Independencia política y lucha obrera independiente

En un artículo recientemente publicado, ¿Independencia política o espontaneísmo?, Volodia explica la vía de la independencia política como «alternativa frente al espontaneísmo y el economicismo que domina el espacio de la izquierda extraparlamentaria». El título del presente texto responde a la pregunta que lanza el suyo.

Hagamos un repaso. Partiendo de la expresión «elevar la lucha económica a lucha política», Volodia alerta sobre el peligro de interpretar esta consigna de manera abstracta y mecánica: «Casi por pura intuición, lo que uno deduce de este esquema es que de lo que se trata para quienes tenemos conciencia de la necesidad de una forma superior de lucha (los comunistas) es de volcarse en el movimiento espontáneo y trabajar en él para radicalizarlo. Sin especular demasiado uno llega a la conclusión de que, si somos comunistas, no hay otro camino que no sea entregarse a labor en las luchas espontáneas, con el objetivo de vincularse con las masas y tratar de “dirigirlas”. No para reproducir su movimiento actual. Hay que participar para dirigir, y dirigir para elevar. En su labor cotidiana en un frente cualquiera, la labor del comunista implicaría militar codo con codo con los trabajadores no comunistas demostrando una actitud ejemplar, ganándose el respeto de sus compañeros y legitimándose para señalar lo limitado de los objetivos actuales de este frente. De esa manera el militante comunista iría ganando la capacidad para llevar dicho frente más allá mediante la introducción de objetivos más ambiciosos –que los trabajadores no comunistas aceptarán en virtud de la entrega y entusiasmo de los militantes comunistas, que demuestran estar “a la vanguardia”». Más abajo, sigue: «Desde la perspectiva espontaneísta es el propio proceso de lucha –en algunos casos contando con la mediación de la vanguardia comunista– el que va revelando la necesidad de acciones más radicales, más contundentes, más ambiciosas. La lucha económica, en virtud de sus limitaciones internas, sería el medio para revelar la necesidad de una lucha política. Y ahí estará el militante comunista, a la cabeza del proceso, tratando de explicitar esta verdad y de excitar a los huelguistas para que asuman métodos de lucha cada vez más ofensivos –más unitarios y solidarios, más maximalistas». De esta forma, «la función de la organización comunista queda reducida a algo muy elemental: acordar unos procedimientos básicos que permitan ir a las masas y radicalizarlas».

Para Volodia, los límites de esta perspectiva están claros: «¿Qué le puede ofrecer una pequeña organización de comunistas a trabajadores no comunistas en huelga? Desde luego no mucho más que lo que ya les garantiza su propia lucha, si es que consigue tener éxito. Aquí la respuesta habitual viene a ser: un luchador entusiasta que les apoye en sus demandas, les de respaldo material en su movimiento. Es decir, fuerza en la lucha que se está llevando a cabo. En deferencia a esta actitud de solidaridad y compromiso, los trabajadores se mostrarán receptivos a lo que sea que el militante comunista tenga que ofrecerles. Pero lo que la mayoría de grupos comunistas tienen que ofrecer es una serie de consignas maximalistas, un discurso doctrinario o la suscripción a una revista entre triste y aburrida. Puede que algunos trabajadores accedan a este trueque y compren la mercancía ideológica que les ofrecen los comunistas. Algunos de ellos pueden incluso llegar a integrarse en su organización, sumándose a una labor que en última instancia ha asumido como horizonte el proselitismo y ha sido absorbida en la rueda de la espontaneidad, pues la función de los nuevos militantes será reproducir el esquema anterior –y con algo de suerte la organización llegará a superar el centenar de miembros». Concluye que «la historia de las sectas marxistas demuestra que esto no funciona», y seguramente tengamos que darle la razón.

Frente a esta concepción espontaneísta, Volodia explica la perspectiva según él correcta: «Un militante comunista debe ser, por supuesto, un luchador entusiasta y ejemplar. Pero los incentivos que puede trasladar a la clase obrera en tanto que militante comunista son de otro tipo: han de ser incentivos político-ideológicos. Más concretamente: tienen que presentarse en forma de alternativa política. Para que resulte siquiera inteligible la noción de que uno interpela a los trabajadores en nombre de un proyecto de “alternativa política” hacen falta unos prerrequisitos mínimos, que los militantes que se lanzan al movimiento espontáneo a radicalizarlo o a captar adeptos no están en condiciones de cumplir –pues aquellos trabajadores que se prestan a comprar la mercancía ideológica comunista no se están integrando en realidad a un proyecto de independencia política más que de forma nominal: el contenido de su actividad permanece sujeto al marco economicista, y su conciencia no ha sido transformada en un sentido socialista, sino que ha adornado la espontaneidad con cierto maximalismo verbal. […] Si no quiere verse engullido por la lógica a la que inevitablemente subordina su actividad cualquier lucha espontánea, tiene que ser capaz de presentar un proyecto que de algún modo preexista a ese frente». Este proyecto, continúa, «en resumidas cuentas, tiene que existir como una voz pública con amplia difusión, encarnada en un ecosistema de medios que promueva campañas sistemáticas de agitación y propaganda de manera constante, alrededor de unos principios de máximos y una alternativa integral. Lo que se consigue así es asegurarse presencia y referencialidad, un espacio en la esfera pública. […] los comunistas tienen que dotarse de organizaciones políticas propias que, en un sentido mínimo, precedan a la intervención sistemática en las luchas espontáneas, […] de otra manera uno no tendría algo que ofrecer a los trabajadores no comunistas con los que milita en los frentes, así como a las masas a las que uno quiera dirigirse en general. Si lo que los comunistas tienen que diseñar es una alternativa política, para que esta resulte inteligible y reconocible como proyecto integral ha de haber sido articulada de antemano, al menos en sus fundamentos. Desde las capacidades que ofrece el haber construido esta herramienta, o el proceso mismo de su construcción, permite trasladar a los sectores más avanzados de la clase esa referencia, presentar un proyecto colectivo al que se puedan adherir, primero ideológicamente, después organizativamente, integrándose en un espacio en el que puedan defender sus intereses de clase generales, sin que por ello deban abandonar (¡al contrario!) sus organizaciones de lucha inmediata o sectorial. […] Pues ya no se trata simplemente de radicalizar las luchas desde dentro por intermediación de una “vanguardia” comunista. Se trata de ir creando un referente político capaz de proyectar una alternativa integral de cuyo contenido uno pueda hacer agitación y propaganda dentro de cada frente y con ocasión de cada conflicto y cada lucha».

Volodia, de todas formas, advierte que «naturalmente, la constitución de un partido político independiente afecta y modifica la forma de las luchas espontáneas, y es difícil imaginar que pueda constituirse sin haber influido en ellas —haciéndolas más amplias y unitarias, imprimiendolas una perspectiva de clase, favoreciendo métodos más combativos, etc.». Para que no haya malentendidos: «¿Quiere decir lo anterior que una organización política cuya actividad orbite alrededor de la restauración de la independencia política deba aislarse del movimiento espontáneo? No. Es más, es especialmente importante no aislarse de él y mantener una presencia lo más amplia que sea posible, tejiendo lazos y asegurando el arraigo sin el que sería imposible pensar en labores de mayor envergadura».

En resumen, tal y como refleja el título del artículo, Volodia plantea dos alternativas: volcarse en el movimiento espontáneo para radicalizarlo y pescar algunos nuevos militantes, o volcarse en la construcción de una alternativa política (sin desvincularse del todo del movimiento espontáneo), es decir, un partido u organización política de cierta envergadura y presencia en la esfera pública, como paso previo y necesario para una intervención sistemática en las luchas espontáneas. Volodia se decanta obviamente por la segunda.

Y estás líneas no pretenden llevarle la contraria en ese falso dilema, sino plantear el problema en sus verdaderos términos y mostrar las erróneas concepciones del autor a tres niveles:

  1. La intervención comunista en las luchas económicas.
  2. La construcción y el desarrollo del partido comunista.
  3. La relación entre la evolución del movimiento obrero «espontáneo» (término engañoso donde los haya) y el desarrollo del partido de clase.

La intervención comunista en las luchas económicas

Lo que más llama la atención del texto de Volodia es su concepción de la intervención de los comunistas en las luchas económicas, en los dos escenarios o alternativas que plantea.

Por un lado, al exponer las ideas de los partidarios del espontaneísmo, habla ante todo de «radicalizar» (palabra que se repite a lo largo del texto) las luchas económicas, para que vayan «más allá», para que se planteen «objetivos más ambiciosos» y recurran a «métodos de lucha cada vez más ofensivos». Sorprende la visión mercantil con la que trata el tema: los comunistas «ofrecen» a los trabajadores «una actitud ejemplar», el apoyo de «luchadores entusiastas», «respaldo material», «fuerza en la lucha», «solidaridad y compromiso». Los trabajadores, «en deferencia», quizá se muestren «receptivos a lo que sea que el militante comunista tenga que ofrecerles», que según Volodia es poca cosa: «consignas maximalistas, un discurso doctrinario o la suscripción a una revista entre triste y aburrida». No obstante, por pura cortesía, a cambio de este derroche comunista, «puede que algunos trabajadores accedan a este trueque y compren la mercancía ideológica que les ofrecen».

La otra alternativa, la vía de la independencia política, tampoco parece ajena al mercantilismo. Aquí se trata de ofrecer «incentivos político-ideológicos», concretamente «en forma de alternativa política». El objetivo ya no es «radicalizar y captar adeptos», como en el caso del espontaneísmo, sino únicamente lo segundo: «presentar un proyecto colectivo al que [los trabajadores] se puedan adherir, primero ideológicamente, después organizativamente». Dicha alternativa política es un diseño, un producto digamos prefabricado: tiene que «haber sido articulada de antemano, al menos en sus fundamentos», tiene que «preexistir» y «preceder a la intervención sistemática en las luchas espontáneas», pues «de otra manera uno no tendría algo que ofrecer a los trabajadores no comunistas» y la alternativa propuesta no sería «inteligible y reconocible como proyecto integral». En el caso del espontaneísmo, los trabajadores «que se prestan a comprar la mercancía ideológica comunista no se están integrando en realidad a un proyecto de independencia política más que de forma nominal». El espontaneísmo, como «mercancía ideológica», para Volodia es una estafa, un timo. ¿Qué es lo que caracteriza, por tanto, una alternativa política real, no sólo nominal? ¿El programa revolucionario? Según Volodia, no. O al menos no únicamente. Una verdadera alternativa política se reconoce por ser «una voz pública con amplia difusión, encarnada en un ecosistema de medios», por tener «presencia y referencialidad», por ser «un espacio en la esfera pública» y «un referente político». En pocas palabras, una alternativa política es real y no de pega cuando está en el candelero, cuando aparece en la sociedad del espectáculo (por usar la expresión debordiana) como una «mercancía ideológica» más del escaparate, a la misma altura que el resto. Si el espontaneísmo es un fraude, la alternativa política que propone Volodia es en cambio de buena calidad, o al menos lo parece, pues sus portavoces salen en la tele. En los siguientes puntos se abordará la visión del desarrollo del partido de clase que subyace a este planteamiento. Por ahora, basta decir que por lo que parece el partido revolucionario, además de un programa, necesita un buen departamento de marketing.

Volvamos al tema que nos ocupa en este punto, que es la intervención comunista en las luchas económicas. En los dos casos que plantea Volodia el objetivo es el mismo: «captar adeptos», hacer proselitismo. Para conseguirlo, el espontaneísta ofrece su implicación en la lucha y el partidario de la independencia ofrece una alternativa política integral. Pero, ¿acaso es éste el objetivo de la intervención comunista en las luchas económicas y esa es la manera de conseguirlo? ¿No es ésta una visión puramente utilitarista? Veamos.

Es cierto que, en última instancia, la intervención comunista en las luchas persigue el fortalecimiento del movimiento revolucionario, y esto a su vez requiere e implica el crecimiento del partido a nivel cuantitativo. Pero si partiendo de estas premisas deducimos que el objetivo principal de la intervención en las luchas es aumentar el número de militantes de la organización, estamos cometiendo el mismo error que denuncia Volodia en su crítica al espontaneísmo: extraer «conclusiones falaces –formalistas, mecánicas o abstractas» a partir de algunas premisas ciertas. Por otra parte, lo que caracteriza desde hace más de 50 años al «espontaneísmo sectario, que es el marco predominante entre los grupúsculos marxistas y de extrema izquierda», es justamente eso: su consideración del movimiento obrero ante todo como coto de pesca de nuevos militantes para sus organizaciones. 

El crecimiento numérico del partido, en caso de ser un objetivo, es completamente secundario y se logra además por vía indirecta, a través del trabajo bien hecho entre la clase. ¿Cuáles son los objetivos, entonces? El principal objetivo de la intervención comunista en las luchas es mantener al movimiento en una vía clasista e independiente, o en una época como la nuestra, en la que dicho movimiento no existe, contribuir  al resurgimiento del movimiento obrero autónomo.

¿Qué es esta independencia o autonomía de clase en el terreno de la lucha económica? Conviene no confundirla con la independencia política. Ésta se encarna en un programa y unos principios revolucionarios y comunistas. La independencia de clase se refleja también en un programa y unos principios de lucha, pero no ya comunistas ni anarquistas, sino proletarios, de clase, susceptibles por tanto de ser compartidos por el conjunto de los trabajadores, al margen de su profesión de fe ideológica.

La independencia de la clase en su lucha cotidiana contra el capital, en su aspecto puramente formal, se refleja en la independencia de las organizaciones de resistencia obreras (a nivel financiero, orgánico, etc.) frente a las fuerzas de la burguesía (Estado capitalista, partidos políticos, etc.), así como en su funcionamiento democrático, que permite a las distintas tendencias políticas que actúan en su seno adquirir, llegado el momento, su dirección, sin convertirlas no obstante en organizaciones de partido, a nivel orgánico o estatutario. En lo que respecta a su contenido, la independencia de clase se reconoce en los principios de la lucha de clases, de la solidaridad, la igualdad y la unidad obreras, la acción directa, la huelga, la organización permanente de resistencia, el rechazo a la mediación del Estado capitalista en las luchas entre patronos y obreros, etc. 

Con el desarrollo de este asociacionismo de clase independiente en el terreno sindical, que corre paralelo al desarrollo de la conciencia de clase del proletariado, éste aprende a distinguir sus intereses de los de las otras clases, a verse a sí mismo como la moderna clase de los esclavos, a poner en cuestión el trabajo asalariado, a no caer continuamente en las trampas de la burguesía, a defender sus intereses de manera intransigente en cualquier circunstancia (gobierne la izquierda o la derecha, haya guerra o haya paz), a concebir otra posible organización de la sociedad y abrir su mente a las ideas y la práctica revolucionarias. 

Si este es el objetivo, ¿cómo se consigue? Ciertamente la independencia no se consigue intentando «radicalizar» las luchas, ni con «incentivos político-ideológicos», ni siquiera con panfletos a favor de la lucha de clases y la unidad. O al menos no se consigue sólo con eso. En el estado de absoluta dependencia en el que se halla hoy la clase obrera, la defensa de la independencia de clase requiere de una actividad constante en los centros de trabajo que, ante cualquier lance o situación, aclare los principios que deben guiar la lucha o la actitud de los trabajadores. Se trata de una actividad ordinaria y poco gratificante (según los parámetros del «doy para que des») que consiste, sí, en redactar panfletos con hermosas frases sobre la solidaridad de clase, pero también en explicar, por ejemplo, por qué debemos evitar las subidas porcentuales de salario (frente a las subidas nominales), o qué consecuencias puede tener en una huelga la división entre fijos y eventuales si no se toman las medidas oportunas, o qué maniobras está llevando a cabo el patrón junto a sus agentes sindicales, o qué se esconde detrás de un hecho determinado y aparentemente sin importancia, etc. En un centro de trabajo, prácticamente todos los gestos, todas las situaciones, llevan un sello de clase, capitalista o proletario. Y es importante que los trabajadores aprendan a descifrarlo.

Los partidarios de esta noción de independencia de clase cuentan, no obstante, con una ventaja: el programa y los principios que proponen para la lucha económica (con los métodos, consignas y reivindicaciones que se derivan de ellos) son los únicos que garantizan unas mínimas posibilidades de éxito a la clase obrera en su lucha de resistencia cotidiana. Funcionan, por tanto, en un doble sentido: para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores a nivel inmediato y, aún más importante, para impulsar el desarrollo del movimiento obrero por una vía clasista e independiente orientada hacia el acoso y derribo del régimen capitalista.

Retomando, pues, la pregunta de Volodia: «¿Qué le puede ofrecer una pequeña organización de comunistas a trabajadores no comunistas en huelga?», podríamos responder: mucho, todas las herramientas y principios de la lucha clasista, fruto de 200 años de combate entre Trabajo y Capital. Es cierto que para ello hay que plantear las cosas como es debido.

La construcción y el desarrollo del partido comunista

Según Volodia, los partidarios del espontaneísmo y los defensores de la independencia política buscan respectivamente, en su intervención en las luchas económicas, unos «ganar adeptos» y otros «presentar un proyecto colectivo al que [los trabajadores] se puedan adherir, primero ideológicamente, después organizativamente». Vamos, que buscan lo mismo. La diferencia está en que los primeros ofrecen a cambio el sacrificio de sus militantes en la lucha económica y los segundos «otro tipo de incentivos»: una alternativa política como dios manda.

Los términos en los que Volodia define lo que es una alternativa política parecen sacados de un manual publicitario: un «proyecto integral» «inteligible y reconocible», «una voz pública con amplia difusión, encarnada en un ecosistema de medios» y que goza de «presencia y referencialidad, un espacio en la esfera pública». Dicho en otras palabras, la alternativa política comunista debe hacerse mainstream antes de que los comunistas inicien la «intervención sistemática en las luchas espontáneas», y precisamente para poder llevar a cabo ésta con ciertas garantías.

Los comunistas, se entiende, tienen que estar en el candelero, ser una voz más en la arena pública, hasta cierto punto en pie de igualdad con el resto, para aparentar o representar que son una alternativa política real. Pues el proceso es éste: 1º) la organización comunista se convierte en «un referente político»; 2º) empieza a intervenir sistemáticamente en las luchas espontáneas de la clase; 3º) a través de dicha intervención sistemática se convierte en una organización proletaria digna de ese nombre. Una alternativa política proletaria que aún no ha iniciado el trabajo sistemático entre la clase y por tanto no cuenta con su apoyo, ¿es una alternativa política real o sólo nominal? Lo será tan solo en apariencia, aunque Volodia afirme lo contrario. Pues lo que da fuerza al partido como alternativa política no es su presencia o ausencia en los medios. Ocurre al revés: el grado de presencia del partido en la arena pública es proporcional a su fuerza, que por otra parte tampoco se reduce simplemente al número de miembros y simpatizantes del partido.

Por otro lado, como ya hemos comentado en el apartado anterior, la intervención comunista en las luchas económicas, sobre todo hoy en día con la clase obrera desaparecida de la escena histórica, no consiste en ofrecer una alternativa política elegante y atractiva, lista para recibir las simpatías de los trabajadores, lista para consumir. Consiste, como se ha intentado explicar, en colaborar en la reformación de la clase obrera, en el resurgimiento del movimiento obrero independiente y el asociacionismo proletario, sin el cual, por mucho que algunos aparezcan en los medios representando al proletariado y hablando en su nombre, éste seguirá siendo un cadáver.

Aunque el partido formalmente surge fuera de la clase y de su movimiento espontáneo, el desarrollo del partido y el de la clase están íntima y dialécticamente ligados. La fuerza o la debilidad del partido expresa la fuerza o la debilidad de la clase en su conjunto. Y para salir del actual estado de debilidad no hay atajos ni artificios posibles, no conviene aparentar lo que no se es, no es cuestión de una buena campaña de marketing.

La relación entre la evolución del movimiento obrero y el desarrollo del partido de clase

Volvamos a la frase que sirve a Volodia para desplegar toda su argumentación: «elevar la lucha económica a lucha política». ¿Cómo es este proceso? Pocos párrafos lo describen mejor que éstos del Manifiesto

«El proletariado recorre diversas etapas antes de fortificarse y  consolidarse. […] Al principio son obreros aislados; luego, los de una fábrica; luego, los de toda una rama de trabajo, los que se enfrentan, en una localidad, con el burgués que personalmente los explota. […] En esta primera etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y desunida por la concurrencia. […] Los obreros empiezan a coaligarse contra los burgueses, se asocian y unen para la defensa de sus salarios. Crean organizaciones permanentes para pertrecharse en previsión de posibles batallas. De vez en cuando estallan revueltas y sublevaciones. Los obreros arrancan algún triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera. […] Gracias a este contacto, las múltiples acciones locales, que en todas partes presentan idéntico carácter, se convierten en un movimiento nacional, en una lucha de clases. Y toda lucha de clases es una acción política.  […] Esta organización de los proletarios como clase, que tanto vale decir como partido político, se ve minada a cada momento por la concurrencia desatada entre los propios obreros.  Pero avanza y triunfa siempre, a pesar de todo, cada vez más fuerte, más firme, más pujante».

Marx ya había explicado en La ideología alemana que «los diferentes individuos sólo forman una clase en la medida en que se ven obligados a sostener una lucha común contra otra clase, pues de otro modo ellos mismos se enfrentan unos a otros, hostilmente, en el plano de la competencia».

Lenin dirá (Nuestra tarea inmediata): «la lucha de los obreros contra los capitalistas necesariamente se convierte en lucha política, a medida que se convierte en lucha de clases», y «la lucha de los obreros se convierte en lucha de clases, sólo cuando los representantes de vanguardia de toda la clase obrera de un país tienen conciencia de la unidad de la clase obrera y emprenden la lucha, no contra un patrono aislado, sino contra toda la clase capitalista y contra el gobierno que apoya a esa clase. Sólo cuando cada obrero tiene conciencia de ser parte de toda la clase obrera, cuando en su pequeña lucha cotidiana contra un patrono o un funcionario ve la lucha contra toda la burguesía y contra el gobierno en pleno, sólo entonces su lucha se transforma en lucha de clases».

Vemos claramente, pues, que: 1) los proletarios se forman como clase a través de la lucha; 2) al constituirse en clase, la lucha obrera se transforma en lucha de clases, lucha de clase contra clase, lucha política por tanto; 3) esto sucede cuando la lucha obrera se extiende cuantitativamente, se profundiza cualitativamente y alcanza cierto estadio de desarrollo (a nivel nacional, se podría decir). 

Por aclarar: cuando Marx habla de «la organización de los proletarios como clase, que tanto vale decir como partido político», se refiere al partido en su sentido histórico, no formal. No está hablando de una organización revolucionaria concreta, con su programa y estatutos, sino de una fuerza organizada de tal amplitud que permite al proletariado actuar como sujeto en el terreno histórico.

En todo caso, en estas citas se percibe claramente la naturaleza dialéctica de la relación entre partido y clase. El partido, a nivel histórico, sólo existe cuando la lucha de la clase obrera se ha desarrollado, cuantitativa y cualitativamente, hasta convertirse en lucha de clases. Para el partido revolucionario, considerado ahora a nivel formal (es decir, las organizaciones concretas que dicen defender los intereses históricos del proletariado), la tarea por tanto consiste en poner su grano de arena para que el proletariado llegue a esta situación lo antes posible y sin desviarse, para que se constituya como clase y de esa forma el partido exista no sólo formalmente, sino también en sentido histórico. El desarrollo de la organización formal del partido, lógicamente, seguirá el curso de la evolución del proletariado y de sus luchas. El partido será pequeño cuando el proletariado es débil. Y, suponiendo que ejecute su labor revolucionaria como debe, crecerá con el desarrollo de la lucha proletaria, desarrollo del que es al mismo tiempo causa y efecto. 

La intervención en las luchas cotidianas de la clase por parte de los comunistas no consta por lo tanto de dos fases, una preliminar, antes de la conformación del partido como alternativa política real y voz mediática, y otra posterior, en la que dicha intervención puede adquirir ya carácter sistemático. La intervención debe ser continua, lo único que cambia es la capacidad de actuación, en función del estado de desarrollo en el que se encuentre la organización del partido. Una organización revolucionaria pequeña y débil obviamente tendrá menos recursos y capacidad, pero sus militantes deben tener claro en todo momento que la suerte del partido está directamente ligada a la de la lucha y la organización obrera independiente. Mientras ésta no exista, es imposible que el partido se presente como alternativa política real.

Es cierto que ni Marx, ni Engels, ni Lenin tuvieron que lidiar con el problema de la independencia de clase en su lucha económica, por una sencilla razón: en aquella época la independencia de clase era algo que, hasta cierto punto, se daba por hecho en las organizaciones obreras. Los sindicatos, las cajas de seguros, etc., en general eran instituciones construidas, administradas y conducidas por los trabajadores. Podían estar dirigidas por reformistas, pero ello no les arrebataba su vida y carácter proletarios.

El problema de la independencia de la clase en su lucha económica surgió principalmente después, en el umbral de la segunda carnicería imperialista mundial, cuando la democracia, aprendiendo del fascismo, logró corromper y desfigurar los sindicatos obreros, dándoles carta de naturaleza en la sociedad y el Estado burgués como representantes de los intereses corporativos de los trabajadores, desnaturalizándolos como organismos obreros de lucha de clases, ahogando toda vida proletaria en ellos, transformándolos en organismos para la colaboración de clases al más puro estilo fascista, hasta convertirlos en lo que son hoy día.

La burguesía, finalmente, se vio obligada a dar la razón a Marx: el camino que conduce al proletariado a plantear una amenaza revolucionaria se inicia localmente, en los centros de trabajo («Al principio son obreros aislados; luego, los de una fábrica; luego, los de toda una rama de trabajo, los que se enfrentan, en una localidad, con el burgués que personalmente los explota»). Si se corta este proceso de raíz allí donde comienza, la burguesía puede dormir tranquila. Así pues, toda la actividad de los trabajadores encaminada a intentar mejorar sus condiciones laborales debe permanecer vigilada por los agentes sindicales de la burguesía, encuadrada dentro de los sindicatos colaboracionistas y ceñida a los límites que la ley burguesa establece para la lucha, un marco que precisamente tiende a arrebatarle todo contenido hasta convertirla en una representación de lucha, una protesta simbólica.

A grandes rasgos, la situación hoy es la siguiente: Una enorme losa pesa sobre el proletariado, impidiendo que el progresivo deterioro de sus condiciones de existencia desemboque en una lucha independiente en defensa de sus intereses. Esta losa es ante todo de carácter político (en el más amplio sentido de la palabra: cultural, ideológico, institucional, etc.) y adquiere mil formas: el peso de la tradición de décadas de paz social y colaboración de clases (y su reverso, la ausencia de una tradición de lucha viva); la influencia de la ideología y la cultura capitalista dominante, individualista y egocéntrica, y de la mentalidad pequeño burguesa que conlleva; la ley y el derecho burgués; la presencia de los partidos políticos de izquierda; la vigilancia y el colaboracionismo sindical, y un largo etcétera. Todo este peso, esta losa política con la que la burguesía pretende mantener al proletariado hundido, sólo puede ser contrarrestado por el empuje de otra fuerza de carácter político (en este caso proletario) de la misma magnitud y sentido contrario, ayudado también por las circunstancias y condiciones materiales. Cuando digo que se necesita una «fuerza de carácter político», no me refiero a una gran organización política, ni a la publicación de manifiestos grandilocuentes, sino a la presencia sobre el terreno, en los centros de trabajo, de los militantes proletarios, que son los únicos capaces hoy de ejercer de contrapeso frente a todos los factores que contribuyen a mantener al proletariado inmovilizado, y de ayudarle a recuperar lo que una vez fue el ABC de la conducción de la lucha económica, las líneas maestras de la lucha de clases.

Lo bueno de esta labor es que en ella pueden converger los esfuerzos de todos aquellos que piensan que «la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos» (anarquistas, comunistas, etc.), pues el resurgimiento del asociacionismo proletario independiente es condición, no suficiente, pero sí necesaria para que los trabajadores puedan encarar dicha emancipación con posibilidades de éxito. Para ello, eso sí, hay que abandonar la tradicional afición que tienen algunos por la pesca de prosélitos en las aguas revueltas de la lucha obrera. La independencia política es, por supuesto, necesaria, pero también pasa por reconocer cuál es el estado de cosas actual y las tareas políticas que plantea con urgencia.

Ángel Rojo.