surgieron como instrumentos de lucha de la clase obrera bajo el capitalismo.
Su función es la de representar a los trabajadores en su conflicto diario con los capitalistas en la fábrica. Pero los sindicatos se ven limitados en dos sentidos: primero, su carácter abierto e inclusivo. Los trabajadores más atrasados de una fábrica deben ser miembros del sindicato si éste quiere ser eficaz. El resultado es que el movimiento sindical está ligado a un programa mínimo con el que todos los trabajadores, o la mayoría, están de acuerdo. En segundo lugar, los sindicatos se ven limitados por el hecho de que el funcionamiento “normal” de la sociedad capitalista requiere una relativa paz social y cierto grado de entendimiento con los capitalistas, habitualmente recogido a través de los convenios.
De este modo, aunque el elemento esencial del sindicalismo es su carácter de órgano de lucha, por otra parte (incluso como consecuencia de ello) los sindicatos son también órganos de paz social. Al igual que el Estado existe para controlar y confinar la lucha de clases en la sociedad, como un todo que de otra forma se desgarraría, los sindicatos controlan y limitan la lucha obrera a la fábrica y hacen posible que se den periodos más o menos largos de paz entre las clases.
Los convenios colectivos firmados por los sindicatos reflejan estos elementos contradictorios. Por un lado, expresan lo logrado por los trabajadores y obligan a las compañías a cumplirlo. Por otro lado, estabilizan la relación obrero-capitalista por un año (o dos) y limitan la actividad de los trabajadores militantes que tratan de aprovechar cualquier oportunidad para conseguir mejoras.
Esta contradicción no puede existir indefinidamente en el movimiento obrero. Con la creciente fuerza con la que el capitalismo se derrumba y hace más y más difícil lograr las menores conquistas, estas contradicciones desgarran el movimiento obrero y sólo pueden llevar al estallido revolucionario, que echa por la borda el elemento de paz social y a sus agentes en el movimiento obrero. Hoy asistimos a una polarización progresiva de la lucha obrera, en la cual las fuerzas de la revuelta, el odio y el resentimiento de los trabajadores se acumulan en un polo; mientras todo el peso que la sociedad burguesa puede reunir para reforzar la paz social se acumula en el otro polo. En esta situación, la burocracia sindical, guiada por la necesidad de conservar la forma tradicional de los sindicatos, se pasa por completo al bando de la paz social y abandona su papel original como representante de los trabajadores en sus luchas contra los capitalistas. Es la necesidad que tiene el capitalismo de limitar la lucha de clases, así como la naturaleza y rol de los sindicatos, lo que convierte a los burócratas obreros en agentes del capital dentro del movimiento proletario (lugartenientes obreros de la clase capitalista), una posición, hay que decirlo, que ellos ocupan de manera voluntaria, sin aparentes remordimientos y a cambio de una miseria, dado lo importantes que son en la sociedad capitalista.
Los cuadros sindicales no son, desde luego, un completo pantano. Van desde la cumbre, donde existe un contacto regular con la burguesía y el gobierno, hasta los rangos más bajos, los delegados y enlaces sindicales en las fábricas, que representan directamente a la plantilla contra el capataz y la gerencia de la empresa. Conforme se desciende por la escala jerárquica, el contacto con las bases se refuerza y los delegados se muestran más receptivos ante el estado de ánimo y los deseos de los trabajadores. Sin embargo, incluso en los más bajos niveles de la escala sindical podemos hallar estos elementos contradictorios, aunque su peso es mayor entre esos líderes de la lucha de clases.
Los delegados y enlaces sindicales provienen directamente de las bases. Comparten el mismo salario y su misma existencia. Su respuesta ante los fallos de la lucha militante siempre es inmediata y potente, así como su representación. En los niveles más bajos de los cuadros sindicales se hallan algunos de los más sacrificados trabajadores, obreros capaces que han logrado convertirse en verdaderos líderes para el resto, con una enorme conciencia y comprensión. Estos son los trabajadores que, al convertirse en revolucionarios, proveen a la clase de sus líderes más conscientes en los centros de trabajo, por lo que son un nicho importante para el reclutamiento y construcción del partido.
Es por ello que los camaradas deben comprender las contradicciones que existen también aquí. Los delegados sindicales son quienes firman el convenio colectivo, y aunque un buen delegado lucha por conquistar todo lo que se pueda para quienes representa, se ve atado al convenio y está obligado a apoyarlo. Acepta el convenio como régimen normalizado en la factoría, llegando a situarse a menudo en una posición en la que se ve obligado a hacer que los trabajadores lo cumplan, o al menos a informarles de que con ese convenio no pueden quejarse ni tienen nada que reclamar. El objetivo de los capitalistas y de los jerarcas sindicales, así como el de los convenios, es separar a los delegados de sus bases. Cada vez hay menos delegados en las empresas, y cada vez son más los liberados sindicales. Donde un delegado representaba a 50 o 100 hombres, junto a los cuales trabajaba, ahora uno solo representa a 500 sin tener que trabajar, como en la Ford. Los representantes de las compañías intentan constantemente engatusar a los delegados con todo tipo de favores (trabajos más fáciles, mayor salario, dejar de trabajar, etc.), pretendiendo que se coloquen del lado de la compañía. La labor del delegado cada vez es más técnica (estudio, etc.), y muchos militantes tienen miedo de ocupar el cargo, dada su complejidad. El resultado es que muchos delegados sindicales se han separado de las bases hasta cierto punto y tratan de conservar su situación y la protección y beneficios que ésta les brinda. Los niveles jerárquicos más bajos también desarrollan una legítima lealtad a su sindicato. Son los propagandistas conscientes de la organización. Pero siendo esto algo necesario para levantar y conservar una organización, en tiempos de crisis esta lealtad puede hacer que estos buenos sindicalistas vacilen a la hora de tomar una senda de lucha distinta.
Entre los niveles más bajos y los más altos de los líderes sindicales hay muchas gradaciones. Comprender el liderazgo sindical en conjunto, y sus diferentes estratos, es algo necesario para poder luchar eficazmente contra la burocracia obrera y construir el partido revolucionario en las empresas.
[1] Lev Davídovich Bronstein, conocido como León Trotsky (1879-1940), fue uno de los más destacados líderes de la Revolución rusa y el Partido Bolchevique hasta la época del retroceso revolucionario, el aislamiento ruso y la conquista de la cúspide del Partido Comunista ruso por parte de la burocracia más ligada al ascenso de nuevas clases pequeño-burguesas en la Rusia de la NEP. En 1905 y 1917, se destacó al frente del Sóviet obrero de Petrogrado y en las filas del Partido Bolchevique, como firme defensor de las Tesis de Abril y de la necesidad de la conquista del poder por parte de los trabajadores organizados en sus consejos obreros. Durante la Guerra Civil y la contraofensiva internacional, fundó y comandó el Ejército Rojo, no sin que tal desempeño estuviera exento de polémica (reinstauración de la disciplina militar zarista, reintroducción de los castigos, supresión de la elección y control de los oficiales por parte de los obreros-soldado). En estos años de dificultades para una economía devastada, Trotsky propuso la militarización del trabajo, ejercida a través de los sindicatos. Se opuso a la creación de fracciones internas dentro del Partido Comunista ruso en su Xº Congreso, empujando así a la clandestinidad a los grupos de izquierda del Partido, que se opusieron en su momento con firmeza a la firma del armisticio con Alemania y abogaban por la estrategia de la «guerra civil revolucionaria». Paradójicamente, el mismo Trtosky terminó comandando una fracción interna junto con Zinoviev, otro líder histórico bolchevique que se opuso a la toma del poder. Desterrado por Stalin a Siberia y luego expulsado de Rusia, termina sus días en México, donde fue asesinado por el stalinista español Ramón Mercader.
[2] El New Deal fue un paquete de medidas puestas en marcha por el presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosvelt, para tratar de capear la crisis económica desatada tras el Crack del 29 y la subsiguiente Gran Depresión. Entre 1933 y 1938, el New Deal desplegó una política económica estatal ampliamente intervencionista basada en el sostenimiento de la producción militar, el militarismo imperialista y el endeudamiento estatal, por la que el Estado capitalista se convertía en el gran inversor de la economía estadounidense. Autores marxistas como Paul Mattick llegaron a calificar esta apuesta (que no era única de Roosvelt, sino que se estaba dando con mayor o menor intensidad en todos los países afectados por la crisis económica) como «keynesianismo para tiempos de paz», siendo el caldo de cultivo propicio para una nueva carnicería mundial.
[3] Wild-cat strike es el término inglés por el que se designa habitualmente a las huelgas salvajes, esto es, a las huelgas organizadas por los trabajadores mismos sin contar con el apoyo o la cobertura legal y técnica de un sindicato. Los años sesenta fueron un caladero de esto tipo de huelgas, tanto en los países económicamente atrasados como en Europa y Estados Unidos. El descrédito de los grandes sindicatos y a sus enlaces en las empresas, completamente integrados en los engranajes del Estado y por la política de negociación y colaboración con la patronal, extendieron esta oleada de huelgas salvajes por todo el globo, integrando tanto a los trabajadores de los sectores clásicos en crisis (minería, metalurgia, etc.) con otros más bollantes y con capacidad de acumulación (automóvil, refinería y petroquímica, textil, etc.). Los Grupos Obreros Autónomos, cuadro de militantes obreros de la Barcelona de principios de los setenta, editaron un escueto texto sobre estas luchas.
[4] Entre 1938 y 1946 R.J. Thomas fue el presidente de una de las confederaciones más poderosas del CIO y del sindicalismo estadounidense de la época, la United Automobile, Aircraft and Agricultural Implement Workers of America (UAW-CIO).