¿Qué es la clase obrera?

Reproducimos a continuación la traducción al castellano del primer capítulo del libro de Martin Glaberman y Seymour Faber Working for Wages: The Roots of Insurgency, publicado en la revista Echanges nº 102, otoño de 2002.

El interés por la clase obrera es casi tan viejo como la propia clase obrera. Este interés, no obstante, no siempre ha sido uniforme ni consistente. Los escritos más viejos sobre el tema son los de los economistas clásicos, que consideraban a los trabajadores como una categoría económica. Poco después llegó Karl Marx, que fue y sigue siendo la figura magistral del estudio de la clase obrera bajo el capitalismo. Volveremos a menudo a las posturas de Marx a lo largo de este estudio. Por ahora basta con decir que Marx consideraba a la clase obrera como un todo. No estaba fragmentada por categorías económicas, políticas o sociológicas. Los trabajadores son seres humanos y no pueden resumirse en la ley del valor, en un nivel de consicencia, en una organización política o un sindicato.

Marx y los economistas clásicos comparten una característica esencial: escriben en unos términos que se corresponden con un análisis global del sistema económico, un sistema púramente económico para los economistas clásicos, un sistema social para Marx. Otros también se han dedicado a describir a grandes rasgos a la clase obrera, pero limitando su campo de investigación y concibiendo el capitalismo a su propia manera.

Las actitudes hacia la clase obrera han ido cambiando en cada época. Las causas de estos cambios suelen ser a su vez cambios en la propia actividad de la clase obrera. En la última parte del siglo XIX, con la masiva industrialización y los altos niveles de luchas obreras y militantismo, así como con el crecimiento de todo tipo de organizaciones obreras, el interés por la clase obrera se intensificó. Al principio se plasmó en obras sobre la historia del trabajo, abordadas normalmente de forma institucional[1]. Luego empezaron a preocuparse de la productividad del trabajo. La necesidad de controlar mejor a la clase obrera durante el proceso de trabajo condujo a una teoría abiertamente orientada a la gestión, como la de Frederick Taylor. Pero esto derivó también en estudios más sofisticados, abiertamente orientados a la sociología y la psicología industrial. Elton Majo fue el pionero en este campo de investigación, y estudios como el de Hawthorne en la fábrica Western Electric de la Bell Telephone System, en los años 20 y principios de los 30, siguen siendo válidos para entender la naturaleza de la alienación de la clase obrera[2].

En aquel momento, la estabilización relativa del movimiento sindical con la American Federation of Labor (AFL) y sus sindicatos de trabajadores cualificados, impulsaron el desarrollo de una escuela de historiadores del trabajo pro-sindicales, en torno a John R. Commons y sus compañeros[3]. La visión compartida en este periodo dio lugar a la teoría del movimiento obrero de Selig Perlman[4]. Según Perlman, las preocupaciones y la conciencia de la clase obrera norteamericana se limitan esencialmente a los objetivos económicos estrechamente ligados a los salarios, a las condiciones de trabajo y a la seguridad en el empleo. Esta teoría justificaba la filosofía de la AFL y hacía que los trabajadores norteamericanos no consideraran el socialismo como una alternativa válida.

Tras las batallas de los trabajadores más militantes en los años 30 y la formación de grandes sindicatos obreros, los historiadores del trabajo empezaron a transformar las teorías de Perlman. Pero los cambios más importantes en la teoría de la clase obrera surgieron tras la segunda guerra mundial. La guerra fría, el declive de la militancia del movimiento obrero, la erosión de la influencia y el poder de los sindicatos así como su incapacidad para hacer frente a una política cada vez más anti-sindical, en los años 50 y sobre todo en los 60, desembocaron en nuevos estudios. Los historiadores del trabajo fueron más allá de las preocupaciones institucionales relativas a la historia de los sindicatos para ocuparse de cuestiones como la cultura obrera, los cambios en la naturaleza de la clase obrera y en las formas de lucha obrera. La vanguardia de este movimiento hacia una nueva historia del trabajo incluía a David Brody, Herbert Gutman y David Mongomery. Las dimensiones y la etnia racial se introdujeron en el panorama de la clase obrera norteamericana, y finalmente, el papel de las mujeres en la clase obrera empezó a tratarse de manera más realista[5].

Pero esta nueva historia del trabajo se detuvo antes de empezar a ocuparse de la clase obrera contemporánea. Los historiadores descubrieron un radicalismo y un militantismo de base entre los trabajadores norteamericanos o en los sectores de la clase obrera norteamericana que ellos estudiaban; pero ese radicalismo no existe hoy entre los trabajadores, por lo que normalmente se deduce que el radicalismo era una tradición hoy abandonada por la clase obrera norteamericana.

Esta perspectiva se profundizó con trabajos sociológicos, también desde la izquierda. La fragmentación de los análisis en compartimentos aparentemente rígidos: económicos, políticos, procesos de trabajo, organizaciones obreras, conciencia de clase, etc., hacía más fácil la tarea de insistir en estos supuestos límites de los trabajadores norteamericanos. Ciertamente hay límites, pero no hay que confundir los de los trabajadores con los de los universitarios que estudian la clase obrera.

Las nuevas fases de las relaciones capital-trabajo y las nuevas crisis en las relaciones laborales suelen provocar un retorno a Marx. En un periodo en el que se producían cada vez más huelgas salvajes, sabotajes y un descenso de la productividad, Time señalaba en 1970 que “la industria de los países occidentales ha barrido hace tiempo esas predicciones de Marx que anunciaban que los trabajadores serían cada vez más pobres en un Estado capitalista. Pero aún está por ver si también se equivocó en esa predicción, bastante menos citada, de que los trabajadores cada vez estarían más enajenados respecto a su trabajo.”[6] El análisis de Marx no puede entenderse si se formula en base a previsiones o proyecciones. Es demasiado complejo para reproducirlo en un breve ensayo, aunque hay que entender algunos de sus aspectos.

En su ley general de acumulación capitalista, que es el punto central del primer volumen de El Capital, Marx escribe: “De donde se sigue que, a medida que se acumula capital, tiene que empeorar necesariamente la situación del obrero, cualquiera que sea su retribución, ya sea alta o baja, Finalmente, la ley que mantiene siempre la superpoblación relativa o ejercito industrial de reserva en equilibrio con el volumen y la intensidad de la acumulación mantiene al obrero encadenado al capital con grilletes más firmes que las cuñas de Vulcano con las que Prometeo fue clavado a la roca. Esta ley determina una acumulación de miseria equivalente a la acumulación de capital. Por eso, lo que en un polo es acumulación de riqueza, en el polo contrario, es decir, en la clase que crea su propio producto como capital, es acumulación de miseria, de tormentos de trabajo, de esclavitud, de despotismo y de ignorancia y degradación moral.”[7] Podemos ver que aquí Marx no habla de la pauperización absoluta de la clase obrera. No confía tampoco en el aumento de la conciencia, inteligencia y objetividad de los trabajadores. Al contrario, habla de “ignorancia, brutalidad, degradación mental” crecientes. ¿De dónde procede entonces esa capacidad de la clase obrera para transformar la sociedad, que es el elemento central de la teoría marxista? Las condiciones de vida y de trabajo del proletariado obligarán, pensaba Marx, a la clase obrera a conducirse de tal forma que terminará llevando a cabo finalmente esta transformación. “No se trata de saber lo que tal o cual proletario, o aun el proletariado entero, se propone momentáneamente como fin. Se trata de saber lo que el proletariado es y lo que debe históricamente hacer de acuerdo a su ser.”[8]

Entonces, ¿qué es lo que hará posible que la clase obrera cree una nueva sociedad? “Para producir masivamente esta conciencia comunista, así como para hacer triunfar su causa, se requiere una transformación que afecte a las masas seres humanos, la cual no puede operarse sino a través de un movimiento práctico, de una revolución. Por tanto, no sólo la revolución es necesaria porque no hay otro medio de derribar a la clase dominante, sino también porque sólo mediante una revolución la clase destructora logrará deshacerse de todo el viejo fárrago y adquirirá capacidad para dar a la sociedad unos nuevos fundamentos.”[9]

Esto, por supuesto, no es todo lo que Marx dejó escrito sobre la clase obrera. Pero estas citas nos permiten hacer algunas observaciones preliminares. La clase obrera lucha contra el capitalismo porque sus condiciones objetivas de vida le obligan a ello, y no por haber sido educado con cualquier conciencia “superior” por una fuerza externa, como un partido político.

Aparentemente, la lucha contra el capitalismo engloba todo tipo de formas y niveles de lucha, desde luchas individuales a luchas colectivas, desde luchas locales a luchas nacionales (o internacionales), tanto luchas económicas como políticas.  De hecho, sería bastante difícil imaginarse cómo podrían llegarse a producirse formas de lucha más generales y radicales, como las huelgas generales, las ocupaciones de fábrica y los consejos obreros, sin la preexistencia de unas formas de lucha más limitadas: sabotajes, huelgas locales, organización sindical y todo lo que esto conlleva. Parece que Time ha acertado. Es la alienación, característica fundamental de la vida y el trabajo en la sociedad capitalista, más que la pauperización en abstracto, la que aporta ese impulso de base a las luchas obreras. La persistente incapacidad del capitalismo para reducir de manera significativa la alienación en el proceso de trabajo es la que garantiza la continuidad y la resistencia de la lucha obrera. Con esto no estamos excluyendo, naturalmente, las luchas por los salarios y los servicios sociales[10].

Mientras Time hacía esta incursión en la obra de Marx, el job enrichment (la “motivación”) era el término de moda entre los sociólogos del trabajo. Luego la moda cambió, y lo importante pasó a ser la “calidad de vida en el trabajo”, de inspiración japonesa, al igual que las modas anteriores seguían el modelo escandinavo. En ambos casos el éxito fue temporal y limitado[11].

Si la alienación se limita a los trabajadores o se extiende a toda la sociedad capitalista, si es más intensa en los lugares de trabajo modernos y entre quienes trabajan allí, eso es lo que trataremos de ver esencialmente en este estudio.

“Alienación” es una palabra con muchos sentidos, algunos ligados a la locura (en francés aliéniste es el término de moda para referirse a los que tratan los problemas mentales). Pero fundamentalmente el sentido de la palabra tiene que ver con el control del ser humano por parte de una fuerza exterior o una fuerza dominante. Para el filósofo Erich Fromm el concepto de alienación se remontaba a la Biblia, que ordena no adorar a falsos ídolos.

Esto quiere decir que los seres humanos no deben dar a los objetos materiales (ídolos que ellos mismos han fabricado) el poder de controlarlos. Para Marx, la alienación está esencialmente ligada a la división del trabajo, aunque se agudiza en la sociedad capitalista.

En la sección “El trabajo enajenado” de los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, Marx presenta cuatro aspectos de la alienación[12].

El primero es la enajenación del ser humano respecto al producto de su trabajo. Este producto, al principio, es la herramienta creada por los humanos. En épocas primitivas, podía tratarse de una lanza, un anzuelo, o un arco y sus flechas. En sociedades posteriores, naturalmente, la enajenación nunca alcanzó la intensidad a la que se ha llegado en la sociedad industrial.

En la época moderna, la herramienta es la máquina. La herramienta siempre es la que determina cómo vive el trabajador, lo que la población es capaz de producir, lo que puede comer, lo que puede vestir, o dónde puede vivir. Hay que entender que para Marx, todo está inserto en contradicciones. La alienación no es simplemente un mal que se desarrolla, sino que lleva en sí misma ciertas contradicciones. Implica, como la división del trabajo, una productividad en aumento, mayor confort, aumento de la esperanza de vida, etc.

El segundo aspecto es la enajenación respecto al proceso de trabajo. El trabajador trabaja de la forma que impone la máquina. Su trabajo no es expresión de la actividad humana. El trabajo se convierte en un medio para alcanzar un objetivo. Se trabaja para vivir, pero no se vive trabajando. Por supuesto, algunos trabajos son más agradables que otros. Pero sea cual sea el trabajo desempeñado, la división del trabajo, al encargar sólo un determinado tipo de trabajo a una persona, es la fuente de una enajenación más profunda. Según una famosa fórmula de Marx: “el hombre (el trabajador) sólo se siente libre en sus funciones animales, en el comer, beber, engendrar, y todo lo más en aquello que toca a la habitación y al atavío, y en cambio en sus funciones humanas se siente como animal. Lo animal se convierte en lo humano y lo humano en lo animal.”[13]

Tercero, los seres humanos se alienan respecto a su propia especie, es decir, respecto a la humanidad. Los seres humanos son capaces de dar lugar al arte, la ciencia, la tecnología, etc. Pero para el trabajador, todo esto adquiere la forma de una máquina que controla su vida.

Y finalmente, de las tres anteriores formas de alienación se deriva una cuarta, la alienación del ser humano respecto al otro. Los medios de producción, los productos del trabajo, el proceso de producción, todas las cualidades que caracterizan a los seres humanos quedan incorporadas en la persona de otros seres humanos: el propietario, el manager, el científico, el ingeniero, etc.

Estos conceptos son bastante complejos como para explicarlos aquí en detalle, pero pensamos que es necesario entender una cosa. Marx no concebía la enajenación simplemente como un fenómeno psicológico. La alienación está ampliamente aceptada en la sociología y la psicología académica. Pero normalmente se presenta como un fenómeno psicológico, es decir, como si los trabajadores sintieran o pensaran que no tienen ningún control sobre su trabajo y su vida. La noción de enajenación de Marx va mucho más allá. Si los trabajadores piensan y sienten que no tienen ningún control es porque de hecho no lo tienen, y todos los programas corporativos que pretenden implicarles en la empresa y motivarles no llegan ni a acercarse al verdadero problema. Pueden incluso llegar a aumentar la enajenación, es decir, a hacer a los trabajadores aún más impotentes.

Antes de seguir, es necesario definir a la clase obrera. ¿Qué queremos decir con “definir”? Hay que entender que las definiciones y conceptos en las ciencias sociales no son absolutos, no son “cosas” verdaderas o falsas. Las definiciones son herramientas que nos ayudan a comprender y clarificar la realidad y las categorías con las cuales examinamos la naturaleza de la sociedad humana. Pueden ser más o menos útiles. Pueden clarificar y hacer más comprensible nuestro punto de vista acerca de los elementos de la sociedad que examinamos. Las definiciones no son universales, pues cambian a medida que la sociedad se transforma. En el peor de los casos, las definiciones, si no están claramente formuladas, pueden distorsionar nuestra visión de la realidad social y limitar nuestra comprensión del mundo.

Una definición clásica de la clase obrera nos la ofrece el historiador británico del trabajo E.P. Thompson: “Por clase entiendo un fenómeno histórico que unifica una serie de sucesos dispares y aparentemente desconectados en lo que se refiere tanto a la materia prima de la experiencia como a la conciencia. Y subrayo que se trata de un fenómeno histórico. No veo la clase como una “estructura”, ni siquiera como una “categoría”, sino como algo que tiene lugar de hecho (y se puede demostrar que ha ocurrido) en las relaciones humanas. Todavía más, la noción de clase entraña la noción de relación histórica. Como cualquier otra relación, es un proceso fluido que elude el análisis si intentamos detenerlo en seco en un determinado momento y analizar su estructura. Ni el entramado sociológico mejor engarzado puede darnos una muestra pura de la clase, del mismo modo que no puede dárnosla de la deferencia o del amor. La relación debe estar siempre encarnada en gente real y en un contexto real. […] No podemos tener amor sin amantes ni deferencia sin señores ni braceros. […] La experiencia de clase está ampliamente determinada por las relaciones de producción en que los hombres nacen o en las que entran de manera involuntaria. La conciencia de clase es la forma en que se expresan estas experiencias en términos culturales: encarnadas en tradiciones, sistemas de valores, ideas y formas institucionales.”[14]

Nos gustaría introducir una modificación en esta definición. Aunque la clase consiste en relaciones dinámicas que cambian constantemente y aunque no forma una “estructura” en el sentido sociológico, en un momento y en un lugar determinados, la clase adopta una forma y un carácter que pueden estudiarse y definirse. La naturaleza de la clase obrera y la naturaleza de la clase capitalista o empleadora cambian constantemente.

Desde las firmas familiares y de socios, el capitalismo ha evolucionado a una estructura de sociedades y monopolios, conglomerados y empresas estatales, de control y regulación de empresas industriales, comerciales y financieras. De la misma forma, la clase obrera en la sociedad norteamericana ha cambiado de dimensión y de composición. Partiendo del artesano, del profesional independiente y los trabajadores no cualificados que constituían una pequeña parte de la población, ahora la clase obrera empieza a englobar un gran número de obreros fabriles no cualificados o semi-cualificados y un número creciente de trabajadores de “cuello blanco”.

Hay que tener claro que en el centro de cualquier definición de la clase obrera, como el propio nombre indica, debe estar su relación con el trabajo. Los asalariados son el factor determinante. Sus hijos y cónyuges quedan dentro de la clase definida por el trabajo de aquel, hombre o mujer, que sostiene a la familia y por la relación del trabajador con un empleador y con los medios de producción. Excepto en algunos trabajos manuales, los trabajadores trabajan para otros, que son quienes controlan los medios de producción. Las fronteras entre la clase obrera y la clase media son siempre fluidas y a veces no están muy claras. Actividades que antes se desarrollaban de manera independiente ahora son asalariadas. Diversos profesionales como los contables, ingenieros, juristas, que solían ser autónomos, pasan a engrosar las filas de los asalariados y a trabajar para grandes firmas.

Otras actividades relativamente nuevas, como los trabajadores sociales, también suelen ser asalariados. ¿Acaso estas categorías de empleados asalariados forman parte de la nueva clase obrera? ¿O se trata de una nueva clase media en ascenso?

Nuestra respuesta no puede ser absoluta. En los casos extremos, la respuesta es sencilla. El modo de recibir el ingreso no es un criterio adecuado para definir a una clase. Los vice-presidentes y managers de las compañías no son trabajadores, aunque sean asalariados de la empresa y no empresarios independientes.

En el otro extremo, los trabajadores de cuello blanco que tienen poco o ningún control sobre sus condiciones de trabajo no se transforman en miembros de la clase media por el hecho de no cobrar puntualmente y no tener que fichar. Otras categorías de empleados pueden constituir casos especiales, como los profesores o los trabajadores sociales. Tienen un salario garantizado, gozan de un estatuto profesional especial y tienen un cierto poder de control sobre sus clientes, estudiantes o pobres. Sin embargo, ellos también sufren una importante enajenación. Los cuadros les presionan para que produzcan más y se suelen organizar en sindicatos, convocar huelgas militantes, etc.

Hay que señalar que los escritores de hace un siglo o siglo y medio  no se preocupaban mucho por definir a la clase. Y no es que fuesen poco científicos o exigentes. Lo que ocurre principalmente es que la existencia de las clases y su naturaleza general se consideraban algo evidente. Una de las consecuencias de 100 años de evolución de las ciencias sociales y especializaciones, sin olvidarnos de la propaganda gubernamental, ha sido la fragmentación y la disolución del concepto de clase, hasta quedar irreconocible. En los Estados Unidos no había clases, todo el mundo era clase media. Y en la URSS tampoco había, todos eran proletarios. Si aceptamos total o parcialmente estas ideas superficiales nuestra capacidad para comprender la sociedad en general y a los trabajadores en particular se verá deformada y restringida.

Las definiciones, por tanto, no son absolutas. Cambian al mismo tiempo que las categorías definidas. Los trabajadores pueden definirse respecto a la relación que soportan dentro de una actividad productiva cuando se examinan las preocupaciones ligadas con un empelo determinado. Por otra parte, esta definición puede modificarse y englobar también a los cónyuges y los hijos cuando el objeto de la investigación es la familia obrera, los cuidados maternales, educación, alojamiento, vecindario y todo lo demás. Uno de los límites de las ciencias sociales tradicionales es que necesitan que sus definiciones sean absolutas para poder hacer sus análisis estadísticos. Lo importante es que la definición empleada sea clara, no que sea eterna.

La composición de la clase obrera siempre está en movimiento, pues es el resultado de los cambios tecnológicos y demás.  Los cambios de los años recientes han sido lo bastante profundos como para que muchos escritores afirmen que se trata de una nueva fase del capitalismo. Algunos la llaman la “era post-industrial”, otros, “la sociedad de servicios”, que ha remplazado a la sociedad de productores de mercancías. Todos ellos ponen en cuestión la validez de la visión marxista tradicional acerca de la importancia crucial del proletariado industrial. Es necesario detenerse brevemente a explicar cómo estos cambios influyen en las posibilidades de militancia y revuelta.

Tradicionalmente la militancia y la organización sindical se asocian con las grandes unidades industriales. Allí se reúnen varios factores fáciles de distinguir, el grado de concentración obrera por un lado y por otro el significativo poder social y económico de estas concentraciones.

La fábrica Ford Range (60.000 obreros en su cenit) dominaba todo el imperio automovilístico de Ford. Dodge Main jugaba un papel similar en la Dodge Division del imperio Chrysler. Pero Dodge Main está hoy arrasada y el complejo de Ford Range no es más que un cascarón vacío. Los grandes conglomerados industriales han descentralizado sus actividades manufactureras. Pero los trabajadores no se han quedado impotentes o inactivos. Importantes fábricas, que a menudo requieren importantes inversiones de capital y que por tanto no pueden reconstruirse fácilmente, aún juegan el mismo papel que las viejas instalaciones centralizadas. La plantas de colisión, en la industria del automóvil, por ejemplo, que podían situarse en las pequeñas ciudades del medio oeste y que empleaban entre 6.000 y 8.000 trabajadores, aún son capaces de bloquear un tercio o más de la General Motors, la Chrysler o la Ford, como se ha demostrado.

Además, hay que ampliar la noción de los trabajadores de “cuello azul”. Y es que las estadísticas gubernamentales no son muy útiles. La producción eléctrica o de gas se clasifica como servicios. Los teleoperadores se clasifican como empleados. Sin embargo, los teleoperadores fueron una gran preocupación para la British Columbia Telephone Company en 1981 (ver capítulo IV). Los trabajadores del sector postal también están clasificados como empleados. Los del sector del transporte (ferroviarios, autobuses, camiones, líneas aéreas) cuentan como trabajadores del sector servicios, etc. El transporte y las comunicaciones siempre han sido elementos esenciales del proceso de producción, y eso es lo que da peso a los trabajadores dentro de la correlación de fuerza, y por tanto a su militancia[15].

Muchos otros sectores que se clasifican dentro del sector servicios contribuyen a la producción de mercancías: libros, periódicos, revistas, discos, casetes, disquetes, etc. Los ordenadores y sus complementos son mercancías producidas muchas veces en condiciones fuera de lo normal[16]: “Es evidente que la producción high-tech de Silicon-Valley, en sus inicios, se fabricó en parte sobre la base de unos salarios bajos para trabajos a veces peligrosos, localizados en el propio Valley (y en las zonas especiales para la exportación del sudeste de Asia). Luego, sin embargo, estas tareas se han ido dispersando en forma de trabajo a domicilio para las mujeres (que algunos observadores llaman nuevos sweatshops, talleres de trabajo esclavo) de Los Ángeles, o se han transferido a nuevas fábricas repartidas a lo largo de una región que se extiende desde la frontera mejicana, a través del sudeste de los Estados Unidos, hasta los estados de Oregón y Washington […]”.

La introducción de ordenadores en las fábricas no cambia fundamentalmente el carácter de los obreros que los utilizan. Significa que pueden parar o sabotear la cadena simplemente apretando un botón, intencionadamente o no. Pero no importa, pues “el dominio de la producción de mercancías en la economía industrial moderna simplemente no se cuestiona”[17].

La producción de mercancías, la circulación de mercancías y la comunicación necesaria para todo esto, sea el correo, el teléfono o el ordenador, son indispensables para la actividad económica y la vida física y social.

El proceso que implica todo esto no es ni simple ni automático. Un taller o una oficina con 50 o 100 trabajadores por regla general no suele ser un centro de radicalidad. Lo cual no significa que pequeñas fábricas no puedan desencadenar importantes explosiones sociales. Y todos estos acontecimientos y relaciones cambian con el paso del tiempo. La primera consecuencia de un cambio tecnológico masivo suele ser una recesión de la lucha obrera (al margen de la instructiva resistencia contra los efectos inmediatos más perversos). Se requiere tiempo para que los trabajadores asimilen la nueva situación y se arreglen a ella. Muy a menudo, si los despidos son consecuencia de cambios tecnológicos, esto significa que los trabajadores más jóvenes son quienes se las tendrán que ver con la nueva situación. Nada nos dice que, antes o después, no pueda surgir una respuesta.

Otro elemento para el estudio de la clase obrera (y toda categoría social) es el factor de la contradicción. La contradicción entre teoría y práctica, entre líderes y base, entre organización y espontaneidad, etc., puede dificultar la percepción la realidad, en el marco de una ciencia social que persigue los supuestos conceptos absolutos y rígidos de las ciencias naturales. Pero hay bastantes pruebas que demuestran lo importante que es la contradicción como para que la incluyamos en nuestro método[18]. Un ejemplo de esta realidad lo tenemos en el referéndum sobre una cláusula de no-huelga, organizado por el sindicato del automóvil UAW a comienzos de 1945. La mayoría de los trabajadores votó a favor, mientras buena parte de ellos participaba en huelgas salvajes. Había una contradicción evidente entre lo que los obreros pensaban que debía ser la política del sindicato en periodo de guerra y lo que hacían por mejorar sus condiciones de trabajo. No ayudaría mucho a nuestra comprensión de la realidad obrera si, viendo esta situación a través de la lógica formal, llegáramos a la conclusión de que los trabajadores están equivocados o son estúpidos. Hay que entender que la contradicción es una parte integrante de la vida y de la sociedad, y no sólo para los trabajadores, sino para toda clase o grupo.

Y esta contradicción también hay que aplicarla a la forma en la que estudiamos la actividad de la clase obrera. El centro de trabajo, en la sociedad capitalista, es esencialmente una estructura autoritaria. La resistencia a esta estructura implica, entre otras cosas, intentos de democratización del lugar del trabajo. Y esto puede extenderse a toda la vida, más allá del trabajo. Pero algunos sociólogos y demás consideran que la clase obrera es autoritaria[19]. ¿Qué sentido dar al término “autoritario” si se incluye en él tanto el derecho del empleador a despedir, disciplinar y controlar, el derecho a romper huelgas y limitar los derechos de los trabajadores, por un lado, y por el otro el empleo de la violencia para conservar un piquete de huelga e impedir el empleo de esquiroles? No ver las contradicciones en las luchas obreras relacionadas con la democratización de la vida social tanto dentro como fuera de los centros de producción es tener una visión muy poco exacta de la vida obrera.

Nosotros concebimos la contradicción en su sentido fundamental. La contradicción entre pensamiento y acción, la contradicción entre la producción de mercancías y servicios útiles y la producción de ganancias, la contradicción entre cantidad y calidad de la producción, entre el trabajo como característica inherente al ser humano y el trabajo como medio de obtener un beneficio. Todo esto es necesario para poder comprender el mundo en el que vivimos y especialmente el mundo del trabajo. Contradicción significa conflicto, y el conflicto es un elemento permanente de esta sociedad, creemos nosotros.

El interés por la clase obrera y su estudio no deja de aumentar entre los universitarios. La debilidad fundamental de la mayor parte de estos estudios es su carácter fragmentario, el carácter fragmentario de toda ciencia social. Los estudios acerca de la clase obrera adoptan muchas formas y vienen de varias disciplinas. La sociología, la historia, la economía, las relaciones sociales, etc., son algunos de los campos que se dedican a publicar ensayos sobre el trabajo. Pero estas obras generalmente deforman lo esencial. Sea cual sea su valor como fuentes de información, son incapaces de concebir el sujeto como un todo. ¿Acaso la situación actual del movimiento obrero no está condicionada por su historia? ¿Acaso los problemas relacionados con el trabajo resurgen cada mañana cuando sale el sol? ¿Están condicionados los trabajadores por la educación que reciben ellos y sus hijos? ¿Qué relación hay entre el trabajo y los problemas de pareja? Pero hay muchas otras cuestiones que podrían ayudarnos a concebir la clase obrera como un todo y como elemento central de nuestra sociedad.

Y hay otro problema que afecta al estudio del trabajo y de los trabajadores. Normalmente, cuando se presenta este tema en la prensa, parece como si tuviera poco interés para el gran público y prácticamente ninguno para la sociedad en general. Nosotros pensamos que esto es esencialmente falso. El ser humano se distingue del resto de las especies por el hecho de que trabaja, produce su propio alimento, vestimenta, su refugio y todo lo demás. La sociedad no puede existir sin el trabajo, ni la sociedad capitalista ni ninguna sociedad. No obstante el trabajo y los problemas relacionados con él se ven constantemente relegados a los ámbitos de la especialización. En los diarios, la información cotidiana sobre las actividades relacionadas con el trabajo se encuentra en la sección de “Negocios”, como si no pudiera interesar a cualquier lector. En un estudio como este, no podemos abordar todas las cuestiones que nos gustaría. Pero pretendemos hablar de la clase obrera en todas sus facetas ligadas al trabajo y considerar los problemas del trabajo desde esta perspectiva.

El problema de concebir a la clase obrera al margen de toda perspectiva histórica es que de esta forma desaparece la visión crítica y se acepta el statu quo. Pensamos que la ciencia social debe ser crítica. No en el sentido de que haya que sacar partido a los escándalos (aunque esto pude ser a veces de ayuda). Es decir, pensamos que el statu quo no debe aceptarse como si se tratase de una necesidad. Si la historia humana es conflicto y cambio continuo, no se puede pretender en nombre de la ciencia, al tratar cualquier aspecto de la realidad social, que la Historia ha terminado y que por tanto la única preocupación del observador tiene que ser hallar el modo de funcionamiento de aquello que se examina (o cómo hacer que funcione). Generalmente los historiadores e investigadores científicos encuentran lo que buscan. Si tratan de comprender cómo funcionan las cosas, siempre encuentran la información necesaria. El problema surge cuando las cosas no funcionan, cuando llegan las crisis, las depresiones, las revoluciones y las guerras. En tales circunstancias, los paliativos y las reformas no funcionan, la estabilidad no llega fácilmente, y lo que es más importante, a los observadores académicos todo esto les pilla por sorpresa.

El mundo académico camufla el verdadero problema. La financiación de la investigación, las condiciones de trabajo, la promoción, la posibilidad de publicar el trabajo, etc., dependen de que éste se adecúe a las necesidades de quienes detentan el poder económico y político. Algunas de las disciplinas que se encargan del trabajo están conscientemente enfocadas a garantizar el funcionamiento del sistema. Esto significa que los problemas relacionados con el trabajo se consideran problemas de disciplina, de productividad y de rentabilidad. Las cuestiones que subyacen aquí son: ¿Cómo hacer que los trabajadores trabajen? ¿Cómo hacer competitivas a las empresas norteamericanas? ¿Cómo hacer que los trabajadores aumenten su productividad? Desde este punto de vista, no es sorprendente que las soluciones propuestas para resolver estos problemas no sean universales, es decir, que no tengan ningún valor al margen del mundo de los negocios.

Uno de los aspectos de esta aceptación del statu quo por parte de casi todas las ciencias sociales es su estrecha dependencia respecto a la cuantificación y los estudios de investigación. Si la ciencia se limita al papel de contar las cosas, no es sorprendente que la ciencia social se convierta en defensora de lo existente. Ni tampoco que se halle en graves dificultades cada vez que tiene que habérselas con el conflicto y el cambio. Y es que estos no se pueden cuantificar fácilmente, y las investigaciones (normalmente sondeos de opinión) no muestran sino verdades efímeras. Como dice Rick Fantasia: “La sociología norteamericana que se ha dedicado a estudiar la conciencia de clase casi siempre ha tratado como conceptos, imágenes, las actitudes de los trabajadores y las respuestas verbales a los consensos sociales en los que se encuentran. El modelo de llevar esto a cabo ha consistido en elaborar encuestas para medir la actitud de los obreros sobre un abanico de cuestiones: identificación de clase, satisfacción e insatisfacción en el trabajo, agresividad de clase, inclinaciones políticas, etc. Luego estas actitudes se relacionan con un conjunto de variables independientes, como el grado de cualificación, la etnia o raza, edad, sexo, etc.

“Con estas estadísticas los sociólogos establecen cual es el grado de ‘conciencia de clase’ de una población determinada de trabajadores. Aunque algunos presumen de haber encontrado un indicador capaz de medir la conciencia de clase, la mayor parte de ellos no logran sacar nada en claro con este método.”

Pero ya “hallen” o no esa conciencia de clase, esto no confirma sino el relativo optimismo o pesimismo del sociólogo, y no revela la existencia de dicha conciencia[20].

Martin Glaberman y Seymour Faber.


[1]  Un breve bosquejo del cambio de actitud de los investigadores hacia la clase obrera se puede encontrar en la obra de John H. M. Laslett, La tradición norteamericana de las teorías del trabajo y su actual validez, en The American Working Class, Prospects for the 1980’s, Ed. Irving Louis Horowitz, John C. Leggett y Martin Oppenheimer. New Brunswick, N.J., Transaction Books, 1979.

[2] F.J. Roethlisberger y William J. Dickson, Management and the Worker. New York, Wiley, 1964. Publicado originalmente en 1939.

[3]  John R. Commons and Associates, Historia del trabajo en los Estados Unidos, 4 volúmenes (New York, Augustus M. Kelley, 1966) primera edición en 1918.

[4] Selig Perlman, Una teoría del movimiento obrero. New York, Macmillan, 1928.

[5] Ver David Brody: Metalúrgicos en Norteamérica; el periodo sin sindicatos (Cambridge, Harvard University Press, 1960); Herbert G. Gutman, Poder y Cultura (New York, Knopf, 1975); David Montgomery, Más allá de la igualdad : el mundo del trabajo y los republicanos radicales (New York, Knopf, 1967) y La caída del templo del trabajo (Cambridge University Press, 1987); William H. Harris, Lo peor por lo que pasamos: los trabajadores negros tras la guerra civil (New York, Oxford University Press, 1982); Alice Kessler-Harris, Al margen del trabajo: una historia de las mujeres asalariadas en los Estados Unidos (New York, Oxford University Press, 1982).

[6] Time, 9 noviembre 1970, p. 74. No hace falta estudiar profundamente a Marx para entender que se refería a la pauperización relativa del trabajador y no a la absoluta.

[7] El Capital, Tomo I, XXIII, La ley general de acumulación capitalista. Ed. Fondo de Cultura Económica, pág. 547.

[8] Marx y Engels, La Sagrada Familia, Capítulo IV.

[9] Marx y Engels, La ideología alemana.

[10] Al presentar la enajenación o la alienación como “característica fundamental del trabajo en la sociedad capitalista […] que aporta ese impulso de base a las luchas obreras”, los autores han pasado por alto otro pasaje de La ideología alemana que dice: “Con esta ‘enajenación’, para expresarnos en términos comprensibles para los filósofos, sólo puede acabarse partiendo de dos premisas prácticas. Para que se convierta en un poder ‘insoportable’, es decir, en un poder contra el que hay que hacer la revolución, es necesario que engendre a una masa de la humanidad como absolutamente ‘desposeída’, y al mismo tiempo, en contradicción con un mundo de riquezas y educación”. Nosotros pensamos, con Marx, que la enajenación no aporta el impulso de base a las luchas obreras sino en la medida en que produce esa desposesión material masiva. La enajenación que viene acompañada de cierta riqueza y educación no suele verse arrastrada a la lucha. [Nota de El Salariado].

[11] Ver James W. Rinehart, La Tyrannie du travail, Don Mills, Ont, Harcourt Brace Jovanovich, Canada, 1987.

[12] Marx, Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, El trabajo enajenado.

[13] Ídem.

[14] E.P. Thompson, Prefacio a La formación de la clase obrera en Inglaterra.

[15] Ver Kin Moody, La clase obrera industrial en la actualidad. ¿Por qué es importante si es que lo es?, Against The Current n° 58, septiembre-octubre 1995, pp. 20-25.

[16] Bennett Harrison, Lean y Mean, The Changing Landscape of Corporate Power in the Age of Flexibility. New York, Basic Books, 1994, p. 197.

[17] Andrew Sayer y Richard Walker, La nueva economía social: la reorganización de la división del trabajo. Cambridge Mass, Blackwell, 1992, p. 65.

[18]La contradicción es la base de todo movimiento y de la vida, y sólo en la medida en que existe una contradicción se reacciona desplegando un impulso y una actividad.” G. W. F. Hegel, Ciencia de la Lógica.

[19] Seymour Martin Lipset, El hombre político, las bases sociales de la política. New York, Anchor, 1960.

[20] Rick Fantasia, Culturas de la solidaridad. Berkeley, University of California, 1988, pp. 4-5.